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MESOAMERICANOS
EN EL MODO DE PRODUCCION AMERICANO
El presente ensayo forma parte de un proyecto de investigación que trata de definir los
modos de producción dominantes en la fase prehispánica del continente americano,
particularmente de Mesoamérica, con base a una política de investigación que intenta la
caracterización y valorización del papel que ha jugado la población indígena en la historia
de América Latina.
Considero que esos planteamientos son resultado del enfoque culturalista, que identifican
los rasgos típicos de un área de manera descontextualizada, es decir, sin establecer su
relación con los complejos sociales, económicos, políticos e ideológicos de los que son parte
y producto, por lo que se deslindan del papel que juegan en la sociedad que les dio lugar
como totalidad o bien de su identidad étnica, reduciéndolos a ser producto de un espacio y
tiempo determinado
En ese sentido, queremos reproducir parte de las propuestas de Matos, en sus notas sobre el
proceso de desarrollo en el Centro de México:
Hay que hacer notar además, que la manera en que el modo de producción americano se
desarrolla e impone por las diferentes regiones o ecosistemas del continente, corresponde
también o a la reproducción y redistribución de distintos grupos étnicos o variantes del
primero. Así, por ejemplo, el biólogo Bruce F, Benz en su estudio de la selección natural y
cultural del maíz plantea que:
"Las razas como harinoso de ocho, de Nayarit, tabloncillo, de Jalisco, maíz ancho, de
Guerrero, olotillo, de Chiapas, conejo, de Guerrero, y bolita, chatino maizón y zapalote
chico, de Oaxaca, se distribuyen a lo largo de las áreas habitadas por hablantes de lenguas
indígenas pertenecientes todas a la familia de lenguas denominada otomangue por los
lingüistas".
De igual manera sucede con la distribución del zoque y mayense con referencia a las razas
tipos y características de los maíces en Yucatán, como la Raza Primitiva o nal-t el o k´ay –
tel; Raza Mestiza Prehistórica, olotillo, variedad muy precoz y de bajo rendimiento,
xmehenal, Raza Mestiza Prehistórica, tuxpeño, variedad de precocidad y productividad
medianas; xnuknal, tsítbakal y xtonbakal, Raza Mestiza Prehistórica olotillo, que son
variedades tardías y de alto rendimiento, (Xolocotzi, 1985:388-89), en este proceso de etnia
e hibridación, no debemos olvidar tampoco la relación de la lengua quechua con la
purépecha (Swadesh, 1960) para explicar el maíz cacahuatzintle en Perú. Y que decir del
maíz cónico que resulta de una hibridación de un maíz peruano resistente a altas cotas de
nivel y de tamaño mayor al normal, con otra especie mexicana de precoz crecimiento,
aumentando con ello su capacidad productiva, proceso que sucede, según Sanders, hacia
500 a 200 a.C. coincidiendo de alguna manera con el momento del surgimiento de Estados
tanto en Mesoamérica como en Sur América (Sanders, 1973).
Así, aceptando que según Leonardo Manrique, (comunicación personal) existe una
correspondencia entre lengua y etnicidad, nos encontramos en los estudios
glotocronológicos realizados por Maricela Amador y Patricia Casasa, de juegos léxico
reconstructivos del proto-otomangue, que al parecer existían hace aproximadamente 6500
años (4500 a. C.), palabras referidas al cultivo de calabazas, frijol, maíz, chile, camote,
aguacate, algodón, maguey, nopal cebolleta, como expresión de rasgos correspondientes a
una tradición cultural, obtenidos del análisis de una lengua, que comparados con la
información obtenida por las investigaciones arqueológicas realizadas por Richard Mac
Neish en Tehuacan, demostró que coinciden con las muestras de polen y detritus
localizados en la fase cultural de Coxcatlan ubicada entre 5800 a 4150 a. C. Pero además,
en su reconstrucción lingüística localizan conceptos de Terminología agrícola como arar,
plantar, semillas, y otros correspondientes a la producción de alimentos como masa, atole,
tortillas, sal y frijol, además de los animales que también se encuentran evidenciados en
Tehuacán desde la fase del riego, y otros aspectos de cultura no material de los cuales no
existe evidencia arqueológica que indican que los proto-otomangue ya tenían el sistema de
numeración vigésimal, y la demarcación de periodos con relación al paso del día (mañana,
tarde, amanecer y noche) y del tiempo (ayer, pasado mañana, y año y de referencia
astronómica a la luna, el sol, estrella y cielo, así como ciertos aspectos del campo político y
religioso, como brujo, curandero, sacerdote, dios, templo, copal, y aspectos de identidad
social conectados con el intercambio como, lugar de mercado, trocar, aldea, camino, etc.
