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net/publication/309919306
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1 author:
Antonio Lucas-Alba
University of Zaragoza
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Effect of two orthogonal car-following techniques upon traffic congestion View project
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All content following this page was uploaded by Antonio Lucas-Alba on 12 November 2016.
Directores:
VII
Índice
Índice
Agradecimientos ...............................................................................................VII
Índice ................................................................................................................. XI
XI
Índice
XII
Índice
2.6. Las medidas contra los infractores: ¿por qué no funcionan? ..................... 97
XIII
Índice
XIV
Índice
XV
Índice
XVI
Lista de abreviaturas y siglas
ABS Antilock Braking System
ACEA Association of European Automobile Manufacturers
ANOVA Analysis of Variance
BAC Blood Alcohol Concentration
BDU Burden of Disease Unit
BOE Boletín Oficial del Estado
CD Comisión de Disciplina
CE Comisión Europea
CEDR Conference of European Directors of Roads
CEN Comité Europeo de Normalización
CIS Centro de Investigaciones Sociológicas
CO Monóxido de Carbono
CO2 Dióxido de Carbono
COP Colegio Oficial de Psicólogos
DALY Disability-Adjusted Life Year
DAN Description and Analysis of Post Licensing Measures for
Novice Drivers
DBQ Driver Behaviour Questionnaire
DDT Dicloro-difenil-tricloroetano (insecticida)
DETR Department of Transport Environment and the Regions
DGT Dirección General de Tráfico
DGTREN Dirección General de Transporte y Energía
DGINFSO Dirección General de la Sociedad de la Información
DSC Dynamic Stability Control
DT Dirección de Tráfico Vasca
EC European Commission
XVII
Lista de abreviaturas y siglas
XVIII
Lista de abreviaturas y siglas
XIX
Lista de tablas
Tabla 1. Explicaciones y medidas contra el accidente en la psicología aplicada al
tráfico. ............................................................................................................................. 55
Tabla 10. ¿Cree que las multas de la policía son un buen remedio contra los
accidentes de tráfico? ................................................................................................... 236
Tabla 11. Para usted qué sería más desagradable, ¿el dinero que le hicieran pagar
por una infracción de tráfico que ha cometido o que se hiciera público que usted
ha cometido esa infracción, es decir, que se enterara todo el mundo de ella? .............. 237
Tabla 12.Medias correspondientes a los tres dilemas en los que el sujeto tenía que
elegir entre el respeto total del código de la circulación y saltarse la norma según
su juicio personal .......................................................................................................... 237
XX
Lista de Figuras
Figura 1. Evolución de la tasa de mortandad de los accidentes de tráfico por cada
10000 habitantes.. ........................................................................................................... 10
Figura 3. Elementos para una caracterización del tráfico, derivados de Piaget ............ 152
Figura 10. Actitudes hacia un sistema estricto de sanción policial. .............................. 248
Figura 11. “¿Qué le parece más desagradable, el dinero que tuviera que pagar por
haber cometido una infracción de tráfico o que ese hecho fuese público, es decir,
que todo el mundo fuese consciente de ello?”. ............................................................. 249
Fig. 14. Tolerancia a las infracciones según el anclaje normativo y la imagen del
conductor. ..................................................................................................................... 268
XXI
Lista de tablas
Figura 17. Preferencia por uno u otro tipo de sanción según el anclaje normativo
y la imagen del conductor. ............................................................................................ 271
XXII
Capítulo 1
Capítulo 1
Todas las instituciones que integran el armazón de las sociedades modernas –la
familia, la sanidad, la economía, el ejército, la justicia, la universidad, etc.-
contribuyen al objetivo prioritario de los seres humanos: asegurar, preservar y
mejorar su existencia. Todos los productos culturales derivados del proceso social,
desde las religiones hasta los desarrollos científicos y tecnológicos de última
generación, han de contribuir y encontrar, en última instancia, su razón de ser en el
mismo fin. Aún con muchas dramáticas y tristes excepciones, tal parece ser el caso.
El siglo XX ha experimentado una auténtica revolución en materia de salud y
Capitulo 1
4
Los accidentes de tráfico en carretera…
5
Capitulo 1
los DALY en los que se ha incurrido debido a los accidentes de tráfico en un país
en 1990, se deben sumar los años de vida perdidos debido a los accidentes
mortales, y el número total de años de vida a los que los supervivientes deben
enfrentarse padeciendo algún tipo de minusvalía (BDU, 2000).
A continuación se presentará en estos términos el problema de los accidentes de
tráfico en el contexto de la salud en el mundo. Como podremos apreciar, su
impacto queda fuera de toda duda: independientemente del nivel de renta de la
región estudiada, o del sexo de los ciudadanos, los accidentes de tráfico siempre
están entre las 10 primeras causas de muerte. En primer lugar ofreceremos una
visión retrospectiva, sintetizando las estimaciones realizadas por el BDU para 1990.
A continuación nos centraremos en los resultados actuales, tomando los informes
de la OMS en el año 1999, 2000 y 2004. Finalmente, se comentarán las
predicciones llevadas a cabo de cara al año 2020.
Los informes consultados (WHO, 1999; WHO, 2000; WHO, 2004; BDU,
2000) identifican tres causas generales de mortandad: a) un grupo de factores
relativos a condiciones maternales, perinatales y nutricionales que pueden
transmitirse (p. ej., la malaria, el sarampión, la tuberculosis), b) un grupo de
enfermedades que no se pueden transmitir (p. ej., el cáncer, enfermedades del
corazón, mentales), y c) un grupo que comprende las muertes originadas por
lesiones y heridas intencionales y no intencionales.
Hace dos décadas las enfermedades del corazón, con más de 2,5 millones de
muertes (de un total de 11 millones), fueron la causa predominante de mortandad
en las regiones desarrolladas1. Los accidentes de tráfico en carretera constituyeron
la octava causa de muerte en estas regiones, arrojando un total de 222.000 muertes.
En las regiones en desarrollo (las 4/5 partes de la población mundial) las
enfermedades por infección de las vías respiratorias fueron la principal causa de
muerte, con casi 4 millones de un total de casi 40 millones de decesos. También los
accidentes de tráfico en carretera tuvieron su triste protagonismo entre las diez
primeras causas de muerte en las regiones en desarrollo, precisamente ocupando el
último lugar, unas 777.000 muertes. En 1990, una de cada diez muertes, en el
conjunto de la población mundial, fue causada por algún tipo de herida o lesión.
Pero si pasamos de las cifras de mortandad por lesiones en bruto a un análisis de los
“YLL”, Years of Life Lost (años de vida perdidos), la dimensión del problema
empeora pues las lesiones son responsables del 15% de los YLL (frente al 10% de
las muertes). Si nos centramos en el grupo de adultos de 15-44 años, encontramos
que los accidentes de tráfico fueron la primera causa de muerte entre los varones y
1
Países en los que se ha establecido una economía de mercado (básicamente OECD).
6
Los accidentes de tráfico en carretera…
la quinta entre las mujeres de todo el mundo. El tráfico dio cuenta de una gran parte
de las muertes, pero de una parte aún mayor de los años de vida perdidos.
Pero recordemos que el objetivo fundamental era cuantificar la combinación
resultante de los efectos de las muertes y de las minusvalías sobre la salud en un
solo indicador: el DALY. Atendiendo a las zonas geográficas, los resultados se
corresponden con lo que era de esperar: los habitantes de las regiones más
desfavorecidas (La India, África Sub-Sahariana), un 26% de la población mundial,
soportaron en 1990 una tara global sobre la salud superior al 40%. Por el contrario,
las economías de mercado y los países pertenecientes al antiguo bloque socialista,
aproximadamente el 20% de la población, presentan una tara sobre la salud de sus
habitantes que no llega al 12%. El informe revela el potencial negativo para la salud
de las lesiones que en los países más desarrollados: aún siendo mucho menores que
en otras regiones, alcanzan (lideradas por los accidentes de tráfico) el 12% del
cómputo global. Contra lo que se podría creer, en todas las regiones del mundo
(excepto en Oriente Medio, donde están a la par) el impacto negativo de las
lesiones no intencionales sobre la salud supera al de las intencionadas (tales como
la violencia o la guerra). Los factores que presentan una tara más importante a la
salud también se diferencian claramente en función del sexo. De los diez primeros,
el más importante entre las mujeres de 15 a 44 años, tanto en las zonas
desarrolladas como en las que se hallan en vías de desarrollo, es la depresión. No
obstante, el efecto nocivo de los accidentes de tráfico en carretera sobre las mujeres
no queda lejos, en tercer lugar. Los varones tienen en los accidentes de tráfico un
verdugo que generó la proporción mayor de DALY en la población mundial de
varones de 15-44 años en 1990 (BDU, 2000).
Las cifras actuales sobre los accidentes de tráfico son igualmente preocupantes
(WHO 1999; 2000; 2004). Según el informe relativo a 1998, tanto las lesiones
intencionadas (guerras, violencia, homicidios) como las no intencionadas
(accidentes de tráfico entre otras), constituyen el 16% de las taras sobre la salud en
el mundo (DALY). Por ejemplo, en el continente americano, los homicidios, los
suicidios y los accidentes de tráfico son las causas de mortandad mayor. Cada año
cerca de 120.000 personas mueren asesinadas, 55.000 se suicidan y 126.000
mueren en accidente de tráfico en carretera.
Las estimaciones de 1998 se elaboraron en función del nivel de renta de los
países. Los accidentes de tráfico son el noveno factor de sobrecarga a la salud en
1998, ocupando el quinto puesto en importancia en los países más desarrollados y
el décimo en los países con rentas media o baja. Para los varones adultos de edades
comprendidas entre los 15 y los 44 años, los accidentes de tráfico son la mayor
causa de discapacidad y de muerte prematura en todo el mundo, la segunda mayor
7
Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capitulo 1
2
1,8
1,6
1,4
1,2
1
0,8
0,6
0,4
0,2
0
1976 1981 1986 1991 1996 2001 2006
Figura 1. Evolución de la tasa de mortandad de los accidentes de tráfico por cada 10000
habitantes. Desde 1993 el cómputo de muertos se realiza a 30 días (DGT, 2000b; 2006a).
Como muestra la figura 1, los últimos años han resultado exitosos en cuanto a
la reducción de víctimas mortales, en términos relativos. La figura 2 muestra la
evolución de los accidentes mortales, heridos graves y leves durante el periodo
1980-2005. Este gráfico muestra un aumento en la cifra de accidentes con víctimas
en términos absolutos. La cifra de muertes aumenta a lo largo de los años 80
alcanzando su pico en 1989 (7188 muertos) para ir disminuyendo paulatinamente
hasta las cifras actuales. Los accidentes graves siguen el mismo patrón, alcanzan su
pico máximo en 1989 (52.418 heridos graves) y van disminuyendo tal como se
aprecia en el gráfico. Sin embargo, los accidentes leves siguen un patrón distinto:
básicamente aumentan hasta 1989 (116.993 heridos leves), para ir disminuyendo
hasta 1994 (79.725 heridos leves) y remontar a partir de este año. De hecho,
muertes y heridos graves a lo largo de este período se hallan correlacionadas
(r=0,75; p=0,001) pero no así muertes y heridos leves (r=0,29; p=0,15) ni heridos
graves y leves (r=-0,09; p=0,67). Al menos en parte, esta diferencia se debe a que la
proporción de accidentes en zona urbana (donde predominan los accidentes leves)
ha aumentado con el tiempo frente a la proporción de accidentes en carretera
(DGT, 2006a). Estas cifras son positivas y esperanzadoras pero hay que acogerlas
con cautela: el número de accidentes con víctimas no desciende, es el resultado del
mismo lo que cambia.
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Los accidentes de tráfico en carretera…
140000
120000
100000
80000
60000
40000
20000
0
1980 1985 1990 1995 2000 2005
accidentes muertos
heridos graves heridos leves
Figura 2. Evolución del número de accidentes de tráfico con víctimas, muertos, heridos
graves y leves en el período 1980-2005 (DGT, 2006a).
Podemos suponer que las medidas de acondicionamiento de las infraestructuras
viarias y la mejora de los vehículos han venido dando sus frutos en los últimos 20
años. Cada vez una proporción mayor del conjunto de los vehículos en
desplazamiento fluye por autopistas y autovías, mucho más seguras que las vías
convencionales. La parte de mejoras en vehículos (instalación y uso de dispositivos
de retención, airbag, mejores frenos, carrocerías deformables) debe también haber
contribuido en parte, siguiendo la línea de otros países desarrollados. El anuario de
2006 presenta (p. 43) una síntesis gráfica de la evolución conjunta de la
accidentalidad y las distintas medidas legales adoptadas. Parece estas medidas
tienen su parte en la reducción de muertos y heridos graves, y es notable la
coincidencia de la introducción de la Ley de Tráfico y Circulación de vehículos a
motor y Seguridad Vial (BOE, 1990) con el inicio del descenso de muertes y
accidentes graves (Fig. 1). Al fin y al cabo, por lo que conocemos, la dotación de la
Guardia Civil de Tráfico ha permanecido relativamente estable a lo largo de esto
años, entorno a 8500 efectivos y el número de denuncias practicadas cada año no
varía sustancialmente (DGT, 2006b).
Las últimas incorporaciones legislativas, en particular el permiso por puntos,
han causado cierto impacto social, contribuyendo al menos a incrementar la
presencia de esta problemática en el imaginario colectivo. Los efectos de esta
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Capitulo 1
medida, así como los del reciente Plan Estratégico de Seguridad Vial 2005-2008
(DGT, 2005), uno de cuyos ejes es la progresiva implementación de sistemas de
radares fijos y móviles para el control de la velocidad y la adopción de nuevas
medidas penales parecen, en principio, positivos. Las cifras de 2006 muestran un
nuevo descenso en víctimas, con 4104 fallecidos, 21.382 heridos graves (en claro
descenso con respecto a 2005) y 122.068 heridos leves (más que en 2005). De
hecho, hay un 9% más de accidentes que en 2005, aunque con un saldo positivo: se
ha conseguido disminuir en total el 10% de decesos y heridos graves y ha
aumentado un 10% el cómputo de heridos leves (DGT, 2007).
En síntesis, el tratamiento dado a los accidentes de tráfico en España sigue el
proceso de gestión y control practicado por la mayoría de sociedades pudientes y
que se resume en la conocida doctrina de la “Tripe E”: Engineering, Education,
Enforcement (ingeniería, educación y vigilancia policial). Mejores infraestructuras
viarias y vehículos mejor dotados, más nuevos y revisados periódicamente,
conductores que pasan por un periodo de educación formal y también por
revisiones periódicas, así como una serie de restricciones, prohibiciones y
obligaciones que se ciernen sobre los conductores (uso obligatorio del cinturón,
alcohol, velocidad…). En este sentido, estamos dentro de la tendencia generalizada
en Europa de descenso de accidentes de tráfico, lento pero uniforme en los últimos
30 años, que ha generado en la última década la posibilidad de plantear la Visión
Zero sueca (Elvik, 1999; Withelegg y Haq, 2006). Con todo, y con datos de 2006,
queda camino por recorrer para que en España, con tasas de 9,3 muertos por
accidente de tráfico por cada cien mil habitantes, lleguemos al nivel de países como
Suecia (4,9) o el Reino Unido (5,4) (IRTAD, 2007).
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capitulo 1
religión; la moralidad; la salud; los abastecimientos; las carreteras, los canales, los
puertos y los edificios públicos; la seguridad pública; las artes liberales; el
comercio; las fábricas; la servidumbre y los labradores; los pobres. La policía
designa así el nuevo ámbito en el cual el poder real, cada vez más mediado por el
poder político y administrativo, centralizado, debe intervenir. Foucault se pregunta
sobre la lógica de esa intervención que abarca desde los ritos culturales a la red de
carreteras y halla la respuesta en los propios teóricos de la época: “la policía vela
por todo lo que se refiere a la «felicidad» de los hombres (…), por todo lo que
regula la «sociedad» (las relaciones sociales) (…) que prevalece entre los hombres.
(…) la policía vela sobre lo que está vivo.” (Foucault, 1990; p. 133). Algo más
avanzado el siglo XVIII, Foucault nos lleva a los textos que enseñan la ciencia de la
administración en Alemania (Polizeiwissenschaft) y en particular al Elementos de
policía de Justi, quien
“define en términos mucho más claros la paradoja central de la policía. La
policía, explica, es lo que permite al Estado aumentar su poder y ejercer su
fuerza en toda su amplitud. Por otro lado, la policía debe mantener a los
ciudadanos felices, entendiendo por felicidad la supervivencia, la vida y una
vida mejor. Define (…) la racionalidad estatal: desarrollar estos elementos
constitutivos de la vida de los individuos de tal modo que su desarrollo
refuerce la potencia del Estado.” (p. 135-6).
Justi distingue entre Polizzei (policía en el sentido de „gobierno‟, tarea positiva)
y Politik, vista como una tarea negativa que hace referencia a la lucha del Estado
contra los enemigos tanto del interior (p. ej., crítica del adversario político) como
del exterior (otros Estados). En su obra queda destacada la noción de población, un
grupo de individuos vivos con sus respectivas características (tasas de mortalidad,
de fecundidad, fenómenos de superpoblación, enfermedad) que viven en un área
determinada. Al definir la población como su objeto, Justi muestra la
Polizeiwissenschaft como una forma compleja de concebir el Estado, donde la
„estadística‟ (la descripción de los Estados) y el arte de gobernar quedan asociados.
“La Polizeiwissenschaft es a la vez un arte de gobernar y un método para analizar la
población que vive en un territorio” (Foucault, 1990; p. 137).
El Estado moderno ha de plantearse la problemática del tráfico en el conjunto
de los problemas de gobierno. En una realidad compleja, en la que el Estado debe
aumentar o al menos mantener su fuerza a la vez que cuida de la vida de los
ciudadanos en todas las dimensiones (la salud, las carreteras, la seguridad pública,
el comercio, las fábricas…), no todas las soluciones se revelan igualmente factibles,
apropiadas o conflictivas. Claramente, las decisiones que afecten exclusivamente al
sistema tráfico y sus componentes inmediatos –como si de un contexto aislado se
tratase- serán las más sencillas aunque no por ello, como veremos, menos
importantes o necesarias. Sin embargo, las decisiones que interfieran o entren en
conflicto con otros aspectos que sean también relevantes para el conjunto de los
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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A excepción de las asociaciones de conductores, y de especialmente de las asociaciones
de víctimas de la carretera, cuya proliferación ha de ser entendida como la respuesta civil
contra la primera causa de muerte en la juventud y madurez, la mayoría de las
instituciones privadas implicadas en el sector del transporte lo son con ánimo de lucro.
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Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
Aunque sea cierto, decir que el Estado debe supervisar y controlar el sistema de
transporte es demasiado obvio y forzosamente conviene situar este problema en un
marco más amplio. La seguridad vial es un objetivo de segundo orden dentro del
sistema de transporte por carretera, cuyo objetivo principal es que las personas y
bienes que fluyen por él lo hagan de modo eficiente y efectivo, en el tiempo y la
forma previstos. El propio sistema de transporte por carretera es un sub-sistema
dentro del sistema económico y comercial, de producción de bienes y servicios de
todo tipo, que lo engloba, y en el que se integran de una u otra forma la inmensa
mayoría de los Estados en el mundo contemporáneo.
Este es el pilar fundamental del funcionamiento de las sociedades modernas
donde ciencia, tecnología, economía, transporte y energía están totalmente
imbricados. Nos haremos idea de la importancia y poder de este orden recurriendo
a una síntesis histórica, el análisis de Marvin Harris (1986), en virtud de su
brevedad y concisión. Un análisis más profundo de los factores clave que han dado
lugar a las modernas sociedades industriales y de la información queda fuera de
nuestros objetivos (véase Elias, 1989; Moscovici, 1988; Giddens, 1997).
Para Harris (1986) el dilema fundamental de cualquier sistema de producción
de rápida intensificación es que “el incremento de la energía invertida en la
producción por unidad de tiempo recargará, inevitablemente, las capacidades auto-
renovadoras, auto-depuradoras y auto-generadoras del ecosistema” (p. 228). Por
ejemplo, una nueva técnica de cultivo trae un aumento de producción que se
traduce en un periodo de bonanza alimenticia y en un incremento de la población.
Pero esa mejora alcanza su techo productivo, se produce un exceso de población y
finalmente acontece una corrección que conlleva hambre y penalidades. En este
punto, la única alternativa para evitar la disminución del rendimiento en la
producción, según Harris, es desarrollar tecnologías más eficaces. “Durante los
últimos quinientos años, la tecnología científica occidental ha estado compitiendo
contra el sistema de producción de más rápida e inexorable intensificación en la
historia de nuestra especie.” (p. 228). Se trata del capitalismo industrial.
Suele asumirse que los altos niveles de vida que gozan las naciones industriales
derivan del desarrollo y el esfuerzo de la ciencia y la ingeniería. Sin embargo,
Harris (1986) subraya que si bien la pugna entre el rápido cambio tecnológico y la
21
Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capitulo 1
lenta evolución alcanzaba sus mejores cotas de seguridad (Estevan, 2001). En 1894
se organiza en Francia la primera competición de automóviles, de París a Rouen,
cubriendo una distancia de 80 km, y el vencedor mantuvo una velocidad media de
16,4 km/h, lo que no hacía sino igualar la velocidad promedio que las diligencias
tiradas por caballos ya alcanzaban a principios del siglo XIX (Encyclopaedia
Britannica, 1992).
Hay que destacar que durante los 300 años que precedieron este momento, la
problemática de la enfermedad tuvo una preponderancia política y social mucho
mayor que la del accidente con relación a la vida de las personas, y que lo
accidental y sus consecuencias (muerte o lesiones) sólo empieza a preocupar con la
intensificación del trabajo industrial en las fábricas a partir del siglo XVIII. A
finales del siglo XIX, el fenómeno „accidente‟ era irrelevante a efectos del
transporte por carretera (Quinot, 1979; Loimer y Guarnieri, 1996; Wigglesworth,
1978). Al fin y al cabo, el automóvil era todavía relativamente raro, y por ejemplo
en España sólo había cuatro vehículos matriculados en 1900 (Rodríguez, 1995). A
principios del siglo XX todavía se equiparaba la conducción motorizada a la
conducción tradicional y se esperaba de los conductores que fuesen más temerosos
de la velocidad (Mikkonen, 1997).
Pero el automóvil no iba a quedar como mero entretenimiento de amantes del
riesgo con poder adquisitivo (un ultraligero de hoy), sino que estaba llamado a ser
un gran negocio y un factor clave en la economía como catalizador de la movilidad
de bienes y personas. Junto al desarrollo del tamaño y la potencia de los vehículos,
la velocidad se iba constituyendo en factor clave para el comercio, al que el
transporte por carretera iba a permitir formar una retícula de distribución más fina y
eficiente (Vester, 1997). En 1900, tan sólo seis años después de aquella primera
Paris-Rouen, los vehículos motorizados ya alcanzaban velocidades superiores a los
80 Km/h en las competiciones; en 1920 el (efímero) record de velocidad terrestre
llega a los 250km/h. La ingeniería mecánica se perfecciona con rapidez y la
automoción gana terreno: en 1908 Henry Ford presentó su Model T anunciando “I
will build a motor car for the great multitude”, mucho más que una declaración de
intenciones. El Ford T costaba entonces 928 dólares y el automóvil empieza a dejar
de ser un objeto elitista de consumo. En 1914 se inicia su producción en cadena; en
1924 se producen dos millones de unidades y en 1927 el modelo T se vende por
sólo 290 dólares. Tímidamente, las infraestructuras viarias empiezan a ponerse a la
altura de las circunstancias: en 1924 se construye en Italia la primera autostrada
entre Venecia y Turín, iniciativa que pronto fue emulada por el resto de naciones
(Encyclopaedia Britannica, 1992).
Conforme se va tomando conciencia de la situación se produce la readaptación
y reorganización del propio sistema de transporte. Alrededor de 1900, surgen las
primeras regulaciones limitando la velocidad en vías urbanas e interurbanas y
24
Los accidentes de tráfico en carretera…
Podemos decir que la vida de los seres humanos, en justicia de unos más que de
otros, va mejorando gracias a esa asociación ciencia-tecnología-economía de
finales del siglo XIX y principios del XX (Giddens, 1997). Al fin y al cabo, con las
correspondientes matizaciones y tal como señalan los informes mundiales de salud
(WHO, 1998), vivimos más tiempo que hace un siglo y tenemos perspectivas
25
Capitulo 1
realistas de que esta tendencia se mantenga, a no ser que el buen juicio necesario
para lograr esta empresa deje de asistirnos. Recordemos, por tanto, palabras como
ecología, ozono, hambruna, cáncer, efecto invernadero, Bhopal, radiactividad,
lluvia ácida, Hiroshima, DDT, guerra bacteriológica, SIDA, Chernobil, la familia-
E, contaminación, deforestación, erosión irreversible… A nadie se le escapa ese
delicado equilibrio pendular del progreso. Oscuramente multifacética, nuestra
espléndida civilización se pone en peligro a sí misma; tal vez se hayan calculado
mal las fuerzas, y sin ánimo de triunfalismo, bien podemos pensar la empresa se
muestra defectuosa por exceso: “En el siglo XIX, la modernización tuvo lugar
sobre el trasfondo de su opuesto: un mundo tradicional, una naturaleza que había
que conocer y dominar. Hoy, en el umbral del siglo XXI, la modernización ha
consumido su opuesto.” (Beck, 1986/1998; p.16).
Otros han denunciado ya el absurdo de esa dicotomía hombre/naturaleza
(Moscovici, 1972), un enfoque -en realidad milenario- que sin duda ha cumplido su
cometido facilitando, a falta de otro entender, ese self-serving bias de la naturaleza
(hombre) contra sí misma (hombre). En todo caso, si non e vero e ben trovato, no
se puede decir que el engaño no haya funcionado a su manera. Hoy se experimenta,
en esa parte desarrollada del mundo, esa ansiada bonanza material, y se quiere
pensar que poco a poco llegará al resto. Llámese modernización, racionalización,
industrialización o McDonalización (Ritzer, 1996) el desarrollo de las potencias
técnico-económicas y científicas nos ha permitido dejar de ver miserias y escasez
en otro tiempo endémicas: “El resultado ha sido un enorme aumento y variedad de
productos y servicios, y sólo esto ha cambiado más la manera de vivir del hombre
que cualquier cosa desde el descubrimiento del fuego: el inglés de 1750 se hallaba
más cerca del mundo material de los legionarios del Cesar que del de sus propios
tataranietos” (Cf. Giddens, 1997). Los más imaginativos pueden hacer un viaje
mental al cercano siglo XVIII, y observar los estragos del hambre, la enfermedad,
la falta de higiene, la miseria. Los más combativos pueden mirar al amplio mundo
actual en vías de desarrollo.
Tal como señala Beck (1998), el proceso de desarrollo se ha mostrado tan
exitoso, y a tantos niveles, que algunos creyeron ver el advenimiento del “fin de la
historia”. Sin embargo, la historia continúa, y los dos siglos de progreso y
desarrollo industrial consolidan cierta globalización. Pero esa globalización no ha
resultado ser sólo –y principalmente- de tipo económico y financiero:
“Así pues, en la civilización desarrollada (que había aparecido para desmontar
las asignaciones, para abrir a los seres humanos posibilidades de decisión y
liberarlos de las imposiciones de la naturaleza) surge una novedosa asignación
global y mundial de peligros frente a la cual las posibilidades individuales de
decisión apenas existen, pues las sustancias nocivas y tóxicas están
entrelazadas con la base natural, con los aspectos elementales de la vida en el
mundo industrial” (Beck, 1998; p. 47).
26
Los accidentes de tráfico en carretera…
En una primera etapa –siglo XIX y primera mitad del XX-, la modernización
nos libera de la escasez y nos proporciona riqueza. Pero poco a poco, de forma
imperceptible, la bonanza del bienestar alcanzado nos lleva a una segunda fase en
la que se van haciendo evidentes los efectos secundarios del superdesarrollo
industrial: amenaza nuclear y escapes radiactivos, contaminación generalizada de
aire, aguas y tierra, daños irreversibles a seres humanos y a especies animales y
vegetales. La modernidad nos hace víctimas de sus propios e incontrolables
excesos, “mientras que en la sociedad industrial la «lógica» de la producción de
riqueza domina a la lógica de la producción de riesgos, en la sociedad del riesgo se
invierte esta relación” (Beck, 1998). De manera que, paradójicamente, venciendo
los temores a la naturaleza y la escasez, hemos dado lugar a un monstruo mayor
(¡es global!) producto del desarrollo industrial, técnico y económico: la sociedad
del riesgo. La miseria, el hambre, el acceso a la sanidad, se padece de manera
diferencial en la moderna sociedad de clases. De la contaminación radiactiva, del
efecto a largo plazo de los pesticidas, de la lluvia ácida, nadie se libra, y así el
desastre de Chernobil –“nube radiactiva”- tuvo en vilo a un pueblo tan próspero
como el sueco, pendiente (y dependiendo) de dónde fuese el viento (Beck, 1998).
Invención del XIX, objeto de consumo masivo en el XX, el automóvil, y en
general el transporte por carretera, constituyen un sector primordial en el desarrollo,
mantenimiento y progreso de las sociedades que se quieren prósperas, y conllevan
los factores que dan forma a la sociedad del riesgo. Vivimos a merced del peligro
de las nucleares, como vivimos a merced del peligro de los accidentes de tráfico.
