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UNIDAD 6. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1788-1833).

En 1788, año en que muere Carlos III y accede al trono su hijo Carlos IV,
España seguía presentando los rasgos de una sociedad feudoseñorial. El modelo
político del absolutismo ilustrado era incapaz de resolver los graves problemas
estructurales de la sociedad española: déficit crónico de la hacienda, crisis de
subsistencias periódicas y estancamiento económico. La influencia revolucionaria de
Francia y su intervención en España agudizó las contradicciones de una sociedad en
crisis, culminando en una terrible guerra con dimensiones de guerra de liberación
frente al invasor francés; guerra civil entre partidarios y detractores de la
intervención francesa; y conflicto internacional con presencia de Francia e Inglaterra
enfrentadas a España.
La crisis tuvo su momento culminante en 1808. Comenzó entonces una
terrible guerra, que tuvo varias dimensiones: guerra patriótica frente a los ejercicios
napoleónicos; guerra civil, pues una parte el país estaba del lado de José I
Bonaparte, y, finalmente, guerra internacional, ya que España fue teatro principal
de operaciones de los ejércitos ingleses y francés.

EL MIEDO A LA REVOLUCIÓN. LAS NOTICIAS DE FRANCIA.

Los sucesos de la Revolución Francesa produjeron reacciones inmediatas en


las autoridades españolas. Los ilustrados españoles, más conservadores que los
franceses, temían que la ola libertaria se expandiera hasta España. Los ilustrados
españolas mantenían la idea de que el progreso ilustrado vendría solo gracias a una
política de reformas dentro de los márgenes del antiguo régimen. La simpatía que
los burgueses ilustrados sentían por los sucesos de Francia representó un grave
problema para la Corona. Además, las colonias de comerciantes franceses en
España, crecidas y amparadas por los Pactos de Familia, suscritos por los Borbones
de Francia y París, regaban la voz revolucionaria en la Península.

LA POLÍTICA DE AISLAMIENTO DE FLORIDABLANCA

El aislamiento parecía ser el mejor recurso y fueron cortadas las relaciones


con Francia. La Inquisición recibió el encargo de amenazar a los ilustrados
sospechosos y cerrar el país a la propaganda política. Bajo la acusación de
anticristianas, fueron perseguidas todas las publicaciones francesas, lo que desató
mayor interés del público y convirtió a Cádiz en hervidero clandestino de librerías e
imprentas.
Se prohibió también el deseo de los jóvenes de ir a estudiar a universidades
extranjeras, lo cual contrariaba una de las disposiciones de Carlos III, que impulsaba
la salida de las juventudes a formarse en países más avanzados y a traer profesores
foráneos a las universidades españolas.
El conde de Floridablanca prohibió, incluso, la enseñanza del francés. El colmo
fue la prohibición de cualquier actividad inherente a las Reales Sociedades de Amigos
del País. Pero Carlos IV removió de sus funciones al conde de Floridablanca y nombró
como nuevo conde, en 1792, al conde de Aranda. Éste conde intentó mejorar las
relaciones con Francia. Todo fue inútil.
Francia, por su parte, entró en guerra contra Prusia y Austria, monarquías
absolutas como la de España. En agosto de 1792, un levantamiento parisiense
derrocó a Luis XVI, eligieron una nueva asamblea legislativa, la Convención, y
proclamaron la República.
Por su parte, en 1792, España nombra a Manuel Godoy como Primer
Secretario de Despacho -equivalente a primer ministro- en sustitución de Aranda.
Debido al favor de la reina María Luisa y del propio Carlos IV, dirigió el gobierno de
España hasta 1808. Su actitud, similar a la del despotismo ilustrado, fue temerosa
ante la revolución francesa, a la vez que alentaba una serie de medidas de reformas
educativas y económicas.

LA GUERRA DE LA CONVENCIÓN

Después de la ejecución de Luis XVI, en 1793, España se consideraba libre,


por vez primera en noventa años, de romper sus lazos con Francia y declararle la
guerra. La guerra de la Convención tenía sus predicadores laicos y religiosos, que
movilizaron las masas en una auténtica cruzada popular contra Francia, un país
regicida y considerado enemigo de la religión.

