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EL HAMBRE EN LA NUEVA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

MATILDE SOUTO MANTECÓN


INSTITUTO MORA

Las crisis agrícolas eran un fenómeno periódico en la Nueva España.1 Eran


inevitables cuando la mayor parte de la agricultura seguía siendo de temporal y
quedaba a merced de la sequía, de las inundaciones, de las heladas, del granizo
y de las plagas. En una sociedad agraria y profundamente desigual, la situación
se agravaba porque no se tenía la infraestructura suficiente para transportar
grandes y pesados volúmenes de alimentos hacia regiones distantes y
golpeadas por la crisis, y porque los grandes productores y comerciantes
aprovechaban la escasez de alimentos para especular con los precios.2

Cuando las crisis agrícolas se convertían en verdaderas crisis de subsistencia la


dieta cotidiana se alteraba, la escasez y el hambre llevaban a modificar los
hábitos y se comían productos inusuales, pero en América, en general, estos
fueron sólo episodios breves que no llegaron a modificar esencialmente los
regímenes alimenticios. En este sentido, aquí la naturaleza fue más benigna que
en Europa.3 Sencillamente los inviernos eran menos inclementes y la proximidad
de tierras húmedas y calientes, donde podía cosecharse más de una vez al año
representaban cierto alivio. De hecho, la extensión del territorio novohispano, la
diversidad de sus climas y alturas, permitía que mientras unas regiones eran
asoladas por la crisis, en otras el abasto de maíz y trigo fuera alto, como ocurrió
durante la gran crisis de 1785-86, el llamado año del hambre. En ese tiempo,
mientras que los indios del valle de México comían raíces y hierbas y vendían
sus animales y otras posesiones y, los que podían huían a la ciudad de México
en busca de un modo de ganarse la vida y el sustento, en Michoacán había
suficientes granos básicos.4

En 1785, los signos de la crisis que acabó con el maíz en muchas regiones
comenzaron a percibirse desde el 3 de mayo, el día de la Santa Cruz, cuando la
tradición indicaba que debían caer las primeras lluvias. Para ese momento los
campos estaban ya preparados y algunos sembraron maíz a pesar de la sequía,
pero sus semillas fueron devoradas por pájaros y gusanos. Comenzó a llover
hacia la tercera semana de junio; con esas primeras aguas todos se apresuraron
a sembrar. Sin embargo, cuando todavía no jiloteaban5 las milpas un nuevo
estrago azotó los campos: las heladas tempranas entre agosto y septiembre
acabaron con el maíz y el frijol.6

En 1786 las lluvias volvieron a retardarse y ser escasas, prácticamente


inexistentes en abril y mayo, cuando eran más necesarias en la zona central. De
junio a septiembre fueron abundantes, pero muchos no sembraron maíz
porque se habían comido los granos o porque temían perder los que les
quedaba. Para colmo, la sequía había hecho que los insectos sobrevivieran su
2

fase larvaria y ese año en algunos sitios, como en Chalco, hubo una plaga de
chahuistle.7

Sin duda las sequías y heladas habían hecho estragos en la cosecha de maíz,
pero la situación empeoró porque al difundirse la noticia de que las cosechas
serían escasas, los productores cerraron sus trojes y suspendieron las ventas de
sus excedentes, mientras que las compras de pánico hicieron que la
demanda creciera. En consecuencia, los precios aumentaron y con ellos la
avidez especulativa de los productores y los comerciantes. La escasez aumentó
así artificialmente a causa de la ambición.8

A diferencia de lo que ocurrió con el maíz y el frijol, en 1785 la cosecha de trigo


fue abundante. En 1786, los molineros del valle de México y los panaderos no se
quejaban de que el trigo escaseara, sino de que su precio fuera alto.
Sencillamente, el maíz fue reemplazado por el trigo y el precio de éste
aumentó, no sólo por el efecto de arrastre provocado por el aumento del precio
del maíz, sino porque también el trigo comenzó a ser acaparado por los
productores y los comerciantes para especular con él.9

La carne fue otro producto básico afectado por la crisis maicera. La falta de
lluvias secó los pastizales y las autoridades prohibieron que el ganado fuera
alimentado con granos; al mismo tiempo, el consumo de carne aumentó para
compensar la escasez del maíz, todo lo cual produjo la mortandad del ganado, el
aumento de los precios de la carne y de los fletes al faltar animales de carga y
transporte.10