Negamos los problemas de los accidentes nucleares, de la erosión del suelo, de la
contaminación sutil de nuestros alimentos, como negamos el riesgo de accidente de
tráfico. La contribución del transporte por carretera a la sociedad del riesgo puede
entenderse a tres niveles. Por un lado destacan las repercusiones globales, más
amplias e inespecíficas, del transporte: efecto invernadero, calentamiento,
contaminación, riesgos globales que afectan la vida de cualquier ser vivo (Beck,
1998). Por otro lado, en un ámbito específicamente humano y atendiendo al riesgo
del accidente de tráfico, contribuye al conjunto de riesgos sociales globalizados. Un
último estrechamiento del foco nos llevaría al conjunto de riesgos laborales
derivados de la actividad profesional ligada al transporte (p. ej., los accidentes in
itinere y en misión). Veamos el aspecto más general.
Las repercusiones globales del sector transporte, y en especial del transporte
por carretera, se hallan tras un gran número de los problemas “ecológicos” y de la
naturaleza –en la que nos incluimos los seres humanos. Dicen los informes que el
transporte por carretera es el factor que más contribuye a la contaminación
atmosférica total (emisiones de CO, CO2 y óxido de nitrógeno) en la actualidad. Y
no sólo eso: está previsto que la contribución relativa del transporte por carretera a
la contaminación atmosférica global sea la única que vaya en aumento mientras
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Capitulo 1
5
La OECD la forman en la actualidad 29 países: Australia, Austria, Bélgica, Canadá,
República Checa, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Hungría, Islandia,
Irlanda, Italia, Japón, Corea, Luxemburgo, Méjico, Holanda, Nueva Zelanda, Noruega,
Polonia, Portugal, España, Suecia, Suiza, Turquía, el Reino Unido y los Estados Unidos
(Fuente: www.oecd.org).
6
Son datos correspondientes a los años 1993 y 1994 (OECD, 1997).
7
Se estima que para que todas las carreteras de los países miembros de la OECD
cumplieran las normas relativas a la homologación de ruido, deberían gastarse 437 mil
millones de dólares (OECD, 1995).
28
Los accidentes de tráfico en carretera…
8
No sin presiones, Suiza vio aprobado por referéndum el trasvase hacia el ferrocarril del
tráfico de paso de mercancías internacionales para el 2004, decisión popular cuestionada
por la propia UE que ha desarrollado intensas presiones contra lo que se consideran
trabas al transporte motorizado y a la ejecución de nuevas obras de infraestructura viaria
(Fernández, 2000).
29
Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
que tenemos de nosotros mismos y del otro (véase Gergen, 1992; Lipovetsky,
1989). En la sobremodernidad se experimentan una serie de transformaciones
marcadas por el exceso, en particular de tiempo (en el sentido de que hay una
superabundancia de acontecimientos que es difícil catalogar y priorizar, que
producen la impresión de que la historia se acelera), de espacio (que es excesivo,
casi inabarcable, precisamente por el efecto de los medios de comunicación,
audiovisuales y de transporte, que han hecho el mundo pequeño y accesible) y de
ego (sobre todo en las sociedades occidentales donde predomina la auto-referencia,
el individuo se cree un mundo, cree interpretar para y por sí mismo las
informaciones que se le entregan, etc.).
Esas coordenadas fundamentales (aquí, ahora, yo) las ha pensado el
antropólogo tradicionalmente en un lugar con gente, con límites, con unas
características físicas y naturales, con un actividad física, con historia. Y así, Augé
habla de lugar antropológico como una construcción concreta y simbólica del
espacio, que no explica el trasiego y las contradicciones de la vida social, pero que
es una clave de nuestros parámetros vitales. Según Augé, los lugares
antropológicos tendrían al menos tres rasgos comunes: ir ligados a una identidad,
unas relaciones y una historia. Son lugares (la plaza del pueblo, el terruño, el altar)
que corresponden cada uno “a un conjunto de posibilidades, prescripciones y
prohibiciones cuyo contenido es a la vez espacial y social” (p. 58).
La definición de lugar antropológico conlleva algo simbólico y personal, pero
también geométrico, quedando delimitado por tres formas espaciales simples: la
línea, la intersección de líneas, el punto de intersección. Tales son las formas
elementales, y complementarias, del espacio social: los itinerarios, caminos
trazados por los hombres, las encrucijadas, lugares donde los hombres se cruzan y
reúnen (centros económicos, sociales), y los centros monumentales, religiosos y
políticos (lugares que definen identidad social). Cada forma espacial va ligada a la
identidad, a la relación y a la historia de los hombres de algún modo, ocupa un
momento y tiene una duración. Y esta estructura es la que deposita, normalmente
en los centros urbanos (que lo son a la vez políticos, administrativos, de
comunicaciones, de ocio) de las grandes ciudades, los comportamientos más sutiles
y propios del hombre civilizado en relación con los demás.
Frente a esa experiencia del otro que refuerza de forma directa o indirecta las
relaciones, la identidad y la historia, surge según Augé (1993) una mirada nueva
que impone a las conciencias individuales experiencias y pruebas muy nuevas de
soledad, directamente ligadas a la aparición de esos no lugares que son las vías
aéreas, ferroviarias, autopistas y los habitáculos móviles llamados medios de
transporte (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y estaciones ferroviarias,
estaciones aeroespaciales, grandes cadenas hoteleras, parques de recreo,
supermercados. Siguiendo a Weber, Augé considera que lugar y no lugar son dos
31
Capitulo 1
tipos ideales con lo que también en los no lugares “los lugares se recomponen, las
relaciones se reconstituyen (…). Son palimpsestos donde se inscribe sin cesar el
juego intrincado de la identidad y de la relación.” (p. 84). También Goffman
(1959/1981) diferenciaba dos tipos básicos de interacción, las actuaciones
(performances, más propias de lugares, hay reconocimiento e influencia) y los
encuentros (encounters, mero reconocimiento, más propias de no lugares). Ritzer
(1996) habla de pseudointeracciones para calificar la hueca relación estándar entre
cliente y camarero en cualquier negocio Macdonalizado. En suma, lugares y no
lugares no existen bajo una forma pura, sin embargo:
“Se ve claramente que por „no lugar‟ designamos dos realidades
complementarias pero distintas: los espacios constituidos con relación a
ciertos fines (transporte, comercio, ocio) y la relación que los individuos
mantienen con esos espacios. (…). Los no lugares mediatizan todo un
conjunto de relaciones consigo mismo y con los otros que no apuntan sino
indirectamente a sus fines: como los lugares antropológicos crean lo social
orgánico, los no lugares crean la contractualidad solitaria. ¿Cómo imaginar el
análisis durkheimiano en una sala de espera de Roissy?” (Augé, 1993, p. 98).
Espacio vital vinculado a una red de itinerarios cada vez más global,
promotores de relaciones más impersonales, esos no lugares que son la autopista
o el aeropuerto suelen venir con „manual de uso‟ (señales, paneles, pantallas).
“Así son puestas en su lugar las condiciones de circulación en los espacios
donde se considera que los individuos no interactúan sino con los textos sin
otros enunciadores que las personas „morales‟ o las instituciones (aeropuertos,
ministerio de transportes, sociedades comerciales, policía caminera,
municipalidades) cuya presencia se adivina vagamente o se afirma más
explícitamente („el Estado trabaja para mejorar sus condiciones de vida‟)
detrás de los mandatos, los consejos, los comentarios, los „mensajes‟
transmitidos por innumerables „soportes‟ (carteles, pantallas, afiches) que
forman parte integrante del paisaje contemporáneo.” (p. 99-100).
El no lugar uniformiza, se dirige al hombre medio, al “usuario del sistema
vial”, detectable como elemento dentro del sistema, pero no reconocible (como
individuo, como persona). A la manera de Tönnies (1887/1979), el no lugar no
sólo privilegia lo societario frente a lo comunitario, supone una avanzada de
aquel que va incluso más allá de lo que Goffman (1971) caracterizó como civil
inattention (cf. Giddens, 1997). El conductor está así, consigo mismo y entre los
demás conductores, en una especie de limbo relacional:
“Solo, pero semejante a los otros, el usuario del no lugar está con ellos (o con
los poderes que lo gobiernan) en una relación contractual. La existencia de
este contrato se le recuerda en cada caso (el modo de empleo del no lugar es
un elemento de eso): el boleto que ha comprado, la tarjeta que deberá
presentar en el peaje (…) son la marca más o menos fuerte de todo eso. (…).
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Capitulo 1
70-90 km/h optimiza el flujo circulatorio en vías con dos carriles (Vester, 1997).
Pero el deseo, por ejemplo de los ciudadanos, de mantener las velocidades
máximas a nivel legal (y no digamos las que prestan los vehículos) va sin duda a
favor de la construcción de más autopistas y autovías, adición de terceros
carriles, túneles y circunvalaciones. Muchas autopistas nuevas y
circunvalaciones (p. ej., las recientes Radiales de Madrid) son rápidamente
aprovechadas (¿o fueron promovidas?) por especuladores para construir nuevas
zonas residenciales a las que se asegura „un rápido y cómodo acceso al centro‟.
Por otra parte, ser consciente de que uno circula a menudo a velocidad baja y
embotellado, y que aparcar es caro o difícil, puede ser subversivo en el sentido
de animar a los ciudadanos a tomar el transporte público o preferir el tren. Si
después de todo se hace imposible llegar al centro siempre nos quedará exigir el
metro (que todos pagaremos).
Por último, en fin, podríamos mencionar la necesidad de la velocidad como
argumento de venta, lo indispensable que parece a ojos de los fabricantes.
Quedan lejos los días de anuncios televisivos explícitos, pero la idea de vehículo
veloz (en espacio vial vacío) sigue estando presente en los anuncios de
automóviles. Y es que el automóvil ocupa un lugar que en realidad está muy
disputado. Las grandes distancias son hoy día del avión y las medianas
distancias lo son cada vez más del tren. Las pequeñas distancias urbanas son más
razonables a pie, en bicicleta o en transporte público (taxi, autobús, metro,
tranvía), sobre todo teniendo en cuenta los problemas de embotellamientos y los
aparcamientos. En el limbo de la distancia alrededor de la ciudad, quedan los
trenes y los autobuses de cercanías. La racionalidad del automóvil en un
contexto realista va a menos, motivo por el cual hay que mantener y recargar su
valor simbólico y estético (Vester, 1997; Fernández, 2000).
Pero también hay elementos que hay que tener en cuenta cuando el tráfico
sirve al negocio. La velocidad es un consumible para el comercio y la economía
globalizada („time is money‟). Comparada con la celeridad de Internet, el
teléfono, la radio, la esencial transmisión de materiales, bienes y personas, se
queda desfasada. Pese a los límites de velocidad impuestos en la mayoría de
Estados, todo pasa como si la velocidad adecuada aún estuviese por determinar.
Al fin y al cabo hace 100 años era diez veces menor ¿Va a seguir aumentando?
¿Es por ello mejor no limitar la velocidad de los vehículos y estirar los márgenes
legales? Por otra parte, la intermodalidad (conjugar avión-barco-tren-camión
para optimizar el traslado de bienes y personas) sigue pareciendo un juego torpe
y primitivo. De esto da fe el constante incremento del transporte pesado por
carretera en las grandes vías, entorno al 10-30% anual (OECD, 1997a), y la
lentitud de la articulación y extensión de la red ferroviaria de mercancías. Lo que
vemos son camiones más potentes y que viajan a velocidades casi de turismo.
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obeying rules, not by experience” (p. 416). A diferencia de los pilotos aéreos que
manejan los aviones según un procedimiento bien establecido, los conductores –
pese a las normas- conducen según su propia experiencia personal y así deciden
qué velocidad llevar, qué distancia de seguridad mantener. Debería darse otra
consideración a las normas:
“La ley de tráfico debería reflejar el conocimiento acumulado por muchas
disciplinas profesionales de forma paralela o similar a las normas de aviación.
Sin embargo, a diferencia del tráfico aéreo, la ley del tráfico se infringe de
forma rutinaria, quizá varias veces en cada viaje por la mayoría de
conductores. La norma social incorpora lo aceptable de estas infracciones en
un grado que no tiene paralelo en otras leyes que tratan de proteger al
público.” (Evans, 2004; p. 416).
Sólo en España se expidieron en 2005, sin contar con País Vasco y Cataluña,
más de 2,5 millones de denuncias, 115 denuncias por cada 1000 vehículos de
parque (DGT, 2005b). Realmente muchos conductores „olvidan el
procedimiento‟. Pero volvamos al enforcement tradicional, que según Evans
(2004) presenta dos problemas fundamentales (véase cap. 4, estudio 1). Por un
lado, proporciona una probabilidad de detección escasa y caprichosa. La
vigilancia tradicional es costosa e inefectiva, sólo puede controlar una fracción
mínima del tráfico, de modo que la probabilidad de ser detectado es muy baja.
Ser multado depende más de la presencia policial que de haber cometido o no
una infracción, y los que son multados se ven a sí mismos como víctimas de
estar en el lugar inadecuado en el momento inadecuado, en lugar de admitir que
su comportamiento supuso un riesgo para la seguridad vial propia y ajena. Gran
parte del daño en el tráfico se debe a conductores que de forma rutinaria y
flagrante infringen la ley de tráfico. Pese a ser numerosas, sólo una minúscula
parte de sus infracciones son detectadas. Un conductor debe ser prácticamente
un infractor rutinario para recibir, pongamos, cinco multas en dos años (véase
Cooper, 1997). Evans (2004) también destaca que la naturaleza caprichosa del
presente sistema promueve un vínculo inapropiado y peligroso entre los
ciudadanos comunes y los conductores de alto riesgo. Los ciudadanos normales
a menudo ven a los que infringen como pares, pero con menos suerte, y no como
amenazas hacia ellos y sus familias, lo que de hecho son. Por último, el público
sospecha sobre las motivaciones económicas que pueda haber tras la ley de
tráfico y el enforcement. Esto daña la reputación del gobierno y los conductores
en general ven las multas como una tasa ilegítima, mientras los que han de
contribuir lo ven como si les hubiese tocado una lotería que no querían.
Finalmente, Evans (2004) insiste en que la conducción es una actividad
pública, no privada, un principio que debe anunciarse claramente entre los
conductores. “Privacy must be sacrosanct for private activities, but not for
public activities.” (p. 419). Hay que reconocer que en el ámbito de la conducción
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Los accidentes de tráfico en carretera…
la aceptación del público de intrusiones del gobierno es bastante alta (acepta que
debe obtener una licencia controlada por el gobierno, que puede ser revocada;
que no puede conducir en ebriedad; que la policía revise sus vehículos y les pare
si son sospechosos de infracción), cosa que sería inaceptable en otros ámbitos de
la vida. Sin embargo, la gente sigue resintiendo el control que va añadiéndose a
lo tradicional (p. ej., radares y cámaras) aunque lo aceptan rutinariamente en
otros contextos (p. ej., en aeropuertos) y que según Evans proporcionarían una
mayor probabilidad de detección siendo ésta, y no la severidad de la multa, la
clave para disminuir la infracción.
“Elevar la probabilidad de que la infracción de tráfico fuese detectada a la
categoría de certidumbre reduciría las infracciones de tráfico a casi cero. (…)
eliminar las infracciones de tráfico reduciría el número total de colisiones el
50%, los casos de lesiones graves aún más y los casos de muerte todavía más.
Sospecho que estas estimaciones son, de hecho, bajas. Cuando ocurre una
colisión a menudo no hay evidencia más allá del testimonio del conductor que
colisionó, de manera que muchas infracciones de tráfico antes de un accidente
probablemente no sean registradas.” (Evans, 2004; p. 422).
Evans asegura que la clave de ello está más en controlar el comportamiento
del conductor (su temor a las consecuencias adversas, el impacto de las normas
sociales, el efecto de los mass media, las intervenciones legislativas) bien
combinado con medidas de ingeniería. Y es verdad que las estrategias que han
hecho suelo común en la práctica del ámbito europeo en los últimos años han
tenido mucho que ver con el aspecto del Enforcement, tanto el tradicional como
el automatizado. En este sentido, se puede decir que el gobierno español y la
DGT han captado claramente este zeitgeist de la UE para el tráfico. Así, ha dado
lugar –como lo hicieron años atrás Francia, Alemania o Italia- a la implantación
del permiso por puntos (2005). También, como Inglaterra, Holanda y
especialmente Francia, va implementando un mallado de sistemas automáticos
de detección de infracciones de velocidad (cámaras, radares) para reducir su
frecuencia. Por último, va acometiendo una serie de reformas legales que
endurezcan las consecuencias de las infracciones (algunas de ellas pasando a un
estatus penal), y que hagan más difícil la tarea a los quita-multas y más efectiva,
en la práctica, la contabilidad del permiso por puntos (DGT, 2005).
La ciudadanía europea se va concienciando de la lacra de los accidentes y va
aceptando, si se puede afirmar, el ejercicio de la „mano dura‟ en pro de la
seguridad viaria. En 2001 la Comisión Europea dispuso en Lisboa un objetivo de
mejora para los accidentes de tráfico, el conocido Libro Blanco, cuyo objetivo
era reducir los accidentes a la mitad en 2010. Sin duda un objetivo ambicioso
para 10 años, teniendo en cuenta que reducir a la mitad las cifras en accidentes
en el ámbito europeo ha costado 30 años: pasar de las 91.000 víctimas en
accidentes mortales en 1970 (Barjonet, 1997) a las cerca de 44.000 en 2001.
41
Capitulo 1
Pues bien, aunque parece que es difícil conseguir este objetivo, las sempiternas
mejoras en infraestructuras, pero también las citadas estrategias de mano dura y
enforcement (p. ej., Reino Unido cuenta con una red de cerca de 6000 puntos de
control de radar -véase Lucas y Ruíz, 2008) son, a corto plazo, las alternativas
fundamentales para la reducción de los accidentes.
Complementando al recrudecimiento del enforcement (tradicional,
automático), se observa ya la entrada de un ciclo de renovación que afecta
particularmente al Engineering. Si nos ceñimos a la UE, se diría que la cuestión
pasa por un momento de concienciación: se asume la importancia de la
movilidad, de un transporte eficiente como motor de la economía. Pero se
reconocen los problemas del transporte: congestiones, daño al medioambiente y
a la salud, gastos de energía, y sobretodo (¿?) los accidentes de tráfico:
“De todos los problemas de transporte, la seguridad es el que tiene un mayor
impacto en las vidas de cotidianas de los ciudadanos. También tiene un gran
impacto en la mayoría de los indicadores socio-económicos. Con su “Libro
Blanco” en septiembre de 2001, la Comisión Europea puso el objetivo de
disminuir a la mitad las muertes por el tráfico en 2010. En la Europa de los
25, más de 40.000 personas mueren cada año y muchas más resultan
lesionadas. En total, hay cerca de 1,4 millones de accidentes en las carreteras
europeas cada año, lo que implica un coste de 200 mil millones de euros a la
UE –el 2% del PIB de la UE. El logro de este urgente objetivo requiere un
rápido incremento del esfuerzo por parte de todos los agentes implicados en la
seguridad. Para apoyar tales acciones, en abril de 2002 la Comisión Europea
lanzó oficialmente una iniciativa conjunta industrial y pública: eSafety.”
(eSafety Support, 2006; p. 7 )
La eSafety es, efectivamente, una iniciativa pública (Comisión Europea) y
privada (fabricantes de automóviles, fabricantes de componentes, empresas de
telecomunicaciones) que configura la apuesta high-tech europea para la solución
de toda índole de problemas de tráfico merced al desarrollo y aplicación de
sofisticados sistemas electrónicos de todo tipo para los vehículos y las
infraestructuras viarias (véase www.esafetysupport.org). Apoyada por
DGTREN (Directorado General de Transporte y Energía) y por DGINFSO
(Directorado General para la Sociedad de la Información), esta iniciativa cuenta
con diversos working groups a cada uno de los cuales asisten expertos que
analizan la problemática a todos los niveles (accidentalidad; información de
tráfico y viaje en carretera; interacción hombre-máquina; llamadas automáticas
de emergencia –eCall-; mapas digitales; tecnologías para una movilidad limpia y
eficiente, etcétera) y tratan de articular medidas conjuntas. Recuerda a ciertas
utopías tecnológicas, a la manera de Blade Runner o Minority Report donde
prácticamente todo podrá estar bajo el control de la tecnología: información de
todo tipo que podrá incluso ser exhibida en paneles informativos y en el interior
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Los accidentes de tráfico en carretera…
de los propios vehículos (lo que ya es realidad), las distancias entre vehículos,
las maniobras posibles entre vehículos, la velocidad a la que estos circulan, si el
control lo tiene el vehículo o el conductor, o el nivel de alerta del conductor.
También hay dos grupos de trabajo (user awarenes y communication platform)
dirigidos específicamente al usuario: determinar su conocimiento de estas
mejoras (los usuarios se lían con tantas siglas y acrónimos), si parecen
interesantes o si merece la pena pagar un precio extra.
La idea de difusión-compra de la mejora tecnológica es muy importante y el
referente es el trabajo realizado en los últimos años para dar a conocer las
virtudes de vehículos que han pasado el test EuroNcap (European New Car
Assessment Programme, hasta cinco estrellas de seguridad), lo que constituye de
hecho la „marca‟ EuroNcap. Dos proyectos constituirán la bandera de eSafety a
corto plazo: eCall y ESC (Control Electrónico de Estabilidad). El ESC es “una
función de seguridad vinculada a sensores de frenado y control de la tracción
que permite al vehículo corregir su trayectoria en curvas y vías deslizantes.”
(eSafety Support, 2006; p. 487). Esta idea ha venido siendo desarrollada bajo
distintos rótulos por distintas marcas (europeas) y es ya una realidad localizable
en la publicidad. Es la medida técnica más avanzada en términos de
implantación y la cuestión radica en potenciar su conocimiento por parte del
usuario. Hay que promover la idea de su utilidad de forma que desee adquirirla,
vea justificado su coste y quede incorporada en todos los vehículos (los de alta
gama suelen incorporarlo ya) al estar el usuario dispuesto a pagar el ESC.
El eCall “una llamada de emergencia generada bien manualmente por los
ocupantes del vehículo, bien automáticamente a través de la activación de
sensores en el vehículo cuando ocurre un accidente” (eSafety Support, 2006; p.
486), es un proyecto especialmente mimado por la CE. Se trata de una activación
vía E112 (número de emergencias paneuropeo) que transmite la suficiente
cantidad de información como para que los servicios de emergencia puedan
localizar el lugar del accidente con un margen de error de metros o decenas de
metros. La idea, que debería ser una realidad en 2010, se rige por una visión de
asistencia universal –como la sanidad o la educación- que se extrapola a la
seguridad viaria: todo conductor (europeo) será localizado en cualquier lugar de
Europa de la forma más rápida si padece un accidente de tráfico; se centra en la
importancia de recibir una asistencia rápida en caso de accidente, y el principal
problema –para los fabricantes- son los costos añadidos de la versión
técnicamente más sofisticada, especialmente para los vehículos más modestos.
En años sucesivos, habrá que ver qué innovaciones resultan más eficaces en
la prevención o asistencia de los accidentes de tráfico y en la promoción de la
seguridad vial en general, y cuáles se elevan a la categoría de estándar europeo:
vehículos que se comunican de la mutua presencia, puertas que no se abren si se
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Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capitulo 1
especiales para conducción sobre hielo y nieve, que lleva a los más jóvenes a
accidentarse más (OECD, 1990; Elvik y Vaa, 2004). Por otra parte, la educación
formal no se centra en limitar el acceso de los conductores, y siempre ha tenido
un planteamiento más bien aperturista, de cara a permitir el mayor acceso
posible a la conducción, en una sociedad para la que conducir no sólo es un
negocio y contribuye al negocio, sino que se ha convertido prácticamente en un
derecho social más (Caparrós, 1985a; véase cap. 2). Un ejemplo reciente lo
constituye la equiparación de carné de conducir con países extra-comunitarios
con los que hay tratados de inmigración laboral, pese a las serias diferencias en
materia educativa y cultural con respecto a la conducción entre países como
España, Argentina, Perú o Marruecos.
El proyecto DAN (Bartl, 2000) ha planteado la necesidad de cambiar el
currículum educativo que se imparte actualmente en las autoescuelas, diseñado
bajo una política de mínimos, muy centrado en los aspectos técnicos y de
habilidades, y que deja de lado aspectos relacionados con el auto-conocimiento
de los propios conductores que podrían incidir en la conducción y en la
seguridad vial (Hatakka, Keskinen, Gregersen, Glad y Hernetkoski, 2002).
Siguiendo un modelo jerárquico básico de las habilidades que intervienen en la
conducción, se puede decir que las dimensiones curriculares actualmente en
vigor en la educación formal se centran en los módulos inferiores (nivel táctico –
maniobras; nivel operativo –dominio de situaciones de tráfico) a la vez que
descuidan, si no ignoran totalmente, los niveles superiores (nivel estratégico –
objetivos y contexto de la conducción; nivel general –objetivos y habilidades
vitales). Viene a decir que la gente cuando conduce „se olvida de ser persona‟, lo
que coincide con la imagen estereotipada de la „transformación agresiva al
volante‟, pero también con el embotamiento propio y la cadencia de ese no lugar
que es el sistema tráfico (Augé, 1993). Es un enfoque interesante que destaca las
deficiencias de los currículos educativos de las autoescuelas a los que,
irónicamente, también les vendría bien algo de „educación para la ciudadanía‟.
Evans (1990) ha afirmado que la historia y la cultura que se desarrolla sobre
la problemática del accidente de tráfico y la seguridad vial, es un factor clave en
la reducción de los accidentes observada a lo largo de todo el siglo XX. No
negaremos la importancia o la validez de este enfoque, más bien al contrario,
aunque debemos señalar muy brevemente algunas dificultades a la vista. Por un
lado, el enriquecimiento curricular propuesto por Hatakka et ál. (2002) chocará
con todo lo que suponga incrementar el tiempo o el dinero que se requiere para
formar a un conductor (pongamos, en la actualidad, dos o tres meses), lo que
entre otras cosas, debería pasar por formar a los propios profesores de
autoescuela, actualizar sus currículos con arreglo al nuevo enfoque, y exigirles
más formación de base. Por otro lado, esta solución se enfrentaría a otro
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Los accidentes de tráfico en carretera…
* * *
Llegados a este punto, prácticamente finaliza nuestro análisis del contexto y
la problemática global de los accidentes de tráfico. Por un lado, hemos destacado
el accidente de tráfico en carretera como problema de salud (nacional e
internacional). Por otro lado, hemos ubicado la problemática en un contexto
amplio, tanto su relación directa con la acción del Estado, como su aspecto de
daño colateral (junto al deterioro del entorno, el problema energético) derivado
de las poderosas inercias a las que está sujeto y de las que es producto, tanto en
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Capitulo 1
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Los accidentes de tráfico en carretera…
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Capítulo 2
Capítulo 2
2.1. Introducción
La efectividad de las intervenciones en seguridad vial comenzó a ser
especialmente cuestionada en la década de 1970 con la crítica de los skill
models, que consideraban los accidentes como el resultado de la discrepancia
entre las demandas de la tarea y las habilidades del conductor, y la formulación
de los modelos motivacionales de la conducción (Michon, 1985). La adaptación
del comportamiento (véase cap. 1), es el concepto central, con especial énfasis
en aquellas adaptaciones que comprometen la seguridad vial, por ejemplo
conducir más peligrosamente por llevar casco (Underwood, Jiang y Howarth,
1993) tras haber adquirido habilidades especiales de conducción (Williams y
O‟Neill, 1974) o ver incorporado el ABS al propio vehículo (Vaa, 2007; véase
OECD, 1990; Elvik y Vaa, 2004). Este conflicto fundamental en el sistema de
tráfico, núcleo duro de la problemática de la motorización, nos permitirá esbozar
la evolución de las atribuciones de la psicología surgidas de la lectura de la
interacción que se ha desarrollado entre los conductores, cuyo comportamiento
„anómalo‟ causa los accidentes, y las instituciones reguladoras del sistema
tráfico, cuyas intervenciones tratan de aplacar este problema.
Como hemos visto, la intensificación de la movilidad en el sistema de tráfico
(más participantes, más desplazamientos, más velocidad) se encuentra en el
origen de la problemática de los accidentes. Ante esto, poco a poco, el sistema
de tráfico se organiza burocráticamente: normas escritas (leyes de tráfico);
acceso reglado al sistema de tráfico y a los distintos tipos de vehículo (de menor
a mayor tamaño, potencia, prestaciones de carga, etc.) en función de los méritos
demostrados (examen); adopción de roles con arreglo a las prescripciones y el
lugar ocupado en el sistema, etc., etc. Se trata de una organización cuyo
funcionamiento descansa en el acatamiento de las normas y en el principio de
autoridad de los agentes. La idea era que los accidentes derivaban de anomalías
en la conducción, bien provenientes de ciertos conductores ineptos, incapaces de
conformarse a estas normas por carecer de las habilidades de detección de
señales o de toma de decisiones adecuadas, o bien de las autoridades, que no
lograban comunicar con efectividad las normas mediante dispositivos como
señales de tráfico o signos en las carreteras (Knapper y Cropley, 1981).
