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El Sistema Interamericano
de Derechos Humanos frente
a los sistemas de justicia nacionales
Víctor Abramovich
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década. Ese proceso no fue lineal y ha dado lugar a fuertes polémicas acerca
del impacto de los estándares de derechos humanos en la jurisprudencia cons-
titucional y los márgenes de decisión y el grado de autonomía de la justicia
nacional frente a las diversas instancias internacionales.
Existe alguna evidencia para afirmar que la incorporación de los principales
tratados de derechos humanos al régimen constitucional amplió el reconoci-
miento de derechos fundamentales y contribuyó a la promoción de algunos
cambios institucionales relevantes para el adecuado funcionamiento del sis-
tema democrático. Fue clave en ese sentido la jurisprudencia constitucional,
que en algunos países asignó carácter operativo a los tratados permitiendo
que los derechos que consagraban fueran directamente exigibles ante los tri-
bunales aun en ausencia de leyes reglamentarias. También el principio de que
la jurisprudencia de los órganos internacionales que supervisaban esos tra-
tados, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, resultaba una
guía interpretativa para los tribunales nacionales en el momento de su aplica-
ción doméstica. Esta posición condujo a un proceso de globalización de están-
dares y principios que transformó el marco conceptual de interpretación de la
Constitución e incidió en la producción científica y la cultura jurídica. Así, las
opiniones de la Comisión Interamericana y de la Corte Interamericana sobre
Derechos Humanos –y aun del tribunal europeo de derechos humanos, que
suele ser tomado como fuente de interpretación por los órganos interamerica-
nos– se convirtieron, en muchos casos, en argumentos de abogados y juristas
y en guía para la creación de jurisprudencia local en materias diversas, entre
ellas el alcance de la libertad de expresión, el acceso a la justicia y las garantías
procesales. Estos principios influyeron directamente sobre numerosas decisio-
nes judiciales (Abramovich y otros, 2007; Krsticevic, 2007: 15-112).
Así, por ejemplo, los estándares jurídicos desarrollados sobre invalidez de
las leyes de amnistía para graves violaciones de derechos humanos dieron sos-
tén legal a la apertura de los procesos judiciales contra los responsables de crí-
menes de lesa humanidad en Perú y la Argentina. Esos estándares, fijados en
el caso Barrios Altos contra Perú, han sido definitivos para invalidar la ley de
autoamnistía del régimen de Fujimori y sostener el juzgamiento de los críme-
nes cometidos durante su gobierno,2 pero la decisión del caso tuvo un efecto
cascada e incidió sobre la argumentación legal de los tribunales argentinos al
invalidar las leyes de obediencia debida y punto final.3 La jurisprudencia inte-
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tionadas, sino también para alcanzar posiciones privilegiadas de diálogo con los
gobiernos o con aliados dentro de estos, y para revertir las relaciones de fuerza
y modificar la dinámica de algunos procesos políticos. Muchas veces esto facilitó
la apertura de espacios de participación e incidencia social en la formulación
e implementación de políticas y el desarrollo de reformas institucionales. Estas
organizaciones sociales son las que con mayor frecuencia han incorporado los
estándares jurídicos fijados por el SIDH como parámetro para evaluar y fiscali-
zar las acciones y las políticas de los Estados y, en ocasiones, para impugnarlas
ante los tribunales nacionales o ante la opinión pública local e internacional.
El activismo internacional ha favorecido además la progresiva ampliación
de la agenda de temas considerados por el SIDH. Un aspecto prioritario de
la agenda del SIDH son las nuevas demandas de igualdad presentadas por
grupos y colectivos, que se proyectan sobre los asuntos institucionales que ocu-
paron su atención en tiempos de dictaduras y durante las transiciones posdic-
tatoriales y abarcan situaciones de sectores excluidos que ven afectados sus de-
rechos de participación y expresión, sufren patrones de violencia institucional
o social, o ven obstaculizado su acceso a la esfera pública, el sistema político o
la protección social o judicial.
