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La Supervisión Gestáltica de Paco Peñarrubia

Tomado de: Gestalt de vanguardia


Naranjo, Claudio (2002). SAGA ediciones. Argentina. PP. 68-88

Parte 1

Cuando conocí a Paco, él ya era una persona muy querida entre los gestaltistas españoles e
internacionalmente reconocido (aparte de ser el presidente de la Asociación Española de Terapia Gestalt). Hoy en
día, después de los años de entrenamiento superior que ha representado su participación en mis intermitentes
talleres en España, ha llegado a un grado poco común de madurez aun entre psicoterapeutas, y puede decirse
portador del manto entre los que encarnan aquella "Gestalt según el espíritu de Fritz", a la que me he referido en
Gestalt sin fronteras.(4) [1] Tiene fama ya de transmitir una Gestalt genuina, que no produce técnicos sino gente
arriesgada y comprometida; en un brindis que tuvo lugar en la Alcaldía de Madrid, con ocasión del segundo
congreso internacional de Gestalt, hablé de Paco como "una hormiguita" que había trabajado mucho con humildad.

Hoy en día puedo agregar que, como Fritz en sus años de maestría, no ha dejado de trabajar en sí mismo.
Puedo agregar que Paco ha sobresalido no sólo en su práctica y enseñanza de la Gestalt: diría que su apertura y
autenticidad, así como la salud de sus relaciones personales —menos plagadas de competencia o ansia de poder
que en otros de su renombre—~, lo hacen una persona singular en la Gestalt internacional. Tiene buena mano para
convertir a sus pacientes o alumnos en buscadores, que terminan embarcando en un camino que va más allá de
solucionar sus problemas o de ganarse bien su vida. Y ya existen varios institutos creados por gente qu e se formó
con él, que actualmente es director de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt. Les va bien, porque tienen cierto
"sello".

C.N.

I. La supervisión gestáltica

Si reflexionamos sobre el oficio de terapeuta y cómo se adquiere esta habilidad, estaremos de acuerdo en que,
clásicamente, se han tenido en cuenta tres factores: el aprendizaje, el proceso personal y la supervisión. Sobre el
aprendizaje o la formación existen dos tendencias predominantes. Una, más vivencial: se aprende viendo impartir la
terapia (y Fritz Perls decía que quien quisiera aprender Gestalt, que asistiera a sus talleres y lo viera trabajar); otra,
más intelectual o discursiva, que pasa por leer, estudiar, reflexionar sobre los problemas de la relación, la
intervención, el encuadre terapéuticos. Ambas son complementarias, si bien hay formadores que responden más al
primer modelo (maestro-aprendiz) y otros al segundo (profesor-alumno). (p.69)
Sobre el proceso personal, todas las terapias introspectivas (desde el psicoanálisis hasta los múltiples enfoques
humanistas) consideran imprescindible que el futuro terapeuta haya sido paciente, aunque sólo sea para conocer el
efecto de la terapia y tener la vivencia del proceso desde "el otro lado”. Luego, hablaremos más en profundidad
sobre la importancia capital del trabajo personal en la formación del terapeuta. La supervisión, como tercer elemento,
se ha entendido tradicionalmente como la herramienta para corregir las deficiencias del terapeuta principiante. Esta
concepción, que procede del modelo médico, concibe al supervisor desde un posicionamiento jerárquico, como la
misma palabra indica: una mirada desde arriba, una visión de superioridad basada generalmente en los
conocimientos. En este sentido, las actividades más habituales de la supervisión han sido revisar y precisar el
diagnóstico, preparar el plan de tratamiento y proponer vías de abordaje.
Además de aprendizaje, terapia personal y supervisión, hay un cuarto factor sumamente didáctico para el
aspirante a terapeuta, que Claudio Naranjo expone en La vieja y novísima Gestalt: la explicitación, por parte del
profesional experto, de por qué hizo esto o aquello; pocas veces se tiene acceso a la conciencia y a la percepción
del terapeuta mientras trabaja, de ahí la importancia de este documento en forma de notas a pie de página (sesiones
de Len y Richard), una especie de autosupervisión enormemente útil para la enseñanza.
Si nos centramos en la supervisión gestáltica, es muy poca la literatura disponible (1) no sólo específica de la
terapia Gestalt sino de la supervisión en general, así como de la contratransferencia (en comparación con la
abundancia de textos sobre transferencia), lo cual hace pensar en las dificultades que tenemos los profesionales
para reflexionar personalizadamente sobre nuestro quehacer.
Harman y Tarleton (2) señalan como uno de los métodos principales de 1a supervisión gestáltica "enfocar la
responsabilidad del terapeuta en los problemas terapeuta/paciente". Se prima así la dinámica del "aquí y ahora" y se
evita "la esterilidad de hablar acerca del paciente, que remitiría a un allí y entonces. Todo esto coincide con la
formulación de la supervisión como "terapia del terapeuta". (3) que define muy acertadamente el estilo gestáltico.
Dentro de esta dinámica, los autores antes citados aluden a una serie de problemas que son responsabilidad del
terapeuta y que, por tanto, encara la supervisión:
+ La falta de conocimientos teóricos. El terapeuta incompetente culpa a la teoría gestáltica de lo que sería
propia ignorancia; por ejemplo, si la Gestalt funciona o no con psicóticos, si no puede aplicarse en instituciones
públicas, etc., cuestiones que he escuchado repetidas veces en super visión, y que aluden más a la
Gestalt como saco de trucos que como un punto de vista con una sólida base teórico-práctica.
* La rigidez e inflexibilidad del terapeuta con pacientes de carácter similar al de él, que frecuentemente
desemboca en un impasse y no se consideran otras alternativas o vías de trabajo capaces de desbloquear la
situación.
* Los mecanismos defensivos del terapeuta, que hacen ver como dificultades (p.70) del paciente lo que son
proyecciones, retroflexiones, confluencias o introyectos del terapeuta.
Volveremos a tocar estos asuntos más adelante, de distintas maneras; pero vamos primero a hablar del
supervisor y de las diferentes formas de practicar su tarea.