(Hernández y Casasa. 1979:13-19). Como si se tratara de un verdadero modo de
producción, que articula formas de producción con sistemas sociales e ideología en
términos de totalidad, es decir, que contextualiza al rasgo con formas de vida y de
pensamiento como un todo, y que nos acercan más que al origen social de los rasgos o
elementos que según Kirchhoff constituyen Mesoamérica, a la historia del inicio o
desarrollo de un modo de producción de identidad americana.
Tradiciones Americanas:
La relación sociedad-naturaleza.
Partimos de la relación sociedad-naturaleza, con referencia a la estructura económica,
compuesta por las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción que, según
Marx, constituyen la base de la superestructura jurídica y política (Marx, 1981: T. I. 46).
En esa instancia, debemos considerar que el Continente Americano, presenta en términos
de su historia geográfica a partir de los glaciares e interglaciares sucedidos de 40 a 4 500
años a. C. (Haynes, Jr. 1979:270), con un periodo altitérmico (7500 a. C.) de aridez extrema
que conducen a la dispersión en el continente de plantas de desiertos, y a una intensa
actividad volcánica que conduce a un aumento progresivo de temperatura y formación de
bosques, hasta llegar a un clima meditérmico, similar al actual. Se produce en consecuencia
una biodiversidad compleja, compuesta por una serie de ecosistemas diferenciados, que en
parte son similares a los de otros continentes pero en buena parte distintos, y articulados.
Así, bosques de tundras, desiertos, pantanos y selvas articulados, presentan diferentes
connotaciones y especies que no existen en Europa, Asia y África y que constituyen el
espacio específico del desarrollo cultural americano.
Hay que aclarar, al respecto, que estas formas de producción o agroecosistemas están
asociados a una serie de conocimientos articulados, como los de ingeniería y arquitectura,
con la escritura y formas de cómputo y astronomía o el conocimiento del calendario, no
sólo aplicados en la construcción de obras hidráulicas, sino también en la construcción de
edificios los que orientados astronómicamente, con proporciones y dimensiones especiales,
permiten junto con las estelas u observatorios astronómicos, a manera de marcadores,
ayudan a precisar de manera relativa los ciclos de cultivo en asociación a los ciclos de
bioregeneración de la naturaleza relacionados con las estaciones, e incluso los ciclos de
producción y tributo.
En el extremo norte del área andina, en Colombia y Panamá, aparece la metalurgia en una
etapa tardía aproximadamente 500 d. C. como parte de la tradición de los Andes
septentrionales, conduciendo a cambios y complejidades sociales que dan lugar a la
formación de cacicazgos de Tairona y Muisca. Es decir, no se trata de un simple proceso de
transferencia tecnológica, ya que logra establecer patrones tecnológicos y artísticos propios
como parte de un desarrollo económico y social que define la fase de diversificación
regional o clásica en Panamá y tardía en Colombia y Venezuela, que va de 500 a 1500 d. C.
En ese sentido, podemos proponer que al parecer esta red de mercado transpacífico
permitió no sólo la circulación de tradiciones socioeconómicas sino también ideológicas que
se desarrolla en ambas áreas como alternativas insertas en su modo de producción.
