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Borrador PROCLAMA – ACTO Cultura con Martínez-14 de nov.

MARIANA

Las personas que elegimos dedicar nuestra vida al trabajo artístico, en


todas sus disciplinas, reafirmamos nuestro compromiso con lo que es la
esencia de la actividad cultural.

Hacernos más libres, más reflexivos, más diversos y sensibles ante todo lo
que concierne al desarrollo humano. Una búsqueda permanente de
sentido.

Dicho así parece que nadie, empezando por nuestro colectivo de artistas,
podría sentirse ajeno a ese deseo.

Pero por ocuparnos tanto en observar nuestro entorno y siempre, en forma


casi obsesiva, mirarnos hacia adentro, vemos que aún hay mucho por
modificar. Es sano y necesario reacomodar nuestras emociones e ideas y
descubrir siempre algo imprevisto. Después de todo, nuestro trabajo nos
lleva a hacer eso todo el tiempo. Cada canción, cada poema, cada
personaje que construimos, cualquier obra en la que estemos sumergidos
nos obliga a bucear sin rumbo cierto, a zambullirnos a fondo en nuestro
interior y arriesgarnos, sea cual sea el resultado.

Al pensar en el país que queremos y qué políticas necesitamos para seguir


construyéndolo, cuestionarnos debe ser una práctica cotidiana Y ser
sinceros, sin anestesia alguna. Aunque podemos afirmar que palabras
como “libertad” o “diversidad” son parte de nuestra esencia, vemos -en el
entorno o en nosotros mismos- que a veces no somos ni tan libres como
deseamos ni entendemos cabalmente todo lo que implica la diversidad.

Para lograrlo a través del arte o para exigirlo en el terreno político,


necesitamos empezar por casa.

¿Quiénes somos, cómo actuamos realmente? ¿Qué prejuicios hemos


podido erradicar y cuáles mantenemos aún sin saberlo? ¿Cuánto nos falta?
“Mucho, poquito, nada...” Cada uno y cada una sacará sus propias cuentas.
Pero revisando actitudes, no deseos.

Y seguiremos “jugando a deshojar margaritas” repitiéndonos la misma


pregunta sobre ideologías, género, etnias, orientación sexual, identidades
culturales, discapacidades y ¡uff! hasta cansa enumerar la infinita lista que
abarca esa diversidad por la que luchamos.

Contestar esas preguntas nos llevará años.

Consideramos importante compartir y hacer públicas estas preocupaciones


y que estas pocas líneas nos sirvieran para colocar el tema sobre la mesa.
Para comprometernos a seguir buscando respuestas, y animarnos a luchar
aún contra nosotros mismos cuando haga falta. Este asunto del arte tiene
eso: nos interpela, y nos alegra que así sea.

Ser honestos, siempre. Pero, atención: ingenuos, nunca. Y si estamos


desconformes aún con nosotros mismos, es inevitable que nos alarmemos
al ver esos mismos prejuicios siendo defendidos, a veces sin pudor alguno,
por la Coalición encabezada por Luis Lacalle Pou.

Por eso como artistas, en nuestra posición de claro enfrentamiento contra


la injusticia, el autoritarismo y los prejuicios, nos parece importante hablar
sin vueltas: “al pan, pan, y al vino, vino”.

La democracia implica multiplicidad de opiniones y se enriquece con la


polémica, pero no todo está en discusión y CON LOS DERECHOS
HUMANOS, NO SE JUEGA.

La diferencias entre el proyecto de país representado hoy por Daniel


Martínez y Graciela Villar y el otro que rechazamos, son abismales. Por
eso estamos aquí y más allá de resultados electorales, ese es el modelo de
país que defendemos.

No se trata de matices o estrategias, se trata de principios, de valores, de


contenido. Se trata de respetar o desconocer los derechos humanos.
Conscientes de que la Cultura atraviesa y sustenta cada una de las
actividades del país -la salud, el trabajo, la educación, la vivienda, el
desarrollo económico- las trabajadoras y trabajadores del arte no podemos
permitir que ese tejido se rompa o debilite. No hay cambios permanentes
ni hay desarrollo real, sin cultura.

