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Siegfried J. Schmidt: Hacia una interpretación pragmática de la “ficcionalidad”.


(original:“Towards a pragmatic interpretation of ‘ficionality’ Pragmatics of language and literature, ed.
Teun A. Van Dijk, vol 2, Amserdam, North-Holland Publishing Company, 1976, pp. 161-178. Traducción y
notas por Vicente Bernaschina Schürmann).
Documento en línea: Cyber Humanitatis Nº 31 (Invierno de 2004)
http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D14079%2526SCID
%253D14080%2526ISID%253D499,00.html
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[1]

1.- Primer esbozo del problema

En este documento no pretendo decir absolutamente nada nuevo; en vez de esto, discutiré un problema
muy familiar, es decir, el problema de la “ficcionalidad” y trataré de discutirlo de manera tal, que quizás
logre indicar una manera posible, para tratar con este problema de modo más racional y explícito en el
futuro.

1.1.
Resulta una opinión bastante difundida, que la “ficcionalidad” es una de las características necesarias (sin
embargo no suficiente) de una definición de la literatura [2] , más exactamente de la poeticidad
(Poetizität/Literarizatät) de los textos literarios o, al menos, de los narrativos. [3] Así, por ejemplo, en
publicaciones recientes, se encontrará a menudo la dicotomía texto ficcional vs. texto expositivo, como si
estos conceptos estuviesen ya claramente definidos. Sin embargo, un breve examen de algunos ensayos
prominentes sobre este asunto, muestran que el concepto de ficcionalidad, usado como un definidor para la
poeticidad, es notoriamente vago, y algunos autores generalmente dudan si es un concepto del todo útil para
el análisis de la literatura. [4]
En las siguientes páginas intentaré clarificar esta noción, tratando, principalmente, con la pregunta de si la
“ficcionalidad” es una noción semántica o pragmática y cuál podría ser una interpretación razonable de esta
noción. Comencemos con un breve resumen de algunos tópicos en la discusión de la ficcionalidad.

2.- Algunos acercamientos al problema de la “ficcionalidad”

2.1.
En su libro, Grabes (1973) repite una hipótesis, propuesta primero por Frege (Cf. Gabriel 1970:466ss.), de
acuerdo a la cual consideramos un texto como un objeto de literatura “si es un texto con el carácter de
juicios aseverativos, pero sin una función afirmativa. La función afirmativa, atribuida primero al juicio
aseverativo, es entonces claramente negada.” [5]
Esta situación (démenti) debe ser provista por el texto mismo (por ejemplo, a través de características
estructurales como inicios del texto, ‘Érase una vez’, etc.) o mediante el contexto de ocurrencia del texto
(por ejemplo, el teatro como una institución donde cualquier visitante espera ser confrontado con objetos de
‘literatura’ – cf. Harweg 1972:75). Asimismo, Ingarden mantiene la teoría de que las aserciones que ocurren
en los textos literarios poseen el valor de “cuasi-juicios”, es decir, ellos no demandan ser verdad “en
términos de la relación con la experiencia extra-textual” (1968:465). [6]
2

Es bien sabido que esta forma de definir la literatura posee una vieja tradición en los estudios literarios.
[7]
Si entiendo correctamente esta visión tradicional, esta dice (o al menos implica) que el uso de
declaraciones asertivas en textos literarios (por ejemplo, una novela), observada desde un punto de vista
semántico, constituye una especie de referencia a correlatos no-lingüísticos. Sin embargo, esta diferencia no
demanda ser verdad. En otras palabras: una declaración como ‘p es el caso’ puede ocurrir en textos de
diferentes tipos (literarios y no-literarios); la diferencia es que en los textos científicos, por ejemplo, un
lector está acostumbrado y autorizado a preguntar si es verdad si p es el caso, en donde, de acuerdo a las
normas de la comunicación literaria, en los textos literarios esta pregunta no juega una parte decisiva, si es
que no juega ninguna en lo absoluto.

2.1.1.
Para explicar este punto con mayor detalle, demos una mirada más cercana a la proposición de Frege para
distinguir entre ciencia y literatura. [8] (Aquí descanso sobre la interpretación de Gabriel (1970) de los
pensamientos de Frege, los que me parecen ser correctos en este punto.)
De acuerdo con Frege, los textos literarios se caracterizan por dos rasgos que podemos distinguir como
semántico (1a y b) y pragmático (2):

(1a) los textos literarios pueden contener expresiones que no designan correlatos en el ‘mundo real’;
(b) los textos literarios pueden contener proposiciones que no son ni verdaderas ni falsas. Cualquier
proposición, que no es ni verdadera ni falsa, pertenece a la literatura (¡aunque lo contrario no sea el caso!).
(2) La recepción de un texto, como un objeto de literatura, implica que sus declaraciones deben ser
leídas como no-asertivas (nicht-behauptend). Como regla para una recepción ‘adecuada’ de los textos
literarios debemos concluir desde esta premisa: “que en la poesía, no el sentido como tal, sino que el
significado de las expresiones es ‘irrelevante’ para nosotros” (Gabriel 1970:11). [9]

2.1.2.
Tratemos de resumir: de acuerdo con los estudiosos mencionados arriba, la diferencia entre los textos
literarios y todos los otros tipos de textos y su recepción, consiste en dos características, una semántica y una
pragmática:

(1) La teoría sobre el carácter no-asertivo de las declaraciones en los textos literarios puede
resumirse en la fórmula usada por Smith (1970), de acuerdo a la cual los textos literarios no denotan nada
más que lo que “parecen denotar”. Este tipo de referencia “no-sincera” se dice que es el correlato para la
noción de “fictividad”:”...la fictividad esencial de la obra de arte literaria no es ser descubierta en la no-
realidad de los personajes, objetos y eventos aludidos, sino que en la no-realidad de las alusiones mismas”
(Smith 1970:560). Pienso que este es un concepto que repite el concepto tradicional de ‘ilusión’ (‘Schein’)
como la característica constitutiva de la literatura (cf. Wellek y Warren 1949: ed. 1963:25ss.). [10]
Sin embargo, ¿qué es lo que significa decir que los textos literarios son textos “con el carácter de
juicios asertivos, pero sin una función afirmativa” (Gabriel 1973:466)? De acuerdo con Frege, la cualidad
asertiva de una proposición es su sentido (‘pensamiento’): consecuentemente como lectores, somos capaces
de ‘entender’ textos literarios, porque están construidos con la ayuda de proposiciones consistentes de
materiales lingüísticos de nuestro lenguaje normal (excluyo en este contexto el uso especial de las, así
llamadas, expresiones poéticas [11] ).
Para entender mejor la pregunta mencionada arriba, formulemos esta explicación toscamente [12] , en
términos de la semántica de la lógica modal: un texto literario – como cualquier otro texto significante ---
constituye un ‘mundo’ Wi o un sistema de mundos Wi1..., Win, que es (o puede ser) relacionado a otros
mundos/sistemas de mundos Wj1,..., Wjm constituidos por otros textos, o a nuestro sistema de mundo
normal experiencial EW, en nuestra presente sociedad y en un tiempo específico.
Ahora bien, decir que un texto Ti es significativo, mienta que constituye un Wi concebible. Decir que
una proposición p de este texto es ‘verdadera’ puede significar indistintamente que p es verdadera dentro de
Wi en tx o que p es verdadera dentro de Wi en tx, como también dentro de EW en tx. (Quizás se podría
distinguir los dos casos con los términos Wi-verdadera y Wi y EW-verdadera.)
3

Decir que un texto científico es asertivo y que su autor afirma la verdad de sus aserciones dentro de EW
significa que los ‘elementos’ (= objetos y/o estados de los asuntos) de un Wi, constituido por ese texto
científico, puede identificarse con ‘elementos’ dentro de EW y que, al mismo tiempo, el hablante, explícita o
implícitamente, afirma la Wi y EW-verdad de esta relación. Por el otro lado, en textos literarios esta
afirmación no es – de acuerdo a los autores mencionados arriba – hecha por el autor, ni se espera por parte
de los lectores, que sea normal o incluso probable – una hipótesis, tanto como sé, que nunca ha sido
empíricamente probada. El último punto nos guía a nuestro segundo tópico: la característica pragmática.
(2) En (2) de la sección 2.1.1. intenté formular desde la teoría de Frege una regla de recepción
‘adecuada’ de textos literarios diciendo que sus proposiciones asertivas no deben ser juzgadas de acuerdo a
la verdad referencial de sus aserciones; de hecho, su referencia (en el sentido de ‘Bedeutung’ [13] de Frege)
no tiene importancia alguna. Hablando en los términos de nuestra lógica modal eso significaría que, dentro
de lo más lejos concerniente al nivel semántico, a los lectores de textos literarios no se les demanda referir
primariamente Wiq (Wiq = mundo o sistema de mundo constituido por textos literarios) a EW en tx en el
nivel semántico, sino que considerar Wiq como un mundo en su propio derecho, como un mundo literario
‘estéticamente valorable’ (concepto conocido como el tradicional tópico de la autonomía de las obras de arte
literarias).