Es interesante notar que al parecer el origen más remoto de esos tipos o diseños como
fórmula o estilo de identidad se puede localizar en la tradición cultural Olmeca, a la cual el
Dr. Piña Chán propone entre otras alternativas a Venezuela (Piña Chán, 1981) desde donde
se trasmina hacia la costa de Perú, (Chavin de Huantar y Cerro Sechín). En este sentido
cobra significado que su presencia sea cada vez más frecuente en regiones de la costa del
Pacífico (Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Colima, Sinaloa, Jalisco); se plantea incluso que
puede inscribirse dentro de una identidad –Zoque- y que desde la región de Oaxaca
pudieron desplazarse hacia las regiones del sur de Veracruz, y desde aquí hacia Tabasco y
la zona Maya hacia el sur y la Huasteca hacia el Norte, en donde al articularse con los
grupos étnicos de esas regiones desarrollan sus propios estilos y mestizarse o asimilarse
dentro de un plan dominante dando lugar a nuevas manifestaciones e incluso al desarrollo
de formaciones de estado (Ekholm.Lowe. Clark y Blake.1989), sin descartar que pudo
haber otro desplazamiento siguiendo las corrientes de la Costa del Golfo.
Se han localizado también en la zona intermedia o extremo norte andino compuesto por
Panamá, Colombia, parte de Venezuela y del Ecuador, formas y diseños de tradición
cerámica que corresponden a las tradiciones mesoamericanas desarrolladas en Nayarit,
Colima, Jalisco, Oaxaca, Chiapas y Yucatán, particularmente en el momento de la
formación de los llamados cacicazgos sub andinos, en el periodo de diversificación regional
o "clásico" que va de 500 a 1500 d.C. con estados incipientes como el de Muisca el Tairona
en el norte de Colombia y desarrollo de villas o centros ceremoniales como los del Conte en
Panamá, Yotoco que presenta cerámica similar a la de Jalisco y Tumaco Tolita en los valles
intermontanos de Cali Colombia que presenta cerámica moldeada de identidad maya y
zapoteca. (Rodríguez, 1994:41-48, 69-77), así como los sitios de Capuli y Tolita en Ecuador.
(Lumbreras, 1981:61)
Al respecto, Luis Lumbreras comenta: "Es evidente que tanto Guangala como Bahía, Jama
Coaque y Tolita Tumaco, incorporando Colima y algunos elementos Tuncahuan, tienen
varias coincidencias con Nayarit, Colima y Jalisco del Occidente de México. Tales
coincidencias no parecen fortuituas sino el resultado de un intenso contacto entre ambas
regiones mediante un constante y permanente tráfico marino, originado en las costas del
Ecuador, casi con seguridad a partir del estímulo generado por el intercambio de conchas
de tipo Spondylus, de metales preciosos y otras materias consideradas preciosas o de gran
valor. Hay evidencia de que este tráfico se realizaba constantemente en tiempos tardíos,
aunque no conocemos exactamente el rango y magnitud del trayecto, pero a la luz de los
trabajos que se están realizando frente a Manta, en la isla de la plata y en otros lugares,
hasta parece que podríamos hablar de verdaderos puertos y atracaderos de balsas en toda
esta zona". (Lumbreras, 1981:210-12)
Para Lumbreras, sin embargo, al igual que para nosotros, se requiere de una exploración
seria del problema, porque tiene implicaciones en la teoría del cambio social y en la
explicación de la historia en su conjunto, ya que se pueden plantear también como posibles
formas de "colonización" por parte de algunos pueblos mesoamericanos, como es el caso de
Tolita Tumaco, que presenta un antecedente regional en la cultura Chorrera, aunque varios
colegas y con mucha razón, se preocupan bastante por los fuertes parecidos de algunos
elementos de estos desarrollos regionales con elementos de Mesoamérica por un lado y de
Oriente por otro. Es decir, "No se trata de un simple y mecánico proceso de adaptación sino
de la formación de " nuevas culturas." (Lumbreras, 1981:207)
Más que negar las tradiciones propias de origen, hay que aceptar la capacidad histórica de
los pueblos costeros de dominar el medio ecuatoriano, conocer el altibajo de sus corrientes
y sus ciclos para transportarse por el Pacífico uniendo en su historia y tradiciones a las
sociedades desarrolladas en ambos sectores del continente, formas de interacción que más
que articular a diversas formaciones sociales de un continente, integran su desarrollo en la
evolución de un modo de producción común.