Como artistas nos resulta impensable una vida sin sueños, sin pasión por
transformar la realidad que conocemos para que el mundo se parezca cada
vez más al sitio que como personas, todas y todos merecemos habitar.

Somos rebeldes por naturaleza y esperanzados a tiempo completo. De allí


nuestro entusiasmo desbordante cuando vemos que, aunque con nuestro
pequeño aporte no cambiaremos la situación del mundo entero, sí
cambiamos y mucho, la vida de miles y miles de uruguayos y uruguayas.

¿Alguno de nosotros tiene un poder mágico, alguna de nosotras tiene tanto


valor como para provocar semejante hazaña? Claro que no.

Individualmente somos absolutamente prescindibles. Pero la cultura no se


construye con individuos, es una gran construcción colectiva de la que
participamos todos: artistas profesionales y no profesionales, niñas y niños
que disfrutan y crean, jóvenes que bailan, cantan o escriben “porque sí”,
porque necesitan y desean expresarse y crear lazos, personas de todas las
edades, géneros y etnias, personas que sin importar que vivan en el medio
rural, o sumergidos en medio de grandes o pequeñas ciudades.

Para todas, absolutamente para todas las personas, ser protagonistas de la


Cultura es acceder a un derecho humano fundamental.

El arte no es para los artistas, así como la salud no es para los médicos y
personal de enfermería, ni las viviendas son para los arquitectos o los
obreros que las construyen, son de y para toda la gente.

Nos disculpamos si decirlo parece una obviedad, pero también estamos


aprendiendo que aún las cosas más obvias a veces no se ven. Incluso
cuando no son un bien intangible como es la Cultura y por lo tanto, pobre
la Cultura, tiene muchas más chances de que su efecto pase desapercibido.
Hoy entendimos que hasta lo visible, a veces lo hacen invisible.

Al afirmar nuestro apoyo al proyecto encabezado por Martínez, podemos


asegurar que entre los artistas y trabajadores de la cultura no suele haber
fanáticos incondicionales o conformistas, sino todo lo contrario. Lo sabe
este gobierno y seguiremos siendo molestos con el que resulte elegido.
Tómenlo como promesa. No somos ni seremos indiferentes.

Después de todo, el arte nunca es correcto. Es subversivo y hasta


incómodo, es apasionante e imprescindible como el aire. Y como el aire, a
veces acaricia o alegra, y otras veces nos conmueve e inquieta con la
fuerza de un huracán. A pura emoción, reacomoda el mundo para hacerlo
más humano y habitable.

¿Cómo podríamos habitarlo si le robamos a la gente sus conquistas? ¿Qué


tendría de humano volver a empobrecerlo? Por si no fuimos claros: al decir
huracán hablamos de nuestra pasión, no de una propuesta de devastar al
país y hacer volar los derechos humanos. Los trabajadores y trabajadoras
de la cultura generamos sueños, no pesadillas.

Y por eso también, vivimos con un pie en la alegría y el otro en la


preocupación. Alegres y entusiastas cuando vemos que el Uruguay de hoy
es infinitamente mejor que el de hace 15 años. Preocupados porque a pesar
de eso aún estamos lejos de haber logrado que ese derecho fundamental se
haya desarrollado en forma plena. Sabemos que hubo avances que a veces
hasta superan nuestras expectativas y sabemos que hubo errores que nos
duelen o indignan.

Seguiremos cuestionándonos, corrigiendo y corrigiéndonos hasta lograr


una inclusión auténtica, con la mente y el corazón puestos en avanzar hacia
esa sociedad que soñamos.

Alcanza con levantar la mirada (y en el arte es imposible no andar mirando


desde el alma, todo el tiempo) para que el corazón se desgarre entre el
dolor y la indignación cuando vemos que a poblaciones enteras se las
sumerge en la violencia y el odio, se les arrebatan derechos conquistados.
Y, ¡oh, casualidad! Los que primero son enterrados bajo esa injusticia son
los más humildes, los más vulnerados. Los que aún siendo mayoría, son
invisibles.

