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RESUMEN
Dos de los estudios más relevantes que han abordado específicamente y de forma
empírica y en profundidad las representaciones sociales en torno al amor entre los
individuos de las sociedades modernas son los conducidos por Ann Swidler (2001) y
Eva Illouz (2009).
Aunque desde perspectivas teóricas diferentes una conclusión es común a ambas, y es la
que nos interesa debatir en este apartado: los significados culturales en torno al amor en
las sociedades tardomodernas no son unívocos. No se puede hablar de un proceso de
destradicionalización de la intimidad que conduzca a un nuevo imaginario confluente
(Giddens, 1995a) o líquido (Bauman, 2005) sino más bien de la coexistencia de
prácticas y significados que beben de fuentes culturales diversas. Esto no significa que
diferentes individuos presenten concepciones distintas, generando tendencias sociales
diferenciadas. Más bien, y coherentemente con la idea del “actor plural” de Bernard
Lahire, (2004) ambas autoras muestran gracias a extensos estudios cualitativos cómo los
agentes individuales también en el ámbito del amor incorporan diferentes significados a
su manera de entender las relaciones y de ponerlas en práctica. Es decir, las personas
muestran incoherencias y multiplicidad de visiones sobre el amor en sus discursos.
Ann Swidler identifica en los discursos de sus entrevistados la tendencia a combinar dos
tipos de visiones sobre el amor:
Por una parte, lo que Swidler llama “la visión mítica del amor” (2001:111), heredera en
ciertos de sus rasgos del amor romántico, cuyo nacimiento la autora estadounidense
sitúa al igual que Giddens (1995a) en el s.XIX, al relacionarse la cultura burguesa del
individualismo con el fenómeno social que supuso la aparición de la novela. Uno de los
rasgos interesantes de esta visión del amor es su relación con el individuo. Según esta
visión mítica el amor hace que nos descubramos a nosotros mismos y puede además
transformarnos. Es decir, el auténtico yo se alcanza gracias a la experiencia del amor.
Además, este imaginario contiene una idea de amor verdadero, que lo separa del resto, y
ese amor verdadero es perdurable, ya que es capaz de superar obstáculos tanto
personales como sociales. Se trata además de una visión del mismo que implica una
decisión irrevocable: debido a que el otro, el objeto del amor, es único e irremplazable,
amarlo implica una clara opción todo o nada (Swidler, 2001:113)
Por otra parte, Swidler identifica entre sus entrevistados lo que ha denominado la
“visión prosaico-realista” (2001:114) del amor: Este tipo de amor se acerca más a la
visión de Giddens sobre el amor confluente marcado por el ethos terapéutico. Se trata de
un amor en el que ambos componentes de la pareja son conscientes de la ambigüedad y
el carácter incierto y contingente de su relación, que requiere de trabajo para salir
adelante. Los discursos en este caso presentan un ritmo más lento ya que el sentimiento,
más que a través de una intuición súbita, madura con el tiempo. Además, su relación con
el individuo es diferente a la de la anterior visión mítica. El individuo es autónomo y se
conoce a sí mismo. El amor no nos proporciona esa auto-revelación sino que la auto-
reflexión debe ser previa a la vivencia del mismo. De hecho sólo un yo que se conoce a
sí mismo es capaz de establecer relaciones auténticas. El contraste por lo tanto está entre
la fusión con el otro que propicia auto-conocimiento y auto-revelación y el ethos
terapéutico que se centra en el yo y que pone el yo, su conocimiento y la búsqueda de
sus intereses como requisito para mantener una relación auténtica.
Según Swidler, tanto una visión como otra están igualmente codificadas culturalmente,
es decir, son significados culturales disponibles a los que los individuos pueden apelar
en las sociedades post-industriales contemporáneas.