Podemos plantear, por lo tanto, que no se trata tan sólo del intercambio de productos
suntuarios como las conchas Spondylus, sino también de tradiciones cerámicas, de
formulas del trabajo del metal, y de formas de conceptualización ideológica, ya que algunas
de las figurillas que se observan en el Museo Universitario de Cali, Colombia, representan
a dioses mesoamericanos, de tradición maya y zapoteca, conectados con la tierra, la
fertilidad y el inframundo. Se han localizado además en las costas de Cáli Colombia,
figuras labradas en piedra a manera de los palafitos de Pascua, pero en menores
proporciones, de 15 a 70 cms., con rasgos faciales geometrizados, sexo esbozado y manos
sobre el vientre, idénticos a los que se han encontrado también en contexto arqueológico en
Izapa Chiapas, en Tiristarán Michoacán (Corona, 1978:31-329), en San Vicente Nayarit, en
la región de Tuxpan Zapotlan en Jalisco y en la costa de Colima (Raúl Arana comunicación
personal), que han sido consideradas también como producto de contactos oceánicos con
las culturas de Sudamérica (Zepeda, 1992).
Por otra parte, dentro de esa tradición de abstracción simbólica e ideográfica de escritura
en piedra, tenemos el uso de lápidas o estelas con relieves de personajes de identidad
mítica, ancestral e histórica, que forman parte de los complejos de edificios públicos, como
los danzantes de Monte Albán (Caso, 1947) y los jugadores y señores de Dainzú en Oaxaca
(Bernal, 1986), insertos en la ideología de poder del linaje dominante, que son similares en
su conceptualización a las lápidas labradas de Cerro Sechín en Chavín de Huantar, Lima,
Perú (Lumbreras, 1989:78-81), del Templete o patio hundido de Tiwanaku (Escalante,
1993:165-72) y las localizadas con representaciones de sacerdotes u hombres-felinos,
asociados al sacrificio humano en San Agustín Colombia (Lumbreras, l989:73-76)
relacionadas al inicio de centros ceremoniales de carácter militar.
Es importante señalar que esas expresiones de relieve en lápidas y estelas, están también
relacionadas con el desarrollo del sistema de escritura y calendario que tiene que ver con la
predicción del tiempo y del ciclo de cosechas, como si se hubiera desarrollado un principio
panamericano de justificación o legitimación del poder a través del registro de hechos
históricos en estelas, como expresión de un aparato ideológico a nivel urbano, que
legitimaba a una tradición ancestral del linaje del jaguar como fórmula de poder en ambas
áreas.
Son también de llamar la atención una serie de principios en la construcción de sus centros
urbanos, como es el caso de ejes de simetría que a veces se traducen en calzadas, así como
la distribución y orientación astronómica de sus edificios y asociación de esculturas a
manera de estelas y marcadores conectados a los solsticios y equinoccios, a veces detectados
con edificios de carácter astronómico a manera de observatorios, resultado de
conocimientos de matemáticas y de astronomía, así como de formas de cómputo y de
registro de los ciclos, que como ya lo señalamos, fueron probablemente utilizados en la
predicción de los ciclos de lluvias, lo cual permitía como parte de sus fuerzas productivas
ampliar la capacidad productiva y la reproducción de la sociedad, como objetivo político de
los gobernantes y sacerdotes, de cuyos ejemplos encontramos evidencia en la Venta, Izapa,
Teotihuacan, Xochicalco, Monte Albán, Copán, Quirigua, Chichén Itzá, etc. en
Mesoamérica, así como en Chavín de Huantar, Tiwanaku, Cajamarca, Machupichu y
Cuzco en Sur América.
