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fundamentos de
obstetricia(SEGO) capitulo 76
INTRODUCCIÓN
Es difícil encontrar una situación más delicada y estresante para la paciente y su médico que la
asociación de cáncer y embarazo. Para la mujer la alegría de la gestación se tiñe de
preocupación, y para el médico surgen problemas específicos desde el punto de vista
diagnóstico y terapéutico. Las lesiones “in situ” provocan problemas diagnósticos. Las lesiones
invasoras en estadios tempranos, a veces, requieren una intervención radical con intención
curativa, aun a costa del feto. Si la madre desea otra opción, o el estadio es más avanzado, se
puede plantear un tratamiento paliativo, intentando así proteger al feto. En el campo
diagnóstico se plantea la seguridad de los métodos habituales de diagnóstico y estadiaje del
tumor, como radiografías, TC, gammagrafías, laparotomías, etc..., con respecto al feto. El
tratamiento se ve muchas veces marcado por el mismo problema. A partir de estas
circunstancias surgió la idea clásica de que el embarazo empeoraba la evolución del cáncer. Las
evidencias indican que el embarazo no empeora el pronóstico del cáncer, cuando ambos
coexisten, ya que si se estudian los resultados finales de supervivencia y curación, en función
del estadio de la neoplasia, los resultados son parecidos a los obtenidos fuera de la gestación.
Pese a todo, ante la coincidencia de cáncer y embarazo surgen una serie de interrogantes
comunes a todos ellos, que intentaremos responder en el apartado de Consideraciones
Generales de este tema, para posteriormente extendernos de forma particular en los tumores
que con más frecuencia se asocian a la gestación.
- ¿Aumenta la frecuencia de cáncer en el embarazo? Hemos señalado que las neoplasias son
más frecuentes en las edades tempranas y tardías de la vida. Los factores que se barajan para
explicar esta distribución son, por un lado la competencia inmunológica, más importante en
las edades medias de la vida, y por otro el periodo de latencia en la aparición clínica de los
tumores tras la exposición a carcinógenos. Las embarazadas no deberían, por tanto, padecer
un mayor número de cánceres, a no ser que la gestación, por su estado hormonal e
inmunológico especial las hiciera más sensible. Irónicamente, el embarazo sirve como un
“modelo” biológico ideal para el estudio del desarrollo de las neoplasias debido a que se
presentan condiciones biológicas en las cuales un tejido antigénico es tolerado por el sistema
inmune del huésped. Varios factores pueden ser responsables de esta tolerancia excepcional,
incluyendo la depresión de la inmunidad celular, la presencia de factores bloqueantes o
sustancias depresoras circulantes, la reducción de la respuesta a la estimulación mitógena de
los linfocitos, los efectos inmunosupresores de varias hormonas, las células T supresoras, el
descenso de los factores de migración de los leucocitos, y la disminución de la adherencia
inmune de los eritrocitos. Sin embargo, a pesar de estas características inmunológicas, la
incidencia de cánceres en la edad fértil es la misma en embarazadas que en no gestantes.
El periodo de organogénesis (de los 14 a los 70 días) es el potencialmente más teratógeno del
desarrollo. La mayoría de los órganos tienen un periodo limitado de susceptibilidad, salvo
algunas excepciones: el sistema nervioso central durante las primeras 15 semanas presenta un
aumento en la producción neuronal y migración de neuronas inmaduras a la zona cortical y es
por tanto muy sensible a alteraciones. Pasado este periodo, aunque la susceptibilidad general
disminuye, tanto el sistema nervioso central, como los ojos, los órganos genitales, el tejido
hematopoyético y el aparato respiratorio continúan siendo sensibles a los agentes teratógenos
durante todo el desarrollo fetal.
Los posibles efectos adversos de las radiaciones ionizantes pueden ser: – Muerte celular, con
la posibilidad de aborto o muerte fetal. – Malformación congénita. – Restricción del
crecimiento. – Carcinogénesis. – Microcefalia y retraso mental neonatal. – Esterilidad. Por lo
expuesto, en la embarazada, los procedimientos radiodiagnósticos deben ser empleados con
precaución, ya que pueden provocar aborto o malformaciones fetales (aunque la relación
causa-efecto es difícil de probar). La paciente debe ser informada de que cualquier retraso en
el diagnóstico puede agravar su propio pronóstico. En cambio, el pronóstico del feto se
relaciona fundamentalmente con la edad gestacional y la dosis total radiológica que recibe.
