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Problemas Jurídicos

Estefanía Ruiz Gallego


Universidad Cooperativa de Colombia
estefania.ruiz@campusucc.edu.co

Un problema jurídico es una controversia que debe ser resuelta en el marco del
derecho vigente. Cuando el mismo es sometido a la decisión de un juez, usualmente
se le impone la obligación de motivarla.
Es posible hablar del problema jurídico al menos en dos niveles: uno teórico y uno
práctico. El primero fue particularmente desarrollado por Theodor Viehweg, un
iusfilósofo alemán un tanto olvidado y que –por lo que adelante se verá- parece
necesario reivindicar, ahora que se admite sin mayor discusión que una de las
fuentes normativas es la jurisprudencia.
Para Viehweg, lo central en el Derecho es el problema –no la norma, ni la moral-, a
partir de lo cual se construye -vía ars inveniendi- la regla que debe servir de base
para tomar la decisión, con apoyo en la tópica. Los casos difíciles son resueltos,
tomando en consideración la aporía fundamental consistente en lo que se considera
justo aquí y ahora, de modo que en la solución de un problema al que se pueda
aplicar más de una norma debe preferirse aquella que arroje un resultado justo.
Viehweg no avanzó en el entendimiento de lo justo o correcto –como lo harían
después autores como Dworkin y Alexy-, pero su teoría -que pone el acento en el
problema- sirve de guía práctica y metodológica en el quehacer judicial caracterizado
por la solución de controversias jurídicas. Si se admite que la primera obligación del
juez es la de resolver problemas jurídicos –no hacer doctrina, ni pedagogía en sus
fallos-, parece pertinente entonces perfilar en lo que consiste el problema, sus
componentes y su función en la providencia judicial.
Un problema jurídico es una controversia que debe ser resuelta en el marco del
derecho vigente. Cuando el mismo es sometido a la decisión de un juez, usualmente
se le impone la obligación de motivarla. Esto exige delimitar la disputa a partir de los
enunciados normativos y fácticos que son introducidos por las partes en el proceso,
apoyados en consensos hermenéuticos y/o medios de prueba. Cuando el juez tiene la
información normativa y fáctica completa –y sus respectivos sustentos
interpretativos y probatorios-, está en condiciones de formular el problema. Este
tiene entonces un doble componente: el normativo, que refiere el aspecto general de
la controversia y enuncia el tema sobre el cual girará el debate, y el fáctico, que señala
las características del caso que le dan el particular giro hermenéutico al tema general.
Si bien en el escenario judicial el planteamiento del problema es entonces inducido
por las partes, es al juez a quien a la postre corresponde su correcta formulación. Los
participantes en el proceso suelen actuar conforme a intereses y a partir de ello
sugieren lo que perciben como los problemas de la causa. Pero el juez, como árbitro
de la controversia, obedece menos a la orientación que aquellos privilegian –sin
perjuicio de optar por el planteamiento de alguno de ellos-, y más a la articulación
hechos-norma proveniente de toda la información procesal y normativa concerniente
al caso. Así, mientras una parte está interesada en un fallo de fondo a favor de sus
pretensiones y la otra en contra de las mismas, la información disponible puede
mostrar que el verdadero problema gira en torno a la competencia, lo cual impediría
un pronunciamiento de fondo.
De las distintas ventajas de formular bien un problema jurídico, se resaltan dos: la
más conocida es que orienta y delimita la motivación del fallo. Toda disertación que
se haga en las providencias judiciales debe estar centralmente dirigida a resolver el
(los) problema(s) propuesto(s). Un pionero de estas reflexiones en Colombia, Jaime
Giraldo Ángel, solía insistir con razón en que la jurisprudencia está constituida por la
tesis -que no es otra cosa que la respuesta que el juez da al problema explícitamente
planteado- y la fundamentación de la misma. Es lo que ahora suele llamarse ratio
decidendi. Los fallos judiciales cada vez más muestran esta fase ventajosa que, se
insiste, corresponde a una correcta formulación del problema.
Pero existe una ventaja adicional poco advertida pero no menos importante que la
anterior y que por lo mismo debe subrayarse: así como el problema sirve para
orientar la disertación judicial propiamente dicha –lo que formalmente se conoce
como las consideraciones de la providencia-, también se constituye en una
inmejorable herramienta para organizar los antecedentes del caso. Si el juez no
puede tener el control total de todo lo que se arrima y prima facie serviría al proceso,
sí lo tiene respecto de lo que es relevante normativa y fácticamente al momento de
redactar el fallo definitivo. El problema entonces puede marcar los aspectos
relevantes de la demanda, de las pruebas, de los alegatos, de la(s) sentencia(s) de
instancia –cuando sea el caso-, de los recursos, etc., y con ello evitar la transcripción
larga, tediosa e innecesaria de textos que nada informen al problema que realmente
guía la controversia.
El problema jurídico bien planteado, en fin, es un auténtico articulador de la
motivación judicial, la cual no solo comprende la parte considerativa, sino también
los antecedentes del caso. Razón tenía Alfonso López cuando decidió encabezar uno
de sus más lúcidos trabajos -La Estirpe calvinista de nuestras instituciones políticas-
con una frase lapidaria: “plantear bien un problema es tenerlo casi resuelto”.

