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PRINCIPIO DE COOPERACIÓN

-Grice-
Se entiende como principio de cooperación un supuesto pragmático muy general
de intercambio comunicativo, por el que se espera un determinado
comportamiento en los interlocutores, como consecuencia de un acuerdo previo,
de colaboración en la tarea de comunicarse. Puede definirse, por tanto, como un
principio general que guía a los interlocutores en la conversación.

La elaboración de este modelo pragmático de la comunicación se debe al filósofo


americano Herbert Paul Grice, que lo define del siguiente modo: «Haga que su
contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el
propósito o la dirección del intercambio comunicativo en el que usted está
involucrado».

Es este un principio no normativo, que se supone aceptado tácitamente por todos


cuantos participan en la conversación (Grice 1975, 45). En una conferencia
dictada en 1967, y publicada en 1975, H. P. Grice sostuvo que hasta ese momento
no se había prestado debida atención a la naturaleza e importancia de las
condiciones que gobiernan la conversación.
Este autor propone un análisis del tipo particular de la lógica que actúa y rige en la
conversación. Para ello, intenta establecer los mecanismos que regulan el
intercambio comunicativo y la interpretación de los enunciados; es decir, los
mecanismos responsables del «significado añadido», esto es, de la información
implícita.

Este principio se desglosa en cuatro normas o categorías, a las que H. P. Grice


llama máximas, y que a su vez se desglosan en submáximas. Grice enumera las
máximas de cantidad, calidad, relación y manera, y asigna a cada una un número
variado de submáximas específicas:

Máxima de cantidad. Se relaciona con la cantidad de información que debe


darse. Comprende, a su vez, las siguientes submáximas:
«Haga su contribución tan informativa como se requiera (de acuerdo con el
propósito de la comunicación)».
«No haga su contribución más informativa de lo requerido».

Máxima de calidad. Esta categoría comprende una máxima: «Intente que su


contribución sea verdadera», que a su vez se desglosa en las siguientes
submáximas:
«No diga lo que crea que es falso».
«No diga aquello sobre lo que no tiene pruebas».
Máxima de relación. Contiene una única máxima:
«Sea relevante».

Máxima de manera. Se relaciona con el modo de decir las cosas, más que con el
tipo de cosas que hay que decir. Comprende una máxima: «Sea claro». Y se
complementa con otras:
«Evite la oscuridad de expresión».
«Evite la ambigüedad».
«Sea breve».
«Sea ordenado».

La formulación de máximas en modo imperativo ha generado malas


interpretaciones sobre su naturaleza real, pues no se deben concebir como
prescripciones, sino como normas regulativas. Pese a la enunciación imperativa
de estas categorías, lo importante para la teoría de Grice no es tanto el
cumplimiento de estos supuestos mandatos como el hecho de que los
interlocutores actúan como si dieran por descontado su cumplimiento. La violación
de las máximas es un indicio que permite a los interlocutores activar un proceso
inferencial que les permita acceder a la implicatura. Así, por ejemplo, si ante la
pregunta [¿Cómo te llamas?], formulada por un chico a una chica, se obtiene la
respuesta [Tengo novio], se está violando la máxima de relación, pues,
aparentemente, no guarda relación la respuesta con la pregunta. Ahora bien, a
partir de ese desajuste lógico, el interlocutor podrá inferir, esto es, deducir, que la
chica no quiere ser molestada.

Estrechamente vinculado al principio de cooperación, el concepto de inferencia ha


supuesto la necesidad de contextualizar las prácticas de la lengua y de activar la
competencia sociocultural, de modo que el estudiante pueda aprender lo que es
relevante decir en un contexto dado, o la cantidad de información que se debe
proporcionar así como desarrollar estrategias para acceder a lo no dicho pero sí
comunicado, esto es, a la implicatura.