En ese sentido, también es importante señalar también con relación a las alteraciones
corporales, como la deformación del cráneo, o de conocimientos de "cirugía" la tradición
de trepanación supracraneana, que al parecer se introduce de Suramérica hacia
Mesoamérica como tradición asociada a ciertas etnias o grupos sociales, población que en
el caso de la Mixteca, - en Monte Negro - fue habitado por un grupo de gente de estatura
alta, de cráneo dolicocéfalo, que practicaban la trepanación, y que no se relacionan con los
demás grupos étnicos de Mesoamérica. (Romero, 1992:161)
Así, podemos plantear varias rutas de migración de población de las áreas o sectores norte
y sur del continente por vía marítima, desde Colombia y Cuba hacia la península yucateca
o por vía terrestre partiendo desde Colombia, Panamá y Nicaragua hacia Guatemala y de
aquí a Oaxaca o a la Zona Maya, y a la inversa pasando posteriormente al Altiplano de
México; también se sugiere otra posible vía marítima que fuera del Perú directamente a las
costas del Occidente de México difundiéndose a partir de ese punto al resto de
Mesoamérica. (Lagunas, 1972:426)
En ese sentido, estamos tentados a proponer una verdadera región como zona intermedia
de articulación histórica y social constante de las áreas norte y sur del continente por medio
de la navegación a través del Pacífico, que unía en su historia e identidad cultural a las
poblaciones de las regiones de occidente de Mesoamérica (Colima, Jalisco, Michoacán,
Oaxaca y Chiapas) con las partes norte y sur de Centro América (Guatemala, Salvador y
Panamá) y la parte septentrional intermedia de Sur América (Colombia y Ecuador),
llegando hasta las costas de Lima en el área central andina.
La integración del proceso histórico de desarrollo de los pueblos en la
evolución del modo de producción americano.
Es decir que las relaciones efectuadas entre las áreas mesoamericana y andina significan las
integración histórica continental de esas diferentes áreas en un modo de producción común,
y que ello es resultado histórico del proceso de evolución de ese modo de producción
expresado en el desarrollo de técnicas de navegación y de formas trabajo e intercambio
desarrollado por distintas formaciones sociales que forman parte de esas áreas y que se
integran más que en su historia en el proceso de desarrollo histórico del modo producción
americano.
Si bien consideramos que es el área intermedia, conformada por Centro América, sector
norte de América del sur y la región del Caribe, la que juega ese papel histórico articulador
de las tradiciones mesoamericana y Andina, influyendo y unificando a ambas en su proceso
de desarrollo; de igual manera sucede con la región del occidente de México o de la Costa
del Pacífico, que se articula más a Venezuela y al norte del Perú que incluso con el resto de
Mesoamérica, por lo que valdría la pena plantear estas preguntas en los programas de
trabajo que se realizan en ambas regiones, o bien proponer un proyecto que busque y
caracterice el papel que juegan esas regiones, con relación a las áreas meso y sur
americanas como puentes de integración histórica a la evolución del modo de producción
americano que las define.
Es posible incluso que algunas etapas de la evolución del modo de producción americano en
ambas áreas se deba entre otros impulsos a la presencia de grupos étnicos procedentes de
ambas regiones, lo que no implica necesariamente situaciones de conquista, pero sí de
cambios sociales y de definición de grupos que detentan formas de conocimiento y por ende
cierto prestigio. Lo cual tampoco excluye el desarrollo de las propias etnias en las diferentes
regiones del continente, pero sí debemos de aceptar que es en las relaciones inferencias en
donde se aprecian más los elementos que definen las relaciones sociales de producción
asimétrica y tributaria, que validan la expansión territorial traducida en una articulación
de ecosistemas diferenciados ampliando la producción, como también la división o
especialización del trabajo diversificándola.