En 1785, en la ciudad de México se intentó bajar el precio del pan horneándose


un pan corriente preparado con tres cuartas partes de harina corriente y el resto
de harina hecha con cabezuela y granillo, y al dar al público una cuarta parte
más de lo que fijaba la postura. Pese a todo el precio del pan aumentó. Al
comenzar el año, el pan floreado había costado más del doble que la carne de
res y terminó valiendo tres veces más. El pan común costó exactamente dos
veces más que la carne de res, que era la carne de consumo popular, más
barata que la del carnero, y también triplicó su precio al concluir al año.11 El
maíz llegó a valer 41 reales por fanega, es decir, que con un real se podía
comprar escasamente 40 tortillas. Esto debió ser un poco más de un kilogramo
de maíz, si calculamos que hoy en día un kilo de tortillas hechas en máquina son
34 piezas. En comparación con la carne de res, el maíz llegó a valer casi el
doble, pues 2 kilos de res valían un real, mientras que con el mismo dinero se
podían comprar 669 gramos de carnero.12 En suma, los precios de estos
alimentos básicos aumentaron y, al parecer, siguieron en aumento a partir de
1785 y hasta 1810, al grado de que se ha calculado que el maíz aumentó un
400%, el trigo 80% y la carne 110%.13

Hasta aquí los datos generales que conocemos acerca de los sucesos de 1785 y
1786. Sin embargo, como se ha dicho, los efectos de la crisis no fueron iguales
3

en todo el virreinato. Entre una región y otra había variantes importantes en el


clima y en la composición social de sus habitantes, además de que cada región
tenía un valor estratégico diferente para las autoridades. En las zonas húmedas
y calientes y en las tierras irrigadas las cosechas no fueron devastadas. Los
dueños de la haciendas, con grandes extensiones y una gran capacidad
productiva, pudieron guardar el grano, incluso conservaron reservas desde
1784, mientras que los pequeños productores que subsistían de sus cosechas
anuales quedaron a la deriva. Aprovechando las diferencias climáticas, el virrey
dio órdenes de que se promovieran nuevas cosechas en las tierras de riego y en
las tierras calientes y húmedas. Al mismo tiempo se pidieron informes acerca de
las reservas existentes y se dieron órdenes para comprar todo el grano posible
para abastecer las ciudades.14 En general, se privilegió el abasto de los centros
urbanos, ciudades y reales mineros, a expensas de las zonas rurales y ello orilló
a que la gente se trasladase adonde había alimentos y así, mientras los pueblos
se despoblaban, las ciudades se llenaban de mendigos y desempleados.

Si la pobreza y las desigualdades, la avaricia y la corrupción eran males crónicos


en la Nueva España, los desastres climáticos los hacían mucho más graves y
evidentes, dejando a la población humilde mucho más expuesta y vulnerable de
lo usual. Era ese el sector más golpeado por la crisis agrícola y por la escasez y
carestía del maíz, pues al cabo, los grandes propietarios, los dueños de las
haciendas capaces de producir excedentes para almacenar en las trojes, se
beneficiaban de esos precios, incluso los provocaban suspendiendo las ventas y
agravando la escasez.15

Desatada la crisis, las autoridades intervenían para tratar de paliar sus efectos.
En general, las medidas tomadas comprendían cuatro aspectos.16 En primer
lugar, aumentar las reservas de los granos almacenados en los pósitos y
alhóndigas (sitos en ciudades, reales mineros y puertos, básicamente), y
averiguar las existencias de granos que había en las trojes de las haciendas y
de los molinos, así como el estado de las cosechas para calcular con cuanto
grano se contaría en el futuro próximo. Estas dos medidas favorecían sin duda a
los centros urbanos y con frecuencia orillaron a la colusión entre los propietarios
y los funcionarios locales. La tercera medida puesta en práctica por las
autoridades sí intentaba proteger a las zonas rurales al exentar del tributo y otros
impuestos a los pueblos de indios y de la alcabala a los alimentos básicos. Por
último, se dieron incentivos para emprender “experimentos agrícolas”,17 esto es,
promover siembras extraordinarias en tierras calientes y templadas con semillas
de buena calidad, incluso con subsidios del gobierno, no sólo de los alimentos
tradicionales, sino de productos que los sustituyeran , como la papa, el camote y
la yuca. En este sentido, la Iglesia también intervino. Por ejemplo, en octubre de
1785, el dean y presidente del cabildo catedralicio, Juan Pérez de Calama,
propuso al obispo de Michoacán, fray Antonio de San Miguel, que se dieron
préstamos eclesiásticos sin intereses a los agricultores de Michoacán y el Bajío
para sembrar maíz de riego, lo cual tuvo un gran éxito.
4

