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El término alfabetización, según la RAE, proviene del verbo alfabetizar; se trata de una

acción "enseñar a leer y escribir". Para Richard L. Venezky «es la habilidad mínima de
leer y escribir una lengua específica, como también una forma de entender el uso de la
lectura y la escritura en la vida diaria».

Alfabetización. El concepto de alfabetización va mucho más allá de


saber leer y escribir, que constituiría una alfabetización
básica.Habilidad para utilizar los símbolos gráficos que representan
el lenguaje hablado de manera que el saber colectivo del grupo se
exteriorice y fije en el espacio y el tiempo

ALFABETIZACIÓN PARA EL SIGLO


XXI: NUEVOS SIGNIFICADOS,
NUEVOS DILEMAS
Alicia Vázquez de Aprá

Una de las áreas de debate de fin de siglo parece girar en torno al concepto de
alfabetización. Tradicionalmente se empleó este término para dar cuenta de la
capacidad de los individuos para codificar y decodificar textos escritos. Sin embargo,
actualmente se habla de alfabetización científica, alfabetización informática,
alfabetización tecnológica, incluso de alfabetización emocional; notable ampliación
semántica del término que indudablemente coloca a la educación frente a nuevos
desafíos.
Ha sido extenso y fructífero el camino recorrido en el siglo pasado, provocando
avances importantes en los estudios acerca de la inteligencia y de los desarrollos
tecnológicos que han modificado las formas de pensar, actuar, producir y crear.
Igualmente relevantes son las reflexiones que dan cuenta de las cuestiones pendientes
que tendremos que seguir analizando, atendiendo a una necesidad impostergable de
conectar la tarea en las escuelas a este movimiento de ideas, intentando rescatar su
potencial para la innovación pedagógica.
Los artículos que son objeto de este comentario se ubican en esa línea de
argumentaciones y constituyen aportes valiosos desde el punto de vista de la
enseñanza y el aprendizaje en el contexto de las aulas de las instituciones educativas.
Los dos trabajos que tratan el problema de la inteligencia coinciden en destacar
los desarrollos teóricos recientes que superan las limitadas concepciones vinculadas a
la medición de conductas empíricamente observables. Estas contribuciones resultaron
en una complejización del concepto al involucrar nuevas dimensiones en el
comportamiento inteligente al tiempo que rescatan su especificidad en relación al
contexto sociocultural del individuo y, particularmente, al ámbito de la clase escolar. En
este sentido adquieren importancia nuevos enfoques como la Teoría de las Inteligencias
Múltiples o de la Inteligencia Emocional, en los que no pueden estar ausentes, como
acertadamente señala Danilo Donolo, las investigaciones acerca de la creatividad las
cuales forman parte de la perspectiva educativa de la psicometría.
Entre los numerosos interrogantes que presenta el artículo de Donolo, me
gustaría destacar la preocupación del autor por el problema de la medición, tanto
desde el punto de vista ético como técnico, de las características psicológicas humanas
en relación a la educación. Desde esta perspectiva reflexiona acerca de los medios y
los fines de la medición educativa advirtiendo de la necesidad de valorar las
habilidades individuales de acuerdo a criterios múltiples y con instrumentos refinados,
dirigidos a los problemas propios de la realidad y de la escuela, que reflejen respuestas
a actividades de enseñanza y aprendizaje específicas. Sostiene su posición el análisis
de los rasgos que definen las sociedades actuales, caracterizadas por vertiginosos
cambios que configuran ambientes disímiles en relación a las posibilidades y
limitaciones de desarrollo de las personas, agudizando las diferencias entre ellas y
resultando en comportamientos cada vez más específicos, dependientes de las
situaciones en las que se constituyen. Atender a la singularidad de las capacidades
individuales parece ser una cuestión acuciante y todavía no resuelta y deja planteadas
muchas dudas respecto de si es adecuado al momento presente seguir utilizando la
denominación “tests de inteligencia” cuando se trata de evaluar, desde el punto de
vista psicoeducativo, fenómenos que son a la vez complejos y peculiares.
En el artículo de María Belén Martinasso y Mariela Signorile se cuestiona el
concepto de inteligencia que predomina en las escuelas y puntualiza un aspecto de la
conducta inteligente que quizás haya sido algo descuidado. En base a la Teoría de la
Inteligencia Emocional, subrayan la necesidad de un equilibrio entre razón y
sentimientos y la importancia de utilizar la emoción de manera inteligente, cuestión de
relevancia en los ambientes educativos, ya que supone la posibilidad de perseverar en
los esfuerzos para realizar una tarea, tolerar la frustración frente al fracaso,
permanecer automotivados a pesar de las dificultades, conservar la curiosidad y el
interés intrínseco por el aprendizaje.
El valor de este planteo radica en las implicancias educativas y sociales en
relación al desarrollo de la alfabetización emocional. Por un lado se sostiene que es
posible enseñar y aprender el manejo adecuado de la emoción; la instrucción
emocional podría contribuir a solucionar algunos de los serios problemas de
