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EVANGELIO SEGÚN MATEO CAP.

7: 1-14 “HIJOS DEL REINO”

1 No juzguen a los demás y no serán juzgados ustedes. 2 Porque de la misma manera que ustedes juzguen, así serán
juzgados, y la misma medida que ustedes usen para los demás, será usada para ustedes. 3 ¿Qué pasa? Ves la pelusa
en el ojo de tu hermano, ¿y no te das cuenta del tronco que hay en el tuyo? 4 ¿Y dices a tu hermano: Déjame sacarte
esa pelusa del ojo, teniendo tú un tronco en el tuyo? 5 Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así
verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano.

Reflexión 1 al 5
El texto del evangelio pertenece a la parte del Sermón de la montaña en el que Jesús proclama cómo han de ser las
actitudes de sus seguidores en contraposición a las de los paganos.

Comienza con un principio general que todos tenemos interiorizado: “No juzgar para no ser juzgados”.
¡Cuánto nos cuesta evitarlo! Eso de “no juzgar”. Porque, seamos sinceros, a veces nos sentimos bien yendo de “jueces”
por la vida, sentenciando lo que tienen que hacer los otros.

Ahora bien, juzgar no se refiere tanto a dar una opinión o hacer una valoración del otro, sino a condenarlo, a establecer
sobre su persona una sentencia lapidaria, a mirar las debilidades de los hermanos sin actitudes de misericordia,
etiquetando y descartando de forma definitiva.

Mateo afirma que quien actúa así, en el juicio escatológico, al final de los tiempos, recibirá como paga su misma
moneda, es decir será juzgado de la misma manera que él lo hizo con otros.

Hoy se nos enseña en el evangelio cómo el opinar de lo externo que vemos es muy fácil; intentar ponernos en la piel
del hermano, no lo es tanto.

Sólo nuestra cercanía, solidaridad y cariño, podrán ayudar al hermano si es que está equivocado. Nuestra
murmuración, crítica destructiva y mirada superficial sobre él o ella, lo exteriorices o no, te alejarán y levantarán un
muro entre ambos corazones.

6 No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían
contra ustedes para destrozarlos.

Reflexión 6
Esta analogía se utilizó por Cristo para demostrar cómo reacciona la gente cuando ellos están viviendo en abierta
rebelión contra el Dios Todopoderoso; personas rebelde, que obstinadamente rechazan Su verdad y cierran sus
mentes y corazones para el conocimiento espiritual.

7 Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. 8 Porque el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y se abrirá la puerta al que llama. 9 ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide
pan? 10 ¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado? 11 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas
a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan!
12 Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas

Reflexión 7 al 12

En el Sermón del Monte, Jesús explicó que si queremos recibir, debemos pedir.
(Mateo 7:7-8) Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

¿Qué hace un bebé cuando necesita algo? Ya sea que tenga hambre, o sienta dolor, o necesite ser cambiado de pañal,
o se siente solo, el bebé llora. Cuando los niños aprenden a hablar, los padres les enseñan a pedir en lugar de llorar
cuando quieren algo. Conforme van creciendo y madurando, los jóvenes aprenden a distinguir entre lo que sus padres
le darán y lo que le negarán, y piden conforme a eso.
La misma dinámica aplica a la vida espiritual. Al principio sólo sabemos clamar y llorar para que nuestras necesidades
sean satisfechas o nuestros deseos sean cumplidos. Pero conforme vamos madurando espiritualmente, aprendemos
a pedir según la voluntad de Dios.

(1 Juan 5:14-15) 14 Con él tenemos la certeza de que, si le pedimos algo conforme a su voluntad, nos escuchará. 15 Y
si nos escucha en todo lo que le pedimos, sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido.

(Juan 15:7) 7 Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo
conseguirán.

PEDIMOS Y NO RECIBIMOS

¿Por qué a veces pedimos y no recibimos? Santiago nos dice que esto se debe a dos razones principales: (1) porque
pedimos mal, o (2) porque simplemente no pedimos.

(Santiago 4:2-3) 2 Pero si ustedes no tienen es porque no piden, 3 o si piden algo, no lo consiguen porque piden mal;
y no lo consiguen porque lo derrocharían para divertirse.

Todo padre amoroso desea complacer a su hijo, pero no siempre le da lo que pide, ya sea porque no puede o porque
no le conviene al niño. Pero si pide lo que es justo y bueno, lo más probable es que lo recibirá en la medida de lo que
sea posible. Esta misma confianza debemos tener en Dios, porque Él es bueno y generoso.

