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Antes de partir leyendo, aclaro que la presente publicación es un resumen bastante resumido de

una Tesis publicada en el Primer Semestre del 2012, expuesta en la presentación del Congreso
Anual Estudiantil de Psicología con respecto al Trastorno Oposicionista Desafiante. Por tanto, no
están incluidas al detalle todas discusiones y teorizaciones al respecto. Para cualquier
profundización respecto a este tema (entrevistas, citas, bibliografía), pueden consultar en
Biblioteca UDP la Tesis publicada.
La Tesis fue un trabajo realizado por Ignacio Brunnel, Nicolás Navarrete y Diego Troncoso.

Se entiende el Trastorno Oposicionista Desafiante como “un patrón recurrente de


comportamiento negativista, desafiante, desobediente y hostil, dirigido a las figuras de
autoridad…” (DSM IV-TR, 2005) En el Manual citado también se menciona que las actitudes
agresivas, que consisten en responder mal verbalmente, no obedecer órdenes, discutir, etc., se
manifiestan con personas cercanas de la misma edad y no solamente con adultos.
Para el diagnóstico de TOD se consideran los siguientes criterios:

1. Un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante que dura por lo menos 6


meses, estando presentes cuatro (o más) de los siguientes comportamientos:
(1) A menudo encoleriza a incurre en pataletas

(2) A menudo discute con adultos

(3) A menudo desafía activamente a los adultos o rehúsa cumplir sus demandas

(4) A menudo molesta deliberadamente a otras personas

(5) A menudo acusa a otros de sus errores o mal comportamiento

(6) A menudo es susceptible o fácilmente molestado por otros

(7) A menudo es colérico y resentido

(8) A menudo es rencoroso o vengativo

1. El trastorno de conducta provoca deterioro clínicamente significativo en la actividad social,


académica o laboral.
2. Los comportamientos en cuestión no aparecen exclusivamente en el transcurso de un
trastorno psicótico o de un trastorno del estado de ánimo.
3. No se cumplen los criterios de trastorno disocial, y, si el sujeto tiene 18 o más, tampoco los
de trastorno antisocial de la personalidad.
La prevalencia de diagnóstico del TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante) es entre un 2 y un
16% de la población estudiada según DSM IV, además se señala que a medida que los niños
van creciendo el trastorno suma mayores síntomas (hacia la adolescencia) (DSM IV-TR, 2005).

En Chile el diagnóstico por Trastorno Oposicionista Desafiante se estima en alrededor de un


7,6% de la población en niños, y además es posible agregar que entre un 69% a 80% de estos
niños presentan comorbilidad con Síndrome de Déficit Atencional, lo que nos señala alguna
variable en común al momento de considerar uno u otro diagnóstico en niños (Brahm & Martínez,
2008). Es importante señalar que algunos problemas en el lenguaje y en el aprendizaje muestran
comorbilidad con el TOD, y así también algún grado de discapacidad (Eje IV DSM IV) que pueda
presentar un niño (de la Barra, Toledo, Rodríguez, 2004).

A esto también se le suma el tratamiento con farmacología que consiste en primera opción
metilfenidato (40 mg diarios), especialmente si existe comorbilidad con Síndrome de Déficit
Atencional. También se recomienda en casos de conductas obsesivas o de ansiedad, el uso de
Inhibidores Selectivos de la Recaptura de Serotonina (ISRSS) como sertralina, paroxetina y
fluoxetina. En casos de trastorno autista también se usan antipsicóticos como riesperidona
(Brahm & Martínez, 2008).

Desde el lugar o espacio de la Psicología, en base al punto anterior, consideramos al igual que
Bleichmar (2009:101), que “uno de los grandes problemas de la medicación es que al producir
un aplacamiento a veces excesivo no posibilita una recaptura simbólica de la experiencia que
prepare al aparato a nuevas experiencias.”