Teniendo que abordar este sistema de transporte motorizado, cabe pensar en
dos tipos de enfoques desde la psicología, un enfoque predominantemente
nomotético-holista, centrado en el funcionamiento general del sistema tráfico, o
uno de tipo idiográfico, analizando el impacto diferencial de sus elementos
inmediatos (carretera, vehículo, conductor). Este segundo enfoque fue adoptado
desde los comienzos, cargando a los conductores con la responsabilidad de la
mayoría de los accidentes desde que la seguridad vial devino un problema
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Capitulo 2
a partir de entrevistas con los dirigentes expertos de las empresas. Una vez
establecidas las dimensiones pertinentes, se diseñaban una serie de pruebas y
aparatos de medida (p. ej., el perceptotaquímetro para medir distancia y
velocidad; el cronoscopio para los tiempos de reacción; el oscilógrafo que medía
el tipo y grado de emotividad, etc.). Una vez determinados los requisitos
mínimos y las pruebas para su registro, era posible obtener un juicio de tipo
apto/no apto sobre el aspirante (Caparrós, 1985a).
En esta etapa queda perfilado el rol del psicólogo, como un agente de
relativo peso en el análisis del sistema tráfico, y su objeto de intervención: el
conductor con pocas aptitudes. Los accidentes de tráfico serán el resultado de la
carencia o los fallos en habilidades de tipo perceptivo-motriz. Es el inicio de los
modelos de habilidades (skill models), cuya premisa básica es que la seguridad
del conductor se ve determinada principalmente por la relación existente entre el
nivel de sus habilidades y las demandas propias de la tarea y la situación
(Summala, 1985; Carbonell, Bañuls, Cortés y Saiz, 1995). El remedio contra los
accidentes consiste en aplicar un filtrado, si bien éste no podía ser demasiado
exigente, especialmente de cara al acceso al vehículo privado. No olvidemos la
visión de Ford: sólo se podía impedir el acceso al automóvil de un conjunto
pequeño de aspirantes muy mal dotados, se trataba de seguir un „criterio de
mínimos‟. Con todo, “el hecho de que existieran, además, unos evidentes
intereses económicos no ha de tergiversar el sentido que Münsterberg atribuyó a
sus pruebas: no seleccionar a los mejores, sino eliminar a los inútiles.”
(Caparrós, 1985a; p. 47).
En definitiva, el problema de los accidentes se enfocó inicialmente como un
problema de ineptitud de algunos conductores: se accidentan aquellos que no
poseen ciertas habilidades y aptitudes necesarias en la conducción, y la solución
preventiva es diseñar pruebas que permitan filtrar a esa minoría inepta y un
currículum de conocimientos y habilidades mínimas que oriente los programas
de educación del conductor (Barjonet y Tortosa, 2001). Estos insights teóricos
dejarían de ser la corriente principal pero siguen teniendo momentos de gloria
(véase 2.2.3.1).
En los últimos 30 años, la investigación ha ido sustituyendo variables
directas y simples (tiempos de reacción), por otras más complejas (dependencia
de campo, atención selectiva), y se ha relativizado el papel de la instrucción
técnica y la posesión de aptitudes y/o habilidades de conducción frente a la
experiencia, la adaptación a las propias deficiencias, en suma, del desempeño
frente al comportamiento, como factores discriminantes de accidentalidad
(Shinar, 1978; McKenna, 1982; Elander, West y French, 1993). Esto es
particularmente evidente en la alta tasa de accidentalidad en conductores jóvenes
(Maycock, 1997; Elliot, Waller, Raghunathan, Shope y Little, 2000). Con todo,
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cabo por el ejército prusiano en el último cuarto del siglo XIX (Hakkinen, 1963).
Sin embargo, los datos de Greenwood y Woods (1919), basados en registros
obtenidos de un grupo de trabajadoras en una fábrica de municiones durante la
Primera Guerra Mundial, parecían contradecir este supuesto, pues quedaban
mejor descritos por una distribución binomial negativa. Buscando una
explicación matemática para esta discrepancia, Greenwood y Woods mostraron
que la distribución esperada –Poisson-, podía obtenerse partiendo de un sencillo
supuesto: que la experiencia de cada individuo era descrita por la distribución de
Poisson, pero que el valor medio de lambda ( ) variaba de individuo a individuo
(como la altura o el peso) siguiendo una ley estadística particular. Pocos años
después el parámetro fue llamado como accident proneness, y complementado
por un supuesto: que cada individuo posee un valor de relativamente
constante, producto de su constitución física y psíquica (Haight, 1964).
La idea del conductor propenso tuvo una vigencia de unos 40 años en la que
las publicaciones relacionadas con el concepto se cuentan por cientos (Haight,
1964; McKenna, 1983; Blasco, 1988). Haddon et ál., (1964) distinguen tres
pasos en la evolución de la investigación (véase Whitlock, 1971). El primer paso
lo dan Greenwood y Woods (1919) con un estudio riguroso de accidentes
industriales (cuidaron la selección de grupos de estudio con nivel similar de
exposición), lo que les permitió establecer una correlación estadística, aunque no
dejaron de constatar las debilidades del método (los problemas relacionados con
la completitud de los informes, los factores espurios, el sentido de las variables,
los tipos de accidente estudiados y el valor predictivo de los hallazgos). Pese a
todo, concluyeron en favor de las diferencias individuales: “hasta donde llega
nuestro conocimiento actual, parece que la génesis de accidentes múltiples en
condiciones externas uniformes es una cuestión de personalidad y no viene
determinado por ningún factor extrínseco obvio.” (Greenwood y Woods, 1919;
p. 396). Pese a la seriedad del estudio, esta afirmación era criticable dado que se
trata de un diagnóstico de exclusión al que se llegó en ausencia de cualquier
estudio de la personalidad de aquellos sujetos cuyos accidentes fueron detallados
y tabulados, lo que no impidió que su validez aparente fuese aumentando debido
a las frecuentes citas fuera de contexto (Haddon et ál., 1964).
El paso siguiente lo dio Newbold (1926), que siguió el método de
Greenwood y Woods estudiando los registros de accidentalidad en trabajadores
de trece fábricas, y mostrando su relación con ciertas características
demográficas del grupo. También su trabajo fue riguroso y sus conclusiones
abiertas a otras consideraciones: “no es posible en un examen masivo de este
tipo determinar qué parte corresponde a las diferencias individuales en las
condiciones de trabajo y cuánto a la disposición personal, pero hay muchos
indicadores de que alguna parte, en alguna medida, se debe a la disposición
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evidencia indica que no hay algo así como un tipo único de individuo seguro o
inseguro.” (Haddon et ál., 1964; p. 386-387).
La idea de propensión se ancla en ciertas suposiciones no exentas de crítica.
Por ejemplo, la idea de que la existencia de un pequeño grupo accidentes causa
la mayoría de los accidentes es cuestionable, dado que incluso en distribuciones
basadas en el azar es posible hallar que pocas personas son responsables de
muchos accidentes, lo cual no proporciona evidencia alguna de la existencia de
propensión al accidente. Otra crítica hace referencia a la circularidad
argumental: se emplea la noción de propensión al accidente para explicar el
patrón de datos de accidentes y después se emplea el concepto como explicación
causal del patrón de datos que describe (Haight, 1964; McKenna, 1983; Blasco,
1988; Hansen, 1988). Por otra parte, se ha observado que no siempre las mismas
personas están en el grupo de propensos (Suchman y Scherzer, 1960; McGuire,
1976; Zaidel, 2001). Entre las razones de corte metodológico, destacaríamos la
ausencia de control de exposición a otros factores exógenos. Por ejemplo, el
estudio de Tillman y Hobbs (1949) sin duda el más conocido sobre la propensión
al accidente de tráfico por el célebre estribillo a man drives as he lives, concluye
que los conductores que más se accidentan poseen los rasgos del accident
proneness sin siquiera haber controlado la exposición al accidente de los dos
grupos bajo estudio. El control de la exposición, sigue en nuestros días siendo el
Sísifo de la investigación en diferencias individuales (Elander et ál., 1993;
Ranney, 1994), como lo son problemas evidenciados hace cuatro décadas, tales
como la independencia de las observaciones; problemas en la definición de los
eventos que son considerados accidente, y en la completitud y exactitud de sus
datos; en la consistencia de los registros de accidentes en periodos sucesivos; en
los criterios de propensión personal al accidente; en la adecuación de los
instrumentos existentes de análisis estadístico, y en las precauciones a tener en
cuenta contra el uso de técnicas cuando se aplican con distribuciones de
frecuencias asociadas con datos de accidentes, etc. (Arbous y Kerrich, 1953;
Haight, 1964; Whitlock, 1971; McKenna, 1983).
Lo anteriormente expuesto no invalida el análisis estadístico de la
propensión, que puede revelarse útil en conductores sobre los que se dispone de
mucha información (como es el caso del transporte público, sobre el que se
dispone de horarios, rutas, kilómetros recorridos, períodos de descanso, etc.), es
decir, bajo condiciones de control muy riguroso (Arbous y Kerrich, 1953;
Hakkinen, 1963; Blasco, 1988). Pero tal como se empleó en sus orígenes, más
que un enfoque diferencial propiamente psicológico, se le debe considerar un
proto-enfoque explicativo de la relación entre los accidentes y los grupos de
accidentados basado en argumentos matemáticos. Curiosamente, cuando
empezaba a decaer la repercusión científica del concepto a partir de los años 30
y 40, crecía un folklore alrededor del mismo, y la idea del conductor propenso
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cobraba notoriedad social y aceptación oficial y pública. Es verdad que fue una
época un tanto oscura, de inconsistencia metodológica y teórica en el estudio de
la personalidad en la conducción (Haight, 1964; Germain, 1966; Caparrós,
1985a). Blasco (1988) se muestra comprensivo:
“El problema fundamental fue lo que podríamos calificar como „avidez
preventiva‟, que condujo a la atribución de un solo significado a los resultados
que se obtenían en cuanto a la posibilidad de eliminar el azar como causa de
los accidentes: si no es el azar, es el hombre. De forma que cuando los
matemáticos consiguen (no siempre con claridad) eliminar el azar como factor
causal de las distribuciones de accidentes, la vista se vuelve hacia el sujeto
que ha acumulado cierto número de accidentes. Y se le etiqueta como
«propenso al accidente»‟.” (Blasco, 1988; p. 85).
Sin embargo, Haight (1964) sugiere que, más que al atractivo científico del
concepto, atendamos a su atractivo público, político e institucional. Una
investigación llevada a cabo por la United States House of Representatives en
1938 titulaba una de sus seis secciones „The accident prone driver‟ e incluía las
siguientes dogmáticas conclusiones: “Existe entre la población general de
conductores un pequeño grupo que es definitivamente propenso al accidente, y
un grupo mucho mayor que definitivamente no lo son. (…). Dadas las historias
de los conductores… uno puede predecir sus historias en la otra mitad de la
experiencia, bien prospectiva o retrospectivamente.” (cf. Haight, 1964; p. 46).
Eran los esperanzadores puntos de vista que las agencias subordinadas, y el
público en general, estaban deseando aceptar. Otra fuente de publicidad la
constituyeron algunos psicoanalistas. Aunque los psicólogos no habían podido
identificar al individuo propenso al accidente con test objetivos, algunos
psicoanalistas suponían que (el parámetro propensión) se alojaba en algún
lugar del inconsciente y que retrataban al conductor como:
“Una persona impetuosa que convierte inmediatamente en acción sus
impulsos momentáneos sin deliberación ni plan alguno. Anida en él de
manera arraigada una rebelión contra las excesivas regulaciones en su
socialización temprana –un profundo resentimiento contra las personas con
autoridad. Al mismo tiempo tiene una consciencia estricta que le hace sentir
culpable por su rebelión. En el accidente inconscientemente provocado éste
expresa su resentimiento y su venganza, y al mismo tiempo expía también su
rebelión con su propia lesión.” (cf. Haight, 1964; p. 47).
El concepto ha sobrevivido más que otras teorías gracias a la aceptación
popular de la idea de que algunas personas son propensas: “Sin duda es más
reconfortante adscribir los propios infortunios a un síndrome psicológico
maligno del que uno no tiene responsabilidad alguna que asumir la posibilidad
de que los accidentes no ocurren por otras razones más que la falta de cuidado y
atención.” (Whitlock, 1971; p. 26). En esta línea de auto-engaño colectivo,
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mostrado en los últimos años (véase Elander, et ál., 1993; Ranney, 1994).
Tabla 2. Variables de conducta relacionadas con el riesgo de accidente (cf. Elander et ál.,
1993; p. 280).
Aptitud/habilidad Estilo/rasgo
Medidas específicas Entrenamiento avanzado del Elección de la velocidad
de la conducción conductor Infracciones de tráfico
Percepción del peligro Distancia de seguridad
Medidas extrínsecas a Detección de figuras enmascaradas Conducta tipo A
la conducción Cambios en la atención Actitudes antisociales
Agudeza visual
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Esta parece ser la lógica: hay que hacer algo con los que infringen mucho y
peligrosamente, el conductor propenso. Ciertamente, esos 317 conductores con 4
o más infracciones arrojan 361,7 accidentes, parece segura la reincidencia. Esta
certeza promueve la exigencia de un conocimiento de este tipo de conductores
(actitudes, personalidad, etc.) para aplicarles un tratamiento adecuado (sanción,
reeducación, quitarles el permiso de circulación, etcétera).
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los estadios son llevados a cabo conscientemente y que pueden ser directamente
influidos. Aquellos modelos no incorporaron la idea del procesamiento
automático, y su implicación en los mecanismos de toma de decisiones o de
atención (Hale et ál., 1988; Reason, 1990). Los modelos jerárquicos amplían el
marco explicativo del accidente, incorporando los mecanismos psicológicos que
subyacen a actos erróneos e inseguros (no deliberados) en uno u otro nivel
(Michon, 1985; Mölen y Bötticher, 1988; Hale, Stoop, Hommels, 1990; Ranney,
1994). El referente teórico es la clasificación Skill-Rules-Knowledge de
Rasmussen (1983) basado en la noción de control cognitivo sobre la ejecución
de las tareas. De este marco se extrae un modelo del error en tres niveles de
procesamiento cognitivo: automático (habilidades), semi-automático/ semi-
controlado (reglas) y controlado (conocimientos) (tabla 4).
Tipo de tarea
Tipo de Estratégica Táctica/Maniobra Operativa/Control
procesamiento
Conocimientos Conducción en una Control en una superficie Aprendiz en su primera
zona desconocida deslizante lección
Reglas Elección entre rutas Adelantar a otros Conducir un vehículo que
familiares vehículos no es el habitual
Habilidades Ruta empleada todos Circulando por una Mantenimiento de la
los días intersección conocida dirección en curvas
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2.3.3. Conclusión
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Las campañas públicas de seguridad vial se utilizan desde los años 1960,
cuando las autoridades empezaron a tomar conciencia de las limitaciones del
enfoque legal-administrativo (control policial) tratando de implicar al ciudadano
en el control de las catastróficas tasas de accidentes relacionadas con el exceso
de alcohol, velocidad, etcétera (Barjonet, 1997; De Vrieze, 2001). Su
implementación refleja la necesidad de adecuar los medios (comunicación de
masas) al alcance del problema y la gran repercusión de las infracciones se
observa en los temas de campaña. En una revisión de 46 proyectos de
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Deaux, 1971; cf. Wilde, 1976). Estos estudios muestran un contexto del tráfico
que es también sutil, incluyendo parámetros de identidad (edad, sexo, estatus
económico) en el juego interpersonal y normas que son axiomas del tráfico
(obstruir el flujo de circulación se sanciona inmediatamente). Por ejemplo,
Yinon y Levian (1988) han analizado hasta qué punto la presencia de otros
conductores influía en la decisión de otro conductor, que espera en un semáforo,
de adelantar la salida. En su estudio observaron conductores en distintas
condiciones (esperando solos, con un par de coches detrás, con más de dos
coches detrás, y con coches al lado) registrando en qué casos se cruzaba la línea
de stop prematuramente, antes de que el semáforo estuviese en verde. Los
resultados indican que los conductores infringen menos cuando están solos
(11%) comparando con el resto de condiciones (28%). En una réplica posterior
del estudio se obtuvieron los mismos resultados (los conductores solitarios
infringen menos), y que las mujeres se ven menos afectadas por la presencia de
otros conductores (infringen menos) que los hombres (Yinon y Levian, 1995).
Los „otros significativos del tráfico‟ no siempre influyen en el sentido más
deseable, pero también introducen cierta moderación en la infracción.
Verkuyten, Rood-Pijpers, Elffers, y Hessing (1994) exploraron normas
informales sobre cuando saltarse las normas, por ejemplo, cuándo es admisible
saltar un semáforo en rojo. Hay cierto consenso informal sobre cuándo es
justificable hacerlo: una emergencia seria, real (salud), lo justifica plenamente;
las condiciones del tráfico lo justifican sólo hasta cierto punto (en un colapso de
tráfico puede ser recomendable, p. ej., ocupar un carril bus); no es en absoluto
justificable por un mero interés personal (llegar tarde, una cita, etc.).
Los efectos de la exhibición de información específica, en público y
concerniente a un comportamiento concreto fueron mostrados en los
experimentos de Van Houten y colaboradores con tráfico real (Van Houten, Nau
y Marini, 1980; Van Houten y Nau, 1981; Van Houten, Rolider, Nau, Friedman,
Becker, Chalodovsky y Scherer, 1985). El estudio original (Van Houten et ál.,
1980) se llevó a cabo en una zona urbana de transición en la que la velocidad
debe disminuir de 80 a 50 km/h. Las condiciones se hallan muy controladas (un
radar camuflado mide las velocidades de paso durante 20 minutos dos veces al
día, a las mismas horas, entre semana; se deja constante la visibilidad policial).
La secuencia sigue así: se establece una línea base de velocidad durante unos
días (A). Después se introducen unos carteles en los que se indica, exactamente
junto a la señal de limitación de velocidad (50km/h), el porcentaje de
conductores que acataron el límite el día anterior y el porcentaje indicando el
mejor registro de acatamiento ese día (B). También se introduce una condición
en la que se exhibe el cartel sin el porcentaje (C), y otra condición “de ahorro”
en la que los registros exhibidos son los mismos durante toda la semana y
provienen de los registros de un día al azar de la semana anterior (D).
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(ciclistas, peatones), por otros conductores, las creencias sobre las impresiones
que esos usuarios vulnerables tienen de su velocidad y las creencias sobre la
opinión que otros conductores tienen de su velocidad.
Los resultados indican tres variables que predijeron el 38% de la varianza de
la velocidad observada a través de las intenciones de conducta: la actitud
específica (lo razonable que parece conducir 15km/h por encima del límite en
ese tramo), la percepción de los otros conductores (el porcentaje de conductores
que creen que conducen 10km/h por encima del límite en circunstancias
similares) y el deseo de conducir como otros conductores (que es más
importante que ajustarse al límite de velocidad aunque este se supere
ampliamente). La actitud específica fue a su vez determinada por la actitud
general (lo razonable que parece conducir 15km/h por encima del límite en un
área residencial). En definitiva, los conductores que ven menos negativamente el
exceso de velocidad, que creen que los demás conducen rápido y que quieren
conducir como conducen los demás, mantuvieron una velocidad superior que
otros conductores. Aberg et ál. (1997) concluyen que el comportamiento de otros
conductores es un factor de influencia social en la conducta y que es una
variable distinta a la norma subjetiva. Aunque la conducta percibida concierne a
un grupo anónimo de conductores, sus opiniones parecen ser importantes en la
elección de alternativas de conducta en la carretera.
Frente a la influencia relativa, global y discontinua de las intervenciones
oficiales, lo que podríamos llamar la „ley de los conductores‟ tiene una
influencia específica y continua en la adopción de comportamientos en el
sistema de tráfico. Sin embargo, tal como refleja directamente el estudio de
Aberg et ál. (1997) e indirectamente el paradigma de Van Houten y cols., los
conductores manejan una información relativamente sesgada sobre el
comportamiento de los demás. Diversos estudios han puesto de manifiesto la
tendencia de los conductores a creerse mejores que el promedio tanto
técnicamente como en su respeto a las normas (Svenson, 1981; Svenson,
Fischhoff y MacGregor, 1985; Delhomme, 1994b; 1995; Delhomme y Meyer,
1995; Walton y Bathurst, 1998; Walton y McKeown, 2001). En los patrones de
interacción social entre conductores hay dos momentos fundamentales: la
comunicación inter-conductores y la percepción del intento de tal o cual
maniobra (construcción de expectativas), y el desempeño de estas dos funciones
se ve muy constreñido por el diseño del sistema de señalización del vehículo.
Los conflictos se reducirían y la seguridad aumentaría si los conductores
tuviesen sistemas de comunicación más sutiles (Wilde, 1976; Zaidel, 1992;
véase sección 3.3.1.2).
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Capitulo 2
2.8. Discusión
Se ha situado el origen del problema en los importantes cambios
introducidos en los patrones de movilidad tradicional, consecuencia del aumento
y dispersión de la velocidad de desplazamiento y el continuo aumento de
vehículos. Cien años después, la velocidad sigue siendo el promotor principal de
los accidentes de carretera. Las acciones emprendidas para paliar las
consecuencias de este explosivo desarrollo se sintetizan en la doctrina de la
triple E y los parámetros que tradicionalmente describen el sistema de tráfico:
mejora de los conductores, carreteras y vehículos. La contribución sustancial de
la psicología proviene de los distintos modelos explicativos del comportamiento
del conductor que ha venido proporcionando y de los remedios derivados de
estos enfoques (tabla 1). La noción de adaptación del comportamiento (en el
tráfico) hace patente no sólo la inadecuación de algunas medidas concretas sino
también, hasta cierto punto, la inadecuación de los modelos teóricos que las
sustentan.
Este punto ha sido puesto de manifiesto en nuestro trabajo: por ejemplo,
dejando de lado los problemas teóricos y metodológicos observados, el enfoque
minoritario se reveló insuficiente en su momento para resolver un problema
originado en un comportamiento colectivo y masivo. Frente al enfoque
diferencial, el enfoque de la ineptitud mayoritaria ha sido más fructífero,
animando en principio –si es que era necesario hacerlo- las intervenciones que
facilitan la movilidad al equiparar la mejora de la movilidad con la mejora de la
seguridad vial. Al margen de lo sospechosa que pueda parecer esa coincidencia
(Estevan, 2001) esta forma de resolver el problema de los accidentes ha revelado
una serie de paradojas que en su día fueron puestas de manifiesto por los
modelos de la motivación. Todo aquello que hipotéticamente mejora la
movilidad y la fluidez de los vehículos en el sistema de transporte no
necesariamente aumenta la seguridad vial del sistema, e incluso puede ir en su
contra. Queda así puesto de manifiesto que movilidad y seguridad vial son
factores que pueden hallarse enfrentados, y sin duda se trata de una aportación
inestimable en beneficio de la seguridad vial ateniéndonos a los muchos
intereses en pro de la movilidad (Vester, 1997; Fernández, 2000).
Pero además, los modelos de la motivación del conductor - un utilitarista
ocupado en priorizar sus intereses personales y víctima de sus propios
mecanismos de autorregulación- ponen implícitamente de manifiesto la escasa
repercusión de la regulación del sistema en la regulación del individuo. Las
normas de tráfico se desvanecen en el horizonte del conductor homeóstata (y de
los científicos que lo investigan). Y sin embargo, el problema del
incumplimiento de las normas se revela como el promotor fundamental de los
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Capítulo 3
Capítulo 3
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Moralidad, comunicación, influencia…
por perder la Guerra, quedando el estado reducido a apéndice del nuevo Príncipe, el
partido político, justo antes de la Segunda Guerra Mundial.
La sociedad estadounidense iba a ofrecer una alternativa al reto de mantener la
cohesión social bajo la democracia, precisamente en el convulso periodo que
enfrentó al capital y al trabajo entre la Guerra de Secesión y la década de 1930. Los
intelectuales americanos llegaron a la conclusión de que el mejor mal para los
males de la democracia era la propia democracia. El debate político-legal europeo
respecto al concepto apriorístico del estado, se transformó en los EEUU en debate
social y político acerca de la naturaleza empírica de los procesos del control
social. El „estado débil‟ americano lo es gracias al vigor que gozan los procesos de
control democráticos.
Con todo, Melossi destaca los peligros del Leviatán, que se barajó en los EEUU
como alternativa en una época de rápida industrialización tras la Guerra de
Secesión basada en un individualismo despiadado y dogmático: una visión del
“hombre-lobo-para-hombre” hobbesiana. Sin embargo, se planteó desde el
“progresismo” una forma alternativa de pensar la civilización basada en el
“principio social”, centrado en la importancia de la opinión pública y las relaciones
sociales en general. Frente a la idea de la masa como muchedumbre, fuerza oscura,
atávica, violenta, se plantea el concepto de público, un proceso mediante el cual dar
forma a la muchedumbre. Pese a los problemas, el optimismo fundamental de la era
progresista y el concepto plástico de la naturaleza humana afín a aquel, esto es la
educación, la socialización y la integración, pasaron a ser las alternativas naturales
a la coacción. La manera de tratar con la disensión étnica o política era romper las
barreras lingüísticas y crear un universo común de discurso. Este era el terreno
apropiado del control social y en él, la libertad de expresión fue un elemento clave:
“Los teóricos legales progresistas (…) opinaban que adhiriéndose a los
principios de gobierno democrático y corriendo los riesgos que este implicaba,
aquellas posturas radicales (…) se podrían domeñar, y el orden se podría
alcanzar de forma mucho más firme y vigorosa que mediante el uso de
cachiporras y fusiles.
(…) La batalla para llegar al corazón y a la mente de las personas únicamente
se puede ganar creyendo firmemente en la democracia –es decir, en el libre
flujo de la comunicación y en los mejores resultados de la competencia. El
paso desde un control centrado en la censura hacia aquel que gira en torno a la
producción de significados sociales, fue también un cambio desde el control
social gubernamental por medio de la ley, hasta el control social producido
por la interacción social informal.” (Melossi, 1992; p. 157).
Así fue como Mead y Dewey logran estructurar una teoría del control social en
la sociedad democrática. Ambos vieron que el esquema de socialización que se
había desarrollado en Europa –al miembro individual de la sociedad se le opone un
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Capitulo 3
todo social civilizado, al que dicho individuo tiene que ingresar so pena de recibir
severas sanciones económicas, sociales y legales- no era adecuado para la realidad
estadounidense. En lugar de prestar tanta atención al problema de cómo integrar al
individuo dentro de las instituciones de la civilización, Mead y Dewey se centraron
en estudiar toda la red de individuos y grupos inter-actuantes. El control social,
según la familiar idea de Mead, varía según el grado en que los individuos de la
sociedad son capaces de asumir las actitudes de los demás que participan con ellos
en el empeño común.
Más tarde, apoyándose en Mead y en Weber, C. Wright Mills propuso la idea
de un vocabulario del motivo como aquella estructura que controla el
comportamiento del participante en un „conjunto de acción colectiva‟ específico y
lo hace orientando la conducta hacia el repertorio de motivos de que se dispone en
el vocabulario. Según esto, Melossi destaca que el lenguaje es control social desde
dos puntos de vista, como descripción (de un acto, una situación, un individuo) y
como un “hacer” (producto del trabajo simbólico colectivo):
“Por consiguiente, el proceso de control social se puede definir como aquel
que le presenta a un individuo ciertos contenidos simbólicos que encierran
implícita o explícitamente, recomendaciones para la acción –proceso que será
más eficaz conforme esos contenidos simbólicos permanezcan sin ser
impugnados, debido a que tienen raíces profundas en el bagaje emocional del
individuo.” (Melossi, 1992; p. 200; la cursiva es nuestra).
Melossi destaca que también Foucault (1996) centró su atención en el aspecto
proactivo y de asentimiento del poder, a diferencia de la capacidad que éste tiene
para decir no (ser reactivo). En el aspecto productivo del poder interviene “un
cierto tipo de relación entre los individuos”. El poder es análogo a lo que Melossi
describe como el proceso de proporcionarle al sujeto de poder los motivos para la
acción. En este sentido, las motivaciones positivas (deseos, elecciones morales,
roles) son instrumentos de poder más vigorosos que las amenazas (sanciones
negativas). Tal como explicaba Durkheim (2002), la constitución de la moralidad
reside, en primer lugar, en el principio organizador simbólico que constituye la
propia autoridad moral, y sólo en segundo lugar, en la sanción al infractor.
El pesimismo hacia el hombre-ciudadano-conductor radica en la incapacidad
para ver el problema (violencia, infracciones, muertes) como una cuestión ligada a
los procesos de comunicación en el seno de la sociedad con respecto a un contexto
dado y a la „producción‟ de los comportamientos deseados. La ausencia de
comunicación y un debate de ideas generan incomprensión, indiferencia y violencia
y, en consecuencia, la coacción como recurso amparada en una descalificación de
la esencia del hombre. En esta síntesis histórica hemos visto el progreso general de
las sociedades hacia modelos de estado en los que prevalece la integración de todos
los individuos que componen la sociedad en forma democrática–lo que Melossi
116
Moralidad, comunicación, influencia…
denomina el Estado del Control Social. Pero es evidente que quedan en la sociedad
(en la familia, las organizaciones, las corporaciones políticas, las instituciones
educativas) muchos reductos en los que es palpable la falta real de democracia.
