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LA INTEGRACION DE LOS PUEBLOS

MESOAMERICANOS
EN EL MODO DE PRODUCCION AMERICANO

Etnoh. Eduardo Corona Sánchez.


Dirección de Etnohistoria.
INAH.

In memorian – del Dr. Román Piña Chán.

El presente ensayo forma parte de un proyecto de investigación que trata de definir los
modos de producción dominantes en la fase prehispánica del continente americano,
particularmente de Mesoamérica, con base a una política de investigación que intenta la
caracterización y valorización del papel que ha jugado la población indígena en la historia
de América Latina.

Mesoamérica, Area Cultural o Modo de Producción.-

Si bien, los arqueólogos plantean la evolución de las sociedades mesoamericanas de manera


unilineal, como es el caso de Armillas (1991), Piña Chán (1985), Sanders (1973), Nalda
(1981), Matos (1994), a través de un proceso de desarrollo social que transita de cazadores
recolectores, a sociedades estratificados a parir de la agricultura, los antropólogos físicos y
los lingüistas, en cambio, con base en el estudio de los restos paleontológicos y la
glotocronología proponen que la ocupación del Continente Americano se da a través de una
serie de corrientes humanas con diferencias somáticas y culturales, que da lugar a dos
líneas o procesos de desarrollo diferentes, correspondientes a la comunidad primitiva de
cazadores recolectores igualitarios y a un modo de producción de identidad civil que
conlleva a la formación de estados antiguos, similar al alcanzado por las sociedades de Ur.
Egipto, Grecia y Roma y que podemos denominar como modo de producción americano.
Debemos señalar además, que esas líneas de evolución no significan historias separadas,
sino al contrario se articulan en su proceso de desarrollo y evolución implicando el desalojo
territorial hacia áreas de refugio por parte de las comunidades primitivas y procesos
históricos de asimilación que repercuten en la evolución o revolución de las formaciones
sociales correspondientes al modo de producción americano.

Por su parte, se sigue considerando al proceso de desarrollo de las sociedades civiles


ubicadas en Mesoamérica y Suramérica como correspondientes a historias diferentes,
incluso se ha tratado de establecer en términos difusionistas el origen o identidad de sus
rasgos con culturas ubicadas fuera del continente americano, más que su relación como
diferentes áreas que forman parte del mismo proceso histórico evolutivo continental. En
todo caso si se llega a realizar un análisis comparativo entre las formaciones sociales más
representativas del continente, es más para marcar sus diferencias que sus similitudes,
llegando a proponerse incluso que se trata no de un continente sino de dos: Norte y Sur.

Considero que esos planteamientos son resultado del enfoque culturalista, que identifican
los rasgos típicos de un área de manera descontextualizada, es decir, sin establecer su
relación con los complejos sociales, económicos, políticos e ideológicos de los que son parte
y producto, por lo que se deslindan del papel que juegan en la sociedad que les dio lugar
como totalidad o bien de su identidad étnica, reduciéndolos a ser producto de un espacio y
tiempo determinado

Es decir, si bien el concepto de rasgo cultural es funcional a nivel operativo para


determinar la existencia de áreas culturales en un tiempo y espacio definido, su explicación
es un tanto limitada, ya que estos adquieren en consecuencia un valor sincrónico no
diacrónico, es decir, no reflejan la dinámica de la sociedad, ya que no se establece el origen
social e histórico de los rasgos, así como la importancia de la presencia de rasgos exógenos
en su proceso de desarrollo.

En cambio, la explicación materialista de desarrollo de las sociedades, implica una


interpretación socioeconómica de sus expresiones culturales, con base a un principio de
diversidad en su evolución, definida a través de sus relaciones sociales de producción.
Distinciones que Marx denomina como modos de producción en términos étnicos e
históricos, como: Asiático, Germano, Romano,etc.

Dentro de ese esquema multilineal de la evolución histórica de las sociedades, en la segunda


mitad del siglo XX, se planteó ya la caracterización de Mesoamérica desde perspectivas
marxistas, con base a la contrastación en América del Modo de Producción Asiático como
modelo; sin embargo, diferencias en la política de investigación dieron lugar a variables
interpretativas con base a elementos constitutivos distintos a los planteados por Marx
(Marx, 1973), proponiéndose entre otros: el Modo de Producción Tributario (Bartra, 1973),
el Modo de Producción Despótico Tributario (Olmedo, 1966), el modo hidráulico de
producción (Palerm, 1970), el Modo campesino de producción (Toledo, 1980), etc.
Otros investigadores, con base al análisis de material arqueológico o etnohistórico,
prefirieron utilizar el modo Asiático como modelo operativo para la caracterización y
estudio de las formaciones socioeconómicas de Mesoamérica, particularmente para las
regiones Maya y Centro de México. Así, se proponen entre otros: El modo de producción
tributario en el área Maya, (Ruz Luhillier, 1984), el modo de producción asiático entre los
Mayas (Barrera Rubio, 1984), Coba en el Modo de Producción tributario (Garduño, 1984),
El Modo de Producción entre los Mayas prehispánicos (Villela, 1987) y El modo de
producción tributario en el Acolhuacan, (Corona, 1984), etc.

Posteriormente, dentro de una política de investigación que contrastaba antropología y


marxismo, se conjugaron a través del enfoque metodológico materialista los testimonios
arqueológicos con los etnohistóricos e incluso los planteamientos aportados por otras
disciplinas como la biología y la economía, realizando estudios más especializados en la
caracterización de esas sociedades, como por ejemplo: La definición del nivel alcanzado en
las fuerzas productivas en Mesoamérica con base a la caracterización de la relación
sociedad-naturaleza. La importancia del linaje en las formas de tenencia de la tierra. El
papel que juega la identidad étnica en las relaciones sociales de producción y la
importancia que juegan en la infraestructura económica y social: Los sistemas de escritura,
las formas de cómputo, el calendario, la cosmogonía y el militarismo,etc. Todo lo cual
condujo a replantearse en términos de totalidad el Modo de producción en Mesoamérica,
dando lugar a trabajos sobre la conceptualización de "Modo de Producción
Mesoamericano" (Matos, 1979:93-110), de la misma manera que en Suramérica se propuso
también el "Modo de Producción andino". (Dieterich, 1978:75)

En ese sentido, queremos reproducir parte de las propuestas de Matos, en sus notas sobre el
proceso de desarrollo en el Centro de México:

"Este modo de producción aparece desde el momento en que un estamento


aprovecha para sí el trabajo de otros (relaciones de explotación) lo que ocurre
tentativamente desde la formación olmeca y del llamado preclásico superior (800 a. C) y
pasará por diferentes fases internas de desarrollo hasta el momento de la llegada de los
europeos ((1521 d. C.)), en que el proceso se verá interrumpido".

Las poblaciones americanas.