II. Quién y cómo supervisa


Existen básicamente dos modalidades a la hora de situar al supervisor y su contexto de trabajo: o bien se
trata de una covisión o bien de una supervisión, utilizando el juego de palabras propuesto por A. Rams. (4)
El primer caso es muy frecuente en la situación de entrenamiento y en la reunión de colegas, y se trata de
revisarínter pares el trabajo de uno de ellos. Durante el entrenamiento, se acostumbra hacer prácticas de terapia
donde, como mínimo, se distribuyen estos tres roles: terapeuta-paciente-observador/supervisor. El papel de este
último es proporcionar un feedback al terapeuta acerca de su trabajo, y cumple así una función supervisora no tanto
por la superioridad de conocimientos (se trata de compañeros de curso) como por la atención distanciada, fruto de la
observación. También este rol requiere un cierto entrenamiento (al principio dominan los prejuicios, los proyecciones,
etc.) y, en la medida en que el observador desarrolla una actitud de atención y de honestidad, se convierte en un
elemento de gran ayuda, proporcionándole al compañero-terapeuta un espejo de sus actitudes, sus
comportamientos posturales, intervenciones, bloqueos, tipos de pregunta utilizados, ejercicios o juegos propuestos,
etc. Esta "democratización" de la supervisión es tan eficaz como lo que Claudio Naranjo propugna en sus grupos
como "terapias recíprocas", es decir, el aprovechamiento de los recursos humanos del grupo, donde cada cual es
capaz de ayudar al otro como terapeuta amateur (no investido de autoridad profesional) si se lo entrena en una
escucha atenta y en una actitud transparente y real.
El encuentro de colegas para compartir las dificultades nacidas de la práctica psicoterapéutica tiene este
mismo sentido de "covisión". Supone enseñarse, revelar aquello que ocurre en la intimidad de la sesión individual (o
grupal), así como escuchar los comentarios del otro por lo que tienen de contraste. Esta reflexión entre iguales es
tan útil como recomendable, y todo profesional debería considerarla como una actividad periódica inherente a su
oficio.
En el segundo caso, hablar de super-visión en vez de co-visión, ya induce lo que antes comenté de
posición superior. Como yo lo entiendo, la figura del supervisor no es tanto desde la superioridad de los
conocimientos sino, sobre todo desde una mayor experiencia y, fundamentalmente, una mayor madurez personal.
Digamos que, como en el caso del buen terapeuta, ha trabajado más sobre sí mismo y ve las cosas desde otro lado.
Conviene recordar aquí dos sabias expresiones: aquello que decía Jung de que "sólo el herido cura" y "nadie puede
llevar (p.71) a otro más allá de donde él mismo llegó", de profunda resonancia chamánica y espiritual. Además de
este mayor bagaje de trabajo y conocimiento interior, está la experiencia, las "horas de navegación", la costumbre de
reflexionar sobre el propio quehacer y de observar el modo de trabajar del otro, todo lo cual proporciona la habilidad
para señalar, devolver y, en resumen, serle útil al supervisado en el afinamiento de su pericia terapéutica.
Sobre las formas de supervisar, Harman y Tarleton aluden a la supervisión individual, grupal, in situ, y en
tríadas eínter pares (de estas dos modalidades ya hemos hablado). Cualquiera que sea el formato, la distinción más
abarcativa sigue siendo la de "supervisión de prácticas" y "prácticas supervisadas" (A. Rams, 1989).