Desde luego este es el caso del tráfico, cuyo funcionamiento se ubica actualmente
mucho más cerca del planteamiento del Leviatán de Hobbes que de los
mecanismos democráticos de control social y comunicación prefigurados por Mead
o Durkheim. A continuación trataremos de recoger un conjunto de argumentos,
dentro de una tradición específicamente psicosocial, que a nuestro juicio muestran
que este no debe ni tiene porqué ser el caso.
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„procúrate protección‟) la que manda. Entonces, por más que parezca “bueno” el
fin, el medio utilizado pervierte toda la lógica de la moralidad, y genera desorden
social (en acto o en potencia). Nuestra razón para actuar en nuestra realidad queda
así sujeta a un principio que vincula la razón del comportamiento no a lo que es
bueno de por sí, sino a lo que hay que hacer para obtener un beneficio que es en
realidad particular, coyuntural.
Según todo esto, estamos ordenando el comportamiento del tráfico con arreglo
a un mallado de principios cuyo fundamento, en última instancia, es tanto inmoral
(desde un punto de vista formal), como ineficiente, pues se pierde en su propio
efecto de retroalimentaciones dentro de la heteronomía moral. Hoy sirve tratar de
manejar una inclinación que justifica el cumplimiento de la ley –el miedo- , mañana
será otra –no perder los puntos-, pasado otra –evitar una fuerte sanción económica-,
pasado otra –la familia, el precio de la gasolina, la contaminación. Pero en
definitiva, estamos siendo incapaces de conseguir que el conductor experimente su
deber con claridad y conduzca con arreglo a este deber. El cumplimiento de las
normas de tráfico no es sino la consecuencia de aquello que la Razón determina
que es bueno y podemos hacer todos. No es por toda esa pléyade de razones
cambiantes, que tan rápidamente se desgastan y que hay que sustituir año tras año
en las campañas informativas, por lo que se debe respetar la ley. El conductor debe
conducir con arreglo a la ley del tráfico porque si no lo hace está obrando de
manera inmoral ya que vulnera la dignidad de los demás conductores y el mundo
sería un lugar mucho peor para vivir si todos hicieran como él.
La cuestión es, la máxima del propio comportamiento en el tráfico ¿puede
ser ley general? Por ejemplo, la máxima: “En base al egoísmo o a la propia
conveniencia, adopto el principio de infringir la ley de tráfico cuando tenga prisa
por llegar a mi destino”. Entonces hay que comprobar si este principio del egoísmo
podría llegar a ser una ley de la naturaleza. ¿Qué pasaría si mi máxima se
convirtiera en una ley universal? Las cifras de accidentalidad cantan por sí mismas.
La infracción no puede ser un principio de comportamiento que podamos asumir
(todos, siempre). Y lo fundamental es no aceptar esta verdad por la contingencia
(sanciones policiales) sino porque de suyo no es una ley práctica que todos
podamos asumir y compartir.
“Una prescripción práctica que conlleve una condición material (y por ende
empírica) jamás ha de ser contada entre las leyes prácticas. Pues la ley de la
voluntad pura (voluntad que es libre) ubica esa voluntad en una esfera
totalmente distinta de la empírica y la necesidad que expresa, al no deber
suponer ninguna necesidad de orden natural, no puede consistir sino en las
condiciones formales de la posibilidad de una ley en general. Toda materia de
reglas prácticas descansa siempre sobre condiciones subjetivas que no
procuran universalidad alguna para seres racionales, a excepción de la
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Porque, ya que somos y seremos siempre seres sensibles al mismo tiempo que
racionales, siempre habrá conflicto entre estas dos partes de nosotros mismos,
y la heteronomía será siempre la regla de hecho, si no lo es de derecho.” (p.
150).
La idea de autonomía y el progreso de la autonomía moral, la necesidad de
autonomía moral en la sociedad es un hecho social que progresa, que evoluciona
en la historia. Pero Durkheim distingue en su elaboración del concepto de
autonomía entre la resignación pasiva (aceptar, a priori, como son las cosas
porque deben ser así por ser obra de Dios que es un ser bueno–creencia), y la
adhesión ilustrada (cuando queda establecido científicamente que las cosas
deben ser así y asumimos aquello que entendemos que debe ser como es).
“Conformarse a un orden de cosas, porque tenemos la certeza de que es lo que
debe ser, no es soportar una coacción, es querer este orden libremente, es
asentir con conocimiento de causa. Porque querer libremente no es querer lo
que es absurdo; al contrario, es querer lo que es racional, es decir, es querer
actuar conforme a la naturaleza de las cosas.” (p. 156).
Como buen racionalista ilustrado, Durkheim reconoce aquí la existencia de
un fin ideal: la ciencia nunca permitirá conocerlo todo pero señala un límite ideal
al que nos aproximamos indefinidamente. Durkheim reflexiona desde el punto
de vista del camino que recorre el colectivo, pero este camino es el mismo que
puede recorrer cada individuo. En este sentido, su idea de la autonomía moral es
genuina, contiene y relaciona la filogénesis y ontogénesis cultural y moral.
Durkheim insiste en que la autonomía, aunque pueda considerarse un a priori en
el análisis teórico, es una consumación que deriva del progreso en el
entendimiento y el conocimiento de las cosas. Cuando se alcanza este hipotético
grado de ilustración, es posible entender porqué las cosas son como son, y
aceptarlas, pero también identificar patologías sociales, elementos anormales
que deberemos cambiar.
“Así, con la condición de poseer una inteligencia adecuada de los preceptos
morales, de las causas de las que dependen, de las funciones que cada uno de
ellos cumple, estamos en disposición de conformarnos a él sólo a sabiendas y
con conocimiento de causa. Un conformismo así consentido no tiene ya nada
de coerción.” (p. 157).
La ciencia permitirá entonces la realización progresiva de esa aspiración a
una mayor autonomía de la voluntad moral presente en la conciencia pública. La
cuestión es para Durkheim si el entender la razón de las leyes morales, la
conformidad voluntaria, no conlleva que se pierda el carácter imperativo. Para
Durkheim esto no es así: “una cosa no deja de ser la misma porque sepamos el
por qué de ella” (p. 158). Algo puede ser obligatorio y seguirá siendo obligatorio
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cuando entendemos por qué (tal vez sea entonces aún más obligatorio). Cambia,
eso sí, la actitud del sujeto hacia la norma:
“Solamente por el hecho de nuestro consentimiento ilustrado deja de ser para
nosotros una humillación y una servidumbre. (…) No es que la obediencia
pasiva, por sí misma y por sí sola, constituya una disminución de nuestra
personalidad, lo es la obediencia pasiva a la que no consentimos con pleno
conocimiento de causa.” (p. 158).
La autonomía no se recibe de la naturaleza, no se halla en los atributos
constitutivos desde el nacimiento, „la hacemos nosotros a medida que tomamos
una conciencia más plena de las cosas.‟ Formamos parte del mundo y el
desarrollo de la conciencia individual es un producto social. Pero la ciencia nos
ayuda a someter con nuestro entendimiento tanto las cosas que ejercen sobre
nosotros su acción como su acción misma, del conocimiento a la autonomía.
“Podemos entonces decir que el tercer elemento de la moral es la comprensión
inteligente de la moral. La moralidad no consiste ya simplemente en cumplir,
incluso intencionalmente, ciertos actos determinados; además es preciso que
la regla que prescribe esos actos sea libremente querida, es decir, libremente
aceptada, y esta aceptación libre no es otra cosa que una aceptación ilustrada.
Quizá sea esa la mayor novedad que presenta la conciencia moral de los
pueblos contemporáneos; que la inteligencia se ha convertido y se convierte
cada vez más en un elemento de la moralidad.” (p. 159-160).
De aquí la importancia de la intención en la conducta que destaca la
sociedad. Un acto tiene valor social reconocido “si ha sido intencional, es decir,
si el agente se ha representado de antemano en qué consiste este acto y qué
relaciones mantiene con la regla.” (p. 160). Y después de eso exigimos aún más:
la representación explicativa de la regla misma, de sus causas y sus razones de
ser. Para Durkheim, enseñar la moral no es predicarla, no es inculcarla: es
explicarla.
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evitar ciertos actos, pero frente a la inclinación que arrastra al niño a obrar mal,
no suscita una inclinación contraria que le conduzca al bien: “si la pena no
tuviera otra función que contener así las veleidades culpables, bien podría verse
ahí un medio de asegurar una legalidad externa y material, un procedimiento
policial; pero no sería de ningún modo un instrumento de moralización.” (p.
194). Durkheim alega que su eficacia sería así muy restringida porque, al igual
que es doloroso el castigo por la infracción, puede serlo la obligación.
Racionalmente, en términos de ciertos agentes morales, hay veces que la
infracción compensa la posible pena. También es contraproducente su efecto
nocivo sobre el colectivo: el castigo meramente expiatorio destruye al grupo por
el efecto sobre el individuo, porque la cohesión del grupo en torno a las normas
y con respecto a uno de sus miembros queda bajo tensión. Durkheim destaca,
por último, que la pena debe ser proporcional a la falta para que funcione bien,
no ya a la gravedad del acto sino a la gravedad de la intención. Pero si la pena ha
de ser tenida por justa, su único objeto no será intimidar, debe haber algo más.
A continuación analiza otra teoría que denominaríamos del equilibrio
expiatorio. El castigo no sería sólo una amenaza que asegura la ejecución de la
ley, sino una reparación o una expiación que corrige la violación llevada a cabo.
La pena se dirige entonces al pasado, no al futuro (“por lo que hiciste”) y se
explica así la necesidad de proporcionar delito y sanción. Para que la pena pueda
borrarse, contrapesar la falta, el castigo ha de ser equivalente, proporcional al
mal que pretende neutralizar. Para Durkheim, sin embargo, hay un punto de “ley
del Talión” en este enfoque que es absurdo y poco razonable: dolor para
compensar dolor, sólo hay más dolor. Pero también hay un principio importante:
la pena borra o al menos repara en lo posible la falta, lo que no debería haber
sucedido. Pero Durkheim no ve la virtud reparadora en que conlleve un
sufrimiento –este sería un papel secundario- sino como veremos, en otro lugar.
Durkheim llega así a su propio punto de vista, una teoría del
restablecimiento del orden simbólico según la cual la función principal del
castigo es restablecer la validez y autoridad de la norma. Para entender esta
función, hay que reflexionar sobre la fuente de la autoridad moral, que en
realidad no depende de un peso o una imposibilidad física, sino que es una
cuestión de opinión, de creencia. La autoridad se desprende del sentimiento de
sacralidad e invulnerabilidad de la regla. Y todo lo que pueda debilitar ese
sentimiento no podrá dejar de dañar la disciplina en su origen:
“En la medida en que la regla es violada deja de parecer como inviolable; una
cosa sagrada que es profanada deja de aparecer como sagrada si nada nuevo
interviene para restituirle su naturaleza primitiva.
Lo que hace que [los niños] se sometan a ella [la regla] es que ellos le
atribuyen un prestigio, una especie de fuerza moral cuya energía se mide por
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ver? Hay reglas y respetos que no son fáciles de comprender, ni siquiera a los
adultos experimentados (el respeto del hijo al padre). ¿Cómo comprender que tal
prescripción de ser desobedecida trastorna un principio del orden social? La
moral regula un conjunto complejo de relaciones sociales y es, ella misma,
compleja, las repercusiones de las infracciones no se ven a simple vista.
Durkheim recupera entonces la componente social del castigo. La función
principal del castigo es dejar claro que no se acepta ninguna solidaridad con la
ofensa a la regla, que se reprueba la ofensa de modo proporcional a la
importancia del delito, que la norma es importante para el grupo. Castigar a un
niño no es como adiestrar a un animal. Los castigos que se infligen al animal
para adiestrarlo sólo pueden producir sus efectos si consisten en sufrimientos
efectivamente sentidos. Suelen por tanto ser intensos. Pero el castigo es para el
niño sólo un signo material por el que se traduce un estado interior: es una
notación, un lenguaje por el que ya sea la conciencia pública de la sociedad, ya
sea la conciencia del maestro en la escuela, se expresa el sentimiento que inspira
el acto censurado. Una palabra, un gesto, basta. La mayor envergadura del
castigo, respondiendo a grandes infracciones, implica una menor armonía social
previa. Un contexto moral sólido no permite grandes altibajos en términos de las
infracciones que se efectúan y consigue restaurar el respeto a la regla con
sanciones menores. La censura implica algún sufrimiento a aquel que es objeto
de ella, pero sólo es una repercusión más o menos contingente de la pena; no es
lo esencial. Es suficiente variar ligeramente el trato para mostrar la
disconformidad al infractor. Una mente sutil, un espíritu educado, no precisa
grandes castigos para verificar su error moral.
Dicho esto, Durkheim retoma la teoría de las reacciones naturales de
Spencer, para inscribirla en un marco social. Es cierto que aprendemos muchas
cosas importantes por ensayo-error: a movernos, a hablar, a desplazarnos. Tales
aprendizajes básicos son muy complejos e importantes y se adquieren por
experiencia personal, por tanteos, por el contacto mismo con la realidad. La
consecuencia del error es el dolor, la recompensa al acierto es el éxito. Y esa
educación por las cosas se prolonga mucho más allá de la infancia y de la
adolescencia: dura toda la vida. Así aprendemos multitud de habilidades
relevantes y adquirimos una sabiduría práctica que denominamos experiencia.
Lo novedoso es cómo Durkheim integra esto desde una perspectiva más
amplia, pues esta afirmación sobre la validez del principio no excluye, según él,
el papel y la función del castigo y la reprobación social. Más bien lo incluye
como elemento re-accionante dentro del medio material, pero también social, en
el que el individuo actúa. La consecuencia natural del acto inmoral sería
entonces el movimiento de reprobación que promueve en las conciencias…
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“Y puesto que, por otro lado, el castigo mismo no es otra cosa que la
manifestación exterior de esta reprobación, el castigo es también la
consecuencia natural de la falta. Es la manera en que el medio reacciona
espontáneamente contra el acto culpable.” (p. 208).
Y Durkheim ve en esto algo natural, que el sujeto percibe, y no algo artificial
como Spencer. Entre la falta y la pena hay una relación más allá de la
interacción entre ambas, existe –o debe existir- un medio y un contexto socio-
moral. Spencer vio que la falta acarrea un mal -son resultados nocivos,
dolorosos, para el propio culpable o su entorno-, pero no vio el otro mal: que la
falta amenaza, compromete y debilita la autoridad de la regla que viola y niega.
Por tanto, hay repercusiones varias en la falta: personales, individuales (rompo
un juguete, y ya no jugaré con él), pero también morales, sociales (he
amenazado una buena regla: no debe destruirse inútilmente o por diversión, no
destruir el juego de otros). Lo esencial de la pena es la reprobación: manifestar
rechazo, disconformidad. Puede provenir del medio natural o del medio social,
pero sigue siendo lo esencial.
Con sus intuiciones e ideas Durkheim va a contribuir generosamente a
nuestra lectura de la problemática de los accidentes en el tráfico y las
alternativas que propondremos a la misma. En nuestros días comprobamos que
uno de los aspectos fundamentales de cara a la prevención de los accidentes de
tráfico es el respeto a las normas de tráfico, un aspecto que por una serie de
motivos ha pasado en cierta medida a un segundo plano. Por ello extrapolaremos
al tráfico los elementos constitutivos tratados por Durkheim que se refieren
fundamentalmente a la configuración (en el tráfico) del espíritu de disciplina.
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Spencer viene así de la mano del Estado, que introdujo elementos adicionales de
sanción de la mano de las leyes y los agentes de la ley a principios del siglo XX.
A principios del siglo XXI se asiste a una sofisticación de ese contexto re-
accionante a la infracción mediante el uso de cámaras, espiras y radares. Si nos
quedamos dentro de esta visión tecno-pragmática, observamos que la aplicación
del modelo de Spencer-Durkheim al tráfico va en la línea histórica observada.
Un contexto adicional, no el natural (física) o estatal-legal (derecho), sino el
social (cultura: conductores), reacciona a la infracción en el ámbito del tráfico y
muestra su reprobación al infractor. Al fin y al cabo:
“La desaprobación es la forma con la que el pueblo reacciona
espontáneamente contra la falta; y las legislaciones, civiles o escolares, lo que
siempre han hecho ha sido codificar, organizar, sistematizar esas reacciones
espontáneas” (Durkheim, 2002; p. 209).
Como mostraran Lewin, Lippit y White (1939) cuando el aula queda
temporalmente al margen de la supervisión del profesor, el orden queda
establecido por la interacción y la interpelación recíproca de los pares siempre
que la clase haya sido previamente concienciada y educada de forma
democrática (no autoritaria). Si la reformulación de la autoridad de la norma que
es vigilada por el agente de la autoridad cala en los conductores tenemos que
esperar que surja cierta auto-organización del sistema, que los propios
conductores apoyen el conjunto de reglas por las que se rige el tráfico. Pero
además, la propia agencia de la autoridad que representa la norma del tráfico
debe pasar a ser cualquier conductor concienciado de la importancia de la
misma que observe una falta en otro conductor y le repruebe por la misma.
En este punto, el Estado no tiene un control directo sobre este proceso, pero
puede desempeñar un papel promotor y conductor de estos procesos de auto-
organización en el tráfico. Mediante la publicidad, la emisión de noticias, la
formación, puede actuar como el trasfondo de esas interacciones, promover un
contexto social inteligente. Esa cesión parcial de control sobre el
comportamiento infractor se produce a cambio de incrementar de manera
sustancial el número de potenciales puntos de control en la red viaria (de miles a
cientos de miles o millones). Aplicando este modelo conseguimos al menos dos
objetivos importantes: por un lado, damos una alternativa al problema de las
posibilidades disciplinarias actuales de la autoridad formal, creando un contexto
social inteligente paralelo al contexto artificial inteligente promovido por el
panóptico telemático. Por otro lado, y esta es una cuestión fundamental,
contribuimos fehacientemente al mantenimiento del respeto a la norma dentro
del colectivo de conductores.
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Sin duda, este arsenal de sanciones formales tiene un fallo y una virtud. El
fallo es que disponer de un contingente lo suficientemente numeroso para hacer
del tráfico un lugar más seguro por estos medios exige una fuerte presencia
policial y mucho trabajo judicial. La virtud es que comunica a la sociedad la
existencia de un problema que las autoridades tratan de tomarse en serio de esta
forma. Es un escaparate de un problema importante en la agenda de un gobierno.
Frente a esto, queda un amplio rango de sanciones por desarrollar, tanto en el
ámbito de lo implícito (punto 1) como en el ámbito de lo explícito (punto 2.a;
tabla 5). Si los conductores estuviesen muy concienciados, simples gestos y
signos de reprobación bastarían. Nuestro comportamiento en las colas, o en los
conciertos y el teatro (donde las toses se acompasan con los descansos entre
actos) evidencia que hemos generado, comprendemos y podemos acatar ese
universo de respeto al turno o al silencio que exige la contemplación de la obra
de arte. Podemos mostrar comportamientos sociales sofisticados, somos sutiles y
sensibles a muchos parámetros (Cialdini y Reno, 1998; Schmitt, Dubé y Leclerc,
1992), capaces de elaborar códigos, pequeños lenguajes que establecen qué está
en juego y cuál es la forma adecuada de comportarse.
En el tráfico ya existen algunas señales en ese sentido. El infractor
interpelado mira rígidamente hacia delante, por ejemplo en un semáforo, en
lugar de dejar mostrarse abstraído. Podemos tocarnos la cara con la palma de
nuestra mano (¡qué cara más dura tienes!), poner el dedo índice en nuestra sien
(¡estás mal de la cabeza!), o hacer sonar la bocina. La cuestión sería establecer
una codificación de estos gestos y alcanzar cierto grado de estandarización, no
dejarlo como una cuestión idiosincrática. Y también desarrollar tecnología de
interpelación más allá del uso del claxon, las luces y los intermitentes para
conseguir una comunicación más fluida y más sutil. Existe un amplio abanico de
posibilidades que podemos desarrollar y necesitamos un lenguaje, un código y
una serie de instrumentos de comunicación para el caso.
Hay que recordar que el tráfico tiene características especiales en este
sentido, es un sistema dinámico, las interacciones no suelen reiterarse entre los
mismos actores y es difícil agregar un incremento a una sanción sin un
conocimiento previo. Sí se puede, sin embargo, graduar una escala de sanciones
informales correspondiente a ciertos hechos (no es lo mismo saltar un semáforo
en rojo que circular con poca presteza). Sería interesante determinar varias
cuestiones: a) qué infracciones –de entre las posibles- pueden ser detectadas y
sancionadas por otros conductores en general, b) qué graduación puede
establecerse con respecto a la peligrosidad o inconveniencia de tales infracciones
(de menor a mayor), c) qué sanciones o reprobaciones informales podrían
corresponderles, d) cómo se relaciona todo ello con el ámbito y la ordenación
oficial de la infracción-sanción. En definitiva, habría que generar un catálogo de
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tanto Durkheim como Kant son contrarios a esta idea, y esto nos parece muy
significativo. El contexto del tráfico no se lee como un problema moral, sino
como un contexto tecno-terapéutico (modificación de conducta). Pero si un
contexto social se articula de manera adecuada en términos morales, el
cumplimiento de la norma ha de ser satisfactorio para el agente y, en sí mismo,
recompensante. Kant diría algo similar. Pagar por lo que ha de hacerse desvirtúa
el sentido de la acción moral y convierte o empuja hacia la heteronomía lo que
es un producto de la conciencia moral autónoma (sobre-justificación). Incluso la
satisfacción es una consecuencia secundaria del acto moral, que debe llevarse a
cabo porque es lo que dicta la voluntad racional.
En nuestros días la omnipresencia de la “mano invisible” promueve la idea
de que buscar el propio interés sí es moral porque genera ventajas colectivas
(una sociedad más próspera y rica para todos). En el individuo moderno ¿hasta
qué punto ha calado esta idea? En el tráfico ¿hasta qué punto incide en cómo
conducimos? Hay una mezcla de categorías en el ámbito público, institucional,
teórico, para la persona que crea confusión: usuario, consumidor, cliente,
pertenecen al ámbito privado. Ciudadano, conductor-peatón, pertenecen al
ámbito público. Comportarse en el ámbito público como si sólo los intereses
privados estuvieran en juego es inmoral según lo apuntado por Durkheim o
Kant. Esto es lo extraordinario de acercarse a los grandes autores como
Durkheim (siquiera en una sencilla obra como esta) cien años después sigue
haciéndonos pensar, y ya veía lo que parece que nuestra ciencia hoy oscurece.
Sin duda el tráfico actual tiene mucho partido que sacar al sentido colectivo del
orden durkheimiano.
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que desagrada mucho a sus padres. Al niño mayor, que ha articulado una
representación mucho más compleja de los distintos deberes y obligaciones
colectivos, le basta la vergüenza de entender, por una reprobación, que ha
faltado a la obligación acordada con sus iguales.
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Kant nos decía: la dignidad no tiene precio. Y al igual que las recompensas
económicas no tienen sentido en términos de apoyo a la virtud, tampoco la sanción
económica debería sustentar la regulación del tráfico. Por eso, el carné por puntos
tiene un cierto sentido, pues permite entrar en el contexto de la sanción por
reciprocidad de forma gradual (privar al culpable de aquello de lo que abusa),
pudiéndose llegar a apartarlo del grupo. Otras fórmulas como implantar un
limitador temporal de velocidad, no dejar conducir en fin de semana, inmovilizar el
vehículo temporalmente, ocuparse personalmente del lesionado por nuestra acción,
utilizar el vehículo para trabajar pero no para el ocio, siguen esa lógica.
Con todo, lo ideal sería que la reprobación, la censura pedagógica y en tiempo
real, fuese el elemento dominante de nuestro arsenal de sanciones. En medio de un
contexto de cooperación y respeto mutuo en el tráfico, esto debería bastar entre
adultos. Pese a las críticas de Piaget a ciertas ideas de Durkheim, una combinación
entre la idea durkheimiana del contexto social inteligente y la idea piagetiana de la
autonomía moral y la reciprocidad entre iguales constituyen los elementos
fundamentales de este trabajo y el núcleo de nuestra propuesta para reducir las
infracciones y los accidentes de tráfico.
Otro aspecto importante destacado por Piaget (1984) refiere al desarrollo de
la noción de responsabilidad. Piaget subraya que Fauconnet (discípulo de
Durkheim y sucesor de su cátedra) defendió que la forma primitiva y más pura
de responsabilidad es la responsabilidad objetiva (juzgar según las
consecuencias del acto sin tener en cuenta la intención del autor). Al evaluar los
elementos históricamente invariables de la responsabilidad, Fauconnet concluye
que la sanción no mantiene una relación unívoca y bien definida con el actor,
pero sí con el crimen. El crimen se castiga siempre, la culpabilidad asociada
(autoría) varía, coincidiendo con Durkheim para quien el crimen destruye el lazo
social y la sanción restablece su vigencia. Lo importante no es tanto dónde
recaen las sanciones (p. ej., responsabilidad colectiva vs. responsabilidad
individual) sino que se dé una institucionalización de la responsabilidad. Por
tanto, para Durkheim y Fauconnet la responsabilidad tiene una función precisa,
posibilitar la realización de la pena, y es una función esencialmente moral.
Pero Piaget se pregunta por qué, siendo esto así, ha evolucionado la
responsabilidad en el sentido de individualizarse y espiritualizarse (se hace
cuestión de conciencia). Fauconnet dirá que esto se debe a un movimiento hacia
la piedad y el humanitarismo (un progreso histórico que ha llevado a la abolición
constante de la pena). Sin embargo, Piaget enfatiza que esa tendencia histórica
es una tendencia de desarrollo, estableciendo una analogía entre las formas
primitivas y modernas de la moral y la responsabilidad en la sociedad, por un
lado, y entre el desarrollo moral y la atribución de responsabilidad en el niño, tal
como hemos visto, por otro. Responsabilidad y evolución moral van de la mano.
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la ley la que provoca el respeto, sino las consignas que emanan de las personas y
que adquieren fuerza de ley en la conciencia del que las respeta por el respeto
que se le tiene a esa persona. Puede que en la sociedad adulta el respeto por el
hombre, o por la regla, no lleguen a disociarse, pero en el niño el respeto
proviene del adulto (que es algo superior para él). En tercer lugar Durkheim, que
afirma que no hay respeto por el individuo, ni por la idea, sino que se respeta la
autoridad del cuerpo social y de aquí la ley que de este cuerpo emana. Piaget
destaca además un planteamiento complementario de Bovet para quien, junto al
respeto por muchas personas, la razón trabaja en abstracto elaborando el aspecto
racional de las reglas. Y cuando el respeto a muchas personas genera
incoherencias de tipo mental (conflicto), entonces surge la autonomía personal
para lograr la necesaria coherencia interna. Así se distingue el bien (lo que creo
que he de hacer) del deber (lo que se asume externamente que he de hacer).
Piaget ordena estas ideas distinguiendo el punto de vista estático o
sincrónico en sociología del punto de vista genético o diacrónico. La
argumentación de Durkheim es coherente en un plano estático, también la de
Bovet. Pero desde el punto de vista genético es importante saber si se puede
hablar de una relación social a partir de dos individuos (Bovet) o si para la
constitución de los sentimientos morales es necesario un grupo organizado. La
reciprocidad no se explica desde el respeto unilateral, requiere de la capacidad
de respetar y ser respetado y esto exige ponerse en la piel del otro. El
reconocimiento mutuo exige la elaboración de un marco compartido y esto, en
definitiva, exige un respeto mutuo más que dos respetos unilaterales.
“El análisis de los juicios morales del niño nos ha obligado a discutir el gran
problema de las relaciones entre la vida social y la conciencia racional.
Nuestra conclusión es que la moral prescrita al individuo no es homogénea,
porque la misma sociedad no es una cosa única. La sociedad es el conjunto de
las relaciones sociales. Pero, entre éstas, pueden distinguirse dos tipos
extremos: las relaciones de presión, en que lo propio es imponer al individuo,
desde el exterior, un sistema de reglas de contenido obligatorio y las
relaciones de cooperación, cuya esencia es hacer nacer, en el interior de la
mente, la conciencia de normas ideales que controlan todas las reglas. Las
relaciones de su autoridad y respeto unilateral dan lugar a las relaciones de
presión y caracterizan la mayoría de los estados de hecho de la sociedad dada
y, en particular, las relaciones entre el niño y el ambiente adulto que le rodea.
Por el contrario, las relaciones de cooperación definidas por la igualdad y el
respeto mutuo, constituyen un equilibrio límite más que un sistema estático.”
(Piaget, 1984; p. 333).
La cooperación, el respeto entre conductores que debe llevar a la autonomía
moral y al respeto por las reglas de tráfico pasa por una correcta articulación del
contexto socio-normativo de la manera apuntada por Durkheim, pero debe ser
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Figura 3. Elementos para una caracterización del tráfico, derivados de Piaget (1984)
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acuerdo. Según Kohlberg (1992b) podemos considerar los tres niveles como tres
tipos diferentes de relaciones entre el yo y las normas y las expectativas de la
sociedad. Para la persona pre-convencional, las normas y expectativas sociales
son algo externo a sí mismo; para la persona convencional, las normas son algo
que respeta y tiene en cuenta; para la persona post-convencional, las normas y
expectativas de otros y sus propios valores y principios quedan diferenciados. En
cada nivel moral hay dos estadios y el estadio segundo es una forma más
avanzada y organizada de la perspectiva general más importante de cada nivel.