El compartir esta propuesta e incluso realizar trabajos de investigación que articulo


información de proyectos de investigación entre estudiosos mesoamericanos y
suramericanos, me ha conducido a proponer alternativas de explicación que rompen los
límites establecidos en la definición de Mesoamérica como área cultural, a través de sus
rasgos, estudiando inicialmente las relaciones existentes entre Mesoamérica y Sudamérica,
hasta el llegar posteriormente a encontrar similitudes en las fuerzas productivas y
relaciones sociales de producción desarrolladas en sus formaciones sociales, que me
condujeron a la posibilidad de proponer no sólo etapas de desarrollo similares, sino incluso
su pertenencia a un modo de producción común que denomine como: Modo de producción
americano, dado que evoluciona de manera distinta al de la comunidad primitiva de
correspondencia universal que perdura hasta nuestros días.

Al parecer estas diferencias de desarrollo y evolción de dos modos de producción sucedida


en el continente americano, son consecuentes a distintas corrientes de población con
variables somáticas y culturales que corresponden a migraciones distantes en tiempo. Las
iniciales pleistocénicas sucedidas hace mas de 20,000 años, que corresponden a dolicoides
(Romano, 1974:78), está asociada a los avances de la glaciación Wisconsiniana, y se define
para esos momentos por cazadores de mamuts, caballos y bisontes, que ocupan casi todo el
continente, pero que posteriormente al enfrentarse a los cambios geologicos sucedidos en la
biosfera de América con el retiro de las glaciaciones (7500-3500 a.C.) (Armillas, l99l: 278),
se adaptán a los nuevos ecosistemas de selva, desierto y bosque, con base a sus formas
sociales de organización clánica igualitaria, lo cual les permite subsistir hasta nuestros días.
Mientras que otras migraciones más recientes de 6000 a 4000 años de población mesocéfala
y braquicéfala (Romano, 1979:78), asociadas a piedras de molienda, con una economía
basada en la recolección de plantas, dan lugar en el área mesoamericana, al cultivo de
diversos vegetales como la calabaza, el frijol, el amaranto y el chile, y posteriormente al
maíz y a otras variedades de calabaza y zapote (Mac Neisch, 1979:292), en cambio esas
mismas poblaciones en Suramérica desarrollan además los cultivos vegetativos de raíces
como la yuca o mandioca, la yuca dulce y la batata en la parte oriental de la zona tropical
(Armillas, 1991:292-93). Proceso de selección y domesticación de plántulas que tardo más
de tres mil años, asociado a formas sociales de organización clánica cónica que evolucionan
de manera paralela para dar lugar a civilizaciones clasistas de identidad neolítica, similar
al desarrollado dentro de otro modo de produccion por, las antiguas civilizaciones de
Mesopotamia, Egipto, Pakistán o China (Armillas, 1991:275).

A partir de ese proceso histórico poblacional, conviven en la América prehispánica dos


tradiciones culturales distintas con caracteristicas propias de identidad americana : La de
cazadores recolectores y la de cultivadores agrícolas, como expresión según creemos de dos
formas diferentes de organización clánica, la igualitaria y la cónica, que dan lugar o
corresponden a dos modos de producción distintos, es decir, no son producto de una misma
línea evolutiva sino de dos. Así, en ese proceso histórico dual complejo, la corriente de
recolectores-agricultores conforme desarrolla un proceso de selección e hibridación de
semillas para adaptarlas a climas y alturas diversas, como mejores técnicas de cultivo –
agroecosistemas- se va extendiendo por el continente, desplazando a los cazadores
recolectores a especies de áreas de refugio, e incluso también los cazadores recolectores
igualitarios correspondientes a la comunidad primitiva llegan a invadir las áreas ocupadas
por sociedades correspondientes al modo de producción americano de identidad civil,
produciéndose cambios en la historia y desarrollo de las formaciones sociales que
trascienden en sus formas de organización, significando a veces una verdadera revolución
en el proceso histórico de evolución de este modo de producción.
Etnia y Modo de Producción.

Hay que hacer notar además, que la manera en que el modo de producción americano se
desarrolla e impone por las diferentes regiones o ecosistemas del continente, corresponde
también o a la reproducción y redistribución de distintos grupos étnicos o variantes del
primero. Así, por ejemplo, el biólogo Bruce F, Benz en su estudio de la selección natural y
cultural del maíz plantea que:

"Las razas como harinoso de ocho, de Nayarit, tabloncillo, de Jalisco, maíz ancho, de
Guerrero, olotillo, de Chiapas, conejo, de Guerrero, y bolita, chatino maizón y zapalote
chico, de Oaxaca, se distribuyen a lo largo de las áreas habitadas por hablantes de lenguas
indígenas pertenecientes todas a la familia de lenguas denominada otomangue por los
lingüistas".

"Aunque no carece de excepciones, el patrón de la coincidencia geográfica sugiere que esas


razas compartieron entre sí una parte de su historia cultural y biológica. Además, esas
relaciones sugieren que el maíz fue domesticado por antepasados indígenas que hablaban
lenguas antecesoras del otomíe, el matlatzinca, el tlapaneco, el amuzgo, el chiapaneco y el
zapoteco, entre otras. La comprobación de esta hipótesis la proporcionan los análisis
lingüísticos, que sugieren que la protolengua con el léxico de mayor antigüedad referente al
maíz es de esa misma familia: el otomangue."(Benz, 1997:22)

De igual manera sucede con la distribución del zoque y mayense con referencia a las razas
tipos y características de los maíces en Yucatán, como la Raza Primitiva o nal-t el o k´ay –
tel; Raza Mestiza Prehistórica, olotillo, variedad muy precoz y de bajo rendimiento,
xmehenal, Raza Mestiza Prehistórica, tuxpeño, variedad de precocidad y productividad
medianas; xnuknal, tsítbakal y xtonbakal, Raza Mestiza Prehistórica olotillo, que son
variedades tardías y de alto rendimiento, (Xolocotzi, 1985:388-89), en este proceso de etnia
e hibridación, no debemos olvidar tampoco la relación de la lengua quechua con la
purépecha (Swadesh, 1960) para explicar el maíz cacahuatzintle en Perú. Y que decir del
maíz cónico que resulta de una hibridación de un maíz peruano resistente a altas cotas de
nivel y de tamaño mayor al normal, con otra especie mexicana de precoz crecimiento,
aumentando con ello su capacidad productiva, proceso que sucede, según Sanders, hacia
500 a 200 a.C. coincidiendo de alguna manera con el momento del surgimiento de Estados
tanto en Mesoamérica como en Sur América (Sanders, 1973).