Volvemos a disculparnos por este ir y venir de nuestra sensibilidad entre la


alegría y la preocupación. Al menos somos tan apasionados para
indignarnos como para celebrar la vida. Pero nos resulta imprescindible
comprender y comunicar con sinceridad lo que pensamos y sentimos.

Así que luchadores, pero siempre desconfiados, revisamos lo que se ha


hecho y lo que no, lo que tenemos y lo mucho que falta por hacer.
Encontramos de todo: de lo bueno y de lo malo.

Pero como nuestras utopías, nuestra esperanza a veces puede hacernos


pretender volar muy alto y ¿quién te dice? A lo mejor hasta inventamos
eso de que hace 15 años la Cultura era asunto de unos pocos, blancos y
hombres. ¿Se generaron o no herramientas para que cualquier persona
fuera protagonista? ¿para que cada vez más gente acceda y genere bienes
culturales?

¿Y por qué nuestra insistencia en destacar la gran inversión del Estado en


construir institucionalidad en torno al arte y la cultura? Principalmente
porque aunque para nuestro colectivo toda expresión artística sea
extremadamente valiosa, el Mercado no opina lo mismo.

¿Qué puede importarle al Mercado si en Pueblo Constitución o en


Tranqueras la gente quiere hacer danza?

¿Conmovido hasta las lágrimas, el Mercado entregará dinero para que


miles de niñas, niños y adolescentes formen coros o murgas, pinten los
muros de su barrio o desparramen poesía a diestra y siniestra?

¿Cabe esperar que desde allí se generen planes de lectura o se le permita a


los artistas abrirse camino a nivel intenacional?

¿Se interesará el Mercado en que los poemas de Circe Maia o el Bocha


Benavídez nos den vuelta el alma?
¿Se habrá enterado el mercado que el candombe y el tango son patrimonio
inmaterial de la humanidad?

Una infancia y una adolescencia que canta, dibuja o inventa mundos


posibles con las palabras ¿cambia en algo sus leyes, lo desvía de su rumbo
habitual para que atienda nuestras necesidades más auténticas?

Y es en ese contexto inevitable donde el Estado juega y debe seguir


jugando un rol fundamental. Debe ser quien genere los mecanismos
necesarios que nos garanticen a todas y todos, el derecho a acceder y a
generar cultura.

GERARDO

Queda mucho por andar, puentes y lazos a tender para reforzar el tejido
social y evitar las desigualdades generadas por cualquier tipo de
discriminaciónón, naturalizadas por el clasicismo estructural, necesitamos
profundizar en las transformaciones y seguir avanzando hacia la equidad
descolonizando saberes con antirracismo.

Nos hemos pasado años recorriendo el país o los barrios y mucho más
desde que al Ministerio de Cultura se lo empezó a tomar en serio,
otorgándole presupuesto. Y así como los Hospitales de excelencia
construidos en el interior, de a poco van dejando atrás aquello de que “si te
tienen que operar morís en la capital”, hoy los centros culturales y espacios
públicos se llenan de letras, música o movimiento en todo el país.

Está repleto de gente disfrutando y haciendo arte, miles y miles de


personas que pudieron ser parte de ese gran cambio cultural.

Y aún así, no es suficiente, necesitamos mucho más.

Revisamos datos, cifras, nos ocupamos en preguntarle a otra gente menos


loca que nosotros, o más descontenta, en mirar fotos, escuchar a más y más
vecinos de todo el país para saber si nuestro entusiasmo era totalmente
infundado.
¿Se habían recuperado o no decenas de salas teatrales, centros culturales o
espacios públicos en todo el país? Por suerte parece que sí, ese sueño no lo
soñamos dormidos, lo construimos despiertos, entre todas y todos.

Otra vez una palabra que, de tanto usarse, a veces no se aprecia la


diferencia entre un “todos” que efectivamente incluye y otro “todos” que
solo se refiere a cúpulas de dirigentes que la incorporan a su discurso.

O a un “todos” que se reduce a una elite de espectadores o artistas que


decide qué es y qué no es “culto”.