Al tratar de caracterizar el desarrollo del razonamiento moral de forma
estructurada, los dilemas tratan de poner en evidencia una forma unificadora que
generará las principales características de cada estadio (Kohlberg, 1983/1992g).
Es el caso de la adopción de rol que se define según la forma en que el individuo
diferencia su perspectiva de las perspectivas de otros y relaciona unas
perspectivas con otras. No obstante, para Kohlberg existe una construcción
moral más general que subyace a ambos, la adopción de rol y el juicio moral, y
es la perspectiva socio-moral, que se refiere al punto de vista que el individuo
toma al definir los hechos sociales y los valores socio-morales, o „deberes‟. El
nivel convencional se distingue del pre-convencional en que utiliza las
siguientes razones: (1) Interés por la aprobación social, (2) interés por la lealtad
a las personas, grupos y autoridad, (3) interés por el bienestar de otros y de la
sociedad. Bajo estas características del nivel convencional está su perspectiva
social, un punto de vista compartido por los participantes de una relación o un
grupo. El individuo convencional subordina las necesidades del individuo a los
puntos de vista y necesidades del grupo o relación compartida. El individuo con
una perspectiva pre-convencional individual concreta piensa sólo en su propio
interés y en los intereses de otros individuos por los que él puede preocuparse.
Por último, el individuo post-convencional vuelve al punto de vista del
individuo, pero bajo un punto de vista universal, el de cualquier individuo moral
racional (Kant). Es consciente de la perspectiva de miembro de la sociedad, pero
la cuestiona y la redefine de manera que las obligaciones sociales se puedan
justificar a cualquier individuo moral. Por esto se dice que la perspectiva post-
convencional es anterior a la sociedad: la de un individuo comprometido
moralmente, que mantiene los niveles en los que debe basarse una sociedad justa
y buena. Desde esta perspectiva, 1) una sociedad particular o conjunto de
prácticas sociales se puede juzgar y 2) una persona puede, de forma racional,
comprometerse con la sociedad. Post-convencional no es exactamente
equiparable a „por conciencia‟. “Para considerarlas post-convencionales, las
ideas o términos deben usarse de forma que quede claro que tienen un
fundamento para un individuo racional o moral que todavía no se ha
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del juicio moral del estudiante significa cambiar un conjunto de conductas pero
también la propia capacidad estructural para el juicio moral. Y esto es más una
cuestión de práctica y entrenamiento que de aprendizaje ciego. Kohlberg devenía
así mismo consciente de otro asunto que provenía de la realidad cotidiana de la
escuela, los problemas de conducta y disciplina, y empezó a mostrarse más
ambicioso con los logros prácticos de los cambios en el razonamiento moral:
“La unidad de eficacia de la educación no es el individuo sino el grupo. Los
valores morales de un individuo son principalmente importantes para la
sociedad porque contribuyen al clima social moral, no porque inducen a
conductas concretas. (…) Las clases de discusión moral (…) son limitadas, no
porque no se centren en la conducta moral, sino porque sólo tienen una
relación limitada con la «vida real» de la escuela y el niño.” (Kohlberg, 1971;
cf. Kohlberg et ál., 1997a, p. 34).
Consciente de la insuficiencia de su marco, Kohlberg se encuentra en un
impasse teórico en el que recurre al concepto de currículum oculto de Jackson
(1968), ese proceso de aprendizaje mediante el cual el niño genera una noción
realista de la moral pública, de cómo actuar para seguir adelante e incluso
prosperar en el ámbito público. Este „cinismo estructural‟ debe ser combatido
por los educadores generando un contexto pedagógico en el que los valores
percibidos de la escuela y las normas percibidas de acción sean congruentes y en
este punto, Kohlberg se acerca al modelo de la transmisión cultural de La
educación moral de Émile Durkheim (2002). Durkheim, como hemos visto,
quiere hacer explícito el currículum oculto para fines de educación moral.
Identificar los elementos de la moral y constituirlos en la educación del niño
pero a nivel colectivo, no individual. El verdadero problema con el currículum
oculto no es que haya un currículum, sino que esté oculto. Hay que entender los
elementos de la moralidad y ocuparse de los modos en que se ponen en vigencia
las normas cotidianas que definen la atmósfera moral en la escuela.
No obstante, la línea durkheimiana debía ponerse al día. Aunque eficaz para
crear un grupo cohesivo de estudiantes, no estimula el desarrollo hacia la
autonomía moral (Piaget, 1984). Kohlberg decide re-enfocar el problema desde
la perspectiva evolutivo-progresiva. Para transformar el currículum oculto en un
currículum de justicia, Kohlberg se plantea llevar las discusiones morales de
Blatt a las normas, reglamentos y relaciones sociales que definen el proceso de
enseñanza en la vida real. Se genera así un modelo y un proceso de toma de
decisiones distinto, donde justicia y equidad tienen primacía sobre la mera
autoridad adulta. Dicho así, Kohlberg pasa de Durkheim (la escuela como
iniciadora de la juventud en las tradiciones morales vigentes) a Dewey (la
escuela como lugar donde los alumnos aprenden con los profesores cómo se
crean las normas y los reglamentos en una sociedad justa), una transición –
escuela activa, self-government- que también reclamó Piaget (1984). Para
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Capitulo 3
aprender a „entender y sentir justicia‟ los estudiantes deben ser tratados con
justicia y también ser exhortados a actuar con justicia. Para Kohlberg eso es
democracia educacional:
“escuelas en las que cada uno tiene una voz formalmente igual para establecer
las reglas y en las que la validez de las reglas es juzgada por su justicia
respecto de los intereses de todos los participantes. Si el mejor aprendizaje es
el que se logra haciendo, entonces los estudiantes pueden aprender mejor la
justicia no sólo al discutir sus demandas en abstracto, sino también al actuar
según sus demandas en el aquí y ahora de la jornada escolar.” (Kohlberg et ál.,
1997a; p. 40).
Para Kohlberg y sus colegas el proceso democrático aparece como un medio
valioso desde el punto de vista pedagógico y práctico, para promover el
desarrollo, enseñar sobre el sistema político y asegurar el orden y la armonía en
la escuela. Además, desde el punto de vista filosófico y moral, la inclusión de los
adolescentes en la toma de decisiones democrática respeta su autonomía como
personas morales. Para Kant (2002), el respeto por las personas implica un
respeto por su naturaleza libre y racional. Autonomía implica autogobierno, que
las personas son los sujetos o constructores de la ley moral. Esto contrasta con la
heteronomía o el ser gobernado por una voluntad u objeto externos, pero
también con la anomia, „estar fuera de control‟. Kohlberg destaca la distinción
entre autonomía e independencia psicológica. La autonomía presupone que los
seres hacen elecciones que no dependen de la voluntad de otros, pero esto no
implica que elijan aislados de otros. Como Piaget, destaca que la cooperación es
necesaria para la autonomía, la discusión permite comparar el propio punto de
vista con otros y lograr un consenso razonable.
Esta visión teórica de la educación democrática dio lugar al establecimiento
de un programa democrático concreto a principios de los años 1970, el enfoque
de la comunidad justa, que sería aplicado en la Escuela Cluster (Cambridge,
EEUU) en 1974. Ahora bien, este enfoque ocasiona problemas nuevos teniendo
en cuenta a todos los implicados. ¿Qué pensaría el profesor o el director de la
escuela correspondiente y qué estaría dispuesto a hacer? Por otra parte, si no se
obraba en consecuencia, los estudiantes tendrían una percepción más aguda de
las diferencias entre el currículum explícito y el oculto y esto les llevaría a
confiar menos y no más en los profesores. En definitiva, el problema iba más
allá de un simple cambio del foco de las discusiones morales (de lo hipotético a
lo cotidiano). Se trataba de redefinir el rol de la autoridad en la escuela y
también la relación entre estudiantes y profesores.
En 1971 Kohlberg vio en la Niantic State Farm (Connecticut, EEUU), un
correccional para mujeres, el lugar para probar sus nuevas ideas sobre la
educación moral (Kohlberg, Power, Higgins y Reimer, 1989/1997b). Kohlberg
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ESTADIO 3
Los valores normativos colectivos se refieren a las relaciones entre los miembros del
grupo. Ser miembro de un grupo implica vivir con unas expectativas compartidas. Los
conflictos deberían de resolverse por invocación a valores normativos colectivos
mutuamente aceptados.
Ejemplos:
1. Los miembros de un grupo deben ser capaces de confiar uno en otro con sus
posesiones.
2. Los miembros de un grupo deben cuidar a otros miembros del grupo.
ESTADIO 4
Los valores normativos colectivos consideran a la comunidad como una entidad
distinta de sus miembros individuales. Los miembros están obligados a actuar para
conseguir el bienestar y la armonía en el grupo.
Ejemplos:
1. Los individuos no sólo son responsables de ellos mismos sino que comparten la
responsabilidad por el grupo en su totalidad.
2. Los individuos deberán participar en la organización política del grupo dando a
conocer su opinión y sentido y siendo votantes informados.
¿Hasta qué punto el razonamiento compartido se desarrolla con suficiente
claridad y coherencia lógica, como para evaluarlo estructuralmente con el
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Capitulo 3
método de calificación para los estadios del razonamiento moral individual? Hay
que ser escépticos respecto a que exista este razonamiento compartido dado que
en todo grupo es más importante que los miembros convengan cómo deben
actuar que por qué deben hacerlo. Es el contenido, la decisión conductual y los
valores y normas relacionadas con él, y no la estructura o el razonamiento lo que
da un significado moral a la decisión, las normas y los valores. Por eso, un buen
modo (no el único) de determinar el estadio de una norma que se discute en una
reunión es centrarse en las declaraciones en las que se propone esa norma por
primera vez. “La propuesta de una nueva norma es una tarea de producción en la
que es probable que el contenido surja directamente de una estructura
subyacente.” (p. 158). Finalmente, el estadio correspondiente a la norma del
grupo debe reflejar la comprensión a la que llegan sus miembros mediante el
debate.
Recordemos que los individuos reconocen y prefieren argumentos
correspondientes a estadios superiores al suyo: “Esto nos permite definir el
estadio de una norma colectiva como aquel que la mayoría de los individuos
considera la mejor expresión del significado de la norma para el grupo.”
(Kohlberg et ál., 1997d; p. 159, tabla 7). Esto explica que un grupo pueda crear
normas de un estadio superior a la capacidad de razonamiento de la mayoría de
sus miembros. En un momento dado de vigencia de una norma, algunos
individuos la considerarán descriptiva y otros prescriptiva, pero apoyarán todos
la norma por igual.
En definitiva, el método para evaluar el estadio colectivo es flexible, tiene en
cuenta declaraciones de individuos que puedan calificarse estructuralmente,
otras que son estructuralmente ambiguas pero cuyos contenidos podrían estar
probabilísticamente relacionados con la estructura, y que pueden confirmar o no
si un estadio específico caracteriza mejor la comprensión compartida de la
norma. Es una forma más débil de aplicar los criterios sobre la estructura del
estadio que hallamos en Kohlberg (1992).
Con arreglo a lo expuesto por Kohlberg, Power, Higgins y Berkowitz
(1989/1997g) el desarrollo moral de Cluster, tal como se analizó en problemas
específicos de propiedad, asistencia a las clases, drogas e interacción racial
resultó positivo y las principales hipótesis quedaron confirmadas: 1) Las normas
de Cluster se colectivizaron progresivamente. El proceso se establecía en el
primer año, cuando se establecían las reglas. 2) El contenido de las normas pasó,
durante el segundo y el tercer año, de normas de equidad sustantiva y orden a
normas de comunidad. 3) El desarrollo de fase fue secuencial. 4) El desarrollo de
los estadios fue secuencial. 5) Hubo cierta coherencia general en la pauta de
desarrollo a través de las normas y se observa que las normas específicas
tuvieron incidencia en el desarrollo (el avance en estadio y fase fue mejor en
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Capitulo 3
de vista del otro). Se puede llegar a un criterio del tipo „todo los conductores
deberían obedecer las normas porque sin normas los infractores causarían un
caos en el tráfico‟. Se reconoce la bondad, maldad o mérito con respecto a las
normas y la justicia correctiva tiene en cuenta la asunción básica de rol del
posible infractor (buen/mal conductor) y sus intenciones.
En el estadio 4, el de la moralidad del sistema social, se asume que el
conductor toma la perspectiva del otro generalizado. El sistema social, el tráfico,
se concibe como un conjunto consistente de normas que se aplican
imparcialmente a todos por igual. Las normas compartidas informalmente en el
estadio 3, pasan a adoptar un carácter institucionalizado de imparcialidad y
consistencia. Las reglas son importantes para dirimir los conflictos que pueda
haber (incluso entre buenos conductores); son un instrumento de relación
diseñado para cooperar en los desplazamientos, para evitar el desorden. Las
operaciones de justicia en juego (igualdad, equidad, reciprocidad) determinan
una idea de „deber‟ o deuda para con la sociedad. Existe la idea de que es preciso
limitar las infracciones de tráfico para mantener el carácter sagrado de la ley, la
idea de que todos debemos respetarla y respetar la integridad de la organización
social que debe ser inviolable. Hay por ello que actuar corrigiendo al infractor de
tráfico, de manera imparcial, para proteger a la sociedad, a través de la
disuasión, eliminando potenciales amenazas o facilitando una manera de que el
ofensor pague su deuda a la sociedad.
Es de suponer que si el sistema de tráfico se regulase completamente con
arreglo a esa moral convencional que acabamos de describir no habría tantas
infracciones y accidentes. Es común observar que a los conductores a) les
importa poco la aprobación de los demás conductores, b) no tienen interés en ser
leales a ningún grupo, c) no tienen un interés por el bienestar de otros y de la
sociedad, es decir, están actuando desde una perspectiva individual concreta.
Hay que pensar que un porcentaje de conductores lo suficientemente grande en
el sistema de tráfico actúa, en un momento dado, según esta perspectiva. Veamos
a continuación una recreación de los estadios pre-convencionales en el tráfico.
En el estadio 1, de la moralidad heterónoma, un conductor asumiría un
realismo moral ingenuo. Si un conductor salta un semáforo o lleva velocidad en
exceso estaría mal porque eso es infringir‟, diría un biempensante de estadio 1.
Los conductores no infringirían para que no les castigue la policía de tráfico o
para no causar un daño físico a personas o cosas (no psicológico o simbólico, a
la propia norma que se vulnera y banaliza, esto es demasiado abstracto). Se
mantiene un punto de vista egocéntrico, tanto en términos del significado de la
infracción (no está mal si no causo daño; si no me han pillado es como si no
hubiera infringido) como en la identificación de la propia perspectiva con la de
la autoridad („Hombre agente, después de todo no ha pasado nada‟). La justicia
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Moralidad, comunicación, influencia…
pasa por la pura reciprocidad y la estricta igualdad, „lo mismo por lo mismo‟
(„como otros infringen, yo también lo hago‟). La intención queda fuera de los
esquemas correctivos y se mantiene cierta idea de la justicia inmanente („ese que
infringe, seguro que le acaba pasando algo‟). Un infractor que no causa
accidente merece menos castigo que un infractor que sí produce un daño.
En el estadio 2, el de la moralidad individualista, instrumental, el conductor
asume una perspectiva individualista concreta: un conductor cumplirá las
normas sólo cuando sea de su interés, o cuando infringir pueda molestar a otros.
Pero si no molesta, la infracción no está mal. Es como decir: „No nos
interfiramos: Yo hago lo que quiero y tú también.‟ Actuar correctamente, por
tanto, es hacerlo según esa máxima. Y lo correcto es relativo: una infracción, un
comportamiento al volante, estará bien o mal según las costumbres y las
circunstancias de cada cual. Esta es la homeostasis del conductor: maximizar la
satisfacción de las necesidades y deseos propios a la vez que minimizar las
consecuencias negativas para uno mismo. No parece haber nadie a la vista: salto
el semáforo aunque esté en rojo. Hay un policía: no paso de 120km/h. El reflejo
de frenar ante la sola presencia de la Guardia Civil: ¿es porque nos impone la
autoridad o porque solemos conducir despreocupados, sin tener en mente el
límite?; en ambos casos revela del background de heteronomía. Lo bueno y lo
malo no tiene un valor inherente es este estadio, tan sólo se respeta lo que se
entiende que es correcto con arreglo a los propios intereses y necesidades. Un
conductor puede ver que otro no tiene que saltar el semáforo porque le
interrumpe entonces el paso, que es su derecho. Pero si nadie pasa, o si se puede
hacerlo „sin molestar‟, no hay nada de malo en ello. Por eso dirimir un conflicto
es difícil: siempre hablamos de perspectivas individuales que ¿hasta qué punto
van a ser compartidas? La justicia correctiva es de tú a tú, se atiene a las
circunstancias específicas y puede haber un amplio argumentario: un día
invocamos un principio de habilidad („¿cómo eres tan torpe? ¿No te has dado
cuenta de que venía por detrás [a 170km/h]?‟), para otro día invocar de manera
oportunista el respeto a las normas de tráfico („te has saltado el stop‟). El
carácter fugaz de las interacciones entre conductores desde esta posición moral
recurrirá a menudo a esquemas recíprocos de psicologización (Pérez y Mugny,
1988). Al fin y al cabo, el „raro‟, el „necio‟ siempre es el otro.
Tal vez el estadio 1 sea, aplicado al tráfico, poco más que una caricatura,
pero el estadio 2 describe, a nuestro juicio acertadamente, un contexto conocido.
Y la intersección entre el estadio 2 y el estadio 3 genera paradojas. Típicamente
desde el estadio 3 se asume el deber de conducir como otros conductores
(pasajeros, peatones) esperan. Pero „ser bueno‟ también puede llegado el caso
implicar que uno haga luces para avisar a otros conductores de la presencia de la
policía… la transición del estadio 2 al 3 depende en cierta medida de lo que se
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sistema actual parte del a priori de que todos tenemos que ser vigilados como si
fuéramos delincuentes en potencia, a la manera del panóptico reseñado por
Foucault (1996), y que no tenemos legitimidad ni autoridad para sancionar de
forma recíproca. Más bien en el tráfico cada cual se las apaña, es una cuestión de
ser prudente y „listo‟ (infringir cuando toca, que no te pillen) y en esto también
incide la experiencia. La justicia, como consecuencia, no llega a alcanzar niveles
aceptables porque la formulación del principio mismo de autoridad en el tráfico
es inadecuada de raíz. El resultado es que el conductor, capaz individualmente
de un razonamiento moral convencional, experimenta al ingresar en el sistema
de tráfico una suerte de regresión moral o, al menos, muchas oportunidades de
hacerla efectiva y un amplio abanico de racionalizaciones disponibles vinculadas
a la propia idea de „accidente‟ y a la elaboración de la idea de responsabilidad en
el ámbito del tráfico (véase estudio 3).
Para que su conducción sea moral, los conductores no sólo deben saber qué
está prohibido o qué no lo está, sino también por qué ciertas acciones son
incorrectas. Los conductores moralmente autónomos podrán entender el
principio mismo y el significado de esas normas de tráfico (razonamiento
prescriptivo), pero lo importante es que el desarrollo de la comunidad justa del
tráfico debe conminar a la aceptación de la moral convencional también por
otras vías, gracias a esa conexión entre lealtad y responsabilidad de la que habla
Kohlberg (razonamiento descriptivo). La vinculación afectiva con el grupo es un
factor motivador para aquellos conductores que carecen de la motivación interna
para actuar correctamente a expensas de su propio juicio. ¿Cómo debe conducir
un conductor de esta comunidad?” Estamos entonces sugiriendo un principio
heterónomo de génesis afectiva, tal como sugería Durkheim, y aquí la
redefinición previa de las bases de la autoridad moral que rigen el principio de la
comunidad del tráfico es de extrema importancia. La cultura específica que rija
la comunidad del tráfico lo es todo.
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Capitulo 3
capacidad que los ciudadanos tenemos de recordarnos los unos a los otros que es
importante respetar las normas, que son de todos y para todos. Y esa misma
conciencia del respeto y la obligación que tenemos con la norma y su vigencia
como instrumento sagrado de interrelación, que debe asumir el ciudadano, será
la conciencia que exija su parte cabal a las propias instituciones. De este modo,
el proceso de interacción colectiva podría dejar ciertos testigos anteriores a la
sociedad capaces de indicar problemas que ya no pueden achacarse al conductor
indómito y que la propia sociedad –también lo son los gobernantes e
instituciones- debería diagnosticar, mejorar y cambiar.
En la fase 2 los miembros reconocen un ideal compartido de conducta, pero
no se ha llegado aún a un acuerdo específico sobre una norma o regla definida.
El parón en esta fase ideal refleja que los miembros no creen que podrían
cumplir la norma. En el contexto del tráfico, esto implica algún tipo de
participación de los propios conductores a los que debe darse voz pública.
Habría que proceder a un reajuste de las normas de tráfico percibidas como
obsoletas o mal ajustadas, con el concurso de los conductores, con relación a
normas tanto en derecho (reglas, limitaciones, obligaciones legalmente
instauradas) como de hecho (ubicación y empleo de signos viales, modo
operativo de los agentes de tráfico, coordinación municipal y extra-municipal
según las competencias de control policial). Las expectativas de viabilidad y de
cumplimiento de las normas deben ser alimentadas con datos gráficos y reales.
Los avances positivos deberían ser retroalimentados en los medios públicos
(como ocurre ahora, exitosamente, con la disminución de accidentes tras la
implantación del carné por puntos, y de medidas legales y de control).
Sería fundamental establecer las normas sobre las cuales van a centrarse los
avances. Kohlberg et al (1997) han mostrado que el contenido específico de las
normas es importante, en la medida en son normas constituidas, adoptadas, y
tienen sentido en términos de la pertenencia a la comunidad y la vida del grupo.
La moralidad convencional se construye conforme a la vinculación del grupo a
ciertas normas específicas y entonces el respeto al grupo pasa por respetar la
norma. El desarrollo de la comunidad justa del tráfico puede vincularse
específicamente a ciertas normas particularmente importantes, no
necesariamente a todas. Esta segmentación deberá tener en cuenta lo que la
norma representa moralmente (respeto a la vida de los demás) y la posibilidad de
vincular la norma específica al sentimiento de la comunidad: valoración de la
norma y valoración de la comunidad son en realidad lo mismo.
Kohlberg el al. (1997) muestran igualmente que no todas las normas
específicas son aceptadas ni entendidas por igual Todas las normas de tráfico
parecen importantes pero es natural priorizar e insistir en aquellas que hacen más
daño a la comunidad en la forma de muertes y lesiones. Por otra parte, marcar
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Moralidad, comunicación, influencia…
como referente el respeto al otro, no asumir a los demás como medios sino como
fines en sí mismos, también permite agrupar las normas de distinta manera: no
es comparable conducir sin cinturón, sin casco o haber olvidado el carné en casa,
a saltar un semáforo en rojo, conducir mientras se habla con el móvil o
embriagado. Como veremos en nuestros propios estudios, esta diferencia entre
las normas cuya infracción implica a lo personal frente a infracciones que ponen
en riesgo a terceros es claramente discernida por los sujetos participantes y
pueden por sí mismas segmentar el orden de asuntos propiamente comunitarios.
También habría que considerar qué normas y qué contextos son más fácilmente
reprobables (p. ej., el uso del teléfono móvil en zona urbana, o un mal
adelantamiento, saltar un semáforo).
En la fase 3 sí se llega a hacer acuerdos y reglas para realizar ideales
normativos; pero no hay expectativa de que se cumplan de verdad. Existe esa
paradoja: los acuerdos y reglas se violan de forma flagrante, pero se mantienen
en la fase 3 (en lugar de pasar a la 0) porque los miembros no desean revocarlos.
Sería necesario combatir el descreimiento destacando el éxito de la iniciativa,
con datos y apoyo empírico, con modelado positivo y todo ello requiere apoyo
institucional y mediático. Obviamente, sería necesario abrir un debate público
sobre esta cuestión, canalizando los argumentos de manera adecuada. Podría
tratarse de una tarea institucional directa (campañas de la DGT), pero también
indirecta, poniendo argumentos en manos de ciertas minorías activas –víctimas
de accidentes, asociaciones de conductores, etc. (Moscovici, 1981).
El esfuerzo en esta fase es fundamental, tanto en el ámbito de las normas de
tráfico como en el ámbito de la gestión de la sanción correctora en el tráfico,
revertir la no implicación (Milgram, 1971). Hay que hacer ver y entender que
responder inadecuadamente a una interpelación legítima de otro conductor por
una infracción es una respuesta inaceptable (como no se puede rechazar una
pena cuando uno comete un crimen). Que las interpelaciones no provienen de
individuos sino de representantes del cuerpo social, que a veces se interpela y a
veces se es interpelado, que entre todos debemos recordar la importancia de
mantener el respeto a las normas. También que la sanción correctora, la
reprobación, debe ser proporcionada, y que la escala de sanción debe ser amplia
y sutil, tal como indicaba Durkheim. Por otra parte, este tipo de implicación
social nada tiene que ver, a priori, con el ámbito de actuación de la policía de
tráfico, cuya presencia sigue siendo fundamental y probablemente deba
focalizarse en los grandes excesos que, pese a todo, sigan cometiéndose en el
tráfico (de suponer, por una ínfima minoría de conductores).
La aceptación de la norma (2-3) y la expectativa de la norma (4-5) permite
establecer un impasse importante. La aceptación implica que los miembros
reconocen que deben tener una norma colectiva determinada. La expectativa
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Capitulo 3
significa que no sólo están de acuerdo con una norma colectiva sino que también
la experimentan como un límite para su conducta. Kohlberg ve la fase 4 como
una fase a priori ingenua, donde la expectativa general es que todo el mundo va
a actuar con arreglo a las normas. Si sucede así, puede ser una fase terminal que
de paso a las fases 6-7.
El problema de la aceptación de la norma (fases 2 y 3) y de generar la
expectativa de la norma colectiva (fase 4) es fundamental en el intento de elevar
el nivel moral y la implicación de los actores en el tráfico. Es un gran trabajo de
persuasión. La fase de expectativa debería ser, probablemente, acompañada con
experiencias piloto en la que se hagan públicas estas normas y estrategias, se
proporcionen modelos adecuados de interpelación e incluso se faciliten
instrumentos a tal efecto en los vehículos. Como veremos más adelante, ya
existe en el ámbito urbano del tráfico una experiencia que apunta en este sentido
denominada shared space (espacio compartido) (Monderman, Clarke y Baillie,
2006; véase 3.3.1). La fase 5 representa la posibilidad de que esto no suceda, y
se genere frustración por el incumplimiento manifiesto del respeto a la norma.
Se trata de una fase crítica que puede dar lugar a varios cursos de acción: a)
proponer una nueva norma colectiva que reemplace la existente, b) cesar en la
expectativa de cumplimiento de norma de conducta (regresión), c) reafirmar la
norma colectiva mediante la exhortación y otras formas de imposición, con un
avance de fase.
Finalmente, las fases 6 y 7 son importantes por las formas y acciones que
implican para sostener la norma colectiva. En la fase 6 los individuos se
comprometen a persuadirse unos a otros con respecto al desempeño establecido
por la norma. Esto implica comunicación entre los individuos afectados,
persuasión, interacción, interpelación, reprobación, en términos básicamente
inter-individuales. En la fase 7 se da un paso más allá y se reconoce el deber de
informar al grupo sobre los infractores de la norma (delación). Como vemos,
estamos hablando de un proceso dual en las fases de la norma colectiva: normas
constituidas y normas constituyentes. Retomemos las palabras de Kohlberg et
ál., 1997b; p. 76), sustituyendo adolescente por conductor:
Los conductores pueden sentirse tentados a ser meros espectadores morales y
evitar los compromisos. En verdad, ese es el rol que la sociedad parece
haberles asignado al negarles oportunidades para la acción responsable en el
sistema de tráfico. (…) sólo son responsables de sí mismos: deben conducir y
mantenerse alejados de los problemas. Si hay problemas (…) no les
corresponde a ellos hacer nada: esa es tarea de las autoridades. En el enfoque
de la comunidad justa, los conductores tienen la responsabilidad de ser
«guardianes de sus hermanos y hermanas», como miembros de una
comunidad.
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Capitulo 3
persuadido para que cambie. En cierto modo, y dado que la conducta del tráfico
se da en público, las fases 6 y 7 son casi una: la interpelación puede verse como
una delación. Pero la comunidad justa en el tráfico debe asumir que las reglas
pertenecen a la comunidad en su conjunto y que debe ser la propia comunidad la
que insista en que se respeten.
Al igual que los estudiantes de Kohlberg et ál. (1997), que los urbanitas de
Milgram (1971), los conductores nos hemos hecho refractarios a decir, a
importunar, a reprobar y descubrir al infractor. Como si tuviésemos falta de
estima propia, aceptamos que se vulnere nuestro derecho a la seguridad vial y el
derecho de otros semejantes. Y si reprobamos, bajo el actual paraguas
normativo-moral, y a no ser que la infracción sea en verdad muy flagrante y
riesgosa, somos tachados de raros, metomentodo, quisquillosos. Hay que hacer
entender, como advertía Durkheim (2002), que la infracción debilita la norma y
la autoridad, que una infracción no afecta a un tercero sólo cuando está directa y
materialmente implicado, sino que las normas son de todos y nuestra seguridad
deriva de su respeto sagrado.
182
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complejos y desarrollados.