El plantear a la historia de América prehispánica, como producto de una sucesión de
formaciones dominantes de identidad o composición étnica diferente, implica de hecho el
que se vayan desplazando las regiones en donde van a surgir centros políticos dominantes
en términos de las estrategias de complementariedad de las fuerzas productivas, que
implicaba la apropiación o el control de otras etnias y regiones de recursos distintos o
diversos para complementar o ampliar los de su propia formación, lo que conlleva a
relaciones de competitividad en el control de recursos, expresadas en alianzas, guerras,
disolución de estados y surgimiento de otros.
En ese sentido superestructural, juega especial importancia el papel de los linajes, y sus
relaciones o interacciones matrimoniales, para validar los derechos a control de un
territorio y el uso de su fuerza de trabajo, por lo cual es en las alianzas concertadas o las
impuestas en términos consanguíneos, en donde se basan las acciones militares que pueden
dar lugar a un grupo o linaje predominante en las formas de acceso al poder; sin embargo,
no se trata de formas de identidad consanguínea de derecho a la tierra y a renteros de tipo
feudal, que da lugar a señoríos o monarquías, sino de linajes representativos de la
comunidad relacionados a la etnia dominante como expresión del estado, que a veces se
integra por complejas formas administrativas que consideran las distinciones étnicas y
estamentarias para redistribuir el trabajo y los derechos jurídicos o jurisdiccionales.
De la misma manera sabemos que los instrumentos de bronce como los de hierro no
generaron en América la revolución neolítica o urbana como en Europa, ya que se seguía
en una tradición paleolítica, ya que es a través de instrumentos de piedra que se fabricaban
los de metal. En todo caso, la revolución urbana más que la revolución neolítica se sucede
en América, con relación a la definición de un modo de producción distinto que los
desarrollados en Europa y Asia, con base a un nivel de fuerzas productivas basado más que
por la ampliación del trabajo a través de instrumentos de metal, por la ampliación y
diversificación de la producción, dentro de una tecnología paleolítica, a través del
desarrollo de otro tipo de conocimientos, como la hibridación de especies, ingeniería
hidráulica, uso racional múltiple y diversificado del medio, sistemas escriturísticos de
registro y predicción del tiempo o conocimientos de astronomía avanzada, así como por la
implantación de relaciones sociales de producción asimétricas, fincadas en formas de
apropiación del trabajo y tenencia diferenciada de los recursos, a nivel tributario, lo cual
significó también ampliar y diversificar aún más la producción, un excedente apropiado, la
acumulación de riqueza y de poder y la división de clases sociales.
En ese sentido de explicación, confiriéndole un mayor peso a la instancia social que al nivel
alcanzado en las fuerzas productivas, como formaciones socio económicas más que
económico sociales, consideramos que si bien el modo de producción americano se inicia
con la presencia y desarrollo de clanes cónicos que van colonizando el continente, y es a
partir de su disolución que se da paso a formaciones de estado que se definió en pleno como
modo de producción; Sin embargo, no todas las formaciones sociales que lo integran se
desarrollan de manera paralela a su evolución o pasan a ser Estados, e incluso algunos
clanes cónicos forman parte de ellos como premisa de su desarrollo al conformar su
provincia tributaria en su estructura político territorial, es decir, en términos sincrónicos
las formaciones sociales americanas se encuentran en diferentes etapas de la evolución del
mismo modo de producción como expresión implícita en sus relaciones sociales de
producción, y esto estriba al parecer, en sus formas de articulación, ya sea por medio de
alianzas insertas en los sistemas de consanguinidad y parentesco por parte de los linajes
dominantes que subordinan a otros ampliando su radio de influencia o presencia, o bien de
conquistas o empresas de expansión militar que implica también además el control del
territorio e imposición de sus linajes y estructura política dominante en otros clanes cónicos
o la disolución del clan cónico para dar paso -a través de la ampliación del trabajo- a
formaciones sociales estatales de identidad clasista e incluso a formas políticas
correspondientes a Imperios Antiguos.
