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II Jornadas de estudio de América Latina y el Caribe:

Desafíos y debates actuales

Eje Temático 9: Estado y Políticas Públicas

Apellido y Nombre: Bulla, Gustavo

Institución: Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales,


UBA

“LA TRANSFORMACIÓN DE LOS ESTADOS SUDAMERICANOS

COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD DE LAS

NUEVAS POLÍTICAS PÚBLICAS DE COMUNICACIÓN”1

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Resumen:

Se propone dar cuenta de los cambios operados en los estados nacionales respecto de las
tres décadas anteriores, en las cuales primaron las políticas neoliberales. Se intenta
analizar las transformaciones estatales en la dialéctica ruptura / continuidad tratando de
evitar las categorizaciones concluyentes, teniendo en cuenta que este proceso político de
carácter regional se encuentra en curso. Pero reconociendo que esos cambios, de distinta
profundidad según el caso que se analice, constituye la condición de posibilidad para el
desarrollo de esta nueva generación de políticas de comunicación que reconocen como
denominador común –más allá de los matices – la recuperación del rol de los estados
como reguladores, actores y promotores.

Los medios de comunicación concentrados en su estructura de propiedad, han


constituido durante el período analizado un polo de oposición a las nuevas políticas

1
El presente trabajo es un avance del proyecto de investigación bianual “Las políticas públicas de
comunicación en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Uruguay (2003 / 2013)”, que forma
parte del Programa de Reconocimiento Institucional de la Facultad de Ciencias Sociales.
públicas inclusivas, de ampliación de derechos y del acceso al consumo y de
redistribución de la riqueza. En torno de su prédica cotidiana han diseñado la agenda
pública de los retazos de los sistemas de partidos políticos implosionados tras la crisis
de legitimidad del neoliberalismo, logrando instituirse como referencia antagónica de
los gobiernos y a la vez como centro organizador de las opciones electorales opositoras.

Por ello, la valoración de las políticas públicas de comunicación, tendientes a la


democratización del acceso y la participación, a la diversificación de las voces, la
limitación de las posiciones dominantes y la creación de nuevos canales expresivos
tanto desde el sector público como del sector social / popular; excede largamente su
ámbito específico de actuación, formando parte de los ejes principales de la
confrontación política entre los sectores que pujan por profundizar el nuevo rumbo
estatal y quienes pretenden restaurar el Estado Neoliberal.

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Introducción

Tras el último cuarto del Siglo XX, signado en Latinoamérica por la aplicación
sistemática de políticas neoliberales, las crisis sucesivas de carácter económico, social y
por último político, han abierto la brecha en la Región para un comienzo distinto del
nuevo siglo con una orientación distinta de las políticas públicas – en algunos casos
antagónicas – y un nuevo rol del Estado.

El camino iniciado por las dictaduras chilena y argentina como auténticos laboratorios
de anticipación de lo que sería en los países centrales la llamada Revolución
Conservadora, se extendió en todos nuestros países más allá de los regímenes políticos,
más allá de los sucesivos gobiernos impuestos por la fuerza o aún por el voto popular.

Si bien en un análisis pormenorizado se pueden distinguir matices, profundidades y


velocidades en cada uno de los casos, en términos generales el denominado Consenso
de Washington presidió a nivel macro la concepción ideológica de las políticas públicas
aplicadas.

Ajuste estructural, endeudamiento externo exorbitante, apertura indiscriminada de la


economía, retiro del Estado de las actividades productivas y de los servicios públicos,
pérdida del control nacional sobre los recursos naturales, concentración oligopólica de
los mercados, flexibilización de la legislación laboral, mercantilización de la previsión
social, son sólo algunas de la líneas centrales del catecismo neoliberal que retrotrajo en
promedio a los pueblos latinoamericanos a la situación previa a los notables avances
producidos hacia el final de la primera mitad del siglo.

