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Transparencia y Quiebres

Julio Olalla
Paper de Estudio · Guía nº 2
ACP 2018
TRANSPARENCIA Y QUIEBRES

Muchas de las actividades que realizamos diariamente son tan


rutinarias que no necesitamos pensarlas; son invisibles para
nosotros. O, dicho de una manera ontológica, las realizamos desde la
transparencia.
¿Qué definimos como transparencia? Cuando caminamos, no
pensamos en la manera como movemos nuestros pies o balanceamos
los brazos. Simplemente caminamos. Cuando nos sentamos a comer,
no somos conscientes de cómo estamos utilizando los cubiertos. Al
conducir, no pensamos en qué pedal accionamos o en qué ángulo
debemos girar al llegar a una esquina o qué ruidos produce el motor.
Solamente conducimos. De modo que cuando estamos en
transparencia, ejecutamos una acción pero no estamos en la
conciencia reflexiva de estar realizando dicha acción.
Cuando nuestras acciones son transparentes para nosotros,
nuestra conciencia reflexiva está en otra parte. Por ejemplo, al
conducir, estamos pensando en lo que haremos al llegar a nuestro
destino, o en esas entradas al teatro que aún no hemos comprado;
cuando caminamos en la calle miramos a la gente que pasa o vamos
charlando con un amigo; cuando comemos, no fijamos la atención en
la forma como cortamos la carne sino que conversamos con quienes
nos acompañan. Es decir, no estamos pensando en cada paso que
damos, y en ese sentido no sentimos que el mundo nos da
posibilidades o se nos resiste. La acción transparente siempre
transcurre como un flujo o una danza continua.

SE ROMPE LA TRANSPARENCIA
Hay eventos o situaciones diarias que rompen con la transparencia
de nuestras acciones. Si estoy escribiendo en mi computador y el
botón de la letra ‘A’ no responde, el computador, como objeto, se
me vuelve evidente en toda su complejidad. Dejo de lado lo que
estoy haciendo y me pregunto “¿qué pasa con el computador?” o
“¿quién podrá ayudarme a solucionar este tema?”.
De igual manera, si al caminar en la calle me tropiezo y me tuerzo
el tobillo, mi caminar deja de ser transparente. Desde ese momento,
el dolor me obliga a estar atento a cada nuevo paso que doy. Me
hago plenamente consciente de mi cuerpo y ya no le presto atención
a las vitrinas que antes venía mirando o a la conversación con el
amigo que me acompaña.
Czy może pani wymienić mi czek podróżny.
Tú lees en español y de pronto te aparece en el texto esa frase, y
te preguntas ¿qué diablos es esto?... Bueno, es una frase que ha roto
la transparencia de tu lectura…
Estos eventos que interrumpen el flujo de la transparencia de la
acción en nuestras vidas los llamamos quiebres. Aquello que antes
nos era transparente, emerge ahora, concita nuestra atención y
tomamos conciencia de ello.
Los quiebres hacen que lo que antes era invisible para
nosotros se haga evidente y presente. Estos enfocan nuestra
conciencia reflexiva en la acción que estamos realizando, hacen que
el mundo emerja en toda su complejidad e interrumpen nuestra
acción futura.
Examinemos este concepto con un simple ejemplo. Cuando
conduzco al trabajo en la mañana, esta actividad es transparente
para mí; reacciono de manera automática al rojo y al verde del
semáforo. Recorro las calles habituales sin percatarme de los
detalles. Eso me permite escuchar noticias o imaginar lo que haré al
llegar a mi destino. De pronto percibo una extraña vibración y casi de
inmediato el conductor de un carro vecino me señala el frente de mi
auto: una llanta se ha desinflado. En ese momento el carro deja de
ser el objeto amigable que era hasta hace unos segundos y ‘aparece
frente a mí’ en toda su complejidad. Mi primer pensamiento es para
maldecir este condenado carro o para culparme a mí mismo por no
haber revisado las llantas. O para preguntarme “¿por qué a mí?”
Luego mis pensamientos me recuerdan que debía estar en una
reunión a las 9.30 y no llegaré…
Finalmente mi conversación interna se dirige a la manera de
resolver este quiebre. “Llamaré a la oficina para reagendar la
reunión, y cambiaré la llanta”. O “Dejaré el carro acá, me iré a la
oficina y luego me ocuparé de arreglar la llanta”. Cuando esto
sucede, el mundo —que antes era transparente cuando estaba
conduciendo— ahora se convierte en una red de ayuda: unos
transeúntes me ayudan a empujar el carro y sacarlo de la vía; un
taxista me llevará a mi trabajo; alguien me presta su celular pues el
mío está sin batería…
Un evento, que juzguemos positivo o negativo, puede crear un
quiebre en la transparencia de nuestra vida. La muerte de alguien
que amamos, el nacimiento de un niño, el lograr un contrato, un
divorcio, una promoción en el trabajo, la enfermedad de un hijo; todo
eso resulta en un cambio respecto al esperado curso de los
acontecimientos.
Como acto lingüístico, los quiebres comienzan como un juicio
hecho por un Observador de que lo que está ocurriendo no
coincide con lo que esperaba. En otras palabras, lo que pasó
altera o modifica el curso normal de los eventos esperados por el
Observador.
Un evento solamente se convierte en quiebre cuando un
Observador hace el juicio de que ese evento modifica lo que estaba
supuesto esperar. La llanta desinflada constituye un quiebre porque
hay un Observador que declara que ese hecho cambia lo que había
planeado para ese día. Si voy acompañado por un bebé de un año, el
daño en la llanta no representa un quiebre para él. En el ejemplo del
computador, cuando este se daña, se convierte en un quiebre cuando
el Observador hace el juicio de que lo que ocurrió le impedirá
entregar su trabajo a tiempo. Obtener un proyecto profesional es un
quiebre si tengo el juicio de que ese proyecto desafía mis
competencias, pone en juego mi prestigio y altera mi organización en
la oficina.
Basado en un concepto generativo del lenguaje y la premisa de que
todo lo que hago revela el tipo de Observador que soy, proponemos
que los quiebres son juicios que viven dentro del Observador.

