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Alteridad en la Profesión Docente

La alteridad es la condición o estado de ser otro o de ser diferente. Como tal, se


aplica al descubrimiento que del otro hace el él y a toda la amplia gama de
imágenes y representaciones del otro y del nosotros que esto trae consigo.
Además, para la filosofía, la alteridad es lo contrario a la identidad y, en este
sentido, puede ser definida como la relación de oposición que se registra entre el
sujeto pensante, es decir, el yo, y el objeto pensado, o sea, el no yo. Así, la
alteridad es el principio filosófico que permite alternar o cambiar la propia
perspectiva por la del otro. En este sentido, la alteridad implica que un individuo
sea capaz de ponerse en el lugar del otro, lo cual posibilita que pueda establecer
relaciones con el otro basadas en el diálogo y la conciencia y valoración de las
diferencias existentes.
Así, según la alteridad, para constituir una individualidad es necesaria, primero,
la existencia de un colectivo, pues el yo existe a partir del otro y de la visión de
este. El otro permite que el yo pueda comprender el mundo a partir de una mirada
diferente en relación con la propia. De hecho, uno de los principios de la teoría de
la alteridad es que el yo, en su forma individual, solo puede existir a través del
contacto con el otro, pues el ser humano, como sujeto social, tiene inherentemente
una relación de interacción y dependencia con el otro.
En tal sentido, uno de los motivos inquietantes para la construcción de la
educación es precisamente porque la “alteridad” parece desdibujarse en la
Reforma Educativa, los alumnos y posiblemente también los educadores como
sujetos que piensan, se posicionan y son capaces de decidir. De este modo, es un
intento por volver la mirada a uno de los grandes problemas de la pedagogía: la
Alteridad. Pero sobre todo, se pretende comprender el lugar que ocupa –o no- la
alteridad en torno a la profesión docente.
Asimismo, como hija de la Modernidad, la escuela supone sujetos con reglas
normativas y valores universales, a quienes impone meta-relatos tales como
“todos los ciudadanos tienen que ser escolarizados”; lo que es más, a través de
“un Modelo Educativo basado en Competencias” instituyendo con ello, una
respuesta única, absoluta, invariable y certera para enfrentar los retos educativos;
pero también, los laborales, económicos, políticos y sociales de un Estado y/o
país. Alimentando así los imaginarios que suponen “Escuelas de Calidad” con
exclusividad, no solo por estar equipadas con tecnología de punta, sino porque
sus recursos humanos -docentes y alumnos- son competentes.
Así, las escuelas -y en ellas los docentes tienen la misión de “cultivar” sujetos
competitivos, por lo que a través del discurso oficial se impone “… proporcionar un
servicio educativo de calidad en todos sus tipos, niveles, modalidades y vertientes,
De este modo, la obligatoriedad de la educación primero en el nivel básico
luego medio básico, medio superior, y ahora también, la formación inicial de todo
docente; disfraza su imposición en todos los niveles de una visión hegemónica -
perfilar un egreso competitivo para tener acceso a un mayor bienestar y contribuir
al desarrollo nacional a través, de modelos únicos que prometen ser lo mejor para
todos; a través de una educación que se presume “Inclusiva”.
Por ello se pretende unificar e instituir los contenidos, conocimientos y
competencias que todo sujeto ha de desarrollar. De ahí la necesidad, exigencia y
utilidad de las evaluaciones estandarizadas a un país, que obliga a toda diferencia
a ser idéntica; esto es, “en un marco de Diversidad” hacer de lo diverso lo uno
(único, idéntico, igual, invariable, universal), excluyendo entonces, todo lo
diferente.
No obstante, parece olvidarse que como práctica social, la educación
escolarizada sufre por aquellas ciencias cuyo objeto es el ser humano, no objetos
concretos e inamovibles (como los planes y programas, cantidades, porcentajes y
estadísticas); sino que es la escuela, con un objeto que habla y en ese sentido que
piensa y es capaz no solo de aprender sino de producir conocimiento; por lo que la
escuela más que con objetos es con sujetos capaces de pensar, sentir,
emocionarse, imaginar, decidir y crear; pero también destruir, de-construir, y
además, re-construir.
Por lo tanto, todo educador esta por Ley obligado a conducir sus actividades
con sujeción a los objetivos y metas señaladas en el Programa de Educación,
Programa cuyos objetivos e indicadores están centrados en números, porcentajes
y cantidades; matrícula, becas, certificación de docentes, escuelas equipadas con
computadoras e internet. En el que aparece la creatividad, la curiosidad, la
imaginación y el pensamiento crítico e innovador propio de los sujetos.
De este modo, los docentes desde una epistemología Moderna objetiva
establecen que no hay alteridad; la razón (es una razón instituyente) y el sujeto se
concibe como un sujeto cognoscente, sensible, inmediato, finito y universal. En la
que destaca la tradición cartesiana-kantiana, desde la que derivan todas las
posturas unificantes, en las que el otro más que sujeto es objeto (desde el
referente y la mirada de quien lo observa); este es el origen del positivismo donde
el objeto puede contrastarse en la cosa, anulando así la alteridad, quedando ésta
excluida.
Bajo esta mirada, la profesión docente en la actualidad a pesar de pretender
educar, contrasta con la exigencia de regirse bajo los criterios de un solo modelo y
perfilando con ello la homogenización del otro. Teniendo la escuela una sola
dimensión de conocimiento (el currículo nacional, los Planes y Programas).
Desde esta esfera la práctica educativa se encarga, por tanto, de vigilar que lo
instituido se mantenga, sea permanente; vigila el funcionamiento de la escuela
para que se cumplan las exigencias del Estado-Nación; por ello no sólo se
encarga del cuidado del aprendizaje, sino de controlar mentalidades y conductas.
El docente al intervenir como vigilante por tanto es consciente. Y la escuela es, en
este sentido, una institución fabricante de sujetos funcionales. Por ello, esta ha
sido una postura dominante que privilegia el consenso, la unidad, la armonía, la
totalidad y por tanto, denigra, suprime o margina la multiplicidad, la contingencia y
la singularidad. En este sentido, los sujetos que representan la educación –
docentes-, tienen la obligación de remitirse a un conjunto de normas, valores,
lenguaje y procedimientos para hacer frente a las cosas y para hacer las cosas;
convirtiéndose en reproductores de lo dado, pues de ello depende su inclusión o
exclusión del Sistema Educativo, es decir, su derecho laboral a permanecer o no
en una plaza en la función magisterial; lo que a su vez estará determinado por el
resultado de la evaluación a la que será sometido como lo establece el sistema
educativo, el que sostiene que se establecerá un sistema de concursos con base
en méritos profesionales y laborales para ocupar las plazas de maestros nuevas o
las que queden libres. Se construirán reglas para obtener una plaza definitiva, se
promoverá que el progreso económico de los docentes sea consecuente con su
evaluación y desempeño.
Así también, se debe cuidar mediante procedimientos y mecanismos idóneos el
ingreso al servicio y la promoción dentro de la profesión docente, así como la
permanencia en la función magisterial. Premisas bajo las que la escuela eliminará
a los sujetos que piensan se posicionan y deciden, para sustituirlos por
reproductores de planes y programas nacionalmente establecidos y, lograr con
ello, un mayor “control” de calidad educativa. Por lo que, aquella escuela que no
cumpla con los estándares de calidad requeridos (reproducción de planes y
programas), egresará perfiles no competitivos, teniendo como resultado exclusión
académica y laboral; de la que no están exentos aquellos docentes con menor
desempeño y que a pesar del apoyo que reciban “sigan presentando un bajo
desempeño deben ser excluidos del sistema educativo. De este modo, se perfila la
identidad docente: competencia docente; perfil que desde las lógicas del sistema
da cuenta de la fortaleza de lo uno y la anulación de lo múltiple, justificando con
ello la exclusión y aniquilamiento del(o) otro. Perspectiva que, responde a
recomendaciones de actores internacionales y requerimientos técnico-
administrativos más que formativos, dejando en desamparo educativo, laboral y
legal a todo aquel que no cumpla con los estándares establecidos; de manera que,
todo lo diverso queda fuera.