Aunque la radiación en el segundo trimestre puede ser responsable de retraso del crecimiento
o microcefalia, en general, se acepta que el feto está relativamente seguro cuando es expuesto
a la mayor parte de los procedimientos radiológicos. Y que ningún procedimiento diagnóstico
aislado produce una dosis de radiación suficiente como para amenazar el bienestar del
embrión o del feto en desarrollo. Solo el TAC y la linfangiografía exponen al feto a dosis de
radiación mucho mayores, con potencial efecto teratogénico y carcinogénico de relevancia. A
continuación figuran dos tablas que expresan las dosis de radiación letales, y le sigue la
estimación de la dosis fetal recibida según el procedimiento realizado. (Tablas 1 y 2). La
ultrasonografía y la RNM evitan los efectos de la radiación ionizante, y son muy útiles para
estudiar el tamaño 654 Fundamentos de Obstetricia (SEGO) y la posición de las neoplasias
internas, así como para realizar un estadiaje de las mismas. Sin embargo, aunque la RMN no se
ha asociado a efectos adversos fetales, no se recomienda en el primer trimestre de embarazo,
hasta que no dispongamos de mayor información En resumen, en general el diagnóstico y
estadiaje de las lesiones malignas en la paciente obstétrica se debe llevar a cabo siguiendo los
mismos pasos que en la paciente no embarazada, sustituyendo las radiaciones ionizantes por
los ultrasonidos o la RMN si nos aportan la misma información. (Figura 2).
Durante el embarazo los tejidos están más edematizados e hiperémicos, y suele ser más fácil la
disección de los planos tisulares. Sin embargo, el sangrado es mayor, y debido a la distorsión
de la anatomía pélvica y abdominal la cirugía a ese nivel en particular es más tediosa.
– Se debe tener siempre en cuenta la posibilidad de aspiración si el estómago esta lleno. Ésta
es la causa del 25% de las muertes anestésicas maternas. La administración de antiácido
aumenta rápidamente el pH gástrico, si bien no disminuye el riesgo de aspiración.
– El aumento del volumen sanguíneo inducido por el embarazo puede enmascarar los signos
de una hemorragia importante, y no producir una alteración de la tensión arterial hasta una
pérdida superior al 35% del volumen circulatorio. Además, la liberación de catecolaminas
puede mantener una presión periférica a costa de una disminución significativa del flujo
uterino. En el pasado solía retrasarse el estadiaje de los tumores hasta el segundo trimestre
para disminuir el riesgo de aborto. Esto no parece preciso, ya que cuando se documenta con
ultrasonidos la viabilidad fetal entre la semana 9 y 11 de gestación un 95% de los fetos
alcanzan la viabilidad. De hecho el riesgo de una evolución desfavorable del embarazo no
parece aumentar con la mayoría de las cirugías no complicadas, ni de los procedimientos
anestésicos, pero sí aumenta el riesgo cuando los procesos quirúrgicos o anestésicos se
asocian con complicaciones. La experiencia más extensa comunicada respecto a riesgos
anestésicos y quirúrgicos del embarazo pertenece al Swedish Birth Registry firmado por Mazze
y Källén que evaluaron 5.405 procedimientos quirúrgicos en 720.000 embarazadas. El 41% de
todas las intervenciones fueron en el 1º trimestre, el 35% en el segundo, y el 24% en el
tercero. El 25% fue cirugía abdominal, un 19% cirugía ginecológica o urológica, y un 16% del
total fue cirugía laparoscópica abdominal, en su mayoría en el primer trimestre. El 54% del
total se realizó bajo anestesia general. Los autores llegaron a la conclusión que el exceso de
morbilidad perinatal asociada a la cirugía no obstétrica durante el embarazo puede atribuirse a
la enfermedad en sí, en lugar de ser producto de la cirugía o de la anestesia. Se observó un
aumento significativo en la incidencia de niños de bajo peso al nacer y de pretérminos, así
como de muertes neonatales a los 7 días en mujeres que se sometieron a cirugía.
En la actualidad no se conoce con precisión el efecto de esta cirugía en el feto humano. A nivel
experimental, se ha observado una caída del flujo uteroplacentario cuando el neumoperitoneo
rebasa los 15 mmHg.
El riesgo operatorio está poco modificado por la gestación, y el pronóstico fetal ha mejorado
gracias a los fármacos uterosedantes. Además, hemos de considerar que existe un menor
riesgo potencial de secuela fetal directa a largo plazo, cuando se realiza la resección quirúrgica
de la enfermedad maligna.
De más está decir que la irradiación directa del feto está contraindicada cualquiera que sea el
tiempo de gestación especialmente, en el periodo de la organogénesis
cuando una dosis de 3,5 Gy es letal y la dosis mínima aceptable como probablemente no
teratógena (1,5 a 5 cGy), puede alcanzarse en cualquier momento.