Por su parte, la población hacía lo posible por sobrevivir. Modificaron sus hábitos
de consumo y también buscaron alimentos que sustituyeran los que consumían
normalmente, aceptando incluso productos antes despreciados.18

La crisis agrícola de 1785 debe ser estudiada analizando y comparando entre sí


distintas regiones para conocer realmente el impacto que tuvo en cada una
según sus características naturales y sociales. Análisis regionales son los que
nos permitirán conocer las dietas normales y los cambios que se produjeron
en ellas a raíz de la crisis.

Sabemos que no todas las regiones fueron golpeadas por la crisis y que no en
todas las reacciones ante el desastre fueron iguales. De entrada, hemos referido
las diferencias que se establecieron entre los centros urbanos y las zonas
rurales por las medidas aplicadas por las autoridades. En este sentido, por
ejemplo, es interesante la denuncia hecha por Juan Atanasio de Cervantes,
procurador del número de la Real Audiencia y apoderado, en 1785, quien
entabló un pleito para que le permitieran sacar de la hacienda del Vaquero, en la
jurisdicción de la villa de San Felipe, 700 fanegas de maíz que el conde de
Medina Torres había comprado antes de que se declarase la crisis y se
publicase el bando prohibiendo la extracción de las semillas.19 Ese maíz estaba
destinado al abastecimiento de las 350 familias que vivían en sus haciendas. El
conde de Medina Torres tenía haciendas en Aguascalientes, Sierra de Pinos,
Asientos de Ibarra y en las de Aguascalientes había perdido las cosechas de
1784 y 1785. El argumento que esgrimían era que les parecía absurdo que los
trabajadores del conde murieran de hambre cuando el propio conde tenía maíz,
nada más que en otra jurisdicción. Denunciaban claramente como una grave
injusticia que se diera preferencia a los reales mineros por encima de los sitios
donde se producían alimentos, señalando, por cierto, que entre las propiedades
del conde también había minerales . Era una decisión absurda, pues impedir
que se llevara maíz a las haciendas agrícolas era condenarlas a su destrucción,
pues sus operarios morirían de hambre o abandonarían el lugar y no habría
semillas para sembrar. La respuesta del fiscal de lo civil siguió el mismo
razonamiento y observó que sería injusto quitarles a los productores de la
hacienda del Vaquero el maíz que habían producido, aun cuando lo hubiera
comprado con anticipación el conde; sin embargo, autorizó a que si había
sobrantes en la jurisdicción de San Felipe, estos pudieran ser trasladados a
Aguascalientes.20

La versión de los mineros era, claro, muy distinta. En un escrito del marqués del
Apartado y de Juan Bautista Fagoaga dirigido al virrey Gálvez se hacía una
descripción muy triste de Sombrerete a causa de la escasez de granos y por
tratarse, precisamente de un real de minas, es decir, un sitio cuya función era
beneficiar piedras. Allí no ocurría como en otros sitios de tierra caliente en los
que se podían recoger dos cosechas al año. Referían que hubo un momento en
que las cosas parecía mejorar porque “en esta triste situación comenzaron los
campos a reverdecer por las abundantes lluvias y producir hermosos pastos con
5

cuyo florido aspecto, lisonjeamos nuestras esperanzas”, pero en agosto y


septiembre sobrevinieron la seca y las heladas, lo que dejó sin pastos y, en
consecuencia, gran mortandad de ganados. Los “reales de minas, empleados en
beneficiar piedras, se hallan en extrema necesidad y sin el recurso que otros
tienen, pues aunque se les escasee el maíz, tienen trigo, cebada y otras semillas
y comestibles de que enteramente carece Sombrerete.”21 En lo que coincidían el
marqués del Apartado y Juan Bautista de Fagoaga con el conde de Medina
Torres era en su demanda para que se les permitiera llevar semillas y harinas de
su hacienda Villachoato, en Valladolid, a sus minas en Villa de Llerena y Real de
Sombrerete, así como el maíz que habían comprado en Autlán antes de que se
declarase la crisis.22

La perspectiva de los ganaderos fue representada por el propio conde Medina y


Torres. Su argumento era que sus tierras eran de agostadero, no de siembra, y
si no llevaban granos, los propios vaqueros y pastores se comerían los mejores
animales y descuidarían al resto, provocando en breve una escasez de carne.23

