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ANA MARÍA SIMÓN

FEAT.

ADRIANA LOZADA

Porque ser madre no nos vuelve (del todo) locas


La información y las sugerencias presentes en este libro no deben ser usadas como un substituto del consejo médico de tu doctor,
obstetra, partera u otro profesional médico. Cada madre, embarazo y bebé son diferentes, así que ante cualquier pregunta o duda,
consulta a tu doctor sobre tu caso y circunstancias particulares. Si crees estar padeciendo alguna condición médica, busca atención
inmediata. No debes retrasar la consulta médica, ignorar los consejos de tu doctor, o alterar cualquier tratamiento médico, sobre la
base de la información contenida en este libro. Las autoras no garantizan qué tan completa, exacta o recomendable sea la
información hallada en este libro para tu situación particular y no se responsabilizan por pérdidas directas o indirectas derivadas de
su uso.
ÍNDICE
PRÓLOGO
DEDICATORIA
BIENVENIDA
YO TAMBIÉN QUIERO UNA DOULA
SI DIOS QUIERE

Buscando guayaba
Negativo el procedimiento
Dr. Reyes y Mr. Hyde
Vísteme despacio que tengo prisa

¡CHITO!
Mireya no: ¡Muralla!
Mom-hattan
Simon vs. Simón
El segundo domingo de mayo

DUDAS
¿No me viene o me viene?
¡No fumo, no bebo, no nada!
¿Nutella con unas goticas de limón es normal?
Se busca obstetra
Un eco al día, ¿es mucho?
¿Hasta cuándo las náuseas?
Si el bebé no se mueve por un rato, ¿está bien?
¿Tengo que arruinarme comprando ropa de embarazada que luego no voy a usar más?
¿Desmadre hormonal? Asúmelo con glamour
¿Cuándo tengo que comenzar a arreglar la casa y comprar las cosas para el bebé?
¿Puedo yo sola con todo esto?
¿Dormir? ¿Qué es eso?
¿Qué me debo llevar a la clínica u hospital?
Antes de regresar a la casa con el bebé, ¿tengo que regalar a mis perros?
¿Me tengo que preparar para dar pecho o como vaya viniendo?
¿Cuándo dejo de trabajar y cuándo regreso?

NO ESTOY GORDA, ESTOY EMBARAZADA


¡Hasta la vista, baby!
Are You talkin’ to me?
¡Qué raya!
No hay cuarto pa’ tanta gente

¡PÚYALO!
¿Quiere tener sueño? ¡Pregúnteme cómo!
#Telajeta
Déjate querer
Primeriza... y ultimiza

TEMORES
¿Y si lo pierdo?
¡Que sea sano, por favor!
¿Le estoy haciendo o le hice daño a mi bebé?
¿Dejo de hacer ejercicios o hago por dos?
¿Tener sexo afecta al bebé? ¿No tenerlo afecta a la pareja?
Mi ritmo de vida estresado y mi ambiente lleno de toxinas, ¿pueden afectar a mi bebé?
¿Hay complicaciones para mí?
Mi cuerpo nunca será igual
¿Y si nace prematuro?
¿Más nunca voy a salir o a hacer viajes sola o con mis amigas?
¿Podría romper fuente en público?
¿Viene con vuelta de cordón?
«Añosa tu mamá»
El método que elija para traerlo al mundo, ¿será el mejor?
Tu plan de nacimiento
¿Estaré lista?

Y DIOS QUISO
... Y llegó e11a

ILUSIONES
PRÓLOGO
por Erika de la Vega
Si a mí me hubieran dicho hace unos años, que iba a escribir el prólogo del libro de Ana María
basado en la experiencia de su embarazo y dedicado a las madres, hubiera apostado la mitad de
mis zapatos a que eso no sucedería ni en esta, ni en la próxima vida.

Así que lo que hoy estoy haciendo es un milagro de la vida, así como son los hijos: milagros.
Ana y yo nos conocemos desde el año 97, en nuestro intento de ser locutoras en 92.9 FM, y
después de mucho compartir, celebrar, llorar, de reírnos, de huir, viajar y de hacer muchas dietas
juntas, pasamos de ser compañeras de radio, a ser compañeras de vida, y cada cierto tiempo nos
hacíamos la misma pregunta: «¿Negra, tú quieres tener hijos?».

Yo, sin dudar, decía «Sí».


Ana, sin dudar, decía «No».
Nunca tratamos de defender nuestras posiciones, ni convencernos de cuál de las opciones era la
mejor.

Solo aclaro esto porque yo no la convencí de que fuera mamá, ella cambió de opinión solita.
Muchos pensarán que Matías, mi hijo, la enterneció, pero créanme que cuando iba a casa de Ana
con él y lo conseguíamos ahorcando a su perrita, no era una imagen muy tierna para ninguna de
las dos.

En el momento que sales embarazada tu vida cambia para siempre y no es precisamente, como
dicen todas, porque no vas a poder dormir más nunca. ¡No, no, no, no! Déjame ponerlo claro: a
partir del momento en el que ves la palabra «positivo», el signo + o las dos rayitas, tu vida
cambia porque comienza a ser dirigida por otros, llamémoslos, «factores». Ya no vas a ser la que
manda, la que toma decisiones, la que reacciona, la que comprende, la que ama, la que tiene la
última palabra. En ese momento despídete de ti misma sin mucho drama porque no tienes mucho
tiempo y mantén la esperanza que en el futuro se vuelvan a encontrar, porque el ejército de
hormonas ya está listo para hacerte un golpe de estado (literalmente) y asumir el mandato de tu
vida.

Mientras tú estas creando otro ser en tu vientre, las hormonas te convierten en otro ser muy
diferente a lo que eras. Haces cosas que jamás en tu vida has hecho o has dicho.

Te hacen pasar del amor al odio en segundos, o te hacen sentir la mujer más hermosa del
universo, no importa que tengas 20 kilos encima. Si antes eras una mujer valiente, sin pelos en la
lengua para decir las cosas, con el embarazo te puedes convertir en una mujer llorona, sensible,
que lo único que quieres es que te consientan. Si amabas vestirte de negro, puede ser que te dé
por usar solamente tonos pasteles. Si eras una mujer de carácter suave y llevadero, hay grandes
posibilidades de convertirte en una persona peleona y belicosa. Las que son activas y rápidas
pasan a ser mujeres somnolientas y de hablar muy pausado, extremadamente pausado, mejor
dicho insoportablemente pausado.

Yo la verdad fui todas las anteriores. Me puse lenta, mi sentido del humor despareció, las
benditas hormonas se lo llevaron por un buen tiempo. No razonaba, no entendía nada. Peleé con
el mundo entero. Me irritaba que me tocaran la barriga, estuve a punto de cobrar por toque, pensé
en precio paquete para las que le gustaba buscar los pies del bebé y después sobarla con
movimientos circulares. También pensé en tocarle la barriga a la persona que viniera a sobar la
mía y así intercambiar opiniones. Era lo justo, ¿no?

Pensé también en crear un uniforme para las embarazadas. Eso de pensar qué ponerme todos los
días, con lo lenta que estaba mentalmente, requería de mucha concentración nada fácil con un
cuerpo que todos los días crecía un poquito más. Porque sí, a mí no me crecía la barriga, si no el
cuerpo completo, hasta mi nariz se veía embarazada (pobre nariz, hasta con ella peleé).

Pasé 15 años sin comer carnes rojas y en el momento en el que quedé embarazada mi único
objetivo en el día era buscar carne, carne roja fresca, carne roja fresca, jugosa y casi cruda. Era
oficial: yo en mi embarazo me convertí en una leona en época de sequía, mal humorada, arisca y
hambrienta. Los productores de la radio en secreto se preguntaban: «¿Cuántos meses quedan?»

Y no me mal interpreten, yo quería salir embarazada, yo deseaba tener un hijo desde que tenía
uso de razón, pero las hormonas no te hacen gente y te llevan a lugares insospechados.

Ana sabía como había sido el transito por mis 9 meses de gestación, pero no le interesaba mucho
porque, claro, para quien no quiere ser mamá, los cuentos de embarazos pueden ser realmente
aburridos.

Un día me pidió que llegara temprano a la radio que quería invitarme un café en la panadería de
la esquina.

Al encontrarnos la noté acelerada, más de lo normal, caminaba rápido, me hacía muchas


preguntas a la vez: «Negra voy a buscar un café, ¿cómo lo quieres? Tú lo tomas negrito, ¿no? ¿Te
quieres sentar afuera? Si quieres siéntate y me esperas allá. Un agua, ¿verdad?»

Les confieso que me senté preocupada, algo no estaba bien. Cuando llegó, notó que la mesa
estaba sucia yo la verdad no me había dado cuenta y empezó:

«La mesa esta llena de azúcar, pásame las servilletas» mientras la limpiaba siguió diciendo
«Tiene una pata mala, mira como se mueve, ¿nos cambiamos, negrita? Además el ruido de los
carros no me deja oír, aunque si nos vamos para adentro nos vamos a morir del calor, pero es que
no soporto el ruido, Negra y los de al lado no tienen pinta de que se vayan pronto. ¿Qué tanto
pueden hablar? ¿Será que les pregunto cuánto les falta? Definitivo, Negra, nos vamos para
adentro, agarra tu café, o mejor yo llevo el tuyo y tú agarras las carteras. No, mentira, ponme la
cartera en el hombro y yo agarro mi taza y tú la tuya. Las aguas mételas en mi cartera, ¿te parece?
¿Puedes con eso, o damos dos viajes? Ya va, déjame ir yo primero a ver si veo mesa antes de
mudarnos. No, no, no… mejor vamos las dos de una vez, para no tener que ir y venir...».

En shock, hice todo lo que me dijo, caminamos de una vez para adentro de la panadería. Yo no
salía de mi asombro. «¿Qué le pasa a Ana María?» Y así, como si el aroma del café recién
colado me hubiera traído la respuesta, me di cuenta, antes que ella me dijera, que traía un
pastelito en el horno, ¡QUÉ EMOCIÓOON! Igual decidí actuar como si no supiera para no
arruinar el momento.

Cuando nos logramos sentar no esperó tres segundos para soltarme la noticia: ¡ESTOY
EMBARAZADA! Gritamos juntas emocionadas, pero lo que ella no sabía era que hacía 15
minutos ya sus hormonas me lo anunciaron, habían llegado para quedarse 9 meses o más y recé:
«por favor, que esto sea leve».

Y parece que me escucharon porque el embarazo de Ana María, fue paz, amor y risas. A Ana le
dio por reírse. Esa mujer rigurosamente organizada, metódica y planificada desapareció. Ana se
dejó llevar como si estuviera navegando en un crucero por las islas del caribe por 9 meses, muy
diferente al mío, que fue como un viaje en un submarino militar.

Lo cierto es que, cada embarazo es diferente, así como nuestros hijos. El embarazo uno lo tiene
que hacer suyo, vivirlo, sufrirlo, disfrutarlo, dormirlo y navegarlo con la embarcación que
quieran. Ningún embarazo es mejor que otro. No importa lo que escuches, lo que te cuenten. El
embarazo es simplemente la antesala a lo que será tu nueva vida, la antesala a una aventura que,
en mi caso se llama Matías y que no cambio por nada en el mundo.

El embarazo es una de las tantas transformaciones que vivimos las mujeres a lo largo de nuestras
vida. Bienvenidas sean.

¡Disfrútenla!
DEDICATORIA

Todo lo bueno en esta vida despeina: hacer el amor, bailar, saltar, volar,
un ataque de risa, besar... y tener un hijo.
Este libro está dedicado a todas las personas que procuran vivir sus
vidas con el pelo hecho un desastre.
... y a Micaela, responsable de la mejor despeinada de mi vida
- Ana María
BIENVENIDA
Soy Ana María Simón, venezolana, locutora, actriz, tengo 40 años y una hija de 2 que se llama
Micaela. Nunca estuvo en mis planes ser mamá. Nunca, hasta que cumplí 37 años.

La única persona con la que me provocó que la historia cambiase fue con el Pollo. Por supuesto
que ese no es su nombre de verdad. Se llama Rafael Brito, a.k.a. el Pollo. Él también es
venezolano, músico, cantante, tiene un par de años y dos pares de hijos más que yo, y
compartimos la ma/pa-ternidad de esa misma hija de 2 años.

He vivido con el estigma de haber nacido un 14 de septiembre, por eso cuando ven mi biblioteca
organizada por categorías, mi clóset por colores o la rigurosidad con la que llevo mi agenda,
tengo que escuchar, necesariamente: «Tú tienes que ser Virgo, ¿verdad?».

¿He sido ordenada? Sí. ¿Obsesiva? También. ¿Rigurosa? Pa’ qué te digo que no, si sí. Pero a
diferencia de quien es obligado a poner las cosas en su santo lugar, vivir así me producía un
profundo placer. Tener una aspiradora portátil para que cuando hubiese una reunión en mi casa
las migas de las papitas pudiesen ser removidas inmediatamente, era normal. Regresar del
estacionamiento, cuando ya estaba casi montada en el carro, porque recordaba que había dejado
la toalla húmeda sobre la cama, después de haberme bañado, ¿qué tiene de malo?

Me alejaba del desorden y, por supuesto, dentro de mis metas no existía ni remotamente la
posibilidad, ni mucho menos las ganas, de ser mamá porque, ¿existe algo más parecido al caos
que eso?

Hoy, paradójicamente, ustedes tienen en sus manos un libro escrito por mí que se llama soy de
pura madre y es la AutobiograGuía de 9 meses y un parto: el mío.

Sin embargo, quiero aclarar que mi hija no fue una metida de pata. Micaela fue una niña deseada,
pero eso sí, solo desde que la deseé. Antes no, y es bueno que lo diga, porque si un día llega a
leer este libro, lo sabrá y no la veré echoneta por ahí diciendo que fue deseada de toda la vida.
No, hija, esto es de ahorita. Pero cuando pasó, pasó para siempre.

Las páginas que vienen a continuación son el resultado de un ejercicio en el que procuré no
sobrestimar mi embarazo, sino vivirlo. Decidí pasar esos nueve meses tomando notas, algunas
escritas y otras mentales, de mis verdaderos sentimientos con respecto a lo que me iba
ocurriendo y no sobre lo que se suponía que debía sentir porque era lo políticamente correcto.

Antes de compartir todo esto en un libro, lo pensé muchísimo. ¿Qué van a decir cuando comente
algunas verdades que nos disfrazan con encaje rosado? ¿Tendré que decir que los meses del
embarazo son los mejores en la vida de una mujer y que es maravilloso eso de estar enorme
porque eres capaz de dar vida, y que la panza1 no te estorba para nada ni te hace sentir un
verdadera gandola que no pasa por ninguna parte? ¿Soy tan egoísta como para guardarme
información valiosa como que si decides ser madre, la más purita verdad es que más nunca vas a
dormir tan profundo como antes o que tu cartera dejará de ser exclusivamente tuya porque
siempre tendrá sorpresitas del tipo chupón, pañal o termómetro?

Así que se los digo de una vez: estar embarazada, excepto honrosas y admirables excepciones, no
es juego ‘e carrito. Estar embarazada es la vida misma sin artificios y con muchos, muchísimos
malabarismos que, eventualmente, nos traen los resultados que queremos, porque si de algo nos
graduamos las madres es de procurar salir ilesas cuando nuestros hijos, o las circunstancias, nos
cambian el libreto. ¡Esto de ser madre sí que es saber improvisar!

No soy de las mujeres que amaron su embarazo: aun cuando nunca tuve náuseas, ni mareos,
fueron nueve meses que parecieron dieciocho. ¿Que si fue un embarazo complicado? No.
¿Delicado? Tampoco. ¿Que si me volví loca? Sí, casi por completo. Trabajar durante tantos años
al lado de mi querido Henrique Lazo y salir embarazada, han sido las dos veces en mi vida en las
que he estado más cerca del delirio. Mientras Micaela se formaba dentro de mi cuerpo, mi mente
bajó su velocidad y su producción en un 60 % y mi humanidad aumentó 33 kilos de peso. No
estaba embarazada: ¡tenía el cerebro de una ardilla dentro del cuerpo de una ballena!

Supe lo que significa «vivir atormentada». Pensaba que, por el medio en el que me desenvuelvo,
donde lo que abundan son mujeres bellas, flacas, fit y producidas, al yo ser lo diametralmente
opuesta a esa descripción, más nunca iba a conseguir trabajo. Más nunca iba a volver a tener mis
cuadritos. No se rían, es en serio. ¡Ah, pues, que los tenía! Por cierto, esa fue una lección de
vida: tómate una foto cuando estés buena y, si te da pena mostrarla en ese momento, no importa,
encalétala. Algún día te va a hacer falta como prueba para evitar la risita que acompaña el
comentario: «¡Si, ajá, tenías cuadritos! ¡Jajajaja ‘ta bien, pues, @AnaFitness!». Y en ese
momento chapeas y los callas a todos. Tomen nota: es mejor tener una foto de cuando estabas
buena y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla.

La sensación más aterradora que tuve durante esos nueve meses fue la de sentir que más nunca
iba a volver a ser «la yo de antes», y como eso me tenía profundamente angustiada, trataba de
controlarme, de calmarme, de hacer algo que me permitiera seguir adelante, algo que me diera un
poco de paz... y comía más.

Yo sabía cómo resolver casi todo en mi vida hasta que llegó mi hija. Ahora me lleno de dudas (y
a veces de culpas) cada vez que tengo que tomar una decisión, incluso desde antes de que la
viera fuera de mi panza por primera vez.

La maternidad nos cambia por dentro y por fuera, para bien y para no tan bien. Cualquier
absoluto que manejes en tu vida puede ser derribado en tan solo segundos. A lo mejor, después
de una experiencia tan determinante y a veces tan devastadora como esta, terminas entendiendo
hasta a tu mamá. Todo se vuelve relativo. Nuestros hijos deben haber venido a este mundo a
hacer varias diligencias pero, sobre todo, llegan para sacudirnos una serie de teorías sobre las
cuales juramos que tenemos la verdad absoluta. Nada más lejos de la realidad. A partir del
momento en que ellos aparecen entendemos que:
• No hay nada más liberador que desordenarse de vez en cuando.
• Lo más probable es que eso que dijimos que nunca haríamos, ni que bajara Dios y nos lo pidiera
de rodillas, lo haremos.

• El amor más absoluto, incomprendido e incomprensible que podemos sentir los seres humanos es
el amor por nuestros hijos. Dar la vida por alguien se convierte en una verdadera posibilidad
cuando un hijo aparece.

• «Avísame cuando llegues», «No me gusta que te juntes con esa muchacha», o «Mientras vivas
bajo el mismo techo que yo, aquí se hace lo que yo diga» son frases perfectamente coherentes y
que hay que respetar.

• Es perfectamente normal esa angustia que te oprime el pecho porque quieres que tu hijo sea la
persona más feliz del mundo y vas a hacer todo lo posible para que no sufra, no llore, para que le
caiga bien a todo el mundo. Rezas para que sea bonito porque aquello de que «No importa como
sea, pero que venga sano» es muy cierto, sí, pero ajá, si viene sano y bonito, mejor, ¿o no?
Quieres que sea simpático, generoso, inteligente y buena persona, pero a lo mejor resulta que
viene con solo algunas de las anteriores y no pasa nada. Igual para ti va a ser el mejor y el más
bello del mundo.

También comencé a hacerme preguntas que nunca pensé que pasarían por mi mente: ¿Será este
mejor momento para ser madre o ya pasó mi tren y no me monté? Si mi relación con su papá se
acaba, ¿cómo hago para criar a este hijo yo sola? ¿Doy a luz en agua, parada, sentada,
arrodillada, sin anestesia o que me duerman y me levanten cuando el niñito ya esté en primer
grado? ¿Si la siento a ver conmigo The Ellen Show lograré que sea una niña inteligente, con buen
humor, respetuosa y tolerante? Si le compro una Barbie y hereda mi celulitis, ¿será una
acomplejada? Si le compro un Barney y hereda la cintura que caracteriza a las mujeres de mi
familia, ¿acomplejará al pobre dinosaurio? ¿La llevo a Disney o dejo que vaya ella sola cuando
pueda pagárselo? Este señor con todos esos peluches guindados en su estetoscopio y esas
antenitas de vinil, ¿será el mejor pediatra para mi hijo? Como después de dar a luz voy a quedar
igualita, no boto mi ropa «de antes de», ¿verdad? ¿Qué voy a hacer si alguna vez el bebé no me
deja dormir por cuatro días seguidos y me lleno de rabia y de cansancio? ¿Me podré quejar sin
que me tilden de mala madre o me tengo que callar y hacerme la perfecta?

No teman: ser mamá no nos vuelve (del todo) locas, pero nos deja en la parada anterior. Porque
ser mamá me enseñó a no desconfiar más nunca de mi intuición, a despeinarme con ganas, a
ensuciarme sin remordimiento, a equivocarme sin miedo a equivocarme, a que la única obsesión
que se mantenga en mi vida sea la de criar a mi hija como un ser humano incorruptible y a asumir,
que de ahora en adelante, me pasaré el resto de mi vida encontrando, en algunos casos, la maner
incorrecta de hacer las cosas bien.
Como todo embarazo pasará, pero para que eso ocurra de la forma más suave posible no puedo
prometerles fórmulas mágicas ni consejos absolutos y, mucho menos, puedo garantizarles que
vayan a cerrar la última página de este libro diciendo: ¡Por fin encontré todas las respuestas! Lo
que sí quisiera es que se llevaran la certeza de que no están solas en esto, de que somos muchas
las que hemos pasado por ahí y hemos salido ilesas de ese mismo sitio. Estos meses, aun cuando
yo soy de las que piensa que la amnesia es la única razón por la que una mujer sale embarazada
por segunda vez, son una experiencia única, y mientras más registro lleves de ella, más te lo
agradecerás a ti misma cuando pasen los años. Yo solo quiero echarte una mano llevando ese
registro, y si te diviertes en el camino, pues mucho mejor.

De ahí que algunos detalles de ciertas cosas que me pasaron durante ese periplo los quiero
compartir a lo largo de este libro por una única razón: siempre vemos algo que nos está
sucediendo como la cosa más complicada del mundo, pero llega ese instante en el que aparece
otra persona que la pudo tener todavía más complicada que nosotros, y eso funciona como un
vasodilatador, como una copa de vino a las ocho de la noche después de un duro día de trabajo.
Todo se distiende. Todo pinta más bonito y aparece la esperanza, esa que Cortázar describió de
manera tan sabia: «La esperanza le pertenece a la vida porque es la vida misma defendiéndose».

Durante mi embarazo, además, tuve la suerte de reencontrarme con un personaje que muchos de
ustedes conocen, y a los que no, los invito a que estén pendientes de las recomendaciones que no
dará a lo largo de este libro. Su nombre es Adriana Lozada, y cruzarme con ella en esta nueva
etapa de su (nuestra) vida es de las cosas más divertidas que me ha pasado. Adriana ya no es la
dueña y señorita del periódico urbe, ni soy yo una de sus columnistas o, eventualmente, una de
sus portadas. Hoy en día, y desde hace ya unos cuantos años, Adriana es doula (Dou...¿what?).
Que no cunda el pánico. En las próximas páginas el curioso Willy McKey se encargará de que
sepan de qué se trata. Lo que les garantizo es que está certificada para responder buena parte de
las dudas y temores que a las mujeres nos pasan por la cabeza antes y durante el embarazo.
Después de ser madre, yo dejé de ser tan obsesiva con el orden, y ella, que también se dio a la
tarea de poblar el mundo, ya no se pinta el pelo de azul ni entrega perros verdes como premio,
porque su hija Ánika se encargó de pintarle la vida de todos los colores que le hacían falta.

Por lo pronto les recuerdo que soy Ana María Simón, tengo 40 años y una hija de 2 a la que no le
había preparado ningún discurso para el día en el que llegó a este mundo, y solo se me ocurrió
decirle mi palabra favorita del diccionario:

¡Bienvenida!
1 Nunca he podido decirle «barriga» a la de una embarazada, porque para mí, barriga tienen los que beben mucha cerveza.
Tampoco puedo pensar que lo mismo que me duele hasta casi morir una vez al mes puede ser el sitio donde va a estar mi bebé
durante nueve meses y por eso tampoco puedo llamarlo «vientre». Así es que preferí buscar un término que fuera lo más neutro
posible y en este libro le diré «panza» a ese pedazo de nuestra anatomía que funge para nuestro futuro bebé como un hotel 10
estrellas durante nueve meses.
YO TAMBIÉN QUIERO UNA DOULA
(o «Cómo Adriana Lozada dejó de criar chihuahuas verdes para traer gente al mundo»)
por Willy McKey
Ser el único hombre que se atrevió a escribir una letra en este libro puede parecer una osadía.
Por ello, he decidido ampararme en la palabra antigua, que es la más segura. Así que, además de
«mamá», en esta breve entrevista que pretende recordarte quién es Adriana Lozada, también
leerás otras dos palabras viejas. Una viene del latín: urbe. Y la otra del griego: doula (que se
pronuncia «dula», no vayas a pasar la misma vergüenza que yo).

Adriana es una caraqueña que llegó al siglo XXI antes que la ciudad y sus habitantes. Era la
editora de urbe —un tabloide que terminó convertido en un proyecto cultural—, una mujer de
pelo cortiquito y technicolor, atravesada por piercings (cuando no los ponían en los centros
comerciales) y muy pendiente de la música hecha aquí, antes de que eso pareciera un deber
patrio. Incluso llegó a entregar el más hermoso de los trofeos criollos: un chihuahua verde
llamado Asdrúbal, más caraqueño y pop que cualquier Oscar.

Pero algunos años después empezó el «fin-de-mundo» y Adriana terminó escapándose de este
apocalipsis lento en un velero. En el camino lo planeó y quedó embarazada. Con el tiempo se
hizo doula. Una doula cool. Es más: podría aventurarme a decir que es la doula con el iPod
mejor surtido, la biblioteca más variada y la mejor adquisición del Caribe que pudieron fichar
las mujeres embarazadas del planeta.

Una advertencia: si tú decidiste vivir tu embarazo en Mykonos o estás leyendo este libro en una
playa griega, exhibiéndole la panza a Helios, no debes decir doula en voz alta. Los idiomas no
crecen tan parejos: en la Antigüedad, esta palabra nombraba a las esclavas. En cambio, si tu
destino es Filipinas, entonces puedes quedar muy bien parada en tu próxima conversación con
otra encinta, diciendo que una antropóloga llamada Dana Raphael empezó a usar el término doula
por esos lados, con la intención de referirse a quienes ayudaban a las madres primerizas a
entender ese milagro que solo ustedes, las mujeres, pueden testimoniar.

Adriana, ¿qué es una doula?


Una doula es una mujer que te quita el miedo.
¿Se puede decir, entonces, que no es una partera ni una enfermera, sino una especialista en
acompañar a la madre?
Un comentario muy frecuente de quienes han sido asistidas por una doula es: «Yo quiero una
doula para todo... para la vida». Es como tener tu concierge personal que te dice: «Tienes estas
opciones, te puedo recomendar que tomes esta vía, pero aquella también te lleva al mismo
destino, aunque más lentamente y al mismo tiempo te traduce toda la jerga médica para
normalizar el proceso.
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«Una doula de parto brinda un apoyo emocional, físico y de información a la madre y a su
acompañante, de manera continua, desde el comienzo del trabajo de parto hasta una o dos horas
después del momento de haber dado a luz. Una de las cosas vitales que muestran los estudios
sobre las doulas es la importancia de que las madres cuenten con el soporte continuo de una
persona objetiva y con conocimiento. Alguien que no les va a mentir y que va a saber cómo
ayudar. En mi caso, por ejemplo, me reúno unas dos veces con la madre y su pareja antes del
parto. En esos encuentros nos conocemos, acordamos qué tipo de parto quieren tener, cuáles son
sus miedos, cómo ven la experiencia que están a punto de vivir, las sugerencias que puedo darles,
qué libros leer. Luego del parto, hago una visita posparto para ver cómo están, repasar el parto y,
claro, celebrar. Pero el detalle más relevante que no debemos perder de vista es el apoyo
continuo, sostenido, constante. Fíjate que los estudios que han comprobado los muchos beneficios
tangibles de tener una doula determinan que es importante que esta no sea un familiar ni una
amiga cercana. Incluso, aconsejan que no sea parte de la institución o el hospital. ¿Por qué? Por
la misma razón que muchos doctores dicen: «Yo soy médico, pero no puedo ser quien trate a mi
esposa». Porque necesitas la objetividad para poder observar y reaccionar: requieres tener la
distancia suficiente para poder ver tanto el big-picture como cada uno de los detalles chiquitos».

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Entonces, ¿existe una manera ideal de dar a luz?
Yo acompaño cualquier tipo de parto: desde partos en casa hasta cesáreas, incluyendo todo lo
que queda en el medio. Porque es la experiencia de la madre la que importa acá (claro, después
de su buen estado de salud, el del bebé). Así como yo tuve mi experiencia y logré decidir, ella
está decidiendo lo que va a querer. Yo solo estoy ahí para decirle: «Mira: estos son los riesgos,
los ‘pros’, los ‘contras’. Pero la palabra final la tienes tú». Y eso que decida, lo apoyo...
incluyendo sus cambios de opinión. Vamos caminando ese trayecto juntas y eso es lo importante.

¿Y la primera vez que hiciste de doula, qué tal? Hay doulas primerizas…
Claro, ¡y una asustada! Porque tienes toda esa información, esa teoría, pero no tienes la práctica,
y estás entrando a un hospital donde uno siempre se siente un poquito intimidado. El doctor se
siente como una autoridad y no puedes ponerte a discutir con él, porque creas un ambiente de
tensión que no es el ideal para la madre embarazada. Pero luego aprendes a dominar las
sutilezas.

¿Y cuál es la diferencia entre una madre que doula desde su primer parto y la que lo hace luego de
haber tenido uno, digamos, de forma tradicional?
Eso fue, hasta cierto punto, lo que me pasó a mí y lo que me trajo a este mundo de ser doula.
Tuve la experiencia del parto natural sin doula y sé, a través de todos lo partos que he atendido,
que tener una doula hace que sea mejor. No importa lo que vivas, bueno o malo: la doula lo hace
más llevadero. Y cuando tienes una compañera que, en lugar de decirte que tu cuerpo está dando
algún problema que ellos te arreglarán, te dice: «Lo estás haciendo maravillosamente. Vas
buenísimo. Lo que no está funcionando no eres tú, es esta circunstancia en particular», cambia
por completo la experiencia. Y hasta te hace mejor madre, porque esa condición de mamá
entonces nace (o renace) con una seguridad absoluta y hermosa.

Supongo que debe haber doulas ortodoxas y doulas cool, como tú, y que las diferencias entre
ustedes tienen que ver con la manera en la que, antes de ser doulas, se hicieron mamá.
A ver: yo llego a la maternidad desde un punto de vista casi obsesivo, muy perfeccionista. Quería
controlar todas las cosas, como toda una editora. Yo me dije a mí misma: «Mí-misma: si llegas a
los 30 años y no has tenido un hijo, pues, lo vas a tener». De pronto, eso se volvió mi objetivo...
otra cosa que tenía que hacer y que quería hacer bien.

Ya va, ya va: ¿pero tuviste tu chamo a los 30?


Coye, no... llegué a los 30 y no tuve un hijo. Pero me dije que era hora de proceder con eso. Sin
embargo, pasaron muchas cosas que hicieron que el asunto se tardara unos años más. Es que en
momento que tenía 30 no tenía al personaje necesario para completar la misión.

Entonces fueron algunos años de casting paterno, digamos...


Algo así. Mis 30 años coincidieron con muchos «fin-de-mundo». Los cumplí en el 2001, así que
coincidió con el derrumbe de un montón de cosas, entre esas, dos rascacielos y una relación
malamorosa. Y entonces decidí que me quería ir de Venezuela. No por condiciones políticas, ni
por huir, sino buscando... buscando... la verdad es que no se qué.

Y te mudaste a Nueva York...


... el 27 de agosto de 2001. Y dos semanas más tarde se cayeron las Torres Gemelas. Entonces,
para mí fue una epifanía: «¡Ah, pero es que no soy yo! Es que el mundo entero se está cayendo.
Entonces no me lo voy a tomar personalmente».

¿Y el casting?
Nada. Exploré la opción de tenerlo sola, pero no era el momento. Al poco tiempo conocí a mi
esposo. Es decir: parecía haber llegado el momento. Pero, bueno, escapando del mundo nos
fuimos a vivir en un velero.

¿Ah? ¿Pero no querías tener un...? ¿Cómo que vivieron en un velero?


La meta era navegar hasta Venezuela, pero ese año los vientos estaban dificilísimos y venía la
época de los huracanes, así que tuvimos que devolvernos. Y, bueno, lo asumí: «Ya que no
podemos navegar a Venezuela, y tenemos que regresarnos a Estados Unidos, pues tengamos un
hijo».

¿En qué año fue eso de vivir en un velero?


En 2004...
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«Durante el parto, todo el proceso tiende a estar enfocado hacia el bebé. Me di cuenta de que
quien necesita más apoyo y ayuda es la madre. Ella es la que está haciendo el trabajo, ella es
quien necesita la guía. Yo no tuve una doula. Me fui con una partera: decidí parto natural y,
afortunadamente, mi plan de parto se dio. Logré, una vez más, lo que había planificado, pero no
por eso dejó de ser una experiencia dura en la que me sentí sola, aunque estaba rodeada y
acompañada por mi esposo, mi madre, mi hermana. Yo no parí con una doula y ahora sé qué fue
lo que me faltó. Uno, es verdad, puede hacerlo todo sola, pero la experiencia es mucho mejor con
ayuda».

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¡Ah, pero si hasta le ganaste a Elí Bravo! A ver, entonces dijeron: «No podemos llegar a Venezuela
por la tormenta. Tengamos un bebé». Como relato es bellísimo, pero impulsivo...
Así de impetuoso fue el asunto, pero recuerda que era una meta que ya tenía años en la mira. Y,
además, fue perfecto porque sólo tardamos un intento para yo quedar embarazada. Fue inmediato
De hecho, mi esposo estaba bravo porque pensó que íbamos a pasar tiempo en eso. Pero resulta
que estaba en el mejor estado físico para quedar en estado: cero estrés, comiendo súper sano,
nadando, sin esmog. Así que mi cuerpo, a nivel de fertilidad, estaba en las condiciones perfectas.
Por eso vas a ver que muchos de los primeros consejos que pongo en este libro son los más
obvios: comer sano, dormir bien, ejercitarse...

Para la mayoría de las lectoras eso será más sencillo que mudarse a un velero.
Mira que la vida en un velero parece más divertida de lo que es, pero ese es otro cuento. Nos
regresamos a Estados Unidos, yo embarazada y confiada: quería tener un hijo y, bueno, ahí
estaba. Pero todavía no me había metido en el meollo del asunto: estaba en un velero, navegando
y tragándome todos los libros sobre maternidad que encontraba para saberlo todo sobre un tema
que nunca había abordado. Empecé a leer, a informarme, a entender las decisiones que quería
tomar. Pero mientras más leía, más brava me iba poniendo...

¿La cosa hormonal?


No. Nada de eso. Me daba rabia los embustes que le dicen a las mujeres sobre la maternidad y el
parto, vale...

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«Aquí en Rochester hay una cooperativa de doulas. Comencé a ir a sus reuniones para ver de qué
iba la cosa. Pero a veces la identificación se me hace complicada, porque si bien yo logro un
enriquecimiento personal enorme por ser una doula y me nutre el espíritu de muchas maneras,
generalmente las personas y el territorio que está cundido de doulas, parteras y gente que trabaja
en el área prenatal tiende a ser, ¿cómo decirte?, no se parecen mucho a mí. A veces es
complicado hallarme en ese ambiente, pero vale tanto la pena saber que estás ayudando a alguien
que trae una nueva vida al mundo... Es decir: el objetivo último es tan increíble, que el resto no
importa».
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¿Y entonces cómo es que existen esos libros que resumen todo en una receta infalible para ser
mamá?
Están, existen y forman parte también de esas nociones culturales. Pero es ahí donde entra lo
permeable que puede ser nuestro subconsciente.

¿Cuál crees que es la mayor mentira sobre la maternidad?


A mí lo que más me preocupa es la manera en la que algunas fórmulas, algunas visiones e incluso
algunos especialistas, le arrebatan la maternidad a la mujer. El parto no es una condena, sino una
ocasión para vivir la más grande expresión de ser fémina. Es la esencia plena del feminismo,
tristemente ocultada con lavados de cerebro y mucho miedo. En ese sentido, siento que nos han
robado una parte hermosa de la maternidad.

Y hablando ahora de libros, ¿cuál es para ti la particularidad de que un libro como éste, escrito por
una madre como Ana María, tenga la compañía de Adriana, la doula?
¡He ahí una de las claves al buscar tu doula! Todas tienen experiencia, saben sobre el parto,
saben lo que puede pasar. Así que, al escoger tu doula, lo más importante es que sea una persona
con la que te sientas segura y que conecte contigo. Este libro funciona conmigo como doula
editorial de Ana, porque coincidimos en mucho. De esa manera, este libro te brinda un punto de
vista único que no tiene ningún otro que yo conozca.

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«¿Te preguntarás dónde entra el papá en todo esto? Pues, mira: la doula apoya a la mujer y a su
pareja o a su acompañante durante el proceso. Lo divino de tener una doula es que se amolda a ti
y a tu pareja. A veces los papás quieren ser el apoyo principal: entonces la doula es un soporte
de información y un refuerzo para quien apoye a la madre. A veces el padre no tiene idea de lo
que está pasando, o está agotadísimo: entonces la doula puede ayudar a que la mamá esté
calmada al ayudar al papá a que descanse; eso la calma enormemente a ella. Es una labor vital,
puesta al servicio de quien más lo necesite durante el parto. Por eso, muchos de los devotos más
grandes de las doulas son los hombres. He tenido clientes que tuvieron un parto conmigo y que,
para el siguiente, cuando conversan si van a contratarme, ella diga que no está segura y sea él
quien diga: «¡Ni de vaina! Esto no va a suceder sin Adriana».

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¿Crees que tardaste en conseguir tu vocación? Es que te oigo y noto que las cosas que has hecho se
parecen. Editar, llevar algo como Loquesea.com y traer gente al mundo, son modos de iniciar
aventuras con gente que precisa tener en ti una gran confianza.

Me encanta que lo veas así porque yo lo veo de esa manera. Cuando yo dejé urbe fue porque no
tenía más nada nuevo que decir. Me tardé en dar con este oficio y ya llevo haciéndolo durante
siete años. Más de lo que estuve en urbe. Cuando Ana me propuso participar en soy de Pura
Madre, me hizo pensar en todo lo que me nutre esto a mí. Me permite ser pionera, me permite
tener información y compartirla, me permite darle una voz a la gente y darle confianza. Inspirarla.
Me permite vivir una aventura nueva cada vez, pendiente de los detalles: ahora qué va a pasar, y
si probamos subir y bajar escaleras, esta posición funcionó, esta no… Me permite la increíble y
maravillosa experiencia de ver a una persona nacer. Pero más que verla, es ser testigo de la
transformación de una mujer en madre; estar ahí cuando ese papá ve a su hijo por primera vez y
llora y se enamora. Poder presenciar eso es lo más grande, después de todo el trabajo y todas las
satisfacciones que tengo, la responsabilidad de darle la más hermosa bienvenida posible a ese
bebé.

¿Cuál sería el primer consejo de la doula de este libro, Adriana?


Respira, confía en ti. Tranquila, que en el camino se va aprendiendo. No lo estás haciendo mal.
SI DIOS QUIERE
Para quienes llevamos vociferando durante más de 30 años cuál es nuestro plan de vida, no
militamos en ningún partido político y hemos sido coherentes entre lo que profesamos y nuestras
acciones, resulta sorprendente e insólito que de un día para otro (¡Epa! Li-te-ral-men-te de un día
para otro) se comience a decir y hacer lo contrario.