Ahora bien, es importante considerar la idea de la Modernidad sobre la adaptación propiamente


tal, de las cuales derivan e insertan prácticas sociales en las subjetividades de las últimas
décadas. En tal sentido, “el cuerpo ya no se descarta por ser pecador, sino por ser impuro en nuevo
sentido: imperfecto y perecedero. Y, por lo tanto, fatalmente limitado. Por ser viscoso y meramente
orgánico, ha quedado obsoleto. Pero la misma tecnociencia se propone repararlo y transcenderlo, gracias
a las metáforas que emanan de los centros de investigación y plasman sus efectos de realidad en el mundo
y en la carne humana.” (Sibila, 2005:115). Esta génesis al mejoramiento del cuerpo humano por la
tecnociencia se instituye en “el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende
únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación
de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés.”
(Foucault, 1976:141).
Se hace necesario entonces comprender cómo a lo largo de la historia los significados sociales
han ido transformándose, en donde, “ser mirado, observado, referido detalladamente, seguido a diario
por una escritura ininterrumpida, era un privilegio. Lo cual implicaba que la “crónica de un hombre, el
relato de su vida, su historiografía relatada al hilo de su existencia formaban parte de los rituales de su
poderío.” (Foucault, 1976:196). Ante la cual hoy en día desde la modernidad, es totalmente al
revés, debido a que estos “procedimientos disciplinarios invierten esta relación, rebajan el umbral de
la individualidad descriptible y hacen de esta descripción un medio de control y un método de dominación.
No ya monumento para una memoria futura, sino documento para una utilización eventual. Y esta
descriptibilidad nueva es tanto más marcada cuanto que el encuadramiento disciplinario es
estricto” (Foucault, 1976:196).
A este tipo de registros, en el cual nos enfocaremos “lo vemos, bajo la forma de tests, de
conversaciones, de interrogatorios, de consultas, rectificar en apariencia los mecanismos de la disciplina:
la psicología escolar está encargada de corregir los rigores de la escuela, así como la conversación médica
o psiquiátrica está encargada de rectificar los efectos de la disciplina de trabajo.” (Foucault, 1976:229).
¿lo oposicionista y desafiante es una conducta universal en cualquier rincón de occidente, las
cuales responden a las mismas desviaciones normales? ¿Qué ha imposibilitado una
construcción de un diagnóstico de patologías en Latinoamérica? ¿A qué necesidades sociales
responde China para la “Chinese Classification of Mental Disorders” (CCMD) en crear manuales
clasificatorios distintos a los otros mencionados?

En este sentido, la psicología tiene una meta clara y a la vez cautelosa en su rol frente al
diagnóstico psiquiátrico. Esto implica que, más que un problema técnico, es un problema del
estatuto de poder. Como comenta Hernández (2009:44) “Ante una postura médica en la que los
supuestos están basados en una supremacía biológica, al psicólogo se nos ve como el «rehabilitador»,
tarea importante, pero que se relaciona con los logros en el área cognitiva y conductual, por lo que una
vez más la psicopatología no aparece en el panorama ni como explicación etiológica ni para ser tratada”.
Nuestro trabajo entonces intenta responder ¿quién es desafiante a quién? o ¿quién es el
desafiador o el desafiado? Ya que ser oposicionista a un otro, conlleva al otro posicionarse como
opositor del sujeto también, por tanto, no hay una neutralidad objetiva desde donde la posición
sea neutra ante la oposición del otro (del niño). De modo que al final ¿Vemos entonces una salud
mental que trabaja por el bienestar subjetivo o más bien hacia un bienestar de la institución
(psiquiátrica y escolar en este caso)?.
Marco Teórico
La definición encontrada en la revisión del DSM IV TR, comprende al TOD “un patrón recurrente
de comportamiento negativista, desafiante, desobediente y hostil, dirigido a las figuras de
autoridad…” (APA, 2005), en el que deben estar presentes al menos cuatro síntomas de una
lista de ocho durante seis meses.

Estas conductas pueden variar en tanto: mostrarse testarudo constantemente, no mostrar


voluntad para el compromiso, resistirse a instrucciones, etc. (Fulkerson & Webb, 2005).