En ese contexto político, que por supuesto excedía largamente al país y la Región,
recordar las admoniciones sobre el fin de la historia, la tercera ola o el propio
pensamiento único, las políticas liberalizadoras también estuvieron a la orden del día en
el campo de las comunicaciones. Para muchos, incluso sin un espíritu celebratorio de la
decadencia civilizatoria que significa la ley del más fuerte en este caso
eufemísticamente denominadas como las leyes del mercado, fueron tomadas como un
dato más de la realidad, como algo lógico y razonable dentro del paradigma que
prácticamente gobernaba al mundo entero.

Los efectos que produjeron las políticas neoliberales en materia del complejo medios de
comunicación, telecomunicaciones e informática con una casi irresistible fuerte a la
convergencia, fueron mucho más profundos que lo sucedido en la Europa con memoria
del servicio público o en los propios EE.UU. con larga tradición de legislación
antimonopólica.

Otra vez, con matices, profundidades diversas y distintas dosis de audacia jurídica – o
más bien “anti” -, nuestra Región fue más lejos que ninguna otra en la re regulación a
favor de la concentración de la propiedad de las comunicaciones.

Ese mapa concentrado de los medios audiovisuales, las industrias culturales y las
telecomunicaciones, no sólo significaron un fenomenal aparato de convalidación
discursiva de la restauración conservadora mientras esos cambios involutivos se
aplicaban, sino que ante la implosión de los sistemas de partidos políticos que
legitimaron aquellas políticas se transformaron en centro opositor y resistente a las
políticas rupturistas con el orden neoliberal.

A diferencia de otros momentos históricos los medios masivos de comunicación


transformaron en los últimos treinta años notablemente su rol social. Si a principios de
los años ‘70s – para no ir más lejos – las vulgatas a derecha y a izquierda definían a los
medios como el cuarto poder y el canal de expresión de la ideología de la clase
dominante, respectivamente, a partir de la fenomenal conformación monopólica y
oligopólica de la estructura de propiedad operada en la Región, directamente hoy es más
apropiado concebir a los medios de comunicación concentrados como fracción de las
clases dominantes, ya no son sus meros voceros, sino que sus intervenciones en la
agenda pública incluyen la obtención de mejoras y la custodia de sus intereses
materiales más inmediatos.

La enajenación del patrimonio público, el endeudamiento externo suicida, las fugas de


divisas fueron encubiertas por los principales medios de comunicación de la Región
durante los años neoliberales. La diversificación de los emporios otrora periodísticos los
llevó a menudo a participar de todas las variantes de la especulación financiera, como
por ejemplo la ubicación sus acciones sobrevaluadas en los fondos privados de
administración de recursos de la previsión social que se implementaron en algunos de
nuestros países.

La impugnación de la política como camino para la transformación de nuestras


sociedades fue y sigue siendo el gran aporte que los medios de comunicación
concentrados le hacen al establishment del cual sin dudas forman parte.

La denuncia de una corrupción generalizada en la actividad política, la de presuntos


avasallamientos a la libertad de prensa, en fin, del autoritarismo populista, son los ejes
preferidos por las líneas editoriales opositoras para intentar socavar la legitimidad de los
gobiernos populares que emergieron en la Región tras la crisis terminal del
neoliberalismo.

La mascarada profesionalista que asumieron los medios de comunicación de masas a


partir del Siglo XX, siempre dejó ver a quien lo quisiera esa conjunción compleja y a la
vez eficaz de intereses comerciales y políticos. Sin embargo, nunca como en la última
década estos intereses quedaron expuestos prácticamente sin velos.

Nicolás Casullo lo sintetizó de manera notable: “En Latinoamérica los medios de


comunicación son la derecha”.

Un nuevo viejo debate

A principios de los ‘70s confluyen dos debates en torno al campo de la información y la


comunicación, que en realidad operaron de manera contemporánea e interinfluyente: el
reclamo por un mayor equilibrio informativo en el ámbito internacional y la necesidad
de intervención de los estados nacionales en los sistemas de medios de comunicación de
masas.

