Sunteți pe pagina 1din 4

Hay un arte antiguo que consiste en buscar la verdad mediante el diálogo.

Sócrates lo
cultivó y lo llamó mayéutica, extraña palabra griega que significa parir. Dar a luz. Para fines
menos trascendentes, preguntar y repreguntar es un método que se utiliza en distintas
disciplinas. El periodismo lo adoptó a mediados del siglo XIX. En eso consiste lo que se llama
entrevista o, en la Argentina, también reportaje. Christopher Silvester, autor de una valiosa
antología (Las grandes entrevistas de la Historia, 1859-1992), sostiene que el primer reportaje
fue el de Horace Greeley al mormón Brigham Young, publicado el 20 de agosto de 1852 en el
New York Tribune, por entonces el principal diario de los Estados Unidos. El dueño de The Trib,
como se conocía el periódico, era el propio Greeley, un millonario con inclinaciones políticas.
Predicaba la abolición de la esclavitud, la distribución de tierras, el apoyo a los sindicatos y los
derechos de la mujer. No obstante sus intereses económicos y sus fuertes convicciones
políticas, Greeley lució, en todas sus entrevistas, una notable objetividad, que es la virtud de no
distorsionar conscientemente los hechos. Periodismo objetivo es el que no inventa y no miente
ni por acción ni por omisión deliberada. Young, el entrevistado de Greeley, era Segundo Profeta
Vidente y Revelador, Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
Había llevado una legión de mormones a una tierra prometida, en lo que hoy es el estado de
Utah, donde estableció un férreo gobierno, odiado en el resto de Norteamérica. No había
forma en que Greeley coincidiera con aquel lunático pero, como se comprueba al leer su
entrevista, no dejó que sus sentimientos infectaran el interrogatorio. Cuando pregunta si el
mormonismo es “una nueva religión o a una rama del cristianismo”, Young le contesta que “no
hay Iglesia cristiana si esa Iglesia no tiene un sacerdocio emanado de y en comunicación directa
con el Hijo de Dios”. Greeley pide entonces una aclaración: “¿Debo entender que tanto la
Iglesia de Roma como las otras que se dicen cristianas pero no mormónicas son heréticas y
están alejadas del camino de la salvación?”. La respuesta de Young: “Así es”. Greeley no hace
comentarios y pasa a otro tema. Pero al final de la entrevista consigna esto: “Reservo para otro
artículo cualquier crítica que quiera enunciar sobre el mormonismo. He querido hacer una
exposición fiel y completa de su doctrina en palabras de su propio profeta, en la medida en que
soy capaz de reproducirlas”. Greeley sentó así las bases éticas de la relación periodista-
entrevistado: El periodista debe adoptar una actitud neutral: el reportaje no es el lugar para
dar opiniones. El texto tiene que expresar fielmente los conceptos del entrevistado, sin
alteración alguna. Las palabras que se ponen en su boca deben ser, en lo posible, textuales.
(Hoy, cuando la palabra se graba, siempre es posible). R. Landor (firmaba así, con la inicial R. en
vez de su nombre) entrevistó en 1871 a Karl Marx en Londres. El reportaje, publicado en el
New York World, no es neutral. Inaugura la entrevista agresiva, en la cual el periodista provoca
a su entrevistado para que confiese o se irrite. Por momentos, el reportaje parece una
discusión entre pares. Comienza con una intencionada descripción: “Karl Marx es un doctor
alemán en Filosofía, dotado de una extensa erudición germánica. Nunca ha sido un trabajador.
Su departamento bien podría ser el de un próspero corredor de Bolsa. El ambiente en el que
me recibió era el de un hombre de buen gusto y situación desahogada” [Por razones de
espacio, esta cita está condensada, como las otras que se incluyen en el presente artículo].
Hace menos de dos meses cayó la Comuna de París: ese gobierno revolucionario, signado por
la violencia, que culminó en una atroz matanza de comuneros. Landor se sienta frente a Marx y
procura hacerle reconocer que la Asociación Internacional, de la cual el propio Marx es uno de
los líderes, dirigió la insurrección comunera desde Londres: —El desprecio generalizado hacia
ustedes debe responder a algo más que a la ignorancia de la gente. ¿Qué es en realidad la
Internacional? —Fíjese en quiénes la componen: son trabajadores. —¿Y si esos trabajadores
fueran sólo el instrumento de un grupo muy fuerte y, discúlpeme que lo diga, no muy
escrupuloso? —No hay pruebas que avalen tal idea. —¿Y la pasada insurrección en París? —
Exijo pruebas de que haya habido una confabulación. O incluso, en el supuesto de que haya
existido, exijo que se pruebe que en eso participó la Internacional. —Hubo en la Comuna
numerosos miembros de la asociación. —La insurrección fue obra de los trabajadores de París.