«Yo para qué me voy a meter en el paquete de tener un niñito, si lo que me gusta es viajar o poder
salir y llegar a mi casa a la hora que me dé la gana». «¿Cómo le vamos a hacer pasar ese mal rato
a Simona llevándole gente extraña a la casa cuando ella ha sido una perrita tan inteligente, tan
educada y es una hija para nosotros?». «A mí que tanto me gusta dormir, cómo es eso que se me
va a ocurrir sacrificar mi sueño por asomarme en una cuna de madrugada cada 20 minutos a ver
si el muchachito está respirando». «Un hijo para qué, mi Pollito, si ya tú tienes cuatro que, total,
son como mis hijos, los quiero, los protejo igual que a un hijo, y los alcahueteo... distinto a un
hijo». «¿Salir embarazada para qué, para perder esta lipo que me quedó tan bien?».

Esa era yo.


De verdad. De corazón. Sin poses. Sin remordimiento.

La kriptonita de cualquier método anticonceptivo es una reconciliación. Y cuando digo que La


Guaira es lejos es porque he comido en El Rey del Pescado Frito.

A dos o tres semanas de ese «dale, pues, vamos a intentarlo de nuevo, que esta vez no vamos a
cometer los mismos errores», me levanté un domingo, inéditamente, a las siete de la mañana. Me
quedé mirando el techo del cuarto. Miraba el techo, miraba al Pollo. Techo. Pollo. Techo. Pollo.
Finalmente, decidí despertarlo con la temida frase (para él) de «tenemos que hablar». Por
supuesto que en esta ocasión, al tratarse de una mañana post-reconciliación, no recibí gruñidos,
volteadas abruptas de espalda o frases como «¿Y ahora qué pasa? ¿Vas a empezar otra vez?»
¡Oh, no! Después de la tan temida sentencia lo que recibí de vuelta fue una sonrisa, un suave beso
y un hombre acercándose a mi oído para susurrarme: «¿Qué pasó, mi reinita? ¿De qué quiere
hablar mi princesa hermosa?». Tantos títulos nobiliarios hicieron que me irguiera en el acto. Me
apoyé en el respaldar de la cama y le solté la bomba sin ningún tipo de anestesia:

—Quiero tener un hijo.


Comenzó a desdibujarse la sonrisa pero yo no le quité la mirada. Él, muy valiente, tampoco.
Silencio.
Risa nerviosa.
Tos nerviosa.
Y nuevamente silencio, pero ahora nervioso.
Él no sabía si reír o llorar. Con un hilo de voz logró susurrar lo mismo que dice cualquier
venezolano cuando le explican la situación cambiaria en el país:

—¿Cómo es la vaina?
Pregunta a la que yo le respondí con su homóloga:
—La vaina es así: V a tener un hijo contigo o sintigo. Mañana voy a mi ginecóloga para que meoy
quite el aparato. V a salir embarazada en febrero de 2011 para que, como a ti te gusta tanto eloy
número 11, nazca el 11/11/11. Ese va a ser mi regalo para ti. Si salgo en enero, corremos el riesgo
de que se adelante, así que tengo que salir embarazada en febrero, preferiblemente a finales, para
que todo cuadre como quiero. Y va a ser cesárea, preferiblemente tipo 10 de la mañana, para no
tener que andar madrugando demasiado. Que no se te ocurra ni remotamente pedirme que dé a luz
de forma natural. No voy a parir con contracciones, llanto y gritos, y romper fuente en mitad de una
entrevista que le esté haciendo en mi programa de radio a Alejandro Sanz, y yo con aquella
inundación en la cabina, y qué pena con ese señor, y salir corriendo, y «se me olvidó hacer la
maleta», y «revisa en la biblioteca que en alguna parte debe estar la póliza del seguro», y «ay, pero
hoy no hay habitación, señor, pase mañana a ver si se desocupó alguna». Espero que quede claro
que mientras esté en mis manos (y en mi cuerpo), este bebé va a nacer por cesárea y nuestra
relación en este momento no es democrática. No para que me digas qué hacer al respecto.

Le fue solicitada la renuncia a expresar su opinión en cuanto a lo que sería este proceso... «la
cual, aceptó».
BUSCANDO GUAYABA
No termino de entender por qué a algunas mujeres nos da tanta vergüenza comprar una prueba de
embarazo. Llegas a la farmacia y comienzas por el pasillo de la derecha...o por el de la
izquierda... o por cualquiera que sea el de los cosméticos. No importa que ya lo tengas todo,
siempre encontrarás algo que no sabías que necesitabas y «menos mal que pasé por aquí porque
si no lo veo, 'magínate tú, no recuerdo que me hacía falta».

Finalmente llegas al pasillo macabro. Las pruebas siempre están en la parte de abajo de los
anaqueles. Tengo la firme creencia de que lo hacen a propósito para que la gente voltee a ver por
qué estás mostrando el picón y, como consecuencia, se percaten de lo que estás agarrando, y
enseguida venga el tan temido (sobre todo en espacios públicos): «Eeeeeeeeesssso», con picada
de ojo incluida.

Yo no iba a exponerme de esa manera, así es que decidí utilizar el recurso que muchos ponemos
en práctica, pero que pocos confiesan: La llamada no hecha. Puse el teléfono en silencio (porque
si te repica el celular en medio de La llamada no hecha, se acabó todo). Así, comencé a
acercarme hasta el producto, desde tres anaqueles más lejos, mientras «hablaba con una amiga»
por teléfono, con un volumen de voz considerable, pero sin exagerar, por aquello de no perder
credibilidad.

Cabe destacar que corría el año 2010, todavía no habían llegado los días de escasez ni las
tarjetas de racionamiento, y podíamos escoger entre algunas marcas. No demasiadas, pero sí
algunas. (Por favor, abstenerse sensibles de leer el próximo párrafo porque pueden morir de
nostalgia).

—Hola, negrita, ya estoy en la farmacia. ¿De qué marca me dijiste que querías la prueba de
embarazo? Ajá, déjame ver, aquí arrib... No. Acá abaj... ¡Aquí están! Quedan cuatro, ¿cuántas te
llevo? ¿Las cuatro?

Toda la conversación transcurría mientras iba desplazándome hacia la caja.


—No te vayas a dormir que paso por tu casa, te las dejo y me voy... ¿Un vinito? ¿Tú estás loca?
¿Cómo te vas a tomar un vinito mientras te haces la prueba? Tú sí que eres bien irresponsable,
chica, de verdad. ¿Así vas a criar a ese niño? Me provoca no llevarte nada… No, en serio... Es que
no se pue... ¡No me interrumpas, irresponsable! Cuando estás embarazada no puedes beber licor, ¿
es que tú no lees?

Me auto interrumpía y todo. Fue un performance impecable. Lamenté mucho no haberme grabado
para enviar el material a algún casting. Duró unos tres minutos hasta que me percaté de que la
farmacia estaba prácticamente vacía y no tenía nadie cerca que fuese testigo de mi extraordinaria
actuación.

Llegué a la caja y como tenía que darle un final digno a mi personaje, independientemente de la
cantidad de público, no podía darle un mateo. Miraba al cajero pidiéndole, con gestos, un poco
de paciencia porque tenía una amiga preocupada por algo del otro lado del teléfono y él me
respondía, también con gestos, que no me preocupara, que no había nadie en la farmacia y que él
feliz porque así podía seguir jugando con su teléfono.

—Sí, quédate tranquila. Te voy a dejar porque tengo un gentío en la cola (gesto cómplice con el
cajero) y como no cargo el manos libres estoy vuelta un ocho tratando de sacar la cartera para pag...
Ay, sí yo sé, deja ya la tontería, luego nos arreglamos, después me brindas, no sé, unos zapatos o
algo así.

Tranqué. Pausa. Todavía en personaje, suspiré, finalmente saqué la cartera en silencio mientras
negaba con la cabeza mirando hacia abajo y se me dibujaba una sonrisita de esas de quien sabe
lo que va a pasar y, sin embargo, se arma de paciencia tratando de encontrar la tarjeta de débito
que, para variar, había metido en el estuche de los lentes. Suspiré de nuevo y coloqué la guinda
de mi interpretación, mientras me dirigía al cajero que seguía con la mirada fija en su teléfono

—Ay, chico, estas amigas de uno que ya tienen cuatro muchachos y todavía no saben lo que son los
métodos anticonceptivos.
A lo que el cajero, sin levantar la mirada de su celular, respondió:
—Ajá, ¿me decía? ¿Anticonceptivos? No, eso es por farmacia.
NEGATIVO EL PROCEDIMIENTO
Dos rayitas: eso equivalía al «No» de la primera prueba, o al revés, no me acuerdo. La segunda,
también negativa. Y ya decepcionada decidí dejar las dos que me quedaron para el mes siguiente,
por si acaso no encontraba más.

No era tan brava como creía y no podía decidir cuándo ocurrían algunas cosas. Sobre todo
aquellas que tienen que ver con la vida de los seres humanos. Comenzaba a tenerle respeto a esa
frase que siempre dice mi mamá cada vez que nos despedimos:

—Chao, mami, nos vemos mañana.


—Si Dios quiere, hija. Si Dios quiere, sí.

Primera lección de humildad ante la posibilidad de ser madre: respeta esa frase, porque un día Él
podría levantarse con el pie izquierdo y, sencillamente, no querer.

Al mes siguiente fueron utilizadas las dos pruebas restantes y llegó la segunda decepción después
de 28 días de espera. Comenzó a pasar por mi cabeza la posibilidad de que, justamente, «Dios no
haya querido ni vaya a querer jamás». El colegio de monjas me cayó de golpe sobre la espalda.
La culpa, la bendita culpa por todas las veces que le dije a algunas de mis amigas que dejaran a
sus hijos con el papá, la abuela o la conserje, si querían venir a mi casa porque yo acababa de
limpiar y no quería reguero. Por haber hecho esas cosas tan antipáticas, ahora estaba pagando las
consecuencias. El arrepentimiento, el bendito arrepentimiento por no haber tenido un hijo a los
24 años, por haber dejado envejecer mis óvulos y haberme convertido en esta anciana que no es
capaz de gestar una vida de forma natural. Pensaba que este sería el principio de mi fin como
mujer.

El «drama-kuinismo» apenas comenzaba.


DR. REYES Y MR. HYDE
Como no hay nada oculto entre cielo, Google, Wikipedia y unas amigas bien dateadas (y
generosas con la información) finalmente, después de mucho indagar, di con un nombre, que al fin
y al cabo es lo que toda mujer necesita: desde el nombre de un nutricionista, hasta el de un
psicólogo, el de la mejor manicurista y el de «no seas loca, tú me das ya el nombre de la
masajista que te tiene así».

El Doctor Ibrahim Reyes es un gineco-obstetra experto en fertilidad... y en paciencia. Una de sus


principales características es que se comporta de manera bastante circunspecta. Tiene, además, e
síndrome de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

En persona es:
(Empalagoso) —¡Pero qué belleza de óvulos! ¿Cómo es posible que tengas tanta vida dentro de tu
cuerpo?
Y por teléfono:
(Seco) —Ajá, ¿y qué pasa si te vino la regla? Esperas hasta el mes que viene y ya. No, las
posibilidades de que estés embarazada teniendo la regla son de 1 en 1000. Y discúlpame, tengo que
trancar porque ahorita tengo una paciente.

Por eso, cualquier pregunta o duda que tuviera prefería echarme el viaje hasta su consultorio
porque, además, yo soy defensora de las relaciones face-to-face, como aprendí sabiamente de
una de nuestras misses endógenas. Además, Ibrahim es un peluche recién traído de Disney cuand
lo tienes frente a ti.

El día que nos conocimos fui, por supuesto, con el avergonzado Pollo. Y digo avergonzado
porque la discusión que había comenzado días atrás se extendió todo el camino a la clínica y él
todavía no podía creer lo que le iba a decir al doctor. Y se lo dije:

—Buenas tardes, doctor Ibrahim, estoy aquí porque, fíjese, yo he tenido aparato en los últimos cinco
años y me lo quité en septiembre. Estamos en enero. Han pasado octu... noviem... diciem... Seis
meses y no he salido embarazada, aun cuando hemos hecho todo lo indicado en el manual de
instrucciones. Debe ser que soy estéril, ¿verdad? (Mala con los números, pero excelente con los
dramas).
—Ajá, Ana Cristina, a ver...
—María.
—Ajá, María Cristina.
—Ana María.
—Ajá, Ana María... Mmm... Silva. A ver. Te quitaron el aparato en septiembre y estamos... Mmm...
Estamos en enero, es decir que ya llevas septiem... octu... noviem... y diciem... Tres meses sin
concebir [`ta bien, pues, Malba Tahan]. Oye, yo así, a vuelo de pájaro y viendo tu caso por
encimita, te puedo decir que, sin haberte practicado formalmente ningún examen de fertilidad, tú no
eres estéril, ¡lo que eres es una atorada!
El Pollo puso cara de «te lo dije», cara que fulminé con mi mirada.
—¿Tú qué edad tienes? ¡Buej! La verdad es que no sé ni para qué pregunto si ninguna de ustedes
«lasarrrtissstas» dicen su edad y...
—¡37! Tengo 37 años —lo interrumpí.

No sabrá cómo me llamo, pero siempre recordará que fui la única mujer en su consulta que le
dijo la edad.

Me miró, corroboró lo que le acababa de decir con el año de nacimiento que había colocado en
mi historia, sacó cuentas, levantó la ceja derecha, y dijo:

—No hay nada más peligroso que una mujer que dice su edad, porque si dice eso es capaz de decir
cualquier cosa.
Sonreí.
Y continuó:
—Fíjate, tú, por tener más de 35 años, eres lo que en medicina llamamos una «madre añosa».
Dejé de sonreír.
Y continué:
—No, no soy capaz de decir cualquier cosa. Fíjese que en este caso me voy a reservar la opinión que
pudiera tener sobre su mamá.
Silencio.
Miradas.
Risa nerviosa, la de él.
Mueca con intenciones de ser sonrisa, la mía.
Como una relación de cualquier tipo que intenta sobrevivir a pesar de las desavenencias,
optamos por lo más sensato: hacernos los locos.

Me dijo que si quería, y para mi tranquilidad, él me hacía todos los exámenes, tanto a mí como al
Pollo. Ah, por cierto, el Pollo —¿lo recuerdan?— seguía ahí a mi lado con un estoicismo
admirable. Una vez que tuviésemos esos resultados en la mano, tomaríamos una decisión y se
podría hacer un diagnóstico. Pero él no lo veía necesario porque, primero, yo no calificaba como
candidata para tener problemas de fertilidad (Osmel tampoco consideró que yo calificaba como
candidata para ningún Estado), y segundo, los exámenes eran un poco costosos. A lo que
respondí:

—Lo que sea necesario, doctor. Haremos el sacrificio que sea necesario, gastaremos el dinero que
sea necesario, animaremos las elecciones de reina que sean necesarias, comenzaré a vender uno a
uno mis zapatos (eso era mentira, pero una mentira blanca que dije para agregarle algo de
dramatismo al momento), con tal de que logremos nuestro objetivo. ¿Por dónde comenzamos?
Me miró y dejó salir una de esas sonrisas resignadas de: «no me voy a poder librar de ti tan
fácilmente», y en un acto de solidaridad de género le dio las indicaciones primero al Pollo como
para que, en vista de semejante situación, no se le fuera a explotar la vena de la frente.

—Tú, Pollito, te me pasas por sótano 2. Búscate ahí, detrás de la máquina de chucherías, justo al
lado de la papelera de desechos tóxicos que está en la entradita del quirófano, al lado de una
recepción que vas a identificar claramente porque siempre está una señora con cara de cañón, el
Laboratorio de Pruebas Especiales, y como no podemos dejar ningún cabo suelto, nos dejas una
muestra, por favor. Una vez que tengamos ese resultado te digo el resto de las pruebas que te tienes
que practicar.

El Pollo, silencioso y estupefacto, se preguntaba: «¿una muestra de qué? ¿De mi talento? Porque
no creo que me esté pidiendo otro tipo de muestra, ¿verdad? O sea, Hello, señor doctor, ¡tengo
cuatro hijos!», pensaba, según me contó.

Pero no se salvó del cuartico y le demostró al mundo, una vez más, que talento y valentía tiene de
sobra. Yo no podía hacerme ningún examen en ese momento porque tenía que esperar no sé qué
cosa del siguiente ciclo de la no sé qué otra.

Tuve que armarme de una de las virtudes de la que más carezco: paciencia.
VÍSTEME DESPACIO QUE TENGO PRISA
Percatarme de que el Pollo iba al laboratorio y regresaba con resultados positivos para nuestro
proyecto, resultaba alentador. Cada vez que aparecía por la puerta de la casa y me contaba lo
bien que le había ido en alguno de ellos, era un avance, pero mi estado de ánimo estaba
comenzando a echar a perder todo el camino andado.

Si llegaba con buenas noticias, yo comenzaba a llorar y lo abrazaba de alegría, pero llorando.
Si llegaba con no tan buenas noticias porque ese día no había podido llegar al laboratorio por el
tráfico que había en la ciudad, yo volvía a llorar, lo volvía a abrazar, esta vez no con tanta
alegría, y lloraba de nuevo.

Si llegaba de la panadería con pavo, pan, queso y mantequilla, yo lo volvía a abrazar y lloraba...
porque había encontrado mantequilla.

Me miraba con la digna firmeza de un inminente padre.


—¿Qué pasa, mi Pollo? ¿Me miras así porque estoy llorando sola? ¿Por qué no lloras conmigo
entonces? ¡Qué falta de solidaridad!
Ese día me fui de la casa a dar una vuelta en el carro para no ver, durante unas horas, a ese
monstruo que no me comprendía. Me estaba quedando sin gasolina y tuve que resolver ese detalle
antes de huir. La epifanía vino cuando bajé el vidrio le dije al señor con los ojos llenos de
lágrimas y el rimmel regado: «full de 95, por favor». El individuo se dirigió hacia el tanque de
mi carro y en ese brevísimo trayecto, creyendo que ya yo no lo escuchaba, le dijo a su
compañero, quien también me miraba estupefacto: «A esta jeva la dejó el novio o está preñada».

«¿A esta jeva la dejó el novio o está preñada... ada... ada... ada?»
Con un eco ensordecedor retumbaba la frase en mi cabeza.
«Si no es la opción A, ¿entonces? ¿Estaré preñada... ada... ada... ada?»
Eso no podía ser así porque, según yo misma, Dios me estaba pasando la factura por no haber
querido que los hijos de mis amigas desordenaran mi casa y no me iba a resultar tan sencillo salir
embarazada, pero por otro lado decía: «¡daaahhh!».

Estaba poseída y desesperada. Quería dejar de llorar o por lo menos saber por qué lo estaba
haciendo. Me acerqué al laboratorio donde más de una vez había estado haciéndome eso que
llaman «perfil preoperatorio», pero no llegué con la misma sonrisa que se tiene antes de cambiar
de copa B a copa C. Esta vez necesitaba que tuvieran una muestra de mi sangre por otra razón.
Tuve tan poco pudor que, aun cuando el sitio estaba repleto de gente, dije con voz clara, violenta
e inteligible:

—Buenas tardes. ¿Quién es la que sabe cómo es la cosa aquí? ¿Tú? Ajá. Entonces tú eres quien me
va a aclarar mi duda: ¿para hacerse una prueba de embarazo hay que estar en ayunas?
Una voz temblorosa respondió:
—No, no es necesario.
—Ajá, ¿y cuánto se tardan en entregar el resultado?

Eran dos recepcionistas, se miraron entre ellas tratando de acordar un número con la mirada,
pero no lo lograron. Una pisó a la otra:

—Dos... ¡Tres horas!


—¡Entonces hágamela ya!
Pasé a esa especie de pupitre en el que odias por tres minutos a la muchacha que te paraliza la
circulación con una liga azul, te perfora el brazo y, con todo y eso, después de semejante
maltrato, le tienes que dar las gracias. Me senté en mi salita de espera a ver cómo todo el mundo
conversaba con alguien... en el chat de su teléfono, y esas dos horas se convirtieron en ocho.
Nunca antes le había buscado tanto la mirada a alguien, ni cuando esperaba para saber si la
muchacha venía del depósito de la zapatería con la maravillosa noticia de que había zapatos de
mi talla.

«¡Mírame a mí! ¡Di que es conmigo!», imploraba en mis pensamientos cada vez que la muchacha
se paraba en la puerta a decir cualquier nombre que no fuera el mío.
Finalmente ocurrió.
La muchacha, la de la liga azul, se detuvo en la puerta y nos observó a todos los que estábamos
en la sala de espera con cara de echoneta porque ella sabía que poseía una información que nadie
más tenía.

Yo estaba allí, atenta, esperando que me dijeran «misu misu» para salir a buscar mi premio y, en
efecto, era mi turno.

¡ANA MARINA SIMMONDZ! Gritó en la puerta la misma que me pinchó. Mi apellido mal
pronunciado nunca me había sonado tan bonito. Me condujo hasta un cuartico privado que era la
cocina de los empleados del laboratorio, me entregó el sobre y me dijo:

—Prométeme que cuando eches el cuento de cómo te enteraste de que estabas embarazada vas a
decir que yo fui la que te saqué la sangre.
Había una algarabía susurrada y generalizada hasta que se me acercó la jefa, la que más sabía de
negocio y me lanzó una de las primeras perlas de la sabiduría embarazística:

—No sé ni cómo decidiste hacerte la prueba, porque entiendo que ni tienes retraso. Debes tener unas
dos o tres semanas de embarazo, máximo. Llama a tu ginecólogo o a tu obstetra, si es que ya lo
tienes, pero no se lo digas a nadie hasta que tengas tres meses, y bienvenida al club de las
trasnochadas.

En ese momento no sabía a qué se refería con esa membresía. Después lo entendí todo y me
convertí en la reina del club, pero eso se los contaré en el próximo libro (y me disculpan el
adelanto editorial).

La mujer de la liga azul nunca me dijo su nombre, pero aquí estoy, cumpliendo con mi parte del
pacto. Ella fue la que me sacó la sangre el día que me enteré que estaba embarazada.

Salí de allí en cámara lenta.


«¿No se lo digas a nadie incluirá al Pollo? Bestia, no. Al Pollo se lo tengo que decir por lo
menos, ¿no? Por fin voy a poder explicarle el por qué de tanta lágrima absurda».

Fui organizada, pero tosca. En el estado que te deja un shock es difícil ser de otra manera. Quería
que todo saliera bien pero no tenía mis sentimientos claros. Estaba feliz-triste, histérica-calmada,
coherente-absurda, rápida-lenta.

Los hechos ocurrieron así:


1. Al salir del laboratorio, vi un quiosco que decía «Mugs». En automático me acerqué al
mostrador, busqué en mi celular una foto de ambos en la que, por supuesto y lo más importante,
yo saliera bien, y le pedí al señor que la imprimiese en una de las tazas con el mensaje: «Sí hay
quinto bueno».

2. Seguí de largo hasta la tienda de bebés y compré el mono para recién nacido más blanco que
hubiese visto jamás, por aquello de que «todavía no sé si es hembra o varón». Por primera vez
alguien me ofreció algo llamado «manoplas», que a mí me sonó a balde para el agua del coleto,
pero que luego entendí cuál era su (imprescindible) uso.
He comprado regalos mil veces para todas mis amigas que han tenido bebés y no pasaba nada.
Ese día sentí que todo el mundo me miraba de nuevo con el indeseado «Eeeeeeeeso, estás
embarazada, ¿verdad?». Salí de la tienda mirando al piso, culpable por estarle comprando un
monito para mi hijo.

Esa fue mi primera culpa de madre. Una de las miles que vendrían a continuación.
3. Mensaje al Pollo, porque ni siquiera me atreví a llamarlo. Sentía que la voz me iba a delatar:
«Mi Pollo, la reunión con Seguros Nosequecitos, la del evento que quieren que animemos juntos,
es esta noche en el sitio donde quedamos. Salgo de la radio y vuelo para allá. Nos vemos a las
8:30. Beso. Te amo». Mensaje al que respondió con su cálido y siempre apreciado «Ok». Pero
esta vez fue más allá. «Yo también te amo y todo va a salir bien».

Y empezó mi paranoia: «¿Todo va a salir bien? ¿Todo va a salir bien? ¿Qué es lo que va a salir
bien? ¿Cómo sabe? ¿Cómo se enteró de que yo estaba embarazada antes de que pudiera darle la
noticia? Esas fueron las del laboratorio que lo llamaron para contarle todo. ¡No las voy a
nombrar cuando cuente cómo fue que me enteré de mi embarazo!»

Al minuto llegó la continuación del mensaje anterior:


«Todo va a salir bien, Miana, ese contrato va a ser nuestro. Además, así pagas tú el próximo
viaje porque vais a tener demasiados cobres. Jejejeje. Te amo».

La paranoia apenas comenzaba.


La noticia también.
4. A las 8:30 pm llegué y él ya estaba allí. Beso. Aún de pie, sin ningún tipo de anestesia y sin
darle tiempo al «¿quieres algo de tomar?», ni nada de eso, le lancé la primera bomba mientras
colocaba la bolsita con la taza sobre la mesa:

—No hay ninguna reunión con Seguros nada. Toma, un regalo.


Lo comenzó a abrir capcioso mientras preguntaba:
—¿Cómo que ninguna reunión con nadie?
Sacó la taza y leyó: «Sí hay quinto bueno».
Me miró.
Silencio.
Su mirada regresó a la taza.
Y por si me decía algo como «¿Quinto qué? ¿Quinto espectáculo? ¿Me vas a producir otro
concierto?», preferí adelantarme y le entregué el monito de recién nacido, teniendo todavía la
duda de si me iba a decir: «¡Ay, qué fastidio! ¿Tenemos que ir a otro baby shower?». Pero no. Lo
subestimé. Ocurrió el milagro. Leyó exactamente el mensaje que le había querido enviar entre
líneas, y con un hilo de voz no preguntó, afirmó:
—Estás embarazada, Miana.

Estupefacto. Ese es el adjetivo que mejor describe la cara del hombre que tenía frente a mí.
Silencio.
Silencio.
Más silencio.
—Entonces, mi Pollito, ¿no me vas a decir nada?
Silencio.
Su mirada comenzó a buscar al mesonero.
—¿Pollo?
Apareció el mesonero a quien conocía de alguna parte.
—Un whisky.
E intervine.
—Dos.
—No, mi amor, tú no. Tú estás embarazada.

Mis ojos se posaron sobre su humanidad por haberlo dicho delante del señor y repetí con voz
firme y clara:
—Dos, señor. Dos-whis-kys-con-a-gua-por-fa-vor.
Justo cuando se retiraba, lo increpé, porque a mi mala memoria de repente le dio por cambiarse
de bando y recordarme de dónde lo conocía:

—Y disculpe, señor, antes de que se retire: después de lo que acaba de escuchar solo quiero que
sepa que de su silencio depende su propina. Y saludos a su esposa que, por cierto, cose muy bien.
Yo he estado en su casa y sé-dón-de-vi-ve.

Le dije len-ta-men-te-mi-rán-do-lo-a-los-o-jos-y-con-u-na-me-dia-son-ri-sa. (Escuela El Padrino


I-II-III-IV-V-VI-VII-VIII).El mesonero sonrió entre sorprendido y nervioso y se fue sin decir
nada.

—Vas a tener un bebé, Miana —decía sin mucho aspaviento y con la mirada perdida—. Tú que no
querías ser mamá vas a tener un bebé y yo no me lo puedo creer.
—¿Qué es lo que no puedes creer?

Y ahí arrancó la primera Drama Queen de muchas que vendrían a continuación.


—¿Que haya salido embarazada? ¿Que pueda ser una buena madre? ¿Que se me vaya a desfigurar
cuerpo? ¿Qué es lo que no puedes creer, Rafael?
—¡Mi amor, cállate la boca!

Me callé, no por obediente, sino porque veía cómo al papá de ese microbio que comenzaba a
crecer dentro de mí se le iba aguando el guarapo y, ¿saben qué es feo?, Interrumpir con una
impertinencia una «caída de locha».

A los pocos minutos concluyó:


—No puedo creer que vamos a tener un bebé. No puedo creer que, a lo mejor, nace en la fecha en la
que me dijiste.
Me di cuenta de que pude haber sido un poco exagerada en mi reacción. Sequé mis lágrimas y,
por primera vez, salió de mi boca una frase que siempre pensé que iba a pertenecerle
exclusivamente a mi mamá, pero que hoy era absolutamente mía y lo sería de ahí en adelante:

—Si Dios quiere, mi Pollo. Si Dios quiere, sí.


¡CHITO!
Si existe algo que le sobra una embarazada no es sueño, que sí; ni lágrimas, que también. Lo que
le sobran son preguntas. Y yo, como primeriza que se respeta, necesitaba que mi médico me las
respondiera todas con detalle e ipso facto. Pero como había un fin de semana de por medio entre
el positivísimo resultado y el primer día operativo del doctor, tuve que optar por el mejor
invento del hombre después del aire acondicionado, el avión y la Nutella, pero que a la hora de
consultarlo puede resultar más ambiguo que esclarecedor: Internet.

La superautopista de la información (tal y como le decían a principios de los años 90), está bien,
pero en algunos tramos se parece a las carreteras venezolanas, que no siempre están tan bien
iluminadas. Me resultó complicado entender cómo era la cosa, porque algunas páginas me
pintaban lo que estaba por venir como algo macabro y en otras era muy tralalá. Lo cierto es que
no podía creérmelas porque era demasiado bueno para ser cierto.

A las 7:00 de la mañana del lunes siguiente de recibir la noticia, estaba en el consultorio del
doctor esperando para hacerme mi primer eco. Mientras toleraba el frío antipático de ese gel que
te deja absolutamente empegostada, trataba de ver en la pantalla algo que no fueran manchas
incomprensibles. Ibrahim, en su faceta más amable, en su face to face, estaba a punto de
aclararme lo que yo poco estaba entendiendo, y cuando iba a comenzar mi interrogatorio, él se
me adelantó:

—Ana, te tengo una noticia: aquí hay dos embriones.


—¿Dos embri... qué? ¿Dos embriones son dos bebés?
—Sí. Son dos.

En una milésima de segundo vislumbré mi futuro: dos coches, dos pañaleras, dos sillas de carro,
dos matrículas de colegios, dos dolores de espalda, ¡y dos personalidades que tendría que
entender de forma simultánea!

Después de unas semanas, cuando vino el siguiente eco, la historia había cambiado. Otra vez
frente a la pantalla, el doctor soltaría sin tapujos:

—¿Qué pasó aquí? Mmm... Ahora hay uno solo. ¡Yo creo que este niñito se comió a su hermanito!
Claramente aparecía un solo embrión y realmente pude ver a mi bebé, o bueno, a esa mancha que
me decían que era mi bebé, porque al fin y al cabo no hay mayor acto de fe que ver la pantalla
mientras te practican el eco y decir: «¡Ay, míralo, qué bello, mi amor!».

«¿Míralo? ¿Mira qué? ¿Bello? ¿Bello quién? ¿Te parece bella esa mancha de un Test de
Rorschach?»

Lo que sí resulta impresionante es escuchar los latidos de su corazón. Son latidos contundentes,
precisos, rítmicos, y tú no te figuras cómo es que esa cosa mínima, que ni forma tiene, pueda
escucharse tan nítido, o cómo tu obstetra no te ha recomendado la marca de esas cornetas para
comprarlas inmediatamente.

Cuando me estaba pasando los toallines para quitarme el pegoste del antipatiquísimo gel, soltó
esta perla:

—Una cosa, Anita: yo te sugiero que, antes del tercer mes, no le digas a nadie que estás embarazada.
No olvides que tienes más de 35 y que si dices...
«¿Y entonces, Ibrahim? ¿Tú vas a seguir con lo de la madre añosa esa? ¿Qué es lo que pasa?
¿Qué significa exactamente no contárselo a nadie? ¿Por qué seguimos con el mismo temita? »

Salí del consultorio llorando (para variar), llamé al padre de la criatura y acusé al doctor, porque
no era posible que me sometiese a tanta presión; a lo que respondió, indignado con el
comentario, y solidario... con Ibrahim:

—Estoy totalmente de acuerdo con él. No se lo vamos a decir a na-die hasta que no pasen estos tres
primeros meses, ¿ok?
Esto me hizo recordar que no es que el Pollo sea partidario de no contar cosas sobre el
embarazo, no. El Pollo es partidario de no contar nada sobre algo que esté haciendo hasta que no
pasa, porque los proyectos «se empavan». Así: «Sí, mi amor, me estoy presentando en el
Carnegie Hall en este instante. Está cantando Robbie Williams, después voy yo y cierra Tony
Bennett ¿No te había dicho nada? Es que salí muy rápido esta mañana de la casa y se me pasó,
disculpa».

Luego, tuvimos que entrar en una larga negociación para saber quiénes serían los privilegiados
de conocer la noticia antes de que se la gritásemos al mundo. ¿Quiénes tendrían acceso VIP a la
información?

Cual lista de invitados a una boda, comenzamos a poner en unas servilletas los nombres de las
personas que tendrían la información. ¿Quién se pondría triste o quién nos dejaría de hablar para
siempre al enterarse por otra persona, y no por nosotros mismos, que yo estaba embarazada?
Aquel era el criterio de selección para tan importante decisión.

Los nombres salieron solos: los abuelos, los cuatro primeros hijos del Pollo, los futuros
padrinos, algunos amigos cercanos. ¡Y ya está! ¡La lista estaba completa! No hay tequeños pa’
tanta gente.
MIREYA NO: ¡MURALLA!
Antes sucederían muchas cosas. Entre esas, dos viajes. En el primero descubriría cómo iba a ser
mi vida en los próximos nueve meses, y en el segundo se me presentaría uno de mis mayores
retos: cumplir con el voto de silencio.

Al enterarme de mi embarazo, le llegué al Pollo con otra determinación:


—Necesito un último viaje, nosotros solos, antes de dar a luz. En pareja. Sin hijos tuyos, míos ni
nuestros.
Cartagena. Ese iba a ser el sitio. Lo que yo no había digerido era que, por primera vez, viajaría
con limitaciones. ¡Limitaciones! ¡Si uno viaja para no tenerlas! Pero los asuntos prohibitivos son
pan de cada día durante los nueves meses y Dr. House lo dejó bien claro: no alcohol, no mariscos
y («sí, ajá, ya sé») no noticia.

Y yo que lo que quería era un poquito de guaguancó, chico. Un poquito de: «¿quieres que me
ponga esta faldita?» (Y perdona si algún día llegas a leer esto, hija. Sé que te produce «¡Eeww!»,
pero no te preocupes que no voy a dar ningún detalle). La bendita faldita no me la probé antes de
meterla en la maleta, y como me la había comprado tres meses antes, por supuesto que ya no me
quedaba, porque a Cartagena no fui flaca ni embarazada; no. Fui «goddita», con doble d, que es
todavía más ambiguo.

Mi cuerpo comenzaba a cambiar y no se cumplió mi objetivo: yo quería una despedida de no-


madre con desmadre, y terminé sintiéndome como una beata en la despedida de soltera de Amy
Winehouse. De ahí que ese viaje me sirvió como cable a tierra para entender qué era lo que
venía. Esos iban a ser los primeros sacrificios de esta historia: nadie tiene por qué dejar de hacer
cosas en su vida porque tú estés en esto, métetelo en la cabeza y mientras asumas que eso es as
podrás ser más feliz. No todo el mundo se embaraza junto con una, y yo tenía que digerir que lo
que iba a hacer o a dejar de hacer durante mi embarazo, lo iba a tener que hacer o dejar de hacer
yo, no el resto del mundo.

Mientras estuvimos en Cartagena, le escuché al Pollo decir la misma frasecita todos los días:
«Un whisky con agua y una cocada... sin alcohol, por favor».

Si ya tomar cocteles con paragüitas es bastante triste, imagínate si encima son «censura A». ¡Qué
desgracia!

No puedo decir que ese viaje fue un error, porque nunca puede ser un error visitar un sitio en el
que consigues un buen par de zapatos (cosa que ocurrió), pero si tuviese la oportunidad de elegir
un destino de nuevo, entendiendo las circunstancias por las que estaba pasando, quizá hubiese
sido un poco más atinado ir, quizá, no sé, a conocer unas ruinas mesopotámicas. Fue un viaje con
doble muralla: la de la ciudad y la mía.
MOM-HATTAN
Regresé a Venezuela, deshice e hice maletas en menos de 48 horas y estaba agarrando un avión
para irme, durante dos semanas, a hacer un taller de actuación con un director de casting
colombiano con el que había querido estudiar desde hacía muchísimo tiempo. Había tratado de
coincidir con él en varias oportunidades, pero cuando dictaba su taller en Bogotá, yo estaba
grabando una novela; cuando lo llevó a Buenos Aires, yo filmaba una película… Finalmente, y
después de muchos intentos, logré poner la casa, el trabajo y el presupuesto en orden para
hacerlo en Nueva York. Aquél fue un viaje planificadísimo, una oportunidad que había buscado
desde hacía mucho tiempo y que por fin se me daba... ahora que estaba embarazada.

Se me presentó una duda en el camino y la consulté con el único con el que me estaba permitido
hablar del tema:

—Pollo, me estoy yendo embarazada a Nueva York. Alguien tiene que saberlo. ¿Qué hago si me pasa
algo? ¿Ah? Dime tú. ¿Qué pasa si un día estoy corriendo por Central Park (no se rían, yo a veces
corro... la cortina del cuarto para que no entre la luz tan temprano), me da una baja de tensión, me
desmayo y me fracturo una pierna? ¿Qué pasa si me tienen que llevar a una emergencia, todavía
desmayada y pálida, y los médicos deciden hacerme una radiografía sin yo poder decir nada? ¿Ah?
¿Quién los detiene? Alguien tiene que decir que estoy embarazada. ¿No crees tú?

Denegado.
Una hermosa placa a lo Saving private Ryan colgó de mi pecho durante toda mi estadía en la
ciudad que nunca duerme, y cual Chihuahua de Paris Hilton, dormiría tranquila («dormir»: eso se
iba a acabar pronto; «tranquila»: eso también) porque por cualquier cosa que pasara, ahí estaban
las indicaciones.

Estando allá aproveché para hacer adquisiciones impulsivas para mi bebé. No podía perder la
oportunidad de hacer las primeras compras. ¡Estaba en Nueva York! ¿Qué puedo comprar que me
salga más barato aquí que en Venezuela? Cuando pensaba en el cambio de la moneda me
deprimía, pero era para mi bebé, y eso, automáticamente, me obligaba a quitarme la depresión a
paraguazos. ¡El coche! Eso sería lo que compraría.

Me fui a una tienda enorme que había visto en Mi pobre angelito 2 y, como si se tratase de una
verdadera película, me conseguí a unos paisanos que no tardaron en soltar un gritado y muy
venezolano:

—¿Y qué haces tú aquííííí?


«Piensa Ana María, piensa. ¿Qué haces tú aquí, ah? A ver, realmente, ¿qué hago yo en esta
tienda? ¿Me puede repetir la pregunta?».

Sentí que en mi frente estaba un letrero enorme, en neón azul, que decía: ESTOY
EMBARAZADA.
Tartamudeé:
—¿Yo? Haciendo una visita guiada por todos los sitios emblemáticos en los que Macaulay Culkin ha
rodado sus películas. ¡Sabes que yo soy súper fan! ¿Y usteeeedes? ¿Qué taaaal? ¿También estaba
adentro? ¡Uy, qué susto! ¿Y les pasó la tarjeta?

Listo. Nada mejor que voltear el foco a un drama local. Mi comentario fue muy imprudente, debo
reconocer, pero ayudó a que mis amigos, cabizbajos, decidieran retirarse a buscar un cajero para
que no se acabara el mes y perdieran la oportunidad de sacar el efectivo.

Yo lo único que quería era hacer mi compra en paz, y como más me gusta: en solitario.
Finalmente, ese día, antes de tener que ir a mis clases, había comprado el artefacto. Una cosa
enorme que, además, venía en un estuche y parecía más un contrabajo que un coche. Pero yo
estaba tan feliz que veía bonito hasta el humo que sale de las alcantarillas.