Como dos caras de una misma moneda, de lucha por la democratización de las
comunicaciones, el proceso de debate iniciado en 1973 por el Bloque de Países No
Alineados con su reclamo de un Nuevo Orden Internacional de la Información (NOII),
como el desarrollo conceptual con extraordinaria contribución del sector académico
latinoamericano que desembocó en las llamadas Políticas Nacionales de Comunicación
(PNC), constituyeron una referencia insoslayable para los pueblos del hemisferio sur no
sólo sometidos a la dependencia económica, sino que reforzada ésta por el ejercicio
desigual del derecho a la información y la comunicación.

Se podría señalar como pecado de juventud el que estos dos procesos coetaños de
denuncia, elaboración conceptual y síntesis política hayan llegado a la cúspide de sus
realizaciones en un momento histórico por demás inoportuno.

En efecto, quizá por esos caprichos de la historia, tanto la aprobación del Nuevo Orden
Mundial de la Comunicación y la Información (NOMIC) por parte de la Asamblea
General de la Unesco de Belgrado como el momento de maduración – al menos
conceptual - de las PNC en su etapa Contenidista coincidieron con una auténtica bisagra
que cambiaría el decurso de los acontecimientos a partir de la década de los ‘80s: el
triunfo de la – mal – llamada Revolución Conservadora.

El viejo ideario neoliberal surgido como crítica al Estado de Bienestar desde el período
iniciado con la posguerra logró implementar su programa monetarista de la mano de
primeros mandatarios de los países más poderoso de Occidente; la Primer Ministra
Margaret Tatcher en Gran Bretaña (1980), el Presidente Ronald Reagan en los EE.UU.
(1981) y el Canciller Helmut Khol en la ex Alemania Federal (1982).

El programa de cooperación internacional que preside al NOMIC pasó a ser una


antigualla en el mundo del capitalismo salvaje, de fase final de las experiencias de los
socialismos realmente existentes y del advenimiento de la así llamada Globalización. A
tal punto cambió el escenario que los EE.UU. que pasaron de considerarse víctima de la
dictadura de las mayorías que operaba en el seno de la Unesco, a retirarse lisa y
llanamente en 1983 de la organización perteneciente a las Naciones Unidas.
La salida de las dictaduras que regaron de sangre el suelo latinoamericano, encontró a
gobiernos surgidos del voto popular en su mayoría condicionados estructuralmente por
la espada de Damocles que supuso el inédito endeudamiento externo que redujo
extremadamente el margen de maniobra de los estados soberanos al punto de la asfixia.
Cada renegociación de créditos para afrontar el pago de los intereses astronómicos
generados por la deuda con los organismo multilaterales – FMI, BM, BID – implicó,
amén de un engrosamiento impagable de la deuda asumida, le cesión de la autonomía
nacional para diseñar y aplicar políticas públicas a favor de las mayorías.

Es en ese contexto estructural de profunda deslegitimación de las democracias


recuperadas que la política democratizadora de las comunicaciones concebida tan sólo
una década antes comenzó a asemejarse más a una ilusión lejana, a un dulce recuerdo,
que a la posibilidad efectiva de materializarse alguna vez.

Los grandes medios de comunicación cumplieron el doble papel de sumarse


protagónicamente al anuncio festivo de los tiempos nuevos de liberalización de los
mercados y a la vez, ser beneficiarios privilegiados de la modificaciones normativas
hacia el sector que les permitieron diversificarse y concentrarse alcanzando un poder
inusitado que convirtió en un cuento de niños a aquello de el Cuarto Poder.

Por lo general, los autores que describen las características que asumió el Estado
Neoliberal, suelen no referirse como un eje central al rol preponderante cumplido por
los medios de comunicación concentrados. ¿Sería pensable la aplicación de esas
políticas sólo con represión en el marco de un régimen político con elecciones libres y
periódicas?

Entender el rol cumplido por los medios de comunicación concentrados en nuestro


subcontinente mientras se empobrecía a la mayoría de la población, debería ayudarnos a
comprender más cabalmente por qué se han convertido en la principal trinchera
opositora a las experiencias políticas populares desarrolladas a partir del nuevo siglo.

¿Medios versus populismos?

