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Semanas más tarde, su ex pareja reveló a los investigadores que Gabriel era una
persona inteligente en grado extremo pero con un lado oscuro. Alguien tendente
a estados depresivos y fuertemente obsesionado con una idea peligrosa. Una
idea que mezcla conceptos de física moderna con una alta dosis de misticismo y
que acabó ocupando toda su cabeza: el suicidio cuántico.
(CARETA)
Desde este mismo prisma hipotético, hay quien piensa que el suicidio cuántico es
una vía para la inmortalidad. O para ser consciente de ella. Al menos, la
inmortalidad en un sentido puramente cuántico.
La teoría
Imagina que quieres llevar a cabo un suicidio cuántico. Para ello, has diseñado un
arma de fuego cuyo detonador funcionará -o no- dependiendo del sentido de
rotación de una partícula subatómica.
(cargando arma)
Porque siempre habrá una versión de ti, en uno de los universos posibles, que
sobreviva a infinitos intentos de suicidio. Por tanto, podría decirse que adquieres
la inmortalidad desde un punto de vista cuántico.
Variantes
Conclusiones
Las conclusiones que se extraen de este experimento mental son muy diversas.
En primer lugar, según el biocentrismo de Robert Lanza, la muerte, como tal, no
existiría. Al menos, no como algo definitorio, sino como un elemento parcial.
Colateral. Como una ilusión, tal vez.
Pero desde un punto de vista individual, también podemos deducir algo más
aterrador. Y es que, en un escenario donde cada decisión contempla todas sus
variantes posibles, seríamos seres sin una identidad definida. Si, como siempre
se nos ha dicho, somos nuestras decisiones, y las ramificaciones -las
permutaciones que tenemos ante nosotros- son infinitas, podemos acabar
convertidos, sin dejar de ser nosotros mismos, en personas radicalmente
distintas.