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A Braian Gallo lo discriminaron por su vestimenta y a Estanislao Fernández, también. Uno por
pobre y el otro, por vestirse de animé o mostrarse femenino. Los dos casos sucedieron esta
semana: uno involucra la imagen de un presidente de mesa en el acto eleccionario del
domingo y otro, a los hijos del presidente electo de Argentina, Aníbal Fernández, y del
presiente en función de Brasil, Jair Bolsonaro. En ambos casos hubo fuertes muestras de
discriminación y rechazo a la imagen que cada una de las víctimas ejerce en libertad y sin
violentar a nadie.
Los jóvenes son los más estereotipados, los que más sufren la violencia, la estigmatización y
también, la pobreza. Esta semana, dos casos de violencia hacia la imagen adoptada por dos
jóvenes ocuparon las redes sociales y después los medios de comunicación, ambos por sus
miradas discriminatorias y clasista –uno- y sexista -el otro-.
Una de las víctimas es Braian Gallo, el joven -27 años- bonaerense al que fotografiaron como
presidente de mesa y estigmatizaron con cientos de miles de borlas en las redes sociales por su
apariencia: gorrita y camera deportiva que lo convertirían –según el imaginario de la clase
media argentina- en un pibe chorro: de hecho, su foto se viralizó con una leyenda que decía,
más o menos, que si vas a votar, no lleves nada de valor. Y con ese estigma fue sumando
burlas sobre todo en los sectores sociales de la Argentina que se precia de distintos, de
superiores. Fue tal la repercusión que el presidente electo, Alberto Fernández, lo recibió en
una reunión a la que el joven fue con su familia y se colocó -Alberto- la gorra de la discordia
para demostrar que ni la apariencia ni la vestimenta definen a una persona: “para que todos
entiendan cómo es la historia. La gorra no cambia nada", dijo Fernández, abrazado a Braian,
con una sonrisa que quedó inmortalizada en los portales de noticias, como una suerte de
desagravio a un trabajador que fue presidente de mesa el domingo de las elecciones. Pero que
también es joven. Y también es pobre.
El otro caso, el de Estanislao Fernández -de 24 años-, el propio hijo del presidente electo,
Alberto Fernández, burlado por su apariencia por Eduardo Bolsonaro -de 35 años-, diputado
federal de San Pablo, Brasil, y a la vez hijo del presidente de ese país, Jair Bolsonaro.
Si, el hijo del presidente de Brasil se burló del hijo del presidente electo de Argentina, por su
imagen. Y apeló, para el acto de discriminación, a un imaginario social que otorga menor valor
a las personas que exhibe una imagen afeminada y un valor superior al quienes exhiben una
postura de rudo o de machote.
Bolsonaro hijo comparó dos fotos: en la primera aparece Estanislao Fernández caracterizado
como Pikachu, el personaje principal de la serie de animé Pokémon y en la otra, el propio
Eduardo Bolsonaro, con ropa de combate, un arma de guerra y una remera con la imagen de
un perro defecando. El texto que acompañó la imagen compara, en tono de burla, a ambos
“hijos de…”: “El hijo del presidente de la Argentina / El hijo del presidente de Brasil”.
En realidad, el joven Fernández en sus momentos de diversión es "Drag Queen", nombre que
reciben los varones que se visten y actúan con los estereotipos y rasgos exagerados de las
mujeres. El joven argentino no oculta esa parte de su identidad, que dicho sea de paso –
aunque sea irrelevante- cuenta con la aprobación de su entorno y la indiferencia de otros
cientos de miles de personas que respetan la diversidad sin mayores problemas. Y también
tiene seguidores, claro, que alientan sus personificaciones.
Brian Gallo –el chico de la gorrita el día de las elecciones- es joven y pobre. Estanislao
Fernández –que gusta de mostrarse como Drag Queen o vestirse de personajes de animé, es
joven y –estima el autor de esta nota que desconoce su patrimonio- al menos de clase media
sin urgencias. Ambos fueron víctimas de la violencia de una sociedad que se concibe superior a
uno por su aspecto de “pibe chorro” y a otro por su aspecto de “afeminado”, ambos
calificativos extremadamente estigmatizados en las sociedades vernáculas.
Estigmatización y juventud
Este estudio del año 2005 de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco del
Distrito Federal de México, sostiene que el estigma social se convierte en un impedimento
para el desarrollo de la juventud, aunque –entiendo como redactor de este artículo de
Misiones Plural-, no sea el caso de Brian o Estanislao por las repercusiones y el lugar desde
donde pudieron confrontar este acto de violencia y discriminación.
La sociología entiende al estigma como condición, atributo, rasgo o comportamiento que lleva
al rechazo de la persona estigmatizada y que se la considere inferior o, al menos, con rasgos
inaceptables desde lo meramente cultural. Fue el sociólogo canadiense Erving Goffman –en
1963- que publicó el reconocido libro Estigma: la identidad deteriorada, donde precisa el
concepto sociológico del término como pertenencia a un grupo social menospreciado (ya sea
un grupo étnico, religioso o por su nacionalidad) y las distingue de las nociones anatómica
(abominación del cuerpo) y psicológica (defectos del carácter del individuo).
Curiosamente en Brasil (país de Bolsonaro), Carlos Roberto Bacila llevó adelante estudios
inéditos sobre las condiciones históricas de los estigmas, que están plasmado en un libro de
consulta permanente, no sólo en ese país: Criminologia e Estigmas: Um Estudo Sobre os
Preconceitos.
