mismo. Aprendemos y seguimos adelante sin hacer juicios.
No necesitamos juzgar; no necesitamos culpar ni sentirnos culpables. Sólo
necesitamos aceptar nuestra verdad y proponernos un nuevo principio. Si somos capaces de vernos a nosotros mismos tal y como somos, habremos dado el primer paso hacia nuestra propia aceptación, hasta anular el rechazo de uno mismo. Desde el mismo momento en que somos capaces de aceptarnos como somos, todos los cambios son posibles. Todas las personas tienen un valor, y la vida respeta ese valor. Pero ese valor no se mide en dólares ni en oro; se mide en amor. Más que eso, se mide en el amor hacia uno mismo. Tu valor viene dado por la cantidad de amor que te tienes a ti mismo: y la vida respeta ese valor. Cuando te amas a ti mismo, tu valor es muy alto, lo cual significa que tu tolerancia frente a los maltratos que tú mismo te infliges es muy baja. Es muy baja porque te respetas. Te gustas tal y como eres y eso aumenta tu valor. Siempre que haya cosas en ti que no te gustan, tu valor será un poco más bajo. En ocasiones, la autocrítica es tan fuerte que la gente necesita atontarse para poder estar consigo misma. Cuando no te gusta una persona, puedes apartarte de ella. Cundo no te gusta un grupo de gente, te puedes apartar de él. Pero si no te gustas a ti mismo, no importa adónde vayas, siempre estarás ahí. Para evitar tu propia compañía necesitas tomar algo que te atonte, que aparte tu mente de ti. Quizás el alcohol te ayude. O quizás alguna droga. Puede que la comida: sólo comer, comer y comer. Pero el maltrato de uno mismo puede llegar a ser mucho peor que todo esto. Hay gente que realmente se odia a sí misma. Es autodestructiva, se mata poco a poco porque no tiene la suficiente valentía para hacerlo de golpe. Si observas a las personas auto destructivas, verás que atraen a gente parecida. ¿Qué hacemos cuando no nos gustamos a nosotros mismos? Intentamos atontarnos con alcohol a fin de olvidar nuestro sufrimiento. Esa es la excusa que utilizamos. ¿Y adónde vamos para obtener alcohol? Vamos a un bar a beber, y una vez allí ¿adivina con quién nos encontramos? Con alguien igual que nosotros, alguien que también intenta evitarse a sí mismo y atontarse. Así pues, nos atontamos juntos, empezamos a hablar de nuestros sufrimientos y nos comprendemos muy bien. Hasta empezamos a disfrutarlo. La razón de que nuestro entendimiento mutuo sea tan perfecto es porque vibramos en la misma frecuencia. Ambos somos auto destructivos. Entonces yo te hago daño y tú me haces daño: una relación perfecta en el infierno. ¿Qué ocurre cuando cambias? Por la razón que sea, ya no necesitas el alcohol. Ahora te sientes bien cuando estás contigo mismo y realmente lo disfrutas. Ya has dejado la bebida, pero tienes los mismos amigos y todos beben. Se embriagan, empiezan a sentirse más felices, pero tú ves claramente que su felicidad no es real. Lo que llaman felicidad es una rebelión en contra de su propio dolor emocional. En esa «felicidad» están tan heridos que se divierten causando dolor a otras personas y a sí mismos. Al final, te resulta imposible encajar en ese ambiente, y por supuesto, ellos se enfadan contigo porque advierten que han dejado de gustarte. «Oye, veo que me rechazas porque has dejado de beber conmigo, porque ya no nos emborrachamos juntos.» Ahora es el momento de hacer una elección: retroceder o bien avanzar hacia otra frecuencia distinta y conocer a aquellos que acabarán por aceptarse a sí mismos como lo estás haciendo tú. Por fin descubres que existe otro reino de realidad, una nueva manera de relacionarse y ya no aceptas determinados tipos de maltrato.
VIII
Sexo: el mayor demonio
en el infierno
Si fuésemos capaces de sacar a los seres humanos de la creación del universo,
veríamos que toda ella -las estrellas, la Luna, las plantas, los animales, todas las cosas- es perfecta tal y como es. La vida no necesita justificaciones ni juicios; sin nosotros sigue funcionando igualmente. Ahora bien, si incluyes a los seres humanos en la creación, pero arrebatándoles la capacidad de juzgar, descubrirás que somos exactamente iguales al resto de la naturaleza. Ni buenos ni malos ni tenemos razón ni estamos equivocados: somos sencillamente como somos. En el Sueño del Planeta, tenemos la necesidad de justificarlo todo: hacer que todo sea bueno o malo, correcto o incorrecto, cuando, sencillamente, las cosas son como son y punto. Los seres humanos acumulamos muchos conocimientos; aprendemos todas esas creencias, toda esa moral y las reglas de nuestra familia, de la sociedad y de la religión. Basamos la mayor parte de nuestra conducta y de nuestros sentimientos en esos conocimientos. Creamos ángeles y demonios, y claro, el sexo se convierte en el mayor demonio del infierno. El sexo es el mayor pecado de los seres humanos, cuando el cuerpo humano está hecho para el sexo. Biológicamente eres un ser sexual, y no hay más. Tu cuerpo es muy sabio. Toda la inteligencia reside en los genes, en el ADN. El ADN no necesita comprender ni justificar las cosas; sólo sabe. El problema no reside en el sexo. El problema reside en el modo en que manipulamos el conocimiento y en nuestros juicios, cuando, en realidad, no hay nada que justificar. A la mente le resulta muy difícil rendirse, aceptar que es, sencillamente, como es. Tenemos toda una serie de creencias sobre lo que debería ser el sexo, sobre cómo deberían ser las relaciones, y esas creencias están completamente distorsionadas.