Un par de horas después, iba de regreso al sitio que había alquilado para quedarme, sin que más
nadie en esa ciudad supiera que yo estaba embarazada. Parecía Heidi en los créditos iniciales,
brincando y cantando «lai la rai la rai ji ju, lai ji ju, la rai ji ju». Pero venía algo un poco más
contundente: justo cuando iba a entrar a «mi» edificio, veo venir a lo lejos a Bolivia y Cristina
Bocaranda, madre e hija, dos queridas amigas. Dos de esas personas que, si en Caracas se
enteraban que les había contado, pao pao, porque no era personal, ¡que el acuerdo había sido que
a nadie!

«Piensa Ana María, piensa. Ay, otra vez no. Yo últimamente no estoy pensando muy bien. ¿Qué
haces tú con un coche, ah? Bueno, pero deja la paranoia, ellas ni saben que es un coche, ellas
solo ven un este estuche enorme. Aquí vienen, vamos, ajá».

—Eeeeeepa, Anita ¡Qué bueno verte! ¿Y eso? ¿Qué haces por aquí?
—Eeeeeepa Criiiiiis, ¿cómo van?
—¿Nosotras? —sonrió con complicidad Bolivia— ¡Mucho más ligeras que tú!

A lo que Cristina agregó:


—Pobrecita, ¿y para dónde llevas tú ese coche? Pesa, ¿no?
Ahí aprendí otra cosa: ¡nunca subestimes la información que una no-madre pueda manejar!
Mucho menos si estudia diseño textil y le interesa estar al día en todo lo que tenga que ver con
nuevas tendencias.

Yo tenía que volver a salir al paso:


—Un encargo. ¿Puedes creerlo? ¿Cuál es el encargo más insólito que alguien te puede hacer? ¡Una
nevera o un coche! ¿Y qué le encargaron a la hija de Juan Simón y Lucía? ¡Un coche! Ahora yo
tengo que cargar con esto hasta Caracas. ¿Pueden creerlo? Es que hay que ver que la gente es bie
abusadora. Bueno, y uno que es medio bolsa también y no sabe decir que no, ¿verdad?

10 minutos. Sí. 10 minutos interminables hablando de la gente abusadora con los encargos, pero
nunca de mi embarazo. Una vez más había logrado mantener el secreto, pero yo sé que nunca me
creyeron con lo cual, extraoficialmente, Bolivia y Cristina se enteraron antes que mis papás.
Hoy en día me pregunto por qué no se los dije. Ahora pienso que hubiesen sido unas excelentes
aliadas y que de lo único que me hubiesen llenado era de buenas energías; porque si algo
comprendes con el embarazo es que es bonito sentir esa sobadita de lomo cuando estás cansada,
ese masaje en los pies después de transitar en el Metro 15 estaciones sin poder sentarte, porque
todavía no estás lo suficientemente embarazada como para que te tengan lástima... Perdón,
consideración, y te cedan el puesto.

Ahora bien, debo confesar que, como mujer que se respeta, es mentira que no se lo dije a nadie-
nadita-nadie. ¿Creen ustedes, de pana, de pana, de pana que, aunque te lo pida Dios, es posible
guardarse una noticia como esta sin hacer una inocente e inofensiva excepción? ¿Cómo te vas a
perder compartir los tres meses de tu vida en los que estarás más perdida, con quien ya pasó por
ahí y sabes que no se lo va a contar a nadie, excepto a su esposo? (Porque aunque una mujer jure
con la mano sobre la Biblia que no se lo dirá ni al esposo, ten por seguro que él no va a enterarse
de tu noticia en persona, porque ella se lo va a decir es por teléfono camino a su casa luego de tu
confesión, como debe ser). Pues sí, fue a quien piensan: fue a Érika. No en balde es una de las
madrinas de mi hija y quien escribió el prólogo de este libro. Ambos títulos se los ganó a pulso.
Solo ella me dijo: «mosca, Ana, mosca con lo que comas. Cuando te toque rebajar te vas a
arrepentir de cada kilo que engordaste por no haberte cuidado».

Este viaje fue un aprendizaje constante. Allá también me di cuenta de cómo había cambiado esta
historia cuando tuve que escoger entre cualquier cosa para mí y cualquier cosa para la miniatura
que estaba creciendo en mi panza. Siempre, sin excepción, escogí la segunda opción; y mi vida
no iba a ser igual más nunca porque, siendo así, siendo para ese bebé, no me dolía ni un poquito
ceder y esa fue solo una de las muchas sensaciones inéditas que vendrían. De ahí en adelante me
entregué y asumí que no se trata solamente de algo material, no. Es un suiche que se pasa en el
cerebro y no hay manera de que las cosas vuelvan a ser como antes.
SIMON VS. SIMÓN
Hasta ahora he logrado manejar con bastante paciencia y dignidad el tema de mi apellido paterno
cuando sobreviene la pregunta: «¿Es Simon o Simón?». Si estoy muy cansada digo Simon (sin
acento en la o), esperando que la respuesta sea un simple (y tan agotado como yo): «Ah, ok». Si
no tengo suerte vendrá, inevitablemente, la segunda, a veces pregunta, a veces afirmación: «Ah,
¿eres judía?» o «Ah, ¡eres judía!». Y cuando ya se meten por ahí me pregunto: «¿Por qué no dije
la verdad?».

Y entonces viene el cuento: «No, no soy judía, aunque estaría muy orgullosa de serlo. En realidad
es Simón, con acento en la o. Mi familia paterna es andaluza, de Sevilla, pero en la universidad,
Ugo Ulive, uno de mis maestros de teatro, con su característico acento uruguayo, me decía ‘Llegó
la Simon’, cuando aparecía en el ensayo». Y la verdad es que sí, que Ulive me llamaba de esa
manera y uso esa anécdota porque me alegra nombrarlo de vez en cuando, y porque me recuerda
dos de las cosas que más me gustan en la vida: la época en la que estudiaba en la Escuela de
Artes de la Universidad Central de Venezuela y el teatro.

Pero la verdad es otra y esta es la primera vez que lo voy a confesar: a mi mamá le parecía que
Simón era un apellido poco femenino, y comenzó a convencerme de que mi verdadero apellido
era Simon, porque sin el acento lo hacía sonar más armónico al colocarlo al lado de mi nombre...
O por lo menos eso es lo que ella siempre me dijo. Por mi parte, creo que eso se le ocurrió un
día que andaba molesta con mi papá y, en venganza por «algo» que él le había hecho, fue la
manera más cruel que encontró para hacerle sentir que me estaba perdiendo.

No puedo negar que estuvo buena. Maquiavélica, sí. Cruel, también. Pero buena. La imagino con
su «acento neutro de Guadalajara» diciéndole: «No te voy a alejar de tu hija, Juan Fernando
Simón De las Casas, no. Pero te voy a hacer algo que te va a doler más». ¡Y zas! Me cambió el
apellido sin cambiármelo. Pero esa versión, que es la que yo sostengo, ella nunca admitió que
fuese cierta.

Y por si todo esto fuera poco, mi mamá consideraba que combinaciones como Ana Gabriel o
María José (o Ana María Simón, en mi caso) eran una aberración, porque ella en eso de «el
rosado es para las hembras y el azul para los varones» fue y sigue siendo bastante clásica, a
pesar de que llevo años tratando de domesticarla.

Al final, no puedo recordar cómo fue que ocurrió. Supongo que comencé a escuchar la
pronunciación de mi apellido de su propia boca, cuando daba mi nombre en algún consultorio o
cuando iba a buscar la boleta en el colegio. Pero lo cierto es que un día, sin darme cuenta, me
había convertido en Ana María Simon, sin el famoso acento en la o. Lo que no sabía era que, por
la ausencia de una tilde, mi apellido iba a tener tantas versiones: Simons, Simmons, Simonds y
hasta Simónds.
Ese es el problema de la costumbre: podemos llegar a aceptar ser quienes no somos porque no
nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. En el caso de los adultos, se empantuflan, se distraen
y termina dándoles flojera. En el caso de una niña, juega. Pero lo cierto es que recuperar mi
identidad me ha costado algunos años.

Un día mi mamá me dijo:


—Hoy escuché tu programa en la radio. Erika te presentó como Ana María Simón y tú no dijiste
nada. ¿Qué pasó? ¿Te cambiaste el nombre?
—No, mami, me lo cambiaste tú hace años, pero no pasa nada, ya lo estoy recuperando y, además, tú
ya no estás brava con mi papá, ¿verdad?

Yo he visto a mi mamá, que es diabética, ruborizada cuando pasa frente al mostrador de dulces en
una panadería porque se da cuenta de que la pillé con la boca hecha agua y le da pena admitir
cuántos sería capaz de comerse de un solo jalón. La he visto ponerse roja en esas ocasiones... y
ese día. Con una sonrisa cómplice admitió, sin decir una palabra y por primera vez, que mi teoría
era cierta. Lo único que salió tímidamente de su boca fue:

—¡Deeeja, gafa!
Ahí lo terminé de corroborar. ¡Yo tenía razón!
Ese día cerramos el capítulo «Simon vs. Simón» y a mí se me quitó para siempre el dolor de
cuello. En efecto, perdonar libera.

Lo que no sabía era que, tiempo después, el asunto del nombre volvería a aparecer a la hora de
escoger el de mi bebé.

Apenas quedé embarazada, casi de inmediato, comenzamos a pensar en el nombre que le


pondríamos porque, con semejante trauma, no quería que esa pobre criatura pasara por lo mismo.

Para escoger el nombre contábamos con tres premisas básicas, pero contundentes: tenía que ser
un nombre que no tuviese que deletrear, que fuese «inchalequeable», y que tuviera tanta fuerza
que no necesitara segundo nombre.

Yo deseaba mucho una niña. Necesitaba a alguien que heredara mis zapatos y, Dios quiera,
pensaba, calce lo mismo que yo, gane mucho dinero y se compre muchos y bellísimos para
poderlos intercambiar. ¡Y la ropa! Podríamos intercambiar ropa también. Es más, lo confieso,
también deseaba una hija porque, no nos caigamos a coba: todas las mamás queremos que ellas
se conviertan en la versión mejorada de nosotras mismas y que, de ser posible, hagan lo que
nosotras no pudimos hacer. Si viajaste toda tu vida en clase Turista, ojalá que ella pueda hacerlo
en Business.

Y quería una niña porque mis papás nunca me compraron una Barbie ni ninguna muñeca. Decían
que eso embrutecía, las ponía a querer ser mamás y más nada, y que lo que tenía que hacer era
ponerme a leer Mafalda y El Principito. Espero que ahora algunos entiendan muchas cosas: tuve
que coleccionar el álbum Amor es... a escondidas y entrar a la casa con las bolsas de las
barajitas como si de dediles de droga se tratase.
Por eso ahora veo todas las películas de Princesas que me da la gana, canto tan duro como
pueda: «¿Y si hacemos un muñecooooo?» (chiste interno solo para el público de Frozen), y
Micaela es víctima de la peluquera frustrada que llevo por dentro. Pero una cosa era lo que yo
deseaba y otra lo que realmente pudiera pasar. Así que, al no saber el sexo, el Pollo y yo
comenzamos esa larga y obsesiva labor de buscar nombres.

Cuando empiezas a hacer eso, te paseas por cualquier posibilidad: nombres indígenas, egipcios,
nombres del santoral, de la familia y un muy largo etcétera donde quieres encontrar alguno que te
llame la atención. Caes en la tentación de comenzar a hacer combinaciones por puro ocio, pero
definitivamente Rafana o Anfael no resultaban nombres que nos encantaran. Busqué en todas las
páginas web que existen, me compré todos los libros que encontré, hice listas (¡más listas!
porque si algo haces cuando estás embarazada, son listas) de nombres de hembra y de varón.

Poco a poco los fuimos decantando, hasta que en la lista azul quedaron como finalistas Diego,
Moisés y Martín, y en la rosada figuraban Sofía, Amelie y Micaela que, a estas alturas del
cuento, ya sabemos cuál fue el elegido.
EL SEGUNDO DOMINGO DE MAYO
Transcurrieron las 12 semanas y ya. ¡Se había acabado el silencio! Teníamos carta abierta para
contárselo a quien nos diera la gana!

Recuperamos la lista y a cada una de esas personas le revelamos la noticia con el mismo método:
los invitamos a comer y, cuando habíamos terminado, le dábamos un papelito en el que les
pedíamos que escribieran algo. Se lo dictábamos para que ellos copiaran mientras grabábamos
un video con un close-up de sus caras. A mi mamá le dijimos:

—Desde el día...
—¿Qué hago?
—Escribe ahí, mami: Desde el día...
—Ajá, pero, ¿escribo cómo?

—¡Con el bolígrafo que te acabamos de dar, Lucía! —le respondió el Pollo con mucha paciencia.
—¡Ah, ok! Ajá. Díctame otra vez, pues. «¿Defendía...? ¿Qué defendía?».

Y el Pollo se me adelantó porque, supongo, no era el día más tolerante de su vida:


—Anota rápido: Desde el día de hoy no me van a decir más Lucía, de ahora en adelante me van a
decir Abuela. Chan-chan.
Pre-infarto, estupefacción, ambas manos en la boca, ojos aguados, llanto, sonrisa, un gritico... y
una grosería. Ese fue el orden de los factores en las reacciones de cada uno de los personajes a
los que les fue dada la noticia con ese modus operandi, sin excepción.

Nunca había entendido por qué la gente, sobre todo las mujeres-madres, lloraban cuando les
decían que alguien iba a traer un niño al mundo. Ahora sí lo sé. Es un llanto de solidaridad
porque ellas tienen clarísimo el panorama de lo que está por venir... para ti.

Después de hacer registro de todos esos videos se lo comunicamos al mundo con un tuit. Sí, un
tuit que no solo le diera la noticia a todos nuestros amigos, conocidos y seguidores, sino que nos
ahorrara miles de llamadas telefónicas o cadenas antipáticas en el Whatsapp.

Les dijimos lo que estaba por venir el 14 de mayo de 2011, Día de la Madre, cada uno desde su
cuenta en Twitter.

Yo escribí desde @anamariasimon: «Por si comienzan los rumores, aclaro: el @pollobrito y yo


no nos encontramos en estado de gravedad, sino en estado de gravidez. ¡SÍ! ¡ESTAMOS
EMBARAZADOS! #FelizDíaPaMí».

El Pollo, como hombre de pocas palabras que se respeta, simplemente me retuiteó, pero eso sí,
antes marcó territorio y cerró con un contundente: #HeDicho.
DUDAS
por Adriana Lozada

¡Felicitaciones enormes y de todo corazón! Estás metida en


una aventura mejor que la de Alicia (aunque a veces igual de
disparatada). Como la vida lo lanza a uno a esto de ser madre
sin anestesia, es mi deseo que encuentres aquí una especie d
paracaídas para que el descenso pueda ser más delicado,
dejándote sobre la tierra con los pies bien plantados, lista para
lo que venga. Y como nueve meses se pasan en menos de lo
que te imaginas, comencemos ya a aclarar las dudas:
¿NO ME VIENE O ME VIENE?
Puede ser que tu cuerpo e intuición ya te estén diciendo que estás embarazada; aunque si es algo qu
vienes deseando con demasiadas ganas, puede que más bien te estés «haciendo coco» con que lo
estás. De cualquier forma, la mejor manera de confirmar el hecho es a través de una prueba de
embarazo.

MOMENTO CIENTÍFICO
¿Qué es lo que prueban las pruebas?
En el momento en que un espermatozoide se une a un óvulo, comienza en tu cuerpo una danza
hormonal en pro de preservar la especie humana. Cuando el óvulo fertilizado viaja del ovario al
útero y se implanta en la pared uterina, tu cuerpo aumenta la producción de la hormona GCH
(Gonadotropina Coriónica Humana). Las pruebas simplemente se encargan de detectar o medir su
existencia.

Los tipos de pruebas se dividen en dos grupos: examen de sangre o prueba de orina. Ambos se
basan en la existencia de la GCH, pero la concentración de la hormona en el torrente sanguíneo es
mayor, por lo que al comienzo es más fácil de detectar su existencia en la sangre. Por esa misma
razón, el resultado de un examen de sangre es prácticamente infalible. Y también es la razón por la
cual las pruebas caseras te hacen esperar más días antes de poder hacértelas: al comienzo del
embarazo la cantidad de GCH en tu orina es muy poca para ser detectada.

Más sobre las pruebas caseras


Falsos negativos
Existe la posibilidad de que estés embarazada aun cuando la rayita de la prueba te haya dicho que
no. A eso le llaman un «falso negativo», así que si el resultado te deprimió, no te apresures en
ahogar tus penas en el alcohol. Las pruebas caseras se vuelven más confiables mientras más retraso
del período tengas, por lo que no está de más hacerte otra prueba después de varios días para
confirmar que, en efecto, no estás embarazada. Claro, esto es asumiendo que la prueba no esté
vencida y seguiste las instrucciones detalladamente.

Falsos positivos
Volviendo a asumir que seguiste las instrucciones al pie de la letra, que la prueba no estaba vencida,
pero que en este caso el resultado fue positivo: amiga, es casi 100% seguro que estás embarazada.
Es muy, muy, muy raro que estas pruebas den falsos positivos. Ahora, si tuviste una pérdida o un
aborto en las últimas 8 semanas, o estás tomando un medicamento para la fertilidad que contiene
GCH, entonces es posible que el resultado sea falso. Espera dos semanas luego del último
tratamiento antes de hacerte otra prueba casera, o habla con tu médico, quien al final conoce mejor
tu caso.

Ni lo uno ni lo otro
No es que vas a estar «un poquito» embarazada, sino que el problema de las pruebas caseras, en
especial las no-digitales, es que pueden ser difíciles de leer. Generalmente todas incluyen un
resultado «control». Aparte de la línea o símbolo que te indica si sí o si no tienes bebé en camino,
puede que el examen requiera que aparezcan dos líneas, o una cara feliz, o qué se yo. Esto es para
indicarte que la prueba no está dañada y que, por lo tanto, puedes confiar en el resultado (igual
sigue en pie todo lo que te dije de los falsos negativos o positivos).

A veces la línea aparece tenue. Cuéntalo como un resultado positivo.


A veces la línea aparece de un color diferente al esperado, o no aparece sino hasta muchos minutos
más tarde de lo que decían las instrucciones: cuéntalo como resultado negativo.
¡NO FUMO, NO BEBO, NO NADA!
Durante tu embarazo podrás bailar pegado todo lo que te permita la barriga, pero hay una gran
cantidad de costumbres que vas a tener que mandar de vacaciones por un buen rato (y por más
tiempo si vas a dar pecho).

Cierra los ojos y respira


A continuación viene una larga lista de cosas a evitar. Antes de que te comiences a angustiar, respira
profundo y ten en cuenta lo siguiente:

• Lo hecho, hecho está


Si la semana pasada te fuiste de sushi y vinos para celebrar el cumpleaños de tu mejor amiga,
bórralo de tu mente. De hoy en adelante, asume tu rol de mujer embarazada sabiendo que esto no
durará para siempre, y que al final del túnel encontrarás lo más maravilloso que jamás hayas
imaginado, digno del sacrificio de tener que comer todo cocido, pasteurizado, y sin alcohol. Cuando
eras niña no bebías, fumabas ni –me imagino– comías pescado crudo; sé que puedes hacerlo de
nuevo.

• Foco en lo importante
Más que preocuparte por memorizar esta larga lista, recuerda que el objetivo principal es mantener
a tu hijo (y a ti) lo más sanos posible. Convéncete de que «vale la pena el esfuerzo». Si tu delirio
por los quesos suaves te hace imposible dejarlos, entonces no los compres en el mercadito donde
pasan varias horas a la intemperie sin refrigerar, ni los comas en un restaurante (porque quién
sabe... ), solo hazlo en casa, sabiendo que son provenientes del automercado y que siempre han
estado bien refrigerados. ¿Y qué tal si además los comes menos veces por semana?

• Ponte creativa
Sólo tú puedes determinar donde están tus límites, sabiendo que algunas actividades pueden ser más
riesgosas que otras. Recuerda que las toxinas pueden entrar por tu boca, piel o nariz. Evalúa cuáles
riesgos son demasiado altos, y cuáles pueden ser minimizados al cumplirse ciertas condiciones.

Los «vale la pena el esfuerzo»


Si bien consumir uno de estos alimentos o hacer algunas de estas cosas no significa que
automáticamente le estás haciendo un daño a tu bebé, los riesgos son altos y sus efectos están tan
bien documentados que es mejor evitarlos. Puede que estés pensando que tu abuela o tu mamá fumó
y bebió bastante durante su embarazo, y que todos sus muchachos salieron sanitos, pero me imagino
que si ellas hubiesen sabido los posibles daños a los cuales los estaban exponiendo, hubiesen
rumbeado con un poco más de cautela.

A EVITAR
—✖—
✖ Alcohol
Tomar alcohol durante el embarazo puede causar el Síndrome de Alcohólico Fetal (SAF). Los
efectos de este síndrome son bien variados, e incluyen anomalías en la cara, problemas de
crecimiento, de desarrollo, de aprendizaje y otros defectos tanto físicos como mentales. Los
expertos no terminan de ponerse de acuerdo de cuánto es el consumo mínimo que afectaría al feto
(no es muy ético reclutar a conejillas de indias para esto), por lo que es mejor que, simplemente, te
resignes a la soda con limón.

✖ Cigarrillos
Fumar durante el embarazo aumenta los riesgos de bebé prematuro y bajo peso, problemas con la
placenta, problemas respiratorios crónicos, asma, problemas de comportamiento, defectos
congénitos, y hasta la muerte. Esto es debido a que –entre otras cosas– la nicotina y el monóxido de
carbono en tu sangre reducen la cantidad de oxígeno que le llega a tu bebé.

✖ Drogas
Esta es una caja de pandora con demasiados elementos a considerar y aún mayor cantidad de
riesgos. Resumiendo a grandes rasgos: los químicos de las drogas pasan por la placenta al cuerpo
de tu bebé, donde pueden afectar (por no decir otras palabras más fuertes y censurables) su
desarrollo.

✖ Medicamentos
En este caso es vital que hables con tu doctor antes de tomarte cualquier pastilla (así sea aspirina o
ibuprofeno). Si tomas medicamentos para la depresión, o para otras condiciones de salud, es muy
importante que su uso sea evaluado ante un embarazo para determinar el mejor camino. Lo mismo
con cualquier vacuna.

PROCURAR NO...

—✖—
✖Tomar baños de tina calientes, baños de vapor, saunas o jacuzzis
Aumentan tu temperatura y esto puede causarte mareos y/o crear problemas neurológicos en tu bebé
✖ Acostarte boca arriba
Sobretodo a partir del segundo trimestre, para no ponerle peso a la vena cava, que se encarga de
devolver la sangre de la parte inferior de tu cuerpo a los pulmones y el corazón. Te podrían dar
mareos, faltarte la respiración y el flujo de sangre a tu bebé podría ser obstruido.

✖ Dejar de utilizar el cinturón de seguridad del automóvil


Es decir, úsalo SIEMPRE. Asegúrate que la cinta inferior cruce lo más bajo posible, a nivel de
caderas, no del abdomen.
✖ Exponerte a rayos X
De ser indispensable, dile al médico que estás embarazada para que te ponga un protector sobre la
barriga.

TAMPOCO...

—✖—
✖ Cafeína
Los expertos no se han puesto de acuerdo en cuánto es la dosis máxima a consumir, pero parece ser
no más de 200 mg por día.

✖ Peces y mariscos crudos


Estas delicias pueden contener parásitos o bacterias que te caerían muy mal, embarazada o no. La
vomitadera y deshidratación no te harían nada bien.

✖ Peces predadores grandes


Esto incluye al pez espada, carite rey/sierra o caballa, tiburón, mero tipo guasa, y hasta ciertos
atunes. Aunque hoy en día la mayoría de los peces contienen algo de mercurio, estos peces grandes
han pasado más tiempo devorando peces pequeños, y por lo tanto sus niveles son mucho más altos.
La contraparte a esto es que los peces son buena fuente de proteínas bajas en grasa saturada y del
muy saludable Omega-3, por lo cual es bueno comerlos durante el embarazo. Buenas alternativas
son el salmón, la trucha de granja, el bacalao y el atún blanco en cantidades limitadas. No los comas
más de 1 ó 2 veces por semana y quítales la piel, que es donde se concentra más el mercurio.

✖ Cualquier tipo de carne cruda


Puede que te produzcan toxoplasmosis.
✖ Jamones,fiambres, embutidos, salchichas, patés, o peces y mariscos ahumados fríos
Pueden contener una bacteria llamada Listeria, aun cuando sean precocidos. Si los calientas a más
de 74 grados centígrados, entonces la bacteria se muere. Aparte del malestar que te produciría una
listeriosis, aumentaría el riesgo de pérdida o parto prematuro.

✖ Quesos blandos, y los hechos con leche no pasteurizada


De nuevo con la posibilidad de Listeria. Esto se refiere generalmente a los quesos no curados, como
el de mano, telita, fresco, panela, blanco, feta, brie, Camembert, azul y Roquefort, entre otros;
siempre y cuando hayan sido pasteurizados. Algunas alternativas (quizás no tan deliciosas) son el
requesón, la mozarella y la ricotta.

✖ Vegetales, frutas y lechugas sin lavar


Lávalos muy bien, no vaya a ser que tengan E. coli o Salmonella. Y ojo con comer las lechuguitas
que colocan de contorno en ciertos restaurantes.

✖ Brotes de semillas crudos o poco cocidos


Igual que los vegetales y frutas sin lavar, pueden tener E. coli o Salmonella. El problema es que
como los brotes son difíciles de lavar, es mejor evitarlos por completo.

✖ Jugos o leche no pasteurizados


Aquí volvemos con el temor a la E. coli (jugos) y la Listeria (leche).
✖ Huevos no completamente cocidos
El temor aquí es con la Salmonella. Asegúrate de que las yemas de tus huevos fritos o duros estén
bien firmes, el revoltillo esté bien cocido, y evita el aderezo de las ensaladas César y la salsa
holandesa.

✖ Edulcorantes, sobre todo la sacarina y el ciclamato


Durante el embarazo lo primordial es una buena alimentación, y estos químicos no califican. Si
decides no eliminarlos, por lo menos se más moderada en su uso. Es preferible que comas azúcar
(de nuevo, con moderación).

EVITA TAMBIÉN...

—✖—
✖ La peluquería
Ese olor clásico de salón de belleza es una sopa de químicos que no le hacen bien a tu bebé ni a ti.
✖ Usar tacones
Ya Ana me va a regañar, pero el tema es que durante el embarazo tu cuerpo cambia tanto su centro
de gravedad, que una buena postura es vital y no deja cabida para tacones de más de 3 cm. A
medida que avanzas hacia el tercer trimestre, también lo hace la cantidad de la hormona relaxina,
encargada de que tus ligamentos y músculos estén más flojos. No sólo serás menos estable en tu
postura, sino también más propensa a esguinces. Ahora, tampoco es que vas andar por allí en
cholas. Necesitas un zapato cómodo, seguro y con soporte. Es muy posible que, aunque quieras, tus
pies ni siquiera quepan dentro de tus tacones favoritos, debido a la retención de líquido, y que igual
tengas que salir a comprar unos zapatos de talla más grande. Recuerda: cómodo, seguro y con
soporte.

✖ Atender a tu gato
No hace falta que tu mascota abandone su hogar. Sin embargo, debes considerar pedir ayuda a la
hora de cuidarlo y evitar la limpieza diaria de su caja de arena.

✖ La jardinería
Suena raro, pero aquí el riesgo sigue siendo la toxoplasmosis.
✖ Olvidar cuidar tus dientes y encías
Con todas las hormonas haciendo de las suyas en tu cuerpo, tus encías pueden verse afectadas. Si
sufres inflamación de las encías (gengivitis) y no le prestas atención, se puede convertir en
periodontitis, lo cual aumenta el riesgo de parto prematuro o de bebés con bajo peso. Haz una cita
con tu dentista para el segundo trimestre (o antes), si tienes una emergencia dental. No te olvides de
decirle que estás embarazada, aun cuando se te note.

✖ Exponerte
a químicos tóxicos
La pintura y la gasolina contienen compuestos orgánicos volátiles (COV), los cuales son
contaminantes del aire que pueden causarte desde irritaciones en la piel, ojos, pulmones, mareos,
náuseas, alucinaciones, hasta efectos muchos más severos como problemas renales (o peor). En
pocas cantidades estos compuestos no causan mayor daño, pero inhalarlos por largo rato no es para
nada conveniente. Evita los olores químicos, fuertes y tóxicos que puedan existir en tu vida como la
pintura, la gasolina, los ambientadores, el cloro, el amoníaco, los pesticidas, la acetona, la naftalina
e ir a tintorerías que usen percloroetileno.

✖ Paracaidismo u otras
actividades extremas
¿Realmente es necesario que te diga esto? Con este tipo de actividades no hay condiciones: no
debes practicarlas si estás embarazada.

LO QUE SÍ ES RECOMENDABLE

—√—
√ Ejercicios
Es vital que hagas algún tipo de ejercicios. En general, si es una actividad a la que tu cuerpo ya está
acostumbrado, entonces puedes continuarlo durante el embarazo (con el apoyo de tu doctor o
partera, ¡claro está!). Toma en cuenta:

• Evitar ejercicios que puedan conducir a caídas (como el patinaje), que te meneen (como montar a
caballo), los saltos, los que impliquen cambios de dirección brusca o golpes a tu estómago (como el
fútbol) o aquellos de muy alto impacto (brincar sobre un trampolín, por ejemplo).

• Buenas opciones son el yoga, la natación (mejor si es al aire libre) y caminar. Cero gimnasia
olímpica.

• No sobrecalentarte, en especial durante el primer trimestre. Tu pulso de embarazada ya de por sí


es elevado, por lo cual asegúrate de calentar bien y no olvides tus ejercicios de enfriamiento. Toma
bastante agua y evita hacer ejercicios si hace mucho calor o hay mucha humedad.
• Si te apasiona el gimnasio, por favor, buscar una entrenadora que sepa de maternidad y trabaja
bajo su supervisión, siguiendo las recomendaciones de tu médico. Algunos abdominales o
levantamiento de pesas pueden ser contraindicados en tu caso.

• Cambiar los ejercicios de Kegels por sentadillas o cuclillas. Seguramente has escuchado o leído
que durante el embarazo debes hacer ejercicios de Kegel para fortalecer el piso pélvico; que
comiences con 10 repeticiones tres veces por día y que aumentes hasta un total de 100 o qué sé yo.
Lee con atención lo que te digo: no los hagas. Repito: no los hagas. Bueno, está bien, haz unos poco
solo para que sepas cómo se hacen, porque los vas a necesitar en la etapa posparto, pero no te
obsesiones con ellos durante el embarazo. Si realmente quieres fortalecer tu piso pélvico entonces
lo que necesitas hacer son sentadillas o, mejor aún, cuclillas.

√ Nutrición
Este no es momento para estar haciendo dieta. Lo ideal es que comas bien y de manera nutritiva,
cada vez que tengas hambre.

Por ello te recomiendo:


• Llenar tu nevera y alacena de alimentos nutritivos. Deja en el automercado las calorías vacías.
¿Cómo vas a comer galletas si no compraste galletas?

• Masticar la comida muy bien para minimizar la acidez.


• Comer vegetales en abundancia. Mientras más variedades de color, mejor. La variedad de frutas
también es buena, pero en cantidades moderadas por su alto contenido de azúcar (fructosa).

• Tratar de comer entre 70 y 95 gramos de proteína completa al día. No todo tiene que ser carne,
puedes obtener proteínas muy sanas a través de huevos, yogur, quesos, granos y hasta de la quinoa
Una ñapa: los kilos engordados comiendo proteínas son más fácil de quitar que aquellos basados en
carbohidratos.

• No necesitas olvidarte de loscarbohidratos, pero trata de que sean más complejos y completos.
Evita los blancos y aburridos como el pan, la pasta, el arroz y las papas.

• Desde el momento en que sospeches que estás embarazada –o antes– comienza a tomar ácido
fólico. El ácido fólico es super importante para prevenir defectos del tubo neural, como la espina
bífida o la anencefalia. La médula se forma en los primeros 28 días, por lo que es preferible
comenzar a tomar el ácido fólico aun cuando no estés embarazada. Verifica con tu médico la
cantidad que debes tomar.

• Asegúrate de tomar tu vitaminaprenatal todos los días, pero compleméntala comiendo una
variedad bien colorida de vegetales y frutas.

√ Mantenerte hidratada
A parte de evitar que te deshidrates, tomar como mínimo 8 vasos de agua te ayudará a combatir el
cansancio, los dolores de cabeza, evitar infecciones urinarias, soportar el calor, limpiar toxinas,
combatir el estreñimiento y hasta ayudar a mantener niveles de líquido amniótico óptimos para tu
bebé. Si encuentras que tienes los pies y tobillos hinchados por que estás reteniendo líquidos, tomar
más agua ayuda a retenerlos menos.

√ Dormir
Tu cuerpo está haciendo un inmenso trabajo y es normal que te sientas cansada, sobretodo durante e
primer y tercer trimestre. Por favor, hazle caso a tu cuerpo y descansa. En este punto, recuerda que:

• Las siestas son tus mejores amigas, por lo que te agradezco que botes por la ventana cualquier
culpa que te ronde cuando pienses en que vas a «perder» una hora de tu día por estar durmiendo.

• Durante el tercer trimestre es bastante difícil dormir. Entre las idas al baño, el no encontrar
acomodo en la cama y la mente que no para, tu sueño se verá constantemente interrumpido. De
nuevo, las siestas son tus amigas.

• Hay pocas cosas peores quecomenzar un parto cansada. A partir de las tres semanas antes de tu
fecha probable de parto, adopta la costumbre de preguntarte varias veces al día: «¿si mi parto
empezara en este instante, estaría descansada?» Si la respuesta es no, deja lo que estés haciendo y
vete a dormir.

√ Respirar profundamente
Durante el embarazo te darás cuenta de que tu mente anda más a millón que nunca: que si será sano
que si no estoy preparada, que estoy engordando demasiado, que no estoy engordando suficiente,
que cómo hago para saltarme la parte del parto, que no tengo plata para tanto gasto, y todas las otras
miles de preguntas y angustias que seguramente te están robando el sueño.

Pero resulta que tu alto grado de estrés no es bueno para tu bebé, pudiendo causar parto prematuro,
un bebé con bajo peso o problemas crónicos de salud. Antes de que te angusties por eso también,
comienza a incorporar en tu vida hábitos que te traigan calma.

Si tu mayor causa de estrés es el trabajo, intenta delegar o aliviar la carga. Busca cómo salirte de
cualquier obligación social que te ponga tensa y, simplemente, échale la culpa al embarazo; total, es
la excusa perfecta.

¡Ah! Y por supuesto, cada vez que una conocida (o desconocida, que abundan, y si no pregúntale a
Ana) venga a echarte su cuento de terror de cuando dio a luz, dale un parao y dile que prefieres no
escuchar relatos de parto, porque estás muy sensible. Eso, definitivamente, no te hace falta.
¿NUTELLA CON UNAS GOTICAS DE LIMÓN ES NORMAL?
Aunque sea una combinación que haga salir corriendo a todos a tu alrededor, querer comer Nutella
con unas goticas de limón no tiene nada de extraño para una embarazada. Puedes agradecer a tus
hormonas por tan fabulosas aventuras culinarias. Hay evidencias de que estas mezclas de sabores
salados/amargos con sabores dulces te ayudan a combatir las náuseas, por lo que tiene sentido que
te provoquen tanto durante el primer trimestre. No hay mal en entregarte a estos antojos, a menos
que sean constantes y poco nutritivos. Es decir, si te provocan las toronjas, entonces date con furia,
eso sí, sin olvidar el resto de tu dieta balanceada y nutritiva, alta en proteínas, vegetales variados y
carbohidratos complejos. Pero no es que vas a utilizar los antojos como una excusa para comer
helado todo el día, por favor. Por lo menos, limita la cantidad y escoge una versión más sana, como
yogur congelado en vez de helado tradicional.

Ahora, si lo que te provoca comer es tierra, arcilla, tiza, arena, cenizas, bicarbonato de sodio,
almidón, o cualquier otra cosa que no sean alimentos, no te estás volviendo loca, pero puedes estar
sufriendo de «Pica». Esta es una condición que puede señalar una deficiencia de hierro o un
desequilibrio químico. En vez de comerte el abono del jardín, avísale a tu doctor o partera de
inmediato y sin pena.
SE BUSCA OBSTETRA
Escoger tu obstetra es una de las decisiones más importantes de tu embarazo. Para decidir quién va
a ser este personaje, primero tienes que saber qué es lo que estás buscando. Consultar a tu mismo
ginecólogo porque ya lo conoces, no es razón suficiente, ya que la práctica de la ginecología y la
obstetricia son suficientemente diferentes como para que la filosofía que te sirva para una no te
funcione para la otra.

Entonces, echemos para atrás: ¿qué tipo de parto quieres? Y me dirás, «¿cómo que qué tipo de parto
quiero, chica? Yo lo que quiero es tener un bebé sano y salir de eso lo más rápido posible». Sí, eso
lo queremos todas, pero resulta que no todos los partos son iguales. Sin ponernos demasiado
Susanita, el hecho es que ésta será una experiencia que te acompañará para toda la vida y estás en
todo tu derecho de opinar cómo quieres que sea el proceso.

A diferencia de la mayoría de los eventos que suceden en un hospital, dar a luz es un acontecimiento
normal y natural, donde generalmente las cosas salen bien y sin problemas. La razón por la cual irás
a este centro de la salud (a menos que quieras un parto en casa, lo cual también es válido) es por la
tranquilidad que te ofrece la tecnología: ya sea en caso de que algo se complique o porque es la
única manera de hacer una cesárea.

Sin adentrarnos muy profundamente en el tema del parto, ya que eso es largo y tendido, la clave es
entender los dos enfoques principales bajo los cuales los profesionales del parto (obstetras,
médicos familiares y parteras) abordan el proceso.

MOMENTO CIENTÍFICO
Parto tecnocrático
Tecnocrático significa «controlado por técnicos expertos». Su uso aplicado al parto (y a la medicina
occidental en general) se lo debemos a la antropóloga Robbie Davis-Floyd. Este es el modelo que
siguen la gran mayoría de obstetras y enfermeras, a quienes les enseñan que el parto puede ser
decantado en una ecuación que depende de tres P: Paso (tu pelvis), Pasajero (tu bebé) y Potencia
(fuerza de contracciones). Para que el parto fluya, las tres P tienen que estar funcionando de manera
adecuada y engranada. Si no lo hacen, la intervención es el camino y la tecnología la herramienta.

Según este modelo, si el cuerpo de una mujer es capaz de dar a luz, lo hará en una cantidad de
tiempo razonable, donde «razonable» significa la muy mecánica relación de dilatación de 1
centímetro por hora, una vez que el trabajo de parto esté bien establecido (hayas llegado a los 3 ó 4
centímetros). Si a medida que pasan las horas no se observa este progreso, se asume que una de las
P no está funcionando bien y se requiere una intervención. De hecho, en este caso, tu proceso sería
etiquetado como «disfuncional».

Si conoces alguna amiga a la cual le hayan dicho que su pelvis es muy estrecha para que su bebé
nazca, te garantizo que su médico sigue este modelo.
El problema principal de este punto de vista es que te deja por fuera y te objetiva a ti, la mujer que
está en el centro del meollo. Es un modelo que se queda corto pero, finalmente, algunos textos y
escuelas han comenzado a incluir una cuarta P (de Psique) en la ecuación, para tomarte en cuenta.
Porque, vamos a estar claras, mi querida madre-en-desarrollo: ¡tú formas una parte importantísima
de todo este proceso!

