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ORIGEN DEL DERECHO

El origen etimológico de la palabra derecho proviene del latín directum que significa recto, justo, o lo que
debe ser. No obstante, es preciso mencionar que las definiciones del derecho dadas por diferentes autores
son muy numerosas. Así, se puede encontrar a Celso que decía que "el Derecho es la técnica de lo bueno
y lo justo”

Para Ulpiano el derecho significa “vivir honradamente, no molestar a los demás, dar a cada cual lo suyo”
Por su parte, el filósofo Immanuel Kant lo definía como el "complejo de las condiciones por las cuales el
arbitrio de cada uno puede coexistir con el criterio de todos los demás, según una ley universal de libertad"

Con esto puede observarse que el derecho es susceptible de recibir múltiples definiciones, por esa razón
este concepto fue objeto de estudio durante todos los tiempos sin llegar a una conclusión definitiva. De
hecho, en este sentido, Kant ya se refería a esta problemática cuando decía “todavía buscan los juristas un
concepto de Derecho”

En definitiva, para encontrar una definición clara del concepto de derecho y para eliminar así toda posible
ambigüedad, sería preciso reconocer que vivir en una sociedad requiere un orden para que la convivencia
entre todas las personas fluya de una forma pacífica. En este sentido, para ello son necesarias unas reglas
de conductas bien definidas que regulen la convivencia entre todos los integrantes de una sociedad. De
este modo, todo este sistema jurídico compuesto por un conjunto de normas generales positivas es lo que
se conoce como el derecho y que tiene como función principal resolver los conflictos que surgen entre los
individuos de una sociedad. O en otras palabras, como dice Robles “el Derecho es un mecanismo que la
sociedad se inventa para poner paz entre sus miembros”

ORIGEN DEL ABOGADO

La Abogacía es una profesión profundamente ligada a la historia de la humanidad, del derecho, de la


justicia y del Estado. Surgió como consecuencia de una necesidad imperiosa de interpretar el cúmulo de
normas emanadas de las costumbres sociales, de la moral y de la naciente ley. La aparición de la sociedad
humana implicó simultáneamente la del derecho y, consecuentemente, la del Abogado.

Grecia y Atenas jugaron un papel determinante en el desarrollo e incremento del ejercicio del derecho; en
Atenas se fundó la primera escuela de juristas y Pericles fue su primer abogado.

Los abogados de América Latina, herederos de la tradición del derecho romano, encuentran sus más
En la etapa republicana el conocimiento no se adquiría a través de la enseñanza formal, la cual estaba por
debajo de la dignitas de un jurista, sino que se obtenía involucrándose en las actividades propias de los
juristas, asistiendo a los foros a oír los casos planteados y sus respuestas e inclusive compartiendo su vida
familiar.

En el período imperial se habla de dos escuelas rivales: los sabinianos y los proculianos, aunque se las
asocia más con estilos de argumentación que con instituciones educativas. Hubo una literatura didáctica,
cuyo máximo exponente en el período clásico son las Instituciones de Gaio, en el siglo II d.C., y Gaio fue
probablemente el primer profesor de derecho del que se tenga noticia, pues no se le conoce como
jurisconsulto.