2.2.
Este tradicional punto de vista ha sido discutido – y largamente repetido – por varios estudiosos en los
últimos años. Por ejemplo, Ihwe (1973:339ss.) sugiere que los textos literarios deberían ser caracterizados al
nivel de referencia:

Tomo la aserción que se hace frecuentemente, y en los contextos más diversos, de que los ‘textos
literarios’, etc., no designan directamente (concorde a un ‘mundo físico’ Wo {...}, sino que ellos, más bien,
constituyen un tipo de ‘mundo autónomo’ fictivo, el cual puede distinguirse de los otros logros constitutivos
del lenguaje.

La peculiaridad decisiva en la referencia de los textos literarios

concierne, en pocas palabras, al hecho de que la referencia inmediata dada a ‘contextos’


particularizados (segmentos de Wo) es bloqueada en favor de un uso ‘atributivo’, sistemático y continuo, de
expresiones lingüísticas {...}, y, por lo tanto, a favor de un tipo de referencia mediado a estados, procesos y
relaciones ‘posibles’, no necesariamente compatible con aquellos aceptados por Wo. {...} Lo construido es,
más bien, un sistema interno de referencias cruzadas {...}. Una vez que ya no existe obligación de buscar
estos objetos de forma referencial inmediata {...}, la única obligación restante es postular tales relaciones,
estados y procesos entre aquellos objetos, de todo tipo, que introducen un ‘interesante (de modo humano)
‘mundo posible’ (1973b:339ss.).

(Cf. también Ihwe 1972:, por ejemplo, 212-234). Van Dijk (1972), asimismo, propone tratar con el
problema de la ficcionalidad en una teoría de la referencia:

Es una visión tradicional que la literatura no realiza declaraciones con un valor de verdad, es decir, que
no tiene sentido confirmarlas o rebatirlas mediante observaciones empíricas {...}. Los textos literarios
comparten esta falta de valor de verdad con otros tipos de textos, tales como las explicaciones, preguntas,
ordenes, sueños, saludos, deseos, pensamientos, opiniones y otros {...} (1972:336).
4

Por el otro lado, textos no-literarios pueden ser “ficcionales”, en el sentido de carecer de referencia
empírica (por ejemplo, teorías deductivas, sueños, mentiras, etc.), donde textos literarios (como novelas
realistas) son “pretendidos e interpretados desde una referencia empírica” (1972:336). [14]
De acuerdo con Van Dijk, estos ejemplos y contraejemplos nos conducen a la suposición “de que el valor
de verdad referencial del texto es concebido como potencialmente irrelevante para la comunicación literaria”
(1972:337).
Sin embargo, la situación es aún más complicada: los textos literarios como conjunto pueden pretenderse
para un autor y ser leídos por lectores como descripciones de una realidad social o sicológica, porque el
lector es capaz (y el texto no presenta obstáculos) de “calzar la estructura semántica del texto con la
estructura cognitiva de su conocimiento sobre la realidad” (1972:337). [15]
Van Dijk trata de resolver este problema, al subsumir las declaraciones ficcionales a la clase de
“declaraciones contrafactuales” (que él formalmente representa en su gramática textual a través del
complejo operador Neg Fact) y al cual agrega la condición que

El hablante no pretende que su enunciado sea interpretado por un oyente/lector como empíricamente
verdadero (como en las mentiras), ni tampoco cree, él mismo, que su enunciado es empíricamente verdadero
(como en los errores). Los textos ficcionales son, por consiguiente, modalmente contrafactuales y
pretendidos pragmáticamente como tales, por un hablante que no niega su contrafactualidad en un acto de
habla. Podemos también caracterizarlas como dominadas por un operador de irrealis específico, {...} Las
declaraciones, entonces, son consideradas verdaderas, bajo la suposición que su sistema de referencias no
existe en la realidad empírica, sino únicamente como ‘cuadro mental’ (representación imaginativa) o en
términos más formales: quizás, incluso, como una mera representación semántica.

Esta solución distingue, claramente, entre los dos aspectos importantes del problema: el semántico,
concerniente al valor de verdad de las aserciones en los textos literarios, y el pragmático, concerniente a la
intención del hablante, que funciona como una regla de recepción adecuada por los lectores de textos
literarios. Aún así, parece necesario introducir una distinción más aguda entre las categorías usadas
(‘contrafactual’, ‘fictivo’, ‘irrealis’) que son parcialmente confundidas por la mayoría de los autores que han
tratado este problema. Tenemos que clarificar, sobre todo, la diferencia entre las categorías de fictividad y de
ficcionalidad.

3.- Fictividad vs. ficcionalidad

3.1.
Para clarificar esta distinción, debemos usar nuevamente el concepto lógico de mundos posibles. Ahora
podemos clasificar el grado de los diferentes tipos de declaraciones:

(a) Si un hablante S enuncia una declaración p a un oyente/lector H describiendo un estado de los


asuntos dentro de EW en tx y si p no es, de hecho, verdadera dentro del EW comúnmente compartido en tx y
si S cree que p es verdadera dentro de EW, entonces S comete un error.
(b) Si S enuncia p sabiendo que p es falsa dentro de EW en tx, pero S pretende que H crea en la
verdad de p dentro de EW en tx, entonces S miente.
(c) Si una declaración p es, en efecto, ni verdadera ni falsa dentro de EW en un cierto tx, pero puede
ser imaginado un Wj en ty en el cual p es Wj-verdadero, p es una declaración fictiva.
(d) Si p es empírica y lógicamente posible en un Wi o Wj, ..., Wx y S desea representar el estado de
los asuntos mediante p para que se vuelva real dentro de EW en tm, él enuncia una declaración utópica
concreta; si por razones empíricas es absolutamente imposible que p pueda volverse verdadera dentro EW en
cualquier momento, p es una declaración utópica irreal.

Antes de continuar nuestra argumentación, detengámonos sobre las definiciones dadas arriba. El lector
seguramente notará que la definición (c) difiere significativamente de las otras, ya que no implica factores
pragmáticos, tales como hablante, oyente, intenciones, creencias, etc. Esta diferencia refleja la efectiva
5

diferencia entre errores, mentiras, declaraciones utópicas o irreales y declaraciones fictivas. Donde las
nociones definidas en (a), (b) y (d) son pragmáticas, (c) es una noción semántica.
Considerando los textos literarios, observamos que todos los tipos de declaraciones mencionadas arriba
pueden y, de hecho, ocurren en los textos literarios, lo que prueba, que ninguna clase especial de
proposiciones por sí sola puede caracterizar los textos literarios como tales y que la poeticidad no puede ser
definida en un nivel únicamente sintáctico o semántico (Baumgärtner (1969) ya proveyó fuertes evidencias
para esta hipótesis). Si tomamos las observaciones de Van Dijk como correctas (y él tiene fuertes evidencias
para ellas) debemos proponer la siguiente pregunta: ¿por qué el valor de verdad referencial de un texto
literario como conjunto es (como Van Dijk y muchos otros dicen) declarado irrelevante para la
comunicación literaria? Esto es decir, en mí opinión, ¿por qué los textos literarios son declarados fictivos (en
el sentido definido arriba), incluso si en ellos ocurren muy variados tipos de proposiciones y declaraciones y
no únicamente fictivas? ¿Qué significa el concepto de “fictividad esencial” de Ihwe? ¿Por qué existe una
“central e importante diferencia entre una declaración, ya sea en una novela histórica o en una novela de
Balzac, que parece transmitir ‘información’ sobre acontecimientos, y la misma información que aparece en
un libro de historia o sociología”? (Wellek y Warren 1949:25). ¿Estamos realmente capacitados, y si es así
por qué, para declarar, con Wellek y Warren, que lo opuesto a la ‘ficción’ no es la ‘verdad’, sino los ‘hechos’
o la’existencia-tiempoespacial’ (1949)? ¿Por qué no – o por qué no acostumbramos a – referir Wiq,
constituido por textos literarios, a nuestro EW en tx, incluso si el texto como tal nos permite hacerlo (por
ejemplo, una novela realista)?

3.1.1.
Una respuesta para la última pregunta ya ha sido mencionada arriba: porque un texto literario produce,
exclusivamente por medios literarios, un mundo Wiq autónomo creado por la imaginación de un autor
(véase 2.1.2.). Esta es una suposición ontológica. Pienso que hoy en día podemos encontrar consenso de que
esta tesis es débil; su relevancia se vuelve cuestionable por

(a) la observación, de que los textos que no pertenecían a la clase de textos literarios en un momento
determinado, han, en el curso del tiempo, entrado al panteón de los textos literarios;
(b) el innegable hecho de que cualquier texto construye un mundo Wi, que puede ser coherente o no.
Eso significa que la característica de ‘constitutividad’ (‘Konstitutivität’) no puede ser un criterio suficiente
para los textos literarios; en efecto, incluso, si uno mantiene la teoría de la autonomía, debe ser la especial
interpretación de la referencialidad de Wiq hacia EW en tx, la cual caracteriza a la obra de arte literaria. [16]

Una segunda respuesta debe ser brevemente discutida ahora: es el tipo especial de construcción y
presentación lingüística de los materiales temáticos en un texto literario, que fuerza al lector a permanecer
en el Wiq, como un “sistema interno de referencia” (Ihwe) sin referirse a EW en tx. Muchos estudiosos han
tratado de definir las particularidades de los textos literarios, ya sea como forma—contenido—congruencia,
o como la ocurrencia de “sitios indefinidos” (‘Unbestimtheitstellen’), que invitan al lector a llenarlos, ya sea
como ‘desviaciones’ en el uso de las formas lingüísticas, o como polifuncionalidad en el uso de los
elementos lingüísticos en los textos literarios, los que provocan una polivalencia lograda en el texto por el
lado del lector (cf. una versión corta en Schmidt 1972).