Parto respetado/humanizado
En el parto respetado o humanizado se toman en cuenta otras P muy diferentes. No hay una ecuación
definida, pero se han considerado como posibles substitutas a la Paciencia, la Pareja (o Persona
soporte), el Practicante (ya sea médico, obstetra o partera), la Privacidad y la Preparación. Siéntete
libre de incluir cualquier otra P que te Parezca.

Este modelo confía un poco más en que tu cuerpo es capaz de dar a luz sin intervención. Toma en
cuenta la conexión mente-cuerpo, ve al cuerpo como un organismo (y no una máquina) e intenta
establecer un balance entre las necesidades del individuo y la institución, donde tanto médico (o
partera) como madre comparten la responsabilidad y la toma de decisiones.

Si crees que este es el tipo de parto que calza contigo, es vital que consigas un médico (o partera)
que crea en este modelo; que crea en ti.

Entonces, tu objetivo al buscar un obstetra es encontrar a alguien que conecte contigo y escuche lo
que quieres. Repito: es una decisión importante. Muy. Deseo que, sea cual sea tu experiencia de
parto, la recuerdes con cariño; no que te deje un trauma. Pero para que esto suceda, es necesario
que te armes de fuerzas, dejes de un lado la pena y el miedo. ¡Ataca la búsqueda de obstetra con
ímpetu! Sé que los médicos pueden intimidar, pero quiero que te veas en el espejo y repitas:

«No estoy enferma. Esto no es una emergencia, es un nacimiento. Este es mi bebé, mi parto, y tengo
todo el derecho de decidir cómo quiero que sea. Mi ginecólogo trabaja para mí».

Preguntas para la entrevista


He aquí un listado de preguntas a hacer durante tu casting de obstetra. Aun cuando no todas sean
cosas en las cuales estés interesada, nunca está de más preguntar algunas de ellas para medir la
reacción que causan: no sólo estás evaluando qué te dice, sino también cómo te lo dice.

• ¿Qué exámenes me debo hacer? ¿Cada cuánto son los ultrasonidos? ¿Cada cuánto nos vemos?
• ¿Cómo influye mi edad en el proceso?
• Si tengo preguntas entre visitas, ¿qué hago?
• ¿Cuál es su opinión sobre partos vaginales? ¿Cesáreas? ¿Cuál es el porcentaje de cada uno que h
realizado durante el último año?
• En cuánto a las cesáreas, ¿siempre les pone fecha previa, o puedo esperar a entrar en trabajo de
parto antes de ir a quirófano? De ponerle fecha, ¿a cuántas semanas de embarazo lo hace?

• Si deseo tener un parto vaginal, ¿puedo moverme libremente o estaré confinada a la cama? ¿Puedo
dar a luz de pie, o en cualquier otra posición quedesee?

• ¿Dónde daré a luz? ¿Cómo son las instalaciones? ¿Qué opina del parto en casa? (esta última en el
caso de que estés considerando esta opción).

• ¿Estará usted presente para la llegada de mi hijo, o me tocará el médico de turno? ¿Puedo conocer
a los demás doctores de su grupo con quién comparte las guardias? Si hay una emergencia y no está
presente un doctor de su grupo médico, ¿quién me atiende? ¿Cómo sé que se tendrán en cuenta mis
deseos?

• ¿Quién puede estar presente durante el parto? ¿Puedo traer a una doula? ¿A un fotógrafo?
• Inmediatamente después de que nazca mi bebé, ¿cuál es el proceso? ¿Qué le hacen? ¿Puedo
opinar?

Durante la entrevista, es importante que te sientas cómoda y segura. Presta atención en si sientes qu
el doctor (o la partera) te está escuchando y respondiendo tus dudas con información clara, o si más
bien te está diciendo que no te preocupes, que él se encarga, sin darte una respuesta. ¿Sientes que é
conecta con tus ideas sobre el embarazo y parto? ¿Sientes que puedes participar en el proceso de
decisión? Como «escoba nueva barre bien», es muy probable que la manera como te trate durante
esta primera entrevista sea lo mejor que te vaya a tratar durante todo el proceso. Si no estás
satisfecha con las respuestas, más vale que sigas buscando.
UN ECO AL DÍA, ¿ES MUCHO?
En cuanto a lo que tu médico (o partera) se refiere y asumiendo que todo en tu embarazo va bien,
con tres ecos —uno por trimestre— es suficiente:

• El primero, entre las 11 y 13 semanas, permite ver cuántos mini-bebecitos hay en tu panza, cómo
se está(n) comportando y cómo va su desarrollo en comparación con lo esperado. Si ya pasaste la
sexta semana, es posible que veas —y hasta escuches— el latido de su corazón. Si es después de tu
décima semana, hasta podrías oír el rapidísimo ritmo de sus latidos tipo pajarito (esa velocidad es
completamente normal). Asegúrate de llevar algo con qué secarte las lágrimas, porque es imposible
que no se te «agüe el guarapo».

• El segundo, alrededor de la semana 20, sirve para ver si el crecimiento de tu bebé sigue viento en
popa, echarle un ojo a sus órganos internos y observar sus movimientos. Ahora también se puede
evaluar mejor la placenta, el cordón umbilical y el nivel del líquido amniótico. Si has estado
esperando con ansias saber si tendrás un hijo o una hija, durante esta ecografía podrás aclarar la
duda, claro, siempre y cuando tu bebé pose para la foto.

• El tercero entre las 28 y 35 semanas, sigue dando más información sobre cómo va el desarrollo de
tu bebé. También se empieza a considerar su posición dentro del útero, pues el espacio está
comenzando a ponerse estrecho. Si tu bebé está con la cabeza hacia arriba, no te alarmes, que
todavía queda tiempo para que se voltee. Es posible que durante este eco también estimen el peso
de tu bebé. Ten en cuenta que es muy difícil hacer una aproximación adecuada (tu bebé esta todo
apachurrado allí adentro, envuelto en líquido, tras capas de piel), y que puede variar por hasta 500
gramos (o más). Te lo digo porque a veces toman esta medida como un razón para ir a cesárea,
cuando la verdad es que no es un motivo contundente. Infórmate más sobre el tema.
¿HASTA CUÁNDO LAS NÁUSEAS?
Comenzando entre la cuarta y octava semana, 70% de las mujeres sienten algún tipo de náuseas o
vómitos, que finalmente las dejan en paz a partir de la semana 14. Muchas de ellas también sienten
que su producción de saliva aumenta. Las náuseas tienden a ser más comunes en las madres
primerizas, jóvenes o que lleven adentro más de un bebé, y parece que van de la mano con los
niveles elevados de la GCH.

Muy de vez en cuando (1 caso en 300) se puede padecer de «hiperémesis gravídica», lo cual es aún
peor de lo que suena, y se refiere a unas náuseas y vomitadera tan extremas que requiere que tomes
medicinas recomendadas por tu médico y/o hasta ser ingresada al hospital para combatir la
deshidratación extrema que puedes sufrir al no poder tolerar ni el agua.

Pícale adelante
Aunque es difícil eliminar las náuseas por completo, puedes intentar minimizarlas haciendo lo
siguiente:

• Comer pequeñas cantidades y a menudo durante el día.


• Beber menos líquidos con las comidas, pero mantente bien hidratada entre ellas. Evitar las
fritangas, las comidas picantes y las muy ácidas: las comidas sosas y aburridas son tus amigas.

• Procurar comidas altas en proteínas: nueces, yogur, leche, queso con galletas, o combinaciones de
sabores salados o amargos con dulces, pueden que te ayuden con las náuseas.

• Tener un paquetico de galletas de soda en tu mesa de noche, y comerse una antes de salir de la
cama. Por cierto: las salidas de la cama deben ser lentas, sin movimientos muy bruscos.

• Al pararse al baño durante la noche, no está mal tomar un vasito de leche, o comerse una galletica
de soda o algo bastante ligero para que el estómago no pase tanto tiempo vacío.

• Chupar caramelitos durante el día; si son de jengibre, mejor. También es recomendable un té


casero de jengibre, endulzado con un poquito de miel.

• Al sentir las náuseas, buscar una ventana, salir al aire freso o a un sitio bien ventilado.
• Tomar hierro puede pegar en el estómago y dar náuseas. Si este es tu caso, habla con tu doctor (o
partera) a ver si hay alguna alternativa. Ya que estás en eso, pregúntale sobre la vitamina B6, que al
parecer también puede ayudar a combatir las náuseas.

Y, cómo si hiciera falta decirlo: evitar las comidas que te produzcan náuseas o te den asco.
Punto de acupresión para las náuseas
Lo que viene a continuación bien podría valer el peso de este libro en oro. Este punto de acupresión
es tan maravilloso que sé que me vas a amar por siempre. Y no estoy hablando del punto típico
localizado entre los tendones cerca de la muñeca, el cual es difícil de encontrar y más difícil aún de
apretar lo suficientemente fuerte para que funcione sin que duela un montón. Al que me refiero es
conocido en la medicina china como Riñón 27 y existe tanto en el lado izquierdo como en el lado
derecho del cuerpo. Queda debajo de la clavícula, justo en el primer espacio intercostal, en una
«mini-piscinita» de piel un poco triangular rodeada por el esternón, la primera costilla y la
clavícula (ver diagrama).En el momento que sientas un poquito de náuseas, forma una V con tu
pulgar e índice, y coloca una yema en cada punto, a ambos lados del esternón. Deberías sentir que
duelen un poco, o los encuentres sensibles. Una vez localizados, afíncate duramente, empujando
hacia el pecho, y respira profundamente. En cuestión de instantes tus náuseas deberían mejorar. Par
hacérselo a otra persona (ya que sirve para cualquiera, no sólo embarazadas), colocar la otra mano
sobre la espalda de la persona permite mayor estabilidad.
SI EL BEBÉ NO SE MUEVE POR UN RATO, ¿ESTÁ BIEN?
Durante el segundo trimestre, las pataditas son un poco erráticas, pero no tardará mucho para que
comiences a establecer patrones diarios en los movimientos de tu bebé. Por ejemplo, es posible que
lo sientas más después de comer algo dulce, tomar algo frío o hacer ejercicios. Como si no fuese
suficientemente difícil conseguir el sueño mientras estás embarazada, es extremadamente común
que, justo en lo que tu te acuestes, tu bebé decida ponerse a bailar.

¿De cuánto es ese rato?


Ahora que te has familiarizado con los patrones de movimiento de tu bebé, si sientes que de repente
su nivel de actividad es inusual, deja de hacer lo que vengas haciendo, busca un vaso de jugo, leche
o alguna otra bebida ligeramente dulce, y siéntate a tomártela. Eso lo animará a moverse. Comienza
a contar sus movimientos: estás buscando sentir 10 en 2 horas. Lo más seguro es que te tome mucho
menos tiempo que eso.

Es normal que de la semana 27 a la 32 sientas que ese muchacho no para, pero a partir de allí su
actividad bajará un poco ya que cada día tiene menos espacio. Una vez encajada su cabeza en tu
pelvis, el movimiento será aún menos fuerte: sentirás más movimientos de manos y pies que
rotaciones de lado a lado.
¿TENGO QUE ARRUINARME COMPRANDO ROPA DE
EMBARAZADA QUE LUEGO NO VOY A USAR MÁS?
Respuesta simple: no.
Ya debes tener un montón de cosas en tu clóset que te servirán durante gran parte de tu embarazo, o
al menos que lograrás combinar de manera creativa. Por ejemplo: ponte la camisa que ya no te
cierra, desabotonada, encima de una camiseta de tela elástica. Hasta le puedes colocar un cinturón
delgado que cierre justo debajo del busto para resaltar tu hermosísima panza.

Toma en cuenta lo siguiente:


• En lo que empieces a sentir que tu ropa te aprieta, cómprate unas piezas claves para embarazadas.
Busca modelos que te queden bien ahorita pero que todavía te sirvan cuando estés a «punto de
caramelo». Las maxi faldas, vestidos largos, túnicas y vestidos cruzados son buenas opciones.

• Tu barriga de embarazada no desaparecerá al instante que des a luz, por lo que seguirás usando
esta ropa unos meses después del parto.

• Aun cuando regreses a tu peso original, es probable que tu ropa pre-embarazo no te quede igual.
Tu cuerpo no será el mismo, debido a la presión ejercida por tu bebé sobre tus caderas, en conjunto
con la relaxina que permitió que esos tendones se estirarán. Entonces, no te vuelvas loca comprando
demasiada ropa de embarazo y guarda un poco del presupuesto para irte de compras unos meses
post bebé. Hasta que tu cuerpo no se asiente y descubras tus nuevas proporciones, no vale la pena
gastar un centavo.

• Considera invertir en una faja posparto. Y no, no es que te quiero convertir en tu abuela, pero
como la relaxina sigue fluyendo por tus venas por unas semanas después de dar a luz, usar esta faja
especializada puede ayudarte a «rediseñar» la forma de tu cuerpo, manteniendo tus tendones
apretaditos de manera que no se curen en posiciones distendidas. Te prometo que cuando des a luz
te sientas un poco desinflada por la falta de un bebé que te mantenga la barriga redondita, el abrazo
que te da la faja se sentirá maravilloso. Incluso, hay unos modelos versátiles que sirven tanto para
embarazo como post parto, ayudándote a que la espalda te duela menos en estos meses y que le
saques mayor provecho.

• No compres nada sin antes probártelo. Tu talla pre-embarazo puede que no traduzca bien a la talla
de ropa embarazada. Además, es importante que te sientas cómoda.

• ¡No te olvides de la ropa interior! Estos no son momentos para andar con pantaletas apretadas. En
cuanto los sostenes, no te olvides de comprar un par que sean ultra cómodos, para que puedas
usarlos mientras duermes.

• Para alargar la vida de tus jeans actuales, puedes dejar el botón abierto, amarrándole una colita de
cabello. Luego, pásala por el ojal y devuélvela de nuevo al botón. Ponte un top largo que lo cubra y
nadie se dará cuenta.
• Si vives en jeans, haz la inversión y por lo menos cómprate uno de maternidad. Créeme, aunque
sean horrorosos, durante los meses 8 y 9 los vas a amar.

• Los pantalones de yoga no son sólo para el yoga.


• Dale variedad a lo que te pongas con accesorios. De esos ya debes tener un montón.
¿CUÁNDO TENGO QUE COMENZAR A ARREGLAR LA CASA Y
COMPRAR LAS COSAS PARA EL BEBÉ?
Es buena idea que durante el primer trimestre comiences a indagar un poco en el tema para
comenzar a armar tu plan. Hay tantos miles de productos para bebés en el mercado que entrar a este
mundo nuevo puede ser un poco abrumador. Es mejor hacerlo paulatinamente y por etapas. Escoge
las gamas de colores que te gustan y ve anotando las sugerencias de productos que te dan tus amiga

Comenzado el segundo trimestre, pon manos a la obra. Mide el espacio que tengas asignado para tu
bebé en la casa, y lleva contigo las medidas y una cinta métrica cuando salgas a comprar. Empieza
por escoger las piezas más grandes –cuna, gaveteros o mueble cambiador– ya quesi son por
encargo, se pueden tardar más en llegar, requerir un poco de construcción, o ambos. No es mala
idea armarlos en lo que lleguen para que se les vaya quitando ese «olor a nuevo» que no es más que
un montón de químicos. Y, por favor, evita pintarlo tú misma.

En cuanto a qué vas a necesitar –a diferencia de lo que te gritan todas las tiendas y sitios para
bebés–, es mucho menos de lo que piensas. Lo que más usarás son pañales y ropa. Aquí lo básico:

Pañales
Después de la primera semana usará alrededor de 10 a 12 por día.
Ropa
Una vez que veas qué te funciona mejor, puedes comprar más de esas piezas:
• De 4 a 6 guarda-camisas (mejor si se amarran de lado, porque a la mayoría de los bebés no les
gusta que les pongan o quiten la ropa por la cabeza).

• De 4 a 6 trajes de una pieza (pueden ser los de cuerpo entero –manga larga y con piecitos–, los de
pierna y mangas cortas, o los tipo body que se abrochan en la entrepierna. Dependiendo de la época
del año y dónde vivas, necesitarás más de uno o del otro)

• 1 ó 2 pijamas o bolsas para dormir.


• 1 suéter.
• De 4 a 7 pares de medias (cuidado: se le viven cayendo).
• 1 ó 2 gorritos.
• 1 sombrerito para protegerlo del sol.
• De 6 a 8 baberos.
Lo demás
• 2 ó 3 mantas delgadas para envolver a tu bebé apretadito, y que sean multiuso (tapa sol, recoge
buche, etcétera).

• 1 ó 2 cobijas más gruesas, multiuso (lo cubren del frío, sirven de superficie suave y limpia).
• Un mueble donde dormir (cuna, moisés, pack-and-play, etcétera), con colchón, protege-colchón, y
sábanas respectivas.

• Un mueble donde cambiarlo, con cambiador, pañales, toallitas húmedas y crema para pañal.
¡Pendiente con la altura del mueble! Verifica que te permita cambiar a tu bebé sin que tengas que
encorvarte.

• Una pañalera con muda(s) de ropa y otro set de toallitas húmedas, cambiador portátil, pañales y
crema contra la pañalitis. Al momento de comprar la pañalera, recuerda que en ocasiones será
usada por otras personas. Cierra los ojos y visualiza cómo le quedaría al papá un modelo con
florecitas rosadas.

• Bañera, jabón líquido y muy suave para bebés (puedes usarlo también como champú) y dos toallas
con gorro.

• Un coche y/o cargador (tipo canguro).


• Termómetro, saca-mocos y lima para las uñas o cortador de uñas para bebé.
• Lamparita para la noche (durante la noche quieres estimular a tu bebé lo menos posible. Mucha luz
hace que su ritmo circadiano lo despierte).

• Teteros, tetillas, cepillo (las cantidades dependen de si estás amantando o no. Puede que tengas
que experimentar con diferentes modelos, así que no compres un montón).

• Silla para el carro (los primeros seis meses tu bebé debe ir mirando hacia atrás).
• Chupones (si es que le hacen falta).
• Monitor y humidificador (no son indispensables, pero muy útiles).
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Una de las señales de que tu bebé está por llegar es tu necesidad de «arreglar tu nido», es decir,
acomodar la casa. Aprovecha y lava toda su ropa, termina de hacer los encargos de última hora, y no
te olvides de empacar los bolsos para el hospital. Ahora, tampoco es que te pongas como loca a
redecorar y mover muebles. Estás acomodando «el nido», no construyendo uno nuevo.

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¿PUEDO YO SOLA CON TODO ESTO?
Por alguna extraña razón, muchas mujeres tendemos a subestimar lo inmensamente difícil que
pueden ser los primeros tres meses después de la llegada de un bebé. Quizás sea por esa costumbre
de asumirnos súper mujeres que resuelven y se llevan al mundo por delante antes del almuerzo. En
comparación, ¿qué tan complicado puede ser cuidar a un bebecito?

Y resulta que al llegar el gran día —de repente y sin anestesia— te encuentras metida en el
trasnocho más horrible que jamás hayas tenido y obligada a aprender una serie de habilidades
nuevas. No encuentras acomodo dentro de tu cuerpo, el cual intenta reponerse, tanto del parto como
de haber estado embarazado por nueve meses, conjunto con el desmadre hormonal que eso conlleva
Te sientes una vaca, no por lo gorda, sino por la leche que te chorrea, y cada intento de lactancia se
convierte en una producción de telenovela. Tampoco encuentras acomodo dentro de tu mente, que
pierde la lucha con los cambios de humor, al tanto que intenta digerir tu nueva identidad de madre;
esa nueva realidad bajo la cual más nunca serás sólo un «yo», sino por siempre un «yo-con-hijo».

Si estás acostumbrada a llevar las riendas de diez proyectos a la vez, entonces pasar el día
cambiando pañales, dando de comer, viendo cómo logras pegar el ojo, y si tienes suerte, darte un
baño, puede ser increíblemente frustrante. Sentirás que tus esfuerzos no te dejan algo tangible al
final del día y no es inusual escuchar la vocecita antipática en tu mente decir: «hoy no hiciste nada».

Entonces, sí. Por supuesto que vas a necesitar ayuda.


Es probable que te sea más difícil permitir que te ayuden a conseguir quién te ayude. Porque
estemos claras: esa ayuda puede venir de familiares y amigos, no exclusivamente por parte de una
enfermera, niñera, u otra forma paga. Por unas semanas, bájale dos a tus exigencias de limpieza y al
cuidado de tu ropa. No importa cómo terminen dobladas tus franelas, lo importante es que no las
hayas tenido que doblar tú.

Mientras más ayuda recibas, mejor te sentirás y menor será el riesgo de que caigas en una depresión
posparto.
¿DORMIR? ¿QUÉ ES ESO?
Durante el primer trimestre puede ser que no te cueste mucho el dormir, pero hacia finales del
segundo y, definitivamente, durante las últimas semanas de tu embarazo, será una meta
prácticamente imposible. Entre la panza que crece, el bebé que practica kickboxing de noche, el no
poder dormir ni boca arriba (para no ponerle peso a la vena cava) ni boca abajo (¿recuerdas la
barriga?), la acidez, los tirones en los ligamentos, los senos enormes, las ganas de ir al baño, los
calambres, la nariz tupida y la mente que no para, es un milagro que logres siquiera dormir algo
durante toda la noche.

Si bien no puedo resolverte todos los problemas arriba mencionados, a continuación encontrarás
unos tips que pueden hacer la situación más llevadera.

• Usa una almohada de cuerpo entero


Venden unas almohadas larguísimas para embarazadas que te acurrucan y ayudan a prestarte sopor
en todo tu cuerpo. Son la gloria. Como alternativa, puedes dormir con 4 almohadas: una entre las
piernas, una en la espalda (sobretodo la espalda baja), abraza la tercera y usa la cuarta como
siempre, bajo tu cabeza.

• Pendiente de qué y cuándo comes o bebes


Intenta no tomar un montón de agua antes de acostarte y solo consume comidas ligeras en porciones
pequeñas. Evita comidas fritas, picantes o muy ácidas. Trata de que sean fáciles de digerir para
evitar la acidez y los gases.

Algunas comidas que pueden interferir con tu sueño al ser ingeridas durante la cena son: el helado,
los jugos cítricos, los granos y las legumbres, la cebolla cruda y los estimulantes como el azúcar y
la cafeína (esto incluye el chocolate). En cambio, un té de camomila, lavanda o menta puede ayudar
con la digestión y prepararte para dormir. Si sufres de calambres, comer un cambur un poco antes de
dormir puede ayudarte. Por supuesto, consulta todo esto con tu médico.

• Toma tus vitaminas prenatales por la mañana


Algunas pueden tener un efecto estimulante.
• Dale fuerzas a tu ritmo circadiano
Trata de acostarte y levantarte todos los días a la misma hora (incluso sábados y domingos).
Mientras más cerca de las 10 de la noche sea la hora de acostarte, mejor. Después del anochecer,
trata de mantener las luces tenues, sobretodo una hora antes de acostarte. Usa una lamparita de
noche para cuando te pares al baño. Evita las pantallas (televisión, computadora, tabletas y
teléfonos) una hora antes de dormir; de ser esto imposible, bájale la intensidad de luz a la pantalla.
Deja que te pegue un poquito de sol por alrededor de 15 minutos, a primera hora de la mañana (a
través de una ventana abierta se vale).
• Convierte tu cuarto en un santuario para dormir
Aparte de tener las luces tenues, intenta que la temperatura de tu cuarto esté entre los 20 y 25 grados
centígrados. Evita usar tu cuarto para otras actividades que no sean dormir o tener sexo (leer se
vale, siempre y cuándo sea parte de tu rutina antes de dormir). Elimina o aleja de ti, lo más posible,
cualquier aparato eléctrico (despertador, teléfonos inalámbricos, cargadores, televisores, etc.), pues
exponerte a sus campos electromagnéticos por largo tiempo puede debilitar tu sistema inmunológico
y afectar tu sueño.

• Calma tu mente
Trata de incorporar un poco de yoga o meditación en tu día. Mantén un cuadernito y bolígrafo sobre
tu mesa de noche para que anotes todas esas cosas pendientes que te vinieron a la mente justo en lo
que pusiste la cabeza sobre la almohada. Incluso te puede ayudar llevar un diario.
¿QUÉ ME DEBO LLEVAR A LA CLÍNICA U HOSPITAL?
Si tu camino es el parto vaginal, lleva dos bolsos: uno con lo que necesitarás durante el parto y otro
con lo que usarás luego de nacido tu bebé. Si vas por cesárea, entonces sólo necesitas el segundo
bolso. Un tercer bolso queda a cuenta de quien te acompañará durante el proceso (esposo, pareja,
familiar, amiga) con las cosas que él o ella necesiten. Compara lo que te recomiendo con las
sugerencias de tu médico, partera o lo que esté permitido en tu lugar de parto.

Para parto vaginal


• Sandalias y/o medias con tracción (que no te importe si se dañan).
• Ropa interior (que no te importe si se daña).
• Vestido o bata, en caso que no te quieras poner la del hospital (que no te importe si se daña).
• Protector de labios y un accesorio para sujetarte el cabello.
• Aceite para masajes, sin aroma.
• Aceites esenciales de lavanda y/o menta (en aerosol son mejores).
• Música de tu preferencia.
• «Chucherías saludables» (frutas, barras de energía, nueces –si te lo permiten–) y agua de coco.
• Cámara, celular y cargadores.
• Documentos e información del seguro de HCM.
• Cualquier otro recurso que te baje el miedo y ayude a relajarte (meditaciones, fotos, distracciones,
etcétera).

• Una doula (no cabrá en el bolso, pero te ayudará a cargarlo).


Para cesárea y luego de nacido el bebé (revisa también la lista anterior)
• Pijamas.
• Bata de baño y/o suéter.
• Dos sostenes de maternidad/lactancia y protectores para lactancia.
• Neceser con cepillo y pasta de dientes, desodorante, objetos para el cabello, etcétera (como si
fueras de viaje por tres días).

• Muda para el regreso a casa, tanto para ti como para tu bebé.


• Pañalera.
• Silla para el carro.
ANTES DE REGRESAR A LA CASA CON EL BEBÉ, ¿TENGO QUE
REGALAR A MIS PERROS?
Si tienes perros, no se cuán bravos sean o si estabas esperando la excusa perfecta para regalarlos,
pero en caso de que no sean agresivos con los niños y no tengas intenciones de exiliarlos de tu
hogar, te voy a dar un truco buenísimo para cómo presentarles a tu bebé:

1. Una vez venido al mundo tu nuevo amor, presta atención de que te guarden el primer (o segundo)
sombrerito que le pongan o mantita con que lo arropen, preferiblemente antes de bañarlo.

2. Antes de regresar del hospital, manda el sombrerito o la mantita para la casa, para que los perros
lo huelan y comiencen a acostumbrarse al olor de tu bebé.

3. Cuando llegues a tu casa, haz lo siguiente: deja a tu bebé afuera con quien te esté acompañando y
entra tú primero, sola; saluda a tus perros, deja que gasten energía, y luego vuelve a salir,
dejándolos adentro. Ahora, haz que tu esposo, pareja, familiar o amiga haga lo mismo: que entre sin
el bebé y salude a los perros; luego, en vez de salir, indícale que le ponga las correas a los perros y
las sujete de manera corta, por si a caso.

4. Ahora entra tú con el bebé y preséntaselo oficialmente a los perros: mientras sostienes a tu bebé,
siéntate cerca de ellos y haz que se sienten junto a ti. Asegúrate que sea un encuentro positivo, feliz,
sin miedos ni discusiones.

Claro, todo dependerá de la personalidad particular de tus perros, pero en general, como ya
deberían estar familiarizados con el olor y recibieron cariño individualizado antes de «conocer» al
bebé, si el encuentro fue positivo, tendrían que aceptar la nueva situación sin problemas. Ve
integrando a tus canes poco a poco a tus actividades en familia, deja que interactúen con tu bebé a
su propio ritmo, y supervisa siempre esos contactos. Si haz trabajado con un entrenador de perros
en el pasado, no está demás preguntarle su opinión acerca de tu caso particular.
¿ME TENGO QUE PREPARAR PARA DAR PECHO O COMO VAYA
VINIENDO?
Olvídate de frotarte los pezones con trapitos. Físicamente no hay nada que tengas que hacer para
preparar el restaurante.

Pero eso no significa que debas quedarte de brazos cruzados. Dar pecho puede ser muy natural, pero
desgraciadamente eso no significa que sea fácil. Por un lado, la lactancia materna se ha convertido
en territorio desconocido, luego de que la llegada de la leche para bebés en polvo tirara por la
borda los conocimientos y la cotidianidad de amamantar. Por el otro, aunque tu bebé tenga todos sus
instintos prendidos, él no habla tu lenguaje, haciendo la comunicación un tanto difícil. Para rematar,
en cada sala de espera hay alguien diciéndote que no te des mala vida ni pierdas el tiempo en eso,
total, sus hijos/nietos/sobrinos/pacientes crecieron a punta de fórmula para bebés y no les hizo
daño. No, la cosa no es nada fácil. Por eso es importante prepararte, pero la planificación es más
bien mental y de apoyo:

Infórmate
Hay bastantes libros sobre la lactancia materna, pero prepárate porque tienden a presentar la
información de cómo dar pecho con altas dosis de propaganda pro-lactancia y pro-crianza con
apego (también conocida como «crianza respetuosa» o «crianza consciente»). Ojo, no es que yo esté
en contra de esos conceptos, para nada, sino que me parece que a veces el tono se pone militante,
terminando por lanzarte más culpas que soluciones. Me gusta la Guía rápida de lactancia por la
consideración que tuvo Pilar Martínez Álvarez con las madres al hacer una libro que va al grano,
con un excelente índice. Si sabes inglés, el sitio web KellyMom.com es muy bueno (sobre todo
cuando estás que no hallas qué hacer a las tres de la mañana) ya que tiene un sistema de búsqueda
fabuloso. Y no olvides tomar unas clases de lactancia.

Tú puedes
Aborda el tema como quien aprende a montar bicicleta: primero vas a recibir unas cuantas caídas y
golpes (físicos, mentales y emocionales), antes de que lo hagas sin pensar. Y al igual que no siempre
amaste a tu bicicleta durante el proceso, prepárate para tener momentos en los cuales no todo es
felicidad en tu «vida con bebé». Eso no te hace una mala madre. Sé honesta con tus emociones,
respira y continúa.

Arma tu equipo
Habrán suficientes obstáculos en tu contra. Necesitas tus animadores y admiradores:
• Busca una consultora de lactancia acreditada y conversa con ella. Cuéntale sobre tu plan de parto
para que te diga qué esperar. Pídele sugerencias específicas de cómo prepararte (esto es importante
porque, por ejemplo, un parto por cesárea o con separación, sin la posibilidad del «piel-a-piel»
durante la(s) primera(s) hora(s) de vida, hace el dar pecho un poco más cuesta arriba). Ten su
número de teléfono a la mano para cuando des a luz y durante la primera semana de nacido tu bebé.
Así podrás evitar que un problema pequeño se convierta en varios grandes.

• Asiste a grupos de apoyo de la lactancia. La Liga de la Leche es una de las asociaciones con
grupos de apoyo más conocidas en el mundo, pero quizás cerca de ti hayan otros. No tengas pena en
asistir, incluso estando embarazada. Absorberás un montón de información, aprenderás sobre los
problemas más comunes y, seguramente, podrás ver a madres dando pecho, en vivo y directo.

• Habla con madres que lograron lactancias placenteras. Pregúntales sobre sus problemas iniciales
y cómo hicieron para resolverlos.

• Recluta el apoyo de tu pareja familiares y/o amigas. Explícale tus intenciones y cómo te pueden
ayudar a lograr una buena lactancia.

No des fe a los mitos


La mayoría de los casos de lactancia fallida ocurren porque, inicialmente, hubo un problema con
cómo el bebé se pegó a la areola –llamado «mal agarre»– lo cual, al no ser resuelto, degeneró en
dolor, pezones destrozados, disminución de la producción de leche, pérdida de peso del bebé,
preferencia al tetero y un largo etcétera. Son muy pocos los casos donde existe una imposibilidad
médica, como el no tener suficiente tejido glandular mamario (1 en 1.000). Problemas como el
diagnóstico de lengua atada, donde el frenillo no deja que la lengua se extienda por encima de las
encías, haciendo que el bebé no pueda sacar bien la leche (lo que le ocurre a 1 de cada 10 bebés),
tienen remedio a través de un procedimiento sencillo. Incluso con prótesis en los senos, la mayoría
de las mujeres pueden amamantar sin problemas.

Para lactar se necesitan dos


La lactancia es una relación entre tu bebé y tú: tiene que funcionarle a ambos, o la cosa no sirve.
Solo tú puedes decidir por cuánto tiempo servirás de sustento, pero cabe acotar que el beneficio es
exponencial. El calostro y la leche materna son altamente beneficiosos porque sirven, tanto de
nutrición como de medicina. Siéntete orgullosa de lo que dure tu relación de amamantamiento,
cualquiera que sea su duración.

Sostenes de maternidad
Durante el embarazo sentirás que tus senos tienen vida propia. Un semana estarán sensibles, la otra
crecerán —a distintas velocidades cada uno— y, cuándo menos lo esperes, comenzarán a gotear (si
no lo hacen no te preocupes, también es normal). La mejor manera de conllevar toda esta actividad
es dándoles un soporte adecuado.

Te sugiero lo siguiente:
• Del mes 1 al mes 3. Sigue usando tus sostenes, siempre y cuando hagan bien su trabajo. Si cuando
te los quitas ves que te están dejando marcas que no te dejaban antes, es hora de ampliar tus
horizontes. Y si tus senos están muy sensibles, usa el más cómodo para dormir.
• Del mes 4 al mes 6. Compra un par de sostenes más grandes y baratos (no de maternidad).
Probablemente necesites una talla más grande, tanto en banda como en copa. Asegúrate de que te
queden bien en la posición más apretada para que tengan espacio para crecer y les saques más
provecho.

• Del mes 7 al mes 9. Llegó la hora de los sostenes de maternidad. Compra dos o tres, asegurándote
que sean de la talla apropiada y que también te presten bastante soporte a los lados. Vale acotar que
los sostenes de maternidad no son más que sostenes normales pero sin ballenas, con soporte extra y
tiras más fuertes y anchas. No está demás que también compres uno para la lactancia, que te servirá
durante los primeros días posparto (antes de que tus senos se llenen de leche). Échale también un
ojo a las camisetas de lactancia, que son comodísimas, sobre todo para dormir.

• Posparto. Si estás dando pecho, la clave es fácil acceso y soporte adecuado: necesitas sostenes de
lactancia. Busca los que te permitan abrir y cerrar la copa con una sola mano. Durante los primeros
3 a 5 días luego de dar a luz, tus senos se mantendrán más o menos del mismo tamaño que durante
las últimas semanas del embarazo. En lo que te baje la leche, tus senos crecerán y se pondrán duros
como una piedra mientras tú, tu bebé y tu cuerpo se acostumbran al nuevo volumen. Luego asumirán
un tamaño constante durante el tiempo que estés lactando. Mientras te baje la leche, puedes usar el
sostén de lactancia que compraste al final del embarazo. Comienza a usar los otros de lactancia (de
una o dos tallas más grandes) en cuanto los necesites. Evita a toda costa los sostenes apretados o
con ballenas, pues pueden ponerle demasiada presión a tus ductos, causando una infección o hasta
una mastitis.

Pezones destrozados
Dar pecho no debería doler. Si encuentras que este es tu caso, acude inmediatamente a una
consultora de lactancia para resolver lo que esté causando el dolor. De verdad, no esperes: vístete,
agarra tu muchacho y llámala por el manos libres mientras te montas en el carro a ver dónde se
consiguen. Lo más probable es que estés experimentando un «mal agarre», lo cual debe poder
solucionarse sin mucho rollo. Seguir dando pecho sin arreglar la situación puede causarte ampollas,
cuarteo y sangramiento innecesarios, que pueden aparecer tan rápido como en una o dos sesiones d
lactancia con «mal agarre».

Amamantar con prótesis


El que tu escote sea pechugón gracias a un maestro plástico no limita tus capacidades de amamanta
Si te pusieron los implantes detrás de la glándula mamaria (introducido por la axila o debajo del
busto, ya sea encima o debajo del músculo), no debe importar para nada que te hayas «hecho las
lolas». Sólo en el caso de que tus prótesis hayan sido colocadas por el borde de las areolas (técnica
periareolar) y que al hacerlo hayan cortado algunos nervios o conductos de lactancia, puede haber
problemas. Si tuviste este tipo de operación y han pasado 5 años, es posible que tu cuerpo ya haya
reparado el daño, uniendo los ductos y creando nuevas terminaciones nerviosas.

Eso sí, durante parte de la lactancia puede que tus senos se sientan mucho más llenos, debido al
crecimiento normal del tejido lácteo, unido con la leche y la prótesis, lo cual puede ser incómodo y
hasta causarte estrías. Pero la incomodidad debe ser pasajera, y las estrías también podrían
aparecer aún sin tener prótesis.

Senos desinflados
Muchas mujeres se preocupan porque amamantar les va a tumbar o deformar los senos. El hecho es
que estos cambios suceden, no por el acto de dar pecho, sino por el estar embarazada y el inevitable
pasar de los años (ponerse vieja es un fastidio). A menos que te hayas hecho una cirugía, sabes que
un lado siempre es más grande, y esta diferencia puede incrementarse si tu bebé prefiere un seno
que el otro. Si de entrada vienes con un desequilibrio significativo, intenta que tu chiquitín coma
más del lado con «desventaja» para que te «empareje».

Amamantar no es para mí
Si dar pecho no es para ti, lo primero que te pido es que te liberes de cualquier culpa que puedas
sentir al respecto, y que te crees una coraza mental para soportar las miradas y comentarios de las
personas entrometidas que se sientan en libertad de juzgarte. Sólo tú conoces las razones detrás de
tu decisión. Si bien la leche materna aporta una mejor nutrición que la fórmula infantil, la fórmula
puede traerle otros beneficios a tu calidad de vida. Por ejemplo, si tienes con quién turnarte las
tandas de alimentación nocturnas, posiblemente podrás dormir un poco más. Si tienes que regresar a
trabajar y no te es factible el uso de un sacaleches, la fórmula te puede solucionar la vida.

Si tu idea siempre fue amamantar, pero las circunstancias hicieron que —a pesar de tomar un curso
de lactancia, leer libros, observar cómo lo hacen otras madres y reunirte con expertas en lactancia
— fuese una batalla perdida, la alimentación usando fórmula infantil podría disminuir tus niveles de
estrés y hacer la hora de comer una experiencia placentera, en vez de algo a temer. Recuerda que en
lo que a amamantar se refiere, hasta un día dando pecho es mejor que no dar nada, pero así cambies
(o complementes) la leche materna por fórmula a los días, semanas, o meses, lo importante es que tu
bebé esté bien alimentado y que los momentos que compartan sean lo más amorosos posibles.
¿CUÁNDO DEJO DE TRABAJAR Y CUÁNDO REGRESO?
Esto es un gran depende: depende de qué tipo de parto estés planeando; depende de dónde trabajes
depende de cuánto tiempo tengas trabajando allí; depende de cuánto te permita la ley; depende de si
ganas más de lo que cuesta que te cuiden a tu hijo… Depende.

En un mundo ideal, sería hermoso si pudieses dejar de trabajar dos semanas antes de tu fecha
probable de parto (o una semana si tienes fecha de cesárea), para dedicarte a tomar siestas, elevar
los pies, comer bien, salir a caminar y asegurarte de estar bien descansada para cuando llegue tu
bebé. En ese mismo mundo utópico, no regresarías a trabajar hasta que tu cuerpo estuviese
completamente recuperado, no del parto, sino del haber estado embarazada (mínimo un mes y
medio), y tu riesgo de depresión posparto se hubiese minimizado (los estudios apuntan por lo menos
seis meses).