Una de las estrategias más eficaces utilizadas por los medios de comunicación
concentrados para deslegitimar a las políticas públicas que vienen rompiendo con el
paradigma neoliberal es la pretendida estigmatización del signo ideológico de los
distintos gobiernos populares.

Para ello exhumaron una vieja categoría de las ciencias sociales de amplia y abusiva
aplicación en regímenes políticos populares latinoamericanos del Siglo XX: el
Populismo.

Tras el fracaso de los socialismos realmente existente, la amenaza al orden establecido


en nuestros países dejó de ser el comunismo, dando paso al populismo como nueva
bestia negra.

El gasto social excesivo, el clientelismo, el poco respeto a las instituciones republicanas,


el aislamiento internacional, las restricciones a la libertad de prensa, y hasta las peleas
familiares son atribuidos a las políticas populistas. El intento de descalificación, sin
entregar un mínimo argumento, llega a su clímax cuando alguna de las iniciativas
políticas de los gobiernos de la Región es tildada de chavista.

La satanización de la Revolución Bolivariana como emblema de las políticas


antineoliberales, la unidad de concepción de las líneas editoriales de los grandes medios
de la Región, no hacen otra cosa que demostrar a propios y extraños que los
denominadores comunes de nuestros gobiernos son muchos más que las diferencias. Así
como las redacciones de los grandes diarios funcionan como auténticos comandos en
jefe a la hora de armar las portadas día a día, esa sincronía ideológica también se
comprueba en el plano continental. Una sola línea editorial se reproduce en los grandes
medios liberales panamericanos, desde el extremo norte hasta nuestra Patagonia: no al
Estado fuerte, sí a los mercados todopoderosos.

Paradójicamente – o no tanto – la operación mediática de satanización de los gobiernos


populares de la Región surgidos en los últimos años, es una típica operación discursiva
populista. De alguna manera han construido un significante vacío que articula
demandas sociales heterogéneas, de signo opositor que van desde el rechazo a las
políticas de seguridad, hasta el alineamiento internacional, desde la política de derechos
humanos hasta la de ampliación de derechos, desde el reclamo por la inflación creciente
hasta por la intervención estatal en la economía.

Por supuesto que ésta no es la única utilización del concepto populismo, Ernesto Laclau
vino trabajando desde hace tiempo en un sentido antagónico al respecto. Desde su
perspectiva, el populismo no asegura ningún concepto ideológico, sino que es la forma
misma de la política en democracia. La agregación de demandas, la lógica
equivalencial, desde esta concepción conflictivista de la democracia es la posibilidad de
que ésta avance, se consolide y gane en legitimidad.

“La ruptura populista ocurre cuando tiene lugar una dicotomización del espacio social
por lo cual los actores se ven a sí mismos como partícipes de uno u otro de dos campos
enfrentados. Implica la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización
de todas ellas, en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder”. 2

No es descabellado afirmar que la ruptura populista en el caso argentino se haya


suscitado a partir de la aplicación por parte del Gobierno de la Resolución Nº125/08 del
Ministerio de Economía, según la cual se debían aplicar retenciones móviles a las
exportaciones de granos. Más allá del curso que tomó aquel conflicto social que
prácticamente partió en dos a la sociedad argentina, los medios masivos de
comunicación fuertemente concentrados durante la década del ’90, contribuyeron de
manera decisiva a la construcción de esa configuración social polarizada. La consigna
Gobierno vs. Campo tan inverosímil como eficaz fue impuesta por los más poderosos
medios de comunicación, que como nunca antes mostraron a quien quisiera verlo el
enorme poder que habían acumulado en las décadas anteriores en base a las concesiones
sucesivas arrancadas a los gobiernos neoliberales.

Por eso no debería extrañar que ese enfrentamiento inédito que los principales medios
de comunicación sostienen desde entonces con el Gobierno, haya encontrado su
respuesta también en una consigna parteaguas: Clarín miente. Donde la referencia al
grupo mediático más concentrado del país, excede largamente a esa sociedad comercial
y encuentra solidaridad en lo más granado de los medios y los periodistas opositores3.