Pero mientras en Aguascalientes y Zacatecas, en los últimos meses de 1785, la


crisis pareció afectar por igual a los reales de minas, a las haciendas agrícolas y
ganaderas (aunque en cada lugar se pensaba que su situación merecía
consideraciones especiales), por las noticias dadas en abril de 1786, en
Zapotlán las cosas eran diferentes, tanto que habían enviado sobrantes de
granos a Guadalajara y otros lugares necesitados. Allí, a pesar de que se había
duplicado la población por los forasteros llegados en busca de socorro, no se
padeció necesidad. Se conservaban reservas en el pósito y disfrutaban de otros
alimentos frescos:

A la margen de una laguna que está inmediata a dicho pueblo hay más de
treinta y cuatro cargas de trigo sembradas, que está muy bueno y
adelantado, y muchas huertas de legumbres que ofrecen algún pronto
socorro; y en las vegas del río de Tamazula se han sembrado algunas
labores de maíz y frijol de regadío y muchas huertas de sandias, pepinos,
melones, calabazas, habas, chiles, jitomates y otros víveres que del mes
de mayo en adelante estará en fruto, lo que se participa para el consuelo
del público.24

Esta abundancia relativa se dio también en el occidente, en Michoacán, según


las descripciones de un cura de Zamora:

Y por lo que mira a lo restante del año [se refiere a 1786], espero con el
favor divino que no sólo no harán falta en esta jurisdicción las semillas
que han salido, sino que aun sobraron para continuar las remisiones para
todas partes pues si son los trigos, después de que las siembras han sido
dos tercias partes más que en los años regulares, están todos con tal
fertilidad que no lo he visto en los trece años que llevo en Zamora; y al
mismo tiempo tan aventajados que en una de las siembras hechas en la
6

jurisdicción (y no muy corta, pues son más de ochenta cargas de


sembradura) en la próxima semana comenzarán a cosechar.

La siembra del maíz de riego a esta fecha, llega ya en esta jurisdicción a


300 fanegas de sembradura y aún siguen alentándose a emprender más
con el fin de que sean de medio riego que llaman, cuya cosecha se viene
a lograr en el tiempo de la mayor necesidad todo esto sin perjuicio de las
siembras de frijol, lenteja, garbanza, chile, melones y todo género de
verdura de que ya en abril se estará cogiendo el fruto con abundancia; no
siendo de menor consideración el que en este recinto ahora comienzan
las ordeñas y duran todos los meses de secas, en que abundan más las
leches que las aguas por una hierba que aquí se da en este tiempo, y
harta el ganado que llaman carretilla...25

En suma, la crisis agrícola no fue un fenómeno generalizado en todo el virreinato


porque las condiciones naturales eran distintas (deben considerarse también los
tiempos y la capacidad relativa de recuperación de cada lugar), pero además, en
los sitios que sí fueron devastados por las heladas y la sequía, el sufrimiento no
fue igual pues, entre otras cosas, las medidas aplicadas por las autoridades y
otros sectores pudientes marcaron diferencias importantes entre el campo y la
ciudad y entre los pudientes y los desposeídos.

En las ciudades, además de las órdenes dictadas para procurar su abasto, había
almas caritativas que disponían se dieran limosnas a los pobres. En Guanajuato,
por ejemplo, muchos individuos del ayuntamiento, del comercio, vecindario y
minería:

distribuyen en sus casas en una propia hora [... limosnas ...] en arroz,
tortillas, pan de semita y carne; pues sólo de este piadoso acto pende sin
duda, la conservación de millares de pobres que de toda la comarca y
lugares distantes cubren las casas y calles y plazas de esta populosa
ciudad.26

También en Valladolid, el dean de la Iglesia, José Pérez de Calama, luego de


leer los consejos útiles político-caritativos publicados por José Antonio de Alzate:

dispuso dar de comer arroz cocinado a los pobres que diariamente llegan
a ciento, y a cada uno se le dan también dos o tres tortillas. Al arroz le ha
agregado la suficiente cantidad de chile para que sea más gustoso a los
pobres, a quienes lo reparte personalmente...27