Así, aceptando que según Leonardo Manrique, (comunicación personal) existe una
correspondencia entre lengua y etnicidad, nos encontramos en los estudios
glotocronológicos realizados por Maricela Amador y Patricia Casasa, de juegos léxico
reconstructivos del proto-otomangue, que al parecer existían hace aproximadamente 6500
años (4500 a. C.), palabras referidas al cultivo de calabazas, frijol, maíz, chile, camote,
aguacate, algodón, maguey, nopal cebolleta, como expresión de rasgos correspondientes a
una tradición cultural, obtenidos del análisis de una lengua, que comparados con la
información obtenida por las investigaciones arqueológicas realizadas por Richard Mac
Neish en Tehuacan, demostró que coinciden con las muestras de polen y detritus
localizados en la fase cultural de Coxcatlan ubicada entre 5800 a 4150 a. C. Pero además,
en su reconstrucción lingüística localizan conceptos de Terminología agrícola como arar,
plantar, semillas, y otros correspondientes a la producción de alimentos como masa, atole,
tortillas, sal y frijol, además de los animales que también se encuentran evidenciados en
Tehuacán desde la fase del riego, y otros aspectos de cultura no material de los cuales no
existe evidencia arqueológica que indican que los proto-otomangue ya tenían el sistema de
numeración vigésimal, y la demarcación de periodos con relación al paso del día (mañana,
tarde, amanecer y noche) y del tiempo (ayer, pasado mañana, y año y de referencia
astronómica a la luna, el sol, estrella y cielo, así como ciertos aspectos del campo político y
religioso, como brujo, curandero, sacerdote, dios, templo, copal, y aspectos de identidad
social conectados con el intercambio como, lugar de mercado, trocar, aldea, camino, etc.
(Hernández y Casasa. 1979:13-19). Como si se tratara de un verdadero modo de
producción, que articula formas de producción con sistemas sociales e ideología en
términos de totalidad, es decir, que contextualiza al rasgo con formas de vida y de
pensamiento como un todo, y que nos acercan más que al origen social de los rasgos o
elementos que según Kirchhoff constituyen Mesoamérica, a la historia del inicio o
desarrollo de un modo de producción de identidad americana.

Tradiciones Americanas:

Así, en el presente ensayo, plantearé un acercamiento a la caracterización del desarrollo y


evolución del modo de producción Americano, de identidad continental, a través del
análisis de testimonios arqueológicos y etnohistóricos que definen una serie de tradiciones
culturales que comparten las áreas mesoamericana y andina, proponiendo como hipótesis
que las formaciones sociales de identidad étnica que definen las diferentes áreas de
Mesoamérica y Andina, son producto del desarrollo y evolución del mismo modo de
producción, conformado a partir de la historia de diferentes etnias que lo asumen y
comparten, de tal manera que la diferencia entre Teotihuacan y Tiwanaku, es la misma en
términos proporcionales que la existente entre Tajín y Xochicalco, es decir, correspondiente
a diferencias étnicas más que estructurales.

En ese sentido, consideramos que más que de rasgos, se trata de manifestaciones de


identidad cultural, que tienen protagonista, que existe un substantivo humano -étnico- que
dio lugar a esas expresiones culturales, por lo que más que analizarlas como rasgos, las
vamos a plantear como tradiciones, como expresiones consecuentes al nivel alcanzado en
sus fuerzas productivas, relaciones sociales de producción y superestructura, es decir
correspondientes a una forma de vida social, uso de recursos y consecuente
conceptualización de su universo. Se trata entonces más que de estudiar los tipos o estilos
diferentes en Mesoamérica y en Sur América, de analizar las expresiones históricas
comunes y de explicar las distinciones basadas en la interacción dada entre la naturaleza y
la sociedad, que pueden ubicarse en el ámbito regional y étnico o – ecoétnico - como
consecuentes a diferentes formaciones sociales producto de un mismo modo de producción.

La relación sociedad-naturaleza.
Partimos de la relación sociedad-naturaleza, con referencia a la estructura económica,
compuesta por las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción que, según
Marx, constituyen la base de la superestructura jurídica y política (Marx, 1981: T. I. 46).
En esa instancia, debemos considerar que el Continente Americano, presenta en términos
de su historia geográfica a partir de los glaciares e interglaciares sucedidos de 40 a 4 500
años a. C. (Haynes, Jr. 1979:270), con un periodo altitérmico (7500 a. C.) de aridez extrema
que conducen a la dispersión en el continente de plantas de desiertos, y a una intensa
actividad volcánica que conduce a un aumento progresivo de temperatura y formación de
bosques, hasta llegar a un clima meditérmico, similar al actual. Se produce en consecuencia
una biodiversidad compleja, compuesta por una serie de ecosistemas diferenciados, que en
parte son similares a los de otros continentes pero en buena parte distintos, y articulados.
Así, bosques de tundras, desiertos, pantanos y selvas articulados, presentan diferentes
connotaciones y especies que no existen en Europa, Asia y África y que constituyen el
espacio específico del desarrollo cultural americano.

Sin caer en un determinismo medio ambiental, sino en términos de un análisis inserto en el


materialismo histórico, consideramos que el nivel de las fuerzas productivas es resultado de
la acción del hombre en la naturaleza como si esta fuera un laboratorio (Marx, 1971:111),
en función a sus relaciones sociales de producción, producto de estructuras sociales
correspondientes en el modo de producción americano a clanes cónicos de identidad
estamentaria, que conducen a su reproducción y desarrollo o con referencia a sus
contradicciones, a su disolución ( Kirchhoff, 1968:370-38l) (Kirchhoff, l977:47-62).

En ese sentido, como parte de un proceso de domesticación a través de un uso diversificado


y múltiple de la naturaleza como recurso (Toledo, 1989), se hibridizan más de 60 plantas de
entre las que destacan las utilizadas, según Kirchhoff para las tres subáreas del continente
Mesoamérica, Chibchas y los Andes: maíz, frijol y calabaza, patata, algodón, yuca dulce,
chile, piña, aguacate, papaya, zapote, (Kirchhoff, 1960) así, como el uso de una gama
compleja de plantas de uso medicinal o curativo y ornamental, además de otras que servían
para la fabricación de indumentaria e implementos de trabajo, como el algodón y el
maguey.

En cuanto a los mamíferos, reptiles, marsupiales, aves e insectos, que complementaban su


dieta, se cuenta de base en Mesoamérica y Suramérica con las mismas especies, sin
embargo, algunas de ellas desaparecieron en el área mesoamericana, como los camélidos,
que no significan en Suramérica. una fuerza de carga o tracción importante como el
ganado bovino o caballar en el Viejo Mundo, pero sí se generó en ambas áreas la
predisposición a la domesticación de aves, peces, felinos, canes, además de roedores y
camélidos en Suramérica, que incluso servían además de alimento y para la fabricación de
indumentaria e implementos.

