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Lectura: LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL
1
Cl. Geffré, La mort comme nécessité et comme liberté : La Vie Spirituelle 108 (1963) 267.
2
Cf. M. Scheler, Tod und Forleben, en Schriften mis dem Nachlass, Bern 1954, 9.
3
Cf. E. Levinas, Totalité et infini, 209.
4
Cf. J. H. Newman, Grammar of Assent, London 1892, 36.
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ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
5
M. Heidegger, El ser y el tiempo, 211, 370.
6
La remoción de la muerte es característica para una parte de la civilización occidental
intensamente industrializada. Formas extremas se observan en los Estados Unidos: cf. por
ejemplo la película «Querido difunto», según la sátira de E. Waugh, The loved one, London
1950. La bibliografía sobre la remoción de la muerte en la vida social es muy amplia en la
actualidad, cf. por ejemplo P. Berger, The noise of solemn assemblies, New York 1961; D.
Oberndórfer, Von der Einsamkeit des Metischen in der modemen amerika-nischen
Gesellschaft, Freiburg 21961; A. Planck, Die Gesellschaft und das Bose, Frankfurt 51968; W.
Fuchs, Todesbilder in der modemen Gesellschaft, Frankfurt 1969; N. Versluis,
Desconocimiento social de la muerte: Concilium 7 (1971) n. 65, 291-303; J. Mitford, The
american way of death, New York 1963; P. Aries, La mort inversée. Le changement des
attitudes devant la mort dans les sociétés occidentales: La Maison-Dieu (1970) n. 101, 57-89;
A. Godin, La mort a-t-elle changé ?: Lumen Vitae 266 (1971) 295-318.
7
B. Pascal, Pensées, ed. Brunschvicg, n. 168.
8
Confessiones, lib. IV, 4.9.
9
Cf. A. Schaff, Marx oder Sartre, Wien 1964, 65.
10
G. Marcel, Présence et immortalité, Paris 1959, 182: «No dudo en afirmar que mi vida sin
más — y la vida misma de mi espíritu— se han desarrollado bajo el signo de la muerte de los
demás; ése es el lejano origen de la controversia que me enfrentó con Léon Brunschvicg en el
Congreso Descartes de 1937; cuando él me reprochó que concedía más importancia a mi
propia muerte que la que él concedía a la suya, le respondí sin vacilar: "Lo que importa no es
mi muerte, ni la suya, sino la muerte de las personas que amamos". En otras palabras, el
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irreversible? ¿Qué significa para un ser humano el que tendrá que morir algún
día? La reflexión sobre esta temática y la superación concreta de la misma en
la propia existencia resulta bastante más importante y decisiva que saber el
número de días que todavía nos quedan por vivir.
14
El ser y el tiempo, 253-291; cf. J. Gevaert, El ateísmo frente al problema de la muerte y
de la inmortalidad, en El ateísmo contemporáneo III, 305-334; A. de Waelhens, La
philosophie de Martin Heidegger, Louvain-Paris 51967, 135-151; R. Jolivet, Le problème de la
mort chez M. Heidegger et J. P. Sartre, Saint Wandrille 1950.
15
El ser y el tiempo, 256.
16
Ibid., 289.
17
Ibid., 278-279, 282.
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18
Ibid., 288, 276.
19
Ibid., 284.
20
Ibid., 285.
21
Ibid., 278.
22
Ibid., 288-291.
23
Esta exposición se limita a las ideas que aparecen en L'être et le néant, Paris 1943; cf. R.
Jolivet, o. c.
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24
L'être et le néant, 617.
25
Ibid., 621.
26
Ibid., 624.
27
Ibid., 631.
28
Ibid., 624-628.
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intentado poner fuera de sí. En otras palabras, no hay ninguna esperanza 29. El
porvenir no puede ofrecer absolutamente nada. La vida como proyecto
necesario de la libertad es realmente una pasión inútil.
¿Habrá que suicidarse entonces? También el suicidio es absurdo. De todas
formas es mejor vivir en el presente, como proponía A. Gide, realizando todas
las experiencias que la libertad nos permita. Es lo que afirma también en un
comentario a la novela El extranjero de A. Camus:
El hombre absurdo no se suicidará, ya que quiere vivir sin renunciar a
ninguna de sus certezas, sin mañanas, sin ilusiones, ni siquiera con
resignación. El hombre absurdo se afirmará en la revuelta. Mira a la
muerte con una atención apasionada y esa fascinación lo hace libre.