Así como en el tiempo de las dictaduras y el terrorismo de estado, el SIDH
había observado la situación de determinadas víctimas, la ejecución y la des-
aparición de determinadas personas en función del contexto de violaciones
masivas y sistemáticas de derechos humanos, en la actualidad, en numerosas
situaciones, ha procurado abrir el foco para enmarcar hechos particulares en
patrones estructurales de discriminación y violencia contra grupos o sectores
sociales determinados. Si observamos la evolución de la jurisprudencia sobre
igualdad en el sistema interamericano, concluiremos que el SIDH demanda a
los Estados un papel más activo y menos neutral como garantes no sólo del re-
conocimiento de los derechos sino también de la posibilidad real de ejercerlos.
En ese sentido, la perspectiva histórica sobre la jurisprudencia del SIDH
marca una evolución desde un concepto de igualdad formal, elaborado en la
etapa de la transición, hacia un concepto de igualdad sustantivo que comienza
a consolidarse en la actual etapa del fin de las transiciones a la democracia,
cuando la temática de la “discriminación estructural” se presenta con más
fuerza en el tipo de casos y asuntos considerados por el SIDH. Así, se avanza
desde una idea de igualdad entendida como no discriminación a una idea
de igualdad entendida como protección para los grupos subordinados. Eso
significa que se evoluciona desde una noción clásica de igualdad –que apun-
ta a la eliminación de privilegios o de diferencias irrazonables o arbitrarias,
busca generar reglas iguales para todos, y demanda al Estado una suerte de
neutralidad o “ceguera” frente a la diferencia– hacia una noción de igualdad
sustantiva –que demanda al Estado un papel activo para generar equilibrios
sociales y exige la protección especial de ciertos grupos que padecen procesos históricos
o estructurales de discriminación–.
En un informe reciente de la CIDH se sistematizan algunas decisiones ju-
risprudenciales que marcan esta evolución en el concepto de igualdad en re-
lación con los derechos de las mujeres.5 Pero esa evolución puede rastrearse
también en el examen de otros conflictos que afectan por ejemplo los de-
rechos de los pueblos indígenas, la discriminación racial, la situación de los
niños en situación de calle, a los campesinos desplazados internamente y a los
migrantes en situación irregular.
La ampliación de la agenda de derechos humanos implica naturalmente
una extensión de los asuntos sobre los cuales el SIDH ejercerá supervisión y
eventualmente tomará decisiones que pueden impactar en cada uno de los
países. La discusión es relevante, porque en última instancia se vincula con la
definición del sentido de un sistema internacional de protección de derechos
humanos en el actual escenario político regional.
La mayoría de los países de América Latina aprobaron tratados de derechos
humanos y se incorporaron al SIDH en la etapa de transición a la democracia,
con finalidades diferentes, pero en muchos casos como una suerte de antídoto
para aventar el riesgo de regresiones autoritarias atando sus sistemas políti-
cos y legales al “mástil” de la protección internacional.6 Abrir los asuntos de
derechos humanos al escrutinio internacional fue una decisión funcional a
los procesos de consolidación de la institucionalidad durante las transiciones,
pues contribuyó a ampliar las garantías de los derechos fundamentales en un
sistema político acotado por actores militares con poderes de veto y presiones
autoritarias aún poderosas.7
Muchos líderes y gobiernos entienden que la actual coyuntura regional exi-
ge replantear el alcance o el grado de intervención del sistema interamericano
5 CIDH, “El acceso a la justicia para las mujeres víctimas de violencia en las
Américas”, 20 de enero de 2007, pp. 33-51.
6 John Elster planteó esta metáfora para referirse al acto constituyente en su
libro Ulises y las sirenas: estudios sobre racionalidad e irracionalidad, publicado en
1979.