Ese enfrentamiento abierto, a la luz del día, tuvo sus intentos de resignificación. El
relato opaco, despolitizador, intenta – por conveniencia – imponer la idea de una pelea
por motivos pocos claros entre el ex presidente Néstor Kirchner y el CEO del Grupo
Clarín, Héctor Magnetto.

2
Laclau, Ernesto: La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana, en revista Nueva Sociedad
Nº 205, Caracas, septiembre / octubre 2006.
3
“Entre el Gobierno y Clarín, siempre estuve con el más débil. En este caso Clarín”, entrevista de
Ernesto Tenembaum al periodista Jorge Lanata en el programa “Palabras más, palabras menos”, que se
emite por la señal de noticias TN (propiedad del Grupo Clarín)
Sin embargo hay razones históricas y de concepción del Estado y de la democracia para
entender mejor lo que podríamos llamar la ruptura populista y que tiene implicancias
muy destacadas en las políticas públicas de comunicación no sólo diseñadas por el
gobierno argentino, sino en general por los gobiernos populares de la Región.

Las Políticas Públicas de Comunicación de los gobiernos populares

Este marco de confrontación, no necesariamente elegido por los gobiernos, es el telón


de fondo de diversas Políticas Públicas de Comunicación (PPC) que se han diseñado, se
están aplicando y/o se están debatiendo en la Región.

El diagnóstico sobre la estructura de propiedad de los medios de comunicación de


nuestros países es por demás conocido en los ámbitos académicos y hoy se ha extendido
hacia la sociedad en su conjunto. La particularidad de las industrias culturales que
concentran capitales propiamente dichos y también capital simbólico, las convierte en
actividades económicas con tendencia a la conformación de mercados monopólicos u
oligopólicos, pero además como no producen mercancías corrientes, sino que trabajan
con información, con cultura y con memoria, esa combinación puede resultar muy
dañina desde la perspectiva de una sociedad democrática.

Si el control de un mercado determinado por parte de dos o tres agentes económicos le


trae perjuicios a la propia competencia, pero muy decididamente a los consumidores o
usuarios, dado que la posición dominante les fija barreras de entrada a nuevos
competidores, pero además le impone condiciones de todo tipo a los destinatarios de sus
productos. Esta situación, desde el vamos nociva, se agrava mucho más cuando lo que
se pone en juego es el derecho a la comunicación de toda la ciudadanía. Es por ello que
un estado democrático lo menos que puede hacer es regular en términos inclusivos el
acceso de toda la población a fuentes variadas de información y opinión, al
entretenimiento, a productos culturales, en fin, a todo lo que hoy puede ofrecer el sector
audiovisual.

Además, la utilización del espectro radioeléctrico, ese bien escaso y finito, que por tanto
es considerado patrimonio común de la humanidad, supone que si las regulaciones no le
ponen límites a la concentración, no diversifican el tipo de actores que pueden aspirar a
ser licenciatarios, a la desigualdad económica presente en la base del capitalismo, se le
estaría agregando un acceso desigual a la explotación de las frecuencias de radio y
televisión, es decir, la uniformización de las miradas y las voces sobre nuestras
realidades sociales, culturales y políticas.

Entonces no debería sorprender a nadie que los gobiernos populares de la Región, con
los debidos análisis de sus relaciones de fuerzas con las corporaciones mediáticas de
cada uno de los países, de manera coherente con la ampliación de derechos que en
general han tenido como horizonte de sus políticas públicas, hayan avanzado en nuevas
regulaciones y en la implantación de infraestructuras para garantizar la inclusión.

Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia han sancionado normativas de carácter general


que regulan distintos aspectos del sector audiovisual, entre los cuales se encuentra el
otorgamiento de licencias. Brasil y Uruguay, han sancionado normativas sobre algunos
aspectos parciales y tienen sendos proyectos – en el caso uruguayo con estado
parlamentario – para sancionar leyes de alcances similares a la de Argentina.