(1 Juan 3:21-22) 21 Amadísimos, si nuestra conciencia no nos condena, tenemos plena confianza en Dios. 22 Entonces,
todo lo que pidamos nos lo concederá, porque guardamos sus mandatos y hacemos lo que le agrada.

¿Por qué razón no le pedimos más a Dios? Muchas veces es por orgullo, o porque en el fondo no creemos que Dios
es bueno. No conocemos a Dios como un Padre amoroso y generoso que quiere complacernos.

En el Sermón del Monte, Jesús nos da el ejemplo del amor de un padre hacia su hijo, comparándolo con el amor de
nuestro Padre Celestial…

(Mateo 7:9-11) 9 ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan? 10 ¿O le daría una culebra
cuando le pide un pescado? 11 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor
razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan!

¿Qué espera Dios de nosotros al pedir y al orar? ¡FE! Que creamos en Él

(Marcos 11:22-24). 22 Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. 23 Yo les aseguro que el que diga a ese cerro: ¡Levántate
de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su corazón y cree que sucederá como dice, se le concederá. 24 Por eso les digo:
todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán.

(Santiago 1:6-8) 6 Pero hay que pedir con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar que están a
merced del viento. 7 Esa gente no puede esperar nada del Señor, 8 son personas divididas y toda su existencia será
inestable.

REGLA DE ORO

Una de las normas de convivencia más conocidas es la que se conoce como la “Regla de Oro”, y dice: “No hagas a otros
lo que no quieres que te hagan a ti.”

Jesús mencionó este mismo principio en el Sermón del Monte, pero en forma positiva:

(Mateo 7:12) Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas.

No es casualidad que Jesús haya mencionado la “Regla de Oro” después de hablar de juzgar. Esto se debe a que uno
tiende a juzgar más fuerte a los demás, mientras que espera más misericordia para uno mismo. Pero Jesús nos dice:
“traten a los demás de la forma en que quieren que los traten a ustedes.”
Aunque éste es un principio conocido en el mundo, su origen está en la Torá en la forma de un mandamiento. Este
principio de respeto y consideración al prójimo se expresa directamente en el mandamiento: No te vengarás ni
guardarás rencor contra tus paisanos, sino que más bien amarás a tu prójimo como a ti mismo, pues Yo soy
Yavé. (Levítico 19:18). Pablo explicó que en este mandamiento se resume toda la ley:

(Gálatas 5:14) 14 Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo.

(Romanos 13:8-10) 8 No tengan deuda alguna con nadie, fuera del amor mutuo que se deben, pues el que ama a su
prójimo ya ha cumplido con la Ley. 9 Pues los mandamientos no cometas adulterio, no mates, no robes, no tengas
envidia... y todos los demás se resumen en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El amor no hace
nada malo al prójimo; el amor, pues, es la Ley perfecta.

Jesús fue aún más explícito que Pablo, y explicó que toda la ley se puede resumir en dos mandamientos: amar a Dios
y amar al prójimo.

(Mateo 22:36-40) 36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». 37 Jesús le dijo: «Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. 38 Este es el gran mandamiento, el primero.
39 Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 Toda la Ley y los Profetas se fundamentan
en estos dos mandamientos.»

Amar a Dios y amar al prójimo son las dos caras de la misma moneda. Por eso Juan dijo:

(1 Juan 4:20-21) 20 Si uno dice «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a
quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. 21 Pues éste es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a
Dios, ame también a su hermano.

13 Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos
los que pasan por él. 14 Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué
pocos son los que lo encuentran.

Reflexión 13 al 14

A veces se oye decir que cuando uno se vuelve cristiano, todos los problemas se resuelven: no hay más dificultades en
las relaciones interpersonales, ni conflictos internos, sino que la vida es abundante y feliz.
Es cierto que al creer en el Hijo de Dios descubrimos una paz nueva y experimentamos un profundo gozo. Pero el
camino del creyente no es una carretera ancha libre de pruebas. Jesús mismo enseñó que éste es un camino estrecho.
En el camino ancho del que habla el Evangelio vamos tras nuestros deseos, donde se piensa como todo el mundo, sin
reflexionar. En el camino estrecho, al seguir a Jesús, podemos encontrar la incomprensión, el desprecio, la burla, el
abandono, e incluso la persecución. En el plano personal, pasamos por luchas, tenemos que renunciar a ciertas cosas
y podemos encontrarnos solos. Pero el Señor nos anima paso a paso.
El camino de la fe es un camino de paciencia y fidelidad.

Hermanos
Jesús nos invita una vez más al AMOR

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