7 Para algunos autores, como Andrew Moravcsik, las democracias recientemen-
te establecidas y potencialmente inestables son las que encuentran mayor
justificación a la suscripción de tratados de derechos humanos y a la inser-
ción en sistemas internacionales como mecanismos para la consolidación
de la democracia. La renuncia a ciertos niveles de autodeterminación que
implica la firma de estos tratados y la aceptación de jurisdicciones internacio-
nales tiene un costo, por la limitación de la discrecionalidad gubernamental
y del sistema político local, que juega en un balance con las ventajas de la
reducción de la incertidumbre política (Moravcsik, 2000: 217-249). En igual
sentido, véase Kahn (2001).
en asuntos locales que, a su entender, podrían ser dirimidos por el juego insti-
tucional de cada Estado en un marco de democracias constitucionales.
Así, desde un mismo punto de partida, se construyen argumentos diferen-
tes. Los más moderados, con rasgos “comunitaristas”, pretenden preservar un
espacio de autogobierno para la decisión de ciertos asuntos sensibles y com-
plejos que convendría resolver en el espacio más cercano de la comunidad
política nacional.8 Estos fundamentos muchas veces suelen presentarse no
como cuestionamientos directos a la competencia de los órganos, sino como
argumentos estratégicos que procuran salvaguardar la integridad del propio
sistema de protección evitando que abra frentes de conflicto innecesarios con
los gobiernos y malverse la noción de derechos humanos como una “carta de
triunfo” para ser usada en situaciones extremas. Se plantea que una extensión
de la noción de derechos humanos en el sistema interamericano podría debi-
litar los acuerdos políticos que lo sostienen.
Estas posturas, con fundamentos diversos, resultan más o menos refracta-
rias a la injerencia de los órganos internacionales de derechos humanos en
ciertos temas sociales e institucionales. Critican concretamente la extensión
del concepto de debido proceso, que ha permitido al SIDH intervenir en un
amplio abanico de temas judiciales que incluyen procesos laborales, de seguri-
dad social y disciplinarios administrativos, y casos de remoción de magistrados
de altas Cortes de justicia. Cuestionan además que el SIDH se entrometa en
asuntos electorales, aun cuando se trate de cuestiones vinculadas con la vigen-
cia de derechos políticos reconocidos por el artículo 23 de la Convención.
También la protección de derechos colectivos que entran en conflicto con las
estrategias de desarrollo económico de los gobiernos, como la protección de
territorios indígenas y el derecho de consulta. Incluso algunos gobiernos que
defienden el reconocimiento de estos derechos colectivos como asuntos de
derechos humanos relevantes consideran que esas cuestiones deben discutirse
y dirimirse esencialmente en el plano político doméstico.
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otro lado, se fija una regla general que conduce a modular la intervención
del SIDH en función del grado de desarrollo de la institucionalidad en cada
Estado. Así, cuanto mayor es el grado de desarrollo de la institucionalidad do-
méstica, mayor es el margen de autonomía que se reconoce al Estado y menor
el alcance de la intervención del sistema. El SIDH interviene exclusivamente
cuando el Estado no logra asegurar un mecanismo idóneo y efectivo para ga-
rantizar los derechos en el ámbito interno. Lo cierto es que, precisamente,
uno de los grandes déficits de las democracias latinoamericanas es la ineficacia
e inequidad de sus sistemas judiciales, que no logran remediar la afectación
de derechos fundamentales e incluso llegan a transformarse en un factor de
vulneración de derechos.
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A modo de conclusión de este breve análisis del problema, diremos que al-
gunas críticas formuladas a la intervención internacional ponen de manifies-
to cierto desconocimiento de la dinámica de creación de obligaciones en el
derecho internacional, así como la subestimación de los procesos sociales y
políticos nacionales que condujeron a asignar a los tratados de derechos hu-
manos un significativo peso constitucional y a integrar a los países americanos
en diversos sistemas de justicia internacional.
Consideramos, además, que algunos argumentos jurídicos y políticos so-
bre autonomía y subsidiaridad tienen connotaciones especiales cuando nos
referimos a conflictos de vulneración de derechos por “patrones de desigual-
dad o exclusión” que afectan a grupos sociales subordinados. Este tipo de
referencias bibliográficas