Más del 50% de los fetos expuestos intra útero a 250 cGy entre la tercera y la décima semana
de gestación tiene bajo peso al nacer, microcefalia, retraso mental, degeneración retiniana,
cataratas o malformaciones genitales o esqueléticas. Esta misma radiación después de la 20
semana de gestación produce anomalías menos importantes durante la vida postnatal, como
anemia, cambios en la pigmentación y eritema. El efecto adverso de 100 cGy en cualquier edad
gestacional es significativo, ya que constituye el umbral para el retraso del crecimiento,
aunque algunos fetos que recibieron dosis menores de 25cGy lo pueden también presentar.
Como resumen, durante el embarazo sólo se puede autorizar la irradiación terapéutica
supradiafragmática con electrones durante el segundo trimestre (después de la organogénesis
y antes de que el útero se acerque por su crecimiento a los límites del volumen irradiado),
siempre y cuando exista una indicación formal y urgente, en realidad muy poco frecuente.
La quimioterapia: Ejerce sobre el feto una doble acción: por un lado, altera la multiplicación
celular, lo que implica un efecto teratógeno potencial, retraso del crecimiento, trastornos de la
histogénesis cerebral, y una destrucción de las células germinales provocando esterilidad, y
por otro lado, pone en peligro la integridad del genoma celular y por consiguiente el futuro
genético. Los fármacos antineoplásicos están diseñados para destruir las células malignas (de
proliferación rápida), por lo que el feto, rápidamente proliferativo, se convierte en una diana
para la acción de estos medicamentos. Aunque los estudios realizados en animales indican que
hay un alto riesgo de teratogenicidad o mutagenicidad con la exposición fetal, la incidencia
que se ha comunicado de anomalías congénitas en niños expuestos a agentes citotóxicos es
reducida. Las consecuencias fetales del tratamiento citotóxico están relacionadas con la dosis
del fármaco, su régimen de administración, la edad gestacional en el momento de la
exposición y la posible sinergia en la teratogenicidad cuando se combinan con radioterapia.
Al contrario que con la radioterapia, la placenta puede crear una barrera biológica o
farmacológica, e incluso metabolizar agentes citotóxicos específicos. Una revisión de 185
embarazos con tratamiento quimioterápico observó que menos del 8% de los recién nacidos
expuestos durante el primer trimestre tuvo malformaciones congénitas. Si se excluye la
aminopterina, que es un abortivo conocido, el riesgo de malformación es muy parecido a la
población general, cuando la exposición se produjo después del primer trimestre (con un
riesgo bajo del 1,5 % de anomalías). Los antimetabolitos, particularmente los antagonistas del
ácido fólico, conllevan mayor riesgo de producir anomalías congénitas. Parece prudente evitar
estos agentes, particularmente en el primer trimestre, a pesar de las comunicaciones recientes
de embarazos a término con éxito. La exposición posterior, independientemente de la edad
gestacional, no se asoció con un mayor riesgo de estas malformaciones en comparación a la
población normal, aunque el crecimiento retardado si es más frecuente: El 40% de los recién
nacidos expuestos presentó bajo peso al nacer.
Durante la quimioterapia es conveniente vigilar al feto mediante ecografías seriadas para
determinar el crecimiento, y durante el tercer trimestre realizar perfiles biofísicos semanales.
Al elegir el momento del parto debe evitarse, si es posible, fases de leucopenia o
plaquetopenia maternas severas, en un intento de reducir los riesgos asociados al parto. Al
nacer, tras buscar la ausencia o presencia de anomalías congénitas, los recién nacidos
expuestos a quimioterapia se deben estudiar para descartar otros efectos perjudiciales, pues
las vías metabólicas hepáticas y renales están inmaduras al nacer, y la toxicidad de estos
fármacos puede ser mayor cuando el tratamiento se realizó próximo al momento del parto.
Debe desaconsejarse la lactancia materna a las mujeres que reciben agentes citotóxicos.