LA PAZ Y LA CONTINUIDAD DEL REFORMISMO

Godoy llegó a una paz con los invasores franceses en julio de 1795, con el
tratado de Paz de Basilea. Con este tratado, España recuperó su integridad territorial
a cambio de ceder a Francia su parte de la isla de Santo Domingo. Un año después,
el Pacto de San Idelfonso restauró la alianza franco-española para luchar contra
Inglaterra, convencido Godoy de que la única amenaza a la monarquía de Carlos IV
radicaba en la penetración británica en el mercado de América. De hecho, en la
Batalla del Cabo de San Vicente, los españoles pierden contra los ingleses, resulta
en la desprotección del comercio ultramarino.
Godoy revivió la reforma de la ley agraria, suprimió impuestos, liberalizó los
precios de las manufacturas y redujo el poder de los gremios. Incluso, en 1797,
formó un gobierno con los nombres más distinguidos de la Ilustración. Por su parte,
la Corona frenó la aspiración de Godoy de reformar el poder y papel de la Iglesia en
España, pensando que esto haría aumentar el riesgo de la revolución.

LA CRISIS ECONÓMICA Y FISCAL

En el reinado de Carlos IV se manifestaron crudamente las contradicciones


económicas del antiguo Régimen: subida imparable de los precios de los alimentos
e insostenible situación financiera del Estado. También subieron el precio de las
propiedades agrarias. La guerra contra la Convención generó un agobiante déficit
del Estado, aumentando la deuda interna y externa. En este contexto surgió otro
importante conflicto con el clero, cuando la Hacienda de Carlos IV se fijó en el
patrimonio de la Iglesia para remediar sus apuros. Se vendieron los terrenos de los
jesuitas expulsados, lo que significó la primera venta de propiedades de la Iglesia
en beneficio del Estado. Pero en 1804 sobrevino la bancarrota al reino español.
Carlos IV se vio obligado a continuar su política de desamortizaciones, que se
extendió hasta 1808, pasando a manos privadas una sexta parte de las propiedades
dela Iglesia.

LA ALIANZA CON LA FRANCIA NAPOLEÓNICA

A partir de la toma de poder de Napoleón Bonaparte, en 1799, la corte


española no fue sino una mera comparsa de la política expansionista de Francia. La
debilidad de Carlos IV espoleó el intervencionismo francés, que obligó a Godoy a
dirigir la invasión a Portugal en 1801, la guerra de Las Naranjas, con objeto de cerrar
sus puertos con el comercio británico. En 1802, Francia e Inglaterra firmaron la paz
de Amiens, pero enseguida reanudaron sus hostilidades, y España se vio envuelta
en otra guerra no deseada, de trágicas consecuencias para su flota, que cayó
destrozada en trafalgar (1805) ante la escuadra del almirante Nelson, perdiéndose
una magnífica generación de marinos profesionales. Las posesiones americanas
quedaban incomunicadas, y el hundimiento económico de España se hacía
imparable.
Los desastres bélicos, el arrinconamiento político de la alta nobleza y el
disgusto el clero a causa de las medidas desamortizadoras unieron a la oposición en
torno al príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, quien no congeniaba con
Godoy. Por otra parte, otros españoles descontentos ponían sus esperanzas en
Napoleón Bonaparte, cuya revolución liberal daba respuesta al deseo de cambio de
una minoría ilustrada. Un buen impulso al complot de los conservadores fue el
Tratado de Fontainebleau (1807), por el que Godoy autorizaba el acantonamiento
de tropas francesas en España con el objetivo de una nueva campaña de conquista
y reparto de Portugal. Así, Godoy tramó la huida de la familia real a Andalucía o a
América, pero su propósito se malogró gracias al motín de Aranjuez (19 de marzo
de 1808). Soldados, campesinos y servidumbre del palacio, alentados por los
simpatizantes del príncipe heredero, provocaron la caída de Godoy y obligaron a
Carlos IV a abdicar a favor de su hijo Fernando VII.
Sin embargo, Napoleón no reconoció a Fernando, y Carlos IV pronto se
arrepintió de su abdicación, en tanto las tropas francesas, al mando del general
Murat, entraban en Madrid. Bonaparte reunió a padre e hijo en España y obligó a
que ambos traspasasen el trono a su hermano, José Bonaparte, en la famosa
Abdicación de bayona. Así, la revolución francesa se proponía a hundir la corona del
antiguo régimen español, apoyados por la ilustración española. Con la publicación
del Estatuto de Bayona, una especie de constitución, José Bonaparte mantenía en
sus manos la mayor parte de las prerrogativas, ofrecía un renovado aire liberal que
cuestionaba los fundamentos reaccionarios del Antiguo Régimen. Este texto no se
puso en práctica, porque enseguida estalló la guerra contra los franceses.
LA INVASIÓN FRANCESA Y LA GUERRA
RASGOS DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA (1808-1814)

