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Verano de 1996 y argumentación jurídica

Corría el verano de 1996, Lima estaba como de costumbre calurosa y húmeda.


Acababa de llegar de Bruselas en donde había estudiado, entre otros cursos muy
novedosos del master europeo en teoría legal, el último grito de la moda en el frío y
viejo continente: teorías de la argumentación jurídica.

Años antes, en Lima me había formado en la Católica en el marco del positivismo


jurídico, entendiendo desde los primeros cursos liderados por Marcial Rubio
Correa, que el Derecho era un conjunto de normas positivas, en el marco de un
ordenamiento general. Y con Fernando de Trazegnies (curiosamente viajando por
Bélgica pasé por el pueblo cuyo nombre corresponde al de su familia), que el
derecho podía ser entendido no sólo desde una perspectiva positivista, sino
también desde una visión propia del derecho natural (los derechos son puestos
por la divinidad, son anteriores y superiores al derecho positivo) o desde una
mirada marxista (el derecho sólo refleja el poder de los dueños de los medios de
producción en la sociedad capitalista).

Pero, de la mano de Manuel Atienza, Francois Ost y otros tremendos filósofos,


aprendí que el derecho podía ser visto como un campo de argumentaciones
(Atienza) o como un campo de juego (Ost). Estas miradas eran mucho más
dinámicas y penetrantes para estudiar un campo, el de los juristas, en que hay
múltiples estrategias, movidas y objetivos. No sólo se interesa por el derecho que
enseñan los profesores universitarios o que intentan legislar los parlamentos, sino
que se detiene a considerar cómo operan los juegos argumentativos en el terreno
más emblemático de la práctica legal: el proceso judicial.

Por supuesto, el objeto de estudio de las teorías de la argumentación son los


procesos mediante los que los jueces, los actores estelares de la serie, razonan los
casos y toman decisiones vinculantes.

Seguía haciendo calor en Lima cuando recibí la llamada de Javier de Belaúnde,


jurista y amigo quien me invitaba a hacer investigación para la Academia de la
Magistratura. Le había contado antes que mi tesis en Bruselas la hice sobre
ideología judicial, y le propuse hacer una investigación sobre cómo
conceptualizaban el derechos los jueces peruanos. La aventura investigativa que
inicié con la colaboración de Gloria Viacava y Smila Zevallos, bajo la asesoría del
futuro presidente de la Corte Suprema, a la sazón juez, César San Martín, vio la luz
editorial el año siguiente bajo el nombre “Diagnóstico de la Cultura Judicial
Peruana”, primera obra publicada por la Academia.

En el marco de dicha investigación me percaté del modesto nivel argumentativo de


los jueces peruanos, y le propuse al consejo directivo organizar un curso al que
bauticé pomposamente como “razonamiento jurídico”. Organicé los objetivos,
temario y metodología, pero no encontré, salvo la publicación de 1990 que había
hecho Atienza por el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid (Las razones
del Derecho, teorías de la argumentación jurídica) ningún otro texto el castellano
sobre estos temas (tuvimos que traducir de publicaciones originales en inglés y
francés).
Manuel Atienza vino a Lima en 1997, por primera vez, invitado para “bautizar” el
curso y los materiales de estudio compilados. Con su “bendición” (hoy usamos la
expresión “luz verde” con reminiscencias más electrónicas) lanzamos la materia
como la primera de todos los programas de la Academia… Los jueces al principio
odiaron el curso porque era no solo nuevo sino también denso. Tenía 30 años y me
preguntaba si había sido buena la idea de meter a jueces de 40, 50 y 60 años a
estudiar procesos argumentativos “a la europea”…

Pero insistimos. Con el paso del tiempo (¿20 años son nada como dice la canción?)
el curso ha madurado, se ha actualizado, hay muchos más profesores y materiales
disponibles (al principio no había ninguno). El curso ha pasado de basarse en un
perspectiva filosófica hasta convertirse en un entrenamiento mucho más metódico
y basado en el análisis de casos peruanos. También se ha extendido, ha pasado de
la Academia de la Magistratura hacia el Ministerio Público, todo el sistema judicial,
muchas cortes administrativas e inclusive universidades.

Sólo el tiempo dirá si el calor del verano de 1996 generó una buena idea o no.

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