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La literatura sobre la violencia contra las mujeres muestra dos principales formas de

expresión. La primera se inscribe en las relaciones de poder y de control, llamada


“terrorismo íntimo”, en la que la violencia psicológica y física encierra a las víctimas en
la relación conyugal y crea una situación de miedo permanente y de disminución de
recursos personales (confianza, autoestima), financieras (dinero para huir) y sociales a
través de las redes de apoyo potencial (familia, amigos) (Leone et al., 2007). Esta forma
de violencia se origina generalmente en un modelo patriarcal de dominación masculina
y en una legitimación de la violencia en el seno de la familia. La segunda es llamada
“violencia situacional”. Esta es la consecuencia de un conflicto abierto entre los
miembros de una pareja y más específicamente una disputa que desemboca en un acto
de violencia física más circunstancial (Johnson & Leone, 2005).
Los contextos de vulnerabilidad social y económica tienen una cierta incidencia sobre
las dimensiones y la magnitud de la violencia, en particular doméstica, por el hecho de
crear tensiones entre los mismos padres y entre los padres y los hijos, pudiendo
desembocar en situaciones de agresión verbal y/o física agravada. Hay otros factores
que pueden tener una influencia en la victimización de las mujeres en la relación de
pareja, en particular su nivel de instrucción en la medida en que la acumulación de un
número más importante de años de estudios contribuye a una mejor inserción
profesional y a mayores oportunidades en el mercado laboral en condiciones estables
(contrato formal, sistema de protección social, mayores ingresos). Esta situación les
permite adquirir una mayor autonomía en su vida privada y estar menos expuestas a
actos de violencia en su relación de pareja. Sin embargo, es probable que este análisis
encuentre limitaciones en el caso del Perú, donde la autonomía de las mujeres puede
constituir un factor de violencia originado por la frustración de los hombres frente a su
falta de control sobre su vida cotidiana, más que la probabilidad de la denuncia de la
violencia de la que las mujeres son víctimas (Benavides, Bellatín & Cavagnoud, 2017).
Pareciera que la misma tendencia se verifica en el caso de Colombia, donde la
incorporación creciente de las mujeres en el mercado laboral no ha sido sinónimo de la
disminución de los maltratos conyugales (Meil Landwerlin, 2004).
Frente a las situaciones de violencia, las mujeres pueden acceder a las instituciones
especializadas en este dominio para presentar una queja o recibir apoyo psicológico y
social. En el Perú, según la Ley de Protección frente a la Violencia Familiar (Ley N°
26260), que establece un protocolo de denuncia, investigación y sanción en el caso de
violencia familiar, la Policía Nacional, el fiscal y el juez son los principales actores
institucionales a cargo de intervenir y de abrir un proceso que conduzca a una posible
pena. Paralelamente, se han abierto centros especializados para asegurar una mejor
atención: las Comisarías de la Mujer y los “Centros de Emergencia Mujer” (CEM).

El Perú es uno de los países pioneros en la región con la creación de estas instituciones
especializadas y la inauguración en 1992 de la primera Comisaría de la Mujer como
respuesta a las demandas de la sociedad civil frente al trato frecuentemente humillante
y discriminatorio en las instancias policiales manejadas por hombres (Estremadoyro,
1992), provocando un fenómeno de “re-victimización” hacia las mujeres. Existen
actualmente 32 Comisarías de Familia a nivel nacional de las cuales 9 pertenecen a la
metrópoli de Lima y Callao.
Además, los Centros de Emergencia Mujer constituyen los principales órganos
operacionales en el marco del Programa Nacional contra la Violencia Familiar y Sexual
del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). El primer Centro de
Emergencia Mujer fue creado el 8 de marzo de 1999 y al término del mismo año un total
de 13 centros habían sido puestos en marcha. Estos últimos son espacios
independientes para el depósito de denuncias en casos de violencia familiar y/o sexual
y deben normalmente permitir simplificar el protocolo de denuncia y hacer un
seguimiento más preciso de ello. A la fecha existen casi 270 Centros de Emergencia
Mujer instalados en todos los departamentos del país, de los cuales 30 funcionan las 24
horas del día. Se trata de un servicio público y gratuito que ofrece una orientación a la
vez legal, de defensa judicial y de ayuda psicológica.
Según los datos del INEI y del Programa Nacional contra la Violencia Familiar y Sexual del MIMP,
la violencia contra las mujeres es un problema latente en el Perú, sin embargo, todavía no
conocemos la magnitud de sus consecuencias en nuestra sociedad. Debido a que los efectos de
la violencia abarcan diversas dimensiones, es difícil identificar y calcular todos los costos posibles
y pérdidas que ocasiona.