¿POR QUÉ LOS QUIEBRES NO SON “PROBLEMAS U


OPORTUNIDADES”?
Usamos el concepto de quiebre porque los conceptos de ‘problema’
u ‘oportunidad’ se asocian a un concepto tradicional del mundo. Ese
concepto supone que tanto las dificultades como las oportunidades
que enfrentamos en la vida existen por sí mismas, independientes de
nosotros. En contraste, el concepto de quiebre nos permite observar
qué dificultades y oportunidades son los que son debido al
Observador que somos.
Desde la perspectiva generativa del lenguaje cuando decimos que
algo es “muy difícil”, “complicado”, “doloroso” o “terrible”, estamos
declarando que “dado el Observador que somos, la situación se hace
difícil de afrontar, complicada de entender, dolorosa o terrible de
aceptar”. Es decir, cada declaración de quiebre revela el tipo de
Observador que somos.
Este giro conceptual es particularmente importante porque nos
permite trabajar en los quiebres desde el Observador que los declara.
Por ejemplo, si escuchamos a nuestro equipo de trabajo decir “esto
es imposible de llevar a cabo”, podemos preguntarnos qué clase de
juicio maestro tiene ese equipo sobre sí mismo que no le permite
realizar ese proyecto. O también podemos preguntarnos qué nuevas
acciones o competencias podemos darle a nuestro equipo para que se
haga cargo del proyecto.
Creemos que muchos de nuestro problemas pueden ser “disueltos”
o convertidos en una oportunidad de aprendizaje si cambiamos el
juicio o la interpretación con la cual declaramos el quiebre. Si el
quiebre que se me presenta es que debo aprender a manejar un
programa de computador específico, por ejemplo, puede llegar a ser
muy complicado desde juicios como “soy muy viejo para aprender”,
“jamás dominaré esto” o “¿para qué cambiar si estoy acostumbrado
de esta otra manera?”.
Un quiebre puede ser también positivo si lo experimentamos como
“posibilidad de aprender” o como “una herramienta que me va a
permitir mantenerme al día profesionalmente”, como en el ejemplo
que acabamos de proponer. Un proyecto puede parecer imposible si
lo experimentamos desde la sensación de incapacidad, pero puede
ser un desafío si nos acercamos a él desde el entusiasmo y las
posibilidades de aprender.

