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El surgimiento y resurgimiento de la novela

histórica en México

El talento florece cuando se describen


las causas que provocan los hechos,
florece en los misterios del corazón humano,
cuyos movimientos descuidan los
historiadores.

-HONORÉ DE BALZAC

La historia se relee en función


de las necesidades del presente,
relectura que responde a la necesidad
de recuperar un origen,
justificar una identidad.

-FERNANDO AÍNSA

A principios del siglo XIX, los países latinoamericanos lograron

la independencia, pero, especialmente en los hispanoamericanos,

el principal objetivo de los escritores, en la mayoría inmersos

en la política, “fue crear una literatura propia, que expresara

los sentimientos y las necesidades de conciencia americana”

(Hölz 1990: 373), sin alienar a los historiadores, que hicieron

una parte importante para ello. Y, en lo que compete en esta

investigación, lo destacable es que en México se discutió como

primacía, entre varias academias y sociedades, lo que es el

fundamento nacional: aquí es en donde la literatura llevó a cabo

una importante tarea en México y sus inicios, sobre todo en la

Academia de Letrán y el Liceo Hidalgo (Hölz 1990: 373), por eso

mismo es imprescindible conversar en este trabajo sobre los


límites y problemáticas que generó la novela histórica en México

y en el mundo, así como en el siglo XX impactó su resurgimiento

como un papel contestatario hacia políticas vigente

latinoamericanas, convirtiéndose en una nueva novela histórica.

De esta forma, es sumamente importante analizar estos

planteamientos historioliterarios para develar valores

implícitos que se sustraen de los textos tanto históricos y

literarios del siglo XIX, los cuales se encuentran en las

periodizaciones, las interpretaciones y los acontecimientos, el

planteamiento de este tipo de juicios hace necesario develar los

valores implícitos en los textos históricos del siglo XIX que se

expresan en las periodizaciones, las interpretaciones y los

acontecimientos que se desenvuelven en estas obras para

confrontarlos con nuestras presunciones ideológicas y la

inevitabilidad de nuestros valores.

No obstante, primero hay que hablar sobre sus orígenes, los

eventos y acontecimientos que fundaron este subgénero literario,

como su importancia en el Gran Tiempo de la literatura y la

Historia.
I.4.1 La novela histórica y sus inicios

Como toda consecuencia tiene su causa, el origen de la novela

histórica surgió en un lugar lejano a América, en el continente

europeo, donde se desarrolló,

alcanzó su florecimiento y decayó como consecuencia


necesaria de las grandes revoluciones sociales de los
tiempos modernos, […] sus diversos problemas formales son
reflejos artísticos precisamente de esas revoluciones
histórico-sociales. (Lukács 1966: 13)

De esta manera, la novela histórica nació en las primeras

dos décadas del siglo XIX, en los tiempos de la caída del

imperio de Napoleón Bonaparte. Aquí fue cuando Walter Scott

publicó su novela histórica Waverley en 1814 (Lukács 1966: 15),

supuestamente la primera en su género.

Dentro de las novelas históricas, la psicología de los

personajes es muy importante, no obstante, las costumbres

nacionales que se inscriben en ellas son las más

representativas, ya que responden por completo a la época del

novelista (Lukács 15: 1966), de modo casi anacrónico, pero, en

este caso, se trata de una diacronía, un estudio a través de las

etapas que sufrió un evento o acontecimiento histórico.

Una de las principales causas del surgimiento de la novela

histórica como género literario y, a la vez, antropológico, fue

por el incontrolable crecimiento del patriotismo burgués en

Francia e Inglaterra, pero el desarraigo en Alemania; pero,


además, lo más representativo fue la Revolución francesa,

aquella lucha revolucionaria que hizo el “auge y la caída de

Napoleón lo que convirtió a la historia en una experiencia de

masas, y lo hizo en proporciones europeas” (Lukács 1966: 20). De

ahí viene la teoría de que la revolución francesa, como

revolución burguesa, fue la parte esencial de que la idea

nacionalista se convierta en patrimonio de las grandes masas, y

en este caso, alimento espiritual de la novela histórica de

aquellos entonces (Lukács 1966: 22).

Y así, en cuestiones sociohistóricas, estos movimientos

revolucionarios fueron

Verdaderamente de masas, tuvieron que verter en las


amplias masas el sentido y la vivencia de la historia. La
invocación de independencia e idiosincrasia nacional se
halla necesariamente ligada a una resurrección de la
historia nacional, a los recuerdos del pasado, a la pasada
magnificencia, a los momentos de vergüenza nacional, no
importa que todo ello desemboque en ideologías
progresistas o reaccionarias. (Lukács 1966: 23)(El
subrayado es mío)

Esta “creciente conciencia de carácter histórico” del desarrollo

comienza a hacerse patente en el juicio de las condiciones

económicas, de las luchas de clase (Lukács 1966: 23) y, también,

de la literatura y demás belles artes.