El 2 de mayo de 1808 los madrileños se levantaron en armas contra los


franceses, que habían ocupado la ciudad. El General Murat, en represalia, ordenó el
fusilamiento de cientos de oponentes. Al conocer la abdicación de Bayona y los
sucesos de Madrid, varios movimientos antifranceses se extendieron por toda
España. Incluso, se llegó a linchar a algunos funcionarios reales encargados de
publicar la renuncia de Fernando VII a la corona española. En mayo de 1808
prácticamente toda España estaba levantada contra Francia. Más de 300mil muertos,
destrucciones y saqueos fue el resultado de este conflicto. Fue una guerra nacional
y popular, pero no revolucionaria. Sus baluartes eran la defensa de la religión y la
monarquía, El bajo clero fue importante, porque fue el encargado de convencer a
los pueblos de unirse a la lucha contra "la impiedad francesa". Al quedar fuera de
juego la burocracia estatal, solo la Iglesia contaba con una organización nacional
centralizada, capaz de llegar a todos los rincones de España y erigirse en el motor
del levantamiento gracias a su influencia doctrinal.

EL GOBIERNO DE JOSÉ I, LOS AFRANCESADOS

José Bonaparte jamás logró el apoyo de las minorías ilustradas para regir en
España. Resultaba demasiado patente el deseo de conquista de su hermano,
Napoleón. José I no pudo llevar a cabo la revolución jurídica que planteaba el
Estatuto de Bayona. José I nunca tuvo el afecto del pueblo español, que lo veía
como la vulgar marioneta de su hermano, el Emperador. Los "Afrancesados" fueron
los acólitos de origen español leales a José I. Funcionarios del antiguo Estado que
pasaron al bando de los Bonaparte. Los afrancesados tuvieron que exilarse, para
evitar que sus vidas fuesen cobradas por el fervor popular.
LAS JUNTAS

Con el estallido de los levantamientos y las abdicaciones de Bayona, se


produjo un gran vacío de poder y la ruptura del territorio español. Para controlar la
situación en las regiones no controladas por el ejército francés, los ciudadanos
impulsaron loas juntas provinciales, que asumían a soberanía del Rey y legitimaban
su autoridad. Así, se conformó la Junta Central Suprema, que tomó para sí los
poderes soberanos y se erigió en el máximo órgano gubernamental de forma
transitoria.
LAS FASES DE LA GUERRA:

1. 170mil hombres penetran en España para defender el reinado de José I.