El DSM IV, estima que alrededor de un 2 un 16 % de niños presenta el TOD (APA, 2000). Así
también, otros estudios también señalan un 5,7% para el TOD y un 3,4% para el TD en muestras
de niños de 11 años (Anderson, Williams, Mc-Gee & Silva, 1987, citado en Emberley & Pelegrina,
2011) y un 8,7% de TOD para niños en una muestra entre los 14 y los 16 años (Kashani et al.,
1987, citado en Emberley & Pelegrina, 2011). Ante tal panorama, es posible evidenciar el amplio
espectro estadístico al señalar números en tanto epidemiología de la población, siendo estos
bastante dispersos en rango.

En Chile no se han realizado extensas investigaciones respecto a la epidemiología en niños con


trastornos mentales, sin embargo un estudio longitudinal realizado entre 1992 y 1996 en niños
de 7 escuelas de Santiago Occidente (de la Barra, Toledo & Rodriguez, 2004), arrojó como
resultados que un 2,4% de niños padecía algún trastorno de la conducta bajo los criterios del CIE
10.

No es menor, mencionar que se señala que el TOD es mayor en varones a menor edad, sin
embargo llegados a la pubertad y a la adolescencia los números tienden a emparejarse entre
sexos (Offord et al., 1996 citado en Emberley & Pelegrina, 2011).

Dentro del diagnostico del TOD, en el DSM IV se señala o que solo es diagnosticable hasta los
17 años de edad, si el individuo tiene 18 o más pasaría a tener Trastorno Antisocial de la
Personalidad, lo que señala una variable de edad al momento del diagnóstico. ¿Cómo entonces
podemos pensar un diagnóstico objetivo en el ámbito médico si una variable excluyente de un
trastorno es la edad de inicio adulta, la cual se encuentra socialmente delimitada? Además, el
Trastorno Antisocial de la Personalidad cumple patrones similares al TOD pero en el manual se
utiliza una redacción distinta, con mayor referencia al ámbito adulto como: fracaso para adaptarse
a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, irritabilidad y agresividad,
impulsividad o incapacidad para planificar el futuro, deshonestidad, etc. Es decir apunta a las
mismas características del TOD solo que si bien éste apunta a la desobediencia ante la autoridad
como padres o profesores, el Trastorno Antisocial apunta a la desobediencia a la autoridad legal.
Ambos son similares, el foco no está puesto entonces en el paciente al diagnosticar uno u otro
debido a la edad, sino en la autoridad.

Barkley señala que aproximadamente un 60% de niños con TOD desarrollará un TD a futuro
(Turgay, 2009). Otros estudios, señalan sin embargo, tasas muy bajas respecto a este punto, en
el que si bien generalmente el TOD se asocia con TDAH, más del 60% de los niños con TOD no
tendría comorbilidad, y tan solo un 10% desarrollaría un TD a futuro (Boylan, Vaillancourt, Boyle
& Szatmari, 2007).

Este punto se contradice con algunos estudios en que se diagnostica al revés, es decir el primer
diagnóstico es TDAH y le sigue diagnóstico por TOD, y en que se ha encontrado que en adultos
clínicamente diagnosticados con TDAH cuando niños, solo entre el 24-35% de ellos tenia TOD y
un 17-25% de ellos tenía diagnóstico además de TD (Dowson, 2008), lo que nos habla de que
no hay una segura claridad al momento de hacer diagnóstico respecto a que trastorno antecede
otro en el marco clínico
El tratamiento farmacológico en niños con TOD consiste en diversos fármacos como en
metilfenidato, ISRS como sertralina, paroxetina y fluoxetina, etc. (Brahm & Martínez, 2008). Sin
embargo hasta la fecha ningún tratamiento farmacológico ha demostrado ser totalmente eficaz
en casos de TOD aislado, sin embargo las anfetaminas han demostrado ser eficaces en casos
de TOD con TDAH (Fulkerson & Webb, 2005).