Incluso, si observamos algunos detalles con mayor cercanía, nos será difícil encontrar un correlato
textual-gramatical de la expectativa-fictividad. Harweg (1972:75), por ejemplo, afirma que las declaraciones
generales no pueden usarse de forma fictiva. Pero es un hecho que los textos literarios contienen
declaraciones generales como también particulares. Otros lingüistas declararon que los textos literarios
normalmente hablan de personajes y lugares fictivos y que los nombres propios usados en estos textos no
apuntan a personas reales.; Ulises de James Joyce, Berlin Alexanderplatz de Alfred Doblin y el teatro
documental son buenos contraejemplos. Para un lector normal, la historia de un Conde de X en un diario no
es menos fictiva que la historia de Madame Bovary. Todos estas reflexiones muestran que no es posible
definir la poeticidad con la sola ayuda de un análisis textual: [17] uno debe tener en cuenta el complejo
proceso de la comunicación literaria. En efecto, la total compleja producción del texto, texto, mediación y
recepción del texto donde cada segmento particular tiene su propia historia y reglas (cf. Schmidt 1971a y
6

1975). Es seguramente verdadero, que muchos textos literarios, por ejemplo, los poemas, están construidos
de forma especial, y que ese tipo de narración difiere, de forma clara, de aquel en otros textos. Sin embargo,
yo pienso (con la excepción de los textos ‘desviados’ obviamente), que el solo texto aislado no puede
motivar a los lectores a tratar los textos, presentados a ellos como ‘literarios’, como si ellos solo contuvieran
proposiciones que son consideradas ni verdaderas ni falsas, y sin referenciabilidad directa hacia EW en el
tiempo de la recepción del texto. Debe ser la comunicación literaria como un sistema de normas (para la
producción, recepción e interpretación de los textos), incluyendo las intenciones y expectativas de un autor,
características textuales, el entrenamiento mediante instituciones sociales, y las expectativas y hábitos de los
lectores en conjunto, lo que realice este fenómeno.

3.1.2.
Quizás, estas breves reflexiones han mostrado una vía hacia una respuesta más convincente: el hecho de
que los lectores normales, educados de textos literarios (al menos en contextos culturales europeos)
usualmente los traten como si estos constituyeran un Wiq todo fictivo, el cual no es – como es frecuente –
considerado como relaciones verdad-funcional (hacia EW en un tx), puede ser únicamente explicado por una
convención establecida históricamente. Esta convención regula la comunicación literaria como un sistema
de normas al bloquear la referencia directa entre los Wiq y el normativo EW para los lectores en ty. Cuando
Ihwe dice:

La característica {+ ficción} en el estudio literario deberá formularse, de ahora en adelante, de tal


manera, que describa la (al menos parcial) restricción de la función referencial normal de las expresiones
verbales y especialmente la supresión (substitución) del denotatum factual, mediante un denotatum fictivo
establecido intertextualmente: de todos modos, los fundamentos del denotatum fictivo en el denotatum
factual (como una condición de su inteligibilidad), no pueden ser interpretados en el sentido de una
referencia factual {...}.

Deberemos preguntarle a él, por una explicación plausible de este hecho curioso de substitución, mejor
aún suspensión, de la referencia factual en la comunicación literaria.

3.2.
Para responder a esta pregunta, debemos tomar en cuenta el hecho socio-histórico observable que se ha
desarrollado, al menos en las sociedades europeas, a través del curso de la historia. Una convención
pragmática que regula la evaluación (= comparación entre Wi y EW) de los textos que pertenecen a la clase
definida socialmente de ‘obras de arte literarias’. Esta convención puede ser formulada toscamente como el
siguiente postulado:

Regla 1: Si deseas leer adecuadamente un texto literario, tu tarea predominante no es evaluar sus partes
referibles, de acuerdo a las categorías de verdad-funcional en el armazón referencial de EW en el tiempo de
recepción, sino, más bien, de acuerdo a categorías como ‘nuevo’, ‘interesante’, ‘excitante’, ‘opresor’, etc.

En la práctica, esta convención ha sido y debe ser aprendida por cada miembro de una sociedad cultural
que desee formar parte, de modo adecuado, en la comunicación literaria. Que esta convención existe y que
aún es eficiente, puede verse en cualquier momento, cuando, por ejemplo, el lector de una novela la juzga
una mala novela, porque la historia contada (o partes de ella) no era(n) verdadera(s) (respecto de EW); en tal
caso, la mayoría de los lectores y críticos literarios responderán: ‘¿Y qué? Yo pienso que tú fallaste al
reconocer el tipo adecuado de discurso al que estamos comprometidos.’ En la actualidad no tenemos ningún
resultado representativo de una investigación empírica que pueda probar lo correcto de esta opinión. Por lo
que debe considerarse como una hipótesis de trabajo, basada en la experiencia personal y en el conocimiento
de la discusión teorética entre los críticos literarios y los estudiosos de la literatura.

A mí me parece, que sería un hecho muy importante para la historia de la literatura resolver cómo llego a
ser esta convención y por qué sucedió esto; esta investigación no puede llevarse a cabo aquí, pero estoy
seguro, que tal pregunta histórica crearía una relación cercana entre los intereses políticos de los grupos
7

gobernantes y los desarrollos culturales. La razón es, por un lado, que la suspensión de la relación directa de
los Wiq hacia el EW de un tiempo especial abre rangos de una cierta libertad y autonomía para la literatura,
pero, por el otro, vuelve imposible una influencia directa de la literatura sobre los procesos políticos y
sociales – el bien conocido problema del conflicto entre la autonomía y la ineficiencia del arte en general.

3.2.1.

La primera hipótesis que deseo formular, conservando la distinción entre la noción de ficcionalidad y
aquella de fictividad, es la siguiente: la noción ‘ficcionlidad’ describe el principio regulador que domina
todas las operaciones, y respectivamente las evaluaciones, semánticas en el sistema social e históricamente
institucionalizado de la comunicación literaria. Para el productor de texto, que desee producir un texto como
un objeto potencial de la comunicación literaria, este principio significa, que él debe esperar, que los mundos
- a los cuales los lectores tienen la facultad de ordenar dentro del texto en el proceso de recepción - serán
juzgados como mundos fictivos. Para los receptores, este principio significa, que ellos deben tratar
(procesar/evaluar) como fictivos aquellos mundos, a los que puedan asignar a un texto (si se le presenta
como uno literario).
Por ‘mundo fictivo’ quiero decir: un mundo fictivo Wli es un mundo o un sistema de mundo, al cual un
lector refiere a un texto en un contexto de comunicación literaria, respetando la norma – provista por el
principio de ficionalidad – de acuerdo a la cual los objetos y estado de los asuntos en cualquier Wiq no han
sido, en efecto, el caso en su EW al tiempo de la producción del texto, además de lo que el autor hizo, y
respectivamente hace, no los afirma ser efectivamente en el caso de su EW. Sin embargo, existen otros
problemas. Como ya mencioné arriba, los textos literarios, tal como cualquier otro texto, constituyen un
‘mundo’. Para construir un mundo comprensible Wi, el autor debe hacer uso de materiales lingüísticos
decodificables y reglas de construcción textual. Cuando escribe un texto coherente, el lector es capaz de
asignar un mundo coherente a este texto. Supongo que el lector normal tiene una tendencia natural para
entender todos los textos de la misma manera, es decir, de leer el texto (ya sea uno literario o no) como un
sistema ordenado de instrucciones lingüísticas de cómo construir un mundo que pueda funcionar como un
‘modelo’ para este texto (en el sentido de Charles Morris). Pienso, que esta construcción de un modelo de
mundo, es imposible sin una comparación permanente del estatus modal del mundo textual con EW. No
puedo probar empíricamente esta hipótesis; sólo puedo referir una introspección personal y las opiniones de
algunas personas, considerando su práctica lectora. Aún así, supongo que el lector normal continuamente (y
de la forma más implícita) compara Wiq a EW (por ejemplo, preguntando si la historia narrada en Ti es
posible en EW o no, si es probable que suceda o no, y así sucesivamente). ¿Qué es, entonces, lo que lo lleva
a suspender su forma referencial (orientada verdad-funcionalmente) normal de juzgar los textos? Y si
respondemos, como lo hicimos arriba, de que es una convención social – que afirma descansar sobre rasgos
textuales-objetivos – que previene al lector de hacerlo así, entonces ¿qué realiza él en vez de comprender los
textos en su manera usual?
Pienso que lo que él hace, es lo que ha aprendido a realizar en el curso de su instrucción literaria.
Nuevamente será necesario clarificar el desarrollo histórico de la praxis dominante en la comunicación
literaria; aquí sólo puedo declarar como una hipótesis, que la norma que guía la presente praxis de procesar
‘adecuadamente’ un texto literario, puede ser condensada en la siguiente regla:

Regla 2: Si un texto pertenece a una clase de textos ‘literarios’, considera, al Wiq construido, como si
fuera un mundo ‘autónomo’; observa, cómo el texto está construido formalmente (estilísticamente); evalúa
su cualidad, comparándolo con otros textos contemporáneos, y, entonces, ubícalo dentro del desarrollo
literario para decidir si es innovador, interesante, etc. Por esto quiero decir: considera y evalúa el texto
literario en el armazón del universo cerrado de los textos literarios, el cual constituye el presente nacional,
europeo, o literatura mundial y el cual demanda la observación de la Regla 1 para su recepción adecuada,
suspendiendo la relación directa de Wiq hacia el EW del lector ( = suspensión de la referencia). La
observancia de la Regla 2 sólo permite comparar el universo de los textos literarios (+ mundos
correlacionables), procesados de forma adecuada (cf. Regla 2), con EW, es decir, discutir el rol/función de la
comunicación literaria como un complejo subsistema institucionalizado de comunicación social y, en este
8

contexto, discutir la función social de producir, entender y evaluar los mundos fictivos mediante los textos
literarios.

3.2.2.
Esta comparación mediada de la posible referencialidad de Wiq hacia EW (esto es, una discusión de la
relación de accesibilidad entre Wiq y un modelo de mundo de nuestra experiencia normal) es interpretada
por las diferentes teorías literarias y/o estéticas de diferentes maneras. La ‘ficcionalidad’ resulta ser un
principio meramente formal; las decisiones temáticas que provoca están atadas a las teorías históricas y
estéticas.
Aquí, también, sólo puedo dar pistas globales (para una discusión más detallada, véase Schmidt 1971 y
1972):

(a) las teorías idealistas, que postulan una absoluta autonomía de la obra de arte literaria, cortan
rápidamente la relación referencial directa entre Wi y EW sin negar la accesibilidad de Wiq de EW;
(b) las teorías marxistas de la ‘Wiederspielung’ consideran Wiq como una descripción más o menos
verdadera y políticamente acentuada del estado de los asuntos dentro de EW en ti;
(c) los representantes de una ‘estética negativa’ consideran Wiq como una negación del extraño EW
o, ya de manera extrema, una alternativa para EW;
(d) las teorías sobre la poiesis sugieren tratar la producción de los Wiq como un complicado proceso
de inventar todos los tipos posibles de mundos con todos los tipos de relaciones entre Wiq y EW para
ampliar el espectro de la imaginación y desarrollar alternativas para EW o partes de él;
(e) los artistas concretos y conceptuales tratan de mostrar las reglas y los elementos constitutivos del
mundo como tales; presentan los medios y los ‘lenguajes’ en vez de los ‘contenidos’.

3.2.3.
Déjenme intentar resumir: la ‘ficcionalidad’ marca una característica decisiva de un tipo de discurso de
comunicación social, socialmente institucionalizado, respectivamente un subsistema (refiérase a la
comunicación literaria).
La ‘ficcionalidad es el nombre para un sistema especial de reglas pragmáticas, que prescribe cómo los
lectores deben tratar las relaciones posibles de los Wiq hacia EW, comprendiendo a los textos literarios,
como también, cómo a tratarlos adecuadamente respecto a las normas desarrolladas históricamente en el
sistema de la comunicación literaria.
La ficcionalidad no es, por lo tanto, una propiedad de un texto literario en sí mismo; como lo señala
Gustafsson (1969):64ss.):

Una de las cualidades más importantes de la novela no nace de sí misma como parte de su estructura
interna, sino como una relación entre el lector y la condición histórica del texto como conjunto. Ser una
novela es una afirmación que la novela carga consigo misma, siendo representada como una novela desde el
inicio, y desde el comienzo prescribe cierta actitud para el lector, diferente de la que el mismo lector toma
hacia las memorias y otros textos documentales.

Nuestra tradición cultural ha creado una conexión cercana entre las nociones de ‘literario’ y ‘ficcional’,
donde ‘literario’ marca la clase de textos (respectivamente comunicación) y ‘ficcional’ el tipo de evaluación
y procesamiento semántico textual. Esta conexión y sus reglas pragmáticas resultantes se han desarrollado
hacia un tipo de dogma auto-evidente por poetas sobresalientes, críticos literarios y estudiosos de
‘Literaturwissenschaft’; este dogma se ha popularizado a través de instituciones sociales, tales como
escuelas, universidades, medios de comunicación masivos, etc., sin tomar en cuenta, seriamente, qué es lo
que las personas – o aún mejor, lo que las masas de gente que todavía (o siempre) lee los así llamados textos
literarios – realmente hace al leer tales textos.
El dogma de una conexión necesaria entre la poeticidad y la ficcionalidad es un dogma tradicional de los
grupos culturales y/o personas líderes. Sería un problema históricamente muy complicado decidir, si es el
principio de ficcionalidad el que ha motivado a los autores a producir textos de un alto carácter fictivo, o si
es la existencia de un tipo especial de textos que no pueden ser manejados como cualquier otra clase de
9

textos, los que han forzado a los teorizadores a formular la tesis de la conexión necesarias entre la poeticidad
y la ficcionalidad.
Este dogma, todavía existente, tiene, sin ninguna duda, impactos sociales muy importantes: separa
rígidamente un complejo sistema de procesos comunicacionales (y textos que ocurren ahí dentro), de todos
los otros procesos pragmáticos (políticos, económicos, deportivios, etc.) mediante el principio de
‘ficcionalidad’. Por lo tanto, la comunicación literaria prueba ser una institución similar a un museo; es un
contexto especial con reglas de evaluación estrictas. Todo lo que entra a este contexto especial de ‘arte’ (en
el sentido más amplio), pierde todos sus atributos y funciones que normalmente posee: las piedras pierden su
existencia como piedras, las bicicletas o aeroplanos pierden sus funciones pragmáticas, las palabras y las
proposiciones pierden su fuerza referencial esperada (respecto a EW); en vez de realizar su función
pragmática, sus cualidades como arte posible son sospechosamente observadas. M. Duchamp demostró este
mecanismo de forma clara y suficiente (cf. la reconstrucción en Schmidt 1974).

¿Qué es lo que averiguamos?


Si colocamos el problema de la literatura dentro del cuadro más amplio del arte como conjunto, nos
damos cuenta que el arte representa un sistema de contexto especial, y que la ficcionalidad funciona como
un principio que regula todos los procesos semánticos en este sistema contextual, al que contiene como una
regla global:

Regla 0; ¡Nunca te salgas inmediatamente del contexto del arte! Esto significa que si lees un texto que
pertenece a este contexto artístico, observa las Reglas 1 y 2 de arriba. En efecto, relaciona le texto literario al
contexto de la comunicación literaria. No preguntes primariamente si el texto es verdadero o falso dentro de
EW, o si una cosa presentada como obra de arte en este contexto es útil o inútil. En cambio, evalúalo como
una obra de potencialidad autónoma, una obra de arte que puede ser recibida adecuadamente, sólo cuando el
lector obedece a la regla del discurso/comunicación ficcional, de acuerdo a la cual los textos literarios no
tratan con hechos, sino que constituyen mundos posibles desvinculados de la realidad del tipo EW. [18]

3.3.1.

La toscamente descrita tradición cultural de ficcionalizar todo Wiq es un hecho en la comunicación


estética. Pero, por supuesto, este hecho no es inmutable, y la historia del arte moderno muestra diferentes
intentos de cambiar este sistema: littérature engagée, la teoría de la muerte de la poesía, la poesía concreta,
realismo socialista – intentos muy diferentes, pero intentos de cambiar la interpretación del mecanismo
referencial en la comunicación literaria. La vanguardia está, hoy en día, produciendo teorías para integrar el
arte a la vida y la vida al arte (por ejemplo, happenings, arte y lenguaje, etc.), para sobrepasar la frontera
marcada por el principio de la ficcionalidad. El futuro mostrará si logran tener éxito.

Referencias

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[1] Schmidt, Siegfried J., “Towards a pragmatic interpretation of ‘ficionality’ Pragmatics of language and
literature, ed. Teun A. Van Dijk, vol 2, Amserdam, North-Holland Publishing Company, 1976, pp. 161-178.
Traducción y notas por Vicente Bernaschina Schürmann.