O un “todos” que sí abarca a otras poblaciones más amplias y así, de puro


buena que es esa elite nos “regala” algo de cultura sobrante a esos
marcianos que mayoritariamente habitamos el país

Nos otorga el beneficio de mirarla. De afuera, claro. Bien de afuera. La


ñata contra el vidrio y no mucho más.

CHAVELA

Qué distinto sentido, entonces, adquieren estas simples palabras “todas y


todos”, en este proyecto de país que apoyamos y que es necesariamente
una obra colectiva donde la equidad y el respeto son nuestro objetivo. Un
horizonte que no queremos ni estamos dispuestos a abandonar, porque el
camino lo venimos construyendo juntos desde hace quince años.

Hoy, esos pilares con que se fue articulando una nueva visión de los
fenómenos culturales, una visión absolutamente distinta de la que primó
antes de este periodo ya están integrados al imaginario colectivo. Esa
visión democrática del rol de la Cultura ha sido naturalizada por toda la
gente que la sigue construyendo cada día desde su barrio, su colectividad,
sus centros culturales o educativos.

Confiamos en que quienes han promovido esos conceptos y los han


probado a través de acciones concretas y no solo con promesas, sigan
avanzando. Corrigiendo errores, profundizando y ampliando sus metas.
Estaremos cada vez más atentos a su gestión, participando con la
independencia de siempre pero aún más exigentes ya que estamos seguros
de que la participación y el control ciudadano son un aporte imprescindible
para evitar errores. Más exigentes, justamente, porque confiamos en este
proyecto de país que no es una promesa en el aire, se sustenta en hechos.

Y notamos la abismal diferencia con el otro. Aunque hoy hayan


incorporado muchos términos casi idénticos a sus programas o propuestas
culturales, parecido no es igual. Los invitamos a leer entre líneas.

Esa cosa rara tienen las palabras, a veces cumplen su función, y


comunican. Otras veces se vuelven engañosos disfraces que solo
confunden, mantienen solo la cáscara pero vacía de todo contenido.

Hay que amar y desconfiar de las palabras. Buscarles el alma y asegurarse


de que aún esté allí.

“Democratización, pluralidad, descentralización”. Que a través de las


palabras no se les falte el respeto a conceptos tan importantes , porque
haciéndolo, se nos está faltando el respeto a los cientos de miles de
uruguayos y uruguayas que las escuchamos.

Las palabras, para que sean valiosas, deben mantenerse unidas a lo que
representan, para que se conviertan en hechos constatables y no en la
filigrana que adorna un discurso político partidario.

Palabras que caminen por el país, construyan centros culturales, bailen con
la gente, conversen con jóvenes y viejos, que le pinten la vida a la
chiquilinada de todas las edades, que resuenen fuerte cantadas por vecinos
y vecinas, que le susurren a cada habitante del Uruguay, sin importar
dónde o cómo viva.

Espero que nos entendamos. Amamos esas palabras porque amamos esos
conceptos y hemos luchado por ellos.

“Cultura, democracia, equidad, descentralización”.


Que sigan resonando, cada vez más fuerte y claro, hasta que no haya forma
de vaciarlas de sentido. Y mientras tanto, por las dudas, seguiremos
interpelando a quienes las pronuncien, para asegurarnos de que no estén
huecas, que no aparezcan solo en el momento de embellecer promesas
electorales. Ni la gente ni las palabras merecen ser usadas de esa forma.

Esperamos que al escucharlas en boca de cualquier político solo se las


tome en serio cuando esas hermosas palabras demuestren que realmente
son lo que dicen ser, a través de programas, acciones, inversiones, Políticas
de Estado, Legislación y, hecho tras hecho, sigan transformando al país,
cumpliendo su verdadera función, la de representar verdades y lejos de
cualquier intencionalidad partidaria se mantengan bien pegaditas al
mundo, para entenderlo y transformarlo.

Si mucho de lo que estamos diciendo incluye un tono liviano o


humorístico, no es con ánimo de desmerecer ni ofender a otros u otras. En
primer lugar, de nosotras y nosotros mismos nos reímos.

Un poco porque somos felices dedicándonos al arte y la cultura (porque al


darnos placer sirve para sanar el alma y hasta acomodar el dolor),
apasionados al ver que la vida de la gente ha podido cambiar, ser más justa
y humana, y otro poco porque desde el humor nuestros propios errores se
hacen más identificables como para poder corregirlos.