Para un mayor abordaje de los datos respecto al TOD es esencial considerar las características
y construcciones subjetivas del “yo” a lo largo de la sociedad. Por tanto, entendemos al “yo”
como “una organización que se caracteriza por una singular aspiración a la unidad, a la síntesis” (Freud,
1925:2919), que en cuya aspiración a la unidad de síntesis como un “yo” radica a que de lado
del inconsciente se persiguen distintas pulsiones con “fines independientes unas de otras y sin
atenderse entre sí” (Freud, 1925:2919). Por lo tanto, la coherencia de un “yo” unificado es un ideal
social en las que “todas nuestras instituciones sociales están constituidas para personas con un yo
unitario, normal, al que se puede clasificar de bueno o malo y que llena su función o es excluido de ella
por una influencia poderosa. De aquí la alternativa legal de responsable e irresponsable” (Freud,
1925:2935). Lo que conlleva entonces a una serie de presupuestos en las diversas prácticas
sociales que comparten un ideal sobre los seres humanos como “yoes” con autonomía, elección
y responsabilidad sobre sí, dotados de una aspiración psicológica de autorrealización, que llevan
su vida, real o potencialmente, como una especie de empresa de sí. (Rose, 1996).
Sin embargo, las técnicas de relacionarse consigo, como un sujeto con capacidades únicas,
merecedor de respeto, chocaron con las prácticas de relacionarse consigo como blanco de
disciplina, deber y docilidad. La demanda a descifrarnos en términos de alguna autenticidad de
los propios actos choca con la demanda política o institucional de que nos gobernemos por la
responsabilidad colectiva en una toma de decisión organizada, aún cuando se esté
personalmente en contra. En donde ciertamente existe la demanda ética de sufrir nuestras penas
en silencio y encontrar la manera de continuar (Rose, 1996).

Tomando nuestro tema del TOD y su clasificación en la infancia, debemos comprender que es
el sector más intensamente gobernado de la existencia personal. El niño moderno se ha
convertido en el foco de innumerables proyectos que afirman protegerlo del daño físico, psíquico
y moral para asegurarse su desarrollo “normal”, para promover activamente ciertas capacidades
y atributos tales como la inteligencia, la educabilidad y la estabilidad emocional. (Rose, 1990)

Estos atributos en la Modernidad que emergen como “una “invención” de esta nueva anatomía
política no se debe entender como un repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de procesos
con frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que coinciden, se repiten, o se
imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su dominio de aplicación, entran en convergencia
y dibujan poco a poco el diseño de un método general. Se los encuentra actuando en los
colegios.” (Foucault, 1976:142). Sin olvidar también que “cuando las escuelas comenzaron a atender
a más niños durante más tiempo, y cuando empezaron a interesarse por su adaptación además de por su
aprendizaje intelectual, se agregaron nuevos especialistas”. (Morse citado en Harwood, 2009:103)
Este auge de especialistas trajo consigo una “serie de lenguajes y técnicas “psi”, que han venido a
constituirse como un conjunto de articulaciones entre las técnicas de gobierno y las prácticas de libertad
en nuestras sociedades. Se trata de una multitud de técnicas sobre “lo humano”, esparcidas por multitud
de ámbitos sociales, académicos e institucionales, extendidas desde las revistas especializadas hasta los
departamentos universitarios, y que dotan al ejercicio de la “autoridad experta” de cierto “perfil
ético” (Cayuela, 2006:4). Toda aquella extensión “ejercida por trabajadores sociales, psiquiatras,
psicoanalistas, pedagogos, etc., (…) este “complejo de saberes psi” no viene a reprimir una libertad
primigenia, ni instalan controles y represiones sobre una espontaneidad originaria y “natural”. Bien al
contrario, producen “subjetividades” y “ámbitos de acción”: tipos de subjetividad, escenarios de
relaciones posibles, formas de saber y placer, etc.” (Cayuela, 2006:5)
Detrás de esto, una modalidad fundamental para estas prácticas es el uso del registro personal
al rendimiento: el examen. Estos “constituyen al individuo como objeto y efecto de poder, como efecto
y objeto de saber. Es el que, combinando vigilancia jerárquica y sanción normalizadora, garantiza las
grandes funciones disciplinarias de distribución y de clasificación, de extracción máxima de las fuerzas y
del tiempo.
Haciendo una retrospectiva al pasado, encontramos en 1851 un trastorno que guarda similitud
dentro de la ética del poder hegemónico, con aquellos signos y síntomas del TOD. Se trata de la
Drapetomanía (Jackson, 2002), el cual es un trastorno mental que padecían los esclavos negros,
consistente en unas ansias de libertad o una expresión de sentimientos oposicionistas a
la esclavitud. Este trastorno fue registrado por el Dr. Samuel A. Cartwright, perteneciente a la
Louisiana Medical Association.
Si cambiamos la palabra “esclavos” de aquella época, por “niños” o “jóvenes” y cambiamos la
palabra “esclavitud” por “autoridad”. Veríamos que corresponden al ejercicio de un saber que
instala un poder similar o idéntico al TOD moderno actual. En otras palabras, el TOD es la
Drapetomanía moderna en Psiquiatría. Cambian los actores y los escenarios, pero la temática
de poder sigue en pie como un problema de trastorno médico.
Lo interesante que nos lleva a cuestionar el TOD no es tanto solamente su clasificación, su
expectativa social a la normalidad, más bien se encuentra en su misma sanación o tratamiento.
Es en el tratamiento donde podemos ver cómo se conjugan las distintas redes de acción del
poder. Es como si en el TOD, apenas en su “aparición” al diagnosticarse, paulatinamente se
degrada. Partiendo por su problematización, como algo que hay traducir y codificar para la acción
de las distintas colectividades o “textos”, éstas se fragmentan cada vez más y esa nuclear “sólida”
problematización en donde vaya pisando terreno el TOD, ya sea en la gradualidad del fármaco,
en los estratos socioeconómicos, en el entorno familiar-social, vemos entonces que en el mismo
tratamiento esconde su pluralidad con otros discursos.