Y el estereotipo, esa percepción simplificada de las personas que surgen de prejuicios de
sociedades que establecen su ideología -su ideario- de cuál es el modelo al que deben
ajustarse los demás, ya sean conductas o características físicas que indefectiblemente van
cambiando con el tiempo.
El estigma que pesa sobre Braian –el nombre ya es objeto de burlas permanentes y sinónimo
de chico sin educación, que va estereotipado con el tipo de vestimenta e, incluso, de gustos
musicales –considerados inferiores- se contrasta con el estereotipo que la sociedad,
caprichosamente, busca en sus jóvenes y cuando no los encuentra, de acuerdo a su imaginario
social lo rechaza, solo porque lo diferente se normalizó como inferior-. Lo mismo pasa con
Estanislao, que no puede ejercer su derecho a vestirse –o travestirse- sin recibir el rechazo –y
la burla- que no son más que manifestaciones de violencia y discriminación.
La intención es desacreditar
Para analizar el estigma, desde la sociología, hay que reconocer que se trata de un atributo
únicamente desacreditador. Braian con la gorrita y Estanislao con sus personificaciones son
mirados por la sociedad como inferiores o inaceptables, porque exhiben características que –
entienden algunos- van en contra de las normas culturales establecidas.
Para Goffman, las tres categorías que causan el estigma social son tribales (etnia, religión); las
diferencias físicas (obesidad, enfermedad mental y otros) y los estigmas asociados al
comportamiento o a la personalidad (como delincuencia, homosexualidad).
De "diferentes" y "normales"
El actor y pedagogo Pasquale Marino, que desarrolla proyectos de circo social y espectáculos
de clwon gestual, también rescata a Goffman para reflexionar sobre el estigma social, como
actitudes y creencias de personas que rechazan y evitan (¿temen, quizás?) a quienes perciben
como diferentes porque las consideran distintas, menos apetecibles e inferiores respecto a las
que son normales y corrientes.
Y explica Marino que para Goffman, en realidad, el concepto de estigma no debe entenderse
de un modo esencial sino relacional: “en la diversidad funcional esta no es necesariamente un
atributo desacreditador. El atributo que en apariencia identifica a una persona como
discapacitada lo que hace en realidad es contraponerla a una idea de normalidad atribuida a
otras personas”.
La construcción del estigma surge como contraposición a los grupos que con considerados
como verdadero y que muestran rasgos diferentes. Destaca, en este sentido, la relación que
varios autores e intelectuales señalan al vincular la estrecha relación que existe entre
estereotipo, prejuicio y discriminación.
Según Gabriela Alemany y Teresa Rossell, “las actitudes de una población sobre el
comportamiento de una parte de la misma no se basan nunca en un conocimiento objetivo, ni
tan solo aproximado del fenómeno, si éste no forma parte del bagaje cultural de dicha
población y, por tanto, no se ha experimentado ni vivido”. Las actitudes son consecuencias de
“fantasías y temores que surgen frente a algo desconocido que no se comprende fácilmente,
sobre todo, cuando además atenta contra los valores, las ideas o las normas que prevalecen en
esa sociedad concreta”.
Braian y Estanislao, parece, atentan contra los valores, las ideas o las normas socioculturales
de nuestra sociedad.
Y concluye, Pasquale Marino, que mientras que el “estigma” es una actitud o creencia, la
“discriminación” es una conducta que se desprende de esas actitudes o creencias. La
discriminación tiene lugar cuando los individuos o las instituciones privan injustamente a otros
de sus derechos y oportunidades debido al estigma. La discriminación puede tener como
consecuencia la exclusión o marginalización de personas y la privación de sus derechos civiles,
como el acceso a opciones de vivienda justa, las oportunidades laborales, la educación y la
plena participación en la vida cívica.
Sin etiquetas que buscan reacciones negativas, como la pérdida de la confianza y la capacidad
de llevar adelante una vida normal, es decir, una vida sin sobresaltos producidos por aquellos
que en su concepción social pretenden la imposición de su estilo y sus creencias, más el
descrédito y el menosprecio de aquel a que no solo rechazan, sino que no pueden
comprender.
Discriminación juvenil
El reto sigue siendo el mismo; construir los mecanismos necesarios a partir de los cuales haya
un indeclinable respeto a la diferencia, al otro y a los otros. La diversidad de prácticas que
actualmente despliegan los jóvenes en cuanto al apropiamiento de los espacios públicos de las
ciudades, la construcción de sus estéticas, entre otras, deben respetarse y antes de
etiquetarlos como punks, darks, entre otros, deben percibirse como ciudadanos y por tanto
como sujetos con derechos civiles, políticos y culturales.
El asunto es vivir juntos, no pese al otro sino junto con el otro u otros. Es por ello que para
cambiar esta percepción, se deben considerar a los jóvenes como un potencial más que como
un problema.
En un mundo signado por el conocimiento y el cambio, las personas jóvenes son las que
tendrán mayores capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías, a las nuevas estructuras
de las instituciones sociales, y a la propuesta de ideas frescas, innovadoras, y osadas. Sin el
acceso a una salud integral, a una educación de calidad, oportuna y pertinente, y a una vida
digna, la posibilidad de convertirse en actores estratégicos de su propio desarrollo y el de sus
comunidades, se ve seriamente amenazada.
El material analizado y en parte reproducido en esta nota, invitan a la reflexión, al análisis pero
sobre todo a la práctica, puesto que urgen políticas públicas que se adecuen a las condiciones
y modos de vida reales de los jóvenes en Latinoamérica.