Y si alguien, fuera de este colectivo, siente tanta pasión, tanta alegría y


tanta preocupación como nosotros, bienvenidas sean esas personas. Desde
esas saludables contradicciones seguiremos construyendo y soñando de
cara al futuro.

PEPE

Esta proclama es el resultado del encuentro de muchísimas trabajadoras y


trabajadores que sentimos la necesidad de generar un espacio propicio para
el diálogo, para la escucha, para compartir deseos y preocupaciones. Y
sobre todo, poner el cuerpo, las ideas, las herramientas y saberes diversos
para enfrentar los desafíos de esta nueva etapa que estamos transitando.
Nosotras, las personas de las artes y la cultura, que desde centros
comunales, territorios, hogares y espacios públicos, entre otros,
construimos Comunidad diariamente: desde el encuentro, la escucha, el
intercambio, el afecto y la empatía.

Y en esto último, nos hacemos cargo también de haber ido perdiendo


nuestra voz como colectivo, (en forma individual, siempre gritamos)
trabajadores del arte que, organizados y con la intención de construir,
alzáramos la voz con claridad cada vez que notábamos las carencias que,
por error u omisión, se fueron cometiendo. Y volviéramos a alzarla, con la
misma fuerza, para dar a conocer también, las experiencias maravillosas
que compartíamos con miles y miles de personas a partir de proyectos,
programas y espacios creados en la órbita del Estado.

Hoy las personas, en forma masiva y espontánea, también nos convoca y


nos recuerda el papel que nos corresponde ocupar. Porque el arte y la
Cultura tienen esa característica de ida y vuelta, dar y recibir, lo dijimos al
principio: se construye entre todos.

La gente uniéndose de modo fraternal en torno a un proyecto, a una idea,


nos devuelve la energía y la confianza en el poder del protagonismo de
cada habitante, la vital importancia del movimiento y la iniciativa popular.

Esta construcción no le pertenece a colectividad política partidaria alguna


sino que es patrimonio de cada persona.

Y ese protagonismo, estamos seguros, es otra de las grandes fortalezas del


proyecto de país que representan Daniel Martínez, Graciela Villar y su
excelente equipo.

Cada uruguayo o uruguaya, conoce sus propias cuentas, no importa si


quince años es poco o mucho.

Al grito de “Un solo país, en tren de lectura” salimos escritoras y


escritores, músicos, bailarines y teatreros entusiastas a recorrer el país con
ferias de libros, espectáculos y altísimas dosis de alegría. Los músicos o
elencos iban de Maldonado a Bella Unión, desde Melo hasta Salto,
siempre con libros, con poetas, con niños y adultos disfrutando de ese gran
encuentro. Y el Ministerio de Defensa, siempre apoyando. Con sus
camiones, sus carpas, trasladando equipos, artistas, cajas y cajas de libros,
pero más que nada brindando la ayuda de su personal militar. Muchachos
siempre dispuestos a ponerse al hombro todo lo que hubiera que
solucionar, poniéndose al servicio de esa gran movida cultural, felices de
ser parte y reencontrarse con su identidad.

A medida que el tiempo pasaba (ese tiempo, siempre subjetivo, que a


veces parece eterno y otras, demasiado fugaz) entre la institucionalidad y
los artistas ocurrió de todo un poco. Se sucedían amores y odios,
entusiasmos y broncas. Confianza o impaciencia. Felices cuando se
producían los cambios, se generaban programas, se empezaba a legislar.
Pero era lento y no siempre acertado.

Así que estos últimos quince años nos parecen cortos y largos a la vez.

Hay mucho, demasiado, aún por hacer. Hacer distinto y hacer mejor.

Nos emociona haber logrado tanto en tan poco tiempo. Pero sabemos que
los cambios profundos, culturales, los que de verdad llegan al alma para
quedarse, los que contribuyen al desarrollo humano desde un punto de
vista integral, llevan mucho más tiempo del que se tarda en legislar o crear
amplísimas redes institucionales para desarrollar el arte en todo el
territorio.