El apoyo dado a las ciudades se explica porque sus habitantes eran


potencialmente más peligrosos que los del campo. En las ciudades las
oportunidades de asociación y organización implicaban un peligro político del
que estaban claramente conscientes las autoridades. No se habían olvidado de
los tumultos de 1692 y de los gritos que la multitud enardecida e incendiaria
7

profería: “¡Muera el virrey y el corregidor, que tienen atravesado el maíz y nos


matan de hambre!.”28

En el campo, sin embargo, la situación era diferente. Por un lado, los pobladores
podían echar mano de otros recursos naturales. Por ejemplo, el cura del valle de
San Francisco, en Querétaro, informaba en 1786 que en los montes de su curato
y en los del entorno había mucho nopal, maguey, palma, biznaga, mezquite y
garambullo y que, con las pencas de los magueyes y sus jiotes los indios hacían
barbacoa, cortaban los nopales tiernos, las tunas, las flores y los dátiles de las
palmas, y que las biznagas las revolvían con el maíz para hacer tortillas.
Según el cura, estos frutos eran consumidos regularmente por los pobres,
incluso en los años de abundancia, en los meses en que subía el precio del
maíz, amén de que no faltaban familias para las que esos frutos constituían
parte principal de su manutención, mucho más en tiempos de crisis. Pero incluso
el acceso a estos productos se convertía en fuente de pleitos mezquinos y
abyectos, pues los propietarios de las haciendas se negaban a dejar que los
indios cogieran esos productos de sus tierras, a pesar de que no eran frutos
cultivados, sino silvestres, a menos de que pagaran por lo que tomaban.29

Frutos como tunas, nopales, biznagas, pitayas, chayotes, quelites, quintoniles,


calabazas, etc., eran parte de la dieta normal de los indios, pero naturalmente su
consumo aumentaba cuando el maíz era muy escaso y caro. Sin embargo, llama
mucho la atención que en varios informes oficiales se dijo que estos productos
eran causa de las enfermedades e incluso las muertes de muchos personas. Por
ejemplo, el gobernador, alcaldes y demás autoridades de Ixtlahuaca, jurisdicción
de Texcoco, para explicar la gravedad de su situación y conseguir que el pulque
fuera exento de impuestos señalaron:

hallándonos en el día en la mayor consternación y miseria por la escasez


que experimentamos de maíz ... las tortillas las fabricamos de salvado
revuelto con la raspadura del maguey, (y) nos valemos de suasar las
pencas y ... de hacer atole de aguamiel hervida y muchas otras cosas ...
nocivas a la salud.30

El salvado y el maguey sustituyeron al maíz en la elaboración de tortillas, y para


hacer atole se empleó el aguamiel, pero por lo visto también ingirieron “otras
cosas nocivas”. En el mismo sentido un testigo de la situación de Zimapán
(aunque en la crisis de 1809) escribió que sabía que:

muchos infelices indios que han permanecido en sus hogares se han visto
en la dura necesidad de mantenerse con frutas silvestres como nopales,
troncos de maguey y por consiguiente no tiene duda de que muchos se
hayan enfermado y fallecido a causa de tan indigestos y nocivos
alimentos.31
8

Esta idea de que los alimentos sustitutos eran dañinos a la salud estuvo
bastante extendida. También en el norte, en el pueblo de Santa Elena del Río
Grande, en el obispado de Durango, el teniente del cura escribía al virrey en
junio de 1786, que las 900 personas que componían el pueblo eran todas muy
pobres y desdichadas y que no tenían otro:

sustento para sus existencia y la de sus hijos que cuero tostado,


habiendo desnudado en los montes de este río los nopales dejando sólo
sus troncos, alimentos que tan distantes están de socorrerlos que antes
los destruyen acercándolos a su total ruina.32

El mismo teniente de cura, al ver tanta desgracia, tuvo la idea de auxiliarlos,


incluso echando mano del dinero para la reconstrucción de la Iglesia:

diariamente sustento desde el día 10 del presente más de 300 pobres con
competente porción de caldo, carne y tortilla al mediodía, y atole
suficiente a la oración de la noche en una casa destinada a este efecto,
en cuya operación se advierten día por día algunas gentes desmayadas
… los vecinos de menos miseria … han contribuido un poco de maíz a
proporción de sus familias y desahogos …33

Por cierto que, para julio de 1786, se enviaban noticias al virrey acerca de que
las necesidades en ese pueblo de Santa Elena del Río Grande casi habían
cesado del todo pues estaban “cosechados ya los trigos, verduras y en
disposición de madurar las frutas.”34