La visión de Mead se articula en torno al momento en que se constituye el
lenguaje, la comunicación basada en símbolos, y la progresiva complejidad del
“espíritu” (mind) humano. La matriz social primigenia, origen de los procesos de
intercambio y de comunicación (de golpes, gestos, gritos, útiles) entre las „formas‟
humanas que la componen, es muy primitiva, todavía no ha constituido el lenguaje.
De tal manera, con mayor o menor virulencia, se prefiguran una serie de acciones,
reacciones y adaptaciones mutuas de comportamiento entre los individuos dentro
de la matriz social. Al igual que en otros mamíferos superiores, antes del desarrollo
del lenguaje la comunicación entre (pre)humanos se establece básicamente a través
de gestos (faciales, posturales). Reconociéndose en este punto deudor de la obra de
Charles Darwin Expresion of the Emotions in Man and Animals, a diferencia de
aquel, Mead no concibe necesariamente al gesto como un producto funcional de la
conciencia (una vía para expresar una emoción), lo que presupondría la conciencia,
sino al revés: la conciencia se concibe como emergente de la conducta y del acto
social. Es decir, el acto social es posible, en sus etapas o formas más elementales,
fuera o aparte de alguna forma de conciencia. En esto Mead reconoce la aportación
esencial de Wilhem Wundt, que destacó el papel del gesto como estímulo para
otros individuos implicados en el mismo acto social. La aportación de Wundt es
esencial porque identifica así el mecanismo original sobre el que se asienta el
proceso social.
En este punto, la interacción social conlleva el gesto no significante. Así, en su
conocido ejemplo de la riña de perros “el acto de cada perro se convierte en el
estímulo de la reacción del otro perro” (Mead, 1934; p. 86). Pero en algún punto, el
actor toma conciencia de qué significa su gesto para el otro en el momento en que
lo emite (de donde la importancia del gesto vocal), y a partir de entonces surge el
gesto-símbolo o gesto significante (un brazo alzado, una verbalización), que es
aquel cuyo significado es compartido simultáneamente por el actor y por el
observador. En este punto se constituye un producto humano fundamental: el
lenguaje. A partir de entonces, el actor podrá entender qué experimenta el
observador, y generar para sí, en paralelo, una reacción implícita, virtual, a menor
escala. Tal momento, determina el inicio del lenguaje como instrumento de
comunicación, del mero gesto vocal a la palabra.
La posibilidad que el ser humano tiene ahora de crear, identificar, manejar y
aprender símbolos tiene, a su vez, hondas repercusiones en el proceso social, pues
permite un diálogo más complejo y elaborado entre las partes –intercambio de
símbolos cuyo significado se comparte, no necesariamente de golpes. Al ser capaz
de recrear en su fuero interno lo que el otro siente y entiende al observar su gesto, al
ponerse en el papel del otro, se origina en el individuo lo que Mead llama el
Espíritu –la mente, la inteligencia-, pues el pensamiento “que es simplemente una
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“Según este punto de vista las sociedades han surgido como corporaciones
comerciales, por la unión deliberada de un grupo de inversores que eligen a sus
autoridades y se constituyen en una sociedad. Los individuos aparecen primero y
las sociedades nacen de la superioridad de ciertos individuos.” (p. 255). En el
esquema del contrato social, tan extendido en el ámbito institucional y
organizacional de la sociedad moderna, todo el proceso genético anterior, la
comunicación por gestos no significantes, el surgimiento de las significaciones, el
desarrollo del lenguaje, de la comunicación bi-direccional basada en gestos
significantes, el desarrollo de los espíritus y de las personas, queda obviado.
Partiendo de esto, se va a la caza del conductor propenso.
Al fin y al cabo las burocracias se hallan fuertemente jerarquizadas y existe un
tipo u otro de cadena de mando, una cohesión y un orden social. Pero cuando la
armonización de los intereses entre distintos individuos o grupos no está sujeta a
estos fuertes condicionamientos, o estos quedan debilitados por la entrada en juego
de otros factores (p. ej., la velocidad en los orígenes del tráfico), surgen problemas
derivados de la falta de comunicación y de oportunidades para establecer
adecuadamente el punto de vista del otro y desarrollar un conjunto adecuado de
expectativas de comportamiento. Es el caso del sistema de tráfico por carretera, un
sistema de movilidad cuyas amplias dimensiones espaciales (redes de miles de
kilómetros que se extienden en todas direcciones) y temporales (con presencia de
conductores prácticamente las 24 horas), hacen muy difícil el control en un plano
jerarquizado y en el que la norma viene impuesta desde arriba, en lugar de ser
generada, o al menos recreada, por el conjunto de los conductores.
El referente aquí es la policía y la ley, en abstracto. Entre conductores y policías
existe comunicación unidireccional, acción-reacción, acatamiento. El „otro
generalizado‟ queda extrañamente dividido, entre el papel legal del policía y el
derecho de los demás conductores, que a ojos de lo expuesto sería el referente
legítimo dentro del contexto social del tráfico. En términos de Mead, diríamos que
el “Mi” queda así muy debilitado frente al “Yo”, pues al no verse legítimamente
reforzado en la interacción con los demás conductores queda como un papel
reservado, bien al propio control interno, bien a la policía. El diálogo queda así
empobrecido: no es un sistema en el que la corrección sea suave y continua, donde
la infracción y la sanción son elaboradas, sino de multa repentina en la que no
caben explicaciones. Eliminado el Mí, el individuo es todo Yo. Y sin embargo,
“Esta adopción del papel del otro que he usado con tanta frecuencia, no es
simplemente de importancia pasajera. (...). El efecto inmediato de tal adopción
del papel reside en el control que el individuo logra ejercer sobre su propia
reacción. La fiscalización de la acción del individuo en un proceso
cooperativo puede tener lugar en la conducta del individuo mismo, si le es
posible adoptar la actitud del otro. (...) Y es así como el control social, en
cuanto funciona en términos de autocrítica, se ejerce tan íntima y
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a b
>120+n KM/H
c
Figura 6. Posibles instrumentos de comunicación entre conductores
Los dos últimos ejemplos, nos llevan del ámbito táctico-operativo de la
conducción al ámbito normativo-moral. Una comunicación más fluida y más clara
entre conductores podría contribuir a incrementar el respeto a las normas y la
reciprocidad entre los conductores: reprobar específica y claramente un gesto
inadecuado; confirmar la validez de una norma sancionando su trasgresión. Los
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normas son, primero, reglas sobre el comportamiento. Dicen a cada persona qué
se espera de él/ella en ciertas situaciones y, al hacerlo, indican indirectamente
que requerimientos los demás no podrán (o no deberían) hacerle. Las normas son
estables (regulares) de forma que permiten al individuo hacerle saber qué se
espera de él hoy o mañana. Más aún, las normas se basan en acuerdos o
consenso lo que reduce la necesidad de una vigilancia estricta y, en grupos
grandes, distribuye la responsabilidad de la vigilancia de forma amplia. La
vigilancia del cumplimiento de las normas a menudo implica llamadas a valores
impersonales y agentes supra personales que impiden que la conformidad se vea
como un ceder ante una persona más poderosa y así reducen la resistencia. Tales
valores suelen ser observados por una amplia base de los miembros del grupo, y
una vez se asocian con la conformidad devienen directamente gratificantes lo
que a su vez reduce mucho la necesidad de ejercer un control externo.
En la medida en que las normas reducen la interferencia, acortan los costes
de comunicación, aumentan la similitud del valor, y aseguran las secuencias de
interacción necesarias para el desempeño de la tarea, las normas mejoran las
posiciones de recompensa-castigo logradas por los miembros de una díada, y
también su cohesión, algo de interés en nuestro problema:
“Las normas también pueden tener consecuencias menos directas en la
cohesión de grupo. Cuando los constreñimientos y las frustraciones de la
interacción se perciben como «justificables» en el sentido de que derivan de
fuentes normativas imparciales e impersonales, entonces serán menores la
agresión y la hostilidad que serían instigadas si tales frustraciones se
percibiesen como derivadas de un capricho personal.” (Thibaut y Kelley,
1956; p. 139).
“El proceso de transmitir y hacer cumplir las normas (…) siempre implica en
cierto grado y de cierta manera las operaciones o actividades necesarias para el
ejercicio de una transformación del control de las contingencias futuras.”
(Thibaut y Kelley, 1959; p. 240). Para controlar las contingencias futuras de
alguien (converted fate control) y asegurar que actuará de cierta manera el grupo
debe asumir tres actividades: 1) establecer una regla –tal como la conducta que
se desea que suceda- y las consecuencias de hacerlo o no hacerlo, 2) mantener la
vigilancia de la persona (especialmente cuando la consecuencia de la no-
conformidad es la reducción de resultados) y evaluar si se cumple el criterio
normativo establecido y 3) aplicar sanciones para producir las consecuencias
que se esperan. Como vemos, Thibaut y Kelley (1959) van en la línea de
Durkheim y Kohlberg (véase también Foucault, 1996).
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distintos conductores requiere el infractor promedio para darse cuenta de que „la
cosa ha cambiado‟? ¿Son todas las intervenciones de reprobación equiparables?
¿Qué efectos tendrán sobre el infractor y a través de qué procesos?
Thibaut y Kelley (1959) manejan fundamentos teóricos distintos a los de
Piaget-Kohlberg pero con procesos y resultados similares. Los motivos por los
que debe respetarse la norma importan. Cuanto más lógicos y más adecuados
sean en términos de su valor para el colectivo, más segura es su vigencia como
sustento de determinadas normas sociales. Pero el propio grupo con su acción
frente al incumplimiento de la norma, puede evocar distintas nociones sobre la
importancia de su respeto: es costumbre, es buena de por sí, es buena para el
grupo, es moral, etcétera.
Al describir de forma tan minuciosa el marco de interdependencia con
relación a la génesis y mantenimiento de las normas, Thibaut y Kelley apuntan a
las deficiencias funcionales del propio sistema como causa de la desviación, y no
tanto a las características del propio sujeto desviado. No es habitual y en última
instancia suele observarse que la propia impotencia del sistema termina por
generar o favorecer explicaciones tipo “cabeza de turco”, los conductores
propensos, el individuo anómalo, tal como ha explicado Moscovici (1981).
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anómicas y las mayorías nómicas, dejando de lado tres cuartas partes de las
posibilidades de influencia bajo estudio.
Las dos siguientes proposiciones abordan el mecanismo central del cambio:
el conflicto. La segunda proposición dice: “El cambio social, al igual que el
control social, constituye un objetivo de influencia.”. El a priori es la
heterogeneidad de la sociedad moderna, donde individuos, clases e intereses se
encuentran en conflicto, incluso con incompatibilidad de objetivos y conductas.
En este contexto, el control social es la influencia para mantener lo que hay, y
suelen circunscribirse a las condiciones dominantes de pervivencia y de
convivencia (familia, Iglesia, ejército). El cambio social es la influencia para
cambiar lo que hay, y suele circunscribirse al ámbito del arte, ciencia y
tecnología donde la originalidad y la innovación son fundamentales (también
para la sociedad más amplia). Conflicto y cambio social son ambos
indispensables, unas veces se complementan y otras se oponen.
La tercera proposición dice: “Los procesos de influencia están directamente
unidos con la producción y la reabsorción de los conflictos.”. Las personas, que
normalmente no esperan que los demás estén en desacuerdo con ellas,
experimentan una tensión si esta expectativa no se cumple y necesitan tiempo
para caer en la cuenta de la existencia del desacuerdo. Antes de aceptar que están
en conflicto, tratan de encontrar una explicación al malentendido (p. ej., que el
desacuerdo sea accidental). La divergencia es inquietante porque propone una
norma diferente y genera una incertidumbre acerca de la propia aptitud para
resistir, cambiar o elaborar la norma en cuestión. La duda es especialmente
intensa cuando se parte de la idea de que sólo hay una respuesta aceptable
porque entonces el individuo se ve obligado a analizar la validez y generalidad
del nuevo punto de vista. El desacuerdo posee, pues, al igual que la amenaza de
conflicto, un efecto perturbador y engendra incertidumbre:
“Para el individuo, el problema no consiste tanto en reducir su incertidumbre
como en disminuir el desacuerdo subyacente o en persuadir al otro de que
tiene razón. La reducción del desacuerdo se produce cuando el individuo
consigue el apoyo de algún otro, y la disminución de la incertidumbre se
produce cuando el sujeto cede. (…) Es pues el conflicto lo que da origen a la
incertidumbre. (…) Si el conflicto implica incertidumbre y si es una condición
previa para la influencia, entonces cuanto mayor es el conflicto más profunda
será la influencia. (…) La observación de Mead según la cual „el conflicto es
un acto social que provoca como respuesta el cambio‟ parece, pues,
plausible.” (Moscovici, 1981; p. 130).
Moscovici señala que hay distintos tipos de conflicto, y sostiene que si en el
conflicto inter-personal puede haber aquiescencia (conformidad), en el conflicto
intra-personal no, porque ceder en el plano interno, someterse a otra persona,
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3.4.2.1. La infracción como consecuencia del propio diseño del sistema tráfico
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cohesión del grupo. Una radicalización de las posiciones normativas en el seno del
grupo podría inducir a un conflicto de identificación (ante la radicalización en el
seno del propio grupo y las nuevas posiciones normativas). Por último, puede darse
el llamado „efecto manzana podrida‟, cuando miembros del intragrupo
negativamente connotados son más rechazados que si se tratase de miembros del
exogrupo (dissimilation). Se trata de un fuerte efecto de protección de la identidad
social que pasa por rechazar la homogeneización de los rasgos negativos asignados
a los desviantes en el intragrupo.
Con todo, la saliencia simultanea de un conflicto de identificación con la fuente
y un fuerte proceso de auto-categorización podría dar lugar a una influencia latente
superior a la manifiesta si, finalmente, el blanco considera la posición extrema
defendida por la fuente como pertinente para la definición de las posiciones
prototípicas del intragrupo, o si el blanco pasa a considerar –en su proceso latente
de examen- que la posición extrema defendida por la fuente podría ser más
prototípica de su categoría social. Esto podría pasar en positivo (partido
conservador que pasa a defender a la mujer como sujeto pro-activo en la esfera
económica) o en negativo (grupo neofascista que decide promover un brazo
armado). Tampoco podría excluirse que la aprobación manifiesta de la norma
prototípica del intragrupo tenga por efecto perverso la introducción de lo que Pérez
y Mugny llaman „parálisis sociocognitiva‟ (paralysie sociocognitive) que se traduce
en una ausencia de influencia cuando la auto-categorización es menos saliente. Se
trata de un efecto similar al observado con las TAP y el juicio experto: la
complacencia manifiesta no ha dado lugar a una elaboración más personal (véase la
fase 5 de la norma en Kohlberg et ál., 1997d). Precisamente en los casos en que se
ha forzado al blanco a ir contra su grupo, es cuando se ha podido observar un
cambio latente, derivado del proceso de escrutinio y elaboración de la divergencia
en el contexto intragrupal, más que del simple proceso de autocategorización.
Ante una fuente exogrupal el conflicto manifiesto se resuelve a través de la
clásica diferenciación social (Tajfel, 1984): alejamiento del exogrupo, cohesión
intragrupal. Sin embargo, Pérez y Mugny señalan que una excesiva discriminación
manifiesta puede originar el efecto paradójico de la conversión, debido a dos tipos
de actividad. Por un lado, el remordimiento por la discriminación (en la medida en
que es culturalmente penalizada) provoca un conflicto cognitivo-cultural que se
resuelve en el plano latente. En este caso la influencia latente funciona cuando el
exogrupo es una minoría, pero no cuando es una mayoría o exogrupo poderoso,
pues la sociedad estigmatiza la discriminación injustificada del inferior, pero no la
„competencia entre iguales‟. Por otro lado, la actividad de disociación con respecto
al exogrupo puede promover una conversión. La disociación presupone que el
sujeto resuelve el conflicto social y el cognitivo en dos tiempos, primero el
conflicto intergrupal y luego el cognitivo. Una vez resuelto el primero,
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Capitulo 3
que por desear evitar el conflicto que producen. En realidad, la idea de que el
conflicto es ineficaz deriva de estudios dentro del paradigma funcionalista, donde
se analiza la eficacia de la influencia (unidireccional) de una fuente sobre el blanco.
El blanco de influencia no puede responder, no es fuente de influencia. Pero cuando
se da la posibilidad a los sujetos a su vez de influir activamente al otro ¿por qué
únicamente dejarse influir por él? El sujeto tratará probablemente de influir y la
opción moderada (conformarse, normalizar) será escogida sólo cuando compruebe
la incapacidad de persuadir o hacer cambiar al otro. Los autores presentan un
estudio en el que se manipula precisamente la „teoría‟ sobre la eficacia del conflicto
que los sujetos reciben (ser flexible funciona / ser inflexible funciona) y la
concordancia del tipo de argumentos empleados con esta idea (argumentos
flexibles/inflexibles). La variable dependiente es la intención de usar o no los
argumentos y el cambio de actitud registrado en la dimensión (hacia la xenofobia o
la xenofilia). Los resultados indican que los sujetos muestran más intención de
emplear los argumentos en cuestión cuando son coherentes con la teoría que
manejan sobre qué funciona (ser flexible o inflexible), esto es, cuando se presupone
su eficacia. Evitan el conflicto cuando no se perciben como capaces de convencer
al otro y exhiben los argumentos más extremos cuando sí creen que obtendrán un
cambio en el otro. Por otra parte („convence convencido‟) los sujetos que tenían a
su disposición estrategias eficaces (coherentes) para convencer al otro han
consolidado una actitud menos xenófila (!) que los que tenían a su disposición
estrategias menos eficaces. En definitiva, todo es cuestión de representaciones.
Cuando los sujetos cuentan con una teoría del conflicto eficaz, la utilizan más, sea
que ella reposa en el conflicto o en su evitación, sean los argumentos flexibles o
rígidos. “Haría falta, tanto en sujetos „naif‟ como en los propios investigadores, una
teoría del conflicto estructurante para que estos se empleasen recurriendo a este
último.” (Maggi et ál., 1993; p. 229).
La evitación del conflicto no se debe principalmente a la motivación de
mostrarse conciliador con el otro, o a la idea de que el conflicto sería malo, sino
más bien al hecho de que se le considera ineficaz. Otro aspecto es también
fundamental: el grado de conflicto mantenido durante la interacción repercute
ulteriormente en las actitudes personales. Si las posiciones se extreman o se
moderan en el transcurso de la interacción, las propias actitudes van en el mismo
sentido. Recordemos los estudios de la polarización (Moscovici y Doise, 1992): la
forma de intercambiar las opiniones en una interacción modifica las actitudes
privadas de los interlocutores. Lo que indican Maggi et ál. (1993) es que en el
curso de una interacción persuasiva, no se mantendrían los juicios extremos porque
son eficaces e influyen al otro, sino porque ellos mismos son (se sienten) eficaces.
En el fondo, eso sugiere que los argumentos avanzados por los sujetos son
determinados antes por su eficacia intrínseca, más que por la convicción personal
de la que hacen objeto.
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Pero esto envía tal vez al talante moral de los propios sujetos en la
investigación (o de las propuestas de los investigadores). Un sujeto en el estadio 2/3
hará esto en mayor medida (estos argumentos me hacen ganar) que un sujeto en
estadio 4/5 (estos argumentos no sirven para construir una sociedad y no me
identifico con ellos). Todo ello, la eficacia de la acción persuasiva, el domino moral
de referencia, la posibilidad de cambiar las cosas, hace de la TEC un instrumento
complejo y prometedor en el contexto de una sociedad que aspira a que los mejores
argumentos tengan una oportunidad en la influencia recíproca, a que la democracia
circule entre las cabezas a diario y no sólo por las urnas cada cuatro años.
Dadas las complejas posibilidades de la TEC, y teniendo en cuenta lo limitado
de nuestros propios estudios, nos limitaremos a especular algunas posibilidades de
cara a nuestra problemática del tráfico. En primer lugar y retomando los últimos
argumentos, no estaría de más avanzar un poco de pedagogía de ese „conflicto
estructurante‟ entre la ciudadanía. Concretamente el conductor debe conocer que el
conflicto como respuesta a una acción inaceptable de un conciudadano –p. ej., una
reprobación- tiene efectos positivos y consigue cambios por distintas vías. En
realidad, la cultura popular tiene cierto conocimiento de estas posibilidades y estos
efectos (p. ej., las decisiones importantes „se consultan con la almohada‟ „quien
bien te quiere te hará llorar‟, „crisis es vida‟). El conflicto, después de todo, puede
contribuir a actuar más razonablemente y aproximarse al objetivo „cero accidentes‟.
Esto afirmaría un sentimiento de eficacia personal y colectiva con respecto a
acciones que siempre tienen un mínimo coste emocional, tanto para el infractor
(merecido) como para el sujeto que reprueba la acción. Al mismo tiempo, al
preparar a la ciudadanía para una estrategia colectiva de este tipo ya tendríamos un
buen trecho ganado en el proceso de apercepción social y cambio porque el que
quiere convencer, previamente ha de convencerse.
Un segundo aspecto deriva de los dos principios generales de la TEC. Debemos
evitar el conflicto social para introducir un conflicto cognitivo y generar
alternativas de cambio. A priori todo conductor goza del mismo estatus ¿qué debe
decirle un conductor a otro conductor infractor y cómo para que se de paso a una
elaboración cognitiva del mensaje que lleva la interpelación? ¿Cómo reprobaría un
policía o un peatón? Recordemos que Moscovici (1981) recomendaba un estilo de
comportamiento rígido para el intragrupo y basado en la equidad para la fuente
poderosa (policía). Pero antes de esto deberíamos pensar en la propia
representación social de la tarea de reprobación. Por ejemplo, las implicaciones en
la relación y en las consecuencias no serán las mismas si la interpelación es
equiparada a una “ayuda”, es equiparada a “hacer memoria al otro” o es como “una
denuncia”. La representación de la tarea introduce un grado u otro de conflicto
relacional, independientemente del estilo de comportamiento o las maneras que
adopte la fuente. Tampoco sería lo mismo invocar el Reglamento de Circulación,
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Capítulo 4
Capítulo 4
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Los accidentes de tráfico son una amenaza global contra la vida y la salud de
las personas (cap. 1). Esta problemática nos lleva a pensar con detenimiento en
los factores que promueven los accidentes de tráfico, la dirección que las
medidas preventivas y la investigación deberían seguir, y las opciones existentes
para reducir su número. Según Wagenaar y Reason (1990) podemos invocar
varias causas “sin embargo, algunos factores tendrán un impacto sobre
determinado accidente en concreto, mientras que otros se hallarán presentes en
una multitud de accidentes distintos también.” (p. 1366), de forma que podemos
identificar tokens (precursores inmediatos) y types (precursores generales) de los
accidentes. Un número finito de types generará un número infinito de tokens, y
remediar ciertos types evitaría la ocurrencia de un conjunto determinados de
tokens, pero no al revés. Por tanto, nuestro discernimiento ganará si miramos
más allá de los precursores inmediatos de los accidentes.
Guarnieri (1992) ha ofrecido dos ejemplos históricos de investigación y
práctica centrados en tokens o types (véase cap. 2). Tratar de identificar y
eliminar a los conductores propensos equivalió en su día a centrarse en el token
psicológico. Moscovici (1981) criticó la perspectiva funcionalista que carga
contra los desviados mientas el problema es cómo el sistema define y mantiene
el orden social. Sin embargo, la caza del token psicológico ha sido una práctica
arraigada. Recordemos que otros estudios han tratado de determinar si los
errores o las infracciones son la causa principal de la accidentalidad. Aunque los
datos confirman que las infracciones son precursores más importantes y
frecuentes de los accidentes que los errores, estos estudios no abordan la
cuestión desde el punto de vista social. Más bien recurren a la idea de la
infracción como algo que proviene de algún lugar en la mente del infractor y
recurren a términos individualistas como aberrant driving behavior.
Pero volvamos a Guarnieri (1992) quien destacó el surgimiento de un
enfoque distinto en los primeros años 1960, cuando J.J. Gibson (psicólogo) y W.
Haddon (médico), afirmaron independientemente que si queremos prevenir las
lesiones por accidente debemos centrarnos en el control de los intercambios
anómalos de energía que alcanzan al cuerpo humano provocando lesiones y
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Estudios empíricos
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Capitulo 4
del problema desde un punto de vista interaccionista lo que arrojaría luz sobre el
significado de la norma y su contra-norma correspondiente (véase cap. 3).
Sistemas normativos Heterónomos versus Inter-conductores
Las distintas perspectivas teóricas que estimulan nuestro análisis de los
niveles actuales de conformidad con las normas de tráfico observados en los
conductores han sido expuestas en el capítulo 3. Las contribuciones empíricas
que podemos encontrar en estos tres estudios que siguen no son tan amplias, de
modo que podemos señalar a los estudios clásicos de razonamiento moral
(Piaget, 1984; Kohlberg, 1992; 1997) como los referentes teóricos principales
del análisis del respeto a las normas oficiales de circulación en términos de dos
sistemas normativos y de razonamiento moral –heterónomo vs. inter-
conductores- que presentaremos.
Las políticas de los últimos años (p. ej., en España, con la introducción del
carné por puntos, la implementación del control automático de velocidad y el
endurecimiento de la vía administrativa y penal para con los infractores) han
arrojado resultados positivos en términos de la reducción de accidentes y
muertes en carretera. No podemos negar este resultado pero debe ser situado en
contexto. Por un lado, por ejemplo en España, y a pesar de las medidas
adoptadas, siguen muriendo muchos cientos de conductores cada año (2.507
decesos en 2008). Por otro lado, una vez la nueva situación en términos de
vigilancia y acción legal quede consolidada (y mejore la situación económica)
deberíamos esperar un moderado incremento (al menos) dado que, después de
todo, se está vigilando y sancionando al conductor. El éxito del sistema
dependerá del mantenimiento de esos niveles de vigilancia policial que ha sido
implementado por el gobierno y los cuerpos legal y policial (Bjornskau & Elvik,
1992). Finalmente, no olvidemos que los que de otra manera son considerados
ciudadanos democráticos y civilizados, deben ser vigilados para cumplir con las
normas de forma mínimamente adecuada.
El objetivo de conseguir un sistema libre de accidentes parece utópico. Y
tanto los expertos de tráfico como los legisladores explican que si se respetase
habitualmente la ley –en particular los límites de velocidad- el número de
muertes se reduciría. Con este objetivo la policía y guardia civil hacen lo que
está en su naturaleza: incrementar la vigilancia y la sanción.
El sistema heterónomo predomina hoy como el sistema que regula la
obediencia a las normas de tráfico. El anclaje de las representaciones de la
norma en entidades que son externas al grupo o la categoría social –en este caso,
el cuerpo policial – es intrínseco a este sistema. Esta práctica anima
habitualmente a la percepción de las normas como algo arbitrario, lo que a su
vez contribuye a mantener la representación en términos de heteronomía. La
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Estudios empíricos
observancia de las normas por parte de los conductores depende en gran medida
de la presencia o inmediación de la policía. La conformidad a la norma es
generalmente contingente al sistema de vigilancia de tráfico (Waard & Rooijers,
1994; Geller, Rudd, kalsher, Streff & Lehman, 1987; Herrstedt, 1992). Los
especialistas consideran estas asunciones y también las posibles adaptaciones
del comportamiento a la vigilancia por parte de los conductores (OECD, 1990)
y entonces tratan de determinar qué mecanismo (visibilidad policial, castigo
inmediato, campañas publicitarias en apoyo de la vigilancia) ofrece mejores
resultados de cara a controlar y prevenir las infracciones y los accidentes
(Koornstra & Christensen, 1991; Siegrist & Roskova, 2001).
El sistema heterónomo confiere un sentido particular a la desviación de la
norma. La seguridad no es vista como un problema de derechos colectivos sino
como una conducta individual, relacionada directamente con el castigo, con la
habilidad en la conducción y con el estilo de cada conductor per se. La mayoría
de los conductores acaban pensando que las normas son representadas por la
policía y diseñadas para proteger su seguridad. Como resultado, la función
primera de una norma social –organizar la interacción entre los conductores- es
ignorada. Cuando la norma no se ancla en el intra-grupo (inter-conductores), no
cumplir con esa norma no confronta al conductor individual con su grupo, y
puede incluso darle una posición ventajosa dentro de él, si el respeto o la falta
de respeto a las normas queda anclada en la interacción policía-conductor.
Además, como bien sabemos, las autoridades externas (la policía) y el castigo
no son igualmente efectivos en la regulación de cualquier grupo o categoría (p.
ej., los jóvenes frente a los más mayores).
