Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Pero hemos visto que, en Buñuel, el ciclo o el eterno retorno reemplazaban a la entropía.
Ahora bien, por más que el eterno retorno sea tan catastrófico como la entropía, y el ciclo tan
degradante en todas sus partes, no por ello dejan de desprender una potencia espiritual de
repetición que plantea de una manera nueva la cuestión de una salvación posible. El hombre de
bien, el santo varón, no están menos aprisionados en el ciclo que la bruta y el malvado. Pero la
repetición, ¿no es capaz de salir de su propio círculo y de «saltar» más allá del bien y del mal? La
repetición es lo que nos pierde y nos degrada, pero también lo que puede salvarnos y hacernos salir
de la otra repetición. Kierkegaard ya oponía una repetición del pasado, encadenante, degradante, a
una repetición de la fe, vuelta hacía el porvenir y que nos lo devolvía todo en una potencia que no
era la del Bien sino la del absurdo. Al eterno retorno corno reproducción de un ya-hecho desde
siempre, se opone el eterno retorno como resurrección, nuevo don de lo nuevo, de lo posible. Más
cercano a Buñuel, Raymond Roussell, autor amado por los surrealistas, desarrollaba «escenas» o
repeticiones contadas dos veces: en Locus solus, ocho cadáveres en una jaula de vidrio reproducen el
acontecimiento de sus vidas; y Lucius Egroizard, artista y científico de genio que ha enloquecido
tras el asesinato de su hija, repite indefinidamente las circunstancias del crimen hasta que inventa
una máquina que registra la voz de una cantante, la deforma y reconstruye tan perfectamente la voz
de la niña muerta que todo le es devuelto, hija y felicidad. Se va de una repetición indefinida a la
repetición como instante decisivo, de una repetición cerrada a una repetición abierta, de una
repetición que no sólo fracasa sino que además hace fracasar, a una repetición que no sólo triunfa
sino que recrea el modelo o lo originario. Parece un guión de Buñuel. En efecto, la mala repetición
no se produce simplemente porque el acontecimiento fracasa, es ella la que hace fracasar al
acontecimiento, como en El discreto encanto de la burguesía, donde la repetición del almuerzo prosigue
su obra de degradación a través de todos los medios, que ella cierra a su vez sobre sí mismos
(Iglesia, ejército, diplomacia...). Y en El ángel exterminador, la ley de la mala repetición mantiene a los
invitados en la habitación de límites infranqueables, mientras que la buena parece abolir los límites y
abrirlos al mundo.
Tanto en Buñuel como en Roussel, la repetición mala aparece bajo la forma de la
inexactitud o la imperfección: en El ángel exterminador, la presentación de los dos mismos invitados
es una vez calurosa y la otra glacial; y el brindis del anfitrión transcurre una vez en medio de la
indiferencia y la otra despertando la atención general. En cambio, la repetición salvadora aparece
como exacta, la única exacta: sólo cuando la virgen se ha ofrecido al Dios-anfitrión, sólo entonces
recuperan los invitados exactamente su primera posición, y con ello quedan liberados. Pero la
exactitud es un falso criterio, y ocupa el lugar de otra cosa. La repetición del pasado es
materialmente posible, pero imposible espiritualmente, y ello a causa del Tiempo; en cambio, la
repetición de la fe, vuelta hacia el futuro, parece materialmente imposible pero espiritualmente
posible, porque consiste en volver a empezarlo todo y en remontar el curso que el ciclo aprisiona,
en virtud de un instante creador del tiempo. ¿Hay entonces dos repeticiones que se enfrentan,
como una pulsión de muerte y una pulsión de vida? Buñuel nos deja en la mayor de las
incertidumbres, empezando por la distinción o la confusión de las dos repeticiones. Los invitados
del Ángel quieren conmemorar, es decir, repetir la repetición que los ha salvado, pero con ello
mismo vuelven a caer en la repetición que los pierde: reunidos en la iglesia para un Tedéum,
volverán a quedar prisioneros, más prisioneros que nunca, mientras se oye el bramido de la
revolución. En La vía láctea, Cristo como persona ha mantenido largo tiempo la posibilidad de una
apertura del mundo, a través de los medios variados que los dos peregrinos atraviesan; pero parece
indudable que al final todo vuelve a cerrarse, y que el propio Cristo es un cierre en lugar de un
horizonte. Para alcanzar una repetición que salve o que cambie la vida, más allá del bien y del mal,
¿no habría que romper con el orden de las pulsiones, deshacer los ciclos del tiempo, dar con un
elemento que sea como un verdadero «deseo» o como una opción capaz de recomenzar sin
descanso (ya lo habíamos visto respecto de la abstracción lírica)?
De todas formas, Buñuel ha ganado algo al hacer de la repetición, más que de la entropía, la
ley del mundo. Buñuel introduce la potencia de la repetición en la imagen cinematográfica. Con ello supera el
mundo de las pulsiones para tocar a las puertas del tiempo y liberarlo del declive o de los ciclos que
aún lo sujetaban a un contenido. Buñuel no se limita a los síntomas y fetiches, elabora otro tipo de
signo que podríamos llamar «escena» y que quizá nos dé una imagen-tiempo directa. Aspecto este
de su obra que más tarde volveremos a encontrar, porque desborda al naturalismo. Pero Buñuel
supera al naturalismo desde dentro, sin renunciar jamás a él. [...]
LA IMAGEN-PULSIÓN 3