Sunteți pe pagina 1din 3

Capítulo 5

Schmidt. Explicación animista.


Tanto los temas en ā como las desinencias nom-acua del neutro plural tienen un origen
común. Meier consideraba que los plurales neutros fueron antes colectivos, una
especialización del valor más general del abstracto y Windisch explicitaba que provenía de
un colectivo. Es citado también Schmidt. Shields y Sturtevant descartaban esta idea y este
último utilizaba para argumentarlo al hetita.
Se acepta que, de lo que fue un único sufijo, surgieron ​tres usos semánticos​: abstracto,
colectivo y femenino. Schmidt no consideraba que el femenino fuese algo muy antiguo y se
partía de que el valor originario del sufijo era el de feminizador y se consideraba que el
femenino en los abstractos (y, en consecuencia, en los colectivos) era porr concepciones
indoeuropeas "primitivas".

Brugmann. Explicación desde las características formales.


Brugmann niega el presupuesto inicial de la explicación animista de que la asignación de
género responde sólo a criterios semánticos y plantea la relación inversa: es la existencia
del sufijo el que produjo la adscripción del abstracto al género femenino. La cuestión ya no
estaba en la cosmovisión semántica sino en qué en estos sustantivos semánticamente no
femeninos aparecía esa característica formal.
Brugmann identificaba como las dos marcas indoeuropeas de femenino a -(e)H2- y -y(e)H2-
y, partiendo de que estos dos tenían varias funciones y del surgimiento relativamente nuevo
del femenino, ofrece una explicación diacrónica:
-El sufijo es más antiguo que el género femenino y las otras funciones son anteriores.
-El sufijo habría adquirido la función de derivación a femenino.
-Cuando apareció el género gramatical, los derivados con este sufijo pasaron a ser
femeninos.
Brugmann considera que la función feminizadora de estos sufijos podría haber sido por
contagio semántico (término de Bréal). Están la palabra para mujer, *​genā​, que habría sido
en su inicio un colectivo (teoría luego descartada establecida la distinción entre velares y
labiovelares), y la palabra *​māmā.​ Del hecho de que estas palabras terminadas en -ā
fuesen marcadamente femeninas habría resultado asociación de tal idea al sufijo. El sufijo
*iē/ī, Brugmann considera que el contagio podría haber sido a partir del antepasado de la
forma sánscrita strī-, "esposa".
La hipótesis de ​māmā se descarta, ya que el fonema habría sido muy diferente al de ​genā
en la etapa previa al surgimiento del género femenino. Es en la laringal *​gw(e)n(e)H2 en
donde estaría el sufijo, pero este es tardío.

Harðarson.
Según Harðarson, la feminización del sufijo proviene de contextos en los que un sustantivo
abstracto o colectivo era atributo de otro semánticamente femenino con el sufijo: *​poténih2
lubhéh2​. La coincidencia fonética de los sufijos habría sido sentida como concordancia,
llevando a identificar el sustantivo abstracto como un adjetivo femenino, todo lo cual supone
que los usos como feminizador de -​(e)H2 son anteriores a los de -​(e)yH2​. De ser así, los
temas en -ā se habrían formado a imitación de los temas en -ī y no al revés.
Una de las críticas de Lemos-Ledo es que estos atributos también habrían sido usados en
masculinos. Por otro lado, la hipótesis no explica por qué -​(e)H2 aparece como sufijo
feminizador sólo en adjetivos temáticos.

Capítulo 6

Greenberg. Pronombres como marcas de género


La teoría de Greenberg se funda en un largo proceso en el artículo determinado, en la que
es cada vez es mayor el número de circunstancias en que es obligatorio su uso y por la
paralela progresión de su desgaste semántico (originalmente de deíctico), transformándose
en "artículo no genérico", adquiriendo la mayor parte de las funciones que en otras lenguas
pertenecen a artículos indeterminados. Termina cuando ha extendido tanto su uso que es
casi obligatorio.
Dado que no hay noticia de ningún pronombre femenino en -​(e)H2​. Por lo que, para darse la
hipótesis de Greenberg, debería, o bien haber desaparecido o bien darse el -​(e)H2 como
derivación fonética de algún pronombre conocido. Ambas hipótesis requerirían un largo
desarrollo en la etapa del postanatolio común.
La primera hipótesis implicaría que aquel ha aparecido y desaparecido durante este
período, lo cual, dicen Ledo-Lemos, no parece probable. Respecto a la segunda, el
desgaste fonético en el pasaje de los pronombres a los artículos suele ser fuerte y particular
y parece exigir una larga sucesión de cambios: la aparición del género femenino en un
deíctico, su transformación en un artículo y el completo desgaste de este artículo hasta su
total transformación en una mera marca de género.
Por otro lado, dice Ledo-Lemos, para este modelo, el sistema de asignación del género
femenino debe de ser estrictamente semántico. En las lenguas en las que la concordancia
de género sólo existe en el pronombre personal, el sistema de géneros es de base
estríctamente semántica. Primeramente, el género surgiría en el probombre (coincidiendo
con el modelo de Greenberg). Cuando se pierde el género gramatical, es el pronombre el
último que lo pierde (ej, el inglés y el español). El género gramatical nace y muere en una
lengua partiendo de una base estríctamente semántica. No existen lenguas que, teniendo
concordancia de género en otro tipo de palabras, no la tengan en los pronombres. Por ello,
el surgimiento del género femenino habría de haber tenido lugar en el ​probombre de 3era
persona​ (concepto dentro del cual Corbett incluye pronombres demostrativos).
Pero, sumando a el que este modelo supone, el tiempo que requiere el de Greenberg para
la aparición del género femenino, el período se extendería mucho. Además de que, si ​-eH2
fuese la marca de un antiguo pronombre femenino, sería difícil explicar su coincidencia con
la desinencia de neutro plural. Por lo que Ledo-Lemos desestiman este modelo para
explicar el origen del género femenino en la familia indoeuropea.