Conoce la divina irresponsabilidad del condenado a muerte. Todo está
permitido, ya que Dios no existe y hay que morir. Todas las experiencias
son equivalentes; lo único que conviene entonces es realizar el mayor
número posible de ellas30.
c) La imposible esperanza
A. Camus busca afanosamente un camino intermedio entre la ausencia de
esperanza y la repulsa del absurdo radical31. Al tener que morir, todos los
hombres son extranjeros en el mundo. Durante cierto período de tiempo el
hombre consigue rechazar esta convicción, sumergiéndose en el anonimato de
la vida moderna. Pero algún día la verdadera condición de la existencia se
revela en toda su crudeza. El hombre se ve condenado a un destierro
insanable «dado que el mundo está privado de los recuerdos de una patria
perdida y de la esperanza de una tierra prometida»32. La conciencia de estar
radicalmente sometido al tiempo suscita el horror y engendra en todos los
hombres el sentimiento de lo absurdo. La muerte se presenta como la
alienación fundamental de la existencia. No existe el mañana, no existe el
porvenir, ya que la muerte destruye todas las ilusiones33.
Camus rechaza tanto el salto al absurdo del suicidio, porque sería una
huida, como el salto religioso, porque sería la búsqueda de una excusa para
no comprometerse y porque es inexistente. ¿Qué es lo que queda entonces
delante de la muerte? Intentar si es posible vivir sin esperanza, aunque sin
recaer en la desesperación radical34. El absurdo fundamental que se perfila a
la luz de una reflexión rigurosa sobre la existencia expuesta a la muerte
queda continuamente rechazado por la experiencia concreta: no puede
aceptarse que el amor al pobre, al necesitado, al inocente, sea una cosa
29
Ibid., 628.
30
J. P. Sartre, Situations I, Paris 1947, 103.
31
Sobre la postura de A. Camus, cf. P. Kampits, La morte et la révolte dans la pensée d
Albert Camus: Giornale di Metafísica 23 (1968) 19-28.
32
A Camus, Le mythe de Sisyphe, Paris 1943, 18.
33
Ibid., 81.
34
Ibid., 49.
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35
Ibid., 81-82.
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Cf. dos artículos nuestros sobre este problema: Problemática della morte nella riflessione
marxista piú recente: Salesianum 29 (1967) 549-567 y el ya citado El ateísmo frente al
problema de la muerte y de la inmortalidad.
37
Cf. M. Verret, Les marxistes et la religion, Paris 21961, 273.
38
Cf. G. Mury, Le marxiste devant la mort: Supplément de La Vie Spirituelle 77 (1966) 231.
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La muerte parece ser una dura victoria del género sobre el individuo y
contradecir la unidad de ambos; pero el individuo determinado es sólo un ser
genérico determinado, y en cuanto tal, mortal39.
Es verdad que se encuentran en Marx interpretaciones implícitas de la
muerte. Especialmente la repulsa de toda trascendencia religiosa incluye
también una interpretación de la muerte. La problematicidad personal de la
muerte surgiría en conexión con el estado de alienación en que yace la
existencia y que se traduciría en ideas y en consideraciones religiosas. En este
sentido habría que pensar que para Marx la muerte perderá su sentido
negativo en el comunismo realizado, ya que se morirá en paz después de
haber vivido profundamente y sin ninguna alienación todas las posibilidades
de la existencia humana. Solamente quedará quizás el aspecto de su dureza
psicológica40.
Entre todos los clásicos del marxismo se encuentra esta misma negligencia
o ignorancia del problema.
En estos últimos decenios algunos pensadores marxistas han recogido la
temática de la muerte, en primer lugar para defenderse contra la acusación
de actitud burguesa y decadente frente a la muerte. Si Marx no ha hablado de
la muerte, se observa, es porque debió tener sus buenas razones para ello.