Debemos plantear, además, como parte de esa articulación sociedad-naturaleza en el nivel


alcanzado en sus fuerzas productivas, el desarrollo de agroecosistemas que implican un
amplio conocimiento de la biogeografía de los ecosistemas, ampliando su capacidad
biogenerativa sin alterarla. Tal es el caso de los bajiales, chinampas, sukakoyos, campos
levantados, metepancles, terrazas de abanico, bancales, andenes, etc., que a veces
requirieron una gran carga de trabajo, pero otras sólo es el aprovechamiento racional del
medio, sin el uso neolítico del metal, del animal de tiro o de la rueda. Así, con base a
instrumentos paleolíticos y fabricación de estructuras agrícolas que se integran al
ecosistema, se obtenían hasta cuatro cosechas al año, ampliando la capacidad productiva
estacional en poco espacio, que traducido en excedentes permite no sólo el trabajo
especializado sino también la construcción de centros ceremoniales o el desarrollo de
ciudades.

Hay que aclarar, al respecto, que estas formas de producción o agroecosistemas están
asociados a una serie de conocimientos articulados, como los de ingeniería y arquitectura,
con la escritura y formas de cómputo y astronomía o el conocimiento del calendario, no
sólo aplicados en la construcción de obras hidráulicas, sino también en la construcción de
edificios los que orientados astronómicamente, con proporciones y dimensiones especiales,
permiten junto con las estelas u observatorios astronómicos, a manera de marcadores,
ayudan a precisar de manera relativa los ciclos de cultivo en asociación a los ciclos de
bioregeneración de la naturaleza relacionados con las estaciones, e incluso los ciclos de
producción y tributo.

Es decir, a través de un calendario, marcado en la planificación urbana o posición de los


edificios, su orientación y juegos de luz o hierofania, se podía atacar de alguna manera, en
términos políticos e ideológicos, el problema de incertidumbre en las siembras planteado
por las fluctuaciones temporales, anuales y a largo plazo, además de vincularse a formas de
trabajo de identidad grupal corporativa y de reconocimiento tributario, instancias que
insertas en las fuerzas productivas amplían la capacidad productiva y la producción de
excedentes, que a su vez permiten el sostenimiento del trabajo especializado y de la
población administrativa y religiosa que constituyen la cúpula del Estado como un todo
articulado.

La metalurgia y el neolítico americano.

De entre todos los conocimientos aplicados a la fabricación de instrumentos, en términos de


los recursos minerales, nos llama la atención la fundición del metal, ya que de repente
permite ubicar a las sociedades americanas en el neolítico, como producto de un desarrollo
de sus fuerzas productivas. Ya Armillas señalaba que con las corrientes provenientes de
hacia alrededor del 5000 a. C. por la ruta de Behring, se introducen las industrias
microlíticas características del mesolítico del viejo mundo, la economía de esas culturas
estaba basada en la caza del venado y la cacería menor, la pesca y la recolección de
moluscos y de plantas. Tenían utillaje de piedra pulimentada y algo de cobre nativo
martillado, anzuelos y redes de pescar y morteros de piedra, (Armillas, 199l:I, 290),
posteriormente sabemos que este se elabora con base a técnicas paleolíticas en el área
andina a fines del 12000 a. C. Primero fue el oro, trabajado en frío, después el martillo, y
luego el cobre, en sus versiones nativa y compuestos; gradualmente se utilizó el estaño y las
aleaciones de cobre con estaño (en el sur) y arsénico (en el norte) iniciándose el trabajo en
bronce, para la producción de objetos más ligados al adorno personal o los rituales y de
armas, que a la producción y uso doméstico (Lumbreras, 1990:194). Sin embargo en
Tiwanaku se utilizó también en el ámbito arquitectónico en el uso de grapas para el
ensamble de bloques líticos como parte de los sistemas de construcción urbana (Ponce
Sanginés, información personal 1998).

En el extremo norte del área andina, en Colombia y Panamá, aparece la metalurgia en una
etapa tardía aproximadamente 500 d. C. como parte de la tradición de los Andes
septentrionales, conduciendo a cambios y complejidades sociales que dan lugar a la
formación de cacicazgos de Tairona y Muisca. Es decir, no se trata de un simple proceso de
transferencia tecnológica, ya que logra establecer patrones tecnológicos y artísticos propios
como parte de un desarrollo económico y social que define la fase de diversificación
regional o clásica en Panamá y tardía en Colombia y Venezuela, que va de 500 a 1500 d. C.

Esa última o reciente tradición metalúrgica, es la que probablemente se introduce en


Mesoamérica, y permite no sólo el desarrollo de técnicas ya elaboradas de fundición,
laminado, martillado, aleaciones, cera perdida y filigrana, sino que a su vez corresponden
(según creo) a tres líneas de identidad en cuanto al origen de las formas o diseños de uso
doméstico y personal:

A)- De correspondencia con el área andina, expresada en la producción de


depiladores o pinzas de cobre y plata, hachas, asuelas, hachas moneda, azadas, cuchillos,
agujas y anzuelos, que comprenden las regiones de la costa occidental de los actuales
estados de: Oaxaca, Guerrero y Michoacán, encontrando su mejor expositor en el Estado
Purepecha.

B)- De identidad mesoamericana que implican en la producción de objetos


suntuarios y de uso personal, combinaciones con la obsidiana y la turquesa, o la
elaboración de bezotes, collares, orejeras, anillos, pectorales y cascabeles con motivos de
tradición e identidad simbólica mesoamericana, y son los que se producían en las regiones
del altiplano mesoamericano, es decir, las regiones serranas de la Mixteca, Puebla, Tlaxcala
y la Cuenca de México.

C).- De identidad colombiana caribeña, que se desplaza por el Atlántico, desde


Panamá, Costa Rica u otros sitios de la costa norte colombiana, hacia la zona maya de la
península y por el caribe hacia Cuba o por la costa del Golfo de México hacia las regiones
de Veracruz y de la Huasteca, dando lugar a una tradición de figuras antropomorfas, platos
repujados, anzuelos, hachas, escoplos, cinceles y herramientas de oro, plata, cobre, bronce
y estaño. (Grinberg, 1995) , (Torres montes. 1996).

D).- Técnicas de trabajo en metal que se desarrollan en el Suroeste de Estados


Unidos tempranamente y que penetran a Mesoamérica probablemente por la región
Huasteca al norte del Golfo de México.
Lumbreras señala que la mayor aportación del conocimiento y desarrollo del metal en el
área andina, a más de su uso en edificios constructivos, estaría más que en la agricultura,
en las armas, que resultaron más contundentes y de mayor ventaja que las de piedra, cuyo
costo de producción en cuanto a la cantidad de trabajo implicado fue mayor (Lumbreras,
1990:198), porque los instrumentos de producción del metal son de piedra o de barro, y por
otra parte los productos metálicos de identidad ornamental solo retroalimentaron las
diferencias sociales de rango y de prestigio de la clase en el poder, existentes ya en las
sociedades americanas, como sucedió en Colombia en donde al parecer no se liga con la
siguiente fase del modo de producción basado en la explotación del trabajo humano y el
desarrollo de ciudades. O sea que su producción no implica un desarrollo de las fuerzas
productivas tal que implique la formación de Estados, ya que no altera las relaciones
sociales de producción dominante ni desplaza en términos de sus fuerzas productivas, el
uso de la piedra en empresas de producción y transformación de la naturaleza.