2. Para los franceses, la inesperada reacción española constituyó un gran problema
social
3. El ejército del General Dupont fue derrotado por las fuerzas del General Castaños.
Dupont se rindió el 19 de julio de 1808. Esta fue la primera derrota en tierra de un
ejército de Napoleón.
4. Napoleón ordenó "aplastar" toda forma de resistencia española.
5. Napoleón entra en España, junto a sus generales de más renombre, junto a 250mil
soldados en noviembre de 1808.
6. El avance francés, comandado por Napoleón, debilitó la influencia de la Junta
Central Suprema.
7. Los españoles formaron guerrillas, grupos formados por antiguos soldados y
civiles dispuestos a defender la soberanía española.
8. Las guerrillas empezaban a tomar posesión de los poderes políticos y empezaban
a instaurar poderes administrativos.
9. El dominio francés fue importante en las ciudades, pero muy débil en los poblados.
10. En 1810, cansado de la inestabilidad social en España, Napoleón decide activar
la transferencia de las tierras españolas como parte de la Francia imperial.
11. 1812, primavera. La guerra dio un giro definitivo. El general Wellington, con
tropas españolas, inglesas y portuguesas, derrota a Francia en Arapiles y se dispone
a ir a Madrid, por lo que José I tuvo que huir de la capital.
12. Napoleón se apresuró a llegar a un acuerdo con Fernando VII, al que regresó la
Corona de España con el tratado de Valencay en diciembre de 1813.

EL PROGRAMA REVOLUCIONARIO DE LAS CORTES DE CÁDIZ

La otra cara de la guerra contra Francia la constituye la labor de las Cortes


de Cádiz. Mientras gran parte de la sociedad española se enfrentaba con las armas
a los franceses y a sus ideas, unos pocos ilustrados pretendían implantarlas para
realizar, como en Francia, una verdadera Revolución burguesa.

CONVOCATORIA Y COMPOSICIÓN DE LAS CORTES

Aunque la idea de una reunión de Cortes Generales para reorganizar la vida


pública en tiempo de guerra y vacío de poder ya había sido debatida en la Junta
Central, la Regencia no se decidió a convocarlas hasta que no llegó a Cádiz la noticia
del establecimiento de poderes locales en distintas ciudades americanas que podían
poner en peligro el imperio español. Después de cien años, en los que los Borbones
habían gobernado sin convocarlas, las Cortes inauguraron sus reuniones en
septiembre de 1810, con el juramento de los diputados de defender la integridad de
la nación española, y prolongaron su actividad hasta la primavera de 1814. Un
conjunto e decretos, y sobre todo la Constitución de 1812, manifestaban su deseo
de transformación del país mediante la aplicación de importantes reformas que
debían convertir a España en una monarquía liberal y parlamentaria.
A causa de las dificultades de la guerra, la alta nobleza y la jerarquía de la
Iglesia apenas estuvieron representadas en Cádiz. Tampoco asistieron los delegados
de las provincias ocupadas, la mayoría, a los que se buscó suplentes gaditanos, lo
mismo que a los representantes de los territorios españoles de América.
Predominaban en las Cortes las clases medias con formación intelectual,
eclesiásticos, abogados, funcionarios militares y catedráticos, aunque no faltaban
tampoco miembros de la burguesía industrial y comercial. No había, en cambio,
representación alguna de las masas populares: ni un solo campesino tuvo sitio en la
asamblea de Cádiz. Tampoco mujeres, carentes todavía de todo derecho político.
Las primeras sesiones de las Cortes congregaron a un centenar de diputados, pero
su número fue aumentando, hasta llegar a los trescientos.
Desde su comienzo, las Cortes demostraron que en nada se parecían a las antiguas.
Al autoconstituirse en Asamblea Constituyente y asumir la soberanía nacional,
los diputados gaditanos ponían en marcha la revolución liberal, que contaba ya con
el precedente de la Francia de 1789. Asimismo, con la concesión de iguales derechos
a todos los ciudadanos, incluidos los de América, convertían España y sus colonias
en una única nación repartida a ambos lados del océano. De inmediato, surgieron
dos grandes tendencias en la cámara gaditana. Los liberales eran partidarios de
reformas revolucionarias, mientras que los absolutistas, llamados despectivamente
serviles, pretendían mantener el viejo orden monárquico. La prensa de Cádiz, en su
mayoría, estuvo del lado de los liberales, que siempre dominaron los debates de las
Cortes, manteniéndose, en cambio, los púlpitos de la iglesia al servicio de la ideología
absolutista.