En cuanto a la implantación de infraestructura, la política más importante llevada


adelante por los gobiernos populares de la Región es la relativa a la televisión digital.
Brasil picó en punta con la elección de la norma japonesa (ISDB-T) a la cual le
introdujo algunas adaptaciones. El resto de los países tardaron un tiempo más en
decidirse. Pero a partir de adopción de la misma norma hecha por la Argentina hacia
mediados de 2009, se produjo la coincidencia de los demás gobiernos.

La decisión de los gobiernos populares de invertir en la implantación de la TV digital es


muy importante porque supone la incorporación de una nueva tecnología que ofrece
mayor calidad y diversidad de recepción, pero es estratégico que nuestros países hayan
coincidido el tipo de norma porque significa una plataforma tecnológica común sobre la
cual se pueden montar proyectos de integración cultural para los países de la Región.

Cuando se hizo el pasaje a la televisión color – hacia fines de los ‘70s – estos mismos
países adoptaron tres normas distintas, lo cual agregó una dificultad técnica a la política
aislacionista entre los países hermanos inspirada en la Doctrina de la Seguridad
Nacional.

Por supuesto, no todos los países le han destinado la misma energía ni le han derivado
los recursos necesarios con idéntica prioridad. Argentina exhibe la cobertura
prácticamente de todo su territorio con la instalación de las antenas transmisoras. Es
más, gracias a su desarrollo tecnológico, ha exportado ese equipamiento complejo a
Venezuela.

Otro andarivel por el cual han transitado las PPC de los gobiernos populares es por la
generación de contenidos y emisoras desde el sector público. Argentina que tenía un
sistema de medios estatales consolidado – aunque empobrecido – lo amplió
notablemente, sumando señales audiovisuales de producción propia que en su mayoría
hoy son tomados como referentes en la Región: Canal Encuentro y Paka Paka, son
seguramente las propuestas más acabadas de televisión cultural, educativa y de
entretenimiento de altísima calidad y alejadas de la concepción mercantilista de los
medios de comunicación. Además, desde 2009, el Estado se hizo cargo de los derechos
exclusivos de la transmisión del fútbol de primera división, quitándole una palanca
fundamental a las corporaciones con posición dominante y a la vez incluyendo a las
grandes mayorías proporcionándoles acceso gratuito a un espectáculo de fervor popular
inigualable.

Los países que aún no tenían sus canales de TV públicos los han creado en estos años.
Se registró en algunos países como Venezuela, una gran inversión en la producción de
contenidos y en el financiamiento de medios comunitarios. Además debe destacarse
como una política regional, le creación de la señal de noticias Telesur, que por impulso
venezolano ha sumado a otros países hermanos y que intenta presentar una alternativa
informativa a las señales con base en los EE.UU.

Por último, si bien no se ciñe estrictamente al sector audiovisual, la política pública de


ampliación de la infraestructura de acceso a Internet que se viene materializando en los
distintos países supone con toda nitidez despojar al mercado de la decisión de quienes
deben acceder o no al mundo virtual.

Debe destacarse especialmente en este terreno el esfuerzo hecho por los gobiernos
uruguayo y argentino a través de los planes Ceibal y Conectar igualdad
respectivamente, que consiste en la provisión de computadoras portátiles a los
estudiantes de la escuela pública con el fin insoslayable de achicar la brecha digital, que
en estos tiempos implica la profundización de la brecha social en nuestras sociedades.
Exactamente al revés

Los propietarios de la gran prensa y de las corporaciones mediáticas latinoamericanas


suelen esgrimir que los gobiernos populares por su presunto carácter autoritario,
restringen la libertad de prensa para evitar que trascienda la crítica del así llamado
periodismo independiente.

Nos encontramos aquí con un mecanismo discursivo que los psicoanalistas no dudarían
en denominar proyección, ya que los gobiernos populares de la Región, al asumir
políticas públicas distintas, cuando no antagónicas con las neoliberales, se han
granjeado la oposición sin ambages de los grandes medios de comunicación, por el
paradigma noventista puesto en cuestión, pero también por los intereses corporativos
inmediatos que inevitablemente se ven afectados por las PPC, por su orientación
democratizadora e inclusiva.
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