Por consiguiente hay que buscar justificar teóricamente por qué en el
marxismo la muerte no constituye un problema humano. Otros insisten en
decir que el marxismo no resuelve problemas de este tipo a través de razona-
mientos teóricos, sino únicamente en la praxis. El hombre que vive su
existencia dentro de una clave marxista, esto es, con espíritu de clase y
totalmente al servicio de la causa futura, supera concretamente la
problematicidad de la muerte. Para vivir heroicamente y afrontar con valentía
la muerte no se necesita ni mucho menos la perspectiva de la inmortalidad
personal. Los ideales comunistas llenan por completo el alma 41. La muerte del
individuo no compromete de ninguna manera la realización de estos ideales.
Mi muerte no cambia el curso del mundo. La muerte de los individuos, que por
otra parte está en perfecta conformidad con su naturaleza biológica, no
compromete para nada la realización del hombre42.
Así pues, el marxismo insiste en que no hay que defenderse de la muerte,
sino de todas las condiciones sociales que hacen problemática a la muerte. No
es la muerte, afirma M. Verret, lo que constituye un problema para la
existencia. La misma muerte se hace problemática cuando la existencia es
problemática, esto es, alienada. Por tanto, el marxista tiene que
comprometerse a fondo en la lucha contra toda especie de alienación y
resolver de este modo, de forma indirecta y práctica, los aspectos
problemáticos de la muerte. En esta tarea el hombre marxista no puede
39
K. Marx, Manuscritos: economía y filosofía, Madrid 41972, 147.
40
Cf. G. Martelet, Victoire sur la mort, Lyon 1962, 43-84.
41
Cf. E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, Frankfurt 1959, 1378-1379.
42
Cf. M. Verret, o. c, 167-169.
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contar con ningún poder fuera del hombre. No hay ninguna esperanza en el
paraíso o en una inmortalidad personal que sostenga la lucha. El hombre es el
único responsable ante los problemas y ante su solución. Los marxistas están
convencidos de que han contribuido mucho a quitar del mundo muchas formas
de muerte alienada43.
Así pues, el marxismo parece minimizar la muerte en dos niveles. Por un
lado la muerte debería ser simplemente un hecho biológico en conformidad
con las leyes de la especie, la sustitución de unos individuos desgastados y
viejos por otros nuevos seres llenos de energía y de dinamismo: el hombre que
ha cumplido con su función tiene que ser reemplazado. Por otra parte, esto
es, a nivel específicamente humano, la muerte se volvería totalmente
inofensiva gracias a la actitud marxista frente a la realidad social; para el
hombre que vive en plena armonía con su naturaleza social, al trasbordar sus
valores y sus razones de vivir al futuro de la clase obrera, la muerte no sería
nada. Cuando el hombre se lo ha dado todo a los demás, la muerte ya no
tiene nada que destruir ni que comprometer44.
Algunos marxistas contemporáneos, como por ejemplo R. Garaudy, aluden
brevemente al valor educativo de la muerte. La muerte, si se la mira cara a
cara, nos enseña que el verdadero sentido del hombre no está en la línea del
tener, ya que ella borra todo tener personal y toda propiedad privada. Es
igualmente insuficiente, a la luz de la muerte, el amor en circuito cerrado
entre dos personas, ya que ese amor sucumbe radicalmente. Por tanto la
muerte nos enseña a abrirnos a la fraternidad universal que queda después de
la muerte del individuo. Es preciso perpetuarse en la humanidad futura a
través de nuestra aportación a la realización de una sociedad sin opresiones
en la que cada uno pueda ser perfectamente hombre45.
A pesar de todo esto, actualmente se va abriendo camino entre algunos
pensadores marxistas la idea de que la muerte, aunque liberada de todas sus
diferentes alienaciones sociales, sigue siendo un problema humano auténtico
y verdadero. No cabe duda de que es preciso resolver los problemas sociales
para estar en disposición de formular este problema en sus justos términos.
Pero no quedará resuelto por ninguna revolución social y por ningún progreso
técnico o científico. El problema de la muerte natural es reconocido por E.
Bloch46, incluso en referencia con el problema del sentido de la historia.
Habrá que encontrar una solución a este problema de la muerte, si se quiere
que el significado de la historia no quede radicalmente comprometido.