Los teatros recuperados están allí, los centros culturales y los espacios
públicos al alcance de todas y todos, están allí.

Las obras y programas, los fondos y las becas, la gigantesca inversión y


presupuesto. Todo está allí pero no es suficiente.

En cada espacio barrial o comunitario se potencia el desarrollo individual,


grupal y colectivo. Que, traducido, luce como niñas y niños dibujando y
escuchando cuentos, personas apoyadas como nunca antes para enfrentar y
erradicar la violencia doméstica y de género, mujeres, infancias y
adolescencia, personas con discapacidad apropiándose de sus derechos y
en el intercambio nutriéndonos unos a otros. Nos enorgullece ser parte de
esos cambios.

Pero no es suficiente.

Hasta que no tengamos una sociedad donde ninguna discriminación tenga cabida,
hasta que la equidad se manifieste en términos absolutos, hasta que no logremos esa
auténtica democracia, no será suficiente.

Estamos transitando ese larguísimo camino para llegar a una sociedad de


ese tipo, la de nuestros sueños y sobre todo, la que como seres humanos
nos corresponde por derecho. Hemos creado lazos, generado encuentros y
espacios donde esa sociedad que necesitamos empieza a avizorarse.

Empezábamos diciendo que no somos titanes ni tenemos poderes


milagrosos. Que somos parte de una grandiosa construcción colectiva.
Miramos mucho hacia adelante, pero también tenemos memoria. La
Cultura y la memoria van de la mano.

La humanidad siempre, como en un juego de postas, se transmite la cultura


de una generación a otra. Se toma la tradición heredada, se la reformula, se
crea, se resignifica, y se vuelve a pasar la posta hacia quienes continuarán
construyéndola. De pasado y presente nos nutrimos. Y gracias a eso,
somos capaces de construir futuro, por eso estamos aquí y ahora.

La creación, igual que las ideas, siguen practicando vuelos, con o sin jaula.
Y empecinados, los artistas siguen creando bajo cualquier condición. Pero
los resultados no son los mismos si no existen apoyos del Estado o si éstos
son minúsculos. Si estamos aquí, es gracias a nuestra historia.

Quien quiera constatar si nuestras palabras carecen de contenido (y ojalá


muchas y muchos duden de nosotros y quieran averiguarlo) los invitamos a
leer, mirar, revisar datos. Busquen y comparen un antes y un después
desde el año 2005 hasta la fecha. Desconfíen de lo que decimos,
podríamos estar mintiendo. O como dijimos, exagerando de puro
entusiasmados. Nuestros sueños no se ven en las estadísticas, la alegría de
la gente tampoco estalla cuando se lee un archivo con datos.

Pero aunque el alma de lo que se hizo y se hace, quede afuera, esos


informes con números y datos, están allí. Confíen más en los números que
en las palabras. Sean nuestras o de otros, siempre hay que confrontarlas
con la vida de la gente, con los programas y sus efectos. Con los hechos,
sin adornos, porque estamos en un estado de derecho.

Equidad, que no es lo mismo que igualdad. Y una vez más, son la cultura y
el arte las que nos permiten ver la magnitud de esa diferencia entre ambos
conceptos. Nadie es igual a nadie, todas las personas somos
maravillosamente únicas y esa diversidad es una de nuestras mayores
fortalezas como seres humanos.

Para que la Cultura sea cada vez más, esencia y motor de nuestra
democracia, es que hoy, como siempre, las trabajadoras y trabajadores del
Arte, aquí presentes, respaldamos el único proyecto de país que nos
garantiza el avance y ampliación de nuestros derechos, los derechos de
todas y todos.

Ese sueño y ese país que sin duda alguna,​ ​hoy está representado por la
fórmula Daniel Martínez y Graciela Villar.

Daniel: Aquí estamos, como siempre, prontos para trabajar allí donde se
precise, alertas para impedir que se pierda lo conquistado y con entusiasmo
para seguir avanzando… eso sí: exigiéndonos y exigiéndote hacerlo cada
vez mejor.

Es por vos, es por todas, es por todos.

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