Por estas circunstancias sociohistóricas, la literatura se

apropió de la historia para crear un ideal de legitismo, el cual

radica en un “retorno a la situación anterior a la Revolución

francesa”, o con otras palabras, tratar de “eliminar de la


historia el máximo acontecimiento de la época”(Lukács 1966: 24),

tal como en México pasó con la novela histórica, descalificando

a los trescientos años de colonialismo como tiempos de

oscurantismo y antiprogresismo, casi ubicándolos en un limbo

histórico. Por eso a esto se le puede denominar como una

evolución histórica, la cual se acomoda sin “escrúpulos a los

intereses de estos objetivos y políticos reaccionarios” (Lukács

1966: 25), así formando una mentira interna de la misma

ideología reaccionaria; de esta manera los literatos liberales

de México fueron aquellos que forjaron una nueva nación, llena

de nuevos signos y resignificaciones de su propia historia

nacionalista y prenacionalista.

Por eso, entre otras más características, la creación del

nacionalismo después de la Revolución francesa fue muy

importante para el mundo entero: en México los liberales tomaron

ideas prestadas por este culmen acontecimiento, donde en la

defensa del progreso aportaba “pruebas de que ésta había sido la

culminación de la una evolución histórica larga y paulatina, y

no un repentino trastorno de la conciencia humana” (Lukács 1966:

25). Por consiguiente, se puede decir que

La racionalidad del progreso humano se explica cada vez


más por las oposiciones internas de las fuerzas sociales
en la historia misma, es decir, la propia historia ha de
ser portadora y realizadora del progreso humano. (Lukács
1966: 25-26)
De modo que, al momento de aunar a literatura con la Historia,

esto crea un espíritu pseudohistoricista, donde con la ficción

se reencuentra con los hechos reales y comprobables, rebuscando

y resignificando íconos y vacíos que la Historia no podía o no

quería llenar.

Tal como se ha dicho, la novela histórica imprimía esos

vacíos que la Historia por sí sola no tenía la capacidad de

lograrlo. Un ejemplo es la extensa descripción de las costumbres

y de las circunstancias que rodean algún acontecimiento, “el

carácter dramático de la acción”, y, lo más importante, “el

nuevo papel del diálogo en la novela” (Lukács 1966: 30).

También, en la novela histórica, poco importa la acción que

implica la relación entre los grandes acontecimientos; lo

verdaderamente importante es “procurar la vivencia de los

móviles sociales e individuales por los que los hombres

pensaron, sintieron y actuaron” donde precisamente copia el modo

en que ocurrió la realidad histórica (Lukács 1966: 44; El

subrayado es mío).

Así pues, lo que trata esencialmente la novela histórica es

de demostrar con medios poéticos la existencia del humano, el

“ser así” de circunstancias históricas y sus personajes (Lukács

1966: 44), sea por medio de la narración y tropos que la

literatura en abundancia puede ofrecer. Por lo tanto, es

importante adscribir la investigación literaria de las novelas


históricas mexicanas de cualquier etapa por la que el ser humano

ha pasado, en este caso la del siglo XIX y XX, ya que esta

“decorativa modernización de la historia sirve para ilustrar una

tendencia política y moral del presente” (Lukács 1966: 88), y es

imprescindible rebuscar los alcances y límites que tiene este

subgénero literario, inscrito en la investigación de la

filosofía en lo que es la ontología humana, junto con sus

aciertos y contradicciones.

I.4.2 El caso de México

Para Ignacio Manuel Altamirano la literatura es

particularmente el “vehículo de propaganda” y sirve

especialmente al “progreso intelectual y moral de los pueblos

modernos (Altamirano; Hölz 1990: 375). De esta manera,

Altamirano tomó a la literatura como un tenor para conjugarlo a

la relatividad histórica, donde argumentar a “favor de una

dignidad estética de lo mexicano”; pero, esto, antes que nada,

debe de cumplir esa “alta misión educativa” que “recurra a un

nuevo lenguaje y a temas mexicanos, como el paisaje, las

costumbres o las guerras de independencia” (Hölz 1990: 376).