Meillet. Hipótesis animista.


Meillet niega que el sufijo -​(e)H2 hubiese tenido que ver en el surgimiento del género
femenino. El primer lugar donde habría surgido la diferenciación masculino-femenino habría
sido el pronombre formulado *​so,​ *​sā,​ *​tod​, específicamente, primero en el nominativo y
luego en el acusativo.
La asignación de género vendría condicionado por criterios rigurosamente semánticos. Era
la pertenencia de la palabra a tal género la que determinaba la adhesión de tal sufijo. Habría
existido una serie antigua de sufijos -​yā /'*-​ī /'*-​y´ ​para formar femeninos. Al ser concebidos
por la "mentalidad primitiva animista" una serie de conceptos abstractos como 'femeninos',
haría que, en el momento en que aparecieron formas femeninas de pronombres y adjetivos,
estas pasasen a designar sustantivos de "sexo femenino" y de referentes abstractos.
Ledo-Lemos desacreditan la hipótesis animista, pero consideran que Meillet tiene razón al
señalar, coincidiendo con Brugmann, que hay formas con tema en -ā que no se relacionan
con el femenino. Así, Meillet considera que no se puede buscar en tal sufijo el origen del
género y Ledo-Lemos descartan tal conclusión atendiendo a la evolución de las formas, que
cambian sus funciones originales (Brugmann). Ledo-Lemos critican finalmente de Meillet la
idea de que los pronombres y los temas en -ā no tengan nada que ver, así como que los
casos rectos sean más antiguos que los oblicuos.

Marinet. Hipótesis "funcionalista" y animista.


Coincidiendo con Meillet en que el género muestra cómo pueden sobrevivir determinados
elementos en una lengua, pese a que su función ha desaparecido, señalando Ledo-Lemos
en esto la paradoja con el funcionalismo.
Su explicación diacrónica es que, considerando que la única funcionalidad razonable de la
concordancia es la de los pronombre, y sólo cuando estos ofician su función pronominal,
concluye que la concordancia debe de haberse originado en los pronombres.
Respecto al problema de que para Meillet el prononbre *​sā haya surgido a parte del tema en
-ā, Martinet argumenta que este se habría originado a partir del masculino *​so​, tomando la
desinencia de *​gwenā para sustituir a esta única palabra, luego extendiéndose para
aquellas otras identificadas con el género.

Tichy.
El sufijo -​(e)H2 serviría originalmente para la derivación de abstractos y la evolución
semántica de estos los habría llevado a designar seres semánticamente femeninos, pero
Tichy, el lugar de Brugmann, prefiere utilizar *​h2widhéwah2​ ("viuda").
Coincide con Martinet en que la concordancia habría surgido en el pronombre anafórico,
junto a las formas de género animado e inanimado, *​so ​y *​sā​, surgiendo un nominativo
*​sáh2​ y un acusativo'*​tā́m.
Ledo-Lemos critica que la evolución de los abstractos sólo podía afectar a femeninos.

Shields.
Coincide con Brugmann en la "feminización" de la terminación -​ā,​ pero, diguiendo a Meillet,
Martinet y Greenberg, considera que el origen de la concordancia está en el pronombre
mas, siendo que, de ser así, la asignación habría estado más próxima a criterios
semánticos, propone el siguiente proceso: *​sā sería resultado de la fusión de los deícticos
*​se ​y *​ā (Hirt). Cuando la terminación -​ā se reinterpretó como de femenino, *​sā pasó a ser
identificada con dicho género.
Por ende, la hipótesis de Shields es que, antes de que se reconociera la marca de femenino
ā por consecuencia de su presencia en *​gwenā y *​mama​, ya existía un pronombre *​sā no
especializado para femenino.

S-ar putea să vă placă și