QUIEBRES QUE ABREN Y QUE CIERRAN OPORTUNIDADES


Creemos que los quiebres pueden ser juzgados como positivos o
negativos. Son positivos cuando juzgamos que la interrupción de la
transparencia nos abre nuevas posibilidades de acción en la vida. Por
el contrario, damos una connotación negativa al quiebre cuando
juzgamos que cierra posibilidades para la acción y el bienestar. Por
ejemplo una persona que es promovida a un cargo ejecutivo en una
organización, puede ver esa promoción como un quiebre positivo si
juzga que con ello se le abren posibilidades de desarrollo profesional,
ejercer liderazgo dentro de la organización y obtener mayores
ingresos. La misma promoción puede ser vista por otra persona como
un quiebre negativo si es que considera que se le va a duplicar el
trabajo, se va a llenar de responsabilidades para las que no se siente
preparada, o se va a sentir estresada en un momento en que justo lo
que necesita es mayor tranquilidad. Y estamos hablando del mismo
quiebre.
En otro dominio cuando una persona es invitada a hablar en
público, puede percibir esta invitación como un quiebre positivo si la
ve como una oportunidad de aprender y de expresar sus puntos de
vista, o puede percibirla como una pérdida de tiempo o una angustia
si es que tiene temor de hablar en público.

EL ORIGEN DE LOS QUIEBRES


Hemos dicho que los quiebres se pueden originar en un evento
externo inesperado, sobre el cual no tenemos control y que altera la
transparencia de nuestra acción. Ejemplos de esto son la muerte
súbita de alguien que amamos, la oferta de un nuevo trabajo, las
malas notas de un hijo en el colegio o la renuncia de uno de nuestros
colaboradores.
Pero los quiebres también pueden originarse en un acto consciente
de diseño o rediseño, al declarar que la forma como estamos viviendo
nuestra vida no es satisfactoria. Puede ser una persona que señale
que está insatisfecha con el trabajo que realiza y que cambiará a otra
actividad, o una persona que decide que está insatisfecha con su
pareja o que quiere tener un hijo, por ejemplo.
Nuestra habilidad de declarar un quiebre es esencial para aprender
e innovar en nuestra vida personal y profesional. Sin una declaración
de nuestro estado de insatisfacción, no tenemos posibilidades de
iniciar procesos de crecimiento o desarrollo. Por ejemplo, para perder
peso, es necesario decir primero, “Es suficiente; no quiero seguir
sufriendo física y emocionalmente por mi peso”. Para aprender inglés,
se necesita una declaración: “No quiero seguir incomunicado con el
mundo, y no quiero perderme oportunidades profesionales por no
saber ese idioma”. Para estimular la innovación en una compañía, el
líder declara que “debemos buscar la manera de crear nuevos
productos”. Para recobrar un amor que quedó en el pasado o una
amistad que se había perdido tenemos que declarar la intención de
hacerlo.
En breve, una declaración de quiebre nos permite participar
en la creación de un futuro.
QUIEBRES, COMPETENCIA Y MAESTRÍA
Entre más alta es la maestría en las distinciones, talento y
capacidades en un dominio particular, más alto es el grado de
transparencia en ese dominio. Por ejemplo, un mecánico no
reflexiona cuando revisa un motor ni sobre las herramientas que
necesita para arreglarlo; una secretaria pareciera danzar entre su
trabajo con el computador, entregar órdenes o confirmar citas; un
vendedor maestro se mueve cómodamente en el juego de la oferta y
la contraoferta; un futbolista profesional no tiene que estar pensando
cómo va a patear el balón. Aprender nos permite obtener un alto
grado de transparencia a través de la adquisición o desarrollo de
nuevas competencias.
A pesar de ello, sostenemos que en nuestras vidas estamos
constantemente sometidos a quiebres de nuestra transparencia de
diferente tipo de importancia, como un apagón, una oferta de
trabajo, una caída en la calle, una discusión con nuestra pareja, una
oferta que no es aceptada, la llegada de un jefe que no parece
simpatizar conmigo, etc…
Lo que creemos es que la maestría en la vida consiste
precisamente en la habilidad para lidiar con dichos quiebres.
En el área profesional, nuestra competencia está ligada a nuestra
habilidad para trabajar en transparencia en un dominio. La maestría,
por otro lado, está relacionada con nuestra habilidad para lidiar con
quiebres recurrentes en ese dominio de acción.