Podría decirse que la repulsa masiva de la muerte por parte del marxismo
se va debilitando a medida que emerge el valor inalienable de la persona
humana y de las relaciones estrictamente interpersonales en la clave yo-tú. La
relación entre el valor del individuo y la muerte como problema humano era
43
Ibid., 166, 175-176.
44
Cf. G. Mury, a. c, 241-242.
45
R. Garaudy, Postface, a J. Girardi, Marxisme et christianisme, Paris 1968, 313-314.
46
Cf. E. Bloch, o. c., 1381.
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por otra parte algo que ya conocía el marxismo clásico. Lo que pasa es que el
marxismo había criticado siempre la legitimidad de una antropología que
concede la primacía al individuo47. H. Marcuse ha escrito que «el hombre
puede morir sin angustia si sabe que lo que ama está protegido de la miseria y
el olvido»48. Pues bien, éste es precisamente el problema: si todos tienen que
ir al encuentro de la muerte, ¿estará alguna vez alejado plenamente el riesgo
de aquellas personas que amamos?49
1. La muerte «humana»
Sin embargo, desde el punto de vista de la antropología filosófica es
totalmente inaceptable considerar la muerte del hombre primaria o
exclusivamente como un problema biológico. El dualismo antropológico, que
se remonta a Descartes, y las antropologías materialistas han mostrado
constantemente la tendencia a colocar la muerte en la esfera puramente
biológica. Como tal, esto es, como perteneciente a la corporeidad puramente
objetiva, no interesa a las dimensiones «humanas» de la existencia que son
concebidas, bien como pura espiritualidad no mezclada con el cuerpo, bien
como esfera socio-cultural que se realiza por encima de la esfera biológica.
Pues bien, los presupuestos mismos de esta interpretación no pueden
aceptarse. El hombre no es un cuerpo objetivo y animal que esté ligado
exteriormente a un alma espiritual y humana. El cuerpo es primariamente un
cuerpo «humano». Las condiciones del cuerpo son condiciones «humanas». Los
aspectos objetivos y biológicos le pertenecen indudablemente, pero son
aspectos parciales respecto a la totalidad del cuerpo humano concreto, que es
presencia y lugar de la realización humana. A la luz de la unidad del hombre
con su propio cuerpo la muerte no es nunca sólo ni primordialmente un hecho
biológico, objetivo y neutro, sino una condición existencial y humana. No es
solamente el cuerpo el que muere; es el hombre el que muere. Todo el
47
M. Verret, o. c, 167.
48
H. Marcuse, Eros y civilización, Barcelona 21968, 218.
49
No sólo las antropologías materialistas, sino también las dualistas o las demasiado
unilateralmente espiritualistas, se olvidan de la muerte como realidad «humana». Se insiste
tanto en la independencia del espíritu respecto a la materia y en la certidumbre de la
inmortalidad personal que la misma realidad de la muerte queda minimizada y banalizada. No
se examina la verdadera problemática filosófica y humana. La ruptura de la muerte es
presentada como si se tratase de un cambio de lugar, de un paso al otro lado de la puerta,
donde todo continúa más o menos como en este mundo. Cf. E. Schillebeeckx, Leven ondanks
de dood in heden en toekomst: Tijdschrift voor theologie 10 (1970) 419-422.
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50
Cf. J. Pieper, Muerte e inmortalidad, Barcelona 1970, 56 s; K. Rahner, Sentido teológico de
la muerte, Barcelona 21969, 18-29.
51
Hay indudablemente algo de verdad en la postura de Sartre, ya que la muerte sobreviene
sin la libertad o contra la libertad humana. Es también violencia infligida contra el hombre y
como tal obedece o parece obedecer a una ley extraña, cuya naturaleza será preciso
establecer ulteriormente.
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52
El tema de la muerte como violencia ha sido desarrollado por E. Levinas; cf. nuestro
artículo L'escatologia di E. Levinas: Salesianum 32 (1970) 601-618.
53
Cf. E. Fink, Metaphysik und Tod, Stuttgart 1969, 43-49.
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54
Esta definición tiene una larga tradición; es defendida todavía por J. Pieper, o. c, 47-71; C.
Tresmontant, El problema del alma, 165-179. Ha sido sustancialmente criticada por K.
Rahner, o. c, 18-28; Cl. Geffré, a. c., 269.