LA OBRA LEGISLATIVA. LOS DECRETOS DE ABOLICIÓN DEL ANTIGUO


RÉGIMEN

Los liberales aprobaron el decreto de libertad de imprenta. Ésta suprimía la


censura para los escritos políticos, pero no para los religiosos. Las Cortes de Cádiz
desmontaron la arquitectura del Antiguo Régimen, aboliendo los señoríos
jurisdiccionales, que impedían la modernización de la administración local y
provincial, una decisión fundamental en el proceso de reforzamiento del Estado, ya
que la mitad de los pueblos y dos tercios de las ciudades en España mantenían algún
tipo de dependencia con el clero y la nobleza. Fueron derogados los gremios
también, una estructura medieval tachada de inoperante desde el reinado de Carlos
III. Se anunció la reforma agraria burguesa, al decretarse la venta pública en subasta
de las tierras comunales de los municipios. Se decretó la abolición de la Inquisición,
presentada como un obstáculo para la libertad de pensamiento y el desarrollo de la
ciencia.
LA CONSTITUCIÓN DE 1812

El 17 de junio de 1812, día de San José, se promulga "La Pepa", la


Constitución de 1812. Esta constitución es la primera de la historia de España. En
ésta se plasma el diseño de un Estado unitario que afirmaba los derechos de los
españoles en su conjunto por encima de los históricos de cada reino. Los diputados
representan a la nación, lo que supone la eliminación de cualquier otra
representación, regional o corporativa, algo que ya carecía de sentido en una España
dividida en provincias y municipios. De esta forma, la Constitución de 1812 daba un
nuevo paso adelante en el proceso de centralización política y administrativa
emprendido por los primeros Borbones. Y, al mismo tiempo, con su afirmación de
los derechos individuales y colectivos de los españoles, ponía los fundamentos para
acabar con un modelo de sociedad basado en las exenciones y los privilegios. Con
el fin de conseguir la igualdad de los ciudadanos, la Constitución de 1812 fijaba una
burocracia centralizada, una fiscalidad común, en ejército nacional y un mercado
libre de aduanas interiores.
La Constitución de 1812 proclamaba la soberanía nacional en detrimento del
Rey, al que se le sustraía la función legisladora, atribuida ahora a las Cortes, que
tendrían una sola cámara, elegida por sufragio universal masculino. Para ser
diputado se requería la condición de propietario, lo que excluía a los asalariados y a
los campesinos sin tierra. Se reconocía a Fernando VII como Rey de España, pero
no como Rey absoluto, sino constitucional. Aunque símbolo del radicalismo liberal,
la Constitución de 1812 reflejaba el influjo de la religión y la nobleza a través de la
definición de un Estado confesional y el reconocimiento de las propiedades de los
grupos privilegiados. Esta Constitución no tuvo el tiempo suficiente para implantar
sus reformas. Como símbolo del deseo de libertad, la Constitución de 1812
permanecería viva en el recuerdo a lo largo del siglo XIX, prolongándose también en
el ideario de los liberales de América del Sur y del resto de Europa.

LA RESTAURACIÓN DEL ABSOLUTISMO. EL REGRESO DE FERNANDO VII.


EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-1820)