Por su parte, la presencia en Mesoamérica del metal no es producto de un desarrollo


propio, su presencia es resultado de la interacción con otras regiones o formaciones étnicas
del continente y está al parecer relacionada con sistemas de mercado e intercambio
continental, que tienen también que ver con los avances en la navegación desarrollados por
las sociedades costeras del Atlántico y el Caribe, y el establecimiento de rutas y formas de
organización que podrían explicar también la presencia del cacao en Mesoamérica y del
tabaco en el área andina.

El papel del intercambio:

En cuanto al papel que juegan los comerciantes en este panamericanismo, el investigador


Jorge Marcos plantea la hipótesis del establecimiento de una red de intercambio de conchas
spondylus a cargo de comerciantes marítimos del área intermedia (Ecuador), que unía a
Mesoamérica con los Andes y cuyo principal valor era el cosmogónico, precisando que
dicha interacción implicó una difusión cultural desde tiempos muy tempranos. (Marcos,
1982).

En ese sentido, podemos proponer que al parecer esta red de mercado transpacífico
permitió no sólo la circulación de tradiciones socioeconómicas sino también ideológicas que
se desarrolla en ambas áreas como alternativas insertas en su modo de producción.

En cuanto al intercambio de la cultura material a nivel continental, en términos nos llama


la atención la localización en la región de Carapan, Michoacán, de cerca de 80 objetos de
molienda: metates, molcajetes trípodes, molcajetes con soportes en forma de estribo,
molcajetes con soporte de pedestal, molcajetes circulares zoomorfos, muelas en forma de
media luna, muelas con soportes de figuras antropomorfas, manos, que según Cabrera,
indican en sus formas reminiscencias estilísticas de culturas situadas al sur de
Mesoamérica. El hallazgo se comportó como un lugar de almacenamiento, asociado a
actividades de mercado, en rutas que conducían a las costas del pacífico, y que comunicaba
con lugares tan lejanos como Ecuador, Perú y Colombia en Sudamérica, y había contactos
con puntos intermedios como Costa Rica, Nicaragua y Guatemala en Centro América.
(Cabrera, 1995:74)

Sabemos que la tendencia actual de la arqueología es atribuir a las tradiciones estilísticas


de formas y decoración cerámica una identidad social o étnica, como es el caso de la
tradición rojo sobre bayo identificada como de tradición macro otomangue por Marcus
Winter. (Winter, 1989:461-480). En ese sentido nos llaman la atención formas y diseños que
se localizan en Mesoamérica y que en apariencia son más comunes en las tradiciones
andinas- o macro quechua -. Tal es el caso de las vasijas de asa de canasta o de estribo, las
de vertedera y asa de canasta, o con asa de canasta vertedera, o antropomorfas con asa
vertedera, asociadas a formas de decoración al negativo o en negro y con diseños divididos
en cuatro sectores y ejecutados a manera de una red o en espiral, que aparecen en las
regiones de la Cuenca de México, Guanajuato y estado de México durante el formativo, en
la Huasteca durante el clásico y en Michoacán desde el formativo hasta el postclásico.

Es interesante notar que al parecer el origen más remoto de esos tipos o diseños como
fórmula o estilo de identidad se puede localizar en la tradición cultural Olmeca, a la cual el
Dr. Piña Chán propone entre otras alternativas a Venezuela (Piña Chán, 1981) desde donde
se trasmina hacia la costa de Perú, (Chavin de Huantar y Cerro Sechín). En este sentido
cobra significado que su presencia sea cada vez más frecuente en regiones de la costa del
Pacífico (Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Colima, Sinaloa, Jalisco); se plantea incluso que
puede inscribirse dentro de una identidad –Zoque- y que desde la región de Oaxaca
pudieron desplazarse hacia las regiones del sur de Veracruz, y desde aquí hacia Tabasco y
la zona Maya hacia el sur y la Huasteca hacia el Norte, en donde al articularse con los
grupos étnicos de esas regiones desarrollan sus propios estilos y mestizarse o asimilarse
dentro de un plan dominante dando lugar a nuevas manifestaciones e incluso al desarrollo
de formaciones de estado (Ekholm.Lowe. Clark y Blake.1989), sin descartar que pudo
haber otro desplazamiento siguiendo las corrientes de la Costa del Golfo.

Posteriormente, esa tradición estilística y cultural o étnica, de posible origen suramericano


se continúa o preserva en algunas regiones del occidente como Guerrero y Michoacán en
Mesoamérica, hasta el momento de la Conquista, con técnicas de manufactura muy
elaboradas, que da lugar a vasijas o vajillas de formas complejas de textura fina y paredes
delgadas y mejor acabadas, asociadas al trabajo del metal, que han sido identificadas con
los Uacúsecha, quienes desarrollan la formación estatal Tarasca, cuya lengua, el Purépecha,
Swadesh encontró además emparentada fonológicamente con el Quechua (Swadesh,
1968:127-137), pero según Lastra se establecería en el ámbito morfológico una mayor
relación con el Aymara, desde una antigüedad de 4.500 a.C. (Lastra, 1970).

Se han localizado también en la zona intermedia o extremo norte andino compuesto por
Panamá, Colombia, parte de Venezuela y del Ecuador, formas y diseños de tradición
cerámica que corresponden a las tradiciones mesoamericanas desarrolladas en Nayarit,
Colima, Jalisco, Oaxaca, Chiapas y Yucatán, particularmente en el momento de la
formación de los llamados cacicazgos sub andinos, en el periodo de diversificación regional
o "clásico" que va de 500 a 1500 d.C. con estados incipientes como el de Muisca el Tairona
en el norte de Colombia y desarrollo de villas o centros ceremoniales como los del Conte en
Panamá, Yotoco que presenta cerámica similar a la de Jalisco y Tumaco Tolita en los valles
intermontanos de Cali Colombia que presenta cerámica moldeada de identidad maya y
zapoteca. (Rodríguez, 1994:41-48, 69-77), así como los sitios de Capuli y Tolita en Ecuador.
(Lumbreras, 1981:61)