Así de pronto la alteridad se ve obligada a ser sí-mismo (idéntico, identidad,


uno); no obstante, cabe enfatizar que idéntico no significa ni es sinónimo de
inclusivo, como el discurso oficial presume, pues “incluir” no significa anular o
acabar con lo diverso, sino hacer posible que lo distinto, lo múltiple, siga siéndolo
en la inclusión. Por tanto, el docente más que ocupado por el proceso formativo
del estudiante y de sí mismo, requiere atender a los objetivos y exigencias de
organismos nacionales que ajenos a la formación de sujetos exigen facilitadores
del aprendizaje para “saber hacer” alumnos competentes capaces de enfrentar los
retos personales y profesionales, regionales, nacionales e internacionales que
plantea la Globalización; de lo contrario, no cumplirá con los estándares de un
educador competitivo; por tanto, ni uno ni otro tendrán lugar en el sistema
educativo, ni en el ámbito laboral.
De modo que, en aras de la eficacia, la acción educativa se ha convertido en
una intervención didáctica-procedimental en la relación profesor-alumno,
ignorando que el fondo de la relación educativa es o debe ser radicalmente ética y
antropológica entre ambos, más que profesional-técnica. Por lo que no basta con
recuperar los métodos de enseñanza sino el para qué de la misma, es decir, el
sentido de educar.
Para finalizar, vale la pena detenerse un poco para pensar si es posible educar
el pensamiento sólo a partir de los planes y programas, es decir, ¿será posible
trascender lo dado para dar voz, vida y movimiento a las infancias y juventudes en
las escuelas y a nosotros mismos como sujetos capaces de pensar,
posicionarnos, y decidir? Para ello, se tiene que hacer a un lado e incluso
renunciar a todo aquello que hasta ahora ha resultado familiar y hasta apreciado
como natural.
Es necesario ponernos de pie y atrevernos a caminar para recorrer caminos
inciertos, ocultos y hasta ahora desconocidos para comprender el sentido de toda
educación, pero sobre todo el lugar y posicionamiento que ocupo en/ante ella
como docente. Reiterando que todo educador está obligado a negar cualquier
forma de poder, porque el otro (el educando) nunca puede ser objeto de dominio,
de posesión o de conquista intelectual y/o física; en lugar de ello, es indispensable
asumir la responsabilidad de hacer posible el nacimiento de nuevas realidades; es
decir, la renovación constante no solo de conocimientos y competencias sino de la
permanente y continua creación de proyectos de vida de otros, pero también de sí
mismo, condición indispensable para poder hablar propiamente de educación.

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