55
K. Rahner, o. c, 19-20.
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clara del misterio de la muerte, para poder formular más adecuadamente los
mismos términos del problema de la inmortalidad personal.
La muerte como separación del alma espiritual y del cuerpo resulta sin
embargo aceptable a nivel filosófico si se toma al cuerpo en un sentido
verdaderamente «humano». La muerte indica entonces la separación violenta
del mundo humano en el que se vive, se espera y se ama. La decadencia del
cuerpo expresa todo el drama humano de la muerte, que suscita el problema
del sentido fundamental de la existencia.
Si la definición de la muerte como separación de alma y cuerpo resulta
menos adecuada para iluminar el misterio humano de la muerte, hay que
decir lo mismo del binomio natural-antinatural. Las consideraciones sobre el
carácter natural y antinatural de la muerte han tenido siempre cierto interés
en el ámbito de la teología cristiana. Recientemente J. Pieper nos ha ofrecido
una clara y nítida exposición de este aspecto del problema de la muerte56.
¿Por qué el hombre vive la muerte como destrucción, como ruptura, como
violencia y tragedia humana? ¿Por qué la muerte, a pesar de algunos aspectos
de naturaleza, se presenta fundamentalmente como antinatural y reviste el
carácter de pena y de castigo? La muerte, se responde, introduce la
separación violenta de dos elementos que en su esencia tienen que estar
unidos: el cuerpo y el alma. Para comprender el carácter dramático y
problemático de la muerte, es preciso presuponer en el hombre una tendencia
(deseo) natural hacia la unidad de su propio ser, y por eso mismo una repulsa
de la muerte como condición antinatural. La naturaleza se opondría con todas
sus fuerzas a una situación que está en contra de la naturaleza.
Efectivamente, la muerte, al ser separación del alma y del cuerpo, sería una
amputación o mutilación del hombre, ya que el anima separata no realiza
todas las dimensiones esenciales de la naturaleza humana.
Sin entrar a fondo en la complicada discusión sobre este tema y sin negar la
verdad de semejantes consideraciones, se puede sin más decir que a través de
este camino será difícil aclarar y hacer comprender el drama «humano» de la
muerte. En efecto, la problemática de la muerte humana no está situada al
nivel de una naturaleza humana abstracta, sino en la trama viva del individuo
que está ligado a los demás en el mundo para realizar el sentido de su propia
existencia. Reducir previamente el hombre (naturaleza humana) a una pobre
y abstracta definición (cuerpo y alma) para aclarar luego sobre esa base un
problema sumamente concreto y personal, es algo que no resultará nunca
convincente. El drama «humano» de la muerte parece ser algo muy distinto
del deseo natural de un alma espiritual de su unión con el cuerpo. El horror y
la repulsa de la muerte no consiste en el miedo a perder el cuerpo ni en la
perspectiva de una existencia humana mutilada y disminuida. El problema
«humano» de la muerte es en primer lugar el problema del significado
definitivo y último de la existencia. La muerte es drama «humano» porque
parece comprometer a fondo o por lo menos hipotecar la posibilidad de
56
J. Pieper, o. c, 73-128.
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59
Cf. H. Marcuse, Triebstruktur und Gesellschaft, Frankfurt 1968, 231-233.
60
M. Verret, o. c , 175.
61
E. Levinas, Totalité et infini, 140.
62
J. P. Sartre, L'être et le néant, 628: «la muerte representa una total desposesión».
63
M. Verret, o. c, 273.
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una luz positiva sobre el significado mismo del tener: la búsqueda de bienes
materiales y culturales, la creación de una civilización humana, el reino del
tener y de las estructuras en general, tienen sentido si sirven a la promoción
de los demás y son usados para reconocer a los otros. Las cosas son en su
propia esencia no ya cosas para poseer y conservar, sino realidades para dar.
«Las cosas, dice Levinas, no se manifiestan como algo que se construye, sino
como algo que se da»64. En el ámbito de la humanidad histórica lo único que
se salva después de mi muerte y lo que se perpetúa en las demás
generaciones es la fraternidad del don. Todo el que haya puesto el significado
de su propio trabajo en la promoción de la bondad del otro, tendrá el gozo de
ver cómo permanece su significado incluso después del ocaso de su propia
existencia individual.