aprendizaje que se manifiestan en las aulas, entre ellos, la repitencia y la deserción.
Por otro, ofrecer posibilidades para mejorar la capacidad emocional constituiría un
modo de prevenir graves problemas sociales que se acrecientan en la medida en que
las sociedades se complejizan, como la drogadicción, el alcoholismo y la violencia.
Desde este análisis, las autoras, a modo de interrogante, expresan los desafíos que
deben enfrentar los educadores para responder a esta nueva manera de entender el
comportamiento inteligente.
Las nuevas dimensiones involucradas en el concepto de inteligencia exigen
ampliar los contenidos de la enseñanza formal para responder a la alfabetización en
tanto nueva categoría conceptual adaptada a las demandas del siglo que se inicia, en
la que no pueden estar ausentes las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación, ya que actualmente la posibilidad de aprender está estrechamente
vinculada a los formatos representacionales que ellas nos ofrecen. Pero el
aprovechamiento pedagógico racional y efectivo de las nuevas tecnologías depende de
un proyecto educativo que les otorguen sentido, atendiendo siempre a los valores y
objetivos de la educación y al mejoramiento de la calidad de los procesos educativos.
Estas opiniones se ubican en la línea de argumentos de Salomon y colaboradores
(1992) quienes afirman que el poder real de la tecnología radica en su capacidad de
redefinir y reestructurar de forma fundamental lo que hacemos, llegando de esta
manera a concebirla como una herramienta para pensar. No es suficiente la
incorporación de computadoras en las escuelas si con ellas los estudiantes realizarán
las mismas tareas que antes hacían sin ellas. Si bien constituyen instrumentos
poderosos de aprendizaje, interesan como un medios y no como un fin en sí mismos.
Como dice Gardner (2000 :43), “El ordenador puede presentar ejercicios puramente
machacones o estimulantes enigmas científicos; también puede educar, ilustrar,
entretener e informar, o embotar la percepción, incitar al consumismo y reforzar
estereotipos étnicos”.
El artículo de Silvia Elstein resulta particularmente sugestivo al promover la
reflexión acerca de los cambios necesarios para que la incorporación de las nuevas
tecnologías tenga sentido educativo. Cambian los entornos didácticos, los cuales
deberán organizarse en función de materiales diversos en lugar de apelar a
documentos únicos predominantemente impresos; cambian las posiciones clásicas del
docente-transmisor y del alumno-receptor dependiente de la información que otros
deciden proporcionarle; cambia la actitud hacia el aprendizaje enfatizando la búsqueda
independiente de datos, como así también selección y organización de la información,
el descubrimiento, la reflexión y la resolución de problemas; cambia la relación del
estudiante con el conocimiento, asumiento su protagonismo en la estructuración de
conceptos en lugar de conformarse con la acumulación de ideas; cambia el tipo de
interacción docente-alumno, estableciendo una nueva forma de relación en la cual la
presencia cara a cara ya no es indispensable en todo momento; cambian, en fin, tanto
las modalidades instructivas como las estrategias de aprendizaje conducentes ambas a
adoptar variados tipos de representación como diferentes vías de acceso al
conocimiento y estimuladoras de los procesos superiores del pensamiento.
No resulta simple asumir las importantes modificaciones que las puntualizaciones
anteriores por cierto no agotan. Una cuestión que no es posible obviar en este planteo
refiere a la necesidad de preparación de los docentes en el uso de las nuevas
tecnologías para posibilitar su integración auténtica a la cultura escolar. Pero, lo que
aún es más importante, en los espacios de formación de maestros y profesores sería
conveniente pensar qué está ocurriendo actualmente en la realidad de las aulas y las
escuelas. ¿Qué posibilidades de acceso, manejo y utilización de los medios
tecnológicos tienen los sistemas escolares de sectores periféricos en donde se
concentra la mayor parte de la población?
Siempre preocupada por el problema del analfabetismo, Emilia Ferreiro (1996 :23)
dice que “con la aparición de las computadoras el abismo que ya separaba a los
alfabetizados de los no alfabetizados se ha ensanchado aún más: algunos ni siquiera
llegaron a los periódicos, los libros y las bibliotecas, mientras otros corren detrás de
hipertextos, correo electrónico y páginas virtuales de libros inexistentes”. Si la
distribución de recursos y bienes educativos no resulta equitativa, ¿no estamos
profundizando esa brecha promoviendo nuevas formas de discriminación?.
En los nuevos sentidos del concepto de alfabetización se entrelazan cuestiones
no sólo educativas, sino también culturales, sociales y políticas. Todas ellas generan los
dilemas que emergen de la pregunta acerca de la responsabilidad que le cabe a la
escuela pública en relación a la formación de los alumnos que ahora transitan el
sistema educativo como ciudadanos activos y plenos, conscientes de sus derechos y
obligaciones, comprometidos en la construcción de una sociedad más justa y
auténticamente democrática. Esto significa también alfabetizar para el siglo XXI.

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