[2] “Literatura” es usado aquí en un sentido correspondiente al término alemán Dichtung; prefiero esta
vaga noción al término inglés “poetry”, que es (o puede ser) restringido a los poemas en un sentido más
11

estrecho. (Al respecto, puedo señalar que el término Dichtung tendría, en este sentido, relación directa con el
concepto de poesía –en nuestra lengua--, atraído desde su etimología griega, en el sentido de creación,
invención, poiesis. –Nota del Traductor)

[3] Cf. Van Dijk, (1972:336, nota 6): “La relevancia de la característica de la “ficcionalidad” es sugerida
por su tratamiento regular en cualquier manual literario, desde la Poética de Aristóteles en adelante, y ha
generado demasiada discusión, con mucha frecuencia sesgada ideológicamente.”

[4] Cf. Wienold 1972:198: “Así, el punto para definir la literatura no es de ningún modo a través de
criterios intencionales. La fictividad, siendo aún sostenida por muchas personas como criterio tal, no resulta
suficiente para delinear, de forma satisfactoria, la literatura existente, aparte del hecho de que este criterio no
es fecundo para abrir el rango del fenómeno de la comunicación literaria o hacerla, incluso, accesible para la
verificación empírica.”

[5] Cf. una visón similar, sostenida por Van Dijk (1972:290): “Los textos ficcionales son por lo tanto
modalmente contrafactuales e intencionados pragmáticamente como tales, por un hablante que no niega la
contrafactualidad en el acto de habla.” Para una revisión bastante instructiva de la relación entre la teoría
mimética y la teoría de la ficción en la tradición germana, véase Preisendanz 1964.

[6] Cf., por ejemplo, Stankiewicz (1962:15) quien define como “esencia del arte verbal: el lenguaje
poético es propositivo en términos de la organización interna del mensaje, e impropositivo en términos de la
referencia externa”.

[7] Cf., por ejemplo, el viejo teorema del poeta como mentiroso, o Philip Sydney quien, en The defense of
poetry (la defensa de la poesía), dice: “Ahora bien, para el poeta, él nada afirma y por lo tanto nunca
miente.” (Grabes 1973:465).

[8] Ciertamente sería interesante discutir, con mucho más detalle, el, de alguna forma especial, concepto
de literatura de Frege; sin embargo, en este documento sólo puedo apuntar hacia este problema.

[9] Cf. Frege 1892 (ed. 1962):46: “Cuando escuchamos una narración épica (epos), por ejemplo, somos
atraídos, aparte de la eufonía del lenguaje, por el solo sentido de las proposiciones y las imágenes y
sentimientos que ellas nos despiertan. Mediante la búsqueda de la verdad dejaríamos el goce artístico y nos
volveríamos a la consideración científica. Por esto, no reviste ninguna diferencia para nosotros, si el nombre
‘Odysseus’, por ejemplo, posee significado, mientras consideremos al poema como una obra de arte.”

[10] Cf. Una visión similar en Nierlich 1973:20. “Aquí es suficiente, de todos modos, apuntar, junto con
Searle, que la literatura poética, en contraposición al habla pública o privada, no es guiada por reglas de
sinceridad.”

[11] En este sentido, existe bastante material que se refiere a estas expresiones poéticas (desviadas) como
elementos constitutivos y naturales del lenguaje y del aparato cognitivo humano. Véase, por ejemplo, G.
Vico: Principios de una ciencia nueva para la naturaleza común de las naciones; J. Barceló, Función
cognoscitiva de la metáfora en la retórica clásica, etc. (N. del T.)

[12] Para una explicación más estricta véase Petöfi y Rieser 1974.

[13] Al respecto, puedo aclarar, que en semiótica, este concepto se iguala con la presencia de un objeto
externo al código mismo, y en este sentido, la referencia no sólo como un indicador de un objeto designado
por una expresión, sino que como transmisor de un contenido cultural. Por lo que se hace necesario una
teoría pragmática, puesto que para una teoría de los códigos, entendiéndola desde Eco, es un concepto
molesto e incómodo, ya que compromete la pureza teórica de la teoría. (Tratado de Semiótica General,
Barcelona, Lumen, 2000, pp. 101ss.)(N. del T.)
12

[14] Ihwe refuta argumentos de este tipo (1972:232) mediante el siguiente, y algo críptico, reparo: “Como
nos ha mostrado la experiencia, los ‘mundos posibles’ deben ser considerados, al menos, como mundos
potencialmente reales, donde inversamente el ‘mundo fictivo’ de la obra de arte literaria, por mucho que
corresponda a los mundos existentes – y por mucho que el autor reclame su facticidad –, es por estas mismas
razones confirmado en su fictividad esencial.”

[15] Cf. Eder 1972:27. “Y obviamente, la intención de afectar el modelo primario de la realidad en la
conciencia, por medio de la resonancia que evoca el modelo ficcional en ella, es inherente, al menos, a todos
los textos narrativos que pueden percibirse como ingenuos. Las estructuras de experiencia, y con ellas las
normas sociales, pueden confirmarse a través de ellos y las experiencias pueden simularse y por
consiguiente, preprogramadas sin ambigüedad.”

[16] Cf. Wellek y Warren (1949:25): “Sin embargo, la naturaleza de la literatura emerge más claramente
bajo los aspectos referenciales.”

[17] Para una confirmación reciente de esta hipótesis cf. Ihwe (1973ª:167), quien postula ahora, como un
nuevo punto de partida para “el estudio de la literatura” (“Literaturwissenschaft”), el “hecho de que los
textos son aceptados como literarios {...}. La noción de aceptación es claramente una noción pragmática
{...}” (1973ª:168).

[18] Cf. Smith (1970:560), quien describe la teoría dominante: “Como un enunciado, el poema es
desvinculado de cualquier contexto específico u ocasión en el mundo de los objetos y de los eventos, y así,
en los términos de Goodman, se refiere a y denota nada.”

Tres traducciones en torno a la ficcionalidad y su interpretación, por Vicente Bernaschina Schürmann |


Ficcionalización: la dimensión antropológica de las ficciones literarias, por Wolfgang Iser | Modelos
Hermenéuticos, por Michael Riffaterre | Hacia una interpretación pragmática de la “ficcionalidad”, Siegfried
J. Schmidt

Cyber Humanitatis Nº 31 (Invierno de 2004)

Tres traducciones en torno a la ficcionalidad y su interpretación


13

por Vicente Bernaschina Schürmann

Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica, Universidad de Chile

1.- Literaturidad y ficcionalidad

Las tres traducciones aquí presentes se enmarcan dentro de la discusión sobre la especificidad de la
literatura y su relación con la ficcionalidad. Así, cada una de ellas ensaya una discusión diferente en torno al
tema, desarrollando distintos alcances y consideraciones para estudios posteriores respecto de los textos que,
usualmente, declaramos como literarios.

Ante la vieja pregunta sobre la “literaturidad”, o sea, qué es lo que hace que un texto pueda considerarse
literario dentro de nuestra sociedad, es necesario remarcar que la búsqueda de la esencia de lo literario,
contemporáneamente, ya se ha demostrado inútil e ilusoria.

Brevemente puedo señalar, que esta discusión surge desde ciertos problemas de reflexión filosófica de
mediados y fines del siglo XIX (fenomenología, lógica, filosofía el lenguaje, etc.) y encuentra su primera
discusión teórica fuerte, centrada específicamente en el lenguaje (en tanto código) y lo literario, a principios
del siglo XX con los formalistas rusos. Estos determinaron básicamente que la literaturidad consistía en
cierta disposición estructural del texto (y de los enunciados allí desplegados), en la cual se hacía
predominante la función poética del lenguaje (Jakobson). En otras palabras, dentro de una situación de
comunicación, el mensaje se centraba sobre sí mismo y, por lo tanto, no necesitaba remitirse(puntualmente)
ni al referente, ni al emisor, ni al receptor, como tampoco al código o al canal. El mensaje se configura,
entonces, desde sí mismo y hacia sí mismo, produciendo un extrañamiento del texto, lo que permitía
considerarlo como artefacto y objeto de estudio.

Ahora bien, si observamos algunas de las consideraciones filosóficas que se presentan en el trasfondo de
estas discusiones, hayamos afirmaciones como las de Gotlob Frege, quien dirá, por ejemplo, que las
proposiciones en literatura se caracterizan por ser juicios asertivos sin función afirmativa o, en otro caso, la
de Roman Ingarden, el que señala por su parte que estas aserciones, en realidad, son cuasi-juicios y que, por
consiguiente, no demandan una verdad extratextual. O sea, poseen una referencia interna y no externa.

Estas características son las que servirán de argumentos y sustento para las diversas discusiones sobre la
literaturidad, que se desarrollarán a lo largo del siglo XX en los distintos enfoques desde los cuales se ha
pretendido tratar y discutir el problema. Ya sea el estrcuturalismo, la hermenéutica, la teoría de la recepción,
la semiótica, la pragmática, la crítica postestructural, etc., cada una utilizando estas reflexiones para
sustentar o rebatir otras consideraciones teóricas al respecto [1] .