Al respecto, Luis Lumbreras comenta: "Es evidente que tanto Guangala como Bahía, Jama
Coaque y Tolita Tumaco, incorporando Colima y algunos elementos Tuncahuan, tienen
varias coincidencias con Nayarit, Colima y Jalisco del Occidente de México. Tales
coincidencias no parecen fortuituas sino el resultado de un intenso contacto entre ambas
regiones mediante un constante y permanente tráfico marino, originado en las costas del
Ecuador, casi con seguridad a partir del estímulo generado por el intercambio de conchas
de tipo Spondylus, de metales preciosos y otras materias consideradas preciosas o de gran
valor. Hay evidencia de que este tráfico se realizaba constantemente en tiempos tardíos,
aunque no conocemos exactamente el rango y magnitud del trayecto, pero a la luz de los
trabajos que se están realizando frente a Manta, en la isla de la plata y en otros lugares,
hasta parece que podríamos hablar de verdaderos puertos y atracaderos de balsas en toda
esta zona". (Lumbreras, 1981:210-12)

Para Lumbreras, sin embargo, al igual que para nosotros, se requiere de una exploración
seria del problema, porque tiene implicaciones en la teoría del cambio social y en la
explicación de la historia en su conjunto, ya que se pueden plantear también como posibles
formas de "colonización" por parte de algunos pueblos mesoamericanos, como es el caso de
Tolita Tumaco, que presenta un antecedente regional en la cultura Chorrera, aunque varios
colegas y con mucha razón, se preocupan bastante por los fuertes parecidos de algunos
elementos de estos desarrollos regionales con elementos de Mesoamérica por un lado y de
Oriente por otro. Es decir, "No se trata de un simple y mecánico proceso de adaptación sino
de la formación de " nuevas culturas." (Lumbreras, 1981:207)

Más que negar las tradiciones propias de origen, hay que aceptar la capacidad histórica de
los pueblos costeros de dominar el medio ecuatoriano, conocer el altibajo de sus corrientes
y sus ciclos para transportarse por el Pacífico uniendo en su historia y tradiciones a las
sociedades desarrolladas en ambos sectores del continente, formas de interacción que más
que articular a diversas formaciones sociales de un continente, integran su desarrollo en la
evolución de un modo de producción común.

Conciencia histórica e ideología.

Podemos plantear, por lo tanto, que no se trata tan sólo del intercambio de productos
suntuarios como las conchas Spondylus, sino también de tradiciones cerámicas, de
formulas del trabajo del metal, y de formas de conceptualización ideológica, ya que algunas
de las figurillas que se observan en el Museo Universitario de Cali, Colombia, representan
a dioses mesoamericanos, de tradición maya y zapoteca, conectados con la tierra, la
fertilidad y el inframundo. Se han localizado además en las costas de Cáli Colombia,
figuras labradas en piedra a manera de los palafitos de Pascua, pero en menores
proporciones, de 15 a 70 cms., con rasgos faciales geometrizados, sexo esbozado y manos
sobre el vientre, idénticos a los que se han encontrado también en contexto arqueológico en
Izapa Chiapas, en Tiristarán Michoacán (Corona, 1978:31-329), en San Vicente Nayarit, en
la región de Tuxpan Zapotlan en Jalisco y en la costa de Colima (Raúl Arana comunicación
personal), que han sido consideradas también como producto de contactos oceánicos con
las culturas de Sudamérica (Zepeda, 1992).

Por otra parte, dentro de esa tradición de abstracción simbólica e ideográfica de escritura
en piedra, tenemos el uso de lápidas o estelas con relieves de personajes de identidad
mítica, ancestral e histórica, que forman parte de los complejos de edificios públicos, como
los danzantes de Monte Albán (Caso, 1947) y los jugadores y señores de Dainzú en Oaxaca
(Bernal, 1986), insertos en la ideología de poder del linaje dominante, que son similares en
su conceptualización a las lápidas labradas de Cerro Sechín en Chavín de Huantar, Lima,
Perú (Lumbreras, 1989:78-81), del Templete o patio hundido de Tiwanaku (Escalante,
1993:165-72) y las localizadas con representaciones de sacerdotes u hombres-felinos,
asociados al sacrificio humano en San Agustín Colombia (Lumbreras, l989:73-76)
relacionadas al inicio de centros ceremoniales de carácter militar.

Es importante señalar que esas expresiones de relieve en lápidas y estelas, están también
relacionadas con el desarrollo del sistema de escritura y calendario que tiene que ver con la
predicción del tiempo y del ciclo de cosechas, como si se hubiera desarrollado un principio
panamericano de justificación o legitimación del poder a través del registro de hechos
históricos en estelas, como expresión de un aparato ideológico a nivel urbano, que
legitimaba a una tradición ancestral del linaje del jaguar como fórmula de poder en ambas
áreas.

Son también de llamar la atención una serie de principios en la construcción de sus centros
urbanos, como es el caso de ejes de simetría que a veces se traducen en calzadas, así como
la distribución y orientación astronómica de sus edificios y asociación de esculturas a
manera de estelas y marcadores conectados a los solsticios y equinoccios, a veces detectados
con edificios de carácter astronómico a manera de observatorios, resultado de
conocimientos de matemáticas y de astronomía, así como de formas de cómputo y de
registro de los ciclos, que como ya lo señalamos, fueron probablemente utilizados en la
predicción de los ciclos de lluvias, lo cual permitía como parte de sus fuerzas productivas
ampliar la capacidad productiva y la reproducción de la sociedad, como objetivo político de
los gobernantes y sacerdotes, de cuyos ejemplos encontramos evidencia en la Venta, Izapa,
Teotihuacan, Xochicalco, Monte Albán, Copán, Quirigua, Chichén Itzá, etc. en
Mesoamérica, así como en Chavín de Huantar, Tiwanaku, Cajamarca, Machupichu y
Cuzco en Sur América.

Otra tradición compartida, que es posible insertar en la conceptualización ideológica, es


además del uso del cinabrio para cubrir los restos del difunto y los cráneos trofeo, la
tradición del enterramiento en tumbas de tiro, que al parecer es más antigua en
Mesoamérica, como es el caso de las localizadas en la región del Occidente, tanto en el
Opeño, Michoacán (Oliveros, 1970) como en Atemajac, Jalisco por Luis Galván, quien
localiza además variantes individuales o múltiples, con o sin banqueta y de cámara oval u
oval alargada, de planta cuadrangular, circular, elipsoidal y elpsoidal doble, y con una
cronología que va de 750 a.C. a 460 d.C. y que coincide con las de San Sebastián en Jalisco
que van de 100 a.C. a 4000 d.C. y las Tequilita, Nayarit fechadas para 100 a. C. (Galván,
1991:217-579)