Dentro de un sistema moral inter-conductores (esto es, autónomo en los
términos de la gestión grupal o colectiva del respeto a la norma), las normas no
se anclarían en la transacción policía-conductor, sino en la interacción entre
conductores. En lugar de conducir contra la policía, el conductor es consciente
del respeto mutuo entre conductores, y también de sus derechos. La Norma no
es ya una entidad universal e inflexible sino que deviene implementada en la
negociación e intercambios entre los conductores. Por ejemplo, hay una
diferencia fundamental entre un conductor que no supera el límite de velocidad
de 120km/h porque un signo lo indica y un conductor que cumple el límite para
asegurarse de no dañar a ningún otro conductor. Cuando el sistema de tráfico se
concibe a través de este sistema, las conductas interindividuales devienen
marcadas como signos de interacción con otros conductores cuya presencia en
la situación de conducción puede ser real o virtual. Ahora, las normas destacan
no como una herramienta para preservar la seguridad de los propios conductores
sino para preservar la seguridad de los otros conductores. Dos dimensiones
surgen entonces, una para las normas que conciernen a otros conductores y otra
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Capitulo 4
para las normas que implican sólo al propio conductor (p. ej., el cinturón de
seguridad). Finalmente, este sistema de razonamiento moral incluye
mecanismos para su implementación distintos a la vigilancia-sanción policial (p.
ej., la comunicación-reprobación entre los conductores). Lo que debería
cambiar, no obstante, no es el agente a cargo del castigo (digamos, policía frente
a insultos entre conductores) sino la propia representación de la norma. La
norma existe, no para ser respetada o infringida, sino como un instrumento para
organizar la interacción con otros usuarios de la vía y esto es precisamente lo
que la hace „sagrada‟. Una representación social del tráfico vial como un
sistema moral autónomo significa que la conducta y los hábitos individuales
pasen a ser signos de interacción con los otros conductores (reales o virtuales)
mientras uno conduce.
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Estudios empíricos
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Capitulo 4
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Estudios empíricos
que ha cometido (1) o que se hiciera público que usted ha cometido esa
infracción, es decir, que se enterara todo el mundo de ella (21)?"
Tolerancia hacia la infracción de las normas de tráfico. Finalmente se pedía
a los participantes que señalaran en tres dilemas por cuál de las dos opciones se
inclinarían. Estos dilemas consisten en oponer el "respeto del código de la
circulación por encima de todo" a la opción de "poder saltárselo en algunas
circunstancias". Dilema 1: opción A) Saltarse una norma de tráfico si la ve
absurda, aunque ello signifique una falta de respeto para con los demás
conductores que no se salten esa norma concreta; opción B) No saltarse una
norma aunque la vea absurda, y ante todo tener respeto por los demás
conductores. Dilema 2: opción A) Por encima de todo no saltarse ninguna
norma de tráfico y respetar siempre el código de la circulación; opción B) Por
encima de todo conducir con lo que para el conductor es más racional, aunque
ello suponga saltarse alguna norma de tráfico. Dilema 3: opción A) En algunas
situaciones el saltarse una norma de tráfico puede ser estar justificado y ser
aceptado; opción B) El saltarse una norma de tráfico nunca está justificado, la
persona siempre tiene que respetar las normas para no atentar contra la
seguridad de otros usuarios de la vía pública. Para analizar las respuestas a
estos dilemas se ha compuesto un índice que agrupa los tres dilemas. Las
puntuaciones del dilema número 2 han sido invertidas para agruparlas con los
otros dos y que el índice vaya de 0 (se puede saltar alguna vez una norma de
tráfico) a 3 (nunca se puede saltar una norma de tráfico).
Resultados
Las respuestas de las distintas variables dependientes han sido examinadas
mediante el análisis de varianza 2 (los españoles son los más infractores frente a
los menos infractores) x 2 (conductor frente a no es conductor).
Objetividad del sondeo. El ANOVA sobre esta cuestión muestra que en la
condición en la que se dice que los españoles son los más infractores se estima
que el sondeo es más objetivo, refleja la realidad (m=7,60) que en la condición
los españoles los menos infractores (m=13,16; F1,35 =7,549; p<0,009). Sólo se
observa una tendencia a que los no-conductores creen más objetivo el sondeo
(m=8,39) que los conductores (m=11,95; F1,35 =3,22; p<0,081). La interacción
entre ambos factores no es significativa (F<1). El interés de este primer resultado
es que parece confirmar que la infracción de las normas de tráfico se ha
convertido por sí misma en una norma, constituyendo una metanorma perversa,
según la noción de Fernández-Dols (1993), ya que los sujetos creen que ser
infractor refleja mejor la realidad (aspecto descriptivo de la norma) que no serlo.
Eficacia de las multas y tipo de sanción. El ANOVA sobre la eficacia de las
multas indica una interacción entre los dos factores estudiados (F1,35 =6,684;
235
Capitulo 4
p<0,014). Como puede verse en la tabla 10, los conductores juzgan que las
multas serían un buen remedio (m=8,36) cuando se dijo que los españoles son
los más infractores, mientras que no creen que sea un buen remedio cuando se
dijo que los españoles son los menos infractores (m=13,30). Los no-conductores
manifiestan lo inverso: dejan de creer que las multas sean un buen remedio
(m=14,22) cuando se les dijo que los conductores de su país son los más
infractores; mientras que creen en la eficacia de las multas cuando los españoles
son presentados como los más respetuosos con el código de la circulación
(m=7,22).
Tabla 10. ¿Cree que las multas de la policía son un buen remedio contra los accidentes
de tráfico? (1= si lo son; 21=no lo son). N entre paréntesis
No conductores Conductores
Los españoles los más 14,22 (9) 8,36 (11)
infractores de la UE
Los españoles los menos 7,22 (9) 13,30 (10)
infractores de la UE
Estos resultados confirman nuestra predicción general con respecto a los
conductores ya que cuando se les dice que son la causa de que se esté
incriminando a todo el grupo-españoles, refuerzan su aceptación de que se
sancione al infractor, un modo de individualizar la desviación. Lo llamativo es
que se produzca lo inverso con los no-conductores. Contrariamente a nuestra
predicción, que pensábamos que los no-conductores iban a proponer la sanción
como solución en ambas condiciones experimentales, lo que se observa es que
no proponen más multas cuando los conductores de su país son los más
infractores. Se comentarán estos resultados en la discusión.
En el mismo sentido van los resultados sobre si el sujeto prefiere como
sanción pagar con dinero o que se hiciera público que ha cometido esa
infracción. El ANOVA sobre esta cuestión también muestra una interacción
entre los dos factores (F1,35 =4,90; p<0,033). Como puede verse en tabla 11,
cuando se dice que los conductores españoles son los que menos respetan las
normas de tráfico, los conductores vuelven a manifestar que para controlarlo
habría que incrementar las multas administradas por la policía (m=4,09), ya que
para ellos esto es lo más desagradable; en comparación a cuando se dice que la
infracción no es frecuente entre los españoles, en cuyo caso se inclinan más
(m=12,80) por un sistema de sanción social (en contraposición al policial). Entre
esas dos medias se sitúan los no conductores que manifiestan que la sanción
material, policial, puede seguir siendo eficaz en la condición en la que se les dice
que la infracción es baja, o sea, si lo está siendo (m=9,78) y descartan esa
236
Estudios empíricos
Tabla 11. Para usted qué sería más desagradable, ¿el dinero que le hicieran pagar por una
infracción de tráfico que ha cometido (1) o que se hiciera público que usted ha cometido
esa infracción, es decir, que se enterara todo el mundo de ella (21)?
No conductores Conductores
Los españoles los más 11,67 4,09
infractores de la UE
Los españoles los menos 9,78 12,80
infractores de la UE
El carácter "sagrado" de las normas de tráfico. El ANOVA sobre los tres
dilemas en los que se pregunta a los participantes si puede estar justificado
alguna vez (frente a jamás) el saltarse las normas de tráfico también revela una
interacción de las dos variables estudiadas (F1,35 =7,09; p<0,012).
Como puede verse en la tabla 13, cuando se acusa a los españoles de ser los
más infractores, los conductores se defienden y afirman el relativismo de las
normas (m=0,73) más que los no conductores (m=1,67), o sea, que las normas
pueden ser infringidas según las circunstancias. Por el contrario, cuando los
españoles son presentados como los más respetuosos con las normas de tráfico,
entonces los conductores afirman (m=1,90), incluso más que los no conductores
(m=1,33), que las normas son 'sagradas', que no se puede saltarlas.
Tabla 12.Medias correspondientes a los tres dilemas en los que el sujeto tenía que elegir
entre el respeto total del código de la circulación (3) y saltarse la norma según su juicio
personal (0)
No conductores Conductores
Los españoles los más 1,67 0,73
infractores de la UE
Los españoles los menos 1,33 1,9
infractores de la UE
Discusión
Antes de resumir los resultados, recordemos que cuando la desviación a una
norma se hace norma, caben dos formas de incrementar el respeto de esa norma
"pervertida". Por un lado, se puede variar la presión sobre el individuo para que
éste respete la norma en vigor, ya sea mediante la presión externa (moral
heterónoma) o mediante la presión interna e inter-subjetiva (moral autónoma).
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Capitulo 4
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Estudios empíricos
que transfiere una (auto) imagen más positiva de los conductores que estos se
comporten en función del deber social. Estos resultados van en la línea de lo
esperado en términos del déficit (o superávit) de norma descriptiva y abren una
interesante línea de reflexión sobre el manejo público de esta cuestión. Frente a
la costumbre de acosar al colectivo, deberíamos plantearnos la oportunidad de
un cambio de onda que simplemente destaque lo mucho que muchos cumplen.
Por ejemplo, según indica la DGT en nota de prensa, casi 50.000 conductores
han perdido todos los puntos desde que se implantó el sistema, y un 7% de ellos
han algún punto, pero el 1 de julio de 2009, “casi 21 millones de conductores, el
80%, recibirán dos puntos de bonificación.” (www.dgt.es). Acaso generalizar
este enfoque permitiría un proceso de diferenciación con respecto al infractor, y
la génesis de un “círculo virtuoso” centrado en la autoestima que proporciona
cumplir la obligación (Kant, 2002; Pérez y Fernández-Dols, 2008).
La cuestión es que ante la masiva desobediencia del código de la circulación,
los conductores parecen inclinarse por una regulación policial-heterónoma.
Dentro de tal sistema, la norma en sí se vacía de valor inter-subjetivo (o sea, de
otra naturaleza social), teniendo que depender su cumplimiento meramente de un
sistema de sanción externo definido en la interacción conductor/policía. Este
sistema de sanción externo pierde fuerza reguladora general, limitándose a cada
caso individual y en función de los controles de la policía. La fuerza reguladora
de la norma es así relegada a un segundo plano y se llegaría al llamado sistema
policial, en el que lo que cuenta es la relación del conductor particular con la
policía y la capacidad que ésta tenga para vigilar a cada conductor. En resumen,
pues, en esta condición los conductores se inclinan por una individualización de
la desviación.
Definida así la naturaleza del código de la circulación, este sistema lleva a
que el conductor conduzca más en interacción con la policía que con otros
conductores. El conductor con su infracción temería la sanción, pero no se
guiaría por el temor de 'dañar' a otro conductor. Esto es lo que confirma también
la cuestión en la que los conductores, llevados por esta representación de la
norma, indican que temen más el dinero que les haría pagar la policía que la
vergüenza que podrían sentir en caso de que se hiciera público y se enterara todo
el mundo de que ha cometido una infracción. Este juicio parece razonable en la
medida en que el individuo parte de una representación de la norma en la que lo
intersubjetivo, o sea, lo social, no cuenta, y lo que cuenta es la interacción de
cada individuo con la policía.
En otro plano esto lleva a los conductores a abogar por el sistema policial,
heterónomo. Esta concepción implícita en su reacción, en caso de hacerse
explícita, podría ser una fuente de conflicto socio-moral, mayormente para
aquellas personas que en otros ámbitos tengan preferencia por una sociedad en la
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Figura 8. Actitud hacia la transgresión de las normas de tráfico (1=pro; 21=contra), bien
cuando afecta a la seguridad de otros conductores (otros-) o cuando afecta la seguridad
personal (yo-), según el sistema propuesto (policía, inter-conductores).
Sin embargo, las infracciones que amenazan principalmente a la seguridad
personal (figura 8: proyecciones “yo-policía” y “yo-conductores”), dan lugar a
un efecto significativo de la ideología de los sujetos (Beta=0,37; t/65=3,22;
p<0,002), tanto en la condición inter-conductores (Beta=0,23; t/65=1,99;
p<0,05) como en la condición policía (Beta=0,30; t/65=2,62; p<0,02). Como
indican los resultados, los participantes de izquierdas presentan una actitud más
tolerante hacia las infracciones de estas normas que los de derechas.
Por tanto, los participantes de derechas no diferencian entre la tolerancia a
las infracciones de las normas que amenazan la seguridad de otros y las que
amenazan la seguridad personal. Digamos que aceptan el statu quo. Por el
contrario, los participantes de izquierdas perciben una naturaleza social
diferente en función de la norma en cuestión, mostrando actitudes diferenciadas.
Podría, por otra parte, haberse esperado una mayor diferenciación de las normas
como resultado de la manipulación experimental. También podría haberse
esperado una diferencia mayor entre las normas que afectan o no afectan a la
seguridad de otros dentro de la condición inter-conductores. Una explicación
posible a la no obtención de estos resultados podría ser el efecto de techo
observado en las normas que conciernen a la seguridad de otros.
Actitudes hacia la policía. Se observa una interacción entre la ideología
política de los participantes y el sistema normativo propuesto (R2=0,16; F2;63=
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Estudios empíricos
5,97; p<0,005). Cuando se propone el sistema policial, los participantes que eran
más de derechas evaluaron a la policía más positivamente que los de izquierdas
(Beta= -0,35; t/63= -3,03; p<0,004), pero cuando se proponía el sistema inter-
conductores se obtuvo el efecto opuesto (Beta= 0,19; t/63= 1,69; p<0,10), y
entonces la acción policial tiende a ser más positivamente evaluada por los sujetos
de izquierdas que por los de derechas (figura 9).
Figura 9. Proyecciones de los análisis de regresión para las respuestas al ítem “¿En qué
medida es la policía del tráfico de ayuda a los conductores que lo necesitan (por una avería
mecánica o accidente)?” (1= siempre; 21= nunca) que resultan del sistema normativo
propuesto (policía, conductores) y la ideología política.
Por tanto no puede concluirse directamente que los participantes de
izquierdas tienen una actitud más negativa hacia la policía de tráfico, pues
muestran incluso mejores actitudes que los participantes de derechas bajo la
norma inter-conductores. La izquierda evalúa negativamente a la policía cuando
los participantes leen el texto promoviendo un sistema de sanciones basado en
el control policial. Por tanto, lo que realmente genera actitudes negativas en la
izquierda es un sistema de regulación social basado en las sanciones formales.
Actitudes hacia el sistema de sanción policial. Como muestra la figura 10,
los sujetos de derechas tienen una actitud más favorable hacia el sistema de
sanción policial que los de izquierdas (Beta= -0,30; t/65=2,60; p<0,02). Sin
embargo, se observa una interacción significativa “ideología política por tipo de
norma” (R2=0,12; F2; 64 = 4,46; p<0,02) que matiza este efecto principal. Una
vez la interacción se desglosa, vemos que la norma inter-conductores no parece
modificar las actitudes hacia la severidad de las sanciones policiales en función
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Capitulo 4
Figura 10. Actitudes hacia un sistema estricto de sanción policial (1=favorable; 21=
desfavorable).
En suma, los conductores de derechas piensan que las multas de tráfico son
un buen remedio contra los accidentes y creen esto en particular tras leer el
texto que sugiere la abolición del sistema policial. Los conductores de derechas
prefieren que sea la policía la que sancione la desviación individual. Por el
contrario, los conductores de izquierdas piensan que las multas de la policía no
son una buena solución a los accidentes de tráfico, y esta creencia se polariza
cuando leen que, para controlar las infracciones, tanto el control policial como
la severidad de las sanciones deberían incrementarse.
Efecto disuasorio de las sanciones. Los resultados concernientes a las
preferencias de los sujetos por sanciones monetarias vs vergüenza pública van
en la misma línea. Los análisis de regresión muestran una interacción entre la
ideología política y el texto que se ha leído (R2=0,09; F2;64 = 3,34; p<0,042).
Como muestra la figura 11, cuando se propone el sistema normativo inter-
conductores, los participantes de izquierda se mostrarán más molestos por
sanciones basadas en el conocimiento público que los participantes de derechas
(Beta= -0,20; t/66= -1,66; p<0,10). Por el contrario, cuando se propone el
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Estudios empíricos
Figura 11. “¿Qué le parece más desagradable, el dinero que tuviera que pagar por haber
cometido una infracción de tráfico (1) o que ese hecho fuese público, es decir, que todo el
mundo fuese consciente de ello (21)?”.
Los participantes de derechas ven más molesta la vergüenza pública tras
haber leído el texto que propone un sistema policial más severo. Por el
contrario, cuando se propone el sistema inter-conductores, parecen lamentar el
dinero que pagarían. Los participantes de izquierda muestran un patrón opuesto.
Parecen lamentar el dinero que deberían pagar bajo el sistema policía, pero les
disgusta la denuncia pública cuando es propuesto el sistema inter-conductores.
Discusión.
Los resultados confirman, en términos generales, la primera hipótesis según
la cual las actitudes exhibidas por los conductores de derechas hacia la
desobediencia de las normas viales, la policía, y hacia el sistema de sanciones se
desarrollan a través de un sistema de razonamiento heterónomo mientras que las
actitudes de los conductores de izquierdas se desarrollan mediante un sistema de
razonamiento inter-conductores. Sin embargo, esto es matizable.
Se ha observado una actitud general de rechazo de la transgresión de las
normas de tráfico. Cuando las normas tienen que ver con la seguridad de otros
(conducir mientras se usa un móvil; ir en zigzag; conducir ebrio) el rechazo es
unánime y no se observan diferencias entre la izquierda y la derecha. Cuando se
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Capitulo 4
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Prefieren que sea la policía quien se encargue de sancionar a los individuos que
se desvían. Por el contrario, los conductores de izquierdas piensan que las
multas policiales no son un buen remedio contra los accidentes y esta creencia
se polariza cuando leen que la policía debería aumentar tanto el control del
tráfico como la severidad de las sanciones. El hecho de que la propuesta del
sistema normativo inter-conductores no mostrara diferencias en función de la
ideología política (todos los participantes concuerdan en que es necesario),
parece indicar que sea lo que sea lo que diferencia izquierda y derecha no son
los niveles generales de razonamiento moral, sino las actitudes hacia la sanción
policial, es decir, una autoridad externa regulando el respeto a las normas. La
cuestión no es el nivel de desarrollo moral, sino las actitudes hacia los sistemas
morales (cf. Emler et ál., 1983; Emler and Stace, 1999).
Los resultados según el tipo de sanción –pagar dinero o sufrir vergüenza
pública- van en el mismo sentido. A los participantes de derechas no les gusta
que las infracciones se hagan públicas cuando leen el texto a favor de un
sistema de policía más severo, pero cuando leen el texto inter-conductores,
entonces consideran el dinero individual que deberían pagar como el peor
resultado. El funcionamiento de los participantes de derechas se basa en la
autoridad como hecho social y, cuando esta autoridad se encuentra presente, se
acepta el daño individual. Justo lo opuesto ocurre a los participantes de
izquierda, dado que lamentan el dinero individual que deberían pagar bajo la
propuesta policial y ven más desagradable la vergüenza pública cuando se
propone la norma inter-conductores.
Esto confirmaría, en términos globales, la hipótesis de que cuanto más
prefiere la gente una sociedad en la que las relaciones sociales se organicen
según un principio de igualdad o un principio de relaciones horizontales
(posicionamiento de izquierdas) frente a una sociedad jerárquica organizada
según un principio de relaciones sociales verticales (posicionamiento de
derechas), menor será la eficacia de las sanciones heterónomas para conseguir la
obediencia a las normas de tráfico que se persigue. La eficacia de las sanciones
(es decir, cuándo las sanciones representan un mayor castigo para el individuo)
depende del sistema moral a través del cual se sanciona la desviación, y también
del nivel de congruencia de este sistema moral y la identidad política del
individuo.
Si el individuo con disposición a creer que las regulaciones sociales deben
basarse en un sistema moral heterónomo encuentra esta creencia reforzada por
la propuesta policial (vertical, caso de los sujetos de derechas), lo que
transforma la desviación en vergüenza (sanción como fenómeno social) es hacer
pública la desobediencia individual a la autoridad. Si, por el contrario, este
individuo heterónomo opera en un sistema no-jerárquico, el efecto de las
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Capitulo 4
sanciones dependerá del coste material infringido. Cuando el sujeto cree que las
regulaciones sociales deben basarse en un sistema moral autónomo (aquí, los
sujetos de izquierdas) y ve sus creencias reforzadas por la propuesta de sistema
inter-conductores (horizontal), entonces lo que transforma la desviación en
vergüenza (sanción como fenómeno social) es hacer público que el individuo ha
fallado en el respeto a sus iguales. Si, por el contrario, el individuo autónomo
tiene que funcionar en un sistema jerárquico, entonces el efecto de las sanciones
depende del coste material infringido.
En conjunto esto sugiere que la vergüenza y el remordimiento social
experimentados en presencia de infracción tienen sus raíces en un sistema
heterónomo en los sujetos de derechas, mientras que esta vergüenza parece
tener un origen autónomo en los sujetos de izquierdas. Esta interacción entre el
origen de la sanción (policía / otros conductores) y el modo de purgar esta
sanción (individualmente, pagando dinero / socialmente, siendo avergonzado)
indica que los sujetos de derechas se sienten avergonzados cuando la policía les
sanciona en público mientras que los de izquierdas se sienten avergonzados
cuando otros conductores les sancionan. Para los sujetos de derechas, la
vergüenza se origina más en la desobediencia a la autoridad formal que en la
falta de respeto a los derechos de sus iguales.
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Creencia errónea,
ausencia de conciencia, impericia
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Sin embargo, „ha sido un accidente‟ surge cuando reconocemos otros modos
humanos de producción de eventos que contrastan con lo accidental, y el más
importante de esos modos es la acción intencional, de modo que un suceso que
pasa (es llevado a cabo) de manera accidental es, entre otras cosas, uno que
podría haber ocurrido (ser llevado a cabo) intencionalmente. Si la negación
implica la afirmación, accidente puede implicar intención.
Baker (1983) señala que las acciones deliberadas de un hombre a menudo
nos dicen mucho sobre él y el tipo de persona que es, y sus errores e
inadvertencias son a menudo reveladoras en el plano personal, pero su hacer
accidental casi nunca dice nada sobre él como persona. La nutrida literatura
sobre sesgos de atribución presenta diversos matices a su distinción (véase
Walster, 1966; Burger, 1981; Stewart, 2005 sobre la asignación de
responsabilidad en accidentes de tráfico) pero está claro que el caso de hacer
algo accidentalmente es una condición de excusa poderosa (Heider, 1959;
Schlenker y cols, 1994; Hewstone y Jaspars, 1980; Markman y Tetlock, 2000)
por lo que la consistencia y vigilancia de la definición colectiva de tales eventos
es de gran importancia: “a veces relajamos el estándar requerido para poder
aducir un accidente ligando la idea de hacer algo accidentalmente a lo que el
agente fue capaz o no de prever en lugar de ligarlo a lo se podría haber esperado
razonablemente que el agente previese” (Baker, 1983; p. 708).
Las representaciones e ideas colectivas sobre lo fortuito de las contingencias
y sobre qué es razonablemente previsible son centrales en la admisión de una
petición de accidente:
“Si un agente no prevé una contingencia que debería claramente haber
previsto y podría haber previsto, no podemos permitir su petición de accidente
como si fuese un caso genuino de hacer algo accidentalmente. Esto puede
pasar no sólo cuando un individuo abusa de una justificación por accidente,
sino también cuando pensamos que alguien, llamando a eso accidental, ha
ajustado sus estándares de cuidado a un nivel muy bajo.” (Baker, 1983; p.
708).
La definición, el control y la sanción de los comportamientos admisibles e
inadmisibles son tareas colectivas de excepcional importancia en el tráfico. Si el
punto de corte fuese más claro y consistente, y menos permisivo, habría que
esperar que fuesen menos los conductores que califican como accidentales
sucesos ocurridos al tiempo que infringían sobradamente las normas de tráfico.
En la actualidad, tanto la representación compartida del accidente, como la
forma mayoritaria de asumir la responsabilidad en el tráfico a través de esta
representación, sitúan al sistema tráfico en un impasse en cuanto a la coherencia
y la consistencia del control social que así se genera. Por motivos prácticos, al
conductor se le hace legalmente responsable al tiempo que se le excusa personal
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Tocar el paso con peatones _____ durante el trazado equivale a tener un accidente
mortal.
Como regla general, siempre que encuentre alguna de esas dos figuras en su camino
debe adelantarla dejando que la figura quede a la derecha (es decir, usted debe pasar
por la izquierda de la figura), tomando siempre como referencia la dirección de la
marcha. »
A continuación los sujetos empezaban a trazar el recorrido, todos a la vez.
Conforme iban finalizando se les indicaba, en segundos, el tiempo que habían
empleado para completarlo. Por tanto, había dos tipos de objeto, seis de los
cuales eran coche y seis pasos con peatones. Esto constituye el factor intrasujeto
„tipo de objeto‟ (coche/paso de peatones).
Variables dependientes
La percepción del accidente como homicidio. Se requirió a los participantes
que indicasen la manera en que se perciben un homicidio y una acción violenta
en un contexto de circulación de tráfico (conducción) frente a otro contexto
tradicionalmente delictivo (drogadicción). Se preguntaba en orden
contrabalanceado (la mitad de los casos de una condición al principio del resto
de los ítems y la otra al final, y viceversa). En referencia al contexto delictivo
tradicional (drogadicción) se preguntaba “Imagine que un drogadicto que
necesita una dosis trata de conseguir dinero en un bar y mata al propietario ¿en
qué medida diría que es un homicidio?” (1=es un homicidio; 21=no es un
homicidio) y también “En tu opinión, se aplicaría el calificativo de “violento” a
un drogadicto que ha roto una silla en un bar porque tenía el síndrome de
abstinencia (el “mono”)” (1=lo aplicaría; 21=no lo aplicaría). Con respecto al
contexto delictivo asimilado (conducción) se preguntaba: “Imagine un conductor
que causa un accidente y mata a otro conductor ¿en qué medida diría que es un
homicidio?” (1=es un homicidio; 21=no es un homicidio); “Tú como estudiante
de psicología ¿aplicarías el calificativo de “violento” a un conductor que con su
coche da un golpe a otro coche sabiendo que no era esta su intención?” (1=lo
aplicaría; 21=no lo aplicaría).
Actitud hacia la infracción de las normas de tráfico. Se requirió a los
participantes que indicasen, en escalas de 21 puntos, cuan tolerable (1) o
intolerable (21) eran cada una de ocho infracciones que formaban dos sub-
escalas. La primera se componía de infracciones contra la propia seguridad pero
no contra la seguridad de otros (conducir sin cinturón de seguridad; llevar una
moto sin casco; permitir que un niño fuese sentado junto al conductor; conducir
sin llevar los papeles en regla; alfa = 0,68). La segunda sub-escala se componía
de infracciones que claramente afectaban la seguridad de otros (conducir
hablando por un teléfono móvil; conducir en zigzag; conducir superado el límite
legal de alcoholemia; llevar los neumáticos en mal estado; alfa = 0,43).
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Capitulo 4
Resultados
La percepción del accidente como homicidio. Las correlaciones indican que
la figura del drogadicto transmite una representación coherente: la calificación
de su acto como homicidio se relaciona significativamente con su identificación
como sujeto violento (r=0,37; p<0,01). El actuar violentamente llevado por un
síndrome (involuntario) de abstinencia no excluye al drogadicto de su
evaluación como persona violenta. Por el contrario, al conductor sí parece
dejarle aparte: la calificación de su acto como homicidio no se relaciona
significativamente con la calificación de su acto (golpe a otro vehículo) como
violento (r=0,14; p=0,22).
Figura 13. Acuerdo (1) y desacuerdo (21) en describir una acción, bien de un conductor o
bien de un drogadicto, con efectos sobre terceros, como acción violenta y homicidio
respectivamente.
Se han llevado a cabo análisis de varianza según el diseño posición social
(conductor/ drogadicto) x tipo de incidente (homicidio/acto violento), donde
ambos factores son intrasujeto. Se observa un efecto principal de la posición
social (F/1,68=139,5; p<0,001) según el cual se criminaliza el comportamiento
del drogadicto (m=7,34) y no se criminaliza el comportamiento del conductor
(m=15,44). También se observa un efecto principal del tipo de incidente
(F/1,68=54,2; p<0,001) según el cual la gravedad del incidente (homicidio,
m=8,94; acto violento, m=13,83) influye en la evaluación del mismo (en
realidad, también refleja que en un caso se califica al delito y en otro al
delincuente). Por último se observa una interacción entre los dos factores
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Fig. 14. Tolerancia a las infracciones según el anclaje normativo y la imagen del conductor.
Para obtener una síntesis de lo anterior podemos componer una variable a
partir de ambas escalas, restando la variable que presenta un promedio menor en
términos de intolerancia a la infracción (en lo que afecta a lo personal) a la
variable que presenta un promedio mayor de intolerancia (lo que afecta a
terceros). De esta forma, los niveles bajos –cercanos a cero- de la variable que
llamaremos “asimilación de lo intolerable”, indicarían que los sujetos equiparan
ambos tipos de infracción, mientras que los niveles altos de esta variable
indicarían la presencia de un contraste: las infracciones a terceros se perciben
como más intolerables que las infracciones con implicaciones exclusivamente
personales. Así, el ANOVA con los factores „norma‟ (policía/conductores) x
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Figura 17. Preferencia por uno u otro tipo de sanción según el anclaje normativo y la imagen
del conductor.