La retórica o arte de razonar entró con gran fuerza en Roma en el último siglo de la República, en el
llamado período helenístico de la ciencia jurídica romana justamente por la influencia griega. En Roma, las
escuelas de retórica fueron numerosas y se consideró parte de la educación de un joven ciudadano
HISTORIA DEL ABOGADO
Antigua Roma
Mientras que las costumbres se conservaron sencillas y austeras en Roma, en tanto que las dignidades y
los empleos fueron la recompensa de los talentos y el favor del pueblo un título para obtenerlos, los
abogados desempeñaron su profesión de la manera más honorífica y mostraron el mayor desinterés, pero
cuando los servicios prestados gratuitamente a la patria dejaron de ser medios para adquirir los honores y
las distinciones, entonces pasaron a ser hombres mercenarios. El tribuno Cincius se empeñó en vano para
que los abogados volviesen a ejercer su facultad con la delicadeza y desinterés que en tiempos antiguos.
Augusto se había creído intimidarles con una pena que ellos supieron eludir y todos sus sucesores no
pudieron hacer más que coartar muy poco su avaricia.
Claudio prohibió que pudiesen exigir más de diez sestercios por una causa. En tiempos de Plinio el Joven,
la mayor parte de los abogados vendían su ministerio y a la gloria, en otros tiempos el único precio de un
empleo tan noble, habían sustituido un vil interés. El emperador Trajano, para contener este desorden,
expidió un decreto por el que mandaba a todos los que tuviesen pleitos que jurasen no haber dado,
prometido, ni hecho prometer cosa alguna a aquel que se había encargado de su causa. Y terminado el
pleito, solo permitía dar o gratificar hasta la cantidad de diez mil sestercios.
En los primeros tiempos de la República romana no había más que un solo abogado para defender una
causa, así como uno solo era el que acusaba; pero después se siguieron con más aparato y su número
regularmente era el de cuatro por cada parte. Asconius observa que antes de la causa de Scaurus no
había visto que ningún acusado hubiese tenido más de cuatro abogados; y que este fue el primero que
tuvo hasta seis; que fueron Cicerón, Hortensio, P. Clodio, M. Marcelo, M. Calidio y M. Mesalo Niger. Añade
también que este número se aumentó mucho después de las guerras civiles, hasta el exceso de tener una
persona doce abogados para defender una sola causa. Dicho abuso parece que se cortó un tanto con la
publicación de la ley Julia que señalaba solo tres abogados al acusado en las causas de mayor
importancia.
Calpurnia, según otros Calfurnia, casada con César, fue causa de que se prohibiese ya antiguamente el
que las mujeres pudiesen presentarse en el foro a ejercer la abogacía. Esta mujer de genio travieso
habiendo perdido una causa que ella defendía, se irritó de tal manera contra los jueces que se levantó los
vestidos en medio del tribunal e hizo una acción impúdica en desprecio de los jueces. Otros dicen que lo
que obligó a privar que las mujeres pudiesen dedicarse a la jurisprudencia fue los grandes gritos que daba
aquella mujer sabia pero desvergonzada, con los que aturdía a los jueces.

Antigua Grecia
Había también oradores o abogados en Grecia que se dedicaban a componer alegatos para los que tenían
necesidad de ellos, aunque esta práctica era contraria a la disposición de las leyes, que mandaban se
defendiesen las partes a sí mismas sin emplear socorros extraños. Cuando Sócrates fue llamado ante los
jueces para dar cuenta de sus opiniones sobre la religión, Lisias célebre y elegante orador ateniense le
llevó un alegato que había trabajado con el mayor esmero para persuadir a los jueces; pero Sócrates,
después de reconocer y celebrar su mérito, no quiso valerse de él, diciendo que aquello era poco
correspondiente al carácter y fortaleza que debía manifestar un filósofo. El emperador León, en una ley
publicada el año 468, mandó que en ningún tribunal pudiese ser abogado el que no fuese católico.

