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En 1785, los signos de la crisis que acabó con el maíz en muchas regiones
comenzaron a percibirse desde el 3 de mayo, el día de la Santa Cruz, cuando la
tradición indicaba que debían caer las primeras lluvias. Para ese momento los
campos estaban ya preparados y algunos sembraron maíz a pesar de la sequía,
pero sus semillas fueron devoradas por pájaros y gusanos. Comenzó a llover
hacia la tercera semana de junio; con esas primeras aguas todos se apresuraron
a sembrar. Sin embargo, cuando todavía no jiloteaban5 las milpas un nuevo
estrago azotó los campos: las heladas tempranas entre agosto y septiembre
acabaron con el maíz y el frijol.6
fase larvaria y ese año en algunos sitios, como en Chalco, hubo una plaga de
chahuistle.7
Sin duda las sequías y heladas habían hecho estragos en la cosecha de maíz,
pero la situación empeoró porque al difundirse la noticia de que las cosechas
serían escasas, los productores cerraron sus trojes y suspendieron las ventas de
sus excedentes, mientras que las compras de pánico hicieron que la
demanda creciera. En consecuencia, los precios aumentaron y con ellos la
avidez especulativa de los productores y los comerciantes. La escasez aumentó
así artificialmente a causa de la ambición.8
La carne fue otro producto básico afectado por la crisis maicera. La falta de
lluvias secó los pastizales y las autoridades prohibieron que el ganado fuera
alimentado con granos; al mismo tiempo, el consumo de carne aumentó para
compensar la escasez del maíz, todo lo cual produjo la mortandad del ganado, el
aumento de los precios de la carne y de los fletes al faltar animales de carga y
transporte.10
Hasta aquí los datos generales que conocemos acerca de los sucesos de 1785 y
1786. Sin embargo, como se ha dicho, los efectos de la crisis no fueron iguales
3
Desatada la crisis, las autoridades intervenían para tratar de paliar sus efectos.
En general, las medidas tomadas comprendían cuatro aspectos.16 En primer
lugar, aumentar las reservas de los granos almacenados en los pósitos y
alhóndigas (sitos en ciudades, reales mineros y puertos, básicamente), y
averiguar las existencias de granos que había en las trojes de las haciendas y
de los molinos, así como el estado de las cosechas para calcular con cuanto
grano se contaría en el futuro próximo. Estas dos medidas favorecían sin duda a
los centros urbanos y con frecuencia orillaron a la colusión entre los propietarios
y los funcionarios locales. La tercera medida puesta en práctica por las
autoridades sí intentaba proteger a las zonas rurales al exentar del tributo y otros
impuestos a los pueblos de indios y de la alcabala a los alimentos básicos. Por
último, se dieron incentivos para emprender “experimentos agrícolas”,17 esto es,
promover siembras extraordinarias en tierras calientes y templadas con semillas
de buena calidad, incluso con subsidios del gobierno, no sólo de los alimentos
tradicionales, sino de productos que los sustituyeran , como la papa, el camote y
la yuca. En este sentido, la Iglesia también intervino. Por ejemplo, en octubre de
1785, el dean y presidente del cabildo catedralicio, Juan Pérez de Calama,
propuso al obispo de Michoacán, fray Antonio de San Miguel, que se dieron
préstamos eclesiásticos sin intereses a los agricultores de Michoacán y el Bajío
para sembrar maíz de riego, lo cual tuvo un gran éxito.
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Por su parte, la población hacía lo posible por sobrevivir. Modificaron sus hábitos
de consumo y también buscaron alimentos que sustituyeran los que consumían
normalmente, aceptando incluso productos antes despreciados.18
Sabemos que no todas las regiones fueron golpeadas por la crisis y que no en
todas las reacciones ante el desastre fueron iguales. De entrada, hemos referido
las diferencias que se establecieron entre los centros urbanos y las zonas
rurales por las medidas aplicadas por las autoridades. En este sentido, por
ejemplo, es interesante la denuncia hecha por Juan Atanasio de Cervantes,
procurador del número de la Real Audiencia y apoderado, en 1785, quien
entabló un pleito para que le permitieran sacar de la hacienda del Vaquero, en la
jurisdicción de la villa de San Felipe, 700 fanegas de maíz que el conde de
Medina Torres había comprado antes de que se declarase la crisis y se
publicase el bando prohibiendo la extracción de las semillas.19 Ese maíz estaba
destinado al abastecimiento de las 350 familias que vivían en sus haciendas. El
conde de Medina Torres tenía haciendas en Aguascalientes, Sierra de Pinos,
Asientos de Ibarra y en las de Aguascalientes había perdido las cosechas de
1784 y 1785. El argumento que esgrimían era que les parecía absurdo que los
trabajadores del conde murieran de hambre cuando el propio conde tenía maíz,
nada más que en otra jurisdicción. Denunciaban claramente como una grave
injusticia que se diera preferencia a los reales mineros por encima de los sitios
donde se producían alimentos, señalando, por cierto, que entre las propiedades
del conde también había minerales . Era una decisión absurda, pues impedir
que se llevara maíz a las haciendas agrícolas era condenarlas a su destrucción,
pues sus operarios morirían de hambre o abandonarían el lugar y no habría
semillas para sembrar. La respuesta del fiscal de lo civil siguió el mismo
razonamiento y observó que sería injusto quitarles a los productores de la
hacienda del Vaquero el maíz que habían producido, aun cuando lo hubiera
comprado con anticipación el conde; sin embargo, autorizó a que si había
sobrantes en la jurisdicción de San Felipe, estos pudieran ser trasladados a
Aguascalientes.20
La versión de los mineros era, claro, muy distinta. En un escrito del marqués del
Apartado y de Juan Bautista Fagoaga dirigido al virrey Gálvez se hacía una
descripción muy triste de Sombrerete a causa de la escasez de granos y por
tratarse, precisamente de un real de minas, es decir, un sitio cuya función era
beneficiar piedras. Allí no ocurría como en otros sitios de tierra caliente en los
que se podían recoger dos cosechas al año. Referían que hubo un momento en
que las cosas parecía mejorar porque “en esta triste situación comenzaron los
campos a reverdecer por las abundantes lluvias y producir hermosos pastos con
5
A la margen de una laguna que está inmediata a dicho pueblo hay más de
treinta y cuatro cargas de trigo sembradas, que está muy bueno y
adelantado, y muchas huertas de legumbres que ofrecen algún pronto
socorro; y en las vegas del río de Tamazula se han sembrado algunas
labores de maíz y frijol de regadío y muchas huertas de sandias, pepinos,
melones, calabazas, habas, chiles, jitomates y otros víveres que del mes
de mayo en adelante estará en fruto, lo que se participa para el consuelo
del público.24
Y por lo que mira a lo restante del año [se refiere a 1786], espero con el
favor divino que no sólo no harán falta en esta jurisdicción las semillas
que han salido, sino que aun sobraron para continuar las remisiones para
todas partes pues si son los trigos, después de que las siembras han sido
dos tercias partes más que en los años regulares, están todos con tal
fertilidad que no lo he visto en los trece años que llevo en Zamora; y al
mismo tiempo tan aventajados que en una de las siembras hechas en la
6
En las ciudades, además de las órdenes dictadas para procurar su abasto, había
almas caritativas que disponían se dieran limosnas a los pobres. En Guanajuato,
por ejemplo, muchos individuos del ayuntamiento, del comercio, vecindario y
minería:
distribuyen en sus casas en una propia hora [... limosnas ...] en arroz,
tortillas, pan de semita y carne; pues sólo de este piadoso acto pende sin
duda, la conservación de millares de pobres que de toda la comarca y
lugares distantes cubren las casas y calles y plazas de esta populosa
ciudad.26
dispuso dar de comer arroz cocinado a los pobres que diariamente llegan
a ciento, y a cada uno se le dan también dos o tres tortillas. Al arroz le ha
agregado la suficiente cantidad de chile para que sea más gustoso a los
pobres, a quienes lo reparte personalmente...27
En el campo, sin embargo, la situación era diferente. Por un lado, los pobladores
podían echar mano de otros recursos naturales. Por ejemplo, el cura del valle de
San Francisco, en Querétaro, informaba en 1786 que en los montes de su curato
y en los del entorno había mucho nopal, maguey, palma, biznaga, mezquite y
garambullo y que, con las pencas de los magueyes y sus jiotes los indios hacían
barbacoa, cortaban los nopales tiernos, las tunas, las flores y los dátiles de las
palmas, y que las biznagas las revolvían con el maíz para hacer tortillas.