IMPACTO SOCIAL Y JURÍDICO DE INTERNET


—Frontera de información y comunicación
No parece lícito dudar de que internet continúa siendo el fenómeno
estelar de las nuevas tecnologías de la información y comunicación a escala
planetaria. El ciberespacio es un microcosmos digital en el que no existen fronteras,
distancias ni autoridad centralizada. Su conquista se ha convertido en meta obligada
para quien desee sentirse miembro de la sociedad informática.

—Problemas y riesgos jurídicos de internet


Ha sido preciso llegar a esta situación para que el conformismo cotidiano de quienes
tienen como misión velar por la tutela de las libertades, y quienes tienen como
principal tarea cívica el ejercerlas, se viese agitado por la gravedad del riesgo y la
urgencia que reviste su respuesta. No es admisible, al menos para juristas, políticos y
tecnólogos, aducir sorpresa o desconocimiento de los eventuales peligros implícitos
en el uso que las sociedades le otorgan a las tecnologías, y, por supuesto, al internet.
Desde que el internet hace sus primeras manifestaciones en el mundo globalizado,
quienes han evaluado el impacto de la informática en las libertades, han alertado
sobre esos peligros. y cualquier especialista mininamente avisado incurriría en
negligencia inexcusable de haberlos desatendido. En las sociedades avanzadas con
advertencias y experiencias de asalto informático a las libertades, que con el
descubrimiento de los abusos perpetrados a través de Internet se han convertido en
una siniestra realidad (Branscomb. 1995; Cavazos y Morin , 1994).
Internet ha supuesto un factor inevitablemente múltiple de incremento en las de
formas de criminalidad, acciones que, posteriormente, se constituyen como delitos,
fraudes y sabotajes informáticos, amenazas, calumnias e injurias, pornografía
infantil (referido a la prostitución al utilizar a menores de edad o incapaces con fines
exhibicionistas y/o pornográficos), infracciones a la propiedad intelectual, (…) entre
otros. Todo lo anterior puede ser objeto de validación —y debidamente procesado— a
través del código civil colombiano. (TÍTULO VII BIS, CAPÍTULO PRIMERO, ART.
269A.; CAPÍTULO SEGUNDO, ART. 2691; TÍTULO VIII, CAPÍTULO ÚNICO, ART.
270.)
Internet implica, por tanto, el riesgo de un efecto multiplicador de los atentados
contra derechos, bienes e intereses jurídicos (Bensoussan, 1996; Iteanu, 1996;
Ribas). Su potencialidad en la difusión ilimitada de información le hace funcionar
como un vehículo especialmente poderoso para perpetrar atentados criminales
contra cuatro tipos de bienes jurídicos básicos:
La intimidad, la imagen, la dignidad y el honor de las personas, al posibilitar la
intromisión indebida de datos personales, su transmisión no autorizada, el acoso
informático, la propagación universal de difamaciones, calumnias e injurias, culturas
de odio como constructo social mediático, etc.
La libertad sexual, al permitir la propagación de imágenes e informaciones que
entrañen el exhibicionismo, provocación sexual o fomente la pornografía con
menores de edad (actividades penadas en los arts. 217A, 218, 219, 219A. del código
penal colombiano)
La propiedad intelectual e industrial, el mercado y los consumidores (bienes
protegidos en los arts 270, 271 y 272. del código penal colombiano), ya que internet
puede contribuir a la distribución ilícita de obras registradas como propiedad
intelectual o industrial, a la piratería de programas, así como a la difusión de
contenidos publicitarios ilegítimos.
Internet plantea una preocupante paradoja, que deriva de su eficacia global e
ilimitada para atentar contra bienes y derechos mientras que la capacidad de
respuesta jurídica se halla fraccionada por las fronteras nacionales. Por ello, la
reglamentación jurídica del flujo interno e internacional de datos es uno de los
principales retos que hoy se plantean a los ordenamientos jurídicos nacionales y al
orden jurídico internacional.
Internet, desde luego, evidencia una gran problemática social y jurídica, los diarios
informativos colombianos habitualmente soportan desde los delitos informáticos que
hoy se han normalizado en medio de una cultura insensata e invidente ante la
masificación mediática, hasta los aberrantes e irremediables atentados contra la
integridad de los menores de edad. Internet se ha servido como la herramienta que
posibilita la vulneración humana al ahondar en el crimen informático contra la
población misma, ¿acaso no es esta otra forma de subordinación donde la facilidad —
y fascinación— de estar interconectados en una aldea global, configura
simultáneamente nuestro propio crimental. Orwell, G. 1984, La policía del
pensamiento {novela}?, desde la perspectiva que fuere, mi respuesta seguirá siendo
la misma: la educación, la buena educación respecto del internet y las nuevas
tecnologías constituye el instrumento de nuestra salvación en función de ser la mayor
potencia transformadora de cada persona y cibernauta que cohabita con internet
(Internet service provider).

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