Los más capaces tuvieron que ser los líderes, y se dio la circunstancia de que los trabajadores
más capaces fueran miembros de la Internacional. La asociación como tal no es en forma
alguna responsable de sus acciones. Las respuestas de Marx no son convincentes; más bien,
parecen un vano intento de ocultar la verdad. Pero lo publicado por Landor, ¿es “una
exposición fiel y completa” de lo dicho por Marx? El suyo es un valioso antecedente del
reportaje agresivo, llevado adelante por un periodista que ha estudiado previamente al
personaje y sabe adónde llevarlo. En cambio, el texto hace pensar que Landor incurrió en el
vicio que a lo largo de los años se haría frecuente en cierto periodismo escrito: relatar las
entrevistas de modo que el periodista se luzca, en detrimento del entrevistado. Según el
húngaro George Urban, el reportaje debe ser un “detector de mentiras”. Para que el detector
funcione, la técnica de Landor es la menos aconsejable. George Sylvester Viereck enseñará
que, para arrancarle al entrevistado aquello que oculta, no hay que discutir con él y menos
ofuscarlo: si se lo hace, el entrevistado por lo general se enoja, se aferra a lo que quiere decir y
difícilmente se contradiga. Nadie se confiesa a los gritos. Un caso ejemplar de acorralamiento
es el que sufrió Richard Nixon en 1977. El periodista británico David Frost lo encerró de manera
tan hábil que el ex presidente acabó por decir: “Decepcioné a mis amigos, decepcioné al país.
Desilusioné [a quienes creen en] nuestro sistema de gobierno y [acabé con] los sueños de
todos esos jóvenes que querían formar parte de él, pero que [ahora] piensan que todo está
demasiado corrupto [...] Tengo que llevar esta carga por el resto de mi vida. Mi carrera política
está acabada”. Textual. Viereck vivía en Estados Unidos pero era alemán y fue un activo
defensor de Alemania durante las dos guerras mundiales. En 1934, cuando Adolf Hitler se
convirtió en Führer, él organizó un acto pro nazi en el Madison Square Garden, poblado de
banderas norteamericanas, cruces esvásticas y retratos de George Washington y el propio
Hitler, a quien había entrevistado en 1923, cuando aún no se identificaba con él. Su incisiva
entrevista sirvió para mostrar las verdaderas intenciones de Hitler, que en el caso del propio
Viereck lo acercaron al dictador, pero que fueron una alerta desoída por Europa. —¿Por qué
usted se dice social-nacionalista si su programa es la antítesis del socialismo? —El socialismo es
una antigua institución germánica y aria. Es la idea del bien común, que el marxismo ha
tergiversado. El verdadero socialismo no repudia la propiedad privada, no es internacionalista
sino nacionalista, patriótico, y considera que Estado y raza son una misma cosa. En mi esquema
no habrá lugar para el extranjero ni para el especulador. —¿Cuáles son los fundamentos de esa
plataforma? —Nosotros luchamos contra las fuerzas del desastre y la degeneración. —¿Y
dónde piensa realizar esa tarea? —Tenemos que retener nuestras colonias y expandirnos hacia
el Este. —¿Por qué no conquistar el mundo económicamente sin expandir el territorio? —Tanto
el imperialismo económico como el militar dependen del poder. No hay poder comercial a
escala mundial sin poder militar a escala mundial. —Pero suponga que, como respuesta,
Francia invade territorio alemán. Ya invadió el Ruhr una vez. Puede hacerlo otra vez. –Diez
millones de alemanes dispuestos a morir para que su país viva son más poderosos que
cincuenta millones cuya conciencia racial está infectada por los extranjeros. Europa no tomó
debida nota de los anticipos de Hitler. Quince años después de aquella entrevista, el primer
ministro británico, Neville Chamberlain, y el presidente de Francia, Edouard Daladier, todavía
creían que se podía apaciguar al Führer. Toleraron que invadiera Austria y, en un encuentro con
el propio Hitler, en Munich, aceptaron en 1938 que los nazis ocuparan una región de