En ese sentido, también es importante señalar también con relación a las alteraciones
corporales, como la deformación del cráneo, o de conocimientos de "cirugía" la tradición
de trepanación supracraneana, que al parecer se introduce de Suramérica hacia
Mesoamérica como tradición asociada a ciertas etnias o grupos sociales, población que en
el caso de la Mixteca, - en Monte Negro - fue habitado por un grupo de gente de estatura
alta, de cráneo dolicocéfalo, que practicaban la trepanación, y que no se relacionan con los
demás grupos étnicos de Mesoamérica. (Romero, 1992:161)

De igual manera, a nivel inverso podemos plantear migraciones de población


mesoamericana a Suramérica, evidenciada a través de la tradición de modificación
corporal conocida como mutilación dentaria, de origen mesomericano, que aceptada por
casi todas sus regiones desde el formativo, se dispersa también en Sur América,
localizándose en las regiones de Esmeraldas, Ecuador, Tocarjí, Bolivia, Techekar y Vilama,
Chile y el Chubut y Lago Buenos Aires en Argentina en la Patagonia, hacia finales del
postclásico tardío. (Romero, 1958:116) Hechos que no permiten descartar una posible
conexión transpacífica que los pudiera explicar. (Romero, 1958:115-121)

Así, podemos plantear varias rutas de migración de población de las áreas o sectores norte
y sur del continente por vía marítima, desde Colombia y Cuba hacia la península yucateca
o por vía terrestre partiendo desde Colombia, Panamá y Nicaragua hacia Guatemala y de
aquí a Oaxaca o a la Zona Maya, y a la inversa pasando posteriormente al Altiplano de
México; también se sugiere otra posible vía marítima que fuera del Perú directamente a las
costas del Occidente de México difundiéndose a partir de ese punto al resto de
Mesoamérica. (Lagunas, 1972:426)

En ese sentido, estamos tentados a proponer una verdadera región como zona intermedia
de articulación histórica y social constante de las áreas norte y sur del continente por medio
de la navegación a través del Pacífico, que unía en su historia e identidad cultural a las
poblaciones de las regiones de occidente de Mesoamérica (Colima, Jalisco, Michoacán,
Oaxaca y Chiapas) con las partes norte y sur de Centro América (Guatemala, Salvador y
Panamá) y la parte septentrional intermedia de Sur América (Colombia y Ecuador),
llegando hasta las costas de Lima en el área central andina.
La integración del proceso histórico de desarrollo de los pueblos en la
evolución del modo de producción americano.

A manera de resumen, podemos plantear que no sólo transitan en el continente o se


transmiten las tradiciones del uso de recursos como las plantas hibridizadas o cultivadas,
las conchas, las formas o estilos cerámicos y otros conocimientos técnicos, sino también las
formas de pensamiento y de conocimientos o avances logrados en la reproducción y
evolución de la sociedad como es el caso de la escritura o iconografía simbólica, el
conocimiento astronómico del calendario usado en las fases agrícolas, fórmulas de poder y
conceptualización ideológicas que explican su cosmovisión,etc. Es decir, no se trata de
compartir o intercambiar rasgos aislados, sino de instancias relacionadas con sus fuerzas
productivas, relaciones sociales de producción y superestructura, como expresiones
articuladas, parte y producto de un modo de producción.

Es decir que las relaciones efectuadas entre las áreas mesoamericana y andina significan las
integración histórica continental de esas diferentes áreas en un modo de producción común,
y que ello es resultado histórico del proceso de evolución de ese modo de producción
expresado en el desarrollo de técnicas de navegación y de formas trabajo e intercambio
desarrollado por distintas formaciones sociales que forman parte de esas áreas y que se
integran más que en su historia en el proceso de desarrollo histórico del modo producción
americano.

Si bien consideramos que es el área intermedia, conformada por Centro América, sector
norte de América del sur y la región del Caribe, la que juega ese papel histórico articulador
de las tradiciones mesoamericana y Andina, influyendo y unificando a ambas en su proceso
de desarrollo; de igual manera sucede con la región del occidente de México o de la Costa
del Pacífico, que se articula más a Venezuela y al norte del Perú que incluso con el resto de
Mesoamérica, por lo que valdría la pena plantear estas preguntas en los programas de
trabajo que se realizan en ambas regiones, o bien proponer un proyecto que busque y
caracterice el papel que juegan esas regiones, con relación a las áreas meso y sur
americanas como puentes de integración histórica a la evolución del modo de producción
americano que las define.

Es posible incluso que algunas etapas de la evolución del modo de producción americano en
ambas áreas se deba entre otros impulsos a la presencia de grupos étnicos procedentes de
ambas regiones, lo que no implica necesariamente situaciones de conquista, pero sí de
cambios sociales y de definición de grupos que detentan formas de conocimiento y por ende
cierto prestigio. Lo cual tampoco excluye el desarrollo de las propias etnias en las diferentes
regiones del continente, pero sí debemos de aceptar que es en las relaciones inferencias en
donde se aprecian más los elementos que definen las relaciones sociales de producción
asimétrica y tributaria, que validan la expansión territorial traducida en una articulación
de ecosistemas diferenciados ampliando la producción, como también la división o
especialización del trabajo diversificándola.
El plantear a la historia de América prehispánica, como producto de una sucesión de
formaciones dominantes de identidad o composición étnica diferente, implica de hecho el
que se vayan desplazando las regiones en donde van a surgir centros políticos dominantes
en términos de las estrategias de complementariedad de las fuerzas productivas, que
implicaba la apropiación o el control de otras etnias y regiones de recursos distintos o
diversos para complementar o ampliar los de su propia formación, lo que conlleva a
relaciones de competitividad en el control de recursos, expresadas en alianzas, guerras,
disolución de estados y surgimiento de otros.

En ese sentido superestructural, juega especial importancia el papel de los linajes, y sus
relaciones o interacciones matrimoniales, para validar los derechos a control de un
territorio y el uso de su fuerza de trabajo, por lo cual es en las alianzas concertadas o las
impuestas en términos consanguíneos, en donde se basan las acciones militares que pueden
dar lugar a un grupo o linaje predominante en las formas de acceso al poder; sin embargo,
no se trata de formas de identidad consanguínea de derecho a la tierra y a renteros de tipo
feudal, que da lugar a señoríos o monarquías, sino de linajes representativos de la
comunidad relacionados a la etnia dominante como expresión del estado, que a veces se
integra por complejas formas administrativas que consideran las distinciones étnicas y
estamentarias para redistribuir el trabajo y los derechos jurídicos o jurisdiccionales.