En lo que hace a mi experiencia, acostumbro a supervisar de ambas maner as, y la necesidad de hacerlo
vino dada en parte por la propia dinámica del entrenamiento de profesionales, una vez que se creó la Asociación
Española de Terapia Gestalt (1982) y tuvimos que darle una forma más estructurada a la formación de gestaltistas.
Hasta entonces, había supervisado esporádicamente a algunos terapeutas principiantes, siempre a petición de
ellos, y en coincidencia con momentos conflictivos en los que acudían a mí con más angustia que deseos de
reflexionar sobre su oficio. Entendía que aquello que se me solicitaba no era sino otra forma de terapia, la terapia del
terapeuta, y así lo abordaba. Después de muchos años como supervisor, sigo creyendo que ésta es la esencia de la
supervisión: un espacio terapéutico donde el profesional observa, se descubre, se cuestiona y aprende de sí. Hay
otros muchos aspectos que enriquecen esta tarea: la reflexión teórica, el manejo de la técnica, la comprensión del
proceso... pero todos ellos, secundarios.

A. Mi experiencia de prácticas supervisadas es dentro de los cursos de formación, donde el ciclo de


entrenamiento se completa precisamente con un año de supervisión. Aquí, cada "aprendiz" trabaja con un
compañero-cliente ante la mirada del grupo y del supervisor. También cada alumno dirige el grupo de sus
compañeros, de forma que conozca al menos esas dos modalidades de intervención: la individual y la grupal (a
veces hemos abordado también la experiencia de la coterapia, situación peculiar que tiene sus problemas
específicos). En ambos casos, reproducimos una sesión convencional (de 45 a 60 minutos), no se interrumpe al que
actúa de terapeuta hasta que da por finalizada su intervención y, entonces, recogemos el feedback del grupo, el del
propio cliente (si fue una sesión individual), las observaciones de quien hizo de terapeuta y, finalmente, intervengo
yo. El tiempo de feedback y supervisión dura habitualmente lo que la sesión. Según otros estilos, se permite al
supervisor interrumpir la sesión, o bien el alumno-terapeuta la detiene para consultar; yo prefiero que el aprendiz
atraviese sin ayuda los momentos difíciles en que se encuentre, en parte para que se familiarice con estos vacíos y
en parte para que cobre confianza en la fertilidad de éstos. Además, no se trata de "hacerlo bien", en el sentido d e
aprobar un examen, sino de experimentarse aprovechando la garantía de "laboratorio" que tienen
estas (p.72) prácticas. Lo significativo es siempre lo que ocurre, no lo que debería haber ocurrido. Tampoco soy
partidario de simular una sesión; por ejemplo, un alumno que ya está ejerciendo como terapeuta y que quiere
reproducir el caso de un paciente determinado, con lo cual su compañero-cliente tendría que simular dicho caso y
"hacer" de psicótico, por ejemplo, o de persona rígida o de permanente descalificador, etc. Otro ejemplo: quien va a
trabajar como terapeuta le pide al grupo de compañeros que actúen como amas de casa o como adolescentes
conflictivos o como alcohólicos... ya que quiere reproducir su situación habitual de trabajo con grupos de estas
características. Un estilo de supervisión psicodramática, con su planteamiento de la escena, su caldeamiento, su
acción, sus egos auxiliares, etc., se adecuaría mejor a este tipo de situaciones; yo he experimentado este abordaje
con profesionales argentinos de la escuela de Pichón Riviére y reconozco su eficacia en este contexto, pero las
veces que en grupos de Gestalt se han propuesto estas situaciones simuladas he observado que se prestan a
actitudes falsas, a ocultamientos del terapeuta, a agresiones indirectas y a todo tipo de confusiones del "como si";
por eso prefiero que la práctica se desarrolle en términos de aquí y ahora reales (bastante artificiosidad conlleva este
contexto de laboratorio al que antes aludía) y, si entendemos que la supervisión se c entra sobre todo en el
terapeuta, aquí tendremos ocasión de observar su escucha, su presencia (o la ausencia de ambas), cualquiera que
sea el cliente o grupo que encare.