Este breve repaso por varias aportaciones sobre la vivencia del género en la experiencia
del amor no pretendía en modo alguno ser exhaustivo ni desarrollar una teoría sobre la
relación entre el género y las dinámicas emocionales en las relaciones de pareja
heterosexuales, lo cual requeriría de una cantidad mucho mayor de investigación
empírica y reflexión teórica. Tampoco se ha buscado generar una prueba empírica de la
amplia argumentación de Giddens sobre la transformación de la intimidad. Lo que se ha
pretendido es cuestionar algunas de sus ideas centrales que se han mostrado
problemáticas al ser confrontadas con las investigaciones de otras autoras y que ha
nuestro parecer requieren de una mayor exploración a través de investigación empírica.
Primeramente, la idea de la generalización del yo reflexivo en las sociedades tardo-
modernas y su correlato en la idea del amor confluente, que supone una visión
excesivamente voluntarista del agente. En segundo lugar, la apertura emocional de los
miembros de la relación pura, siempre dispuestos a la negociación y el conocimiento del
otro. Esta visión que niega el conflicto parece un retrato más normativo que real de las
relaciones de pareja contemporáneas. No hay en el análisis de Giddens ningún indicio
de los efectos que las disposiciones arraigadas de género pudieran tener en la
experiencia cotidiana del amor y los afectos. Tal y como Jamieson ha señalado, incluso
si las tendencias tanto subjetivas como prácticas en las relaciones de pareja
contemporáneas estuviesen menos marcadas por pautas de dominación, la activación de
diferentes identidades de género en la experiencia amorosa no quedaría anulada. Es
decir, el género importa y cómo funciona en las experiencias concretas de los afectos
amorosos es una cuestión empírica que no se debería, a nuestro parecer, diluir de
antemano en fórmulas como el “amor confluente” (Giddens, 1995a) o el “amor líquido”
(Bauman, 2001).
Los estudios que se han abordado brevemente en este apartado sugieren cómo la
relación de diferentes feminidades y masculinidades con los repertorios culturales
amorosos sobre los que argumenta Swilder no es necesariamente homogénea. Por otra
parte el concepto de estrategias de acción en el terreno afectivo como disposiciones a
actuar culturalmente formadas también debería ser objeto de una revisión en términos
de género.
En este sentido, algunas aportaciones que han aplicado las herramientas analíticas de
Bourdieu al estudio de las identidades de género (Adkins y Skeggs, 2004) pueden
proporcionar ciertas claves para el estudio de la experiencia contemporánea del amor.
Especialmente fructíferas desde esta perspectiva pueden ser las aportaciones de Lois
McNay (1999). La autora británica parte de la problematización de la idea de
reflexividad argumentando acerca de la necesidad de tener en cuenta los aspectos de
género más arraigados y duraderos que generan disposiciones a la acción, es decir,
aplicando la categoría bourdiana de habitus a la vivencia del género.
Con su análisis McNay no pretende negar la posibilidad de transformación de esas
identidades de género sino matizar el excesivo voluntarismo de la idea de la
reflexividad tardomoderna. En este sentido, se argumenta que la reflexividad no es una
característica general de las sociedades post-industriales sino que su alcance depende de
configuraciones de poder específicas y ha de ser estudiado empíricamente en contextos
y situaciones sociales concretas.
Acudiendo a la idea de sentido práctico (Bourdieu, 2007), McNay explica que “La
adquisición del género no pasa a través de la conciencia, no se memoriza sino que se
actúa en un nivel pre-reflexivo” (1999: 101)
Esto no significa que las identidades de género sean inmutables, y la clave de esta
capacidad de agencia creativa está en la relación entre los conceptos bourdianos de
habitus (2007) y campo (1993). Según McNay, la reflexividad de género es susceptible
de aparecer en los movimientos entre diferentes campos –como los movimientos entre
la esfera doméstica y laboral- o debido a la tensión generada en un campo. Además, el
habitus nunca asegura un ajuste aproblemático con las demandas del campo, ya que
existen múltiples ambigüedades y disonancias en el modo en que mujeres y hombres
ocupan posiciones masculinas y femeninas. Pero las resistencias, advierte de nuevo
McNay, no son automáticas, sino que dependen de relaciones sociales de poder
específicas.