Según el cura, estos frutos eran consumidos regularmente por los pobres,
incluso en los años de abundancia, en los meses en que subía el precio del
maíz, amén de que no faltaban familias para las que esos frutos constituían
parte principal de su manutención, mucho más en tiempos de crisis. Pero incluso
el acceso a estos productos se convertía en fuente de pleitos mezquinos y
abyectos, pues los propietarios de las haciendas se negaban a dejar que los
indios cogieran esos productos de sus tierras, a pesar de que no eran frutos
cultivados, sino silvestres, a menos de que pagaran por lo que tomaban.29
muchos infelices indios que han permanecido en sus hogares se han visto
en la dura necesidad de mantenerse con frutas silvestres como nopales,
troncos de maguey y por consiguiente no tiene duda de que muchos se
hayan enfermado y fallecido a causa de tan indigestos y nocivos
alimentos.31
8
Esta idea de que los alimentos sustitutos eran dañinos a la salud estuvo
bastante extendida. También en el norte, en el pueblo de Santa Elena del Río
Grande, en el obispado de Durango, el teniente del cura escribía al virrey en
junio de 1786, que las 900 personas que componían el pueblo eran todas muy
pobres y desdichadas y que no tenían otro:
diariamente sustento desde el día 10 del presente más de 300 pobres con
competente porción de caldo, carne y tortilla al mediodía, y atole
suficiente a la oración de la noche en una casa destinada a este efecto,
en cuya operación se advierten día por día algunas gentes desmayadas
… los vecinos de menos miseria … han contribuido un poco de maíz a
proporción de sus familias y desahogos …33
Por cierto que, para julio de 1786, se enviaban noticias al virrey acerca de que
las necesidades en ese pueblo de Santa Elena del Río Grande casi habían
cesado del todo pues estaban “cosechados ya los trigos, verduras y en
disposición de madurar las frutas.”34
Por qué se diría que eran nocivos y que incluso podían llegar a producir la
muerte no es claro. Bien es cierto que un organismo no acostumbrado a ingerir
ciertos alimentos puede encontrar difícil digerirlos, pero muchos de los productos
mencionados eran parte de la dieta cotidiana desde épocas antiguas. Tal vez,
los observadores, es decir, las autoridades que escribían los informes, no
estaban familiarizados con esos productos y les parecían repulsivos, atribuyendo
a su ingestión resultados funestos, los cuales más bien podían ser producto de
otra cosa, quizá de la epidemia que en algunos lugares se extendió por esas
fechas.35 Los prejuicios contra esos frutos podía estar en juego un factor
psicológico importante. El comer es uno de los actos culturales más
significativos de la humanidad. Sin duda es una necesidad fisiológica ineludible,
pero la forma de satisfacerla varía muchísimo de lugar a lugar y de época en
época.36 Lo que para algunos es un manjar de reyes, para otros es asqueroso.
Por ejemplo, en el puerto de San Germán, en la isla de Santo Domingo, se
detuvo la flota que llevaba a Tomás de la Torre, un fraile dominico, en su camino
a Chiapas. Allí algunos de los pasajeros desembarcaron y probaron por primera
vez algunas: “frutas de la tierra, entre las cuales la más principal es la piña y
aunque todos los españoles e indios la loan y la precian, nosotros no la pudimos
meter en la boca porque su olor y sabor nos pareció de melones pasados de
maduros y acedos al sol.”37 Otro ejemplo:
9
El cacao “es una fruta de tamaño y hechura de piñones, tiene una telilla
muy delgada encima y la pepita de dentro tiene cien partes pegadas entre
sí. Este molido en agua y desleído en agua hace una bebida asquerosa a
los que no la acostumbran, y fresca, sabrosa y apreciada a los que la
usan beber.38
1
Se ha calculado que durante el siglo XVIII, por lo menos en cada década se presentó
una crisis agrícola: San Vicente. Los años de crisis agrícola en el siglo XVIII señalados
por esta autora son: 1724-25; 730-31; 1740-41; 1749-50; 1759-60; 1771-72; 1780-81;
1785-86; 1801-02 y 1809-11. Sin embargo, por lo menos la de 1780-81, debería
revisarse, pues Pastor señala que desde 1780 a 1784 hubo cosechas abundantes:
Pastor.
2
Pastor.
3
Super.
4
Borah.
5
El jilote es la mazorca apenas en formación.
6
Pastor.
7
Ibidem.
88
Quiroz.
9
García Acosta.
10
Ibidem
11
Quiroz.
12
Ibidem
13
García Acosta.
14
Pastor.
15
García Acosta.
16
Ibidem.
17
Ibidem.
10
18
Ibidem y Super.
19
El capítulo 6 del Bando de 11 de octubre de 1785 prohibía la extracción de maíz de
las jurisdicciones, excepto en el caso de la capital y de los reales mineros.
20
Florescano.
21
Ibidem.
22
Ibidem.
23
Ibidem.
24
Ibidem.
25
Ibidem.
26
Ibidem.
27
Ibidem.
28
Sigüenza y Góngora.
29
Florescano.
30
Ibidem.
31
San Vicente.
32
Florescano.
33
Ibidem.
34
Ibidem.
35
Una epidemia que se manifestaba con dolores de costado y fiebres altas comenzó
desde 1784: en Pastor.
36
Chan; Super; Nolasco; Ritchie.
37
Torre.
38
Ibidem.