QUIEBRES Y VIDA SOCIAL


Es posible interpretar la vida profesional y organizacional como una
manera de resolver los diferentes quiebres que nosotros
encontramos. Creemos que las organizaciones se han
establecido para satisfacer quiebres que han ocurrido en
nuestra comunidad. Por ejemplo, las empresas telefónicas ofrecen
servicios que satisfacen los quiebres de comunicación; las compañías
de transporte, los quiebres relacionados a nuestros viajes; los
restaurantes a los quiebres alimenticios. Adicionalmente, la
tecnología provee herramientas para lidiar con quiebres específicos:
computadores, aviones, lavarropas, etc...
Nos damos cuenta de que los roles que definimos en la
organización están ligados al tipo de quiebres que la organización
encuentra. El área de gestión humana, se concentra en los quiebres
relativos a la selección, entrenamiento, desarrollo y salida del
personal. El área de computadores asume los quiebres relativos a la
compra de equipo, desarrollo de software y mantenimiento de los
equipos…
Nuestra competencia profesional está ligada a nuestra oferta en
relación a los quiebres de los que podemos hacernos cargo en
nuestra comunidad y nuestras organizaciones. De la misma manera,
nuestra posibilidad de innovar en el trabajo está asociada con la
habilidad de declarar y escuchar los nuevos quiebres que se
presentan en nuestra área de dominio.
Creemos que el concepto de quiebre y transparencia nos permite
incrementar nuestra habilidad de observar nuestra vida profesional y
personal. La habilidad de incrementar la efectividad de nuestras
organizaciones está asociada con la habilidad de designar acciones
que permanentemente se hagan cargo de los quiebres recurrentes
que encontramos o la habilidad de declarar estados de insatisfacción.