En línea con lo anterior, vemos que cuando se equipara accidente a
homicidio y en la medida en que esto incremente la idea de responsabilidad, el
conjunto evoca una mayor vergüenza, una situación más desagradable, cuando
se da una denuncia pública específicamente bajo el contexto normativo inter-
conductores. El accidente-homicidio traiciona a nivel más alto la racionalidad
fiduciaria (Rothe, 1993), esencial en el contexto inter-conductores, y debe
enfrentarse a la reprobación moral del juicio público porque es, sobre todo, una
falta a la reciprocidad y el respeto debido a los demás conductores.
Variables de ejecución en el trazado. A continuación, se mostrarán en primer
lugar los estadísticos descriptivos de las variables dependientes. Seguidamente,
conforme al orden de la sección anterior, se describen los procedimientos de
análisis empleados y los resultados según el tipo de medida dependiente.
El tiempo medio empleado en hacer el trazado ha sido de 50,24 segundos
(dt= 13,07). Se ha registrado un promedio de 8,05 salidas (dt=5,54) mientras se
trazaba el recorrido en zonas del mismo donde no había objeto (hemos
considerado salidas en zona del objeto las comprendidas en un radio de medio
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Capitulo 4
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Estudios empíricos
Figura 18. Tiempo de ejecución del trazado según el anclaje normativo y la imagen del
conductor.
En síntesis, en la medida que asumamos que emplear más tiempo en la
ejecución del trazado indica un ejercicio más cuidadoso, se diría que la clave
sigue estando en el par inter-conductores/homicidio y policía/accidente, pues es
donde se observan mejores resultados (más tiempo de ejecución).
Salidas y choques en la zona del objeto. Se ha llevado a cabo un análisis de
varianza con los factores „norma‟ (policía/conductores) x „imagen del conductor‟
(accidente/homicidio) x „tipo de incidente‟ (salida/choque) x „tipo de objeto‟
(paso de peatones/vehículo). Se trata de un diseño factorial mixto (los dos
últimos factores son intrasujeto). Se observa una interacción significativa de los
factores sobre el conjunto de los incidentes, salidas y choques, tanto en pasos de
peatones como en coches (F/1,67=6,51; p<0,01; fig. 19).
Cuando la norma es inter-conductores no se observan en realidad diferencias
significativas en el registro de incidentes según la imagen del conductor
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Estudios empíricos
b=-0,38; p=0,002
variables imagen
Independientes
b=-0,61; p=0,05 infracciones en el
principales
trazado
variable
dependiente
norma x imagen b=0,79; p=0,08
Figura 20. Regresión de las variables principales y la variable mediadora sobre las
infracciones en el trazado.
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Capitulo 4
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Estudios empíricos
ligeramente por encima de ésta en la zona más segura (menos infracciones, más
contraste).
Figura 21. Gráfica de regresión de la variable mediadora sobre las infracciones en el trazado
en cada una de las condiciones experimentales.
Discusión
Se ha podido comprobar como punto de partida que, frente a los delitos y
delincuentes habituales, los accidentes de tráfico y los conductores que incurren
en ellos gozan del mismo estatus apriorístico de relativa impunidad que ya se
denunciara hace casi cincuenta años (Ross, 1961). Se trata de un resultado en la
línea de las hipótesis. Los resultados también ponen de relieve el ajuste esperado
entre el sistema policial-heterónomo y el conductor que „siempre‟ se accidenta
involuntariamente. Más innovadora aunque en el sentido esperado, ha resultado
la arquitectura complementaria, el sistema inter-conductores que recibe la
imagen de un conductor consciente de sus actos negativos.
Los resultados con las escalas de actitud han refrendado en parte los de los
dos estudios anteriores. La tolerancia hacia los distintos tipos de infracción
(afectando a lo personal, o también a otros) ha seguido la misma lógica
observada entonces: un contexto heterónomo respaldando una visión
convencional (toda infracción es intolerable) frente a un contexto inter-
conductores intolerante a la infracción pero con matices menos intolerante con la
infracción que afecta a lo personal, más intolerante con la infracción que implica
a terceros. La manipulación accidente/homicidio permite explorar las relaciones
entre conductores a priori más conscientes de la responsabilidad de sus actos y
(lógicamente) se ha revelado en particular influyente bajo la norma inter-
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Estudios empíricos
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Estudios empíricos
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Capitulo 4
antropológico por su parte, los sujetos conductores abogan por una necesidad de
represión, y parecen pensar “desde luego, algunos necesitan aquí más policía,
más multas, más control”, y en consecuencia se decantan hacia un sistema
heterónomo. Los no conductores, igualmente pesimistas, abogan por la
heteronomía cuando la cosa funciona.
La paradoja es que los conductores europeos más avanzados (Francia,
Alemania, Italia, Reino Unido) experimentaban realmente menos accidentes en
proporción a los españoles porque los sistemas represores recién instalados en
nuestro país llevan allí en la mayoría de los casos décadas. No negamos que
pueda haber niveles de „concienciación autónoma‟ más altos entre los
conductores de esos países, pero en todo caso lo que los españoles parecemos
tender a pensar es que allí son “más civilizados”. Esto ocurre, por ejemplo,
cuando conocemos el hábito nórdico de que un conductor no beba y se haga
cargo del resto, o cuando sabemos del menor número de infracciones que parece
traducir una mayor cultura vial. Desconocemos, sin embargo, las duras penas de
prisión y el nivel de tolerancia cero al alcohol en algunos de estos países, y el
férreo contexto de supervisión policial y automatizada que también ha venido
produciéndose en esos países por comparación al nuestro desde hace muchos
años.
En pocas palabras, al igual que la condición de heteronomía en el estudio 1,
se ha destacado adecuadamente en la intervención real en nuestro país la
existencia de un problema colectivo (de la que los conductores, que infringen
demasiado las normas, son los principales culpables) y se ha logrado una
“concienciación” producto de la cual los conductores –de mejor o peor grado-
aceptan la conveniencia de las diferentes medidas represoras adoptadas por el
Gobierno (dado que efectivamente parece que se consigue reducir los
accidentes). Sin duda, somos así un poco más europeos. El sistema heterónomo
de control de la infracción ha dado así una nueva vuelta de tuerca, ejerciendo
una presión considerablemente mayor (uno puede ahora quedarse sin carné por
acumulación de puntos, ir a la cárcel, pagar multas más cuantiosas), y consigue
resultados. Y el principal elemento de concienciación ciudadana es aceptar,
buenamente, que se ejerza tal poder en aras de la disminución de los accidentes.
El sistema funciona ahora en medio de un nuevo equilibrio de tipo browniano:
las partículas están contenidas en un ámbito limitado de desplazamiento. ¿Qué
ocurrirá si cambian las condiciones de control policial e institucional? Por
ejemplo, tras años de soportar esta presión externa, ¿tendría éxito un político
anunciando una relajación en la presión contra los “buenos conductores”?
Tal vez habría que plantearse precisamente ahora la posibilidad de una
transición hacia el sistema inter-subjetivo, tal como hemos apuntado en el primer
estudio a propósito de la noción de déficit de norma descriptiva. Los conductores
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Estudios empíricos
a los que se dice que los españoles somos menos infractores que en otros países
de la UE achacan a su concienciación y al respeto a la norma este estatus quo.
Hipotéticamente, el Gobierno podría aprovechar esta posibilidad en una fase 2
de su intervención. Los conductores seguirían recibiendo la idea de la necesidad
de volcarse en la reducción de las infracciones y los accidentes, que siguen
siendo excesivos. Pero el punto de partida ya no sería el control policial (que
seguiría siendo ejercido) sino una percepción positiva por parte del colectivo de
conductores del comportamiento cabal de unos muchos y una nueva
concienciación relativa a cómo es mejor gestionar este problema. ¿Por qué
existen las normas? ¿Para qué existen? ¿Quién en realidad es custodio de este
bien? Los conductores que vienen demostrando su compromiso –queda la
reducción de accidentes anterior- podrían entonces asumir una visión cero
accidentes a partir de un nuevo compromiso moral. No hay, esto es seguro,
Gobierno capaz de llegar a la implementación de esa visión cero a base de pura
represión externa, a riesgo de abandonar ese sistema que llamamos democracia.
En este sentido, Pérez y Fernández-Dols (2008) aciertan a identificar los dos
déficits primordiales en el sistema tráfico: un déficit en la norma descriptiva,
pero también un déficit de interacción social entre conductores.
El estudio 2 presenta sendas operacionalizaciones del sistema autónomo
(inter-conductores) y del sistema heterónomo (policial) articuladas
sintéticamente en dos textos, supuestamente provenientes del presidente de la
“Asociación Nacional de Conductores”. Como hemos visto en un caso se aboga
por un incremento del control policial, y en otro por una mayor implicación de
los propios conductores en el problema, lo cual fue claramente percibido por los
participantes en el estudio. Por otra parte, hemos explorado la posible
implicación de una perspectiva complementaria, incluyendo el nivel de análisis
ideológico, separando y comparando sujetos de la izquierda y la derecha
política: “Cada sociedad desarrolla ideologías, sistemas de creencias y de
representaciones, de evaluaciones y de normas, que deben justificar y mantener
un orden establecido de relaciones sociales.” (Doise, 1982; p.33).
Este estudio ha ofrecido resultados algo más específicos que el primero (no
necesariamente más interesantes). Hemos visto que los participantes, todos
conductores, ven positivamente el enfoque inter-conductores, más concordante
con la cultura democrática, y que pone más énfasis en la responsabilidad y la
participación en el tráfico. Esta sensibilidad moral la vemos también en los
niveles de tolerancia expresados hacia determinado tipo de infracciones, según la
condición experimental y la ideología política. En síntesis los sujetos de
derechas actúan según la lógica convencional (todas las normas deben respetarse
igual), mientras que los de izquierdas establecen un rango de prioridad
precisamente en función de la implicación o no implicación de terceros.
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Conclusión
histórica que se retrotrae a los fundamentos del orden jurídico y penal del Estado
moderno. En Vigilar y Castigar, Michel Foucault (1975/1996) traza la evolución
del diseño y la constitución del sistema jurídico-penal moderno en los siglos
XVIII y XIX. En síntesis, el recorrido que nos interesa extrapolar a la
problemática del tráfico sería el siguiente. A lo largo del siglo XVIII se va
articulando la Gran Reforma penal que daría lugar prácticamente a la
articulación jurídico-penal actual. Foucault señala diversos factores promotores
de aquella gran Reforma: por un lado, el esfuerzo de humanistas como Cesare
Beccaria (1738-1794), filósofo, jurista y economista italiano que defendió la
abolición de la pena capital y el trato inhumano, y la idea de que la sociedad (no
los reyes) tenían el derecho a castigar a aquellos que incumplieron las leyes,
previamente acordadas, y beneficiosas para todos (ideas rousseaunianas del
contrato social). Beccaria insistió en la necesidad de asumir el estatus del
ciudadano como ser libre y racional, capaz de actuar conociendo qué está bien, e
insistió en la idea de que las sanciones debían ser proporcionales a sus crímenes
y que había que ir hacia una economía del castigo más justa; que la nocividad
del crimen debía establecerse con arreglo a su daño al cuerpo social entero. Las
sanciones debían ser lo más benévolas y humanas posibles pues su objeto no es
hacer daño y lesionar al infractor, sino disuadirle (y al gran público) de que
cometa más crímenes u ofensas - toda una revolución en su tiempo. Otros como
Jeremy Bentham (1748-1832) afirmaban que es más interesante prevenir que
sancionar y que es la certidumbre del castigo lo que disuade de infringir la ley;
Bentham ideó una estructura concebida para asegurar la vigilancia –el
panóptico- pues estaba persuadido de que tener certeza de estar vigilado
contribuía a interiorizar las normas y las leyes.
Por otro lado, Foucault destaca factores más instrumentales y funcionales
para la Reforma, como el desarrollo de la sociedad capitalista y su influencia
sobre los cambios en los patrones de criminalidad (antes preocupaba el control
esporádico de los crímenes violentos; ahora preocupa el control de los frecuentes
delitos contra la propiedad), junto a la inoperancia de la justicia absolutista,
permisiva con distintos tipos de “ilegalismos” de clase, al tiempo que brutal en
su represión, con la frecuente oposición del pueblo y el descontento de la nueva
burguesía capitalista por su inoperancia y escasa efectividad en el control de los
robos.
Los útiles de la Reforma serán los conocidos principios de la Teoría General
del Contrato Social que hemos mencionado, pero también los menos conocidos
principios prácticos derivados del desarrollo secular de las disciplinas o métodos
disciplinarios (provenientes de monasterios, conventos, academias militares,
hospitales, hospicios). Estos útiles de la Reforma penal se guiarán a su vez por
un principio económico de moderación, donde es fundamental el ejemplo
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Conclusión
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Conclusión
sanción monetaria no deja de ser una forma arbitraria de castigar una conducta,
desligada de cualquier interpretación del hecho moral concreto. Por ello, es fácil
que el ciudadano al verse presionado en exceso acabe renegando de esta vía („no
he hecho nada realmente malo, sólo quieren sacar dinero‟). La interpelación
entre pares tiene un sentido ligado al preciso instante en el que se comete la
infracción, y su carga moral puede verse acentuada si queda constituida dentro
de un universo simbólico de normas y razones compartido por la mayoría de
conductores. Este contexto moral, no debe anclarse ya en la prudencia oportuna
o „sentido común‟ de cada cual con sus asuntos privados. Conducir, una
actividad pública, implica “moverse entre los demás con respeto”, la necesidad
de tratarnos como fines y no como objetos, y sin duda el Estado puede contribuir
directa e indirectamente a este fondo moral, promoviendo un razonamiento
moral que finalmente induzca a no infringir por derecho y obligación, en lugar
de hacerlo en función de la presencia del policía de tráfico. La decisión y la
reflexión, el origen del cambio del comportamiento tal como esperamos en un
sistema democrático, están en el propio sujeto interpelado, libre en los términos
de su conciencia.
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Conclusión
10
Radio Data System-Traffic Message Channel. Base de los mensajes de tráfico que se
envían a través de la radio del automóvil.
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Conclusión
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Capitulo 5
generando prestigio a las naciones pero también patentes que pueden emplearse y
hacerse rentables aquí en la tierra. Hay que preguntarse quién finalmente es el
beneficiario de patentes cuyo desarrollo ha ido durante décadas de la mano de
fondos públicos. También hay que preguntarse si no hubiese sido más rentable –
desde un punto de vista- centrarse en la compleja tarea de eliminar el hambre de
una quinta parte de la humanidad de forma que en dos décadas tuviésemos a cien
mil super-cerebros más, listos tal vez para plantearse los problemas de la
pervivencia humana si desaparece la tierra, o mejor aún, para evitar que
desaparezca por nuestra culpa. Finalmente, la carrera espacial pone en juego la vida
de unos miles de pilotos de aviación y unos cientos de astronautas entrenados para
ello durante años y conscientes de lo que hacen, frente a un juego, el del tráfico, en
el que intervienen millones de ciudadanos con un entrenamiento específico para
conducir que dura pocas semanas.
Generando expectativas sobre la próxima etapa en la seguridad vial. En el
capítulo 2 presentamos una síntesis de las atribuciones científicas del tráfico en el
siglo XX. La visión retrospectiva y las posibilidades de cara al futuro que puedan
en este momento flotar en el zeitgeist son fundamentales (véase Mikkonen, 1997;
Elvik y Vaa, 2004). En nuestro caso, en concreto de la mano del repertorio teórico
aplicado de la psicología, hemos visto que se ha llegado a cierto impasse. En
nuestros días, vivimos la época en la que los ciudadanos aceptamos de mal o peor
grado, la vigilancia constante a la que estamos sujetos. Radares, cámaras, patrullas
policiales y pérdida de puntos, parece que consiguen limitar los accidentes… hasta
un punto. Pero como dice la CE en su White Paper, y con razón, no es suficiente.
Todavía son demasiados miles de muertos al año, vidas perdidas en una actividad
cotidiana que no se pretende heroica: al trabajar o ir al trabajo, al ir a divertirse, al ir
a descansar. Hay que proyectar entonces un mañana donde la Vision Zero sueca
pueda ser una realidad (véase p. ej., Elvik, 1999, para una valoración crítica). Y
aquí encontramos dos alternativas diferenciadas, aunque podrían complementarse
hasta cierto punto.
Por un lado, la idea de que será el desarrollo de la comunidad en el tráfico la
que consiga reducir los accidentes, visión de la que nos hacemos partícipes.
Mikkonen (1997) por ejemplo, presenta una visión sintética de cuatro paradigmas
de la práctica en el tráfico. Primero, hasta cerca de 1930, se trató de equiparar
directamente el uso del vehículo motorizado al uso del vehículo tirado por
animales. Después, entre 1930-1960, se trató de adaptar a la gente a la situación que
era el tráfico, centrándose paralelamente en la mejora de vehículos y conductores.
En tercer lugar, período de 1960-1985, hubo un esfuerzo generalizado en eliminar
el riesgo en el sistema, especialmente mediante la ingeniería del tráfico, haciendo
todos sus componentes (especialmente vehículo, vía) más ergonómicos,
funcionales y seguros. En cuarto lugar, 1980 en adelante, se promueve la seguridad
302
Conclusión
vial no sólo a través de la gestión del tráfico, sino del sistema de transporte en su
conjunto (intermodalidad, descentralización). En opinión de Mikkonen (1997)
pueden avanzarse algunos signos del siguiente paradigma, que el denominaría
“eliminación de los accidentes serios del sistema de transporte” (p. 83). Este
paradigma tiene un claro componente ético, la obtención del Nivel Cero de decesos
y presupone a su juicio “alguna forma de mecanismo de control construido desde
dentro (…) en el sistema de tráfico en carretera.”. El autor augura una especie de
vuelta a los orígenes (cuando había patrullas civiles que vigilaban los infractores; se
aprendía por ensayo y error) pero de forma más sofisticada:
“En los años 1990 se ha calculado, asumiendo un proceso comunitario de
aprendizaje, que los accidentes mortales desaparecerán entre el 2025 y el 2060
en los países industrializados.
Puede predecirse que el „aprendizaje comunitario‟ que lleve a la eliminación
de los accidentes mortales requerirá una teoría y práctica bastante sólidas con
relación a la tecnología de transporte que sea utilizable y, además de esto,
también una teoría y una práctica de la persuasión social. Esta última es
necesaria en la implementación de programas tecnológicos, los cuales
promuevan el aprendizaje comunitario.” (Mikkonen, 1997; p. 83).
Aunque se trata de una visión algo críptica, va en la línea de lo que representa
nuestro trabajo. Un ejemplo más concreto de este aprendizaje comunitario podemos
verlo en las innovadoras propuestas del ingeniero de tráfico holandés Hans
Monderman y su concepto de „espacio compartido‟ (shared space) en el dominio
urbano (http://www.shared-space.org). No es una novedad que los signos de tráfico
parecen más puestos para ser ignorados que para ser obedecidos. En muchas
ocasiones crean sobrecarga informativa y llevan a los conductores a ignorarlos, a
veces dejando pasar información realmente importante. La tendencia de las
administraciones suele ser compensar los fallos en el diseño vial con una regulación
por exceso, para evitar problemas legales en caso de accidentes (Schmotzer, 1999).
Esto crea un efecto de feedback: la frecuencia y diversidad de signos de tráfico
desanima a su consideración y puede incrementar los accidentes. Mal diseño y mala
implementación puede generar infracciones derivadas de los errores, la frustración,
o la falta de respeto a lo que parecen exigencias absurdas (Zaidel, 2001).
Monderman ha venido a subvertir uno de los axiomas del trabajo de los
ingenieros en el ámbito urbano de los últimos cincuenta años: el uso de estrategias
como pasos elevados, pasos de cebra o signos de peligro para segregar el tráfico
rodado del espacio público, estrategias que invariablemente han dado al tráfico el
dominio de la calzada también en las ciudades. El concepto shared space fue
concebido por Monderman a finales de la década de 1970, cuando recibió el
encargo de reducir la velocidad de paso en un pueblo al norte de Holanda. Los
recortes presupuestarios en aquel momento le impidieron utilizar herramientas
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Capitulo 5
típicas del traffic calming tales como barreras, resaltos, bolardos, de modo que sin
demasiadas opciones Monderman decidió seguir una intuición. Partiendo de
algunos datos sobre accidentalidad, decidió quitar todo de las calles: los límites de
velocidad, vallas, líneas, barreras. Para su sorpresa, cuando volvió algunos meses
más tarde, la velocidad del tráfico había disminuido en un 50% -las medidas
paralelas de traffic calming solían lograr reducciones del 10-20% (Monderman et
ál., 2006). Para Monderman mientras que los métodos tradicionales de separación
son necesarios en las autopistas y en las carreteras con más densidad de tráfico,
donde el único propósito es el movimiento del tráfico, en el mundo complejo de
espacio público urbano con su multitud de funciones, estos son redundantes. Al
eliminar el exceso de marcas y signos en la carretera, el marco contextual obtiene
una influencia más poderosa en el comportamiento que la legislación y las reglas
formales. Por eso no nos comportamos igual en una iglesia, un teatro o un bar. Sus
reflexiones son frescas e interesantes:
“Cuando uno tiene la libertad de hacer las propias elecciones sin la
interferencia gubernamental, se aprende lo que significa ser un ciudadano
libre en un país libre. Pero cuando el gobierno toma las decisiones por uno, las
propias evaluaciones no pueden desarrollarse. (…) Las herramientas de la
gestión del tráfico pueden en realidad incrementar el riesgo de accidentes al
absolver a los conductores de tener que usar su inteligencia e implicarse en su
entorno. La ingeniería del tráfico tradicional se ha basado en la teoría de que
somos completamente inmunes al entorno a nuestro alrededor. Por el
contrario, con un poco de incertidumbre en la calle con respecto a quién tiene
derecho al paso, peatones y conductores devienen más atentos e implicados de
manera natural, llevando a los conductores a reducir la velocidad y conducir
con más seguridad. (…). Todo un conjunto de nuevos protocolos sociales se
establece inmediatamente. Los usuarios buscan el contacto visual entre ellos y
los ciclistas, que raramente usan las señales manuales en Holanda, empezaron
a utilizar signos especiales con los dedos. (…) En la sociedad, la gente está
harta de todas las reglas que no encajan con el mundo en que viven. Todos
vemos que las reglas en el sistema de tráfico no resuelven los problemas ya.
Los problemas son mayores y la congestión del tráfico empeora. Las reglas
[formales] disminuyen nuestras oportunidades de actuar como buenos
ciudadanos, y a cambio conseguimos un espacio público que es horrible y
conductas que son anti-sociales.” (Monderman et ál., 2006; p. 291-292).
El conductor en un espacio compartido se transforma en una parte integral del
contexto social y cultural. Como resultado, la conducta es controlada por normas
cotidianas de comportamiento que hacen que el conductor disminuya la velocidad,
tenga más cuidado y empiece a confiar en el contacto visual y la interacción
humana. Por otra parte, aunque las velocidades de paso se restringen en las
ciudades y zonas que están aplicando este modelo, pasando de 50km/h a un rango
entre 20-30km/h el resultado, conforme se eliminan los semáforos, es que se
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Conclusión
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Capitulo 5
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Conclusión
responsabilidad humana (lo que sin duda será controvertido). La tecnología puede
contribuir a llevar el papel humano de un control directo a un control de
supervisión en el tráfico (como ocurre en el pilotaje de aviones) y más allá.
Donges (1999) centra su análisis en el ámbito microscópico, en los procesos y
acciones que ocurren en el contexto inmediato individual constituido por
conductor-vehículo-entorno. Parte del conocido modelo de Rasmussen (1983): la
conducción es una actividad sensorio-motora orientada a metas que puede ser
subdividida en tres categorías de comportamiento: el basado en conocimiento
(resolución de problemas: planes de viaje, desvíos), el basado en reglas tácticas
(aplicación de esquemas: maniobrar, dirigir el vehículo) y el comportamiento
basado en habilidades (estabilización y dirección: vehículo centrado en la vía y a la
velocidad adecuada). Una cuestión fundamental para Donges es el momento de
maniobrar y también el de estabilizar, ambos directamente ligados al proceso
mismo de conducir. Normalmente la experiencia permite ir automatizando las
habilidades y aplicando las reglas adecuadas, y esto es así en circunstancias
ordinarias. “Sólo la emergencia inesperada de condiciones críticas perturba el
equilibrio sub-cortical del conductor y lo fuerza a niveles más exigentes.” (Donges,
1999; p. 116). En la respuesta a emergencias, el nivel intermedio de guiado y
maniobrado es muy importante para el tráfico y la seguridad vial porque es el nivel
donde se toman las decisiones más criticas durante la conducción.
Donges describe la ocurrencia de los accidentes mediante un esquema de
clasificación que incorpora sus posibles causas, entre las que distingue dos
fundamentales: las que proporcionan la emergencia (perturbaciones externas o
internas del propio conductor o vehículo) y las responsables de su inadecuado
tratamiento (déficit en el reconocimiento del riesgo, acción evasiva inadecuada).
Sólo cuando hay una emergencia que además es inadecuadamente atendida surge el
accidente de tráfico. En este punto, queda clara su visión pro-ortopédica:
“Aunque la génesis del conflicto de tráfico es una cuestión de importancia e
interés fundamental, las consideraciones que seguirán se centran en factores
que contribuyen a las deficiencias en el manejo del conflicto porque en
opinión del autor la tecnología de la automoción puede influir principalmente
en esta rama del árbol de fallos. Hay dos fuentes principales de problemas:
por un lado las dificultades en el reconocimiento de los riesgos y por otro lado
el llevar a cabo acciones evasivas inadecuadas.” (p. 118).
Es justo reconocer esta sinceridad. No es que el problema fundamental sea la
respuesta inadecuada al conflicto que se presenta en el tráfico, sino que éste es el
problema que la industria de la automoción puede plantearse. A partir de aquí
“todo va sobre ruedas”. Una vez centrados en el tratamiento inepto del conflicto (¿y
qué pasa con las causas, p. ej., la infracción?) sólo queda analizar las causas o fallos
que promueven (a) un déficit en el reconocimiento de riesgo, bien por falta de
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nuestros fines los impliquen, debemos cooperar –aún fugazmente- para obtener un
consentimiento informado. Este es el principio del desarrollo de la inteligencia
socialmente generada (ponerse en la piel de los demás es sumamente complejo),
por eso la asunción adecuada del significado del respeto nos lleva a aquella
adhesión ilustrada de Durkheim. Al contrario de la imposición, el respeto mutuo
abre y amplifica los canales de influencia de forma exponencial. Abre el diálogo, el
intercambio de posiciones, la comparación de perspectivas: el respeto verdadero al
otro con quien coincidimos, nos cruzamos o a quien buscamos lo requiere así. El
ejercicio del respeto nos exige una mayor madurez moral como ciudadanos y como
sociedad. Permite correcciones más suaves y mejor integradas, de manera
recíproca, por contraposición a la severidad policial. Es la esencia de la democracia,
en la que la batalla por unas u otras razones queda relegada a las transacciones entre
las mentes y a la calidad de los argumentos y los procesos de comunicación.
Pero los procesos de comunicación directa están siendo fuertemente cercenados
y alterados por las nuevas tecnologías: cada vez conversamos menos. Sustituimos
esos procesos recíprocos de interacción por pseudo-comunicación: televisión,
internet, juegos, SMS. Esa comunicación indirecta sigue un modelo de interacción
muchas veces bastante pobre comparado a la interacción directa, por ejemplo en
términos de la comunicación no verbal y de la empatía emocional. Al mismo
tiempo, las oportunidades de interacción directa quedan desaprovechadas. Aún
viendo lo intolerable, parece que nos tengamos miedo, no nos interpelamos.
Nuestra intervención queda a priori deslegitimizada socialmente, públicamente, por
mor de una representación social de la idea de ciudadanía. ¿Qué es ser un
ciudadano si serlo es algo distinto a un consumidor, un profesional, un usuario? La
ciudadanía es el rol más integral del que disponemos en nuestras sociedades. Pero
sus capacidades y sus atribuciones están disminuidas, mermadas, ocultas. En
términos generales, casi hemos relegado nuestro protagonismo compartido al voto.
Es paradójico que esta merma en nuestras atribuciones como ciudadanos vaya
en sentido inverso a la instrumentalización que se hace de nuestra actividad como
consumidores: sacamos e introducimos dinero en los cajeros automáticos, nos
servimos la gasolina, nos servimos la comida, vaciamos las bandejas con sobrantes,
sacamos nosotros mismos los tickets de los conciertos o del cine, disponemos las
transferencias en nuestras cuentas, etc. Se trata obviamente de un trabajo no
remunerado al que nos vamos viendo empujados. Se trata de una actividad que
podría ser dispuesta y desempeñada de otro modo –hasta hace poco lo era. Frente a
esta evidencia en el ámbito instrumental de la optimización de los procesos de la
economía y el consumo (siendo positivos, también de la flexibilización de nuestro
tiempo y nuestras opciones), asistimos paralelamente a una descarga paulatina de
un trabajo social básico en el mantenimiento del edificio social. Por un lado, se nos
libera de este trabajo, significativo y esencial, y por otro se nos empuja a una
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Conclusión
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Capitulo 5
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Anexos
Anexo I: Trazado empleado en el estudio 311
11
Nótese que el formato original de este trazado, que se muestra en este tamaño por
motivos de edición, ocupaba por completo una hoja tipo DIN A4 (27,9x21 cm)