Hemos de entender que la operación esencial no es tanto la combinación de signos sino el orden
a una transcripción sintáctica, en donde una teoría del TOD debe ser el simple enunciado del
encadenamiento de la clasificación, entendiendo que el segmento observable aislado, no
significa nada por sí mismo sino comienza a entrar en la composición con otros elementos
(Foucault, 1995). Ya que para el diagnóstico, cualquier añadido como “sus predispociones, su
edad, su género de vida, y toda una serie de acontecimientos, que con relación al núcleo esencial
representan accidentes” (Foucault, 1995:23). Intentando con ello distinguir los síntomas de los
“accidentes”, como si el paciente fuese algo exterior desde lo cual sufre síntomas (Foucault,
1995).

Aunque en la diversidad de los auxiliadores del Complejo Psi, quizás muchos de ellos no
comparten Epistemologías o Metodologías comunes, sí comparten para unirse
interdisciplinariamente, una noción ética del comportamiento, de los deberes, de la normalidad y
la adaptación con el menor roce de conflictos que puedan subsistir. Estos rasgos comunes
buscan decidir con seguridad entre varios tratamientos cuales“ofrecen más certera en el éxito,
aprovechar la experiencia; percibir las ocasiones; combinar todas las posibilidades; calcular todos los
azares; soportar sus caprichos; manejar su carácter y regir su voluntad, como un padre tierno que guía
por el destino de sus hijos” (Foucault, 1995:129)
La institución escolar implica una relación de poder entre los padres, los profesores y los
psiquiatras para asegurar la adaptabilidad frente al estado. Como señala Jadue (1999) “La
institución escolar coloca una serie de demandas sobre los alumnos y, a través de ellos, sobre
el núcleo familiar. Los padres se prueban a sí mismos a través de las notas obtenidas por sus
hijos, lo que provoca problemas en la conducta infantil, que desembocan en una triangulación de
los conflictos intrafamiliares y de los padres con la escuela”. En este sentido podría ser que el
diagnóstico como acto clínico casi exclusivo en el abordaje de los trastornos conductuales
“implica perder de vista los efectos de las prácticas sociales generales del diagnóstico de niños
problemáticos” (Harwood, 2009).