ACCIONES CONTINGENTES Y RECURRENTES


En nuestra vida nos encontramos con quiebres recurrentes. Por
ejemplo, podemos tener el juicio de estos quiebres en casa: tener
lista la comida, limpiar el polvo, lavar las ventanas, hacer compras,
pagar las cuentas, etc… Estos quiebres de la transparencia pueden
enfrentarse básicamente de dos maneras: una es decidiendo, cada
vez que el quiebre surja, cómo debemos resolverlo. La otra manera
es designando una acción que se haga cargo permanente del quiebre.
Cuando no establecemos rutinas para hacernos cargos de los
distintos quiebres que experimentamos, debemos invertir una
cantidad considerable de energía en el acto de tomar decisiones cada
vez que el quiebre ocurre. Además, sin una rutina estamos “a
merced” de los quiebres, y las acciones que realizamos son
solamente reacciones a quiebres que ya existen y no una anticipación
de aquellos quiebres que se hubieran podido evitar o disolver
rápidamente.
Es fácil darse cuenta de la diferencia entre tener que decidir cada
vez que la ventana esté sucia quién debe limpiarla, contra tener una
rutina establecida donde yo asumo la responsabilidad por la limpieza
y realizo la limpieza, digamos, una vez al mes.
Lo mismo ocurre en las organizaciones. Hay quiebres para los
cuales han sido diseñadas acciones de rutina. Frecuentemente rutinas
relativas a los equipos y las tecnologías son puestas en marcha para
anticipar o hacerse cargo del quiebre. Por ejemplo, hacer
mantenimiento de las máquinas cada cierto tiempo. En otras
ocasiones no hay acciones específicas diseñadas para resolver los
quiebres de manera permanente, por lo cual debemos generar
decisiones específicas cada vez que el quiebre ocurre.
Estas acciones para hacerse cargo de los quiebres antes de que
estos sucedan terminan convirtiéndose en parte de la cultura de las
organizaciones o de la vida de las personas, y en ese sentido se
convierten en transparentes. Viendo la luz de esta forma de actuar,
esta práctica incrementa nuestro poder de acción e incrementa
nuestro bienestar permitiéndonos anticiparnos a ciertos quiebres.
También nos permiten incrementar nuestra habilidad de coordinar
acciones y focalizar nuestra energía para conversaciones o acciones
más importantes. Esto es un ejemplo de cómo la rutina puede ser
una fuerza positiva en nuestras vidas: las familias que organizan
turnos para el lavado de platos luego de la comida puede dedicar su
energía para hablar, reír, pelear, enterarse de lo que pasa con los
demás miembros, en vez de estar discutiendo sobre quién debe lavar
los platos.
Pero estas rutinas también tienen su sombra: las acciones
recurrentes causan un punto ciego. Cuando algo se convierte en un
hábito, dejamos de prestar atención a él, dejamos de preguntarnos si
es necesario o si lo estamos haciendo de una forma efectiva. Hemos
visto en un gran número de compañías como nadie se cuestiona que
para hacer una compra de algún producto que cueste 20 dólares se
deben tener 5 o 6 conversaciones para completar esa operación. En
otras ocasiones hemos visto que nadie se cuestione que haya una
demora de 5 días para entregarle una simple información a un
cliente.
Adicional a esa ceguera, las acciones rutinarias frecuentemente
interfieren con la innovación y el aprendizaje. Cuando algo se
convierte en un hábito, empezamos a asumir que la manera como lo
estamos haciendo es “la única manera de hacerlo”. Hemos sido
testigos de los traumas que puede generar en una organización un
simple cambio en uno de los procesos operativos. Creemos que una