Por qué se diría que eran nocivos y que incluso podían llegar a producir la
muerte no es claro. Bien es cierto que un organismo no acostumbrado a ingerir
ciertos alimentos puede encontrar difícil digerirlos, pero muchos de los productos
mencionados eran parte de la dieta cotidiana desde épocas antiguas. Tal vez,
los observadores, es decir, las autoridades que escribían los informes, no
estaban familiarizados con esos productos y les parecían repulsivos, atribuyendo
a su ingestión resultados funestos, los cuales más bien podían ser producto de
otra cosa, quizá de la epidemia que en algunos lugares se extendió por esas
fechas.35 Los prejuicios contra esos frutos podía estar en juego un factor
psicológico importante. El comer es uno de los actos culturales más
significativos de la humanidad. Sin duda es una necesidad fisiológica ineludible,
pero la forma de satisfacerla varía muchísimo de lugar a lugar y de época en
época.36 Lo que para algunos es un manjar de reyes, para otros es asqueroso.
Por ejemplo, en el puerto de San Germán, en la isla de Santo Domingo, se
detuvo la flota que llevaba a Tomás de la Torre, un fraile dominico, en su camino
a Chiapas. Allí algunos de los pasajeros desembarcaron y probaron por primera
vez algunas: “frutas de la tierra, entre las cuales la más principal es la piña y
aunque todos los españoles e indios la loan y la precian, nosotros no la pudimos
meter en la boca porque su olor y sabor nos pareció de melones pasados de
maduros y acedos al sol.”37 Otro ejemplo:
9

El cacao “es una fruta de tamaño y hechura de piñones, tiene una telilla
muy delgada encima y la pepita de dentro tiene cien partes pegadas entre
sí. Este molido en agua y desleído en agua hace una bebida asquerosa a
los que no la acostumbran, y fresca, sabrosa y apreciada a los que la
usan beber.38

Así pues, si en el comer y el beber influye muchísimo la cultura, podemos pensar


que en el hambre también. El hambre, desde luego, tiene distintos niveles y lo
que primero ocurre es el miedo al hambre. Este miedo es lo que primero se
presenta cuando se cree que puede llegar a faltar el alimento principal, no es
necesario ni siquiera que llegue a faltar realmente. Por principio de cuentas, se
disparan la ambición y el egoísmo y la gente comienza a acaparar existencias y
especular con ellas, provocando así que en el mercado desaparezcan los
productos. Pero también sucede que ese miedo al hambre lleva a sentirla aun
cuando existen otros alimentos que pueden paliarla. En 1785 la crisis agrícola y
la ambición humana provocaron una grave escasez de maíz; sin duda muchos
sufrieron hambre (más de los que debieron, sobre todo por el actuar abyecto de
ciertas personas), pero muchos también padecieron la falta del maíz,
culturalmente su alimento principal, aunque comieron otros granos, verduras y
carne.

En suma, cuando estudiamos el consumo, como tantos otros procesos


económicos, no podemos dejar de lado las variables culturales.

1
Se ha calculado que durante el siglo XVIII, por lo menos en cada década se presentó
una crisis agrícola: San Vicente. Los años de crisis agrícola en el siglo XVIII señalados
por esta autora son: 1724-25; 730-31; 1740-41; 1749-50; 1759-60; 1771-72; 1780-81;
1785-86; 1801-02 y 1809-11. Sin embargo, por lo menos la de 1780-81, debería
revisarse, pues Pastor señala que desde 1780 a 1784 hubo cosechas abundantes:
Pastor.
2
Pastor.
3
Super.
4
Borah.
5
El jilote es la mazorca apenas en formación.
6
Pastor.
7
Ibidem.
88
Quiroz.
9
García Acosta.
10
Ibidem
11
Quiroz.
12
Ibidem
13
García Acosta.
14
Pastor.
15
García Acosta.
16
Ibidem.
17
Ibidem.
10

18
Ibidem y Super.
19
El capítulo 6 del Bando de 11 de octubre de 1785 prohibía la extracción de maíz de
las jurisdicciones, excepto en el caso de la capital y de los reales mineros.
20
Florescano.
21
Ibidem.
22
Ibidem.
23
Ibidem.
24
Ibidem.
25
Ibidem.
26
Ibidem.
27
Ibidem.
28
Sigüenza y Góngora.
29
Florescano.
30
Ibidem.
31
San Vicente.
32
Florescano.
33
Ibidem.
34
Ibidem.
35
Una epidemia que se manifestaba con dolores de costado y fiebres altas comenzó
desde 1784: en Pastor.
36
Chan; Super; Nolasco; Ritchie.
37
Torre.
38
Ibidem.

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