Así, el modo de producción americano se basa, más que en el nivel alcanzado en sus fuerzas
productivas en términos de instrumentos obtenidos de los recursos minerales, en formas de
ampliación y diversificación de la producción, resultante de relaciones sociales basadas en
la tenencia de los medios de producción, con referencia a formas de posesión comunal de
identidad étnica y de propiedad expresadas por el poder político o estatal o por los linajes
dominantes en tanto representantes de la etnia o etnias dominantes emparentadas -a
manera de clanes cónicos- y reconocidas por la comunidad.
Es decir, lo que realmente permite integrar las diferentes comunidades o etnias en una
unidad política mayor de estado, y diversificar o ampliar la producción se define por
cambios sociales que repercuten en las formas de tenencia de los medios de producción que,
si bien están sustentados por la dominación y explotación de la sociedad y su
transformación en unidades sociales de trabajo, ello al parecer se define como derecho del
grupo o linaje dominante, que con fundamento a relaciones de consangüínidad y
parentesco, interpretadas como derivadas de un ancestro común, legitimaban su poder.
Pero si bien es cierto que esto se hacía con base a una forma de organización clánica de
linaje y parentesco, al transformarse en grupo político delegaba funciones en un aparato
administrativo y se definía cada vez como una clase social con base a una tendencia de
apropiación o propiedad de los medios de producción.
Debemos reconocer que por el momento - siglo XXI-, faltan más elementos para definir las
relaciones sociales de producción que caracterizan el modo de producción americano, pero
tal vez ampliando los testimonios que aportan las fuentes históricas hispánicas con el que
aportan las estelas y las pinturas murales y los códices realizando un ejercicio de
contrastación del dato etnohistórico con el dato arqueológico – ambos como testimonios de
la estructura económico social que les dio lugar- podríamos precisar más su proceso
histórico de desarrollo, por ahora sólo nos entrevemos a postular ciertas diferencias con los
modos de producción desarrollados en África, Asia y Europa que corresponden a
condiciones biogeográficas e históricas distintas, e intentar plantear en términos de
totalidad más que de rasgos su proceso de conformación como modo de producción basado
más que en la detentación de los medios de producción a través de los individuos, de la
identidad familiar o del estado, por la identidad étnica, como forma de expresión que
articula esas instancias y se convierte en alternativa de contrastación a un nivel de fuerzas
productivas que no descansan en el metal o el animal de tiro, sino en el uso racional de la
naturaleza y formas de tenencia que permiten la reproducción ampliada del trabajo para
su reproducción y desarrollo, pero también es cierto que en casos extremos producto de
crisis relativas al crecimiento de la población y la incapacidad de ampliar más la
producción o a crisis en las relaciones sociales como expresión de la contradicción de clases
por un aumento en las relaciones asimétricas de redistribución de la producción, se suceden
rebeliones o conquistas que ocasionan la disolución política de los estados y el abandono de
sus ciudades.
No debemos olvidar además para concluir este ensayo, que tanto el modo de producción
igualitario como el americano, se integran a la historia universal como producto de la
imposición del modo de producción capitalista, a partir de la presencia de otras
poblaciones de origen étnico diferente y correspondientes históricamente a modos de
producción distintos al americano de identidad asiática y europea, a través de las empresas
mercantiles que conducen a la reproducción ampliada del capital, a las cuales en términos
de su conquista subsumen a las poblaciones correspondientes al modo de producción
americano, e incluso al parecer gracias al nivel del desarrollo civil alcanzado por ellas,
pueden reproducir y ampliar el esquema civil europeo en América y que los resultados de
esa amalgama histórica que define a Latinoamérica, implican también para caracterizarla,
de análisis diacrónicos más que sincrónicos y no de área sino continentales.
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