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I. Dualismo ontológico
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Base de una de las teorías del psicoanálisis lacaniano: la estructura psíquica del sujeto está atravesada por tres
registros, que son lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario.
entonces habría aceptado como reales los supuestos básicos subyacentes de la Grecia moderna
y postindustrial. “Los griegos fueron realistas de la reminiscencia, de las cosas presentes en la
memoria” (Durán Ruiz y Martínez Torres, 2010).
Varios pensadores nos han legado reflexiones memorables para comprender lo
inaccesible de la realidad, a causa de que, una vez conocida, su asimilación se ve afectada por
la subjetividad del ser pensante. Anuncia Borges, en un ensayo que condensa las premisas de
autores de la Antigua Grecia, del romanticismo alemán y de la filosofía inglesa, entre otros:
Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo
hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo;
pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para
saber que es falso.
(Borges, s.f, p. 3)
En una entrevista, Ricardo Piglia define la ficción como algo que no es mentira ni
tampoco verdad, sino que es una interrelación de contenidos reales y contenidos falsos. Las
líneas que dividen realidad y ficción se desdibujan al reconocer que una ficción está basada en
la realidad (por ejemplo, un mito) al tiempo que la realidad también se basa en ficciones
(representaciones trágicas de mitos considerados como historia). Por lo tanto, entendiendo que
no existe entidad no simbólica (o no-simbolizada), puede concluirse que la literatura no es
menos real que la vida exterior al texto. Las ficciones estructuran nuestra realidad y, si quitamos
las ficciones simbólicas que la regulan, perdemos la realidad. El lenguaje, las ciencias, el arte,
la filosofía, resultan ser otras ficciones que funcionan como un telón que oculta un absoluto
imperceptible. Básicamente, ningún absoluto podría ser contemplado por una mente que se
maneja a través del pensamiento simbólico.
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Cf. Todorov, Tzvetan (comp.), 1991. Teoría de los formalistas rusos. Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Argentina: Siglo XXI Editores.
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Ibídem.
respetadas en algunos cantos, por sus personajes nobles, o infringidas, por personajes viles (los
pretendientes de Penélope son un ejemplo, ya que violan las normas hospitalarias invadiendo
la propiedad de Odiseo y comiendo sus animales).
Las manifestaciones conductuales de los dioses expresan perspectivas griegas del
mundo y de la humanidad: la trascendencia de Atenea, metamorfoseada en humanos, alude a
la creencia de que la población de cada polis goza de los atributos asignados a los dioses, en
tanto que han sido hechos a imagen y semejanza de estos. Del mismo modo ocurre con los
viajes de estas narraciones, que expresan la cosmovisión griega sobre el más allá de la Hélade.
La aparición de gigantes, seres multiformes o antropomórficos y deidades espirituales sugieren
la estructura social de Grecia: los dioses y deidades representan la supremacía cultural griega,
mientras que las bestias a combatir manifiestan la visión de la periferia bárbara como impulsiva
o incivilizada.
En Odisea podemos corroborar el dualismo ontológico en la división de planos: el
mundo sensible, habitado por humanos y bestias, y el mundo ideal, espacio de dioses y diversas
entidades divinas. No hay, en la totalidad de la obra, eventos del mundo de los héroes que no
se corresponda con un valor universal representado en las entidades divinas. Así, las tormentas,
mareas y naves destruidas son manifestaciones de la furia de Poseidón. Esta emoción divina,
como idea absoluta y, por lo tanto, incuestionable en el Olimpo, se expresa en materialidad
concreta:
Como es sabido, los personajes de la epopeya son engrandecidos en sus atributos para
ofrecer un acercamiento a los dioses. Así, Menelao será semejante a Ares, Aquiles será tan
veloz como argénteos los pies de Tetis y Odiseo se vinculará con los atributos de Atenea, la
diosa que se acerca en su ayuda, por su estrategia en el combate y su astucia para sortear las
complicaciones en el regreso a Ítaca. Estos signos de enaltecimiento de los héroes los
convierten en la síntesis dialéctica entre el universo real y el universo ideal. Funcionan como
enlace entre uno y otro mundo. Ellos encarnarán la gallardía, la fuerza, la devoción, la habilidad
y la diplomacia como las manifestaciones perennes más cercanas al plano celeste. La
particularidad de mantener un origen relacionado con los dioses los sitúa, en parte, en el mundo
de las Ideas, al tiempo que conservar su mortalidad y sus errores humanos los sitúa en la
dimensión sensible. En el Canto VII, podemos leer que los hermanos de Nausícaa y su padre
se asemejaban a los dioses (vv. 1-14).