TEORÍA DE LA RELEVANCIA

En los últimos años del siglo pasado, los lingüistas Dan Sperber y Deirdre Wilson
desarrollaron la llamada teoría de la relevancia, un estudio acerca de cómo es la
comunicación humana a partir de una perspectiva cognitiva. La teoría, desde su
publicación, ha sido revisada y ampliada, motivo por el cual en las próximas líneas
haremos alusión tanto a la obra La relevancia. Comunicación y procesos
cognitivos (1994) como al artículo La teoría de la relevancia, publicado en la
Revista de Investigación Lingüística en el año 2004. Conviene mencionar,
además, que el nombre de esta teoría —en inglés, relevance theory— ha sido
traducido al español de dos formas: como teoría de la relevancia o como teoría de
la pertinencia.

El emisor como aquel que emite un enunciado y al destinatario o receptor como


aquel que lo recibe y lo procesa.

En definitiva, como se apuntaba líneas atrás, la teoría de la relevancia incide en


que la «característica esencial de la mayor parte de la comunicación humana
es la expresión y el reconocimiento de intenciones».

ETNOGRAFÍA DE LA COMUNICACIÓN

La etnografía de la comunicación estudia el uso del lenguaje por parte de los


miembros de un determinado grupo: la situaciones en que se produce ese uso, las
estructuras de diverso orden que lo sostienen, las funciones a que sirve y reglas
que siguen los interlocutores, así como las diferencias y variaciones que se
observan entre diversos grupos.

Se trata de una corriente de la antropología lingüística que empieza a


desarrollarse a mediados del siglo XX en los EE.UU. con los trabajos de J.
Gumperz y D. Hymes. Junto con otras disciplinas, la etnografía de la comunicación
ha contribuido al desarrollo del análisis del discurso. Al igual que el resto de esas
disciplinas, estudia las relaciones que se establecen entre lengua, pensamiento y
sociedad; cada una de ellas adopta una perspectiva particular y tiene un objeto de
estudio propio; también, generalmente, cada una ha identificado su propia unidad
de análisis, sea esta el texto, el acto de habla, la conversación... La de la
etnografía de la comunicación es una perspectiva antropológica y social, su objeto
de estudio específico es la interacción lingüística comunicativa y su unidad de
análisis es el evento comunicativo. Gracias al hecho de compartir una lengua y
unas reglas de su uso, la comunidad de habla puede participar en eventos
comunicativos, que estructuran la vida social del grupo y en cuyo desarrollo se
produce la interacción entre los individuos.

Según la etnografía de la comunicación, la competencia lingüística del hablante es


uno más de los componentes de su competencia comunicativa; esta competencia
comunicativa no solo le permite tomar parte de las actividades sociales del grupo,
sino que lo constituye como uno de sus miembros. En tal sentido, lo que
caracteriza a un grupo humano en cuanto comunidad de habla es el hecho de
compartir una misma lengua y unas mismas reglas de uso de esa lengua.

La etnografía de la comunicación concibe la lengua como un repertorio verbal


compartido por el grupo, más próximo a lo que la sociolingüística denomina
variedad lingüística que a lo que la lingüística teórica denomina lengua o sistema
lingüístico. Por otra parte, las reglas de uso a las que se refiere la etnografía
forman un conjunto homogéneo y estable que regula la comunicación en el interior
del grupo.

En la didáctica de lenguas ha tenido una gran influencia la etnografía de la


comunicación: en primer lugar, el concepto de competencia comunicativa ha
obligado a un nuevo planteamiento de los objetivos de la enseñanza, ampliando el
espectro de sus componentes más allá de la competencia lingüística; en segundo
lugar, en las muestras de comportamiento comunicativo que se presentan como
modelo para los aprendientes y en las prácticas de aprendizaje que estos realizan,
las reglas de uso han adquirido un importante papel junto a las reglas del sistema;
en tercer lugar, el concepto de evento comunicativo ha contribuido a consolidar la
dimensión social y situacional de la lengua objeto de aprendizaje y a enriquecerla
conceptualmente; y, finalmente, las diferencias y variaciones en el uso de la
lengua entre sociedades y grupos han ayudado a reconocer la importancia del
componente sociocultural y, correlativamente, de la competencia sociocultural e
intercultural en la definición de los programas.

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