Busca la respuesta a todos tus »depende» y trata de que se asemeje lo más posible a ese mundo
utópico. Si esto no es remotamente posible, puede ser necesario que te afinques un poco más en tu
red de soporte (es decir, el cambote compuesto por los familiares, amigos, expertos y empleados
que te ayudarán durante el proceso) para intentar estar descansada durante el pre, y extra consentida
durante el post. Tu cuerpo va a necesitarlo.
NO ESTOY GORDA, ESTOY EMBARAZADA
No recuerdo un momento de mi vida en el que haya estado feliz con mi peso. Yo, que abogo por
la prosperidad, los kilos son una de las pocas cosas de las que quiero tener cada día menos. Hoy
en día, cuando veo fotos de hace algún tiempo me doy cuenta de que, en la mayoría de las
ocasiones, he estado relativamente decente (dije «en la mayoría de las ocasiones», no dije
«siempre»), así que asumí que lo que soy es una gordita mental y que siempre voy a estar
inconforme con ese tema.

Entendí que siempre estaré en una eterna dieta (que medio hago), en un eterno gimnasio (al que
nunca voy) y considerando hacerme una lipo... cuadora grandota con una buena merengada de
proteínas; porque vamos a dejarnos de pistoladas y de «no, pero lo que importa es cultivar el
espíritu porque lo esencial es lo que somos por dentro, lo externo es temporal, lo que queda es el
intelecto». #SíLuis. #YeahRight. #AjáTaBien

Seguro las conversaciones entre varones cuando pasa una mujer son:
—¡Pana, mira a esa rolo ‘e jeva!
—Diosssssssss, ¡qué inteligencia! ¡Qué cultura! ¡Qué post-grado!

Pero como, claro, «tenemos que querernos a nosotras mismas para que otros nos puedan querer»
y bla bla bla, entonces que esa eterna pelea no sea para ellos ni por ellos, sino por nosotras
mismas... y por las otras mujeres, porque sincerémonos: nosotras no nos vestimos para los
hombres, nos vestimos para que otras mujeres nos miren y nos «hashtagueen».

Por ejemplo: cuando en la peluquería te encuentras con una revista, comienzas a hojearla (y a
ojearla) y das con una entrevista a la Duquesa de Alba y en la siguiente página consigues a Sofía
Vergara, ¿a cuál de los dos reportajes le derramas el café encima o arrugas sin pudor?

Algunas mujeres (muy pocas, debo decir) quieren verse bien y ya, pero el resto, que somos
bastantes, queremos estar buenas, fit, producidas, radiantes y descansadas. El detalle es que ese
combo no es fácil... ni barato.

Antes de salir embarazada había logrado tener el mejor cuerpo de mi vida. Como acabo de decir,
no fue fácil... ni barato. Breve, sí. Me sentía tan bien que hasta me atreví a comprar mi primer
traje de baño modelo «¿Quién dijo miedo?». Sabía que jamás iba a tener el valor de ponérmelo
en público, pero poseerlo, tocarlo, oler ese aroma a licrita nueva y saber que había pagado por él
luego de habérmelo probado y haber quedado satisfecha, eso ya era un premio. Pues ahí estuvo, y
ahí sigue: en la gaveta de los trajes de baño. No lo he regalado porque el día que lo haga
significa que perdí la esperanza y ese día (todavía) no ha llegado.

Al principio del embarazo, no entendía lo que iba a pasar con mi cuerpo. Pensaba: «bueno,
seguro engordo un kilo por mes, máximo kilo y medio», que es lo que te dice todo el mundo. Y
pensé también que le haría caso a eso de «no comer por dos». Pero me hacía muchas preguntas:
¿comenzaré a hacer los ejercicios que no he hecho en mi vida? ¿Será que se me dispara una
hormona loca que cambia todos mis hábitos y por fin comienzo a alimentarme como es?

Pero la verdad, saber que estaba embarazada y comenzar a comer sin ningún tipo de normativa
fue una misma cosa; sin tener consciencia de lo que venía.

El Pollo, tan bonito, fue el más solidario de todos. Me dijo:


—¿Tú quieres tener un embarazo amargado en el que pesas la comida y comes pura proteína o te
quieres relajar y pasarla bien?
Lo que él no sabía era que esa inocente frase lo llevaría a tenerme embarazada por,
aproximadamente, dos años. Salir embarazada, en algunos casos, es tan sencillo como que viene
papá y siembra una semillit... bueno, ustedes se saben el cuento, ¿pero desembarazarse? ¿De-
sem-ba-ra-zar-se? Agárrense, que ahí es que viene el rock’n roll.

Aunque supe que engordaría más de 1 kilo por mes, pensaba que serían unos 2, qué sé yo, que
engordaría 12 ó 15 kilos en total... ¡Pero no 33! (treinta y tres, se lee treinta y tres) que fue la
cantidad de kilos que se alojaron en mi cuerpo durante esos nueve meses. Mi teoría barata era: si
voy a engordar, qué importa si son 12 ó 50. En vez de hacer dieta para 12 hago para 50, ¡y listo!
Pero esa es la mentira más grande del mundo, porque todavía hoy tengo encima 7 kilos que no
son míos. ¿Alguien los quiere?

Lo peor era que yo tenía perfectamente claro de dónde venían todos esos kilos que llegaban
semanalmente a mi humanidad. No tenía ni siquiera la excusa chimba de «chica, ¿y por qué yo
estaré engordando de esta manera si yo como sanísimo? ¡Qué cosa tan loca!». Todas las felices e
irresponsables tardes de mi vida, religiosamente, me detenía en una panadería que queda camino
a la radio y me compraba una caja de seis mini-bombas (¡Bendito sea Dios y ese pastelero!).
Miento, eran dos cajas. Una me la comía dentro del carro camino a mi programa de radio, y con
la otra me bajaba en la emisora y la compartía con mis compañeros de trabajo, que siempre se
alegraban con mi generosidad. Dije, la «compartía», no la «regalaba», porque de esa segunda
caja también agarraba otra «mini». Si no, no era compartir.

Por eso después no se me marcaba nada, ni los tobillos, ni los dedos. Yo era un gran tronco de
árbol. Mis piernas eran una pantobilla, es decir, donde la pantorilla y el tobillo eran una misma
cosa. Toda yo era una inmensa bola. Dicen, incluso, que a todas las mujeres se les ensancha la
nariz, bueno, a mí eso no me pasó: yo me ensanché toda.

Esa era mi involución mientras mi embarazo evolucionaba, y la única pregunta que me hago hoy
en día cuando veo las fotos es: ¿esa era yo? De verdad, ¿esa-era-yo?

Es un error olvidarte de ti, alquilarte, como yo me alquilé a ese embarazo, y olvidarte de que un
día vas a querer estar de regreso. Es así como cuando alquilas un apartamento: se vence el
contrato y llega la hora de devolverlo a su dueño, y mientras menos desastre hayas hecho durante
el tiempo que fuiste inquilino, menos paredes tendrás que pintar. Yo no solo tuve que pintar el
apartamento completico, sino que todavía hoy estoy pagando por algunas baldosas que se
rompieron en la cocina y una filtración que quedó en el baño.
¡HASTA LA VISTA, BABY!
No hubo un solo día de mi embarazo en el que me dijera a mí misma: «¡Eeeeeeso, mí misma,
fuifuiiiiiuuuuu!». ¡Ni uno! No me lo decía, pero era tal el nivel de la nube en la que andaba
montada que no me importaba demasiado porque yo solo repetía el mantra: «Esto va a pasar,
ningún embarazo dura más de 9 meses… Esto va a pasar, ningún embarazo dura más de 9
meses… Esto va a pasar, ningún embarazo dura más de 9 meses…». Y Ohmmmmmmm. Todo
pasaba suave.

Todas tenemos un jean que amamos por encima de todo lo que puedas tener en tu clóset, porque
es el que mejor te queda, es «eeel jean», el que no te aprieta pero tampoco te queda demasiado
flojo. El que no te parte en la cadera pero está lo suficientemente ajustado como para que cada
vez que te lo pongas sepas que si volteas repentinamente capturarás a unos cuantos con la mirada
fija en tus posaderas (disculpen, pero para esa parte del cuerpo las palabras son, o muy vulgares
o rebuscadísimas, y a mí me resulta complicado lidiar con los extremos) e intentarán hacerse los
locos. Es ese pantalón por el que rezas para que nunca se vaya a romper demasiado como para
tener que deshacerte de él, y remiendas, y remiendas, y vuelves a remendar tantas veces como se
necesario, y no lo botas, y te justificas con todo el mundo: «no es porque me encante demasiado,
es que ahora están de moda los jeans con parches y remiendos por todos lados, ¿no has visto? M
reina, ¡tú no lees Vogue!».

Bueno: el día que no me lo pude poner más, lloré, y no era porque él estuviese destruído. Era
porque yo estaba comenzando a destruirme. Cuando ese jean no me cupo vino el efecto dominó:
el resto de la ropa no me entraba, o mejor dicho, yo no entraba en ninguna parte y mucho menos
en el resto de mi ropa.

Érika siempre ha sido muy generosa... conmigo. Jamás me ha negado un dato, un teléfono, un
nombre. Como era de esperarse, tampoco me negó la maleta que atesoraba en su depósito para
que, luego del nacimiento de su hijo Matías, esperara ahí por la próxima mujer que decidiera
poblar el mundo y no quisiera desfalcarse con la compra de ropa de maternidad. Me la cedió sin
hacer ninguna selección. La única condición que me puso fue: «me la devuelves igualita». Toda
su ropa de embarazada estaba ahí e iba a ser mía mientras Micaela decidiera mantenerse dentro
de la suite de su hotel 10 estrellas. Me fue entregada en el primer mes, y ya iba casi por el quinto
y me negaba a abrirla. Prefería desabrocharme tres botones del pantalón o usar las franelas del
Pollo antes de entender que no estaba gorda, estaba embarazada.

Aquel día no tuve más remedio que lanzarme por ese barranco. Fue un momento fuerte, casi el
comienzo de un luto: guardar toda mi ropa, sabiendo que la mujer que la usaba no iba a existir
por un tiempo y colgar todo lo que estaba dentro de esa maleta, en su mayoría «corte imperio»
(#asco) y que mi amiga me había prestado. Fue muy duro. Lloré mucho, o mejor dicho, lloré más,
porque fue una despedida, y como todas las despedidas: dolorosa. Por primera vez me despedía
de mí misma.

La ropa de maternidad es un universo nuevo y desconocido para quienes nunca han pasado por
ahí: jeans con ligas inmensas en la parte de adelante, sostenes mata-pasión que se abren como un
Tupperware, y una marca que tiene «lo menos feo» (para mí nunca existió «lo más bonito»). Esa
marca se llama A pea in the pod (#EstoNoEsPublicidad), y que si hablas inglés, pues listo, no
pasa nada, pero si no, vienen preguntas que te enternecen como la que me hizo el Pollo:

—¿«Una pea en el iPod»? ¿Qué es eso, mi amor? ¿La marca de la ropa que te prestaron se llama
«Una pea en el iPod»? ¿No debería ser, en todo caso, «Una pea con el iPod»?
Si, como sabemos, el licor te cambia y no eres como sueles ser, entonces sí, yo estuve borracha y
escuchando música todo mi embarazo, y el nombre que le habían puesto a esa marca era lo más
acertado del mundo. ¡Denme ya los datos de ese creativo, por favor!
ARE YOU TALKIN’ TO ME?
Yo era de las que solía tomar decisiones rápidamente y sin titubear, pero durante esos nueve
meses no hubo manera de no evaluar con calma, y sin que osaran presionarme, las distintas
opciones que tenía para cada cosa. No era que si lavaba el carro porque estaba sucio y ya. Era:
«¿Lo lavo hoy o la semana que viene? Déjame asomarme a ver cómo está el cielo porque si
llueve, ¡’magínate tú, perder el viaje! ¿Será que mejor le pido el favor a alguien que lo lleve por
mí y así hago cosas importantes y descanso?».

«¡Veeeeeee! ¡Ve a lavar tu carro y yaaaaaaaa!». Me provoca ahora haberme gritado a mí misma
en esos días, pero no. En ese momento es imposible que entiendas de que tu verdadero yo estará
secuestrado por un tiempo.

Me di cuenta de que mi mente había disminuido las revoluciones por segundo cuando dejé de
reaccionar rápidamente en mi programa de radio. Es un show en vivo, vertiginoso, en el que
manejamos la actualidad minuto a minuto. Si algo está ocurriendo en el otro lado del mundo,
nosotras vamos a procurar estar sobre esa noticia; pero lo que no se nos puede olvidar es que
para estar sobre esa noticia o sobre cualquier otra hay que estar, básicamente, despierto. En el
aire (de la radio) todo sucede muy rápido, tienes que ir como ochenta pasos delante de lo que va
a pasar, y yo iba trescientos más atrás. Si por milagro se me ocurría un comentario que creía
podía resultar interesante y en ese instante una mosca me pasaba por el frente y me distraía, al
regresar a ese pedacito de cerebro que funcionó y buscar de nuevo la idea para decirla, ¡zas!
había desaparecido. Aunque sospechaba que eso solo iba a empeorar, consulté con una de mis
amigas más entendidas en la materia:

—Jorgita, se me olvida todo, ¿es normal?


—Sí.
—¿Sí qué?

Durante un tiempo me convertí en una persona sin maldad, básica, sin ironía. Lo mental se sumó a
lo corporal, y entonces yo era lenta desde cualquier punto de vista. Quería dormir todo el tiempo
sin hacer más nada. Mirar una hormiga caminando por la pared me resultaba interesantísimo.
Menos mal que en esa época mi única obligación era ir a la radio, porque me quedaba dormida
en cualquier sitio en el que pudiese asumir la tan mentada en época escolar «posición de
descanso», y no tenía cabeza sino para ver dónde la iba a poner para mi siesta.

Además de querer dormir, también ocupaba el día en otras actividades. ¿Una de ellas? Llorar.
Quienes tenían contacto conmigo a diario sabían que yo podía llorar en cualquier momento. Mis
productoras en la radio vivían alertas y tenían siempre una canción a la mano por si alguna
noticia me conmovía demasiado y se me quebraba la voz llegando al punto de no poder seguir al
aire. Ellas resolvían con un simple: «¡Pon el tema! ¡Pon el tema que ya va a empezar a llorar otra
vez!». Lloraba de emoción, de tristeza, o porque estaba muy contenta. Lloraba porque le di paso
en el carro a un peatón y mietras cruzaba me sonrió y me dio las gracias. Lloraba con la misma
intensidad viendo Saturday Night Live o la cuña de compotas esa de «amor que alimenta».
Lloraba si mi prima Rebeca me llamaba desde Chicago y me decía «te extraño, Crola», o si le
daba play a la contestadora de mi casa y escuchaba el mensaje del banco diciendo: «llamamos
para informarle que el pago mínimo de su tarjeta está vencido». Lloraba pues, y llegó un
momento en el que, como no quería perder todas mis pestañas por culpa de mi rimmel
waterproof, opté por no ponerme más nada en la cara hasta que pasara la tormenta.

Si mi entorno no hubiese estado al tanto de mi estado de (grave) gravidez, entrar al baño una vez
cada 20 minutos hubiese resultado sospechoso. Y más sospechoso resultaba entrar al baño cada
quince minutos y salir riéndome, pero con los ojos aguados porque dentro del baño me percataba
de que esa ya era la vez número 18 que pasaba por ahí el mismo día, y eso me daba un ataque de
risa nerviosa, mientras lloraba porque temía que en el momento en el que fuera en el carro
camino a mi casa me agarrara un tráfico de esos macabros y estuviese atascada por más de 20
minutos… ¿Y si me daban ganas?

Mi desespero me llevó a «arreglármelas» en los sitios más incómodos y fastidiosos. No, no me


refiero a los baños de restaurante (que ya de por sí lo son, sobre todo cuando del gancho del que
guindas la cartera en la pared solo queda el ramplug verde y tienes que ingeniártelas). Me
refiero a locaciones de alto riesgo: orillas de autopista, grama en isla con poca luz o baños de
local de comida rápida en carretera venezolana (sin agua desde hace 15 días, por supuesto),
donde lo único que te salva de que te miren feo si te estás coleando es que llegues desesperada,
tocándote la barriga, encorvada y con tu mejor cara de Linda Blair en El Exorcista gritando:
«Permiiiiiiiisooooooooo que me estoy haciendo pipíiiiiiiiiiiiiiiiiiiii».
A una mujer embarazada le perdonan (casi) todo y será la única época de tu vida en la que te
digan «pase» en vez de «... madre», cuando te le adelantes a un grupo de gente que tiene dos
horas esperando en el banco para ser atendido por un ejecutivo de cuentas (igual el «... madre» te
lo dirán, pero por lo menos lo harán en voz baja).

A mí me daba mucha pena, pero era la misma gente la que me decía «pasa, pasa, pero si tú estás
embarazada, chica, no seas gafa, pasa». Pero sí, era gafa. Después me acostumbré y, ¿la verdad
verdaíta?, ahora lo extraño. No es fácil olvidar una época en la que haces cosas prohibidas y te
miran con cara de «Ay, qué cuchi, mira cómo se colea».
¡QUÉ RAYA!
Uno de los cambios más contundentes y visibles que podrías llegar a tener con el embarazo es
esa línea que te atraviesa la panza de arriba a abajo. A mí se me marcó desde el cuarto mes. Epa,
no es que se me marcó un poquito. No. No es que comenzó una sombrita que se fue oscureciendo
No. Una mañana desperté y, así como hacen los echadores de broma con los que se quedan
dormidos después de unos tragos de más, parecía que alguien se había acercado a mí mientras
dormía, se había puesto «echadorcito de broma», y ahí estaba mi gran raya en la panza. No era
una marca de tiza, no. ¡Era una raya de Sharpie! Yo, una vez más, lloraba porque creía que no se
me iba a quitar nunca. Díganme de corazón: ¿alguien ha logrado quitar la marca de un Sharpie de
alguna superficie o de alguna prenda de vestir? Tomé algunas fotos que guardo con recelo (y con
clave) en mi computadora porque, de todos los cambios posibles durante esta etapa, ese fue uno
de los que creí que no iba a pasar nunca y, si estás transitando por ahí en este momento aunque te
cueste creerlo, te lo juro: pasa. Esa es de las pocas rayas en tu vida de la que, el día que menos
lo esperes, ni te vas a acordar.

Después del embarazo no me quedaron estrías. ¡Woooohoooo! ¡Por fin una buena noticia! No me
salió ni una y dejen que me la eche un poquito, cónchale, después de tanto sufrimiento. No creo
que haya sido porque me cuidé mucho (he sido bastante clara con que no lo hice). No, más bien
creo que tuvo que ver con que me obsesioné con las cremas y nadie podía saludarme dándome
una sobadita en el brazo sin que tuviera que salir directo a lavarse las manos porque si no iba a
dejar empegostado su iPad.

Pero eso fue lo que me sucedió a mí y cada caso es distinto. Escuchamos tantas teorías de tanta
gente con respecto a lo que va a pasar con nuestro cuerpo, que hoy estoy convencida de que a
cada una le va a suceder lo que esté destinado para ella.

Estoy casi segura de que las consecuencias que te quedan de haber estado embarazada tienen qu
ver un poco con la genética, otro poco con lo que te cuides y otro tanto con la suerte, pero si ahí
están las cremas, ¿por qué no permitirles «que nos echen una ayudaíta»?

De los cambios que presenta tu cuerpo hay uno que se convierte en el más «manoseable», estés o
no de acuerdo con ello: tu panza. Existe una relación directamente proporcional entre su
crecimiento y la libertad que siente la gente para tocarla. Se vuelve de dominio público. No hay
límites entre el mundo y tu panza, le pertenece a la humanidad, «se debe a su público». No
importa si tienen las manos sucias, si estás en medio de un almuerzo, si estás durmiendo una
siesta en un consultorio mientras esperas tu turno, si conoces a la otra persona o si le acabas de
decir «mucho gusto»… no importa: ¡te la van a tocar!

Cuando comenzaron a hacerlo con la mía yo me echaba para atrás, como cuando tienes un café
caliente en la mano y por un tropiezo, se te derrama. Hacía lo impensable, con una panza de las
dimensiones de la que fue la mía: la metía. A mí me han preguntado con más respeto y recelo que
si me pueden tocar mi pulsera que dice «Micaela», de lo que me preguntaron si me podían tocar
la panza. Pareciera que esa protuberancia, que llega antes que tú a todas partes, es demasiado
social y nadie se niega a acercársele.

Y ojalá todo fuera solo eso, pero debo decirles que conforme crece, la cosa se pone un poquito
peor, porque aquel toque que pudo ser en el hombro... o en ninguna parte (porque, ¿por qué tocar?
¿Por qué siempre el toqueteo mano-muerta?) pasa a una sobadita en círculos, luego se le suma un
beso (sí, se agachan y la besan) y, finalmente, establecen una conversación sin que tengas nada
que ver con ella. Tú, sencillamente, no estás ahí:

—¿Cómo ezta eza pidinzeza? ¿Ya quiede zalir de ahí? Mami eztá canzada y gadantototoooota.
¡Déjala dezcanzar, mi deina! Muñi-muñi-muñi-muñi... Cuchu-cuchu-cuchu-cuchu... ¡Aaaaay, mira,
Ana! Me respondió con una patadita.

«‘¿Te respondió con una patadita?’ No, no, no, mi reina, no te respondió con una patadita. Te
lanzó una cachetada, pero te peló. Lo que quiere es que dejes de fastidiarla y pares de hablarle
como una gafa».

Yo quisiera saber cómo sería el mundo si esa libertad se sintiera cuando una mujer decide entrar
a un quirófano y pasar de copa B a copa C. ¿Qué pasaría? ¿Andaríamos en eso de «tocaos los
unos a los otros»? Porque si existe un país en el mundo en el que en cada esquina estaríamos
manoseándonos, sería en Venezuela. Es más, chica, estoy segura de que si en este momento
alguien se toma la molestia de sacar esa cuenta, entre las venezolanas hay mayor cantidad de
silicón que de líquido amniótico.
NO HAY CUARTO PA’ TANTA GENTE
¿Cuándo te das cuenta de que la llegada de ese bebé no solo va a implicar cambios en tu cuerpo
sino también en tu casa? El día en el que te paras en el medio de la sala, comienzas a dar vueltas
sobre tu propio eje y, si te pasa como a mí, que nunca he vivido en una casa a la que le sobre ni
un metro cuadrado, te percatas de que no hay cuarto pa’ tanta gente. Y ahí me surgió la pregunta:
¿Dónde vamos a meter a Micaela?

Me asomé en mi cuarto, en el que me di el lujo de tener una cama king (pero no para vivir como
una queen porque, para movilizarme dentro de él tengo que treparme en la cama y al bajarme, ya
estoy en la cocina, de lo apretada que quedó la pobre) y ahí no era.

Pasé al segundo y último cuarto en el que cuando los hijos del Pollo se quedan a dormir, se
acomodan dos en una litera, y los otros dos en unas hamacas cruzadas que logramos colocar
después de mucho ingenio y precisión. Ahí están el televisor, el Play, el X-box, el Nintendo, el
Wii, el DS, el Gameboy y hasta un Atari que atesoro con la nostalgia de quien extraña esos
juegos que nos resultaban complicadísimos, aun cuando tenían solo un botón y una palanquita.
Ahí están también la cama de Simona (la Yorkshire que, hasta ese momento, era la única hija en
común que teníamos el Pollo y yo), todos mis libros y todos los CD del Pollo (que en aquel
momento, antes de que nos pasáramos a formato digital, no eran pocos). Ahí tampoco iba a ser.

Solo quedaba un modesto sitio, un cuarto pequeñito de 3x3 en el que atesoraba esas obras de arte
que, para dar con ellas, había invertido mucho tiempo de navegación por Internet, largas
caminatas por calles estratégicas de muchas ciudades del mundo, y algo de dinero. Una colección
a la que había llegado después de unos cuantos años: mis zapatos.

Afortunadamente, al momento de salir embarazada, acababa de hacerle una curaduría seria y


respetable en la que decidí quedarme solo con la crème de la crème. Pero, de todas maneras, no
fue fácil. Debo decir, para tranquilidad de las shoeaholics, que las «obras de arte» se encuentran
en perfecto estado, aun cuando el viaje que me tengo que echar todos los días del cuarto al
maletero, cada vez que me voy a vestir, es un poco cansón.

Creo, además, que no tengo que aclarar cuál fue el espacio elegido para ser transformado en el
cuarto de Micaela. Lo que yo no sabía era que ese iba a ser solo el principio de muchas
«expropiaciones» que estaban por venir.
¡PÚYALO!
Cuando estás embarazada y tienes más de 35 años, los médicos recomiendan que te practiques la
amniocentesis. Es una prueba en la que, extrayendo un poco del líquido amniótico, logran saber
el sexo del bebé y prever si hay alguna alteración cromosómica. Es un examen maravilloso en el
que existen muy pocas probabilidades de que haya alguna equivocación, además tiene otra cosa
linda: podrás comprar con absoluta seguridad un disfraz de Minnie o de Hulk, según sea el caso.

Todo eso suena muy bien, ¿cierto?


El único detalle es que para obtener esta información debes decirle «sí, acepto» a un examen que
consiste en permitir que te introduzcan una aguja de entre 15 y 20 cm en la panza y ser testigo, en
la pantalla donde el médico monitorea lo que va ocurriendo, de cómo tu hijo podría ser víctima
de su primera herida por arma blanca, si el doctor se llega a resbalar.

Y lo que ocurre es que yo a las agujas les tengo miedo. Bueno, no. Yo a las agujas les tengo
pánico, pero yo quería saber con toda certeza el sexo de mi bebé porque me aburría sobre
manera la paleta de colores amarilla-blanca-gris que estaba manejando cada vez que iba a
comprarle algo.

De todas formas, mi médico no me iba a dejar escapar porque cumplía todas las condiciones
para hacerme el examen. Así que allá me fui, previa preparación zen en contra de todo mi miedo.

Aquel día me acompañaron El Pollo y Giselle (la hija mayor del Pollo, quien durante todo el
embarazo fue mi fiel y valiente compañera, siempre cámara en mano). Pero ninguno de nosotros
esperaba que, a pesar de que yo había aplicado desde la noche anterior todos lo ejercicios de
respiración que aprendí en mis clases de Yoga y había decidido no leer la prensa nacional o abrir
Twitter una semana antes, nos íbamos a encontrar con lo más peligroso que puede haber para una
mujer embarazada y nerviosa a punto de hacerse la amniocentesis: una sala de espera llena de
otras mujeres embarazadas y nerviosas a punto de hacerse la amniocentesis.

—¿Cuántas tengo por delante, señorita?


—Ocho.
—Ocho...

Y el ocho cuando lo acuestas, es infinito…


Así fue mi espera.
Yo estaba tranquila, de verdad. Repetía mi mantra: «La aguja no duele, solo asusta. La aguja no
duele, solo asusta. La aguja no duele, solo asusta…». Y la ilusión de que iba a poder saber si era
hembra o varón se vestía de cheerleader, hacía barra y me daba ánimo.

Pero mi auto control se acabó cuando a una de las ocho que tenía por delante le dio un verdadero
ataque de nervios que la hacía pararse, sentarse, ir, venir, preguntar, decir mil cosas y recordar
que estábamos ahí por no haber dado a luz algunos años atrás… En cinco segundos yo estaba má
nerviosa que ella. Tanto así que cuando salió una enfermera con el esperado y gritado «Ana
María Simoooooooon», me paré y seguí de largo... hacia el carro para regresarme a mi casa.
Entre tres me atajaron y me redirigieron por el pasillo que me llevaría directo a lo desconocido.

Entré a la sala donde practicaban el examen y comencé a acribillar a las personas que estaban ah
con las mismas preguntas que hacía la mujer de afuera, más unas de mi propia cosecha que
aparecieron en ese momento. Pero apenas vi el tamaño de la aguja, cuando lo vi ahí, en vivo,
frente a mí, me pregunté: ¿Y cuál es mi atore con saber el sexo del bebé? ¿Qué pasa si no me
entero? ¿Cuál es la tragedia? Compro todo blanco y luego compro el wiki-wiki del color que sea
necesario.

Pero cuando le vi la cara de «qué pena con la visita» al Pollo, entendí que no tenía escapatoria.
Me acosté en la camilla y empezó el proceso: todo comenzó con un inofensivo eco en el que iban
viendo la posición del bebé y así sabían por dónde iban a pinchar. Apenas empezaron, yo veía
aquel monitor como quien ve una película de terror: con las manos en los ojos y viendo sólo por
un huequito, porque en la pantalla observaba cómo una aguja se acercaba a un bebé indefenso
dentro de una placenta y le pregunté al doctor:

—¿Este qué es? ¿El trailer de la película? ¿Cuándo comienzan a hacerme mi examen?
Supongo que se sintió muy halagado porque lo que él entendió luego de ese comentario debe
haber sido: «¡Qué buena mano tiene usted, Doctor!», porque con una medio sonrisa me
respondió:

—Este es tu examen, ese es tu bebé y esa es la aguja que está dentro de ti.
—¿Quéeeeeeeeeeee? ¿Ya me pinchóoooooooooooo?

Y sí, ya lo había hecho. La película que estaba viendo era la mía y lo mejor de la historia es que
cuando lo pregunté, estaban comenzando a pasar los créditos finales, y la película de terror que
yo me imagíné estaba a punto de terminarse.

No me dolió nada, lo digo en serio: ¡nada! Y miren que mi umbral del dolor es más bajito que el
sueldo de un venezolano. El exámen más indoloro que me había practicado en mi vida duró
menos de 20 minutos y más de 20 años de mitos y temores.

Cuando todo terminó, volví a interpelar al médico, pero esta vez con la pregunta de rigor:
—¿Cuándo tendré los resultados?
—En dos días te los mandamos por correo. Ahora te vas a tu casa porque tienes que guardar reposo
absoluto hasta ese día. No estás enferma ni tienes una herida, pero esa aguja atravesó tu placenta y
extrajo líquido amniótico. Es mejor no correr riesgos.

Inventé un verbo: pacienciar.


Tú paciencias, él paciencia, pero sobre todo yo paciencié ese día, al día siguiente, y le di
incontables veces a un botón en mi correo en el que se leía otro verbo que también nos la
pasamos conjugando las madres: actualizar.
Mientras mi dedo índice solo le daba a refresh-refresh-refresh, pensaba: «Ay, chico, que no haya
perdido yo esos reales comprando ese tutú. ¿Y a quien le regalo la American Doll que tengo
escondida en mi clóset si, como suele ocurrir, me fui de atorada? El tutú a mi sobrina, pero la
muñeca me la quedo, lo siento. A mí nunca me compraron ni una Pin y Pon».

El día esperado, toda la familia estaba en la casa. Mi papá se había venido de Maracaibo y mi
mamá estaba en la cocina preparando las roscas andaluzas que le enseñó mi abuela Eusebia, su
suegra, y que no podía dejar de hacer para celebrar la noticia que estaba por llegar. Esas roscas,
debo decir, están al mismo nivel del aire acondicionado y el avión entre los mejores inventos del
hombre.

En medio de mi reposo post-amnio, computadora en pierna, con mi respectivo aspecto de


embarazada al borde de un ataque de nervios, en la vez número 897.654 del refresh de la
computadora, llegó la noticia. Ahí estaba el correo: «Resultado Amniocentésis». Yo, cual
momento crucial del Miss Venezuela, me tomé de la mano... conmigo misma porque no había más
nadie en el cuarto, mientras leía el resultado que contenía «el sobre». Lo leí tratando de contener
las lágrimas y el grito que quería pegar, y como suele ocurrir cada vez que vivo un momento
especial de mi vida y que quiero convertirlo en algo todavía más inolvidable, hice las cosas con
la mayor torpeza: me levanté de la cama, me acerqué a donde estaban todos y, poniendo los
brazos en alto mientras sujetaba el par de objetos en cuestión, les dije:

—¡Señoras y Señores, este tutú y esta muñeca ya tienen dueña y se llama Micaela Brito Simón!
¿QUIERE TENER SUEÑO? ¡PREGÚNTEME CÓMO!
Desde hace muchos años he aplicado eso que llaman las power naps. Las power naps (o siestas
poderosas) no son más que una siestas cortas que terminan justo antes de entrar en la fase de
sueño profundo. Este tipo de siesta aumenta la productividad, mejora los reflejos, ayuda con el
estado de ánimo, no deben pasar de 20 ó 25 minutos y, si tienes hijos, procura que estén en la
casa de la abuela si las quieres hacer correctamente.

Durante mi embarazo se extendían un poco más. Con una power nap que durara entre 20 minutos
y 3 meses era más o menos suficiente para sentirme con «algo» de energía.

Para mí estar embarazada fue lo más parecido a estar, durante 9 meses, recién levantada un
domingo en la mañana. Esa sensación impagable de «no tengo que hacer nada sino comprar el
periódico... o leerlo por Interet porque me da fastidio salir».

Durante 39 semanas no importaba nada. Nada me alteraba. Ese bebé era mi pastor, nada me
faltaba.

Y es que si te pones a pensar, hay que verle la cara a que tú estés sentada en la mesa de un
restaurante a punto de comerte unos linguinis Alfredo, y dentro de ti se esté moviendo toda una
maquinaria para crear un ser humano. ¡Estás creando una vida! ¡Una persona! ¡Un futuro «algo»!
Un ser que va a tener manos, pies, boca, nariz, brazos y, esperemos, inteligencia, elegancia, buen
gusto, prosperidad y con el favor de Dios, un novio que no diga «fuistes», «vinistes» o
«hubieron».

Es un milagro, literalmente un milagro, lo que ocurre en nuestros cuerpos durante esta etapa… Y
lo que ocurre con nuestras posiciones para dormir, también.

Están quienes pasan muy mala noche porque no encuentran la posición más cómoda para dormir,
y estamos las que hacemos pasar muy mala noche a quien duerme con nosotras porque no
encontramos una posición cómoda para dormir... con él.

Como me convertí en una especie de sonámbula de la vida, me paraba, sin tener la menor idea de
que lo estaba haciendo, hasta cuatro veces para ir al baño cada noche de esos nueve meses.
Sumado a eso, tenía pesadillas horrorosas todas las noches (considerando que esa es la única
manera con la que el cerebro de las embarazadas logra drenar todos esos temores que tiene como
futura mamá, no estaba mal tenerlas). Micaela, en mis pesadillas, una noche tuvo siete manos;
otra, tres ojos, dos cabezas; la lanzaron por un tobogán al que no se le veía el final y nunca la
volví a ver; le cortaron el pelo al rape luego de haberlo tenido como Rapunzel; nos ahogamos
juntas en el Sena (por lo menos fue en el Sena y no en el Guaire); y en uno de mis «sueños» solo
escuchaba su llanto, pero no la conseguía por ninguna parte. Casi siempre me despertaba de
golpe y gritando, muy a lo Lupita Ferrer: «hiiiiiiijaaaaaaaa», y el trabajo del Pollo, que no vivía
conmigo la pesadilla pero sí sus consecuencias, era decirme, todas y cada una de las veces, lo
mismo que me dice cuando le pido una extensión de su tarjeta de crédito: «Es un sueño, mi amor,
es solo un sueño. Nada de eso va a pasar».
#TELAJETA
Las peluquerías son hervideros de señoras que van en búsqueda de mujeres embarazadas para
recalcarles todo lo que ellas ya saben, pero que las señoras en cuestión tienen que decir. Tienen
que estar atentas porque son una raza que a veces ataca en solitario, otras veces en manadas, pe
siempre atacan. Yo no sabía de su existencia y por eso el encuentro con ese depredador casi me
cuesta la vida.

Para que las identifiquen rápidamente, por lo general lucen (o deslucen) la bata que tiene más
manchas de toda la peluquería. Atacan porque están aburridas. Ya se leyeron todas las revistas de
chismes que hay en el recinto, se fumaron todos los cigarros, y salieron a la calle sin ningún
pudor, con la cabeza como si fuera un cartoccio de lomito, a hablar con cualquiera que esté mal
parado. No hayan qué hacer porque todavía el reloj del final del tratamiento no ha sonado y lo
único que les queda es buscar una víctima. Además, el gorro que tienen en el pelo con la
hidratación comenzó a gotear, y la mayor parte de su discurso se lleva a cabo mientras introducen
la puntica de la toalla dentro de sus orejas, porque en el lavacabezas les entró agua y las dejaron
sordas.

Peluquería, 7:00 de la mañana, octavo mes de embarazo, en mi cuerpo habitaban 31 kilos de más
y todavía faltaban un mes... y dos kilos. No tenía tobillos. Los dedos de mis manos y de mis pies
eran lo más parecido a unos tequeños, pero ir semanalmente a arreglarme las uñas para medio
adecentarme y hacerme una limpieza de cutis al mes fueron las únicas cosas que no descuidé
durante mi embarazo. Ah, perdón, y mis bombas todas las tardes en la panadería; a ellas tampoco
las descuidé.

La somnolencia de ese madrugonazo para atajar la única cita disponible que tenía mi
«manicurista estrella y solicitadísima» en los próximos 15 días, me llevó a no estar muy atenta de
lo que ocurría a mi alrededor. Introduje los pies en la ponchera y el calorcito del agua me relajó
aun más. Me ofrecieron un café y lo acepté, «para ver si me despierto». Lucía una inmensa batola
que parecía que me la había prestado un luchador de sumo. Le dije a quien iba a comenzar a
trabajar en mis extremidades: «Beba, voy a cerrar los ojos un ratico». Ya ella sabía qué venía a
continuación. Me coloqué los audífonos y comenzó a sonar «Yo-Yo Ma» con el Oboe de Gabriel,
de Morricone, y en el momento en el que iba a comenzar mi power nap, alguien decidió
conectarme de nuevo con el mundo exterior, arrebató el audífono de mi oreja derecha para
llevarme a lo más cercano que he vivido de un aterrizaje de emergencia, y soltó:

—Tú eres Ana María Simón Pazmiño, ¿verdad?


Eso fue lo único acertado que dijo en toda la ¿conversación? No, perdón, en todo su monólogo.
Yo no lo podía creer. Solo la miraba atónita. Mi manicurista y el resto de las clientas también,
aunque intentaran disimularlo con los ojos «yque» puestos en sus respectivas «lecturas».
—Yo soy muy amiga de tu mamá. Lucía y yo éramos vecinas en Prado de María. Yo tengo años que
no la veo. ¿Cómo está ella? ¿Cómo estás tú?
—Yo estoy muy bien, gracias.

Logré contestar con un hilo de voz, recordando las muchas veces que mi mamá me dijo: «Ponte
derecha, saluda a la señora, sé educada, sonríe». Y aunque no sonreí, fui educada. Ella continuó:

—Yo le perdí la pista como en el 98. Bueno, ese año como que lo que perdimos fue la pista de este
país. Jajajajajajaja. Pero ella está bien, ¿verdad? ¿Y tu abuela, su mamá, cómo sigue de la
diabetes?
—Ella murió.
—¡¿Qué?! ¡¿Lucía se murió?!
—No, señora, Lucía no se murió. Mi abuela se murió.
—¿Se murió? Ay, chica, es que esa enfermedad es una cosa seria si uno no se cuida. Que en paz
descanse ¿Y tú qué? ¿Sigues haciendo novelas? ¡Yo te vi en esa que hacías de maracucha y me
encantaba! En estos días la repitieron por otro canal. Oye, pero ahora que te veo bien, estás un poco
más gordita que en esa época, ¿no? ¡En esa novela estabas bella!
—Sí, estoy un poquito más gordita. Debe ser porque estoy embarazada.
—¿Embarazada? ¡Mentiiiiiiiiiira! Ay, mi amor, pero qué mal te ha sentado esa barriga. Imagínate que
yo juraba que lo que estabas era gorda... y deprimida. Sí, te confieso que creí que venías de llorar
porque tienes la cara hinchadísima, ¿pero sabes qué? Que estés así es bueno porque eso significa
que la niña está feliz. Si tú estás mal, ella está feliz, porque sabes que cuando las mujeres se ponen
feas es que es niña, ¿verdad?