De hecho, un pequeño adelanto a lo que seguirá a la nueva

novela histórica, es que hoy en día esta situación de


nacionalizar la Historia y literatura tiene una connotación

peyorativa, ya que ha carecido

de una aproximación mínima a sus referentes teóricos y a


sus logros concretos dentro del campo histórico
latinoamericano. Especialmente porque las " historias
patrias" sufrieron los devastadores efectos del
surgimiento del ejercicio de la historia social a mediados
de los años sesenta. (Betancourt 2003: 81)

De modo que se alzó un ambiente fuertemente nacionalista al

momento de la consumación de la independencia de México, los

principales encargados de forjar la cultura, historia y política

eran hombres letrados, porque, en México y toda América Latina,

no se había definido de manera precisa la conducta histórica

como un ámbito distinto al de la literatura (Betancourt 2003:

83), situando análogamente las novelas históricas como textos de

poder junto a los textos de meramente índole histórica . Así fue

como la escritura, entre los hombres letrados, tuvo la misión de

contribuir al engrandecimiento y civilización de la patria

mexicana.

Así la novela histórica dominó la producción narrativa

mexicana en los primeros setenta y cinco años del siglo XIX, sea

porque, como ya se ha dicho con anterioridad, contribuyó a

configurar “e institucionalizar un imaginario cultural

nacionalista de corte liberal, al exponer muchos obstáculos que

enfrentó la implementación de dicho imaginario” (Bobadilla 1999:

41).
Para esto, los liberales creyeron que la historia de México

es un proceso fundacional y evolutivo de una nación, la cual

inicia en 1810, “con las luchas de independencia, que dieron

principio a un sistema socio político, económico y cultural

autónomo” (Bobadilla 1999: 45-46). Aquí es donde se tiene esta

visión ambigua de la colonia, ya que se toma sólo

como un período de barbarie en donde se gesta la nación,


como la suma de acontecimientos políticos creadores de una
conciencia nacionalista que desemboca en la independencia.
Se deja de lado por esto la interpretación objetiva y real
de la totalidad del sistema –económico, social, cultural-,
al que se califica simplista y maniqueamente como un
período decadentista, de tinieblas y atraso. En otras
palabras, salvo el potencial nacionalista que crece en su
seno, la Colonia es negada y clausurada. (Bobadilla 1999:
46)

No obstante, en América Latina tuvo una importante

influencia europea, pero, esta consistió solamente en

seleccionar ciertos elementos de la tradición literaria del otro

lado del Atlántico, así refuncionalizándolos “con base en una

dominante ético-estética concreta que, de esta forma, reelabora

y presenta de manera original y representativa” una única

propuesta de modelo literario (Bobadilla 1999: 54). Y lo que hay

que destacar es que esta influencia europea, pero ya

refuncionalizada en Latinoamérica, hizo que la novela histórica

tuviera una presencia relevante en México durante todo el siglo

XIX, porque “ofreció a los narradores múltiples y ricas

posibilidades ético-estéticas” (Bobadilla 1999: 55) con las

cuales jugaron y practicaron.


La constante modelización de los elementos éticos-estéticos

de la novela histórica fue necesaria para conglomerar varios

signos que se fueron desarrollando a lo largo del siglo XIX,

como también para los políticos de índole liberal, los cuales se

encontraron en frecuentes conflictos con el círculo conservador

que se mantenía en México, así que la novela histórica fue una

herramienta contestataria. Aunque tanto el movimiento romántico

y el subgénero de la novela histórica que surgió en México,

paralelamente fueron cayendo en un declive cuando México se

había constituido como el México reformista, el cual empezó a

partir de 1867, con el triunfo republicano frente al fallido

imperio franco-austriaco (Bobadilla 1999: 56).

I.4.3 El resurgimiento: la nueva novela histórica

La novela histórica resurgió casi un siglo después, al igual que

su primer surgimiento, como elemento contestatario; así se fundó

el término de la nueva novela histórica.

Por denominar este acontecimiento de alguna manera, esta

“revolución en la literatura”, la de la nueva novela histórica,

que inició desde los años sesenta y culminó en los ochenta,

Fernando Aínsa plantea que es una combinación de

un conocimiento de las formas estéticas de la mejor


tradición occidental con una preocupación antropológica
por recuperar las expresiones auténticas del pasado
americano. La apertura de variadas direcciones temáticas y
formales de niveles entrecruzados, en las cuales la forma
y el contenido pierden su clásico distingo, permite que la
función productora del lenguaje vaya primando sobre la
función expresiva tradicional, pero no para reducirla a un
placer estético, sino para inducirle nuevos sentidos.
(Aínsa 2003: 53)

