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En principio, con la legislación anterior (Ley Nº 25398) antes que se promulgue el Código
Procesal Constitucional, se tenía una idea consistente de que para interponer un proceso
constitucional de amparo, era en el momento cuando se violentan derechos relacionados
con la tutela judicial efectiva que comprenden: 1) el acceso a la justicia y 2) el debido
proceso; es decir, estos fueron los límites fijados, ya que de sobrepasar estos límites
significaría una intromisión en las funciones judiciales por parte del Tribunal Constitucional
el mismo que colisionaría con la distribución de funciones realizada por la Constitución
Política del Estado. Daría la impresión que nos encontramos frente a una cuarta instancia.
Bueno, sobre el punto, se debe advertir que el Tribunal Constitucional ha señalado que “NO
PROCEDE AMPARO CONTRA RESOLUCIONES JUDICIALES, EMANADAS EN UN PROCESO
REGULAR”, lo que nos da a entender que sí procede el proceso de amparo contra
resoluciones judiciales emanadas de un proceso “irregular”, sin embargo, la jurisprudencia
clásica entendía que el proceso era irregular cuando se violentaba el debido proceso.
Posteriormente, con la emisión del Código Procesal Constitucional que rige a partir del 01
de Diciembre de 2004, en su artículo 4º respecto de resoluciones judiciales, ha señalado
…”El amparo procede respecto de resoluciones judiciales firmes dictadas con manifiesto
agravio a la tutela procesal efectiva, que comprende el acceso a la justicia y el debido
proceso. Es improcedente cuando el agraviado dejó consentir la resolución que dice
afectarlo. El hábeas corpus procede cuando una resolución judicial firme vulnera en forma
manifiesta la libertad individual y la tutela procesal efectiva.
Se entiende por tutela procesal efectiva aquella situación jurídica de una persona en la que
se respetan, de modo enunciativo, sus derechos de libre acceso al órgano jurisdiccional, a
probar, de defensa, al contradictorio e igualdad sustancia en el proceso a no ser desviado
de la jurisdicción predeterminada ni sometido a procedimientos distintos de los previstos
por la ley, a la obtención de una resolución fundada en derecho, a acceder a los medios
impugnatorios regulados, a la imposibilidad de revivir procesos fenecidos, a la actuación
adecuada y temporalmente oportuna de las resoluciones judiciales y a la observancia del
principio de legalidad procesal penal.”
Una vez más el Código Procesal Constitucional señala que sólo se admite este proceso
cuando se ha violentado la TUTELA PROCESAL EFECTIVA, que comprende el acceso a la
justicia y el debido proceso, más no se refiere al contenido material de las resoluciones o
la revisión de los medios probatorios. Estos conceptos se han repetido en el Exp. STC 5374-
2005-PA/TC, específicamente en el segundo párrafo del fundamento 6 que dice: “Ello, sin
lugar a dudas, no implica que el amparo pueda ser considerado como una instancia
adicional para revisar los procesos ordinarios, pues el amparo no puede “controlar” todo lo
resuelto en un proceso ordinario, sino que se encuentra limitado únicamente a verificar si
la autoridad judicial ha actuado con un escrupuloso respeto de los derechos fundamentales
de las partes procesales, por lo que, de constatarse una afectación de esta naturaleza,
deben reponerse las cosas al estado anterior al acto en que se produjo la afectación. En un
proceso de amparo no se controla si una determinada persona ha cometido un delito o si
es válido un contrato de compraventa, entre otros, sino más bien si un procesado ha sido
sancionado con las debidas garantías o si una prueba relevante para la solución del caso ha
sido admitida, entre otros.”
El Tribunal Constitucional ha afirmado, sin embargo, una noción más amplia del supuesto
en el cual mediante una acción de amparo se puede impugnar una resolución judicial firma
al sostener que esta vía procede cuando en un proceso ordinario se ha violando cualquier
derecho fundamental y no solo los de contenido procesal.
Los límites del proceso contra resoluciones judiciales son los siguientes:
Lo que significa que la potestad de control debe realizarse de manera restrictiva y mediante
un examen de razonabilidad, coherencia y suficiencia de la resolución judicial.
En este caso, el Tribunal Constitucional ha sido claro de que la motivación efectuada por los
órganos jurisdiccionales, en el mejor de los casos es impertinente, ya que la demandante
“ha precisado que el derecho cuya tutela solicita no es otro que el derecho de propiedad,
derecho sobre el cual, por cierto, ninguna de las instancias de la jurisdicción ordinaria se ha
pronunciado”, es decir, en este caso, tanto la Sala suprema al igual que la Sala Superior que
actuó como primera instancia, vulneró el derecho constitucional al debido proceso en su
dimensión formal, al emitir una resolución vulneratoria de la garantía de motivación de las
resoluciones.
Si bien es cierto, tal como lo anota el profesor Luis Castillo Córdova “Para hablar de respeto
a la garantía de motivación de las resoluciones se requiere hablar, por tanto y entre otras
cosas, de congruencia entre lo solicitado en la demanda y lo decidido por el juez en la
sentencia. Así lo exigen el principio de congruencia el cual “es uno que rige la actividad
procesal, obligando al órgano jurisdiccional a pronunciarse sobre las pretensiones
postuladas por los justiciables. Y es que, en definitiva, “la tutela judicial efectiva (artículo
139, inciso 3), no se limita a garantizar el acceso a la jurisdicción, sino también a que los
Tribunales resuelvan sobre las pretensiones ante ellos formuladas”; sin embargo, en su
valoración final arriba a una afirmación interesante cuando dice: …”no es precisamente
alentador constatar que el Tribunal Constitucional ha carecido de la suficiente capacidad
para darse cuenta de que lo que dice establecer como novedad jurisprudencial, no es más
que el reflejo fiel e inevitable de la llamada dimensión material o sustantiva del debido
proceso, la cual es una vieja afirmación de una de sus consolidadas líneas
jurisprudenciales.”