Mi cerebro no reaccionaba y por ende, mi lengua tampoco, pero ella seguía.


—¡Ay, chica, yo con mis dos varones tuve suerte, porque ellos me tenían radiante! Imagínate que yo
levantaba más cuando estaba barrigona que cuando no. ¡Jajajajajajaja! Mi marido estaba
asustadísimo, ¡no me dejaba salir sola a la calle! Tenía el pelo brillante, abundante. Estaba como
lozana, no sé. A mí las barrigas me cayeron buenísimo y cuando veo muchachas como tú, chica, que
les ha pegado tan duro, digo, ¡Ay, menos mal que no tuve niña! ¿Y tus pies? ¿Te viste lo hinchados
que tienes esos pies? ¡Deja de comer con sal que mira como se te desaparecieron los tobillos!
Además, es que ustedes las de la farándula engañan a menos de que una se las encuentre en perso
y vea cómo es que son de verdad, porque si es por las fotos esas que ponen en Tuister uno jura que
están buenísimas. Y te digo algo, a mí me tenías engañada. ¡Yo juraba que tú seguías siendo flaquit
y bella como la de la novela!

De repente algo hizo cortocircuíto en mi cerebro y conectó un cable con otro, hizo chispas,
reaccionó, conectó con la lengua, desperté y siguiendo el consejo-orden de mi mamá, sonreí, me
senté derecha y, educadamente, logré responder:

—Sí, señora, lo que pasa es que en lo que yo dé a luz todo esto va a pasar, en cambio usted si está
bien fregada porque va a ser igual de fea e impertinente toda su vida.
Toda la peluquería, que había estado «inmersa» en distintas revistas de farándula, de repente se
interesó más en el chisme que se estaba gestando dentro de esas cuatro paredes y me regalaron
eso que llaman una «ovación de pie» después de haber sido testigos de semejante escena. El
chisme en vivo y directo siempre vende más que en papel.

Mi mamá me enseñó a ser educada, es cierto, pero también me enseñó que cuando alguien me
pegara, le devolviera el golpe.
DÉJATE QUERER
Entre el Pollo y yo el matrimonio nunca ha sido un tema incómodo o del que no podamos hablar,
excepto cuando, por ocio, en esas sobre mesas un poco pasadas de tintos, a alguno de los dos
(genios) se nos ocurre decir (juro que el Pollo lo dijo una vez): «¡Vamos a hacer la lista de
invitados de nuestra boda!».

Crónica de un desmadre anunciado:


Yo: «¿Y a esa tía que ni ves para qué la vas a invitar? ¿A tu sobrino también? ¿Ese que te visita
una vez cada dos años y no te llama nunca sino para pedirte plata? ¿Quieres que venga para que
te siga chuleando?».

Él: «Gustavo no tiene nada que hacer en nuestra boda, ¿o es que quieres darle celos? ¿Te hace
falta que te vea vestida de blanco tal y como no te vio con él cuando fueron novios?».

Yo: «¿Tu productor? ¿Vas a invitarlo a ver si se trae a la mujer esa con la que anda? ¿Él no es
casado, pues? ¡Si no viene con la esposa no lo dejo entrar!».

Él: «No, mi amor, yo no tuve nada con Elena, deja que la meta en la lista, vale. Ella fue corista
de mi banda, pero nunca pasó nada».

De todas formas tampoco pasaba nada con la pedida de matrimonio, y la verdad es que cada vez
que escuchaba a una amiga contarme cuánto le había costado la boda, imaginaba todos los viajes
que pudieron haber hecho su esposo y ella con ese dinero. Así que tampoco me preocupaba
demasiado y lo dejamos de ese tamaño. A mí me gusta más agarrar un avión (con todo lo que eso
implica, sobre todo en este país) que recuperarme de una resaca de fiesta de matrimonio, y más si
la novia que encabeza el trencito en la hora loca tenía que ser yo.

Sin embargo, cuando corría mi octavo mes de embarazo —momento en el que me he sentido más
gigante en mi vida, cuando creció no solo el cuerpo, sino la nariz, los cachetes, los dedos, y los
anillos tuvieron que ser guardados en el cofrecito hasta nuevo aviso— una tarde de domingo, con
los cuatro hijos del Pollo en la casa, comenzó a haber un movimiento extraño mientras veíamos
alguno de los últimos capítulos de la serie 24.

Giselle y Rafaelito, los mayores (bueno, mayores, lo que se dice mayores, con 18 y 17 años para
aquel momento, no es que estaban a punto de jubilarse, ¿no?), se metieron a bañar y procedieron
a arreglarse cual salida de sábado por la noche. Andrés y Adrián, los menores (bueno, menores,
lo que se dice menores, con 16 y 11 años, no es que andaban en pañales) esperaban su turno par
hacer lo mismo, y el papá de Micaela me preguntó con una seriedad que nada tenía que ver con el
destino de la invitación: «¿Quieres que nos vayamos a comer una crêpe de Nutella?».

¿Para qué se va a poner uno a averiguar nada, si solo cuando me la nombró sonaron campanitas?
Los 4 fantásticos se adelantaron y, cuando llegamos, ya estaban en el sitio. A los 15 minutos
estábamos el Pollo y yo esperando que llegara a nuestra mesa la prueba de que Dios existe...
acompañada por un helado de mantecado y 200 gramos más para mi humanidad.

La hormona que alborota la felicidad la tenía en su máxima expresión. Cuando llegó aquel plato
yo veía todo borroso alrededor, solo quería tenerlo en mi boca. Como si no hubiese comindo en
los últimos dos días, lo esperaba con el tenedor en la mano, y cuando el señor me dijo: «¿Lo
flambeo?», el Pollo se lo arrancó de las manos y le dijo:

—No, señor, ella quiere su crêpe ya, déjelo así.


Asombrada, piqué el primer pedacito y lo llevé a mi boca con los ojos cerrados y el tiempo se
detuvo cuando intenté masticarlo:

—¡Aaaaaaay! ¡Una pieeeeedra en mi Crêeeeeepe! ¡Perdí mi dieeeente, hoy es domingo y el Dr.


Maarten no trabaja sino hasta mañaaaaana!
Comencé a investigar con mi lengua qué era lo que había pasado. Era una sensación mucho más
grave de la que se experimenta cuando comes chipi chipi, que se cuela un granito de arena pero
tú sientes que es una piedra. Era esa sensación elevada a la enésima potencia y, pese a mi cara d
dolor, nadie se inmutó. Los cinco personajes que me acompañaban en la mesa, más los dos
mesoneros, uno de ellos más perdido que un corta uñas (el que iba a flambear el postre) me
miraban con cara de Mona Lisa y, sentía yo, esperando verme sonreír como Perolito o Escarlata.
Busqué mi polvera y me alivié al ver mi dentadura completa, pero ellos seguían mirándome
fíjamente sin decir una palabra.

—¿Y entonces? ¿Qué les pasa? ¿Ustedes son gafos? ¿No ven que casi me quedo sin dientes?
—Miana...
—¿Qué pasa, Pollo?
—Disculpa.
—¿Disculpa qué?
—Disculpa porque las cosas no hayan salido como yo quería. Mira la servilleta.
—No puedo, amo la Nutella pero me da demasiado asco ver eso. ¿Para qué quieres que mire la
servilleta?

—Mira la servilleta, por la Chinita te lo pido.


Obedecí porque a los 8 meses de embarazo uno no discute por nada, uno lo que quiere es dar a
luz.

En medio de aquel espectáculo, para evadir seguir siendo el foco, me fui a la servilleta y divisé
algo que relucía. Introduje mi índice y mi pulgar dentro de aquel menjurje y, cuando tuve conmigo
esa cosa que brillaba, eché para atrás la película y no entendí cómo fue que no me di cuenta.

¿Recuerdan el viaje a Cartagena? Sí, sí, el de la mini falda que no me quedó. Bueno, uno de esos
días entramos a una tienda maravillosa que quedaba en frente del hotel, y ahí vi el anillo de mis
sueños. Nada de oro incrustado con perlas y zafiros, no. Era un anillo como El jardinero de
Wilfrido Vargas: elegante, rico y sencillo, y le dije al Pollo:
—Si un día me pides matrimonio, que el anillo sea así, por favor. Así. —Y dirigiéndome a la
vendedora, le dije—: Señora, ¿me permite ese anillo, por favor?
—Eso es oro blanco con topacio —contestó la señora, con cara de «ustedes nunca van a poder pagar
algo como esto».
¿Con topacio? ¿Topacio? ¡No podía creer que esa había sido mi elección! Es que,
definitivamente, el amor es ciego.

Me quedaba perfecto.
—Esto es un 6, ¿verdad? —pregunté.
—Sí, y parece que lo hubiese mandado a hacer para usted —replicó la original vendedora.
—Mira, mi Pollo. Me queda perfecto, ¿viste? Entonces ya sabes, que no sea más o menos así ni
medio así. No, que sea una réplica de este. ¡Ah! Y soy 6. Este no porque es pavoso que lo compres
estando yo aquí, pero es para que veas por dónde va la cosa. Es más, voy a tomarle una foto y te lo
mando.

En 30 segundos la tenía en su Whatsapp.


El Pollo, como buen presidente del MOP (Movimiento de Oposición Permanente), replicó:
—No, mi amor, ¿ese bicho tan feo? No, no, no, no, después vemos en otro lado. Vamonós (así, con
acento en la última o).
—Solo te lo digo para que no tengamos problemas, ¿oíste, mi Pollito? Para que no andes diciendo
por ahí esa mentira de que tú me regalas cosas que yo no me pongo. Bueno, pero ya, está bien pue
vamonós. ¡Vamos a comer pizza ahí frente a la plaza, pues! Gracias, señora.

Toda esta película transcurrió en mi memoria (que no era precisamente la que mejor funcionaba)
en segundos. Cuando regresé al restaurante en Caracas ese domingo, con aquel gentío alrededor
tenía al Pollo frente a mí, ofreciéndome un anillo comprado en Cartagena en 20 minutos que salió
corriendo a la tienda mientras yo me metí a bañar.

—¿Te quieres casar conmigo?


—¿Ah?

—Que si te quieres casar conmigo, Miana. Ven, dame tu mano.


—¿Cuál?
—La que sea.

Colocó el anillo. Todos comenzaron a aplaudir tímidamente y me percaté de que, para que el
aplauso fuese más efusivo, faltaba algo; como que la película no había terminado. ¡Claro!
¡Faltaba mi respuesta!

Mis 4 «hijos» reaccionaron casi al mismo tiempo y Adrián, el futuro fotógrafo de la familia,
quien registraba todo con mi teléfono, le dijo a su papá, no como una petición, sino como una
orden:
—¡Arrodíllate, papá!
—¿Qué?
—¡Que te arrodilles! Si no, no es pedida de mano en serio. —Y mirándome, me dijo—: ¡Si no se
arrodilla no le contestes, Ana!

Titubeó, pero no tenía escapatoria. Eran 4 contra 1. Nunca había visto un Pollo arrodillado.
—¿Ahora sí, Adrián? ¿Le puedo contestar? —pregunté.
Mientras tanto, Andrés y Rafaelito se me acercaron al oído y me rogaron:
—Dile que no, por favor, dile que no— y se reían entre sí.
Dejé que el suspenso se apoderara del recinto por unos 30 segundos, que al pobre Pollo, de
rodillas, le parecieron dos horas, y respondí:

—No, mi Pollo, no. ¡No pudiste escoger un mejor postre para meter el piazo ‘e anillo ese que casi
me deja sin dientes!... ¡Sííííííí, mi Pollo, acepto! Pero con una condición: la lista de invitados la
hago yo sola.

—Claro, Miana.
Sabía que era mentira, pero también sabía que estaba tan nervioso que quería salir de ahí lo más
pronto posible.

—Y otra cosa— le dije en tono de advertencia.


—¿Qué pasó?
—Sabes que pronto todo va a volver a ser como antes, pero mientras llega ese día, ¿se me ve muy
raro el anillo en el meñique?
PRIMERIZA... Y ULTIMIZA
La noche antes de un parto. ¿Cómo es la noche antes de un parto? La noche antes de un parto es
una lista. Y esta fue la mía:

✔ Llamar a la clínica (Saliendo de la casa para que, tal y como acordé con el atónito
personal, desinfectaran el piso justo antes de entrar).

✔ Llamar a Ibrahim, mi obstetra, saliendo de la casa, para saber por dónde va. Una vez
pasados 5 minutos, volver a llamarlo para saber cuánto avanzó.

✔ Revisar que estén todas las cosas de la maleta de Micaela (Y, por décima novena vez,
pasarle un pañito desinfectante).

✔ Revisar que estén todas las cosas de mi maleta (Y, por quincuagésima segunda vez, volver
a decir: «creo que me falta algo»).

✔ Cámara de video (Para la valiente Giselle, quien entrará a la cesárea a documentarlo todo).

✔ CD con el soundtrack de bienvenida para Micaela en el quirófano (Por si acaso la lista de

reproducción de mi médico se inclina más hacia el «perreo»).

✔ Despedirme con mucho cariño de mi perrita Simona (Porque los psicólogos perrunos
aconsejan hacer eso cuando se va a traer un bebé a la casa que, para ellos, es un intruso).

Ya. Todas tenían su check.


Ese día le pedí al Pollo que estuviésemos solos y, milagrosamente, lo logramos. Le pedí que lo
pasáramos en silencio y, milagrosamente y para felicidad de él, logré quedarme callada.

Cuando estás a punto de tener un bebé, y luego, cuando lo tienes, vives a centímetro y medio de
ponerte cursi en cualquier momento y, en mi caso (y mi casa), eso está prohibido.

No ponerse cursi no es sinónimo de no sentir. No ponerse cursi es no ponerse cursi y ya, porque
sentir es otra cosa. Eso era todo lo que me estaba pasando ese día y yo solo quería dejarlo fluir
porque, según mis planes, que casi nunca son los mismos que los de Dios, yo no iba a volver a
pasar por ahí. Yo no quería perderme ni un detalle del último día de mi embarazo.

En un momento en el que yo estaba por vez número diecisiete chequeando que las cosas de mi
maleta y de la de Micaela estuviesen completas, el Pollo me dijo: «ya vengo», y se fue haciendo
lo que más le gusta hacer a un hombre cuando sale de su casa: no dar explicaciones. Yo tampoco
las pedí porque me agarró en el inventario de pañales que me iba a llevar a la clínica y como si
me distraía perdía la cuenta, logró escabullirse.
Monté un café guayoyísimo, que era lo único que me provocaba y, por supuesto, si me provocaba,
entraba en la lista de lo que ya no me permitían. Solo quería olerlo y, quien sabe si hasta darme
la licencia de probar un sorbito.

Como si no sintiera el piso mientras caminaba, llegué hasta el patio de la casa y, sin mayor
aspaviento, me lancé boca arriba en la grama. Me quedé mirando el cielo estupefacta. Son pocos
los momentos en los que solía hacer eso porque, es tal la vertiginosidad en la que vivo, que
poquísimas veces logro conectar con la nada, que era exactamente el sitio con el que había
conectado en ese momento.

Desconecté. Volví.
Olía a grama recién cortada.
Y como si de regresar a la vida se tratase, ese olor y el del café recién colado me llevaron a un
recuento inimaginable de lo que había pasado hasta ese momento. Un inventario de lo vivido
desde ese día echando 9 meses para atrás, que fue sano, agradable y esclarecedor.

No hay manera de volver a pasar por ahí. Ni que tengas 6 hijos vas a volver a vivir la historia
con este bebé que tienes dentro de ti en este embarazo en particular, y que a lo mejor no lo
disfrutas completamente porque se te pasan los días juzgando tu entorno y juzgándote a ti misma.
Y sí, hoy puedo decir con absoluta certeza y conocimiento de causa que me hubiese gustado tener
más conciencia de que iba a pasar rápido y haberlo disfrutado más.

¿Más?
Sí, más.
Y más hubiesen sido menos quejas, menos reproches, menos señaladas con el dedo, no solo de
mí hacia el mundo, sino de mí hacia mí misma. ¿Estaba lenta? Sí, estaba lenta. ¿Tenía sueño?
Tenía sueño. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué estando embarazada quería no estarlo? ¿Como
haces para crear un ser humano dentro de ti y no agotarte? Cansa, sí, pero ese embarazo va a
terminar y si queremos pasar por la vida sin que la vida pase por nosotros sin darnos cuenta,
sería interesante saber si aquello de vivir el «aquí y el ahora» lo terminamos de aplicar de una
vez por todas, sobre todo cuando vale la pena... y tener un hijo siempre valdrá la pena.

El Pollo regresó. Traía consigo un regalo: una caja de bombas de «mi» pastelería, a menos de 24
horas de dar a luz a mi primera y única hija (espero que Dios y yo estemos de acuerdo en este
plan). Traía una sonrisa y un abrazo. Traía unas palabras que hicieron que me olvidara de los 33
kilos que me sobraban y me concentrara en los 3 kilos 290 gramos, que eran los que realmente
me importaban, los de mi hija.

Me susurró al oído:
—Gracias por dejar que Micaela cambiara nuestra vida. Gracias por haber llevado este embarazo
con tan buen humor. Deberías estar embarazada siempre —esa la capté—. Eres la mujer más bella
del mundo.
No lo era, pero ese día decidí creérmelo.
Le susurré:
—Mi Pollo.
—Dime, Miana.
—¿Me puedes hacer un último regalo... por hoy?

—Lo que quieras, mi amor.


—Vamos a lanzarnos en ese sofá, pásame mi cajita con mi regalito y pon los últimos capítulos de 24
para que los terminemos de ver esta noche, porque después no vamos a poder, ¿sí?
—Está bien, vamos a darle, pero regálame una bomba.

La felicidad es más sencilla de lo que creemos. A veces está ahí, tranquilita, esperando por
nosotras en una pastelería.
TEMORES
por Adriana Lozada

Es completamente normal que sientas temor ante el


importantísimo y enorme aglomerado de incertidumbres que
aparece durante el embarazo. Nadie aborda este proceso sin
unos minutos de pavor aquí y allá, pero te puedo decir, de
todo corazón, que mientras más tranquila estés, más hermoso
será todo. Habla con ese bendito sentimiento de miedo y dile:
“sí, sé que estás allí, pero bájale dos; vamos a ver cómo
resolvemos, porque al final del cuento tiene que nacer un hijo
y la verdad es que no estás ayudando”. O algo por el estilo.
Encuentro que el mejor antídoto al miedo es la información.
Con eso en mente, aquí te van varias respuestas a los temore
más comunes durante el embarazo.
¿Y SI LO PIERDO?
Este es el gran temor de las primeras semanas, por no decir meses. En especial si tu proceso ha sido
largo y tendido, lleno del vaivén de ilusiones y decepciones, o innumerables experimentos de
fertilidad. Más aún si antes has sufrido una pérdida.

Para aliviar las dudas y la vocecita interna que no deja dormir, apela al pragmatismo: es mucho más
probable que tengas un embarazo feliz.

Aunque no se conoce bien el por qué ocurren, muchas de las pérdidas (aproximadamente el 60%) se
deben a problemas en los cromosomas del huevo fertilizado. Otras condiciones que pueden
aumentar el riesgo de pérdida incluyen desequilibrios hormonales, infecciones, diabetes, problemas
de tiroides o del sistema inmunológico.

Fumar, beber o usar drogas también puede aumentar el riesgo de pérdida. Si alguno de estos es tu
caso, ponle atención a estas condiciones antes de quedar embarazada (eliminando o controlando lo
que sea posible) para aumentar tus probabilidades de convertirte en madre.

Otra «condición» que puede aumentar tu riesgo de pérdida es tu edad, es decir, si estás en el rango
de «avanzada», considerada mayor de 35 años.

Síntomas
Si comienzas a tener sangrado vaginal, con o sin dolores de vientre, esto puede o no ser un síntoma
de pérdida. Llama a tu obstetra (o partera) inmediatamente para que te saque de dudas.
¡QUE SEA SANO, POR FAVOR!
Apenas logras deshacerte del temor a una pérdida, ¡zaz! Este es reemplazado por el temor de que tu
bebé no sea sano. Por favor, no te lances por el hueco profundo de Internet a buscar todos los
pormenores de lo que puede pasar. De nada sirve que te preocupes. Enfócate más bien en lo que sí
puedes controlar: tomarte tus vitaminas prenatales, estar pendiente de lo que comes, hacer
ejercicios, calmar tu mente, estar descansada y bajar el estrés. Un embarazo saludable disminuye la
mayoría de los riesgos.

Durante tus controles prenatales te harán un montón de chequeos y exámenes puntuales que
permitirán vigilar muy bien la salud de tu bebé. La mayoría también le pondrá una lupa a tu salud, ya
que eres la nave nodriza que nutre a tan importante pasajero. Algunas pruebas servirán solo para
detectar la posibilidad de que haya un problema —requiriendo un siguiente examen de diagnóstico
— y otras serán solo para embarazos de alto riesgo. Unas serán de rutina y todas son opcionales.
Dependiendo de tu condición, y del criterio de tu obstetra o partera, la cosa variará un poco. En
general, puedes esperar lo siguiente:

Exámenes durante el embarazo


• Primera visita al obstetra (o partera)
Esta será larga. Te harán un examen físico completo, incluyendo una exploración ginecológica para
confirmar el embarazo y asegurar que todo esté en orden. Te preguntarán sobre tu historial médico y
familiar para establecer los factores de riesgo, si es que los hay. Te medirán, pesarán, tomarán la
tensión, te sacarán la sangre y sentirás que no queda nada que no te hagan. Afortunadamente —y po
lo menos— te pedirán permiso.

• Todas las visitas siguientes


Verificarán que todo va «viento en popa», midiendo cómo va creciendo tu útero (altura uterina),
cuánto peso has ganado, tu tensión y cómo suenan los hermosos latidos del corazón de tu bebé (ojo,
laten rapidísimo, más como un pajarito que como una persona adulta). Pondrán atención a si hay
síntomas de preeclampsia —sobretodo hacia finales del embarazo—, tales como hinchazón
excesiva en manos y pies, problemas de visión repentinos, dolores de cabeza o aumentos drásticos
de peso. Aprovecha la visita para llevar tu lista de preguntas (ve anotándolas, porque si no se
olvidan).

Pruebas realizadas una vez por trimestre


• Prueba de sangre
Dependiendo del trimestre, examinarán factores diferentes. Entre ellos tu grupo sanguíneo, si estás
anémica, tu inmunidad a la rubeola y varicela, infecciones con VIH, hepatitis B y toxoplasmosis,
niveles hormonales, etc.

• Prueba de orina
Para detectar la presencia de proteína y/o azúcar (que pueden señalar la posibilidad de
preeclampsia o diabetes gestacional) o bacterias (que apunten a una infección vaginal).

• Ecos
El primero ayuda, entre muchas otras cosas, a medir el espacio entre tejidos blandos del bebé y la
piel detrás de su nuca (conocido como translucencia nucal), lo cual puede ayudar a detectar si hay
enfermedades cromosómicas. El segundo eco tiende a ser más detallado y de alta resolución. Sirve
para ver cómo va creciendo tu bebé, confirmar tu fecha estimada de parto, echarle un ojo de nuevo
al pliegue nucal y a cualquier malformación o problema circulatorio, y —si tu chiquitín colabora—
determinar el sexo. En este eco también se puede ver la ubicación de la placenta y la cantidad de
líquido amniótico en la que está flotando tu bebé. El tercer eco suele realizarse hacia finales del
embarazo. Siguen pendientes del crecimiento y los movimientos de tu bebé, su posición y la
cantidad de líquido amniótico.

Exámenes puntuales
• Pruebas de exploración
(dependiendo si es el cribado primer trimestre, el cribado triple o el cribado cuádruple, y ocurrirá
entre las semanas 9 y 11, 14 y 16, ó 15 y 20, respectivamente). Estas pruebas se hacen a través de u
examen de sangre y ayudan a computar los riesgos de que existan problemas cromosómicos como
los síndromes de Down, Edwards o Patau, o las malformaciones del tubo neural. Se toma en cuenta
el examen de sangre, conjuntamente con los resultados del primer eco, y tu edad, peso, salud, para
dar con un índice de riesgo combinado. Como estas pruebas no diagnostican, si los valores muestran
un alto riesgo, tu obstetra (o partera) te aconsejará hacerte pruebas adicionales, como otro eco o una
amniocentesis. Las pruebas de exploración son poco invasivas y no tiene contraindicaciones, aparte
de la angustia que puede producir un resultado alto. Estos exámenes no son 100% confiables (solo 1
de cada 50 mujeres que recibe un porcentaje alto para trisomía 21 tiene un bebé con Síndrome de
Down, por ejemplo).

• Biopsia corial o muestreo de vellosidades coriónicas


(semana 10 a 12). Sólo se practica cuando hay razón para suponer una malformación, ya sea por un
historial de riesgo elevado (edad avanzada, antecedentes de anomalías cromosómicas, enfermedad
hereditaria) o detección durante otra prueba. Consiste en tomar por vía vaginal una muestra de las
células de la placenta para analizarlas. Luego se requieren varios días de reposo. Los resultados
están listos más rápido que los de una amniocentesis, pero se usa menos, ya que es más riesgoso (d
1 al 2 por ciento de aborto) y tiene 5% de probabilidad de producir falsos positivos.

• Amniocentesis
(semana 15 a 16). La reputación de la larguísima aguja usada durante este examen de diagnóstico
invasivo hace que sea uno de los más conocidos, pero es que no hay otra forma de sacar una muestr
de líquido amniótico de las entrañas de tu panza. Introducen la aguja al mismo tiempo que te hacen
un eco para asegurarse de no acercarse ni a tu bebé ni a la placenta, y luego te mandarán varios días
de reposo. Los resultados están listos entre 2 y 3 (larguísimas) semanas, aunque algunos
diagnósticos parciales pueden estar listos de 24 a 48 horas. La amniocentesis no es un examen que
se le hace a todas las mujeres, ya que es un poco riesgoso (riesgo de aborto de menos de 1%, y
riesgo de infección). En general es indicado para mujeres mayores de 35 años, aquellas con
antecedentes de anomalías cromosómicas, pérdidas repetitivas o para confirmar resultados de otras
pruebas, como las de exploración. Su propósito es ayudar a determinar algunas anomalías
cromosómicas, ciertos trastornos endocrinos, defectos del tubo neural, enfermedades ligadas al sexo
y algunas enfermedades hereditarias.

• Test de O’Sullivan o de tolerancia a la glucosa


(semana 24 a 28). Este examen es, por demás, empalagoso. Puede causarte náuseas, vómitos,
mareos, dolores de cabeza, cansancio y hasta diarrea. Su propósito es ayudar a detectar la diabetes
gestacional. Requiere que te tomes una bebida extremadamente dulce para que, una hora después, t
hagan un examen de sangre que mida tus niveles de azúcar (un dato: el ir a caminar luego de tomarte
la bebida puede hacer que no te sientas tan mal). Si te sale positivo, te harán otro examen similar,
pero más exhaustivo y complicado. Algunos factores que pueden aumentar el riesgo de que tengas
diabetes gestacional son: el sobrepeso, tener más de 35 años, un historial familiar de diabetes, hijos
que pesaron más de 4 kg al nacer, entre otros. Es un examen con un gran margen de error y muy
controvertido, ya que la evidencia apunta a que no es la mejor forma de detectar la diabetes
gestacional (a parte de lo mal que sabe), pero no se tiene claro cuál puede ser un buen sustituto.
Investiga y consulta con tu obstetra o partera si realmente lo requieres o si pueden sugerir una
alternativa (por ejemplo, hay algunos casos en los que se puede utilizar el comer un número
determinado de gomitas en vez de la bebida).

• Prueba del estreptococo del grupo B


(semana 35 a 37). Consiste en tomar una muestra vaginal (y a veces también del área del recto) para
determinar la presencia de la bacteria estreptococo del grupo B. Su existencia es común en 1 de
cada 4 mujeres, sin que ellas presenten síntomas. De ser positiva la prueba, hay una posibilidad que
tu bebé contraiga una infección al momento de nacer por vía vaginal. Para evitarlo, se administran
una o varias rondas de antibióticos durante el parto (esto depende de su duración y si has roto fuente
o no). Los resultados de la prueba tardan de 1 a 3 días.

• Cardiotocografía en reposo
(semana 41 en adelante o según sea necesario). Durante esta prueba te colocan un monitor fetal
(transductor) sobre el abdomen, por 20 minutos (o más), para percibir los cambios en los latidos
del corazón de tu bebé. Cuando él se mueve, su ritmo cardíaco varía (parecido a cuando tú haces
algo de ejercicio) y esas variaciones son consideradas saludables. Un bebé que no tenga
variaciones significativas en su frecuencia cardíaca puede estar teniendo problemas, o simplemente
puede estar dormido. Se consideran normales las pulsaciones entre 120 y 160 por minuto.
• Perfil Biofísico
(semana 41 en adelante o según sea necesario). Es la misma cardiotocografía en reposo, que se
realiza conjuntamente con un eco. Durante el ecosonograma prestan atención a los movimientos de
tu bebé, su respiración, tono corporal, y a la cantidad de líquido amniótico que lo envuelve. El
perfil biofísico ayuda a ver si tu bebé sigue contento dentro de su apartamento ajustado, y si la
placenta aún sigue haciendo un buen trabajo.

Sobre los exámenes de tacto


Los exámenes vaginales de tacto se hacen para determinar el estado de tu cuello uterino: si se
ha movido hacia adelante, si se ha suavizado, si se ha «borrado» (es decir, acortado) y si se
ha abierto o dilatado. También ayudan a determinar la altura de la cabeza de tu bebé dentro de
tu cavidad pélvica. Es importante considerar que un tacto es como tomar una fotografía:
simplemente muestra cómo está la cosa en ese instante y, de ninguna forma, puede ayudar a
predecir cuándo comenzará el trabajo de parto, cuándo darás a luz, ni cuánto tiempo se
tardará entre lo uno y lo otro. Estos exámenes son sumamente incómodos y totalmente
opcionales. Antes de hacértelos, considera si la información que vislumbren te presentará
algún beneficio particular a ti. Si la respuesta es no, estás en todo tu derecho de obviarlos.

Exámenes para madres consideradas de «alto riesgo»


Hay algunas condiciones bajo las cuales tu embarazo se puede considerar de «alto riesgo»:
• Si tienes más de 35 años.
• Si tienes antecedentes o un historial familiar médico considerado riesgoso.
• Si tienes un estado preexistente de diabetes.
• Si perteneces a ciertos grupos étnicos.
• Si has estado expuesta a ciertos medicamentos, químicos o ciertas infecciones.
• Si has tenido pérdidas repetidas.
• Si seguiste tratamientos de fertilidad.
• Si sufres de sobrepeso.
• Si has tenido sangramiento durante el embarazo.
• Si se han detectado problemas en la placenta o el cordón, o problemas de crecimiento del feto.
Nada de esto significa que no puedas tener un embarazo feliz y un bebé completamente saludable,
pero es muy posible que requieras un monitoreo más cercano y que se te recomienden exámenes
opcionales, como el eco de alta resolución Doppler o la ecografía temprana.

Si eres tildada de «alto riesgo» por cualquiera de las razones de la lista —excepto por alguna de las
tres últimas—, puede ser conveniente que hables con un consejero especialista en genética para que
te ayude a navegar por la copiosa información con la que serás bombardeada. Sólo tú puedes
decidir cuáles exámenes te harás o no, por lo que es importante entender sus implicaciones, riesgos,
beneficios, y de qué manera el resultado cambiará tu curso de acción. Así mismo, si algún examen
revela un problema, un consejero puede ayudarte a entender si se puede controlar, tratar, o cómo
planificar para reducir las complicaciones.

• Eco de alta resolución Doppler


Permite ver el flujo sanguíneo de la placenta al bebé a través del cordón umbilical, y dentro del
bebé. Esta prueba es sugerida si tienes diabetes o existe algún problema en la placenta, el cordón,
hay retardo de crecimiento del feto o malformación cardíaca.

• Ecografía temprana
(antes de la semana 12). Este eco temprano es recomendado cuando se sospechan problemas, ha
habido sangrado o dolor, existe un historial de pérdidas o hubo tratamiento de fertilidad.
Generalmente se hace un eco transvaginal en vez de abdominal, porque permite una mejor
observación. Ayuda a establecer la presencia del embrión, dónde se implantó y, si es luego de la
sexta semana, ver los latidos del corazón.
¿LE ESTOY HACIENDO O LE HICE DAÑO A MI BEBÉ?
«Toma café». «No tomes café». «Toma un poquito de café, pero que sólo sea orgánico y crecido a
sombra» (y no te olvides del comercio equitativo). «Mejor toma un té de hoja de frambuesa»...
Entre la lista enorme de cosas que debes evitar y los estudios nuevos que salen a diario cambiando
las recomendaciones, no es extraño que pienses que —no importa lo que intentes— le estás
haciendo daño a tu bebé. Pero que no cunda el pánico.

Recordemos que la mayoría de esas recomendaciones se basan en estadísticas y probabilidades de


riesgo; no en certezas absolutas. Todos los días, embarazada o no, tú ya haces un montón de cosas
riesgosas, pero de forma consciente y segura para evitar formar parte de esas estadísticas. Los
estudios sobre madres que fuman, beben o usan drogas son un tanto más contundentes en cuanto a
resultados negativos, pero en general, el hecho de que le estés prestando más atención a tus accione
ya disminuye las consecuencias. Deja de preocuparte por lo que ya pasó, y comprométete a reforzar
los buenos hábitos, día a día y sin estrés. Te apuesto a que, con todos tus esfuerzos, más bien le
estás haciendo un montón de bien a tu bebé. ¡Te felicito! Brindemos con una limonadita fría y, «por
si las moscas», comienza a comer más nueces, que al parecer disminuyen las alergias en los niños.
¿DEJO DE HACER EJERCICIOS O HAGO POR DOS?
Seamos claras: parir es una actividad física larga y tendida, la cual es más llevadera si estás en
forma. Abórdalo como si te estuvieses preparando para un maratón un tanto particular, en el cual
tienes que tomar en cuenta ciertas limitaciones. Aún si tu vía es la cesárea, tu recuperación será más
fluida y lograrás perder los kilos más fácilmente si mueves el esqueleto durante el embarazo.

En cuanto a qué puedes o no hacer, hay dos consideraciones: 1) si es una actividad a la que tu
cuerpo ya está acostumbrado, es muy probable que puedas seguir haciéndola siempre y cuando, 2)
no le cause daño a tu bebé. Verifica con tu obstetra (o partera) que lo que tienes pensado hacer
cumple con la segunda condición. ¡Facilito!

¿Seguir levantando pesas? Sí, pero con mayor supervisión, tomando en cuenta que tu centro de
gravedad ya no es el mismo y que tus tendones están más flojos. ¿Levantar pesas por primera vez en
tu vida? Ni de vaina.

Si tu idea de hacer ejercicios es ir de compras, comenzar a expandir tus horizontes con unas
caminatas varias veces por semana o asistir a unas clases de yoga prenatal es lo ideal. Nadar
también es una excelente opción. Estarás en la gloria al sentir que tu cuerpo vuelve a la normalidad
por un rato, mientras la fuerza boyante del agua hace de las suyas. Y considera seriamente
incorporar las sentadillas en tu rutina diaria. ¿Qué tal después de cepillarte los dientes? Tu piso
pélvico te lo agradecerá.

Por el contrario, si tu sitio preferido es el gimnasio, entonces consigue una entrenadora experta en
ejercicios prenatales para que te cree una rutina a la medida de tus necesidades, tomando en cuenta
los movimientos que sean contraindicados para tu situación particular.

En cualquier caso, evita sobrecalentarte y toma bastante agua.

Tu piso pélvico: manteniéndote seca


A nadie le gusta hacerse pipí al estornudar, y realmente le quita la gracia a la vida si ocurre
cuando uno se ríe. Son razones más que suficientes para que cuides tu piso pélvico. Ahora, no
es que te vas a obsesionar con el tema. Bien ocupada y preocupada estás ya para andar
dándote masajes de periné, haciendo repeticiones exhaustivas de ejercicios de Kegel, o
usando bolitas vaginales por 20 minutos diarios (¡universo, dame paciencia!). Puedes guardar
todas esas cosas para el posparto —si acaso—. Para tonificar el piso pélvico durante el
embarazo, lo mejor son sentadillas, o mejor cuclillas (verifica esto también con tu obstetra o
partera, ¿ok?) Una salvedad: si hacia el final del embarazo comienzas a tener momentos de
incontinencia, puedes añadir los ejercicios de Kegel a tu rutina, pero seguramente no será
necesario si comienzas a agacharte desde ya.

¡Agáchate!
A mí me encanta poder enviarle mensajes de voz a Ana a través de mi teléfono inteligente,
mientras el GPS me va diciendo por dónde agarrar. Hasta cosas más comunes —como el tener
tuberías de agua dentro de la casa— se las agradezco «mucho bastante» a la modernidad.
Pero una de las tristezas, producto de tanto avance (y de tantas sillas), es que la especie
humana ha perdido su hábito de pasar ratos en cuclillas. Es el momento de recuperarla.

Cuándo te agachas, los músculos de tu piso pélvico se estiran, y cuándo subes, se encojen.
Esa es la fórmula mágica de un piso pélvico bien tonificado; pero la cosa tiene su técnica: es
muy importante que no metas el coxis mientras te agachas (es el momento de malagradecer
las miles de horas apretando y metiendo los glúteos durante las clases de ballet). Si cuando lo
haces, tus talones comienzan a elevarse, tienes la pantorrilla demasiado apretada (ahora
puedes malagradecer a tus hermosísimos y costosísimos tacones). Haz primero unos
ejercicios de estiramiento, siempre pendiente de no meter el coxis y mantener la espalda
recta.

¿Lista para agacharte? Presta atención a que siempre «saques el rabo». Es preferible que tus
talones se mantengan levantados a que comiences a encorvar la espalda. Mantén una postura
adecuada con los pies y las rodillas alineados a la distancia de la cadera (o un poco más) y
mirando hacia adelante. Si es necesario, agárrate de las perillas de una puerta abierta (una
mano en cada perilla) y no bajes completo (puedes poner una esterilla de yoga o toalla
enrollada bajo tus talones para darte soporte y también puedes colocar otra toalla o esterilla
enrollada detrás de las rodillas al doblar, para proteger tus articulaciones). Baja hasta donde
puedas mantener el coxis en posición «hacia afuera», sin redondear la espalda baja. Practicar
la postura de yoga conocida como «la silla» es un excelente complemento.

Eventualmente —pueden ser días, semanas o meses— lograrás mantener la espalda recta, el
coxis «hacia afuera» y tener los talones sobre el piso, al mismo tiempo que tus rodillas estén
alineadas con tus talones y las pantorrillas perpendiculares al piso. Sí, solo leer todo eso ya
me agotó a mi también, pero no te preocupes ni te desanimes. Así no llegues al piso, tu
esfuerzo te traerá beneficios y, aparte de un piso pélvico tonificado, tendrás un derrière para
morirse. Intenta hacer repeticiones diarias en la mañana y en la noche y verifícalo todo con tu
doctor y/o entrenador.

Apretando en el posparto
Tener un bebé por vía vaginal estira de una manera bastante significativa tu piso pélvico, pero
incluso si tuviste una cesárea, no te cae mal ayudar a reponer esa y todas las partes de tu
cuerpo. Luego del nacimiento, puedes comenzar a hacer ejercicios de Kegel prácticamente
desde el día siguiente y, en cuanto tu médico (o partera) te lo permita, regresa a tu rutina de
agachadas diarias. Incluso, puedes unificar los esfuerzos y hacer los ejercicios de Kegel
mientras estás agachada, apuntando a hacer un set de 5 a 10 apretadas, antes de subir.