De la misma manera sabemos que los instrumentos de bronce como los de hierro no
generaron en América la revolución neolítica o urbana como en Europa, ya que se seguía
en una tradición paleolítica, ya que es a través de instrumentos de piedra que se fabricaban
los de metal. En todo caso, la revolución urbana más que la revolución neolítica se sucede
en América, con relación a la definición de un modo de producción distinto que los
desarrollados en Europa y Asia, con base a un nivel de fuerzas productivas basado más que
por la ampliación del trabajo a través de instrumentos de metal, por la ampliación y
diversificación de la producción, dentro de una tecnología paleolítica, a través del
desarrollo de otro tipo de conocimientos, como la hibridación de especies, ingeniería
hidráulica, uso racional múltiple y diversificado del medio, sistemas escriturísticos de
registro y predicción del tiempo o conocimientos de astronomía avanzada, así como por la
implantación de relaciones sociales de producción asimétricas, fincadas en formas de
apropiación del trabajo y tenencia diferenciada de los recursos, a nivel tributario, lo cual
significó también ampliar y diversificar aún más la producción, un excedente apropiado, la
acumulación de riqueza y de poder y la división de clases sociales.

En ese sentido de explicación, confiriéndole un mayor peso a la instancia social que al nivel
alcanzado en las fuerzas productivas, como formaciones socio económicas más que
económico sociales, consideramos que si bien el modo de producción americano se inicia
con la presencia y desarrollo de clanes cónicos que van colonizando el continente, y es a
partir de su disolución que se da paso a formaciones de estado que se definió en pleno como
modo de producción; Sin embargo, no todas las formaciones sociales que lo integran se
desarrollan de manera paralela a su evolución o pasan a ser Estados, e incluso algunos
clanes cónicos forman parte de ellos como premisa de su desarrollo al conformar su
provincia tributaria en su estructura político territorial, es decir, en términos sincrónicos
las formaciones sociales americanas se encuentran en diferentes etapas de la evolución del
mismo modo de producción como expresión implícita en sus relaciones sociales de
producción, y esto estriba al parecer, en sus formas de articulación, ya sea por medio de
alianzas insertas en los sistemas de consanguinidad y parentesco por parte de los linajes
dominantes que subordinan a otros ampliando su radio de influencia o presencia, o bien de
conquistas o empresas de expansión militar que implica también además el control del
territorio e imposición de sus linajes y estructura política dominante en otros clanes cónicos
o la disolución del clan cónico para dar paso -a través de la ampliación del trabajo- a
formaciones sociales estatales de identidad clasista e incluso a formas políticas
correspondientes a Imperios Antiguos.

Así, el modo de producción americano se basa, más que en el nivel alcanzado en sus fuerzas
productivas en términos de instrumentos obtenidos de los recursos minerales, en formas de
ampliación y diversificación de la producción, resultante de relaciones sociales basadas en
la tenencia de los medios de producción, con referencia a formas de posesión comunal de
identidad étnica y de propiedad expresadas por el poder político o estatal o por los linajes
dominantes en tanto representantes de la etnia o etnias dominantes emparentadas -a
manera de clanes cónicos- y reconocidas por la comunidad.

Es decir, lo que realmente permite integrar las diferentes comunidades o etnias en una
unidad política mayor de estado, y diversificar o ampliar la producción se define por
cambios sociales que repercuten en las formas de tenencia de los medios de producción que,
si bien están sustentados por la dominación y explotación de la sociedad y su
transformación en unidades sociales de trabajo, ello al parecer se define como derecho del
grupo o linaje dominante, que con fundamento a relaciones de consangüínidad y
parentesco, interpretadas como derivadas de un ancestro común, legitimaban su poder.
Pero si bien es cierto que esto se hacía con base a una forma de organización clánica de
linaje y parentesco, al transformarse en grupo político delegaba funciones en un aparato
administrativo y se definía cada vez como una clase social con base a una tendencia de
apropiación o propiedad de los medios de producción.

En términos de la comunidad en cambio, al parecer existen dos tipos de unidades sociales,


con referencia a las formas de posesión de la tierra: un tipo de identidad étnica
(endogámicas o exogámicas) con derecho o reconocimiento territorial por parte de la
comunidad a la posesión de recursos con base al trabajo productivo lo cual lo hace
miembro y tributario del Estado o de su unidad política; y el segundo, en donde la unidad
anterior -por relaciones de conquista- o cesión de derechos -pasa a ser adjudicada a un
señor con puesto dominante dentro del estado o del linaje dominante- y su trabajador deja
de ser una especie de poseedor libre para transformarse en trabajador- de linaje dominante
que ahora la posee y tiene derecho al usufructo en producto no en trabajo, mientras que,
los que no tienen acceso a la tierra no son tributarios a no ser de los comerciantes.

Debemos reconocer que por el momento - siglo XXI-, faltan más elementos para definir las
relaciones sociales de producción que caracterizan el modo de producción americano, pero
tal vez ampliando los testimonios que aportan las fuentes históricas hispánicas con el que
aportan las estelas y las pinturas murales y los códices realizando un ejercicio de
contrastación del dato etnohistórico con el dato arqueológico – ambos como testimonios de
la estructura económico social que les dio lugar- podríamos precisar más su proceso
histórico de desarrollo, por ahora sólo nos entrevemos a postular ciertas diferencias con los
modos de producción desarrollados en África, Asia y Europa que corresponden a
condiciones biogeográficas e históricas distintas, e intentar plantear en términos de
totalidad más que de rasgos su proceso de conformación como modo de producción basado
más que en la detentación de los medios de producción a través de los individuos, de la
identidad familiar o del estado, por la identidad étnica, como forma de expresión que
articula esas instancias y se convierte en alternativa de contrastación a un nivel de fuerzas
productivas que no descansan en el metal o el animal de tiro, sino en el uso racional de la
naturaleza y formas de tenencia que permiten la reproducción ampliada del trabajo para
su reproducción y desarrollo, pero también es cierto que en casos extremos producto de
crisis relativas al crecimiento de la población y la incapacidad de ampliar más la
producción o a crisis en las relaciones sociales como expresión de la contradicción de clases
por un aumento en las relaciones asimétricas de redistribución de la producción, se suceden
rebeliones o conquistas que ocasionan la disolución política de los estados y el abandono de
sus ciudades.

Contradicciones o dialéctica social que, es también parte y producto de la historia evolutiva


de ese modo de producción, mas que de situaciones cíclicas de estancamiento.

No debemos olvidar además para concluir este ensayo, que tanto el modo de producción
igualitario como el americano, se integran a la historia universal como producto de la
imposición del modo de producción capitalista, a partir de la presencia de otras
poblaciones de origen étnico diferente y correspondientes históricamente a modos de
producción distintos al americano de identidad asiática y europea, a través de las empresas
mercantiles que conducen a la reproducción ampliada del capital, a las cuales en términos
de su conquista subsumen a las poblaciones correspondientes al modo de producción
americano, e incluso al parecer gracias al nivel del desarrollo civil alcanzado por ellas,
pueden reproducir y ampliar el esquema civil europeo en América y que los resultados de
esa amalgama histórica que define a Latinoamérica, implican también para caracterizarla,
de análisis diacrónicos más que sincrónicos y no de área sino continentales.
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