R. Garaudy ha insistido en la estrechez de un amor puramente
interpersonal entre dos personas, de un amor en circuito cerrado y
esencialmente infecundo. No es que este amor esté privado de grandeza y de
valor. Pero buscar en ello el sentido último y exclusivo de la propia existencia
significa perder la propia vida, ya que la muerte borra por completo la figura
terrena de ese amor. La muerte amenaza a toda existencia individual e invita
por consiguiente a romper el círculo cerrado para abrirse en la fecundidad y
en el trabajo por la fraternidad universal, afanándose por un mundo más
humano, por la justicia, por la paz, etc.65.
Consideraciones análogas son las que ha hecho también E. Levinas, dentro
de una perspectiva creyente. La muerte no perdona el amor infecundo. La
muerte invita al hombre a trasmitir la propia vida y el amor al hijo. Más que
cualquier obra material o cultural, el hijo es la obra humana por excelencia.
En un nuevo ser humano es preciso despertar la llama de la personalidad y del
amor, mediante la palabra que se le dirige y el amor que se le da. Esto
encierra perspectivas indeterminadas en el porvenir de la humanidad, ya que
toda persona humana puede emprender de nuevo esta obra, renovando
perpetuamente la experiencia humana. Vivir y renacer infinitas veces en los
hijos y en los hijos de los hijos66.
En tercer lugar hay que advertir que la muerte relativiza también todas las
funciones sociales. La muerte nos enseña la absoluta igualdad de todos los
seres humanos, nivelándolos a todos en la misma prueba y desventura. Todos
vuelven al polvo de la tierra. Bajo el aspecto del tener y de las funciones
sociales, todos los hombres sin excepción son igualmente pobres ante la
muerte. También en este caso la muerte nos invita a ver todas las funciones
sociales como un servicio que intenta promover a los demás y fomenta la
convivencia humana. Nos invita a construir un mundo más humano en donde
se reconozca de hecho la igualdad fundamental de todos.
64
E. Levinas, Totalité et infini, 49.
65
R. Garaudy, o. c, 314.
66
E. Levinas, o. c., 246.
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67
S. de Beauvoir, Tous les hommes sont mortels, Paris 1947.
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poder del hombre. Con ella el hombre pierde también totalmente el poder
sobre su propio cuerpo. Sobre todo la muerte revela la imposibilidad final de
realizar el significado de la propia existencia, ya que separa al hombre de la
comunión con el mundo y con los demás que son constitutivos del significado
existencial. Precisamente en esta experiencia de ver que le quitan a uno todo
de las manos es donde se puede ver con claridad que todas las posibilidades
de la existencia se apoyaban en la fuerza de un «don». El que yo pueda
realizarme en el mundo y encontrar la expansión de mi vida en la comunión
con los demás, el que yo pueda amar y ser amado por los otros, todo esto es
un «don» que el hombre encuentra y que como tal queda esencialmente fuera
del poder dominativo del hombre. La autonomía parece estar basada en una
fundamental heteronomía. Es la idea que desarrolla A. Dondeyne:
Es por otra parte una verdad reconocida por todos que la proximidad de la
muerte posee el poder misterioso de sacudirnos y despertarnos a la seriedad de
la vida. Esto significa el hecho de que en la contemplación angustiosa de la
muerte me sienta yo colocado ante mi propia responsabilidad y caiga
súbitamente en la cuenta de que no son los acontecimientos terrestres, mis
éxitos o mis fracasos los que decidirán, en definitiva, del sentido de mi vida,
sino más bien lo que yo he hecho o vaya a hacer de ella. Ante la realidad de la
muerte estoy como solo conmigo mismo y en esta soledad me percibo como
totalidad... La angustia me arroja hacia el misterio de mi existencia y de mi
religación al ser. La soledad cara a la muerte me hace comprender o, al menos,
presentir que yo no soy ni el fundamento ni la norma última de los valores, que
la vida auténtica no consiste en hacer lo que me parezca..., como si mi vida
poseyese un sentido que está en mí, pero que no viene ni únicamente, ni
finalmente, de mí68.