Para mayor tranquilidad, también puedes pedirle a tu doctor (o partera) que revise qué tan
flojo ha quedado tu piso pélvico, en caso de que requieras una terapia más intensiva.
¿TENER SEXO AFECTA AL BEBÉ? ¿NO TENERLO AFECTA A LA
PAREJA?
Si has tenido un embarazo normal, tu bebé está sano, tu obstetra o partera te han dado el visto bueno
y te provoca, pues, entonces adelante. Si has tenido pérdidas o sufres algún riesgo de que tu bebé
nazca prematuro, puede ser contraindicado, al igual que si experimentas sangrado, flujo o dolor
después del acto sexual.

Ajá, esas son las recomendaciones típicas que encontrarás en cualquier lado. Pero hablemos más
del tema, porque no es, clínicamente, tan blanco y negro. Hay mujeres que emanan sensualidad
durante la maternidad. Entre el «brillo del embarazo» y las curvas, se sienten absolutamente
divinas. Pero para la gran mayoría, los senos se convierten en territorio doloroso y prohibido. Con
la barriga, los kilos de más y la ropa que comienza a apretar, no encuentran acomodo al caminar,
menos para unos revolcones apasionados. Además, el cansancio puede ser tal, que la idea de dormir
horas sin interrupciones produce más deseo.

Allí es donde entra la segunda pregunta: ¿cómo afecta a la pareja? Eso es un tema que deben
conversar entre los dos, de manera calmada y con los sentimientos al descubierto, para que no se
filtre la frustración y el rencor. Sé sincera. Sean creativos. Durante el embarazo las hormonas
pueden no estar de tu lado. Si no te provoca, intenten juntos redefinir lo que para ustedes significa la
intimidad.

Una cosa que casi te puedo garantizar es que, aunque tú no te sientas bella, él te encontrará divina.
Créele cuando te lo diga.
MI RITMO DE VIDA ESTRESADO Y MI AMBIENTE LLENO DE
TOXINAS, ¿PUEDEN AFECTAR A MI BEBÉ?
Existen suficientes estudios sobre el tema para saber que sí: prácticamente todo lo que hagas afecta
a tu bebé. Mucho más difícil de determinar son las consecuencias de esos actos. Unos dicen que si
te la pasas estresada durante el embarazo, el muchacho te sale difícil y llorón (por ser más
susceptible al estrés) y hasta de bajo peso. Otros dicen que un poquito de estrés es bueno, ya que
acelera su madurez, haciendo que tu bebé tenga un mejor desarrollo mental y motor (potencialmente
un genio, pues). La cosa es tan extensa que hasta ha surgido una nueva rama científica llamada
Orígenes Fetales, sustentada en la Epigenética, por donde están averiguando si lo que pasa en el
útero puede influir en las enfermedades que tendrá tu bebé de adulto (y dejemos hasta aquí este mini
«momento científico»).

En cuanto a las toxinas, ¡ni hablemos! Entre la sopa química que ingerimos a través de lo que
comemos, respiramos y nos ponemos en la piel, nuestros niños están naciendo pre contaminados con
un montón de substancias nocivas, incluyendo algunas que fueron prohibidas hace décadas (no
porque esas estén dentro de los productos que usamos hoy en día, sino porque las condenadas se
tardan añales en desaparecer del ambiente). Hay estudios que hasta culpan a las toxinas por el auge
de sensibilidades y alergias, y los niveles disparados de autismo que estamos viendo.

Pero ya va. No huyas.


Bajémosle dos a la culpa y a la angustia. Los humanos somos fuertes y adaptables. Nuestros cuerpos
y sistemas inmunológicos pueden con mucho. En vez de comprar por Internet tu burbuja hermética
para el embarazo («no existe, pero deberíamos patentarla, Ana»), apela a la visualización del
famoso «vaso vacío» que representa tu capacidad de combatir el estrés y las toxinas. Por el simple
hecho de andar respirando ese aire fresco de ciudad embotellada, lleno de smog, fertilizantes,
pesticidas y quién sabe qué más, tenemos que llenar el vaso por lo menos a los tres cuartos.
Entonces, te queda como un cuarto de vaso para jugar y balancear el resto de tus actividades para
protegerte a ti y a tu bebé. Si dormiste mal, tuviste un día súper estresado sin chance de ir a la clase
de yoga, y encontraste la casa olorosa a «limpio» (léase desinfectante), tu vaso está por
desbordarse. No te comas el muy tentador paquete de galletas (¡Epa! ¿Qué hacen esas galletas en tu
alacena?), sino más bien abre las ventanas, pon una música que te haga feliz, prepárate una comida
sana —repleta de vegetales— y siéntate a disfrutarla mientras respiras profundamente. Mejor aún,
que te la prepare otro mientras tú te tomas un relajante baño. Tu vaso volverá a los tres cuartos, o
quizás un poquito menos.

Lista de cosas que te ayudan a vaciar tu vaso


• Comer alimentos poco procesados y orgánicos, dentro de lo posible.
• Minimizar la cantidad de productos de limpieza, usar los más naturales posibles (esto incluye a
los productos del cuidado de la ropa), botar los aromatizantes no naturales.
• Usar productos de belleza, maquillaje y cuidado personal lo más naturales posibles (sin
parabenos, triclosan, formaldehído...).

• Asistir a una clase de yoga, caminar, nadar o hacer otro tipo de ejercicio.
• Dormir de 6 a 8 horas.
• Darte un masaje (con productos no tóxicos).
• Respirar y meditar profundamente.
• Escaparte con tu pareja, salir con tus amigas, irte de viaje a la playa.
¿Cuáles otras cosas te ayudan a vaciar tu vaso?
¿HAY COMPLICACIONES PARA MÍ?
Durante el embarazo, tu cuerpo, mente y alma se verán cambiados en más formas de lo que te
imaginas. Algunas serán para muchísimo bien y otras para un bien menor. Existen dos condiciones
particulares que merecen una atención especial:

• La diabetes gestacional (DG)


Este es un tipo de diabetes que surge únicamente durante el embarazo y que, por lo general,
desaparece una vez dado a luz. Suele ocurrirle a hasta un 7% de las mujeres embarazadas, y es más
frecuente en aquellas con sobrepeso y en las que hayan tenido DG durante otros embarazos (o si sus
familiares han tenido DG y/o diabetes tipo 2). También se ve más en las mujeres con más de 35
años o que estén teniendo un embarazo múltiple (mellizos, trillizos, etcétera). Las complicaciones
que puede traerle a la mujer embarazada son la hipertensión, el parto prematuro o por cesárea, tener
DG en otros embarazos o el desarrollo de diabetes más adelante. También aumenta la posibilidad
de tener preeclampsia durante el embarazo. Para el bebé, la DG puede hacer que sea un «bebé
grande» (macrosomía), que sufra de malformaciones congénitas, que nazca prematuro o con niveles
de azúcar o calcio bajos. Al momento del parto, la DG puede aumentar el riesgo de distocia de
hombros o la necesidad de practicar cesárea. Y aunque ninguna de esas complicaciones suena
bonita, no son una sentencia; la mayoría de las mujeres que tienen DG logran tener un embarazo
placentero y un bebé sano. La mejor forma de prevenir la DG es comiendo sano, manteniéndote
activa y controlando el aumento de peso.

De ser diagnosticada, a menudo basta con seguir una alimentación balanceada para mantener los
niveles de azúcar —y, por ende, la insulina— bajo control. En algunos casos más extremos, puede
que se requiera la toma de medicamentos o la aplicación de inyecciones de insulina diarias.

El examen más común para determinar si tienes DG es el Test de O’Sullivan o de tolerancia a la


glucosa, que se realiza entre las semanas 24 a 28.

• Preeclampsia
Es una condición más seria, que se presenta cuando la mujer embarazada tiene la presión alta y bota
proteína en la orina. Puede ocurrir entre el 5% y 8% de los embarazos, y su posible existencia es
monitoreada durante todo el proceso a través de los exámenes que te hacen en tus chequeos. Alguno
de sus síntomas más visibles son dolores de cabeza fuertes y prolongados, problemas de la vista,
dolor en la parte superior derecha del abdomen, náuseas, vómitos, mareos, aumento de peso muy
repentino y la hinchazón de golpe en piernas, manos y cara. Si sientes alguna combinación de estos
síntomas, comunícate de inmediato con tu médico o partera.

Cuando la preeclampsia no es atendida, puede causar problemas como daños en los riñones, el
hígado y el cerebro, y problemas de coagulación. Las posibles complicaciones de la preeclampsia
para el bebé incluyen el bajo peso al nacer, un parto prematuro o el desprendimiento de la placenta.
La preeclampsia debe ser vigilada de cerca, para que no degenere en eclampsia. Aunque la
eclampsia es una enfermedad mucho menos común que la preeclampsia, con ella no se juega: puede
causar convulsiones, estados de coma o hasta ser fatal.

No se sabe por qué sucede la preeclampsia, pero suele desaparece durante el posparto. Es más
frecuente en las embarazadas primerizas; en aquellas que hayan tenido preeclampsia en un embaraz
anterior; en las mujeres que tengan un historial médico familiar de preeclampsia; que sufran de alta
tensión, o enfermedades de los riñones y diabetes, entre otras. También es más común en las
mujeres mayores de 35 años, las que tienen sobrepeso, o que están gestando mellizos, trillizos o
más bebés.
MI CUERPO NUNCA SERÁ IGUAL
No, y a mucha honra. Después de un embarazo, la topografía cambia. Pero no por eso vas a perder
todos los tacones que has ido atesorando con los años. La mejor manera de regresar a algo que se
asemeje a tu cuerpo es comenzando la labor desde ya. Algunos consejos para volver a amar tu
cuerpo son:

• Come sano, haz ejercicios, duerme lo más posible y reduce tus niveles de estrés
Estas recomendaciones te las sabes de atrás pa’ lante, ya que son claves para un embarazo y bebé
sanos, y un parto más llevadero. No hay otra: mientras más te cuides durante el embarazo, menos
cuesta arriba será tu recuperación.

• Bebe mucha, pero bastantísima agua


Esta es otra cosa que ya debes estar haciendo. Ayuda a combatir las estrías, a que el parto no se
alargue, a eliminar toxinas, y es importante para una buena lactancia.

• Considera el uso de una faja


Por dos razones: 1) Después de dar a luz te vas a sentir un poco «desinflada». El compendio bebe-
placenta-líquido amniótico-útero, tamaño patilla, que mantenía tu barriga prensada y hermosamente
redonda, ya no está, pero tus órganos, abdominales y tejidos necesitan unos días para reorganizarse
Una faja posparto te hará sentir menos gelatinosa, al darte un cariñoso abrazo que se sentirá
fenomenal. 2) La relaxina continúa circulando por tu cuerpo semanas después del gran día,
haciéndolo mucho más moldeable. Una faja bien puesta y debidamente usada puede ayudar a que lo
huesos de tu pelvis y caderas regresen a su posición original. Hay unos modelos versátiles que hasta
se pueden comenzar a usar durante el embarazo, ayudando a mejorar los dolores de espalda.

• No llenes la alacena de galletas


Pareciera que estoy repitiendo lo de comer sano, pero lo que quiero es que reduzcas las tentaciones.
Tu fuerza de voluntad va a ser muy débil por que vas a estar un tanto cansada y agobiada. Ponte las
cosas lo más fácil posible, y recuérdales a tus familiares y amigos que necesitas que continúen
siendo tu equipo de apoyo.

• Ataca las estrías sin estrés


Las estrías tienen un gran componente genético, pero el beber bastante agua, comer sano, tomarte tu
vitaminas, hacer ejercicios y aumentar de peso lentamente puede ayudar a minimizarlas. Usar
aceites, como el de coco, también ayuda a mantener tu piel hidratada y estimula la circulación, pero
no garantiza que no te salgan. Eso sí, olerás tropicalmente divina. No te olvides de untarte el aceite
también en los senos, especialmente cuando estén experimentando un crecimiento rápido —como
cuando te baje la leche entre los 3 y 5 días del posparto—. Las estrías le salen al 90% de las
mujeres durante el embarazo; si este es tu caso, tendrás mucha compañía. Si estás pensando tratarla
con láser luego que nazca tu bebé, el procedimiento es más efectivo si lo haces cuando aún están
rojas.
• Trátate con cariño
Tu cuerpo se tardará nueve meses en llegar a la cumbre del embarazo. Sé justa contigo misma y dale
por lo menos otros nueve para regresar a su semblanza normal. A menos que seas artista de
Hollywood, modelo, o el equivalente —con un equipo de chefs, entrenadores, niñeras, cirujanos
plásticos—, ahí ya no te vale la excusa.

• Compra ropa nueva


Si después de haber perdido los kilos tu ropa no te queda igual, cómprate un par (o más) de prendas
que te queden «ni mandadas a hacer» y que te hagan sentir divinamente segura de ti misma. Es la
manera perfecta de callar la insoportable vocecita interna que aparece cuando los pantalones (aún)
no te cierran.
¿Y SI NACE PREMATURO?
Por lo general, la mayoría de los bebés prematuros (aproximadamente un 84%) nacen entre las 32 y
37 semanas y se clasifican como prematuros tardíos. Sus posibilidades de sobrevivencia, con
atención de apoyo, son muy altas.

Disminuyendo el riesgo
No se sabe a ciencia cierta por qué ocurren la mayoría de los partos prematuros. Muchas de las
razones —como la genética, el haber tenido un parto prematuro previo, el embarazo múltiple, o
problemas en el útero o cuello uterino— están fuera de tu control. Sin embargo, puedes disminuir el
riesgo que traen algunas razones (la infección, la diabetes gestacional, la eclampsia o el estrés) al
seguir las recomendaciones que ya te debes saber de memoria: asistir a todos tus controles
prenatales; tomarte tus vitaminas y ácido fólico; dejar de fumar, beber o consumir drogas; mantener
un peso saludable; evitar pasar muchas horas de pie o llevar una carga de trabajo demasiado
fatigante; disminuir los altos niveles de estrés; comer bien, dormir suficiente y hacer ejercicios
moderados. Resumido en una frase: cuidarte con cariño.

Espera hasta la 39, por lo menos


Puede que hacia el final de los nueve meses te sientas enorme, incómoda y quieras que te devuelvan
tu cuerpo ¡ya! Sin embargo, si tu embarazo ha sido sano y no se prevén complicaciones, lo ideal es
esperar a que tu bebé te indique que ya está «bien cocido» y listo para venir al mundo. ¿Qué cómo
es eso? Resulta que una vez que los pulmones de tu bebé hayan llegado a su punto de maduración,
pimpollo suelta una proteína para indicar que finalmente está listo para nacer, y eso activa el trabajo
de parto. Los pulmones son unos de los últimos órganos en madurar y, por ende, los problemas de
respiración tienden a ser bastante comunes en los bebés prematuros, incluso en los nacidos por
inducción o cesárea entre las semanas 37 y 39.

Antes se pensaba que no importaba si un bebé nacía a las 37 semanas o a las 42, ya que su estado d
salud sería comparable, pero las evidencias han demostrado que no es así (solo entre la semana 35
y la 39 ó la 40 el cerebro de tu bebé aumentará su peso en un tercio). En este sentido, alarmados por
la epidemia de bebés prematuros que están naciendo en el mundo, la Organización Mundial de la
Salud, conjuntamente con la Alianza para la Salud de la Madre el Recién Nacido y el Niño, March
of Dimes y Save the Children sostienen, a través de su informe Nacidos Demasiado Pronto:
Informe de Acción Global sobre Nacimientos Prematuros, que: «Los nacimientos en 37 y 39
semanas todavía tienen resultados sub óptimos y la inducción o cesárea no debe planearse antes de
las 39 semanas completas a menos que sea médicamente indicado» (Resumen ejecutivo de Nacidos
Demasiado Pronto: Informe de Acción Global sobre Nacimientos Prematuros. March of Dimes,
PMNCH, Save the Children, Organización Mundial de la Salud, 2012).

Entonces, si tu bebé decide por su cuenta iniciar su venida al mundo a las 38 semanas, no te
preocupes, que no por eso significa que venga prematuro (¿te acuerdas del detalle antes
mencionado, de que él comienza el juego?). Ahora, si tu médico te está sugiriendo hacerte una
inducción o cesárea antes de que tu bebé haya llegado a «término completo», pregúntale si hay
alguna razón por la cual no pueden esperar hasta la semana 39. Si la vía va a ser por cesárea
planificada (y no hay complicaciones médicas), incluso podrías pensar en esperar a que tu bebé
comience espontáneamente el trabajo de parto antes de entrar al quirófano.

No pinces ese cordón


Una práctica que es altamente recomendada para los bebés prematuros es que se espere, por lo
menos, un minuto luego de nacido para pinzar y cortar el cordón umbilical (en vez de los muy
comunes 15 a 20 segundos). Esto hace que parte de la sangre que aún permanece en la placenta flu
hacia el bebé, lo cual —según sugieren varios estudios— aumenta su volumen sanguíneo, reduce la
necesidad de transfusiones de sangre y la posibilidad de sangrado en el cerebro, aumenta los
niveles de hierro y mejora la circulación.

Muchos estudios apuntan a que esto no es únicamente bueno para los bebes prematuros. La
Organización Mundial de la Salud recomienda «pinzar el cordón tras observarse la contracción
uterina unos tres minutos después del parto» para todos los bebés, ya que esta práctica puede
transferirle al recién nacido suficiente hierro para cubrir sus necesidades durante los primeros seis
meses de vida. Uno se imaginaría que el esperar unos minutos no sería gran problema, pero te
cuento que la discusión sobre cuál es el momento óptimo de pinzar el cordón es un tema candente, y
que el resultado varia según las prácticas clínicas. Ten una conversación franca al respecto con tu
obstetra o partera.
¿MÁS NUNCA VOY A SALIR O A HACER VIAJES SOLA O CON
MIS AMIGAS?
¿Qué es eso, querida? No estás convaleciente, simplemente embarazada. Esta experiencia te va a
cambiar hasta el tuétano pero, como en todas las etapas de la vida, es importante que mantengas el
disfrute y el goce. Ajusta tus expectativas y búscale la vuelta.

Durante el embarazo, los viajes son más recomendables antes del tercer trimestre, ya que te sentirás
menos torpe y tendrás más energías. Generalmente, los viajes muy lejos o en avión no son
recomendados después de la semana 30 ó 36 (dependiendo de tu caso particular y tu médico;
verifícalo antes de comprar el pasaje). Así tu médico o partera no tengan problemas con que viajes,
ten en cuenta que los pies se te van a hinchar bastante si pasas muchas horas sentada, y que vas a
necesitar ir al baño frecuentemente; cosas que incomodan la travesía.

Los recién nacidos (durante los primeros tres meses) son bastante portátiles, ya que pasan la mayor
parte del tiempo durmiendo y comiendo. Claro, requieren un perolero, pero en la medida que
puedas buscar cómo viajar con menos, puede ser un buen momento para salir.

Pero vayamos al grano: una vez que nazca tu bebé, más que la posibilidad de salir o viajar, lo que
vas a perder, en gran modo, es la espontaneidad. Quizás empieces a sacar cuentas de cuánto tiempo
más te puedes quedar hablando con las amigas, antes de regresar a amamantar (si es que no te
llevaste el muchacho a cuestas). Serán menos las noches de trasnocho en fiestas, porque sabes que
tu sueño ahora es entrecortado y vale oro. Mientras más ayuda tengas, más llevadero será el
proceso.

Madre sólo hay una, por lo cual es muy importante que esa madre se recargue las energías cuando
pueda. Aparta unos ratos para dedicártelos a ti sola, y otros para socializar con tus amigas o
compartir con tu pareja, sin tu bebé. Si tus amigas no han tenido hijos, es posible que no te entiendan
tanto como antes, o que tú no las entiendas a ellas. Busca nuevas «madre amigas» para poder habla
de tu bebé todo lo que quieras y guarda las reuniones con tus «amigas no madres» para cuando
quieras un descanso de la vida rodeada de pañales.
¿PODRÍA ROMPER FUENTE EN PÚBLICO?
De poder, todo se puede. ¿Qué si es factible? Veamos. Tienes la posibilidad de 1 en 10 de ganarte el
«premio» de romper fuente sin aviso, es decir, antes de que comience tu trabajo de parto. Yo no sé
cuánto tiempo pasas en la casa versus en el carro versus en público, pero así, a vuelo de pájaro,
digamos que por lo menos el 40% del tiempo estás en casa (porque tú duermes ahí, ¿no?), el otro
15% estás en el carro y el 45% que queda estás en público (siéntete libre de ajustar estas cifras
según tu realidad). Haciendo un poquito de matemática, el 45% de ese 1 en 10 nos deja con un
4.5%. Entonces, en este experimento armado de golpe, nos da que la probabilidad de que rompas
fuente en público es de 4.5 de cada 100. No muy preocupante.

Contrario a lo que cuentan las películas y programas de televisión, ni siquiera es necesario que se
rompan (ni que te rompan) «las aguas». Llegar al mundo con el saco de líquido amniótico intacto es
lo que se llama «nacer enmantillao», y es una meta admirable ya que —según las viejas creencias—
le traerá suerte y prosperidad a tu heredero.

Pero sí, es bien desagradable si logras sacarte la lotería de romper fuente en público,
independientemente de que se abra como las cataratas del Niágara, o solo sea un pequeño chorrito.
Te recomiendo la costumbre de llevar puesta una toalla sanitaria durante las últimas semanas (los
tampones durante el embarazo no son, pero ni remotamente, recomendados) ya que tampoco será
agradable cuando se te salga el tapón mucoso que protege de infecciones al saco amniótico. Y ya
que estamos hablando de esto, pon un protector sobre el asiento de tu carro, y otro más grande
debajo de las sábanas de tu cama, «por si las moscas».
¿VIENE CON VUELTA DE CORDÓN?
No pierdas tiempo preocupándote por esto. Las vueltas de cordón son extremadamente comunes
(casi 1 de cada 3 bebés viene con, al menos, una vuelta) y rara vez presentan problemas. Para
entender por qué no es algo de qué preocuparse, basta con saber lo siguiente:

MOMENTO CIENTÍFICO
• La Gelatina de Wharton
El cordón umbilical es una cosa maravillosa. Lleva adentro una vena (con nutrientes y oxígeno para
el bebé) y dos arterias (que se encargan de los desechos) recubiertas de una sustancia llamada
Gelatina de Wharton. Esta gelatina sirve para amortiguar y proteger contra las compresiones,
apretones, vueltas y hasta nudos que puedan presentarse, no solo durante el parto sino durante todo
el embarazo. Además, la estructura del cordón es en forma de resorte, lo que ayuda a soportar las
estiradas que le llegue a dar el bebé al moverse.

• El bebé «respira» por el ombligo


El cordón no puede «asfixiar» al bebé en el sentido común de la palabra, ya que el oxígeno no le
está entrando por la nariz o la boca. Aun cuando el cordón sea estirado y apretado, haciendo que el
flujo sanguíneo disminuya, es extremadamente raro que la circulación se pare por completo.
Además, una dosis de noradrenalina que surge en el bebé al momento de nacer lo ayuda a poder
tolerar las posibles faltas de oxígeno durante ese momento.

• No es lo apretado, sino lo corto


Más que las vueltas, lo que podría —si acaso— causar un problema en el momento del nacimiento,
es si el cordón es corto y, además, le da vueltas al bebé (ya sea alrededor del cuello, por debajo del
brazo, el abdomen, entre las piernas, o todo a la vez). En general los cordones son suficientemente
largos (con un promedio de 55 cm), así que esto es muy poco común.
«AÑOSA TU MAMÁ»
Que yo sepa estamos en el futuro y la gente ya no se muere a los 30, sino que vive sin mucho cuento
hasta los setenta y pico. Pero la irresponsabilidad de la fertilidad al no ajustarse acordemente a
nuestras expectativas —y de andar despilfarrando los óvulos desde la adolescencia—, ha dado pie
para que exista semejante frase tan aberrante como lo es «mujer añosa».

Pero ni modo. Por los momentos no queda otra que aceptar la cruel realidad (aun cuando neguemos
el título) y —posiblemente— endeudarse hasta las cejas en tratamientos de fertilidad para lograr el
milagro de ser madre.

Como ya he mencionado, «madre añosa» o de «avanzada edad materna» es la que da a luz después
de los 35 años de edad. Los riesgos asociados con esta situación son:

• Disminución de la fertilidad (si tardas más de seis meses en concebir, consulta a tu médico).
• Mayor probabilidad de tener mellizos (la cual aumenta si estás bajo tratamientos de fertilidad).
• Mayor riesgo de tener un bebé con defectos congénitos o de nacimiento.
• Mayor riesgo de tener una pérdida.
• Mayor riesgo de tener problemas durante el embarazo, como lo pueden ser la diabetes gestacional,
la alta presión arterial o los problemas con la placenta.

• Mayor probabilidad de necesitar una cesárea.


Aunque esta lista es bastante deprimente, la mayoría de las mujeres con más de 35 años tienen un
embarazo sin complicaciones y un bebe completamente sano. La mejor manera de aumentar tus
probabilidades —sin importar la edad que tengas— es, como ya bien sabes, yendo a todos tus
chequeos, tomándote tus vitaminas, comiendo sano, durmiendo bien, bajando el estrés, haciendo
ejercicios y siguiendo las demás recomendaciones mencionadas al principio de este libro.
EL MÉTODO QUE ELIJA PARA TRAERLO AL MUNDO, ¿SERÁ EL
MEJOR?
¿Mejor para quién? ¿Para ti? ¿Para tu hijo? ¿Para tu familia? ¿Para tu médico? Esta es la pregunta
de las setenta mil lochas. Pero aunque no lo creas, la que tiene la respuesta eres tú y tu intuición de
mamá.

¿Pariendo como te dicen o como tú quieres?


En un mundo ideal, me encantaría que toda mujer tuviese un parto feliz y sin complicaciones (ni
para ella ni para su hijo). Que diera a luz con confianza y sin miedo, rodeada de un equipo de apoyo
(compuesto por parteras, médicos, enfermeras, doulas y/o los familiares o amigos que ella quiera
que estén presentes) el cual se encargue de respetar su rol protagónico, aplicando los lineamientos
de la Maternidad Centrada en la Familia (MCF), y utilizando las intervenciones médicas únicamente
cuando fuesen realmente necesarias para tratar de asegurar lo de «sin complicaciones ni para ella ni
para su hijo».

La MCF requiere que las prácticas utilizadas durante la atención médica sean basadas en la mejor
evidencia científica disponible. Le devuelve el poder de decisión a la madre (al requerir que ella
dé su consentimiento previo a cualquier intervención, luego de haber sido informada al respecto) y
humaniza el parto al incluir un montón de cosas buenas, como el respeto a la privacidad, dignidad y
confidencialidad de las mujeres y la familia. En la MCF, la atención se basa no solo en los aspectos
físicos, sino también emocionales y sociales. Suena bien, ¿no?

Y no es que este sea un loco deseo utópico de mi parte. Hay muchas organizaciones —incluyendo la
Organización Mundial de la Salud— que se han fijado este deseo como meta para todas las madres
y familias del mundo.

Uno se imaginaría que alcanzarlo no sería muy complicado, pero es más cuesta arriba de lo que
parece. Resulta que hay muchos procedimientos dentro de la de práctica de la obstetricia moderna
que se hacen de manera rutinaria, sin que estén para nada basados en la evidencia científica.
Algunos son hasta contraproducentes. Por ejemplo, el dar a luz acostada o recostada, con las
piernas en estribos o sujetadas por las rodillas, puede hacer el proceso más difícil y largo para la
madre, aunque es más cómodo para el equipo médico. Se cree que su usanza comenzó a petición de
rey francés Louis XIV a quién le gustaba ver nacer a sus bebés, y esa era la posición que le,
proporcionaba la mejor vista. ¡Totalmente científico! (eso fue con tono irónico, por si las dudas).

Y eso nos lleva a tener que considerar de nuevo la parte donde quiero para ti un parto feliz. Si todos
los elementos de mi deseo se pudieran cumplir, entonces te recomendaría, sin duda alguna, que te
encamines a tener un parto vaginal y natural (aguanta el «¡Tú estás loca, chica!» con su
correspondiente pavor por unos instantes; ya vamos pa’llá). Si ambos están sanos y tu embarazo se
considera de bajo riesgo, esa es la manera más saludable de dar a luz para ti y para tu bebé,
permitiéndote una hermosa recuperación, con los mejores chances para una lactancia fluida. Pero el
cuento es que —dependiendo de dónde, cómo y con quién vayas a dar a luz— un parto vaginal
puede convertirse en una pesadilla si, por ejemplo, te dicen que tienes que parir hoy, así que vente
para una inducción y, además, te meten en un cuarto frío con demasiadas luces, te pegan un montón
de cables y tubos, limitan tu capacidad de movimiento, no te dejan comer ni beber ni mucho menos
meterte en un bañera de agua calientita, y además te dicen qué es lo que te van a hacer sin importar
lo que te parezca. Así cualquiera se llena de miedo. Con miedo, la oxitocina no fluye; sin oxitocina,
el parto se para o se pone lento, y comienzan más intervenciones para apurar la cosa a juro. No, eso
no es un parto feliz.

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«Existen innumerables evidencias científicas que demuestran que el estrés producido por un entorno
desconocido durante el parto, sumado a una atención mecanizada y medicalizada aumentan el dolor,
el miedo y la ansiedad de las mujeres produciendo un efecto en cascada que genera mayor cantidad
de intervenciones y, consecuentemente, más efectos adversos en la madre y el niño. Estos pueden
minimizarse con el apoyo de familiares e incluso del equipo de salud» (Klaus M.H., Kennel J.H.,
1986; Kennel J.H., Klaus M.H., 1988; Chalmers I., García J., Post S., 1993; Keirse M.J., Enkin M.,
Lumley J., 1993; OMS,1997; OPS/OMS, 1998; OMS, 1985).

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El condenado miedo
Miedo al dolor. Miedo a lo desconocido. Miedo a los hospitales. Miedo a las agujas. Miedo a las
emergencias. Miedo a que no sea sano. Miedo a que me desgarre. Miedo al miedo.

Es momento de sacar para afuera todos los miedos que puedas tener sobre el parto. Ningún bien te
están haciendo guardados allá, en el fondo del estómago, acortándote la respiración. Dale, échalos
pa’ fuera:

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(Ya que no puedes escribir sobre esta pantalla,
escríbelos en tu agenda, diario, o hasta en una servilleta sirve.
El punto es que te despojes de ellos)
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Ahora respira y míralos bien (y sigue respirando). ¿Cómo podrías disminuir esos miedos? ¿A través
de la información? ¿Siendo sincera con tu médico? ¿Contigo misma? ¿Rodeándote de personas que
te den fuerzas y te hagan sentir a salvo? ¿Leyendo o escuchando buenas experiencias de parto?
¿Poniéndole fecha inmediata a una cesárea? Las respuestas que te vengan son las que te van a guia
hacia el mejor método de dar la luz para ti, para tu familia y tu precioso hijo (claro, tomando en
cuenta tu caso de salud particular).

Tipos de parto
Aquí te van, a grandes trazos y de la manera más somera posible. Si quieres hablar más
profundamente del tema, búscame por Google Hangouts y nos tomamos un té.

• Parto vaginal, sin anestesia


Requiere el mayor apoyo físico, emocional y de información. Puede ser el más intenso, pero permite
la recuperación más fácil y fluida de los tres tipos de parto que menciono. Le saca la delantera a una
buena relación de lactancia y recuperación posparto. Al no poder ser planificado, la incertidumbre
de cuándo ocurrirá y cuánto durará, a menudo causa angustia.

• Parto vaginal, anestesiado


Menos intenso que el vaginal sin anestesia. Permite que la madre descanse. Puede dar pie a una
cascada de intervenciones, ya que el movimiento y la gravedad ayudan a que el proceso camine, y el
uso de la epidural o los medicamentos narcóticos hacen que no puedas levantarte a caminar,
limitando las posiciones que puedes usar durante el trabajo de parto. Se presta a una recuperación
más fácil que por cesárea.

• Parto por cesárea


Operación abdominal que alarga el tiempo de recuperación posparto. Puede afectar negativamente
la relación de lactancia, ya que generalmente incluye la separación de la madre y su hijo durante la
primera hora de vida (o parte de ella). Las cesáreas que no son de emergencia, permiten la
planificación del parto (para que no te agarre comenzado la madrugada). Aunque es muy común en
Latinoamérica, es importante entender el procedimiento y los riesgos que implica (¿sabías que en
gran cantidad de las cesáreas sacan el útero de tu cuerpo para coserlo?). Si esta es tu vía, intenta
esperar hasta las 39 semanas o, mejor aún, a que comience el trabajo de parto antes de ir a
quirófano.

La respuesta la tienes tú
Aquí es donde entra tu intuición, de la mano de la información y preparación. Una vez que tengas
una idea clara del tipo de parto que quieres, comienza a ver qué necesitas hacer para conseguirlo.
Lee libros, toma cursos, hazle preguntas a otras madres que tuvieron lo que tú deseas, entrevista
obstetras o parteras. Presta atención si algo que te dicen te «huele mal» o no cala contigo, porque
entonces por ahí no es la cosa. Lo importante es armar un equipo (médico y de apoyo) que esté más
que dispuesto a ayudarte a lograr tu meta, sea la que sea.
TU PLAN DE NACIMIENTO
Una manera rápida y fácil de comunicar y compartir tus deseos durante el parto con todas las
personas que forman parte de tu equipo es a través de un plan de nacimiento. No es un contrato.
Simplemente enumera tus deseos para el parto partiendo de que esté fluyendo bien, tú y tu bebé se
encuentren sanos, y no haya ningún tipo de complicaciones. Este plan es más efectivo cuando sigue
los siguientes lineamientos:

• Es corto y contundente
Intenta que no sea más largo que una página. Mientras más corto, más probabilidad de que sea leído
• Está escrito con lenguaje positivo
Tu plan de nacimiento marca el tono de tu parto. Si está lleno de «no quiero esto», «no quiero
aquello», y demasiado rigor y rigidez, no te va a ayudar. Usa frases como «me gustaría… », «me
encantaría que me ayudaran a… », «gracias por... ».

• Respetuoso
Sabemos que a tu equipo médico le sobra experiencia. Asumimos que tienen tus mejores intereses
en mente y que no quieren hacerte daño; al contrario. Hazles saber que en tu plan de nacimiento está
entendida tu flexibilidad ante imprevistos.

• Lleva tu toque personal


No es tanto lo que dice el plan de nacimiento, sino cómo lo dice. Un plan de nacimiento que
transmite tu individualidad tiende a dejar una mayor impresión. Como consecuencia, lograrás salirte
del «cuidado de rutina», haciendo que el trato hacía a ti sea —uno espera— más personalizado.

Una vez que tengas listo tu plan de nacimiento, revísalo semanas antes del parto con tu obstetra o
partera. Que te digan si tienen problemas con alguno de tus deseos, o qué puedes esperar. Esta
conversación te permitirá entender a qué atenerte, y podrás tomar decisiones basadas en la
información concreta. También te hará sentir un poco más tranquila sobre lo que te espera.

A continuación encontrarás renglones para ayudarte a crear tu plan de nacimiento. Si hay cosas
sobre las cuales no tienes la menor idea, es buen momento para investigar y expandir tus
conocimientos. Usa sólo los puntos que consideres importantes.

• Ambiente: luces, sonidos, tono de voces y música, entre otros.


• Los presentes: ¿quiénes estarán contigo?; preferencias sobre personal médico y/o quién realizará
chequeos vaginales, etc.

• Movilidad y posicionamiento durante el parto y nacimiento: libertad para moverte; meterte en la


tina; empujar en cualquier posición, etc.

• Manejando el dolor: epidural, opciones no médicas, narcóticos, etc.


• Monitoreo de ritmos cardíacos: continuo, intermitente.
• Comidas, bebidas, suero intravenoso: lo que quieras, solo líquidos traslúcidos, nada, etc.
• En caso de inducción o aceleramiento del parto: probar primero con métodos no médicos o te da
igual, etc.

• Al pujar: esperar a sentir el deseo; utilizar cualquier posición; con o sin coaching.
• Al momento de nacer: episiotomía o rasgado natural; protección del periné; fórceps o ventosa; uso
de un espejo para ver el progreso, etc.

• Inmediatamente después: quién anuncia el sexo si aún no lo sabes; cuánto tiempo a esperar antes
de pinzar el cordón, quién lo corta; bebé colocado inmediatamente sobre tu pecho, con o sin ropa;
cero separación de madre y bebé; esperar una hora antes de las intervenciones rutinarias o hacerlas
de inmediato; método mamá-canguro; esperar a que la placenta salga sola, etc.

• Alimentación y cuidado del bebé: dar pecho en la primera hora después del parto; ¿quieres
lactancia exclusiva o fórmula?; circuncisión o no; bebé a la guardería o contigo todo el tiempo;
visitas permitidas o limitadas; bañar o no bañar al bebé, etc.

• En caso de emergencias, separación, casos especiales: usar tira-leche o exprimir manualmente


para alimentar al bebé; quién acompaña al bebé en caso de tener que ir a otra instalación médica,
etc.

• En caso de cesárea: quiénes quieres que te acompañen, si deseas que haya silencio, música, o que
se hable contigo y no sobre el juego de béisbol; muestran a tu bebé inmediatamente y/o que después
de una revisión somera te acerquen a tu bebé para intentar hacer piel-a-piel, cachete-a-cachete;
iniciar la lactancia; dárselo a tu esposo o a quién esté contigo para que haga piel-a-piel si tú no
puedes, o no importa; esperar un minuto antes de pinzar el cordón; que te dejen los brazos sin
amarrar; que dejen a tu bebé contigo mientras te recuperas o que lo lleven al retén, etc.

Te recuerdo que este plan de nacimiento enumera tus deseos pero, por supuesto, en el momento del
parto no hay garantías. Mantén la flexibilidad ante los imprevistos que, seguramente, surgirán.
Respira y trata de hacerlo lo más llevadero posible. Cualquiera que sea la experiencia, será tu
experiencia, y nadie te «quita lo baila’o».
¿ESTARÉ LISTA?
¡Has estado lista desde el primer día! En el momento que veas a ese par de ojazos recién nacidos
observándote fijamente y se te salga la baba; sabrás que todos los esfuerzos que has hecho hasta es
momento —y los miles de millones que te faltan por hacer— valdrán la pena.

Ahora, el miedo (de que no tienes idea de lo que estás haciendo); la culpa (de que ya le echaste a
perder la vida porque nació un sábado en vez de un lunes, y entonces va a ser flojo); y la
preocupación (porque no le pusiste el gorro a tiempo antes de que abrieran la ventana y va a agarrar
una pulmonía), esos no se te van a quitar jamás. Lo mejor es respirar profundo, seguir tu intuición y
confiar en que las cosas se arreglan en el camino.
Y DIOS QUISO
(Con mi maletica llena de ilusiones)
Un fotógrafo llegó a mi casa el 11 de noviembre de 2011 a las 6 de la mañana. Él sabía para
dónde iba. Yo solo sabía de dónde venía.

Roberto Mata fue mi profesor en el único oficio que me gustaría ejercer de no ser lo que soy: la
fotografía. Es un gran amigo y solo con él sentí la confianza y la tranquilidad para pedirle que
documentara el momento más importante de mi vida:

—Roberto, por favor, encárgate de que pueda recordar ese día el resto de mis días. Encárgate de que
mis bisnietos puedan enterarse de cómo pasaron las cosas cuando nació Micaela.
A nuestro recordado actor Tomás Henriquez, con quien tuve el honor de trabajar en una serie en
RCTV en el año 1989, le escuché decir una vez durante esas grabaciones: «la única razón por la
que yo hago televisión es para que mis nietos sepan a qué se dedicó su abuelo y decidan si se
sienten orgullosos de él o no. Si no, haría puro teatro porque esta esperadera es algo a lo que
nunca me voy a acostumbrar».

Por esa misma razón he hecho cine y televisión (aunque creo que mis nietos no van a aplaudir
todo lo que verán). Por esa misma razón decidí documentar lo que iba a pasar ese día.
... Y LLEGÓ E11A
Todo estaba en su sitio.
Todo impoluto.
Yo sabía que desde ese momento mi vida cambiaría para siempre. No estaba muy segura de lo
que iba a pasar, pero sabía que lo que venía era grande y, sobre todo, definitivo. Por si acaso, la
noche anterior dormí con mi pijama de Jack Bauer —para sentirme más segura—, y fue esa
misma pijama la que me llevé a la clínica.