Checoslovaquia, a cambio de una promesa de Hitler: les dijo que a partir de ese momento él
ponía fin a la expansión alemana. El periodismo, tanto en Inglaterra como en Francia, celebró
el acuerdo. En Londres, The Guardian dijo al regreso de Chamberlain: “Los pacificadores de
Munich retornaron ayer a Londres y recibieron la mayor gratitud que haya recibido jamás un
conquistador a su regreso. Ellos han hecho algo que difícilmente haya sucedido antes en la
Historia: salvar al mundo, en el último minuto, de una calamidad. En París, los diarios
publicaron una encuesta según la cual casi 60% de los franceses aprobaban el pacto. Hitler no
cumplió el acuerdo y siguió adelante en búsqueda de lo que le había dicho a Viereck: el poder
“a escala mundial”. Nazi, pero no antisemita, Viereck entrevistó también a dos prominentes
judíos, Albert Einstein y Sigmund Freud, inaugurando así el diálogo del periodismo con la
ciencia y la filosofía al más alto nivel. Discutiendo con quienes sostenían que la mecánica
cuántica estaba regida por la probabilidad (no por la causalidad), Einstein había pronunciado su
famosa frase: “Dios no juega a los dados”. No obstante esa invocación, se aseguraba que
Einstein era ateo. Viereck le arranca, sobre el tema, una declaración trascendente: —¿Acepta
usted la existencia histórica de Jesús? —Sin duda alguna. Nadie puede leer los Evangelios sin
sentir la presencia de Jesús. Su personalidad vibra en todas sus palabras. No soy ateo, y no
pienso que se me pueda llamar panteísta. Einstein es muy claro: “No soy ateo”. Y agrega que
tampoco es panteísta. A nadie le habría extrañado que lo fuera: el panteísmo no cree en una
divinidad antropomórfica sino en una energía. Sostiene que universo, naturaleza y Dios son una
misma cosa. La entrevista fue publicada por The Saturday Evening Post, la revista semanal
norteamericana, en 1929. Einstein murió en 1955 sin haberla desmentido nunca. En 1930, el
mismo Viereck entrevistó a Sigmund Freud, a quien definió como el “gran explorador de las
profundidades del alma”: Nuestra conversación tuvo lugar en la residencia de verano de Freud
en Semmering. Tenía el rostro contraído como si estuviera sufriendo. Lo habían operado de un
tumor maligno en la mandíbula superior y tenía implantada una prótesis mecánica. Me dijo
que detestaba esa mandíbula mecánica, pero prefería la subsistencia a la extinción. Hablan
mucho sobre la muerte –ese “gusano triunfador”, y Freud parece desearla: —¿No significa
nada para usted que su nombre lo sobreviva? —Todo lo que vive muere. ¿Por qué habría de
sobrevivir yo? —¿No le gustaría regresar de alguna otra forma? —Sinceramente, no. Cuando
uno percibe el egoísmo que subyace en la conducta humana, no tiene el menor deseo de
renacer. Me satisface que la molestia de vivir llegue finalmente a su término. Freud habla luego
de los aspectos más “desagradables” del ser humano: “su falsedad, su cobardía, su falta de
respeto”, y dice que son más “satisfactorias” las “sencillas e intensas emociones de un perro”.
Pero al finalizar la entrevista hace algo típico: el entrevistado que se arrepiente de algo que dijo
procura influir en la presentación que el periodista hará a los lectores. Estrechándole la mano,
Freud le pide a Viereck: “No me haga parecer un pesimista”. Los reportajes a Marx, Einstein,
Hitler y Freud nos hacen sentir que estamos asistiendo a un diálogo íntimo con protagonistas
del siglo XX. Luego vendrían los medios que nos permitirían ver y oír las entrevistas; pero la
ética periodística sigue siendo la que marcó Greeley en el primer reportaje de la historia:
objetividad, lealtad y fidelidad a los dichos del entrevistado. *Premio Pluma de Oro de la
Academia Nacional de Periodismo. (Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es
costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido
es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o
directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a perfilcom@perfil.com

S-ar putea să vă placă și