competencia básica de la maestría, en lo personal y en lo profesional,
consiste en considerar críticamente las acciones habituales.
ACCIÓN, ACTIVIDAD Y SIGNIFICADO
Postulamos que las acciones que hacemos como seres humanos
revelan la persona que somos. Y que la Persona que somos es
modificada cuando actuamos. Por ejemplo el niño que aprende a
montar en bicicleta muestra en el proceso de aprendizaje el tipo de
Observador en que se ha convertido: lo que le pasa cuando cae, la
manera cómo reacciona a la ayuda paterna, etc... Más adelante, en el
proceso de aprendizaje, la Persona del niño se transforma; se
convierte en un ser más independiente de sus padres, ha incorporado
nuevas habilidades y ha modificado sus juicios sobre lo que es posible
aprender.
La acción, como un acto lingüístico aplicado a lo humano,
comprende dos ámbitos. Por un lado asociamos la acción con el
movimiento, como en comer, correr, planear, martillar o leer, y en el
otro lado, la asociamos con la intención deliberada (querer, odiar,
desear). Desde el punto de vista de un concepto generativo del
lenguaje, podemos reinterpretar esta distinción llamando “actividad”
al ámbito de acción que se circunscribe a las afirmaciones: Juan
corre; Pedro teclea; María come. Y podemos llamar “acciones” el
ámbito concerniente al lenguaje de los juicios. En otras palabras,
podemos usar la distinción de actividad para la descripción de la
experiencia y la distinción de la acción para la interpretación o el
significado que le damos a lo que hacemos. Es decir, la acción es
entendida como la actividad más la interpretación que le
damos.
Por ejemplo, nosotros vemos a Carlos corriendo (actividad) y
nosotros interpretamos que está apurado por llegar a su trabajo.
Nosotros vemos a nuestro hijo frente al televisor e interpretamos que
es un flojo. Nuestro equipo de trabajo entrega sus reportes a tiempo
y cumpliendo sus condiciones de satisfacción e interpretamos que
hemos alcanzado un alto nivel de eficiencia.
Noten que la misma actividad puede generar distintas
interpretaciones (o acciones) dependiendo del juicio hecho por
distintos Observadores. De hecho un Observador puede dar distintas
explicaciones sobre su actividad dependiendo de la situación en que
se encuentra, y cada una de ellas es legítima.
El significado de una acción es exclusivamente un fenómeno
lingüístico. Podemos observar esto en las relaciones personales.
Muchas veces damos distintas interpretaciones para una misma
acción. Por ejemplo, “Haces eso porque me odias” versus “lo que
hago es por tu propio bien”, o “Mi intención es servir a otros” versus
“su intención es obtener un puesto prominente en la sociedad”.
Frente a una misma acción, creemos que el significado de la vida está
ligado a la interpretación que hacemos con respecto a quién somos y
los actos que realizamos. En otras palabras, el significado de la vida
también es un fenómeno lingüístico.
Nuestra experiencia nos muestra que, como cultura, hemos
obtenido un gran poder en el diseño y performance en las
actividades. También podemos ver que una parte significativa del
sufrimiento se origina en una falta de significado. Trabajamos todo el
día en organizaciones altamente eficientes, profesionalmente
alcanzamos metas y, al mismo tiempo, nos sentimos vacíos en
nuestra alma. O participamos en deportes, tenemos increíbles
experiencias con amigos o familia y declaramos nuestra insatisfacción
con la vida que llevamos. Parece que somos príncipes cuando
hacemos cosas y pordioseros cuando tratamos de darle un
significado.