La experiencia de la muerte —siempre que se lleve a cabo real y
existencialmente— pone por consiguiente al hombre frente a un límite
concreto: la finitud de la propia existencia. Toda libertad y toda iniciativa se
ven limitadas, esto es, impotentes frente al significado fundamental de la
propia existencia. Nadie ha sido interpelado para venir al mundo. Tampoco
puede hacer nada para permanecer en él. Todo esto invita al hombre a
reconocer que en fin de cuentas nadie está en la raíz de su propia existencia
ni consigue realizar el sentido de esa existencia, si tiene que contar
solamente con sus fuerzas y con las relaciones históricas. La muerte enfrenta
al hombre con esta alternativa concreta: o agarrarse a la existencia que se
escapa irremediablemente y por consiguiente no puede ser el fundamento de
su significado, o bien reconocer la existencia como algo que en último análisis
debe considerarse como «don» que viene de alguien y confiar en esa
misteriosa realidad que está en el origen de la existencia.
Por tanto puede decirse que la actitud frente a la muerte implica
fundamentalmente la posibilidad de una opción frente a la raíz trascendente
68
A. Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, 200-201.
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69
L. Boros, Mysterium mortis, o. c, ha recogido la hipótesis de la opción final ante Dios en el
momento de la muerte que formuló anteriormente P. Glorieux, In hora mortis: Mélanges de
Science Religieuse 6 (1949) 185-216. Esta hipótesis ha sido duramente criticada por varios
autores, entre otros G. Scheltens, Der Tod ais Endentscheidung: Wissenschaft und Weisheit 29
(1966) 46-52; A. Spindeler, Mysterium mortis. Neue eschatologische Lehren im Lichte der
katholischen Dogmen: Theologie und Glaube 56 (1966) 144-159. Una síntesis de la literatura
principal sobre este tema, así como una calurosa defensa en M. Bordoni, Dimensioni
antropologiche della morte, Roma 1969; una síntesis más serena en la obra citada de J. L.
Ruiz de la Peña, El hombre y su muerte, 313-350; cf. también A. Winkiofer, Zur Frage der
Endentscheidung im Tode: Theologie und Glaube 57 (1967) 197-209; Id., Um die These der
Endentscheidung. Heutiger Stand der Auseinandersetzung: Theologie und Gegenwart 11
(1968) 20-26. En contra de lo que sugiere la obra de Bordoni, hay que observar que esta
opción final, perpetrada con absoluta lucidez en el momento de morir, no es un dato
antropológico ni pertenece a la naturaleza antropológica de la muerte. Desde el punto de
vista antropológico no hay nada que pueda sostener el carácter absolutamente privilegiado
del momento de morir. Para la mayoría de las personas es indudablemente el momento de
debilidad y de casi total incapacidad de obrar humanamente.
Sin entrar en el tema de los elementos teológicos de esta hipótesis, se tiene netamente la
impresión de que son ellos los que la determinan. La teología se ha visto con frecuencia
angustiada por la necesidad de encontrar una solución de salvación para todos los seres
humanos que mueren sin haber gozado del uso de razón o sin haber sido bautizados. Pues
bien, después del momento de morir se han agotado las posibilidades de opción. Antes de la
muerte tampoco se han realizado. Por tanto, hay que establecer para todos los hombres una
opción fundamental y radical en el momento de la muerte.
Desde el punto de vista filosófico, aparte del hecho de que se trata de una hipótesis sin
argumentos serios en su favor, se notará que se condensa en el momento de la muerte (del
morir) aquello que es por el contrario una característica de la condición mortal y que se
refiere por tanto a toda la existencia. Con la muerte se agotan las posibilidades de elegir; la
«prueba» de la vida ha terminado; es una opción a favor o en contra de Dios.
La cercanía inmediata de la muerte, si se percibe como tal, puede indudablemente arrancar
al hombre de su acostumbrada actitud de fuga y de inautenticidad. En este sentido puede
tomar conciencia de su condición mortal y suscitar el problema de su origen metafísico. Cf.,
por ejemplo, C. Cases, Entretien avec E. de Martino sur la mort, l’apocalypse et la survie:
Esprit (1966) 373-374. Una colección de testimonios de no creyentes en la inminencia de la
muerte en el volumen de W. Báhr, Die Stimme des Menschen, München 1961.
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ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
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