– ¿Puede el tumor metastatizar en el feto? Los casos publicados de metástasis en placenta son
muy escasos, menos de 50 casos en Estados Unidos. Ahora bien, en experimentación animal se
ha demostrado la posibilidad, relativamente frecuente de paso de células malignas de la
madre al feto. Es probable que numerosas metástasis placentarias pasen inadvertidas en
ausencia de un examen sistemático de la placenta. Este examen estaría especialmente
justificado en caso de un cáncer diseminado o de una hemopatía maligna. El análisis de la
placenta debería comprender, en toda madre con cáncer dos puntos: 1. Un examen
macroscópico global, con estudio cuidadoso de los bordes de sección en busca de nódulos
metastásicos sospechosos. Si existen debe observarse el número, el tamaño y el aspecto de los
mismos. 2. Un examen microscópico de los nódulos sospechosos para confirmar su naturaleza
metastásica, y una identificación de las células contenidas en el espacio intervelloso. Es
esencial verificar la invasión histológica de las vellosidades coriónicas. La presencia eventual de
células malignas en la sangre materna del espacio intervelloso presenta un riesgo teórico de
afectación fetal, pero sólo la invasión de las vellosidades responde a la definición de metástasis
placentaria verdadera. Por el contrario, la presencia de células neoplásicas en aglomerados
celulares en dicho espacio sólo corresponde a un émbolo neoplásico intervelloso. Las
metástasis placentarias verdaderas demostradas histológicamente son excepcionales. Más de
la mitad corresponden a melanomas malignos, y son menos frecuentes las de cáncer de mama
y las de leucemias-linfomas. Las metástasis fetales son aún más raras, lo que sugiere una
función placentaria protectora. Se han comunicado menos de 25 casos en Estados Unidos, en
su mayoría de melanomas y alguna de coriocarcinoma. En el melanoma las características que
se asocian con un pronóstico más desfavorable para el feto o el recién nacido son: edad
materna menor de 30 años, primiparidad, localización primaria del cáncer en miembros
inferiores, inicio de la enfermedad materna en los 3 años previos al em- barazo, estado
metastásico M4 en el tercer trimestre, y feto de sexo masculino. La posibilidad opuesta, el
paso de una neoplasia del feto a la madre, en la actualidad no se ha podido demostrar. El hijo
de una madre con cáncer está expuesto a los efectos potencialmente carcinógenos de las
terapias administradas para el cáncer materno durante su embarazo. Existen numerosos datos
experimentales concernientes a los cánceres quimioinducidos por vía transplacentaria. Esta
posibilidad debe ser considerada en la clínica humana, como se demostró con la aparición de
adenocarcinoma de vagina en mujeres jóvenes cuyas madres recibieron tratamiento hormonal
con estrógenos sintéticos durante la gestación. También es posible que la irradiación durante
la gestación aumente la mortalidad por leucemias fetales. – ¿Se puede autorizar una gestación
después del tratamiento de un cáncer? Para responder a esta pregunta se debe considerar por
un lado tanto el riesgo de recidiva, como de metástasis y las dificultades terapéuticas de las
mismas si éstas se producen durante el embarazo, y por otro la esperanza de vida de la madre
y de su deseo de maternidad. Por lo general, un cáncer en remisión no es un obstáculo para el
embarazo, incluso los cánceres que implican una ovariectomía no son incompatibles con una
fertilidad ulterior.
CÁNCER DE CUELLO UTERINO En los países en vía de desarrollo sigue siendo el cáncer genital
más frecuente asociado al embarazo. En general, se acepta que el embarazo no afecta la
evolución del cáncer invasor, pues más del 90% son epidermoides, no hormonodependientes.
El diagnóstico no varía basándose en la estadificación clínica, procedimientos diagnósticos no
invasivos, y sólo en casos seleccionados estadificación quirúrgica. A pesar de los importantes
cambios del cuello uterino, se basa en el diagnóstico precoz por citología como primer escalón,
siendo útil también en el diagnóstico procedimientos como la colposcopia. (Figuras 5, 6 y 7) En
los países industrializados el CIN III es el más diagnosticado, sin duda, el cáncer que con más
frecuencia se diagnostica durante la gestación. La conización diagnóstica puede demorarse al
segundo trimestre de gestación. Presenta un riesgo del 10 al 20% de hemorragias y esclerosis
del cuello, con un riesgo de aborto del 15-20%, y un riesgo de parto prematuro del orden del
5%. El pronóstico no parece peor que fuera del embarazo. El pronóstico fetal es reservado por
el riesgo de aborto iatrogénico y por las agresiones terapéuticas. El tratamiento con finalidad
curativa debe comenzar sin demora, o sólo después de un plazo razonable si se desea evitar la
interrupción del embarazo. En general en el segundo trimestre la conducta más adecuada sería
la inte- rrupción de la gestación y el tratamiento como fuera del embarazo. En las gestaciones
mayores de 20 semanas puede esperarse, según el caso, hasta que se alcance la madurez fetal
suficiente. En los casos limitados al cervix, diagnosticadas microscópicamente y preclínicas,
estadio IA1, se puede esperar al parto vaginal a término, seguido de histerectomía a las 6
semanas del parto si la paciente no tiene deseos reproductivos. En los IA2 se puede esperar a
la viabilidad fetal realizando una cesárea más histerectomía radical y linfadenectomía. En los
casos de lesiones clínicas limitadas a cuello, o aquellas preclínicas pero de mayor extensión
que las anteriores (IB) dependerá de la edad gestacional, pero nunca se debe esperar más de
4-6 semanas. En embarazos de menos de 20 semanas, se procederá al tratamiento radical con
feto intraútero. En los de más de 20 semanas se realizará una cesárea clásica acompañada de
histerectomía más linfadenectomía.
Puntos
DEFINICIÓN------- sol
1. Radioterapia
2. Quimioterapia
3. Hormonoterapia