OBSERVAR LA ACCIÓN, OBSERVAR EL OBSERVADOR,


OBSERVAR LA OBSERVACIÓN
La naturaleza reflexiva del lenguaje permite a los seres humanos
reflexionar sobre las acciones que realizamos, al igual que pensar
sobre la forma como estamos reflexionando sobre ellas.
Frecuentemente, luego de realizar una tarea, nuestras
conversaciones incluyen expresiones como “Pude haberlo hecho
mejor”, “La próxima vez lo haré de forma diferente”; “El resultado fue
excelente”. En todos estos casos estamos reflexionando sobre la
tarea realizada. Pero podemos también preguntarnos “¿Qué hace que
yo siempre esté criticándome y negándome a la satisfacción? “¿Qué
hace que vea un error en todo lo que hago?” Este tipo de reflexión
muestra el tipo de Observador que soy frente a mis acciones. De
hecho podemos movernos a otro nivel de reflexión y preguntarnos
“¿Qué es satisfacción?”, por ejemplo.
Reflexionar sobre las acciones que hemos realizado, nos abre
posibilidades de incrementar la efectividad de nuestras acciones pues
nos permite, rediseñar nuestras acciones y/o mejorar la coordinación
con otros. Como hemos dicho, además de reflexionar sobre las
acciones que realizamos, podemos observar el tipo de Observador
que somos y darnos cuenta del dominio de acción que estamos
teniendo. Básicamente este proceso de reflexión involucra
cuestionamientos sobre las suposiciones en las cuales se sostiene
nuestra identidad y sobre nuestra relación con el mundo. Por ejemplo
un padre puede darse cuenta de que se relaciona con su hijo basado
en la suposición de que este no puede velar por sí mismo. En ese
caso lo que estamos haciendo es cambiando las suposiciones básicas
desde las cuales hemos observado y actuado, cambiando el
Observador que somos y modificando el universo de posibles
acciones.
Sostenemos que donde quiera que individuos y organizaciones
estén insatisfechos con los resultados de sus acciones, tienden a
reflexionar sobre las acciones y en mejorar su performance agilizando
los procesos. Lo que observamos es que la insatisfacción se mantiene
básicamente porque el mismo tipo de acción se mantiene. Creemos
que en ese caso la reflexión debería enfocarse en el Observador que
estos individuos son, específicamente tratando de descubrir cuáles
son las suposiciones que están limitando su dominio de acción. Desde
esta perspectiva un mundo desconocido de posibilidades para la
acción y el significado se abre, un mundo que era impensable en el
viejo paradigma.
Por ejemplo, un padre puede implementar acciones para tratar de
controlar a su hijo; sin embargo al sufrimiento que esa situación
produce, puede ser aliviado si se experimenta la situación desde una
diferente perspectiva. Posiblemente este padre, en vez de
preguntarse cómo debe controlar a su hijo de una manera efectiva,
podría preguntarse “¿cómo puedo ayudar a mi hijo a aprender a
arreglárselas en el mundo?”. Una compañía con problemas de ventas,
podría enfocarse en enseñar más y más técnicas a los vendedores,
pero un cambio de paradigma podría llegar a mostrarle que lo que
realmente necesita es producir algo que la gente realmente quiera.
Reflexionar en nuestras acciones nos puede llevar a incrementar
nuestra efectividad en un mundo y un paradigma determinado,
mientras que reflexionar sobre el Observador que somos genera un
nuevo mundo con nuevas posibilidades de acción. Einstein introdujo
un nuevo tipo de Observador cuando postuló que la velocidad de la
luz era constante; las compañías japonesas trajeron un cambio en el
Observador cuando señalaron que la alta tecnología no implicaba
necesariamente altos precios. Creemos que los más importantes
quiebres en nuestra transparencia están ligados a la necesidad de
cambiar o expandir el Observador que somos.
En nuestros programas nos sentimos conmovidos cuando vemos a
las personas expandir el Observador que son. Ellas pasan de sentirse
restringidas por algo que “deben hacer” o que “no pueden hacer” a
sentirse más libres cuando comienzan a observar las posibilidades de
pedir ayuda. Vemos también individuos literalmente atrapados en una
interpretación que resiste la aceptación de algo que sucedió, abrir el
Observador que son para incluir la aceptación. Vemos cómo grupos
de trabajo donde sus miembros no se comunican unos con otros por
distintos motivos, se abren a la posibilidad de apreciarse. Vemos el
bienestar que produce en un adulto perdonar a sus padres por lo que,
a sus ojos, fueron sus equivocaciones.

LA URGENTE NECESIDAD DE OBSERVAR EL OBSERVADOR


QUE SOMOS
Creemos que la crisis de nuestro tiempo está relacionada con el
agotamiento del Observador que nos hemos convertido en nuestra
cultura occidental. En la medida en que sigamos viviendo con la
creencia de que el mundo es exterior a nosotros, es decir que existe
solo para nuestro exclusivo placer y alegría, que nuestra identidad es
individual u no relacionada con los demás o con lo que nos rodea, que
nuestra identidad está expresada en lo que poseemos, entonces
seremos incapaces de lidiar con los problemas que nos afectan.
Es curioso que nosotros queramos derrotar la crisis del medio
ambiente sin hacer cambios sustanciales en nuestra relación con el
medio ambiente. Es curioso que queramos derrotar la soledad de
nuestra alma sin cambiar la manera como entendemos y nos
comportamos en los social, la familia y el trabajo en las
organizaciones; o atacar los problemas de adicciones sin cambiar
nuestra perspectiva de que el mundo es fieramente competitivo; o
tratar de vencer la pobreza dentro de una cultura de escasez
extendida. O derrotar la sensación de falta de seguridad con más
armas, guardias y alarmas. Como dijo tan bellamente el escritor y
político checo Vaclav Havel, “estamos bajo la ilusión de que los
problemas creados por la objetividad los podemos resolver con más
objetividad; los causados por la tecnología con más tecnología; y los
problemas de escasez con más escasez”.

Julio Olalla Mayor


Traducción y actualización José Luis Varela
Coach Mentor Senior

Copyright © 2017 NEWFIELD NETWORK


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