Si aplicamos lo expuesto por McNay a nuestro objeto de estudio podemos concluir que
es necesario tener en cuenta el habitus de género en las disposiciones amorosas de
hombres y mujeres. La reflexividad no es una característica necesaria de la vivencia de
las relaciones de pareja, sin embargo puede surgir cuando los agentes se ven enfrentados
a las tensiones y los conflictos en la experiencia del amor. La asunción de una conexión
automática entre la emergencia de la reflexividad y la construcción de relaciones más
democráticas es sin embargo problemática.
Las disposiciones de género no deben concebirse como inmodificables tampoco en el
terreno amoroso, sin embargo, las resistencias, ambigüedades y transformaciones en las
mismas no son automáticas en la modernidad tardía sino que su surgimiento en
situaciones concretas es una cuestión empírica.
Conclusiones
El presente trabajo ha pretendido realizar una revisión crítica de la tesis de la
destradicionalización de la intimidad que ha surgido en la sociología reciente y en
particular, de la versión de la misma llevada a cabo por Anthony Giddens.
Se ha argumentado acerca de los problemas que presentan las ideas de “amor puro” y
“relación confluente”, ambas inscritas en el giro que sufre la teoría de Giddens a partir
de sus análisis de la modernización reflexiva. Con este artículo no se han pretendido
negar las posibles dinámicas de cambio en la vivencia de las relaciones afectivas en las
sociedades contemporáneas, sino matizar estas transformaciones y advertir acerca de
ciertas dificultades que el argumento de Giddens presenta al ser confrontado con otros
estudios empíricos en este campo.
Por una parte, se ha argumentado acerca de la relación de los individuos con ciertos
significados compartidos en torno al amor que no son unívocos. Las aportaciones de
Eva Illouz (2009) y Ann Swidler (2001) han puesto de manifiesto que es necesario
matizar la idea de la desaparición del amor romántico y su sustitución por un nuevo
imaginario basado en la negociación y la apertura emocional mutua en el seno de la
pareja. Más bien, en las representaciones sociales de los individuos en las sociedades
post-industriales conviven visiones prosaicas del amor (Swidler, 2001) como trabajo y
construcción diaria con otras más míticas o pasionales que no abandonan las
aspiraciones románticas, incluso si este código romántico tardo-moderno se ve
mediatizado por el capitalismo postindustrial (Illouz, 2009).
El segundo problema de la aproximación de Giddens a la intimidad que hemos
pretendido poner de manifiesto es su excesivo voluntarismo (Adams, 2006). El
argumento de Giddens uniformiza las diferentes experiencias contemporáneas del amor
y los afectos en torno a una idea negociada de la pareja ignorando los contextos sociales
específicos mediados por relaciones de poder en que estas experiencias tienen lugar. De
esta manera, no tiene en cuenta las disposiciones arraigadas de género y clase que
pudieran intervenir en esta experiencia.
Centrándonos en el género, hemos visto cómo varias aportaciones al estudio del amor
han puesto de manifiesto que tanto la relación con los repertorios culturales amorosos
como las vivencias concretas de las relaciones de pareja se ven influidas por la
encarnación y puesta en práctica de ciertas masculinidades y feminidades.
A través de la crítica a ciertas cuestiones problemáticas de la aproximación de Giddens
al estudio del amor no pretendemos rechazar de plano la idea de la reflexividad y las
consecuencias que su puesta en práctica pueda tener en la experiencia de las relaciones
de pareja. Pero para entender el alcance de esa reflexividad es necesario estudiarla en el
ámbito de los contextos sociales concretos y no entendida como una capacidad
generalizada de los individuos en las sociedades de la modernidad tardía. Y la
investigación sobre su alcance y relación con tradiciones culturales concretas,
disposiciones de género arraigadas y regímenes de género construidos en el seno de las
parejas puede ser muy fructífera para el estudio de las relaciones amorosas
contemporáneas.
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