ANTECEDENTES HISTORICOS

En términos generales, es de recordar que le corresponde al abogado asumir la defensa de los intereses
de su cliente, pero como afirma Silva “la institución de la defensa ha sufrido una evolución interesante en la
historia”. Si se acude a las investigaciones hechas por la antropología jurídica, las cuales ya gozan de una
gran madurez, es posible observar, por ejemplo, cómo en el sistema judicial de Egipto no existía la figura
del abogado tal como todos la conocen hoy en día. En aquella antiquísima cultura egipcia se descubre que
durante un proceso judicial las partes exponían sus argumentos por escrito para que posteriormente el
jurado emitiera el correspondiente veredicto. Este hecho concreto responde a que ya existía en aquella
época una reticencia hacia cualquier persona que dispusiese de claros dotes de buen orador cuyas
habilidades verbales podrían influir en la decisión del tribunal haciéndoles perder toda objetividad. Esta
forma de hacer justicia en aquella época es similar a la que también se llevaban a cabo en muchas otras
antiquísimas culturas. Tanto en Babilonia, la China o en la India ya tenían implantada una sólida
Administración de Justicia, pero sin existir la figura del abogado defensor. Las personas acudían a los
jueces en busca de justicia apelando al rey o al emperador que eran los que tenían la última palabra. No
obstante, es preciso indicar que en los sistemas judiciales más avanzados de aquellas épocas existían
unos intermediarios que ejercían las funciones de un notario dando fe de lo ocurrido en el acto del juicio
para posteriormente hacer públicas las decisiones de los jueces con las leyes que habían aplicado al caso
concreto. Por otra parte, indicar muy brevemente que en los orígenes de la ciudad Estado de Atenas eran
los mismos ciudadanos atenienses los que asumían su propia defensa en los juicios. No obstante, lo cierto
es que disponían de la colaboración de una figura conocida como “
orador-escritor” que elaboraban los discursos y que servían de ayuda para que el ciudadano pueda tener
preparado un mejor discurso acorde con la gravedad de su caso.

Ahora bien, por su parte, en la Roma Antigua se iba formando un sofisticado sistema jurídico mediante la
creación de los primeros textos legales que muchos de ellos siguen vivos hasta en la actualidad. Con todo
esto los ciudadanos veían limitada su capacidad de comprensión de aquellas normas jurídicas tan
complejas por lo que fue surgiendo la figura del jurisconsulto. Esta nueva figura estaba constituida por
verdaderos estudiosos del derecho que gozaban de cierta fama doctrinaria jurídica, pero no llegaban a
constituirse como una auténtica profesión ya que no recibían ningún tipo de remuneración por realizar
su actividad principal que era la de respondere—responder preguntas que se les hacían sobre el
derecho— y que les realizaban los ciudadanos sin ningún tipo de formalidad alguna.
Pues bien, es en concreto en el Imperio Romano donde tiene su aparición la profesión del abogado tal
como se conoce en la actualidad. La palabra abogado proviene del latín advocatus y significa “llamado en
auxilio”, ya que los romanos llamaban de esta manera a las personas conocedoras de las leyes para que
puedan ser ayudados y socorridos por estos sabios del derecho. Ya situados en este contexto, es oportuno
señalar que el uso de oradores en juicio se abre paso justo cuando las sociedades comenzaban a regirse
de manera democrática. Estos oradores acompañaban al acto del juicio al interesado para exponer en
nombre de aquel los argumentos jurídicos que consideraban más apropiados. Entonces, se observa cómo
va surgiendo la figura del abogado y será justo en el Bajo Imperio Romano cuando aparezca de forma
definitiva la profesión de la abogacía gracias al emperador Justino que constituye el primer Colegio
profesional en el cual debía inscribirse de manera obligatoria todo aquel que quisiera dedicarse a la
defensa de los intereses de los ciudadanos. En la actualidad se conserva esta forma de regular el ejercicio
de la profesión, pero se deben señalar algunos requisitos concretos de aquella época que llaman la
atención por su especial peculiaridad, a saber:
- Se exigía una edad mínima de 17 años para poder ejercer.
- Haber estudiado derecho por una duración no inferior a cinco años.
- Haber aprobado un examen de jurisprudencia.
- Abogar sin falsedad.
- Prohibición de pactar con el cliente “quota litis”.