Por último, la pregunta central que guía esta conceptualización se centra en abrir posibilidades,
criticar y deconstruir la categoría diagnostica de los trastornos conductuales en torno a la
posibilidad de discutir las dificultades comportamentales de niños y niñas sin aludir
necesariamente a trastornos como el TDAH, TOD o algún otro trastorno conductual. Como
afirma Donzelot (1996:209), “el primer trabajo del técnico relacional consiste en desaconsejar la
petición del informe (diagnóstico)” Por lo “que si su hija, aun siendo inteligente, se desinteresa de la
escuela, es porque ustedes se han apropiado de su destino hasta el punto de anularla, de impedirle plantear
su deseo”.
Análisis crítico de discurso.
Dentro de los elementos que aparecen en el discurso, primero que todo nos gustaría señalar el
aspecto semiológico con el que se incurre en realizar un diagnóstico al niño, el cual no se
corresponde siquiera con las categorías de diagnóstico de TOD señaladas en el DSM IV. Cabe
mencionar que el diagnóstico es realizado desde un saber psiquiátrico, en el que se anulan
completamente factores contextuales del paciente, así como su historia de vida (no médica). Esto
genera un diagnóstico descriptivo, conductual, basado en lo mencionado por el colegio al que
asiste al niño, en primera instancia respecto a su comportamiento en la sala de clases, y deja de
lado otra sintomatología externa al TOD pero que pudiese aportar gran información respecto a
elementos etiológicos que expliquen la conducta del niño. No hay referencia a que esa conducta
pueda ser una manifestación de una sintomatología diversa al TOD. Incluso, la sintomatología
referida en la entrevista señala trastornos ansiogenos y trastornos conversivos (parálisis), los
cuales no guardan relación alguna con el TOD.

También es posible dar cuenta que el niño, al quedar invalidado como sujeto, padece un quiebre
en su identidad debido a que el diagnóstico es absorbido tanto por la familia como por el colegio,
instalándose entonces otro tipo de relación entre estas instituciones y el niño, que ahora se
encuentra en una situación de enfermo, de sufrimiento. Así también, el diagnóstico por TOD
remarca y se sustenta a sí mismo, en el caso de que el niño acepte el tratamiento y se muestre
cooperador, pasará de una lógica de enfermo a sano, por lo cual se asume que se está
recuperando o se recuperó pero que alguna vez tuvo TOD, o por el contrario en caso de que el
niño se muestre resistente al tratamiento, ya sea no asistiendo a psicoterapia o no tomándose la
medicación prescrita, se confirma también que desafía a la autoridad (en este último ejemplo, la
médica) por lo que claramente hay sintomatología TOD.

Dentro de la presente discusión, surge la figura del psicólogo como un mediador entre el paciente
y el diagnóstico, siendo, un profesional que toma en cuenta el discurso del niño más allá de la
sintomatología señalada en su ficha clínica. Por consiguiente, el niño puede validarse a sí mismo
como sujeto de poder. Puede rechazar, aceptar, explicar o generar un nuevo enfoque frente a su
propio caso. Por el contrario, la figura del psiquiatra aparece como lejana, como una figura poco
empática con el paciente, con el que se relaciona mediante solo el acto diagnóstico en una
primera intervención, para luego aparecer esporádicamente como una figura de control.

Siguiendo la misma línea, es necesario señalar que el psicólogo no es entendido en el presente


trabajo como un cómplice del paciente que le otorga su validez como sujeto, sino que al
interceder entre el diagnóstico y el niño pone en duda al aparato de poder que lleva al niño a la
consulta. Es el espacio para que el niño manifieste su propia subjetividad frente a la situación
que le ha llevado a encontrarse situado como paciente diagnosticado con TOD.