Necesario será, para atenuar la posible divinización de Odiseo y para fomentar la
identificación con los ciudadanos griegos, su descenso. Tal puede entenderse en la apertura al
Hades: aquel espacio al que sólo acceden los mortales. La muerte, como destino inevitable de
los hombres, nos hace iguales. Odiseo, al igual que múltiples figuras heroicas, hace de síntesis
dialéctica entre el plano divino y el plano mortal, en tanto que no asciende al Olimpo, sino que
baja al Inframundo, pero al mismo tiempo es el único hombre capaz de haber viajado a las
profundidades del Hades y haber vuelto. Del mismo modo, este descenso también se justifica
en el plano de las acciones. Su voluntad se ve torcida en ocasiones, como ante el canto de las
sirenas. Su prudencia se relaja y deviene en la consecuencia de la apertura de los vientos del
Oeste.
Así, el comportamiento de los héroes es una sombra del plano Ideal en el que habitan
los dioses. La congregación en el ágora del Canto II muestra este carácter desdoblado o
imitativo de los hombres con respecto a las facultades divinas (la política, la diplomacia y la
justicia) pero obstaculizado por los vicios humanos: es por eso que Telémaco se indigna al
contemplar cómo el resto de la población itacense reunida permanece sentada sin actuar frente
al despotismo de los pretendientes, a pesar de superarlos en número.
Oíd, itacenses, lo que os voy a decir. Ningún rey que empuñe cetro sea benigno, ni
blando, ni suave, ni ocupe la mente en cosas justas; antes, al contrario, obre siempre
con crueldad y lleve a cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divinal
Odiseo entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con blandura de padre. Y no
aborrezco tanto a los orgullosos pretendientes por la violencia con que proceden,
llevados de sus malos intentos (pues si devoran la casa de Odiseo, ponen en aventura
sus cabezas y creen que el héroe ya no ha de volver), como me indigno contra la restante
población al contemplar que permanecéis sentados y en silencio, sin que intentéis, sin
embargo de ser tantos, refrenar con vuestras palabras a los pretendientes, que son
pocos.
(Odisea, Canto II, vv. 229-242)
El mito de Pandora sirve, del mismo modo, como evidencia del dualismo ontológico en
los albores de la cultura helénica. El mal aparece como una cualidad divina, ya que es
preexistente a la aparición de los mortales y, una vez filtrado en el plano mortal, se manifiesta
de formas concretas: hambre, pestes, miseria. La existencia de un mal posterior a la divinidad
sería incompatible con la cosmovisión helénica, puesto que presentaría a los humanos como
creadores de un valor del que gozan, en circunstancias de euforia, los dioses.
Las narraciones homéricas deben ser entendidas por sí mismas como un objeto del
mundo sensible, razón que explica las invocaciones a la Musa en sus comienzos: “Háblame,
Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya,
anduvo peregrinando larguísimo tiempo” (Odisea, Canto I, vv. 1-3). Esto explicaría lo confusa
y, por tanto, impura que es la naturaleza de la memoria humana, que debe recurrir a una entidad
religiosa para acceder a las idea trascendente de la memoria, que permitirá evocar la historia y
permitir su continuidad en el tiempo.
Se concluye por medio de este trabajo que la existencia de una cosmovisión
antropológica basada en un sentido ontológico dual, id est, de dos planos complementarios para
el conocimiento y explicación del mundo, es preexistente al desarrollo de la teoría platónica
del mundo de las Ideas. De hecho, se manifiesta desde los primeros registros artísticos de la
cultura griega clásica, por lo que la teoría metafísica del filósofo no es sólo una teoría, sino una
ideología atravesada por representaciones sociales prístinas y durativas en los siglos de su
cultura. Y esta división de dos planos enlazados ha dilatádose progresivamente a partir del
desarrollo de la Edad Moderna, llegando a presentar tales planos ya no como complementarios,
sino dicotómicos, en la errónea división entre realismo e idealismo.
Alan Mayerna
Universidad Católica de La Plata
Bibliografía
Alighieri, Dante (2003). La Divina Comedia. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina:
Ediciones Libertador.
Durán Ruiz, Antonio, y Martínez Torres, José (2010). La pretensión del realismo literario.
Castilla. Estudios de Literatura, 1, pp. 91-103.
Todorov, Tzvetan (comp.) (1991). Teoría de los formalistas rusos. Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores.