Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
1
Domingo XXXIV T. O. (C) – Jesucristo rey del universo
diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). De tal manera
que, a partir de Cristo, todo el que quiera podrá acogerse a ese “pago” que él ha
hecho a Dios por nosotros en la cruz, ya que “en él tenemos por medio de su
sangre la redención, el perdón de los pecados” (Ef 1,7).
4) Acogiendo las súplicas de quienes, como el buen ladrón, confiesan su
inocencia y suplican su misericordia: “Acuérdate de mí cuando vengas con tu
Reino”. Para alcanzar la salvación hay que hacer dos cosas: confesar la inocencia
de Dios, es decir, reconocer que Dios no tiene culpa de nada de lo mucho de malo
que aquí ocurre y suplicar la misericordia de Dios.
Así es, hermanos, como Jesucristo es rey en el tiempo de la historia. Y eso
es una bendición para nosotros y para todos los hombres. Porque la escena del
evangelio de hoy es una imagen perfecta de la historia humana, que es un monte
lleno de crucificados y en el que, por la misericordia de Dios, está también Cristo
crucificado. No hay hombres “buenos” y “malos”: todos somos malos porque, como
dijo el Señor, “nadie es bueno sino sólo Dios” (Lc 18,19). Tampoco hay hombres
que sufren y hombres que no sufren: todos sufrimos, todos tenemos nuestra cruz, a
la que estamos clavados queramos o no queramos. La cuestión decisiva es la
actitud que cada hombre toma ante Cristo, el Inocente, que está también
crucificado en medio de nosotros.
Que el Señor nos conceda adoptar la postura correcta, que es la del buen
ladrón: confesar la inocencia de Dios y suplicar su misericordia. Para que también
nosotros escuchemos las benditas palabras: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Que así sea.
«Todavía me acuerdo del lugar del campo done yo escuché la voz del Señor
que me decía: “Estás en lo más bajo de la miseria y vas a decirme que me
prefieres y que no dudas de mí”. Todavía hoy escucho a Dios decirme esto, y me
escucho a mí misma diciendo: “No dudo de Vos, Dios mío, no dudo de vuestra
inocencia, no dudo de vuestro amor. Yo sé que Vos no habéis querido esto, que
Vos sois inocente”. Yo he conocido el infierno sin desesperar de la inocencia de
Dios; es un milagro.» (Lise Delbès)