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En la poesía de Marosa di Giorgio existe una cuidada y constante vigilancia que apunta a intentar
borrar las marcas de la enunciación. Por eso, en una primera lectura, podemos pecar de caer en
dos errores fatales. El primero, atar -debido a su fuerte impronta veta autobiográfica- a la voz poética
con la voz de la poeta. Si bien esta línea crítica ha caído en desuso y sería inconsistente poder
sostenerla, la reiteración de pasajes, nombres propios e incluso de lugares podría tentar este
análisis simplicado. En una segunda instancia, las pocas instancias en las que se podría leer una
voz poética “femenina” es algunos participios regados por ahí. De modo que, no hay modo alguna
de sostener que la protagonista que va al encuentro con La liebre, el Santo, el ajo es
necesariamente, pensada como una subjetividad femenina. Creo que ahí radica uno de los grandes
méritos marosianos. Todo es uno y lo otro, real e irreal, diferente e igual. De modo que, el foco está
puesto en el encuentro y en lo que se genera tanto en el encuentro como en el producto del mismo,
no así en los que están involucrados ni en las acciones que generen. Tanto uno como lo otro
permiten las génesis de lo diferente pero conocido por los implicados. Cabe preguntarse aquí en
qué medida es importante delimitar la “supuesta naturaleza” de los seres que se encuentran en este
acto erótico amoroso constante, perpetuo. Cabe preguntarse aquí si esta suerte de “panerotismo”
que gobierna, signa toda la obra de Di Giorgio no viene a poner contras las cuerdas las
configuraciones subjetividas todas. Así el “panerotismo” que podríamos definir como una dimensión
erótica a la que le importa no tanto las naturalezas (muchas veces imprecisables dentro de esta
obra) de quienes cruza en tanto más que el cruce mismo. Así pareciera ser que este panerotismo
que nace en esta investigación al germen de una posible erotismo ecológico y que de manera
rápida, cae por tierra debido a sus limitaciones evidentes viene a echar luz sobre la potencia de esta
dimensión que trabaja en el difuminación de las configuracoines subjetivas que se va edificando
nuevas tan tiernas (en términos de débiles) y difusas pero con la garantía de lo discontinuo que
compromete y permite el erotismo.
Con respecto a la observación anterior, Hebert Benítez Pezzolano (2012) sostiene que:
Pablo Picasso