Así también, el eje de poder de la psicología infantil pasa por una ambivalencia, en el sentido de
señalar a un niño como víctima (dañado, enfermo, etc.-en este caso como abusado-) y un niño
que al mismo tiempo debe cumplir y realizar deberes dentro de los marcos normativos que la
sociedad señala. Por ende el psicólogo parece encontrarse en una posición asistencialista
respecto a las necesidades del niño, generando una dualidad de proteccionismo y de
expectativas a cumplir. Tal posición asistencialista, se manifiesta en que el psicólogo no tiene
una postura crítica dentro del aparato médico, a nuestro parecer el rol de la psicología debería
dar más cuenta de un saber reflexivo que tenga como foco las prácticas sociales del niño y no
solamente los discursos sociales que influyen en él.
Durante las entrevistas se constataron aspectos tanto comorbidos como aspectos que están
fuera de la comorbilidad esperable en un TOD. En tal sentido, siendo el TOD un trastorno inserto
en los trastornos de la conducta, se hace necesario distinguir en lo posible qué hace al TOD un
diagnóstico diferenciado de los demás trastornos conductuales. Por tanto, podemos contemplar
que un trastorno como el déficit atencional se enfatiza su lugar y posición mas acentuadamente
en aspectos de rendimientos académicos o sociolaborales, donde la desconcentración atenta
contra el flujo institucional requerido a ciertas tareas o asignaciones esperadas. Mientras el TOD
por su parte se enfatiza más en lo conductual por aquellos aspectos que pongan en cuestión la
autoridad que se requiere en los reglamentos escolares, sean cual sean las conductas que
desemboquen en aquellos. Es justamente así como un trastorno por déficit de atención es
comórbido a un oposicionista desafiante en tanto que ambos atentan al ritmo autoritario de la
institución. En este sentido, resulta relevante dar cuenta que algo en el orden del oponerse o
negarse a un mandato o decisión se asume de forma automática que tras ello existe un desafío.
Resulta por ello importante mostrar que el TOD por su parte contiene dichos elementos en
disputa. No existe en la literatura médica o psicopatológica algo como el Trastorno Oposicionista
o algo como el Trastorno Desafiante, existe el Trastorno Oposicionista Desafiante o Trastorno
Negativista Desafiante, como las dos caras de una misma moneda que no pueden ser una sin la
otra.

Sin embargo, también es importante destacar como los sujetos diagnosticados hacen identidad
con el TOD y se resisten. En el juego de poder de las instituciones los sujetos se resisten a las
fuerzas homogeneizadoras desarrollando sus identidades en torno a la oposición y el desafío.
Así lo que es considerado indeseable y desadaptativo para la sociedad se conforma para ellos
como un valor que los distingue y les da un valor importante. Esto apunta a que la institución
médica a través del diagnóstico anula la capacidad de un individuo para tener una opinión
diferente al status quo y elegir una forma de vivir distinta. En este sentido, nuestros entrevistados
buscaban profesiones y pasatiempos que permitieran el ejercicio de esta libertad. Por ejemplo,
nuestro entrevistado diagnosticado con TOD ahora es profesor de historia y en sus clases
propone un plan pedagógico que se escapa bastante de la historia oficial.

Esta visión nos da luces sobre la importancia de pensar una nueva teoría sobre las relaciones
de poder, en donde los sujetos tienen más capacidad para afrontar los poderes regidores de la
sociedad, negociar, escapar, pero también proponer nuevas formas culturales lo que se
contrapone con la visión clásica del biopoder que nos atrevemos a decir, es casi predestinatario
y rígido.

Conclusión:
Es importante considerar a quién uno se refiere como aquel sujeto coartado en su diferencia y
que implicancias tiene posicionarlo o potenciarlo como un actor critico de su situación,
sumergiéndolo entonces en una lucha conciente de algo que era inconciente en su discurso
anteriormente.

Otorgar voz abriendo las diferencias no encontradas por el TOD implica posicionar en nuevo
escenario político, las redes de poder imperantes en los discursos sociales.

Sin duda, a lo largo de la tesis llama la atención aquel discurso de la nueva promesa (en la
adaptación conductual) por la responsabilidad del control pulsional y consenso normativos (que
eviten el agravamiento predicho futuro del trastorno) para una futura recompensa y estabilidad
social. En ellas se da por cierta obviedad que la meta institucional en sus diversos discursos, si
se ajustan eficientemente los distintos enunciados en satisfacer los compromisos abrirán las
puertas de cierto bienestar (Salud Mental). Las cuales en ellas sin duda se generan nuevos
injertos ideológicos que normalizan y cosifican las subjetividades alienándose.
Para cerrar, queremos señalar que este trabajo de Tesis, no es un trabajo de Psicología, ni de
Psiquiatría, ni tampoco de Sociología, es más bien como todo trabajo o acto investigativo, un
quehacer de la ética. Si no entendemos esto primero al momento de leer esta tesis, no se
entenderá qué tronco y cuáles son las líneas posibles donde apuntan cada uno de nuestros
enunciados y discusiones al tema. Debido a que justamente el conocimiento siempre está
entretejido entre lo político y ético.

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