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CONVERSACIÓN ENTRE PHILIPPE ARIÈS Y FRANÇOISE
DOLTO
(Macroscopie, France-Culture, septembre-octobre 1977)
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Se puede decir sin riesgo de ideologizar la cuestión, que había
una desigualdad real ante la muerte. Un tipo de
sociedad al que no debemos considerar con nostalgia alguna.
Más aún, el niño, que nos interesa a ambos, el niño era el
peor amado de esta sociedad; moría aún más fácilmente y más
deprisa que los adultos.
Más aún, se le ayudaba a menudo a morir, siendo el
infanticidio tolerado más o menos conscientemente. En
algunas regiones, a finales de la Edad Media, no se estaba
muy alejado de vender a las niñas como se vendían los
esclavos. Resumiendo, ¡era una sociedad que nunca había
querido a los niños!
Y esto es precisamente lo que me plantea un problema al
considerar la sociedad actual, por ejemplo, a través de sus
libros (El caso Dominique) o los libros de otros
psicoanalistas. A saber, que me encuentro en la literatura
psicoanalítica un trayecto bien pautado que hacen recorrer a
cada niño, con etapas – fase oral, fase anal, etc. Un lector
un poco ingenuo, como yo, tiene la sensación y a veces la
convicción de que un niño, para alcanzar la edad adulta en
un buen estado psicológico y teniendo que atravesar
alegremente todas estas etapas y todos estos ciclos, pues
bien, ¡que no es tan fácil de alcanzar!
Incluso podemos decir que tiene bastantes posibilidades de no
alcanzarlo jamás, y me parece por otra parte que es lo que
ocurre lo más a menudo. Y todo esto crea, si usted
quiere, nuestra dificultad, el drama de la situación
contemporánea: dicho de otro modo, el hecho de que la
socialización de un niño, su paso a la edad adulta, es
problemático a perpetuidad.
Bueno, ahora puedo formular mi pregunta de este modo: ¿Cómo
explica que en las sociedades pre-industriales, que eran tan
duras, en las que el niño ocupaba tan escaso lugar en el
corazón humano, en la que el sentimiento era tan escaso, a
que se debe que todos estos problemas que plantea el niño
hoy en día y que estudian en detalle psicólogos, pediatras o
médicos, a qué se debe que estos problemas no se plantearan?
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F.D.: Lo que es admirable, creo, es que esta libertad
lograba adultos con buena salud. No solamente se jugaba con
el niño, sino que se verbalizaba, no todo era al estilo
“animal”. Había un vocabulario muy preciso, que acompañaba a
todos estos juegos: el sexo de la niña tenía un nombre, el
padre le hablaba de ello, y no era una palabra reservada para
el uso con los niños, era la que circulaba también en el
mundo de los adultos.
P.A.: ¡Ah! no, no, bastante antes. ¿Quería usted decir que
se les ha impuesto este pudor a lo largo del siglo XIX?
Pienso que ha comenzado un poco antes...
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F.D.: Efectivamente, en nuestros días, el niño es el
portador del imaginario de los padres, y como cada vez hay
menos hijos en las familias, cada niño carga con el peso de
todas las esperanzas que defrauda. Esto es muy difícil de
soportar, la pesada carga de las ilusiones perdidas de sus
padres. Y lo que es más importante, esto conforma un círculo
vicioso, crea un malestar: prolongación del infantilismo en
el niño y del comportamiento infantil de las madres con
respecto a sus hijos. Los padres se ven así apresados en su
maternidad o paternidad.
Creo que, entre otras razones, también es por eso que se ha
querido retrasar más y más, en los niños, la comprensión de
la sexualidad, aunque fueran en ocasiones espectadores de la
realización del acto; se ha tratado de hacerles creer toda clase
de pamplinas acerca del nacimiento de los niños. Raros son
los que saben que un niño normal, un niño sano, con tres
años de edad lo sabe todo acerca de la procreación; y que lo
olvida con cuatro.
Con tres años, lo dice, lo sabe, lo puede expresar con mímica
– pero no tiene el vocabulario adecuado si no se le da – y
con cuatro ¡lo ha olvidado! Lo que aprendió lo ha reprimido.
Esto no tendría mayor importancia si los padres no se
empeñaran en inculcarles falsos conocimientos en el lugar
vacío dejado por la represión.
F.D.: Es cierto.
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técnica, que ha instaurado simultáneamente el progreso
científico y un orden moral y moralizante que ha destruido
por completo estas culturas salvajes.
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Traducción: Natalia Blasco (sediciones@gmail.com)
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