De primer momento es importante distinguir entre tradición con minúscula y
Tradición con mayúscula, ya que el autor, José Rovira, desarrolla sus argumentos a partir de esta distinción. En un esquema sencillo expone el contexto que encierra a la palabra tradición en nuestra época a partir del impacto de la Ilustración, de modo que la tradición se ve afectada por una conciencia crítica. Sin embargo esta conciencia resulta eficaz para descubrir la verdadera importancia de la tradición y así comprender la importancia que conlleva para la humanidad, no solo en el ámbito religioso. Cuando se habla de tradición o tradiciones se hace referencia a la trasmisión de un mensaje o de actos que dan identidad a los pueblos. Rovira considera que para el pueblo de Israel esta dimensión memorial es fundamental, pues es a través de ella se consolidó el pueblo hebreo. En el Antiguo Testamento se señalan las categorías de la tradición para verificar su autenticidad. Primeramente el mensaje revelado; después su función configuradora; éste se vale del aparato transmisor, es decir, el medio por el cual se lleva el mensaje; en cuarto lugar se resalta el elemento cultual junto al carácter doctrinal y moral; por último se considera su forma escrita, que no anula la forma oral, pero que ha de ser fiel y condensada en una confesión de fe. En el Nuevo Testamento, la plenitud cristológica, se comprende el verdadero sentido de la Tradición, pues se trata de un mensaje que se recibe de Dios, pero no en cuanto a verdades escritas, sino en cuanto a Dios mismo encarnado, conviviendo entre los hombres, auto comunicándose. Se trata pues del acto originario de la tradición, el principio «traditio Christi Ecclesiae»: la entrega de Cristo a su Iglesia, la comunicación de la Palabra viva de Dios recibida por la Iglesia en la luz y en la intelección del Espíritu Santo. La recepción del misterio de Cristo por parte de los Apóstoles da lugar, a su vez, a la tradición apostólica, que primero se expresa como tradición oral y, luego, en forma de regla de fe escrita, implantada en la tradición e interpretada por la conciencia viva de la Iglesia. El principio objetivo de la Tradición es la autoentrega de Cristo. La Escritura es ella misma Tradición, dado que es una forma de autoentrega de Cristo a la Iglesia, dado que hubo Tradición antes de que hubiese Escritura, y dado que la autoridad de la Escritura no podría establecerse jamás sin Tradición. Lo que la Iglesia transmite no es un archivo para un museo, sino la Palabra viva y actual: Dios mismo continúa pronunciándola y dirigiéndola a los hombres de todas las épocas. Rovira reflexiona acerca de la relación entre Escritura y Tradición, y ofrece una interesante opinión sobre algunos puntos en común entre católicos y protestantes. Lo primero es que la comunidad de la fe es el sujeto comunitario que actualiza —interpreta en la vida— el Evangelio de Jesús, mediante su forma de pensar, de orar y de vivir. Segunda: un principio interpretativo constituido por la Escritura sola no interpretada, no es ningún ideal hermenéutico. Puede incluso presentar una tendencia al fundamentalismo, o bien —por el otro extremo— a la anomía. La Escritura es un texto para interpretar, y el intérprete ha de ser un sujeto creyente, correlativo y complementario al hecho mismo de esos Escritos.
REFERENCIA: Rovira, B. (1996). Introducción a la teología. Madrid: BAC, pp. 232-248.