Por encargo del MIMP, el investigador Wilson Hernández realizó un estudio para medir el impacto
de la violencia contra las mujeres en base a la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar
(ENDES). El objetivo del estudio fue evaluar el impacto en mujeres víctimas de violencia ejercida
por el esposo o compañero sobre diversas variables de interés, como la salud, educación y
trabajo.

En la primera parte, el investigador revisa los estudios relacionados al tema y clasifica el impacto
de la violencia en tres grandes grupos: a) sobre los ingresos, b) sobre la salud física y mental de
las mujeres víctimas, y c) sobre la salud de los hijos e hijas de mujeres víctimas.

El mayor impacto sobre la mujer violentada se registra en su salud mental. La ENDES incluye una
batería de preguntas para medir lo que llama deseabilidad social y depresión.
Según Lynch se ha observado que los niños maltratados desarrollan dos patrones de
comportamiento característico. En el primero los niños se comportan sumisos e hipervigilantes, en
busca de pistas de los adultos en cuanto a cómo deben comportarse (Lynch, 1986); éstos niños se
caracterizan por ser muy aislados, inseguros y de baja autoestima (Cáceres y Kirby, 1990). El otro
patrón de comportamiento es provocativo, agresivo e hiperactivo (Lynch, 1986)

De acuerdo al Plan Nacional de Acción por la Infancia y Adolescencia 2012-2021 se considera


maltrato infantil a toda acción u omisión, intencional o no, que ocasiona daño real o potencial
en perjuicio del desarrollo, la supervivencia y la dignidad de la niña, niño y adolescente en el
contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. Esta acción u omisión puede
ser producida por individuos, por instituciones o por la sociedad en su conjunto y supone la
vulneración de los derechos de niñas, niños y adolescentes.
Un estudio de Akemi Tomoda (2009) que abordó los efectos en el desarrollo del cerebro de un
grupo de niños que eran expuestos a golpes o nalgadas al menos una vez al mes concluyó que
estos maltratos tienen efectos perjudiciales en el desarrollo cerebral configurando un menor
desarrollo cortical prefrontal, es decir, menor materia gris en determinadas áreas del cerebro.
Establece además que duros castigos corporales (HCP) durante la infancia es un factor de
estrés crónico, de desarrollo asociado con la depresión, la agresión y las conductas adictivas.
Algunas consecuencias del castigo físico y humillante hacia niños, niñas y adolescentes.

Consecuencia Socioemocionales:
 Depresión, ansiedad, retraso del desarrollo.
 Sentimientos de vergüenza y culpa.
 Dificultad para relacionarse y autovaloración. Falta de autoestima.
 Dificultad para cuidarse a sí mismos y a los demás.
Consecuencias Físicas a corto plazo:
 Moretones, hinchazones.
 Quemaduras, escaldaduras.
 Fracturas, desgarros.

Consecuencias físicas a largo plazo:


 Lesiones oculares, discapacidad.
Consecuencias Cognitivas:
 Les es más difícil aprender, por eso pueden tener bajo rendimiento escolar.
 Trastornos de sueño, trastornos psicosomáticos.
 Comportamientos suicidad y daño autoinflingido.
 Lesiones en el sistema nervioso.
 Dificultad para manejar situaciones de estrés y solucionar de manera adecuada.
Consecuencias a nivel de comportamiento:
 Comportamiento suicidas
 Les es difícil expresar su afecto mediante abrazos, caricias, etc.
 Dificultad para regular sus comportamientos por sí mismos.

En diciembre 2015 se aprobó la Ley N° 30403, que prohíbe el castigo físico y humillante para
niños, niñas y adolescentes y establece la prohibición a que padres, madres o cualquier persona
a cargo de los menores de edad el hogar, la escuela, la comunidad, lugares de trabajo utilice el
castigo físico y humillante contra los niños, niñas y adolescentes. Anteriormente a esta ley, los
progenitores tenían el derecho de “castigar moderadamente a sus hijos e hijas”, lo que trajo
como consecuencia la impunidad frente al uso abusivo de la violencia acompañada de graves
consecuencias en la vida y salud. Se busca por tanto con esta ley previene las prácticas
equivocadas de utilizar la violencia para controlar a los menores de 18 años en cualquier
espacio donde se desenvuelvan, ya sea el hogar, la comunidad y las instituciones.
Referencias Bibliográficas
https://ifea.hypotheses.org/1283

https://psicologiajuridica.org/archives/5395

https://observatorioviolencia.pe/ninez-vulnerable-al-maltrato/

https://observatorioviolencia.pe/impacto-y-consecuencia-de-la-violencia-contra-las-mujeres/

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