Roberto siempre estuvo cerca de nosotros, pero su presencia fue tan imperceptible que, hoy en
día, solo recuerdo el instante en el que nos saludamos, porque después se escurrió entre las
visitas, las enfermeras y los whiskys, y no supe más de él hasta que recibí un correo que se
titulaba: «Micaela se botó». Eran 182 fotos que documentaban el día en el que mi hija y yo nos
dijimos «mucho gusto». 1 + 8 + 2. El 11 comenzaba a hacer acto de presencia.

A las 7:00 de la mañana llegamos a la clínica donde decidimos darle la bienvenida a Micaela.
Lo primero que tenía que hacer era pasar por Admisión. Pasé yo, no el Pollo, no mi mamá: yo.
Ese es el problema de dárselas de independiente y de sufrir de controlfreakismo. Pao-pao, eso
no se hace. Llegará un momento en el que no querrás ser más 4x4.

Me quedé en admisión resolviendo todo el tema burocrático y el Pollo se fue a la habitación a


ver si todo está en orden. Nos separamos.

Yo en admisión.
El Pollo en el cuarto.
Pasaron 15 minutos.
Algo sabía yo de admisiones en clínicas, pero ¿qué iba a saber el Pollo de un cuarto en orden?
Tal parece que lo mismo estaría pensando él, porque nos enviamos un mensaje cada uno, casi en
simultaneo, en un ataque de sinceridad (casi desespero):

«Baja, yo me encargo del cuarto.»


«Sube, yo me encargo de la admisión.»
Yo subí por un ascensor.
Él bajó por otro.
No logramos encontrarnos y me tocó caminar sola hasta la puerta del cuarto.
Mientras buscaba el número 2315 pensaba: «Oye, qué número más raro de habitación. ¿2315?
¿Piso 23? Pero si esta clínica apenas tiene seis... ¡Epa! 2+3+1+5=11».

Llegué a la puerta del cuarto. Toqué pensando que, no sé, a lo mejor la señora que limpia estaba
ahí y yo, la verdad-verdaíta, lo único que quería era abrazar a alguien, que alguien me dijera qué
hacer, cómo se abrian las gavetas, dónde estaba el papel toillet, algo… que pensaran por mí. Yo
no quería tomar decisiones, yo solo quería sentir. Si estuve 9 meses un poco apagada, ese fue el
día más «en cámara lenta» de toda mi vida. Nadie respondió.

Abrí la puerta de la habitación y todo se iluminó, todo. Un ventanal inmenso, la montaña más
verde y más frondosa que había visto en mi vida, la luz más perfecta y el olor a café recién
colado otra vez andaba por ahí. Alguna enfermera medio dormida se había encargado, sin
saberlo, de hacerme ese regalo. Esta vez no lo podía ni probar, es cierto, pero lo olía. Fue un
buen augurio.

«El llamado» a la clínica para el resto del «elenco» lo habíamos hecho con dos horas de retraso.
Todavía recuerdo la manera tan fría como mentí:
—Nos vemos a las 11 en la clínica, mami.
—¿A las 11? ¿Pero eso no es como muy tarde? ¿Vas a estar hasta esa hora en ayunas, digo, por lo d
la anestesia?

—Sí, mami, hay cola. Parece que un gentío se anotó para cesárea ese día. Sabes, es que como es
11/11/11 y la numerología y la cosa, todo el mundo quiere dar a luz ese día, pero tranquila, yo ceno
tarde.Nos vemos allá.

A esa hora ya iba a estar en quirófano y no es que no quiera a mi mamá... ni a mi papá... ni a el


resto de la familia a quienes les dije lo mismo. Fue solo una imperiosa necesidad que tuve de
estar con el «equipo mínimo», porque como sucede cuando en cine se va a filmar una escena muy
complicada o muy fuerte, ese día estaba en el rodaje de la secuencia más importante de mi vida y
no quería que nada me distrajera.

Durante un rato nos quedamos en la habitación solo Micaela y yo. El silencio. La vista de la
montaña desde ese sitio era lo mejor que me podía pasar mientras esperaba. Fue un placer, una
vez colocado todo en su santo lugar, retroceder hasta la puerta de la habitación y poder decir:
este sitio está exactamente como lo soñé. Hasta el whisky estaba donde tenía que estar (porque
para el Pollo miaos sin whisky no son miaos) y de esa parte de la producción también es bueno
encargarse y colocar la botella lejos de tu cama, para evitar que alguien toque la puerta en medio
de tu novato intento de lactancia, preguntando: «¿Mi reina, disculpa que te moleste que sé que
estás «ocupadita», pero labotellegüiski no estará por aquí?».

Me asomé al pasillo y solo vi a la persona encargada de la limpieza que guardaba sus utensilios,
y aproveché para decirle: «Señora, buenos días, ¿me permite su escoba un momentico, por
favor?» Le di una rematada al piso del cuarto. Agradecida con ella le devolví su escoba, aunque
por su cara entendí que nunca había visto a una embarazada barriendo su propia habitación,
minutos antes de dar dar a luz.

En vista de que seguía pasando el tiempo y nadie nos venía a rescatar, le escribí al Pollo un pre-
partoso «¿Ajá?», que en cualquier otra ocasión hubiese recibido un «¿Ajá qué?» como respuesta,
pero no. Era el día de la llegada de su hija y debo confesar que él estaba mucho más nervioso
que yo, por lo que me respondió con un simpatiquísimo: «Esto está lento, Miana, tenemos como
67 barrigas por delante; pero tranquila, que me prometieron que subo antes de que Micaela haga
la Primera Comunión».

El humor, el bendito humor del Pollo que lo salva todo.


¿Qué hacía ahora? Todo estaba en su sitio. Todo. No podía hacer más nada. No me podía auto-
tomar la vía ni auto-llevarme en la camilla hasta el quirófano.

Pasaron más minutos, más cuartos de hora, y comenzaba a impacientarme.


«¿Sabes qué? ¡Mientras esperamos te voy a abrir tu correo electrónico, Micaela! ¡Vamos a
hacerlo de una vez para que salgamos de eso!».

«Su nueva cuenta de correo electrónico se acaba de crear exitosamente».


Entonces comencé a preguntarle: «¿Pero, hija, vas a tener tu cuenta de correo vacía? ¿Cuando un
día la abras solo tendrás en tu bandeja de entrada la bienvenida automática que te da una
máquina? ¿No vas a tener ni media letra de parte de un ser humano, cuando se te ocurra abrirlo al
manejarlo perfectamente a los, no sé, 2 ó 3 años?»

Me salí de ahí y me fui a mi correo. «Redactar», «Para: Micaela Brito Simón», «Asunto: Porsia,
hija. Solo porsia...». Comencé a escribirle a Micaela su primera misiva.

10 minutos más. 20. Ya eran las 9:00.


Media hora escribiendo mientras seguía el olor a café recién colado metiéndoseme hasta el
tuétano.

Send.
Comencé a escuchar unos pasos...
Recordé cuando estudiaba en la Compañia Nacional de Teatro y calentaba el cuerpo y la voz
antes de comenzar la función. Cómo revisaba en la pata del escenario que estuviesen todos los
elementos y los cambios de vestuario. Cómo los nervios siempre estuvieron a un segundo de
matarme, pero siempre me salvaba el instante en el que pisaba el escenario. Esos pasos que se
acercaban a la habitación eran lo más parecido al murmullo ensordecedor del público, sentado
en sus butacas, esperando que se bajaran las luces y se abriera el telón. No había vuelta atrás:
¡Showtime!

—¿Todo en orden por acá? —preguntó una enfermera mientras sonreía—. Vengo a tomarte la vía —
me advirtió.
—¿Ah? —pregunté, paralizada, aunque había escuchado perfectamente—. ¿Y el Pollo? —pregunté
como si ella supieran quién era el Po...
—Por ahí abajo anda, mi amor. Se estaba comiendo un sanguche porque nos dijo que, por
solidaridad contigo, no había desayunado en su casa. ¡Qué chévere es ese Pollo! ¡Ya nos tomamos
una foto con él!
—Ah, okey, muy bien, pero por favor, deja que suba y entonces me pinchas, ¿si? Yo soy demasiado
cobarde con las inyectadoras —respondí, a punto de desmayarme mientras veía la bandejita con la
aguja, la hermana de la aguja y todos sus familiares directos.
—No seas cobarde, chica, ¡vamojadale! ¡Así sales deso! Además, si te desmayas, te pongo un
algodoncito con alcohol para que lo huelas y eso se te pasa rapidito.

Cuando el Pollo entró a la habitación estaba rodeada de la enfermera, la señora que me había
prestado la escoba, otro enfermero, y una muchacha que había dado a luz el día anterior y que
entró al cuarto después del escándalo que escuchó, porque mi pálida parece que se les escapó de
las manos.

Lo bueno fue que, al abrir los ojos, la aguja a la que tanto temía ya se encontraba en su sitio
porque el trabajo sucio ya estaba hecho. No tuve que volver a pasar por ese trance.

—Nos vamos a quirófano —dijo la enfermera con la camilla esperando por mí en la puerta de la
habitación.
Crucé el umbral y a partir de ese momento comenzó el rodaje de mi parto bajo la dirección de…
¡Ana María Simón Pazmiño!

Al entrar al helado recinto lo primero que solté fue:


—Muchachos, buenos días, ¡bienvenidos! ¡Gracias por estar aquí! ¡Hoy va a ser un gran día! —dije a
lo Miguel Ferrari llegando el primer día de rodaje de Azul y no tan rosa—. Quiero verle la cara a
cada uno de ustedes, así es que bajándose esas mascarillas, por favor. ¿Dónde está el
anestesiólogo? —Y mirando al que se identificó como tal, le dije—: ¿Es usted? Ajá, bueno verlo.
Explíqueme qué es lo que me va a hacer.
—Te voy a poner anestesia peridural para bloquear las terminaciones nerviosas de la salida de la
médula espinal. Esta anestesia tiene una distribución metamérica y la voy a colocar en el espacio
entre las dos apófisis espinosas de la vértebra…
—Ok, ok, ok, doctor, listo. Entonces comencemos —le respondí con cara de que había entendido,
porque, ¿quién podía refutar tanta elocuencia?

Cuando no sentí más las piernas, me crucificaron a la camilla y en ese momento hizo su aparición
el primer actor de la película: Ibrahím Reyes, mi obstetra.

El Pollo aguantaba estoicamente en silencio mientras yo echaba a perder todos los chistes que él
me había enseñado.

De vez en cuando se acercaba a mí y me preguntaba:


—¿Cómo va todo?
—Bien, mi Pollito, tranquilo, mira, ¿cómo es que termina el chiste ese del amante que se machuca los
dedos con el closet?

Comenzó a oler a quemado.


—¿Qué pasa, Ibrahim? ¿Por qué huele a quemado? ¿Dónde es el incendio?
—Estoy entrando, Ana.

Me paralicé. Todo a mi alrededor se quedó en silencio y solo alcancé a susurrarle al Pollo:


—¿Está entrando dónde, mi Pollito?
—Va a buscar a Micaela.

El tiempo se detuvo. Se me paralizó el alma tratando de escucharla por primera vez, y entonces
llegó: un gemido casi imperceptible me hizo entender que estaba afuera. Finalmente, después de
ese largo viaje, había aterrizado. Miré el reloj que estaba en la pared y eran las 11:38. ¡Qué
decepción! No había logrado que los «onces» estuviesen tan alineados como quería. 11:38...
Todavía 11:01 u 11:11, ¿pero 11:38?
La anestesia no me había paralizado el cerebro tanto como creía y volví a sacar cuentas. Micaela
nació el 11/11/11 a las 11:38, y ¿8 + 3?

Y la vida ahí, que no dejaba de sorprenderme.


Me la pusieron cerquita y la olí antes de poder verla.
Olía a vida, a página en blanco, a alma por estrenar. Olía a cero kilómetros, a «ven para
enseñarte todos los colores», a «¿cuál va a ser la primera canción que vamos a cantar juntas?»…

Nadie lloró, solo nos miramos y me vi reflejada en sus pupilas. Era yo, hacía 37 años, con esa
misma curiosidad por lo desconocido, pero con la misma certeza de haber escogido el
aeropuerto en el que iban a procurarme el aterrizaje menos forzoso y la estadía más feliz.

¿Qué se le dice a un hijo la primera vez que lo ves? ¿Acaso se tiene preparado un discurso el día
en el que conoces al verdadero amor de tu vida? A mí se me escapó ese detallito y no preparé la
servilleta con palabras elocuentes. Solo atiné a decirle a quien la tenía en sus brazos: ¡No se la
lleve todavía, por favor, que tengo que decirle algo a mi hija! Y cuando la tuve de nuevo cerquita,
le susurré lo primero que me vino a la mente: ¡Bienvenida, hija! ¡La vamos a pasar bien!

El pediatra se la llevó diciendo:


—Vámonos Micaela, que estos médicos creen que por tener este quirófano bajo cero se van a
conservar más jóvenes.
—¡Corre, Pollo! ¡Que no nos la cambien!

Nunca había visto un Pollo volador.


—¡Poooooollo! —se regresó— Y cuéntale los dedos, porfa.
—No te preocupes, Ana —dijo mi médico tratando de calmarme—, ya vas a estar lista.

Cerré los ojos, y sin quererlo me fui a sitios que nunca pensé que me vendrían a la cabeza en un
momento como ese. Pensé en mi mamá el día en el que me llevó a que me pincharan con
sopotocientas agujitas para descubrir que era alérgica a todo; la vez que me rompí la cabeza por
andar, feliz, meciéndome en una caja de cartón a pesar de que me había advertido: «te ‘aja caé»;
el patio de la casa de mi abuelo en Maracaibo —que olía a níspero y a sevillana— donde
atrapaba mariposas mientras me recordaba: «cuida’o con el polvillo que sueltan esas bichas que
te puede dejar ciega»; cuando me mudé sola y creía que nunca me lo iba a perdonar; el momento
en el que le dije que me iba un tiempo del país y después de refunfuñar un rato no le quedó otra
que preguntarme: «¿Y las llamadas Caracas-Madrid salen muy caras?»; todos los actos del
colegio, sin excepción; todos los estrenos de mis obras de teatro, mis triunfos y casi todas mis
tristezas. Recordé hasta las veces que le «pelé los ojos» por preguntona o por imprudente, y cada
uno de los momentos en los que levanté el teléfono y le dije: «Mami, por favor, ¿me puedes venir
a ayudar?».

Siempre vino. Nunca me falló. Nunca me ha fallado y sí, eso es un privilegio que agradezco.
Pero, ¿y yo? ¿Qué pasa si un día no estoy en un acto del colegio, un doctor, una tristeza, un
hambre, un miedo?
Una voz me trajo de vuelta a la realidad. Era mi médico diciéndome:
—Listo, Ana, ve a disfrutar a tu hija y feliz desembarazo.

Sí, salimos embarazadas en una milésima de segundo y tardamos en desembarazarnos el tiempo


que sea necesario. Lo importante es saber que a partir del momento en el que le decimos a
nuestros hijos «mucho gusto», estaremos aprovechando cada minuto si le dedicamos más tiempo
a sentir y no a juzgar(nos); a cantar y no a culpar(nos); y a reir, aunque sea porque nos estamos
cayendo de sueño.

El Ratón Pérez me trajo una sola moneda el día en el que se me cayó mi primer diente. A pesar
de mi felicidad, me daba pena sonreir. Qué maravilla sería que el día en el que a mi hija le
ocurra lo mismo, se sienta tan hermosa y segura de sí misma que cuando le pidan que sonría para
la foto, ella lo haga, radiante y sin complejos, aunque, como en la vida, no todas las piezas estén
completas.
ILUSIONES

1
DALE QUE NO VIENE CARRO
Durante nueve meses vas a poder hacer cosas que quizá no te vayas a permitir más nunca. Podrá
dormir, comer, pedir las cosas más insólitas y hacer lo que te provoque, con el pretexto de que
estás embarazada… Hasta podrás pasar de primera en la cola del banco, ¡y del baño!

Ana: Si hubiese tenido absoluta consciencia de que estas licencias caducaban a los nueve meses, las
hubiese disfrutado más. No las aproveché porque confundía tener permiso con que me tuvieran
lástima.
Adriana: Para mí fue maravilloso ¡finalmente! no tener que preocuparme por las cantidades al comer.

¿Y TÚ? _____________________

2
VERLO POR PRIMERA VEZ
Una pantalla negra con manchas blancas y «eso que ves aquí es tu bebé». Ahí está, una bolita que
el médico señala con toda determinación, confirmando que alguien crece dentro de ti y que
llegará cuarenta semanas después.

Ana: Para mí un eco es un acto de fe, pero me parecía raro no decir: «Ay, que beeeeeello, míralo, ahí
está», y lo hice pero sin entender nada de lo que estaba viendo. El Pollo y yo nos tranquilizamos
mucho cuando escuchamos sus latidos por primera vez y él gritó aliviado: «¡Por lo menos tiene
ritmo!».
Adriana: La verdad es que yo iba sin mucha idea de qué esperar, pero me impactó cuánto me pegó.
Parecía Candy Candy, y eso que a mí no se me aguan los ojos fácilmente. Pero estoy muy de
acuerdo con Ana: al principio no estaba clara de qué es lo que estaba viendo.

¿Y TÚ? _____________________
3
¿CÓMO DARLE LA NOTICIA AL RESTO DEL MUNDO?
Puedes hacer un almuerzo familiar, llamar por teléfono (y hasta por Skype), hacer una cadena de
Whatsapp, mostrar el primer eco en Instagram o publicar un tuit, pero el mundo se tiene que
enterar de la gran noticia.

Ana: Yo la di como se dan las noticias importantes en estos tiempos modernos: a través de las redes
sociales.
Adriana: Como lo mío fue antes de las redes sociales, pues me tocó mandar correos electrónicos y
llamar uno por uno a quienes me interesaban que lo supiesen.

¿Y TÚ? _____________________

4
¿Y QUÉ NOMBRE LE PONDREMOS?
Escoger el nombre no es poca cosa, ¿eh? Piensa que lo llevará toda la vida y cualquier reclamo a
futuro será para ti. Así que ten cuidado hasta dónde llega tu creatividad, porque cualquier nombre
que le pongas podrá ser usado en tu contra.

Ana: A mí me bastaba con que fuese un nombre que no tuviese que deletrear porque llevo toda mi
vida deletreando mi apellido. Cuando escogimos Micaela creí que lo había logrado, pero no. Ahora
la pregunta es: ¿con C o con K?
Adriana: No nos importaba qué significara. Nuestra meta era conseguir un nombre que comenzara
por A y que se pronunciara igual en inglés y en español. Afortunadamente Ánika, además, es bonito.
Ana: Conversando con Adriana recordamos que a la hora de escoger el nombre para nuestro bebé,
coincidimos en que era delicado ponerse a pensar en lo que nosotras llamamos un «nombre-fusión»,
porque se corren riesgos como estos:
Lucía + Fernando: Lucifer
Carla + Antonio: Cartón
Francisco + Marianela: Franela
Jimena + Rafael: Jirafa
Juliana + Diego: Juego
Claudia + Gustavo: Clavo
Raquel + Tadeo: Raqueta
Delia + Clemente: Demente
Pedro + Alicia: Pedal
Luis + Inés: Lunes
Cinthia + Nicolás: Cínico
Cornelio + Cristina: Cortina

Carlos + Rosa: Carroza


Pedro + Carlota: Pelota
Tomás + Teresa: Tomate

¿Y TÚ? _____________________

5
EL CUARTO DEL BEBÉ
Es el lugar que le darás para que pueda sentir que también tiene un espacio en el mundo, en su
casa. Será, además, donde pase a ser parte de lo que has construido para que crezca. Y aunque n
siempre hay demasiado espacio o incluso puede que tenga que compartirlo, el cuarto del bebé es
esa parte de la casa que pensarás con ilusión.

Ana: Me entregué. Sabía que mi zapatera (tamaño cuarto) no sería más mi zapatera, porque ese
espacio me sería expropiado. Cuando no vives en un sitio demasiado grande, alguien tiene que
ceder… y me tocó a mí. Que un bebé venga en camino significa, casi sin excepción, despertar a la
diseñadora de interiores que tenemos por dentro.
Adriana: La mayor mentira es creer que el espacio del bebé va a estar limitado a su cuarto, y que
siempre estará impecable como el día en que pusiste todo en su lugar, perfecto. Yo —o mejor, mis
pies— encontraban baberos y jugueticos regados en la sala, la cocina, el patio, el baño…

¿Y TÚ? _____________________

6
¡QUE SEA SIMPÁTIC@, POR FAVOR!
Cada quien es un mundo, dicen. Pero si queremos que alguien en esta vida sea inolvidable, ese es
nuestro hijo. Y no solo para nosotras, también para cada una de las personas que se tope en su
camino.

Adriana: Es lo que nos faltaba. ¿Tanto esfuerzo para que termine siendo antipática, mala, enrollada,
bully, malhumorada, poco creativa, sosa, floja, o peor: conservadora? No te puedo contar el alivio
que sentí al darme cuenta de que Ánika no sólo no es ninguna de esas cosas, sino que hasta tiene
buen sentido del humor. Bueno, también es desordenada y le encanta el rosado, pero puedo vivir
con eso.
Ana: Micaela dijo «gracias» antes de «mamá». Mentira, primero dijo iPad, pero en seguida sí dijo
«gracias»... por el iPad.
Y yo le daré las gracias a ella si logro que incluya en el vocabulario de su día a día: por favor,
permiso, disculpe, bienvenida, mucho gusto, buenas noches, hasta luego, un placer, y que llame a la
gente por su nombre.
Y feliz, que sea muy feliz.

¿Y TÚ? _____________________

7
¿HACER UN BABY SHOWER O HACERTE LA LOCA?
El baby shower es un clásico: una fiesta para compartir con tus personas queridas la próxima
llegada de tu bebé. Pero también es un rito que no todas deciden hacer. ¡Calma!, no es una
obligación: decide lo que te haga más feliz.

Ana y Adriana: Las dos estamos de acuerdo con que es un horror obligar a la gente que uno quiere a
que llegue con un regalo (para el que a lo mejor no tiene presupuesto) y que, no contentas con ello,
haya que abrirlo delante de los demás, sometiendo al escarnio público a los que manejaron un
monto moderado, y que todos sepan quién te regalo solo un chupón y quién botó la casa por la
ventana luciéndose con una mecedora.
Ana: Yo no hice ni dejé que me hicieran baby shower.
Adriana: A mi sí me organizaron uno. A juro. Y además tuve que dar las gracias y jugar «¿Qué tiene
ese pañal?».

Ahora bien, si pese a nuestras inclinaciones insistes en jugar «¿Adivina cuánto mide mi
barriga?», aquí te dejamos otros juegos para que no digas que somos las Grinch de los baby
shower:

• El clásico juego de memoria pero con objetos de bebé.


• Mímica con las cosas que hace un bebé.
• ¿Quién se come una compota más rápido?
• Colocar un tendedero con ropa de bebé y jugar a confeccionar el mejor outfit.
• Colocar un pañal en el menor tiempo posible.
Y un largo etcétera que puedes llenar con toda tu creatividad.
Eso sí, también existe otra alternativa que hoy empieza a tener mucho auge entre las embarazada
y que es una opción diferente para compartir con tus amigas. Son las blessingway: distintas
formas de «bendecir» la llegada de tu hijo, juntando a la gente que quieres, sin regalos carísimos
ni paquetes que luego no sabrás dónde poner, sino un momento en el cual te preparas mental,
emocional, y físicamente para lo que está por venir. Es un día en el cual celebras la maternidad
entre cosas ricas para comer, bendiciones, conversaciones para compartir experiencias, flores,
velas y productos naturales.

¿Y TÚ? _____________________

8
¡HOLA, MUCHO GUSTO! SOY TU MAMÁ
Lo viste montones de veces en ecos indescifrables, sentiste cómo se movía por nueve meses con
la certeza de estar pegado a ti como nunca volverá a estarlo, crees que ya lo conoces… Pero el
momento de la verdad llegará cuando lo tengas frente a ti.

Adriana: Si te soy sincera, para mí no fue amor a primera vista. Creo que todavía estaba procesando
la idea de que yo, ¡yo!, era mamá. Pero el amor fue creciendo a medida que pasaron los meses y
años. Cada mañana despierto pensando que es imposible quererla más, y viene el día y me
sorprende.
Ana: Yo no la vi, la olí. Cuando me la pusieron al lado mientras yo estaba crucificada en ese
quirófano y se la iban a llevar, les pedí que me la volvieran a acercar para volverla a oler, porque
no lo podía creer. Parecía que acababa de salir de un spa, era perfecta. Cuando ella me vio a mí,
lloró. Creo que no tuvo la misma sensación que yo con lo que se encontró, porque yo de lo que
venía era de un spa, sí, pero de un spa... rramamiento de amor al verla por primera vez, y los
enamorados nunca nos vemos tan bien como creemos.

¿Y TÚ? _____________________

9
QUE NO ME CAMBIE DEMASIADO LA VIDA
Si cambian tu cuerpo, tus certezas, tus preguntas, tus miedos, tu sueño, tus ganas, ¿cómo no va a
cambiar tu vida por completo? Sí, cambia, pero para algo mejor, distinto, nuevo, bueno, siempre
bueno.

Adriana: ¿Cuánto es demasiado? Perder la pena y el sentido del ridículo, ¿es demasiado? En lo
cotidiano, se me hace difícil editar las groserías al hablar cerca (o no tan cerca) de su bendito oído
biónico. Bueno, eso y el pasar meses sin una buena noche de sueño.
Ana: A mí ya se me olvidó como era la vida antes de Micaela y, excepto por tener la casa ordenada,
procurar comer a la hora, tener mi cartera para mí sola, llegar a la hora que me da la gana, viajar
las veces al año que me permitía mi trabajo y mi presupuesto, no tener a Pluto, Minnie, Olivia y
Rapunzel viendo televisión en el mismo mueble que yo, o despertarme un domingo después de las
11 de la mañana, no extraño nada y casi ni recuerdo mi vida de «antes de». No existe nada por lo
que negociaría no tener en mi vida a Micaela. Yo a mi hija la amo, pero cuando duerme 10 horas
seguidas, la amo más.

¿Y TÚ? _____________________
BONUS TRACK
No los hemos olvidado, muchachos. He aquí un breve manual
de supervivencia para que les sea leve el trayecto al lado de
una mujer embarazada... pero, sobre todo, para que se lo
hagan más leve a ella.

1 Si alguien sabe que no está muy rápida ni coherente, es ella misma. No olvides que, tanto su
cuerpo como su mente están secuestrados, no le pertenecen. Ponle corazón a tu paso por esta
experiencia. Ella pronto estará de regreso.

2 Si te dice que busques un baño porque se está haciendo pipí, ¡es porque se está haciendo
pipí! Si además te lo dice cuando va en tu carro, considera que si no solucionas el problema no
va a poder hacer nada y el olor a nuevo que has disfrutado desde que saliste del concesionario no
va a durar tanto como hubieses querido.

3 Tu lógica no la va a convencer de que no necesita pasta con salami a las 3:00 de la


madrugada, un pote de Nutella a la hora del almuerzo o una hamburguesa aderezada con limón y
miel, así es que no pierdas tu tiempo negándole un antojo. Si te pide un cartoccio de avestruz a
las 6:00 de la mañana, ve a buscarlo ¡y encuéntralo!, a menos que quieras conocer en persona a
Linda Blair.

4 Aunque creas que te la vas a comer con el comentario, olvídate de la frase: «Pero si tú te ves
hermosa con esas curvas». Concéntrate en su panza y piropéala a ella (a la panza); cualquier otra
parte de su cuerpo que esté creciendo de la misma manera, no es motivo de felicidad.

5 Ella sabe que su cuerpo está creciendo, lo sabe mejor que nadie. Sabe que, además, lo está
haciendo de una forma desproporcionada, así es que esta advertencia es muy en serio y por tu
bien: ni se te ocurra piropear a otra mujer. Si lo haces vas a matar la poquita autoestima que le
queda, y se verá en la obligación de matarte a ti.

6 No se te ocurra preguntarle, después de que dé a luz: «¿Pero tú vas a volver a entrenar,


¿verdad?». No-es-necesaria-esa-pregunta. El mismo espejo que tienes tú, lo tiene ella, y te
garantizo que antes de pensar en una mancuerna, está anhelando su almohada.

7 No trates de ganarle una discusión porque va a ser inútil. Ríndete antes de comenzar y harás
la vida mucho más fácil.

8 No la ignores cuando llore, ¡consiéntela! Eso es lo único que necesita una mujer
embarazada... o no embarazada: ¡eso es lo que siempre necesita una mujer!
AGRADECIMIENTOS
A Adriana Lozada, por su gran aporte en este proyecto. Aquí andamos sin perros verdes ni pelos
azules, pero con la vida pintada de todos colores gracias a Ánika y Micaela. Gracias por este
reencuentro a “cercana” distancia. ¡Dios bendiga la tecnología!

A Dakmar Hernández, mi editora y amiga, por su admirable olfato editorial. Gracias por el
entusiasmo y la seguridad con la que me dijo: "¿Por qué no escribes un libro?" y gracias, sobre todo,
por no conformarse con mi inicial "¡No seas loca, chica!" como respuesta, porque si así hubiera sido,
mira de todo lo que nos íbamos a perder.

A Virginia Riquelme, por llevar el flow, por dejarse sus hermosos rulos y olvidarse del secador, y
por convertirse en los ojos que necesitaba cuando el agotamiento cerraba los míos. Gracias, Vir, por
tu seriedad (solo en el trabajo) y por tu profesionalismo.

A José Manuel Rodríguez, por su precisión, por la pertinencia de sus comentarios, por su ojo avizor,
por permitirme hablar con él “de Sheldon a Sheldon” sin que nadie nos mirara raro, y por la alegría
que ahora me produce saberlo entre mis afectos.

A Willy McKey, por el poema que curó a Micaela, por nuestros guayoyos en las tardes, y gracias,
sobre todo, por darme la certeza de que, de mi vida, ya no se va más.

A Miguel González (M-Lon), por su talento, por haber llevado al papel lo que había dado vueltas en
mi cabeza durante años y que, finalmente, gracias a su intuición y su "duende", se materializó.
Gracias, además, por ejercer su paternidad responsable con la bella Ela desde otro huso horario.

A Jefferson Quintana, por su genialidad, su buen gusto, sus constantes aportes, y sobre todo, por
haberse convertido en una feliz excepción y no haberse retrasado jamás en una entrega. ¡Gracias!

A Leonardo van Schermbeek, al brillante Leonardo, que solo abrió la boca para decir genialidades.
¡Que te clonen, por favor!

A Pablo Costanzo, por recordarme que no hay distancias cuando se quiere coincidir en un proyecto,
por ese talento que se desborda y se pierde de vista, y por conectar conmigo en esa frase que no a
todos les gusta, pero que nosotros amamos: "Nah, Negrito, vamos a darle otra vez hasta que quede
perfecto" (por lo menos pa' vos y pa' mí).

A Nanda Quero, por maquillar de lozanía mis maternales trasnochos y procurar que no se me notara
tanto que solo tenía dos horas de sueño antes de la sesión de fotos.

A Olga Vegas, por su profesionalismo y rapidez, por su puntualidad en esas arepas perfectas y
humeantes a las 6:00 de la madrugada. Por haber llevado a cabo un trabajo que requería de más de
una semana de pre-producción en menos de 48 horas.
A Gaby García, por estar siempre dispuesta a formar parte de los proyectos de esta familia.
¡Bienvenida cada vez que quieras!

A Rey Sandoval, por la paciencia que tuvo para que, después de algunos intentos, pudiésemos
finalmente llegar a mis amadas californianas o, para ser más nacionalistas, a mis "neo-espartanas" y
gracias por formar parte de Soy de pura madre desde el minuto cero hasta hoy.

A Enrique Peña, por su contundente paso por Soy de pura madre. Gracias por traernos eso que no es
harina ni azúcar, pero que también escasea: talento y elegancia.

A Myrian Luque, por su tiempo, su disposición y sus buenos deseos para con todo lo que está por
venir. ¡Gracias!

A César Muñoz, por tomarse el tiempo de leerme y darme todos los tips posibles para "escribir con
acento neutro".

A Alonso Moleiro, por haber tenido los minutos y las ganas de poner sus ojos sobre este texto, por su
crítica constructiva y su entusiasmo para seguir formando parte de Soy de pura madre, ahora en la
web.

A Carolina Acosta-Alzuru, por la "relajada rigurosidad" con la que me lee, me sugiere y me reta.
Gracias por haberme enseñado que llega un día, más tarde o más temprano, en el que tu hijo te mira
de una manera tal, que te das cuenta de que nadie te ha querido de esa manera porque es un amor
totalmente distinto. Ese día finalmente llegó, Caro.

A Edyuli Barrios, por su energía y perseverancia. Por sus incansables "tranquila que todo va a salir
bien". Lo mismo te digo, Ed: todo seguirá saliendo bien porque estés donde estés tú siempre serás de
pura madre.

A Elena Gómez, por toda su comprensión para que este proyecto pudiera seguir creciendo. Por su
apoyo y generosidad en mis primeros pasos editoriales.

A Mario Aranaga, por plantearme el reto de ser la editora invitada para el número especial de la
revista Estampas del Día de la Madre en el año 2013, cosa que acepté, se convirtió en un durísimo
entrenamiento para poder llegar a este libro que ahora tienen en sus manos, pero disfruté más que una
Crepe de Nutella.

A todo el quipo de la revista Estampas y a quienes pertenecieron de alguna manera a esa edición
especial. Ustedes forman parte de este libro porque fueron mi primer #DreamTeam editorial.
¡Muchas gracias!

A Fernanda del Pino porque aunque no es Fernando del Rincón, siempre me ayudó con los asuntos
internos de este libro y abogó porque se hiciera justicia.

A Carlos Obregón porque siempre está presente, porque su talento nunca deja de sorprenderme y por
su respeto con mi frase: "Dale, Carlitos, todo hermoso, pero yo me encargo de mi pollina". ¡Te
quiero!

A Viviana Gibelli porque tenía razón: no era demasiado tarde para pasar por aquí. Cada una de sus
palabras dándome ánimos valieron la pena. ¡Gracias, Vivi!
A Rashel y Emma de Kids & Koffee por permitir que buena parte de este libro fuese gestado en ese
sitio maravilloso mientras tipeaba en mi máquina y del otro lado del vidrio veía ser feliz a Micaela.

A Mercedes Oropeza del Restaurant Amapola, por cocinar como yo nunca podré hacerlo.
A Rafael Borrachero y Luis Alejandro Rodríguez, por permitirnos trabajar en uno de los espacios
más increíbles que tiene Caracas: Estudio Contra la pared.

A Alejandro Ramírez, porque por culpa de su talento siempre quiero que sea parte de mis proyectos.
A Olga López de las tiendas Aprilis: ¡Gracias por el apoyo, siempre!
A Ana Luisa Baptista de la tienda Corot: es un gusto pasar por allá a ver "qué necesito" ;) y que
Coro, con sus "muchiachias", me atiendan siempre tan bien.

A Verónica Rodríguez de La Cestita del Bebé, por la "cestota" más hermosa que tuvo Micaela el día
que nació... y por la de este libro.

A Andrea Gómez, por enorgullecernos con sus logros, su talento, y por estar siempre presente en mis
buenos pasos.

A las hermanas Muñoz en La Pedregosa, por no haber perdido ni un ápice de mística con sus agujas y
sus telas, desde que me hicieron el vestuario de mi primera película hasta hoy.

A Nunu, por querer, cuidar, respetar y acompañar a mi hija cuando yo, a dos metros de distancia en el
cuarto de al lado, desconectaba del mundo exterior y comenzaba a teclear.

A Roberto Mata, por ese "vamos a darle, pues", siempre a tiro cada vez que le propongo un proyecto,
por trascender en el tiempo, por su incondicionalidad.

A José Luis Roche, por aparecer un día cual Harry Potter, decir "Mom-hattan" e irse. Esos son los
pequeños papeles que resultan inolvidables.

A Henrique Lazo, por demostrarme que nunca es tarde para poblar el mundo y enseñarme que "el
guayoyo con azúcar es arsénico".

A Jorgita Rodríguez, porque para ella no hay imposibles, y eso es lo que le quiere enseñar cada día a
Micaela. Te quiero.

A Luis Chataing, por la coherencia que siempre ha tenido entre sus acciones y lo que profesa. Por
haber caminado conmigo una feliz parte de mi historia... y por siempre formar parte de mi vida.

A Edwin González y Norah Mariño, porque el apoyo siempre se agradece y el cariño tambien.
¡Gracias, com-pa/ma-dres! ¡Los quiero a ustedes y a su descendencia!

A Martín Brassesco, porque leerlo me inspira, me reta y me enorgullece. Porque es mi familia y mi


apoyo. Porque no hay océanos que puedan con los hermanos que se eligieron en la vida. Porque te
quiero.

A Sascha Barboza, que está más buena por dentro que por fuera, gracias por aceptar el "madrinazgo"
de Soy De Pura Madre #SoyDePuraComadre ¡Gracias por enseñarme que sí-se-puede... comer
#CheatMeal una vez a la semana!
A Jorge y María Elena. Marion y Gabo. Antonella. A Carlos. A toda la adorada y extrañada familia
Cruz Diez, quienes continuamente me recuerdan que siempre se puede estar mejor.

A mis productoras de la radio, Lulú y Verónica, porque sus caras de entusiasmo cuando les contaba
sobre este parto me animaron a seguir pujando. (Y por poner la papelera en su santo lugar).

A Jaime Ross, Monona, Chucha, Zaida, Ana Mercedes, y mi querida gente de Onda, la
superesteishon. Gracias por darme, de vez en cuando, un pedacito de Unión Radio para que este libro
se pudiera gestar.

A Mariana Marczuk, por su entusiasmo y profesionalismo. Por la energía que le inyectó a este
proyecto para que conforme pasen los días #SoydePuraMadre esté en la mayor cantidad de
bibliotecas de este Planeta.

A Rebeca Alemán, porque la "hermandad" la hicimos nosotras, la construimos nosotras y la


mantendremos nosotras, hasta que el Skype nos separe.

A Érika de la Vega, por ser siempre mi cable a tierra, mi imprescindible, mi Bitter Sweet Symphony.
Te adoro, Negra.

A Giselle, Rafaelito, Andrés y Adrián: ustedes han sido mi mejor ensayo general, mis mejores
"hijastros" y la mejor evidencia de que los loros viejos sí aprenden a fregar los platos y tender la
cama. ¡Los quiero más que a una casa ordenada!

A Juan Simón y Lucía, mi papá y mi mamá, por haberme regalado a mi familia. No he podido tener
una vida más divertida, movida y variopinta y sí, siéntanse orgullosos, felices y satisfechos porque
ha sido, en gran parte, gracias a ustedes. ¡Los amo!

... Y al Pollo, porque todos los policías acostados que nos encontramos en el camino valieron la
pena, si nuestro destino se iba a llamar Micaela.
Ana María Simón se despoja de micrófonos y guiones (pero jamás de sus tacones) para
apropiarse de chupones y pañales, mientras nos cuenta el tránsito agridulce por el embarazo de la
hija que nunca imaginó que llegaría a su vida.

Acompañada de las recomendaciones de Adriana Lozada, quien desde otra «urbe» y ahora como
doula y madre ya no tiñe su cabello de azul pero le aporta un punto de vista multicolor a esto de
la maternidad Ana María presenta esta AutobiograGuía para llevar un embarazo poco ortodoxo y
disfrutado, procurando que el humor (y el amor) estén siempre presentes.

Antes de consultar con tu médico (partera, shamán o confidente), rompe el empaque y prepárate
para ser una mamá feliz.

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