Cabía esperar, en todo caso, que con tantas exigencias que se les imponían a los abogados, en definitiva,
serviría para beneficiar a todos los ciudadanos que utilizaban estos servicios y que verían que sus
intereses podrían ser defendidos por personas más cualificadas y con bastante autoridad moral. Así pues,
la profesión de la abogacía era venerada por todos los romanos que entendían la importancia de esta
nueva profesión. Los abogados gozaban de un prestigio tan importante que los romanos hasta les
otorgaron determinados privilegios por la mera dignidad de su profesión. A modo de ejemplo, se les
concedió el título de soldados veteranos y el de clarísimo.

Con todo esto se pone en evidencia el honor y la dignidad que representaba la profesión hasta el punto
que los pontífices eran elegidos entre los profesionales de la abogacía y que integraban lo que se
denominaba el Collegium Togatorum.

En suma, y siguiendo la descripción que hace Pujol “se hacía tanto aprecio de esta profesión, que al
estipendio y recompensa del trabajo de los abogados le llamaron “honorario”; nombre más noble que el
que se daba al precio del trabajo de los jueces, es decir, al salario”
Ejercicio profesional

Genéricamente se puede definir el término abogado como: "persona con título de grado habilitado
conforme a la legislación de cada país, que ejerce el Derecho, en asistencia de terceras personas, siendo
un colaborador activo e indispensable en la administración de la Justicia de un país."
Se denomina también “doctor” (en casi todos los países de Sudamérica, como Argentina, Brasil, Bolivia,
Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela y la mayor parte de Centro América a excepción
de Guatemala, además de México y España) a este profesional, aún cuando no haya obtenido el
doctorado y por lo tanto no posea título de doctor. Tal denominación proviene de la circunstancia que
anteriormente el doctorado era una exigencia ineludible para el ejercicio de la abogacía Lo mismo ocurre
con el juez o el agente fiscal quienes son denominados "doctor" cuando muchos carecen de dicho grado
académico.
El abogado es un profesional cuyo objetivo fundamental es colaborar en la defensa de la Justicia. Cuenta
con una sólida formación teórica y suficiencia práctica, supervisada por los Colegios y el Estado
Interviene en la resolución de conflictos judiciales y extrajudiciales, la función pública, la magistratura, la
enseñanza y la investigación. Se encargan de defender los intereses de una de las partes en litigio. Al ser
el abogado un profesional específicamente preparado y especializado en cuestiones jurídicas, es el único
profesional que puede ofrecer un enfoque adecuado del problema legal que tiene el ciudadano o
'justiciable'.
Debe destacarse que además de su intervención en el juicio, una función básica y principal del abogado es
la preventiva. Con su asesoramiento y una correcta redacción de los contratos y documentos, pueden
evitarse conflictos sociales, de forma que el abogado, más que para los pleitos o juicios, sirve para no
llegar a ellos con su mediación extrajudicial. Tanto es así que en la mayoría de los procedimientos
judiciales es obligatorio comparecer ante los tribunales asistido o defendido por un abogado en calidad de
director jurídico, es decir, todo escrito o presentación judicial debe ir firmada por el cliente (o su
representante legal, el procurador) y por su abogado, lo cual le garantiza un debido ejercicio del derecho a
la defensa durante el proceso

Análisis de la percepción de la práctica jurídica del abogado

Resulta preocupante la cifra de casi el 70% de ciudadanos que consideran que el abogado estaría
dispuesto a realizar prácticas deshonestas para ganar un juicio. No es ilícito reconocer que pueden existir
personas deshonestas en todas las profesiones, pero la alarma social que genera la abogacía en concreto
es tan grande debido a que los abogados intervienen en contextos importantes como el patrimonio, la
libertad o la propia vida de las personas. Sin embargo, y aun reconociendo el grave daño que un grupo
minoritario de ejercientes puede ocasionarle a la profesión, lo cierto es que no se han encontrados datos
fehacientes que confirmen la percepción mayoritaria que se evidencia en este estudio en particular. Es de
recordar, en este sentido, que los abogados están sujetos a un código deontológico de obligado
cumplimiento cuyo quebrantamiento es sancionable hasta con la expulsión de la profesión.

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