Además de este característica relevante de los discursos ficcionales y literarios, aparece otro criterio para
delimitarlos, que es, más que la mera presentación de hechos u objetos irreales o ficticios, la representación
de un acto verbal. Por ejemplo, Bárbara Hernstein señala que:“lo que los poemas representan ‘en el medio
del lenguaje’ es el lenguaje o de una manera más precisa, el habla, la enunciación humana, el discurso. [...]
lo que un poema representa distintiva y característicamente no son imágenes, ideas, sentimientos,
personajes, escenas o mundos, sino discurso.” (Hernstein, 1993:41) En otras palabras y más
específicamente, la representación del discurso.

En esta dirección, tal como señalan los teóricos de la recepción, el texto no refleja el mundo exterior sino
que crea el contexto en que se hallan sus límites y, por consiguiente, siempre se precisa que el receptor
participe de esta misma creación y (re)construya los sentidos y mundos propuestos por el texto [2] . De tal
modo, se hace mucho más evidente la conciencia de una noción de partitura musical en torno al texto, en el
14

cual los significantes están plasmados gráficamente, pero necesitan siempre de una interpretación para
configurar un sentido.

Ahora bien, en la medida en que se suspenden los criterios de verdad y falsedad, a la vez que se instala el
objeto dentro de un espacio específico que le otorga ciertas características especiales y que suspende
definitivamente la referencialidad respecto del mundo externo, lo que hace el texto ficcional y literario es
espectacularizar al lenguaje mismo. Por lo tanto, “lo que el poeta compone como texto no es un acto verbal,
sino una estructura lingüística que se vuelve, a través de su lectura o recitado, una representación de un acto
verbal.” (Hernstein, 1993:46) Esta representación es la que nos permite distanciarnos [3] y ubicarnos en un
espacio de contemplación donde se produce la suspensión de los referentes, dejándonos ante el despliegue
del libre juego del lenguaje y por lo tanto frente a su dimensión estética (situación que sería el resultado de
la función poética planteada por Jakobson).

Lo interesante que van planteando todas estas consideraciones teóricas respecto del lenguaje, la
ficcionalidad y la literatura es la cuña que introducen en la reflexión en torno a la referencialidad del
lenguaje y la configuración de mundos, como también, por otro lado, la necesidad de volcar la mirada sobre
la arbitrariedad de lo que es determinado como exclusivamente literario. Un claro ejemplo de esto resulta el
cuestionamiento que realiza Hayden White en “El texto histórico como artefacto literario” (White, 2003), al
evidenciar que formalmente el discurso histórico, en tanto texto, se construye de manera similar al texto
literario, sustentándose legítimamente, sólo desde consideraciones externas que le atribuyen los criterios de
verdad a lo señalado por estos. Dentro del texto histórico no hay marcas en la articulación de su lenguaje que
nos permitan afirmar la verdad de los hechos allí establecidos, salvo porque el mundo que configura
intratextualmente tiende a intentar coincidir con el mundo extratextual, pero es algo que la literatura realista
(como las novelas históricas, biografías noveladas, etc.) también realizan. Lo mismo podemos señalar,
mirando desde la retórica antigua (Aristóteles, Barthes), respecto de los discursos enunciados por alguna
personalidad pública. Fácilmente se tiende a considerar lo dicho y expresados por estos sujetos, legitimados
por lo que resulta el cargo adosado a esa “personalidad” (que no resulta diferente a una máscara o un
personaje), como verdadero, sin cuestionar, comúnmente, el mismo carácter ficcional que posee su discurso
y la relación, por consiguiente, con la verosimilitud [4] planteada por este.

Schmidt, desde esta perspectiva es bastante lúcido al aclarar, en “La comunicación literaria” (Schmidt,
1983) tanto como en “Hacia una interpretación pragmática de la’ficcionalidad’” (Schmidt, 1976 – [2004]), la
arbitrariedad normativa y convencional de lo que resulta considerado literatura en un momento y en un lugar
específico, inserto dentro del marco de un sistema de comunicación, donde intervienen al menos, un
productor, un intermediario (distribuidor), un receptor, y un agente de transformación (aquellos que pueden
legítimamente determinar qué resulta literatura y qué no). O sea, introduce, desde la consideración exclusiva
que hace sobre los sistemas de comunicación específicos que subyacen al complejo sistema de
comunicación que sería nuestra sociedad, la noción de ideología y los manejos de poder que estarían
influyendo y manipulando, desde la hegemonía, qué reflexiones desplegadas en cierto texto son las que
pertenecen al museo de lo literario y cuáles son las que pertenecen al mundo “real” [5] . De hecho Schmidt,
en la comunicación literaria afirma:

“Literario = lo que los participantes de la comunicación implicados en procesos de comunicación a través


de textos tienen por literario sobre la base de las normas poéticas válidas para ellos en una situación de
comunicación dada.” (Schmidt, 202 – subrayados míos)

2.- S. Schmidt: “Hacia una interpretación pragmática de la “ficcionalidad”

En torno a este tema, el artículo de Schmidt hace explícita, en términos de la semántica de la lógica
modal, las características propias de la relación que se establece entre el productor, el texto, el receptor y los
mundos posibles (intratextuales) que configura ese texto respecto del mundo “real” experiencial, destacando
15

la situación pragmática de tal texto dentro de un contexto artístico-cultural específico. Contexto que permite
que sea comprendido y establecido comúnmente como literario.

En esta dirección, Schimdt plantea, aparte de los dos preceptos ya enunciados anteriormente por él mismo
[6] , tres reglas que, convencional e implícitamente instituidas y enseñadas, son las que permiten
legítimamente a los receptores (lectores) y a los “agentes de transformación” (críticos, teóricos, estudiosos
de la literatura, etc) denominar un texto como literario o no.

Lo interesante de este postulado es, más allá de las consideraciones que se han desarrollado en extenso a
lo largo del siglo XX respecto de la inmanencia o autoreferencialidad de el texto literario (vid supra), es el
problema –conflictivo e incómodo para ciertas áreas del conocimiento humano, debo aclarar – que se
plantea en torno a los procedimientos de legitimación y de suspensión de la argumentación respecto de la
arbitrariedad del juicio para calificar algo como literario o no literario (en la medida en que, en muchas
ocasiones, lo literario es considerado como falso, mentiroso, y, por consiguiente, dejado de lado como
elementos absolutamente intrascendentes para el conocimiento humano).

Ante tal tema Schmidt, en este documento, señala:

“A mí me parece, que sería un hecho muy importante para la historia de la literatura resolver cómo llego a
ser esta convención y por qué sucedió esto; esta investigación no puede llevarse a cabo aquí, pero estoy
seguro, que tal pregunta histórica crearía una relación cercana entre los intereses políticos de los grupos
gobernantes y los desarrollos culturales.” (Schmidt, 1976 – [2004])

Esto, porque la suspensión de la relación directa entre los mundos generados dentro del texto hacia el
mundo “real” experiencial en un determinado tiempo, abre rangos de una cierta libertad y autonomía para la
literatura. Sin embargo, también vuelve imposible una influencia directa de la literatura sobre los procesos
políticos y sociales – el bien conocido problema del conflicto entre la autonomía y la ineficiencia del arte en
general (Schmidt, 1976 – [2004]). Esta última situación claramente conveniente para determinados grupos
que ostentan la hegemonía (ya sea política, cultural, científica, etc), puesto que les permite desestimar con
facilidad discursos que desbaratan o atentan contra la estabilidad del discurso y/o ideología propia [7] .

De tal modo, para Scmidt, “la ‘ficcionalidad’ marca una característica decisiva de un tipo de discurso de
comunicación social, socialmente institucionalizado”, que se sostiene en un pacto que en realidad resulta un
dogma incuestionado y hasta el momento incuestionable, al cual, a lo largo de la historia, las hegemonías y
los discursos institucionales han hecho decir o callar a los diversos sujetos enunciadores, mediante sus
procesos de inclusión y excusión determinados. De hecho, Schimidt explicita que:

“la comunicación literaria prueba ser una institución similar a un museo [8] ; es un contexto especial con
reglas de evaluación estrictas. Todo lo que entra a este contexto especial de ‘arte’ (en el sentido más amplio),
pierde todos sus atributos y funciones que normalmente posee: las piedras pierden su existencia como
piedras, las bicicletas o aeroplanos pierden sus funciones pragmáticas, las palabras y las proposiciones
pierden su fuerza referencial esperada [...]; en vez de realizar su función pragmática, sus cualidades como
arte posible son sospechosamente observadas [9] . M. Duchamp demostró este mecanismo de forma clara y
suficiente. (Schmidt, 1976 – [2004])

Considerando lo aquí expuesto es posible señalar que las consideraciones de Schmidt, en este texto,
proponen dos problemas interesantes a seguir y a discutir:

1.- La necesidad de una teoría coherente que considere y logre dar cuenta de lo que él denomina la
“comunicación literaria” y toda su complejidad, en relación a los diversos sistemas de comunicación que, en
su perspectiva, configuran la sociedad.
16

2.- Desde la constatación de las características que se logran observar en un texto literario inmerso dentro
de este sistema de “la comunicación literaria” y de la comprensión de las alteraciones que sufre el lenguaje y
su referencialidad (para la convención) dentro de este marco extraordinario, poner énfasis en la arbitrariedad
y convencionalidad de la norma (pacto literario) que establece y fija, desde una supuesta autoridad legítima,
un texto como literario. Por lo tanto, se propone investigar y entender el funcionamiento y algunas de las
motivaciones que llevan a que, hasta hoy en día, el dogma que resulta este pacto no se haya visto
severamente cuestionado. La idea es que se planteen, desde la teoría, las reglas claras y específicas, que
permiten que se genere ese espacio exclusivo (arte/literatura/museo) en el cual ingresa un objeto cualquiera,
pero de inmediato su recepción se ve modificada absolutamente. Esto, para que nos sea posible ser
consientes de los manejos del poder y las razones que subyacen a la determinación de que un texto o un
grupo de textos ingresen dentro del marco de lo literario y otros sean o puestos dentro de discursos
oficialmente “verdaderos” o que sean desestimados y dejados al margen tan solo como escrituras, datos e
incluso menos.

3.- W. Iser: Ficcionalización: la dimensión antropológica de las ficciones literarias

Wolfgang Iser, en el presente artículo, introduce la noción de “sobreposición” para caracterizar el rasgo
particular que relaciona a la mentira y a la ficción. Una característica principal de este proceso es que du-
plica (o sea, genera un doble, pero a su vez, realiza un pliegue, un doblez que enfrenta estas realidades sobre
un mismo tejido, espectacularizando [10] ) y produce un cruce de fronteras entre los mundos que se
enuncian en el texto. En la medida en que “el mentiroso debe ocultar la verdad, pero, de tal manera, la
verdad está potencialmente presente en la máscara que la disfraza. En las ficciones literarias, los mundos
existentes se sobreponen y, a pesar de que son aún individualmente reconocibles, están puestos en un
contexto que los desfamiliariza. Por lo tanto, la mentira y la literatura siempre contienen dos mundos: la
mentira incorpora la verdad y el propósito por el cual la verdad tiene que esconderse; las ficciones literarias
incorporan una realidad identificable, sujeta a una remodelización imprevisible.” (Iser, 1990b – [2004])

De tal manera, la realidad sobrepuesta nunca queda atrás. Ahora bien, esto surge de un proceso de
enmascaramiento y perífrasis alegórica, puesto que el significado manifiesto debe entenderse
simultáneamente como un significado diferente, en función de hacer transparente la máscara sin levantarla.
Es un proceso que evidencia una diferencia plasmada en el sobreentendido cultural de que la literatura
suspende los criterios de verdad y falsedad, así como la referencialidad respecto del mundo “real”
experiencial, produciendo la polisemia de los significados propuestos por los significantes. Por lo tanto, no
hay un solo sentido recto, sino que se proyectan múltiples posibilidades. Todo esto, entendiendo que el texto
literario y los mundos desplegados por estos necesitan de la participación activa de un lector que cree,
conjuntamente, desde las marcas textuales, co-textos y contextos, los mundo y los sentidos propuestos a la
interpretación. (vid supra. nota 2).

De tal modo, Iser señala que la dinámica de esta creación se da porque el significado 1 convoca a un
significado 2 y este a su vez a un tercero y así sucesivamente. Proceso que realiza una ostensión que se hace
manifiesta en estos significados que apuntan siempre a un significado diferente del anterior, pero sin
abandonar del todo lo que supuestamente dejan atrás. Implícitamente van configurando la noción de eso que
se pretendía ausente y es en ese remanente, en ese rastro o huella, donde se comienzan a configurar los
sentidos del texto ficcional [11] .

Entendiendo la dinámica del modo en que la enuncia y ejemplifica Iser en “Ficcionalización”, este resume
que:

“La ficcionalidad literaria tiene la estructura del doble significado, que no es el significado por sí mismo,
pero una matriz para generar significados. El doble significado toma la forma del ocultamiento y revelación
simultáneos siempre diciendo algo, que resulta diferente de lo que mentaba, para anunciar algo que se
sobrepone a lo que esto refiere. Fuera de esta dualidad, surge la condición de “éxtasis” [...]” (Iser, 1990b –
[2004])
17

Condición de éxtasis que será importante desde la perspectiva cognitiva, puesto que, dentro de la
discusión de la ficción como mentira queda en evidencia el rol primordial que juegan estas dentro del
conocimiento humano. Iser dice: “La ficcionalización en la literatura apunta a un patrón antropológico que
es integral para el ser humano: la estructura del doppelgänger, (el doble, alter ego).” (Iser, 1990b – [2004]).
Estructura que se genera directamente de la posibilidad que propicia la ficcionalidad al poner en escena al
lenguaje y sus usos, tanto como a los sujetos que lo enuncian en diversas situaciones, como también la
generación de un doble, en el cual es posible contemplarse cual espejo (vid supra. nota 10).

Es en esta situación, donde se produce un despliegue total del proceso creativo que caracteriza al ser
humano, en la medida en que se está creando constantemente a él y los mundos circundantes. El hombre,
desde esta perspectiva, sería aquel que no representa lo que representa y, a su vez, representa lo que no
representa, debido a que no podríamos concebirnos jamás en un presente, como sujetos completos y
acabados, sino que estaríamos en constante búsqueda de configurarnos respecto de lo que creemos o
queremos ser y jamás desde lo que somos efectivamente.

La ficcionalización permite al ser humano, tal como decía en el párrafo anterior, algo que le es privado
por naturaleza. Tenerse a sí mismo, ser presente para sí mismo. La ficcionalidad permite infinitas
extensiones de uno en diversos mundos, pero a la vez evidencia la carencia del ser humano de no poder ser
presente para sí.

Ahora bien, el proceso de ficcionalización resulta, como es posible deducir de lo expuesto, inherente al
aparato cognitivo humano y no una dinámica exclusivamente literaria. Es interesante observar, conjuntando
con lo señalado por Schmidt, la coexistencia dentro de la ficcionalidad de lo real y lo posible, sobre la cual,
al suspenderse los criterios de verdad y falsedad, tanto como la referencialidad respecto del mundo “real”, se
produce la instalación del libre juego de las proposiciones y afirmaciones desde los mundos intratextuales
proyectados. Y en esta instalación del libre juego vendría a ubicarse, entonces, la perspectiva estética que
nos permitiría, quizás, comenzar a hablar de una especificidad de un objeto literario. Pero siempre
supeditada a las reglas convencionales establecidas en “la comunicación literaria” [12] .

En este artículo, Iser plantea una serie de temas complejos e interesantes, ya que vincula el proceso de
ficcionalización con el aparato cognitivo humano, específicamente con la posibilidad de conocimiento y
creatividad frente al mundo y uno mismo.

Ahora bien, la noción de enmascaramiento y de espectacularización resultan productivas, en la medida en


que ponen en evidencia la ficcionalidad del lenguaje humano y la utilización de esta en diversos medios, a la
vez que plantean la sobreposición de fronteras entre los discursos que sostienen una supuesta “verdad” sobre
otros, sin negarse mutuamente, sino que abriendo la posibilidad del libre juego. En otras palabras, el
conocimiento y la configuración estética del mundo por parte del ser humano.
4.- M. Riffaterre: Modelos hermenéuticos

Observando el eje central que agrupa a estas traducciones, este artículo se encarga de discutir y comentar
brevemente ciertas perspectivas de interpretación de la obra literaria. Más allá de la critica constante que se
realiza a los estudios hermenéuticos en torno a sus interpretaciones totalizantes, el texto de Riffaterre nos
permite entrever ciertos criterios de utilidad para la lectura, comprensión y asignación de sentidos en los
textos literarios.

Riffaterre comienza hablando de lo frustrante que resulta la ambigüedad y la indecidibilidad en los textos
literarios para los críticos que pretenden fijar una proposición de lectura. Ante este problema, él postula la
existencia de ciertos marcos de pensamiento, ciertos modelos ya establecidos en nuestro aparato cognitivo,
que nos permiten realizar las elecciones pertinentes para encontrar el sentido del texto leído. Dentro de esta
hipótesis, Riffaterre pretende demostrar cómo funcionan estos marcos de pensamiento en torno a dos de los
problemas característicos de la interpretación y de la crítica. Por un lado, la indecidibilidad desde el puro
18

texto y, por el otro, la oscuridad simple que se produce en un texto literario, debido al centramiento de la
mirada del critico única y exclusivamente en las figuras retóricas desplegadas y en los significados que
pueden tener estas, sin pensar, siquiera, en la existencia de un núcleo conceptual que permita ordenarlas.

Ante la indecidibilidad, Riffaterre plantea un modelo al que denomina siléptico, el cual vendría a aclarar
las dudas ante los problemas de ambigüedad extrema. El segundo modelo lo denomina hipogramático:
“Hipogramático porque un signo deíctico apunta a un texto latente, hacia un hipograma subyacente al texto,
y desde este extrae el texto su significancia.” (Riffaterre, 1983 – [2004])

A mi parecer, lo principal de este texto es la atención que presenta Riffaterre ante el contexto de
producción y los diversos contextos de recepción que rodean al texto, al igual que los sentidos sociolectales
que porta la escritura al vincularla a un determinado tiempo y lugar.

Desde otra perspectiva, considerando la creación constante del mundo por parte del ser humano, la
proposición de Riffaterre resulta interesante, puesto que más acá de querer plantear con rigurosidad estos
modelos hermenéuticos, recupera la importancia del contexto de producción y los de recepción, puesto que
esto permite, por una parte, asignar y argumentar sentidos de lectura para los textos, afirmándose en el
sociolecto y en las circunstancias históricas (elementos que pueden resultar reveladores para entender cómo
se inserta el texto dentro del sistema de la comunicación literaria de esa época), como también, y es algo que
me parece aun más importante, nota las variaciones de sentidos que experimenta no sólo un texto, sino que
los significantes de una lengua determinada, a lo largo del tiempo y según las circunstancias históricas que
lo rodean. Pone en evidencia que, en definitiva, no hay un sentido único para un texto. Lo que resulta una
perspectiva que, vinculada a lo señalado en torno a Schmidt, vendría a sustentar la tesis de la
convencionalidad de lo literario y de los sentidos propuestos desde la hegemonía a los diversos textos para
hacerlos decir lo que argumentalmente resulta conveniente para esta misma y su estabilidad.

5.- Comentario ulterior

En la medida en que se me permita, deseo plantear una opinión final que me queda rondando tras la
traducción, revisión y comentarios sobre estos textos y sus alcances.

Si Iser señala que el mundo ordinario está plagado de ficciones (Iser, 1990b – [2004]) (puesto que la
ficcionalización resulta un proceso inherente al aparato cognitivo humano [vid supra]), tales como las
suposiciones, los presupuestos teóricos, las hipótesis y comúnmente la base de las visiones de mundo. Y si
Hayden White ya en 1976 realizó un estudio pormenorizado de los elementos que permiten dar cuenta de
que el texto histórico (pretendido comúnmente como cierto y verdadero) funciona formalmente de la misma
manera que un texto literario (cfr, White, 2003). Y si Schmidt menciona reiteradamente en sus escritos la
arbitrariedad del pacto/dogma que establece a un texto como literario o no. O los muchos otros teóricos que
han señalado diversas aristas de esta problemática, tal vez el énfasis de una parte de nuestros estudios sobre
el lenguaje y la literatura podría ponerse en la conflictiva situación de la referencialidad efectiva que posee
el lenguaje sobre el mundo (tal como lo pretendió Foucault en Las palabras y las cosas, o algunos de los
estudios semióticos de Umberto Eco). Como también, por otro lado, volcarnos, acaso, a evidenciar, por
consiguiente, el carácter ficcional de todo lenguaje, en la medida en que un signo se entiende básicamente
como algo que está en el lugar de otra cosa, tal cual se comporta la dinámica de la ficcionalización y su
despliegue discursivo. La perífrasis alegórica de un significado que está en constante huída, en constante
vaciamiento y que se proyecta siempre hacia otro significado, expresado este a su vez por un significante
que sólo logra su fijación a través del ejercicio de poder que realiza un receptor, el que, desde su percepción
y conocimiento, lo estabiliza para utilizarlo con un sentido y con determinada intención.

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[1] Son demasiados los teóricos y críticos que han dedicado alguna de sus investigaciones y reflexiones al
tema como para nombrarlos a todos. Sin embargo, dentro de los principales y más conocidos, podemos
encontrar a Roland Barthes, Hans Robert Jauss, Wolfgang Iser, Siegfried Schmidt, Félix Martínez Bonati,
Umberto Eco, Teun van Dijk, Michael Foucault, etc.

[2] De todas maneras, esta reflexión debe mucho a la producción y reflexión poética de las vanguardias
históricas, debido a los efectos de “shock” producidos por sus obras, las que siempre apelaron a la
participación efectiva del receptor. Por un lado, buscaron vincular mayormente la vida y el arte, pero, aún
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más, esto se produjo por los procesos de explicitación del proceso de configuración de la obra misma, como
también, el énfasis en, y la exposición de, los mecanismos de su construcción y montaje. Las vanguardias
históricas se convierten en una producción artística que propicia una reflexión mucho más seria en torno al
arte, en un principio, y, posteriormente, en torno a todos los medios de representación y configuración de
mundo.

[3] Distanciamiento que corresponde al extrañamiento que señalaban los formalistas. Vid. supra.

[4] Característica que es también central dentro de los textos literarios y los mundos intratextuales que
configuran.

[5] Esto quedará un poco más claro en el próximo apartado.

[6] Véase “La comunicación literaria” (Schmidt, 1987), donde el autor, dentro del proyecto de esbozar
una teoría, encontrando elementos que caractericen la especificidad de un texto literario situado dentro de la
sociedad –entendida esta como un complejo sistema de comunicación conformado por diversos sistemas de
comunicación que, a su vez, poseen otros subsistemas–, plantea como características específicas de la
literatura, las preceptos de la fictividad y la polivalencia. El primero apuntando a la especificidad de la
comunicación literaria y el segundo a la especificidad del objeto partícipe de esta comunicación.

[7] Ahora bien, esta situación funciona, de todos modos, para ambos lados, puesto que estratégicamente
permite al productor de tal texto desarrollar una crítica encriptada hacia la hegemonía y desligarse de lo
dicho, amparándose ante esta convención que le permite señalar que el que dice en el texto no es él, sino que
son los personajes desplegados en la textualidad, además de argüir la ficcionalidad de las mismas
afirmaciones allí contenidas.

[8] Y recordemos cómo el museo resulta por antonomasia el espacio de la configuración de la identidad y
de la nación moderna, a la vez que el sitio donde se instituye y monumentaliza la memoria. En otras
palabras, el lugar donde se permite, desde la hegemonía, la aparición de los fenómenos constitutivos de una
determinada cultura, donde se deja fuera a todo aquello que amenaza la estabilidad de ese mismo discurso
monumental, legitimo, que desde sí mismo monumentaliza y legitima lo que le es funcional y práctico para
su propia sustentación. (En el caso que se desee una discusión más precisa y prolija sobre el tema, véase,
Déotte, 1998)

[9] Aquí no está demás mencionar el tema de los espacios de observación y vigilancia que se establecen a
lo largo de la modernidad en instituciones tan consuetudinarias y aparentemente naturales como la familia,
la escuela, los hospitales, asilos, etc., sin comentar siquiera a las cárceles o casas de orates, entre otros sitios
de reclusión y de aislamiento para las amenazas de la cultura.

[10] Entendiendo que la espectacularización es a su vez el montaje de un espectáculo, es decir, una puesta
en escena, como también la instancia en que se produce un espejeo que permite contemplarnos en acción.
Relacionando la palabra espectáculo con especulación y esta a su vez, derivándola de su etimología:
speculum, o sea, espejo que propicia la confusión, luego la inversión, para finalizar con la reconstrucción de
nuestra imagen.

[11] Dinámica muy similar al comportamiento de la metáfora en el sistema poético de Lezama Lima,
quien plantea que las metáforas, en tanto metanoia, se transmutan o transubstancias en otra metáfora de
forma continua; como una fuga de la cual siempre va quedando un rastro, un residuo que al final, de súbito,
toma cuerpo y vuelve a transformarse en otra metáfora y así sucesivamente. Componiendo una figura de
fondo, latente, desde la inevitable perífrasis de los significantes que se van imbricando. Resulta interesante
contrastar esta propuesta con la noción de alegoría utilizada por Paul de Man, (1993), puesto que esta
descripción de la metáfora, en tanto que se desarrolla por desplazamiento contiguo es mucho más semejante
a la metonimia.
21

[12] En el artículo del mismo nombre, Schmidt (1987) señala y denomina este proceso como
“fictivización”, en el cual el productor y el receptor del texto se verían a su vez ficcionalizados dentro del
entramado textual, desvinculándolos y desfamiliarizándolos del mismo mundo “real” experiencial.

Tres traducciones en torno a la ficcionalidad y su interpretación, por Vicente Bernaschina Schürmann |


Ficcionalización: la dimensión antropológica de las ficciones literarias, por Wolfgang Iser | Modelos
Hermenéuticos, por Michael Riffaterre | Hacia una interpretación pragmática de la “ficcionalidad”, Siegfried
J. Schmidt

http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D14079%2526SCID
%253D14080%2526ISID%253D499,00.html

from
A BIBLIOGRAPHY OF LITERARY THEORY, CRITICISM AND PHILOLOGY
http://www.unizar.es/departamentos/filologia_inglesa/garciala/bibliography.html
by José Ángel GARCÍA LANDA
(University of Zaragoza, Spain)

SIEGFRIED J. SCHMIDT

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