B., La otra forma, a la que hemos denominado supervisión de prácticas, es la más habitual con terapeutas
principiantes, que traen sus casos para reflexionar sobre ellos y sobre sí mismos. Es una herramienta de mucha
ayuda que provee de mayor seguridad y suple en parte la experiencia que lógicamente le falta al novato. Por
supuesto que no es un instrumento sólo para terapeutas noveles; es más, creo que su eficacia aumenta cuanto más
expertos son los supervisados, aunque su urgencia disminuya porque se ha ido diluyendo la angustia que
caracteriza a los comienzos profesionales.
He realizado durante años esta supervisión individualmente, y todavía lo hago con colegas que, por vivir en
otras ciudades, no pueden ajustarse a horarios de grupo; pero, en los últimos cinco años, prefiero el formato de
grupo porque lo considero mucho más útil. Se trata de grupos pequeños, alrededor de a cuatro personas, de
periodicidad semanal, donde cada sesión la ocupa un terapeuta que cuenta su caso, sus dificultades y dudas, para
recibir posteriormente el feedback de sus compañeros y el mío. Me interesa una cierta heterogeneidad en la
composición de estos pequeños grupos: diferente nivel de experiencia profesional, práctica privada y pública, trabajo
con otras técnicas complementarias a la Gestalt, concepciones más psiquiátricas, psicológicas o intuitivas, etc., todo
lo cual enriquece el intercambio; los desajustes que pueda ocasionar esta heterogeneidad son muy rentables en
términos de "disolver el ego", aspecto muy importante de la supervisión. El único criterio homogéneo que solicito de
los participantes es el conocimiento y la experiencia personal en el trabajo de Eneagrama, herramienta que utilizo
sistemáticamente y de la que volveré a hablar más adelante.
La importancia del grupo en esta manera de supervisar se me ha hecho más evidente con el tiempo: (p.73)
* Por la riqueza del feedback, que amplía la visión que el terapeuta tiene de su trabajo.
* Por el acto mismo de desvelar y transparentar lo mejor y lo peor de sí mismo (y no conozco otra forma
más profunda de ir construyendo la seguridad interior y, en consecuencia, la potencia profesional). Además, la
terapia individual corre el peligro de enquistamiento por ser un mundo cerrado entre el paciente y el terapeuta'. Algo
tan "privado" puede pecar de simbiosis o de hermetismo. Traerla a supervisión, airearla, es un buen antídoto, puesto
que el terapeuta, en nombre de esa intimidad, casi siempre se está protegiendo (esto sería lo enfermizo de una
relación cerrada). Cuando un terapeuta se muestra y se enseña al grupo de supervisión, está disolviendo estos
secretos y se está comprometiendo con su oficio y con su paciente aunque, paradójicamente, parezca que los
traiciona.
* Por el apoyo que el grupo proporciona. No se trata de un apoyo neurótico, como consolar, dar ánimos,
minimizar las actitudes falsas... sino el apoyo humanizador que proporciona reconocer que las propias limitaciones e
inseguridades son también las de los otros, que "somos navegantes inexpertos con mapas rudimentarios", como
decía Fritz Peris. He observado que, al principio, las devoluciones de los compañeros suelen ser hipercríticas y
exigentes, para ir convirtiéndose con el tiempo en compasivas y denunciadoras a partes iguales.
Otra forma de supervisar es a través del registro de la sesión en video, lo cual es tanto una práctica
supervisada (se filma in situ) como una supervisión de la práctica, que en este caso se trae grabada en vez de
contarla. Sus posibilidades son enormes y me gustaría utilizarla más frecuentemente si no fuera porque exige más
tiempo: visionaria, parar tal o cual escena para analizar lo postural o las intervenciones, reflexionar en un momento
dado qué otras alternativas se le estaban ocurriendo al terapeuta y por qué no las utilizó, etc. Tiene el impacto de
"verse", en vez de imaginar, amañar o interpretar lo que uno hace. Tiene la contundencia de lo obvio.
Últimamente, y a sugerencia de Naranjo, he probado filmar la cara del supervisado mientras observa el
video de su trabajo y, aunque tengo poca práctica en ello, puedo adelantar que resulta tan potentísima esta espiral
de "verse viéndose", que casi no hace falta que intervenga el supervisor.

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