Y es por eso que Julio Ortega lo marcó al siglo XX como una era

en la que se generaba un principio radical de lo nuevo, donde la

verdad aparece como un factor incierto, así que se debe de

reelaborar una la reflexión sobre la posición del discurso en

que las múltiples verdades se posan, por eso, tanto en el campo

“académico o institucional, magistral o hipotético, especulativo

o útil” (Ortega 1998: 35): así que esta actividad a la cual

califica como relativizadora, incluye algo importante para el

resurgimiento de la novela histórica: incluye a la autoridad del

sujeto en la enunciación. La función del sujeto no es “la de

proclamar su verdad como superior ni su persona como fuente de

legitimidad: esa violencia adversaria y autoritaria del yo

heroico” -que en los orígenes de la epicidad de la novela

histórica se encontraba asiduamente-, y el énfasis del sujeto en

la enunciación no funciona dentro del monólogo, sino en “el

habla tentativa del diálogo” (Ortega 1998: 35) con el texto y su

poder.

Aquí, en la lid sobre qué es la verdad, qué es ficción, qué

es literatura, qué es Historia, las escritores de la nueva

novela histórica se encontraron convencidos de que la literatura

era capaz de “plantear con mayor libertad y franqueza lo que no


quiere o no puede hacer la historia que se pretende científica”,

porque la ficción, en contraposición de la “verdad”, tiene el

poder de suplir las deficiencias de la historiografía

tradicional, lo cual crea un resultado bastante paradójico

(Aínsa 2003: 95).

Con esto, se puede comparar, y diferenciar, que la novela

histórica tenía como misión ser objetiva y científica, ya que

utilizaba información que los métodos de índole científico

disponía para reconstruir detalladamente el pasado. En cambio,

la nueva novela histórica

aparece en un momento de duda en que la humanidad se


vuelve sobre sí misma; ya no le interesa tanto “viajar”
por el planeta, lo que en cierta forma se ha vuelto
imposible, ya que todo el mundo es igual; ahora le
interesan otro tipo de “viajes”.(…) La novela histórica
quería ser objetiva; la nueva novela histórica es
decididamente subjetiva. (Barrientos 2001: 18)

Y es por eso que casi todo lo calificado con la acepción de

“nuevo”, así como el neohistoricismo, el New Historicism, la

nueva novela histórica, entre otros movimientos y corrientes

filosóficas, entran en aquel radical mundo de lo nuevo que es la

contemporaneidad y/o lo posmoderno, con lo cual se refiere a

posterior a lo que antes se inculcaba, deconstruyendo dogmas que

antes eran el pan de cada día para regenerar y problematizar

nuevos conceptos, métodos y formatos. Por otro lado, está la

introversión de los textos de las mismas nuevas novelas

históricas, donde, como dijo Barrientos, no se va al exterior,


donde está la búsqueda de elementos exóticos en otros países

para darle la vuelta al mundo en ochenta o trescientas páginas,

sino, en este preciso caso, en la introyección, tal como dicta

la psicología, porque el contenido del relato está empapado del

sujeto y del mundo que lo rodea, así que emplean una

autorreflexión de qué es la entidad de un individuo, su

nacionalidad, su historia, su filosofía, costumbres, cultura,

etcétera, etcétera; la nueva novela histórica, en su

historioliteraturiedad –vaya-, fue y es un subgénero literario

que juega con los textos de poder históricos, parahistóricos y

de la vieja doctrina, sus precursores: la novela histórica; de

este modo se desarman textos palabra por palabra para

reconstruirlos desde otra perspectiva, la perspectiva del

sujeto, la del relato en perspectiva.


Bibliografía:

Aínsa, Fernando. Narrativa hispanoamericana del siglo XX: del espacio


vivido al espacio del texto. España: Prensas Universitat
Zaragoza, 2003.

Barrientos, Juan José. La nueva novela histórica hispanoamericana. Cd


de México: UNAM, 2001.

Bobadilla, Gerardo. Historia y literatura en el siglo XIX. México:


Instituto Sonorense de Cultura, 1999.

Hölz, Karl. “El populismo y la emancipación mental en la literatura


mexicana del siglo XIX”. Vol. 1 y 2. México: Instituto de
Investigaciones Filológicas, 1990.

Luckács, George. La novela histórica. México: Ediciones Era, 1966.

Ortega, Julio. El principio radical de lo nuevo. México: Fondo de


Cultura Económica, 1998.

Varios autores. Ficciones y silencios fundacionales literaturas y


culturas poscoloniales en América Latina. Betancourt Mendieta,
Alexander. “La nacionalización del pasado: Los orígines de las
historias 'patrias' en América Latina”; Janik, Dieter.
“Ilustración y Romanticismo en la primera mitad del siglo XIX:
¿opciones contradictorias o complementarias?”; Schmidt-Welle,
Friedhelm. “El liberalismo sentimental hispanoamericano”.
Madrid: Iberoamericana, 2003.

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