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La era de la desolación. Ética y moral en la


Argentina de fin de siglo
De Dardo Scavino

Editorial:

Manantial

Cantidad de páginas:

155

Lugar de publicación:

Buenos Aires

Fecha de publicación:

Enero de 1999

La era de la desolación provoca alegría, en la acepción que le da Spinoza: “pasión mediante la cual la mente pasa a

una perfección mayor”.

Scavino lo logra. En su libro no sólo recupera a pensadores relegados como Epicuro, Spinoza y Marx, sino que con

sus razonamientos sobre hechos, situaciones e ideas, potencia el pensamiento (también en el sentido spinoziano

de atributo unitario de la realidad que se manifiesta mediante el intelecto –ideas- y la voluntad –acción- como

modos del mismo), es decir, incrementa la libertad.

Nos recuerda que el orden social no se origina en un mandato divino ni en una “disposición natural” de las cosas

sino en modos de producción específicos e históricos. Ese orden social parece necesario, sólido e inmutable y las

conductas, representaciones e instituciones sociales parecen imponerse con fuerza irresistible, porque son producto

de la visión ideológica (“sentido común”, Gramsci; “imaginación”, Spinoza) que el modo de producción genera. Esta

relación entre realidad social y conciencia es la interiorización privada del orden existente, donde se asume como

propio el proyecto de la clase dominante (los intereses particulares son presentados como interés general),

logrando así la condición necesaria para el dominio y el mantenimiento de la hegemonía de esa clase.

Así, la actual fase del capitalismo (¿tardío? ¿avanzado?) y la correlación de fuerzas existentes en el mundo hacen

aparecer el orden económico-social vigente como único; “el modelo” que ya nadie puede transformar (“fin de la

historia”). Para mejorarlo sólo restaría “hacer lo posible” dentro del sistema. Cumplir cada uno sus funciones de
acuerdo a la división social de actividades (“distribución y representación de roles en el gran teatro del mundo”) sin

cuestionar sus desigualdades.

En Argentina, el sistema no funcionaría por la profunda corrupción existente y la “crisis moral” que la sustenta;

“crisis moral” que no es tal, sino una crisis política con base ética, consistente en la ausencia de democratización

real de la sociedad, ya que el poder del pueblo ha sido reducido a una mínima expresión. La sociedad se puede

concebir y construir desde la solidaridad (Spinoza) y no “necesariamente” desde una competencia “esencial” de

todos contra todos (Hobbes), ya que la potencia individual y la social no se anulan entre sí, sino que se alimentan y

refuerzan mutuamente, pudiendo componer sus fuerzas un poder constituyente auténtico: la democracia (voluntad

colectiva). Es una ética social y política, donde los demás no son límite sino realización de la libertad, entendida

como la capacidad de hacer efectivas todas las potencialidades humanas.

Integradas al tema central del análisis de la coyuntura política argentina de fines del siglo, la obra incluye

reflexiones críticas sobre categorías legitimantes del actual pensamiento: la concepción del “deseo” y de la

“subjetividad”, no como algo intimo y privado, pulsional e inefable, sino como formas concretas resultantes de la

relación entre la necesidad natural y la práctica social. La sociedad los produce tanto como produce las cosas.

Si bien una serie de tópicos del “ser nacional” enumerados por el autor tienen su fundamento en una crisis ética, la

figuración y la frivolidad, el escepticismo y el pesimismo imperantes han calado tan hondo como para llegar al

cinismo y la canallada. En los comportamientos habituales, por irresponsabilidad particular, se infringen antiguas

normas aún vigentes de la moral individual, tanto pública como privada.

Frente a esta situación, ante esta “era de desolación” sostenida en lo material, jurídico e ideológico, en la que una

alternativa al sistema mediante una política democrática parece una tarea teóricamente imposible porque no se ve

la manera en que podría realizarse, Scavino apela a la solidaridad y la cooperación social en pos de la construcción

de una auténtica opción colectiva para el futuro. Propone un compromiso ético, consistente en trabajar para que

sea posible el establecimiento de una “comunidad de compañeros”, una sociedad realmente democrática; un

compromiso con la democracia en tanto práctica incesante e ilimitada que lucha contra los privilegios instituidos en

cualquier orden; un combate por la libertad y por tanto por la igualdad, ya que nadie puede ser libre

independientemente de las relaciones entre los miembros de una comunidad.

Ahora bien, parece haber en el planteo del libro una excesiva esperanza (“pasión triste”, Spinoza) en los resultados

políticos concretos del compromiso ético. Pues si el conocimiento es condición necesaria para la acción libre -ya que

la voluntad es la actividad del intelecto- y si la potencia individual y la social no se anulan -ya que sus fuerzas

componen como resultante la voluntad colectiva- la acción de los hombres no es resultado de una “esencia

humana” abstracta o sensorial (ni hombre como “criatura”, ni como “idea”, ni como “ser natural”) sino un producto

social acorde a determinada forma de sociedad, que tampoco es “un hecho permanente” esencial.
A la acción humana no le alcanza entonces con la interpretación de sí misma y el consecuente compromiso ético:

deberá coincidir con la modificación de sus “circunstancias” (la sociedad de la cual surge y donde se desarrolla).
Será necesario el conocimiento claro y preciso de la situación actual en todas sus mediaciones históricas,
institucionales y culturales, para que esa práctica no fracase ni sea un anhelo bien intencionado o un “sueño”
calderoniano, sino una auténtica praxis política.

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