El fin de las operaciones militares contra los franceses no apaciguó por


completo el país, que se veía sometido al enfrentamiento político entre liberales y
absolutistas, ambos a la expectativa de la postura que tomase Fernando VII, a su
regreso del cautiverio. La duda se despejó en la primavera de 1814, al poco tiempo
de tocar el Rey tierra española y aceptar el ofrecimiento de algunos generales de
colaborar en la reposición del absolutismo monárquico, derogado por las Cortes de
Cádiz. La acción contrarrevolucionaria del ejército contaba, además, con el apoyo
de un grupo de diputados absolutistas, firmantes del Manifiesto de los Persas, que
rechazaban de forma rotunda la legislación gaditana. No habían pasado dos meses
de su llegada a España cuando, en los primeros días de mayo de 1814, Fernando
VII declaró ilegal la convocatoria de las Cortes de Cádiz y anuló toda su obra
legisladora. Desaparecían de un plumazo las reformas plasmadas sobre el papel, sin
que nadie saliera a la calle en su defensa. Con el Golpe de Estado fernandino, España
volvía a la situación anterior a la "francesada", mientras la represión elegía sus
víctimas entre los liberales y los colaboradores del Gobierno de Bonaparte, obligados
muchos de ellos a elegir el camino de exilio. Tras la caída del emperador francés, la
contrarrevolución diseñada por la Europa de la Santa Alianza daba nuevo empuje al
absolutismo de Fernando VII, quien, corto de miras, intentaba vanamente borrar de
la memoria de los españoles el recuerdo de una Constitución que hacía residir la
soberanía no en el Rey, sino en la nación. Apoyado en la Iglesia y en los grandes
terratenientes, el Rey liquidó la libertad de prensa y resucitó la Inquisición, que
enseguida se puso manos a la obra con la retirada de cientos de publicaciones del
período de la guerra. Los jesuitas volvieron a España, donde se mantendrían hasta
el siguiente estallido liberal. Cuando la Iglesia exigió la devolución de sus tierras,
vendidas en el reinado anterior, Fernando VII se negó a satisfacer su reclamación,
confirmando la nueva distribución de propiedad, en manos ahora de los latifundistas
afectos al gobierno.
Desde la vuelta de Fernando VII, muchos militares que lucharon contra los
franceses se opusieron a la restauración del Antiguo Régimen, y algunos de ellos
conspiraban por el restablecimiento de las leyes de Cádiz con la ayuda de las
sociedades patrióticas o la masonería. Por otro lado, la inminente independencia de
América privaría a los españoles de un mercado generoso que habría podido
contribuir a su despegue económico, y al Estado, de los medios necesarios para la
reconstrucción del territorio. El empeño de revitalizar el Antiguo Régimen retrasó
aún más el comienzo de la era industrial. Por último, el cambio constante de
ministros y la escasa preparación de muchos de ellos entorpecieron la política
española del Gobierno, sometido, asimismo, a las contradicciones del viejo sistema
tributario.

Tras la revolución de Cádiz, todos los españoles habían quedado obligados a


colaborar en el sostenimiento del Estado, desapareciendo las exenciones y los
enrevesados mecanismos de recaudación, vigentes desde el tiempo de los Austrias.
Con el fin de facilitar la contabilidad gubernamental, por vez primera en Europa, las
cortes gaditanas habían elaborado el presupuesto nacional, que hacía un repaso
anticipado de los ingresos y gastos del Estado. Nada de esto sobrevivió a la
restauración absolutista de 1814. Fernando VII volvió al régimen fiscal anterior,
hasta comprobar que en menos de dos años la deuda pública se había incrementado
peligrosamente. En contraste con el estancamiento de la industria, que demoraba la
consolidación de una clase burguesa en España, la agricultura tuvo cierta expansión.
Aumentaron las tierras labradas, a impulsos de la presión demográfica del campo y
de la consiguiente búsqueda de alimentos de primera necesidad, como el trigo.

EL TRIENIO CONSTITUCIONAL (1820-1823)

Todas las dificultades del absolutismo y el malestar de la población española


configuraban una situación insostenible que estalló en 1820, cuando el comandante
Rafael Riego, al frente de unas tropas dispuestas cerca de Cádiz para su traslado a
América, se levantó a favor de la Constitución de 1812. El pronunciamiento encontró
apoyos en otras guarniciones de la Península, que hicieron ver a Fernando VII que
debería cambiar de política y aceptar el régimen constitucional. Mientras tanto,
nacían las juntas liberales en distintas ciudades, que dirigían los ayuntamientos
según el modelo de 1808 hasta la reunión de las Cortes. De esta forma comenzaba
la segunda experiencia revolucionaria española, que duró tres años, logrando calar
en la vida pública en mayor grado que Cádiz, pero que se saldó con un fracaso,
explicable si se tiene en cuenta el escaso respaldo social y político del liberalismo en
el país.
Desde el poder, los liberales eliminaron la Inquisición, impusieron el sistema
fiscal aprobado en Cádiz, suprimieron los señoríos, expulsaron a los jesuitas y
confirmaron las leyes que garantizan los derechos y las libertades de los ciudadanos.
La Iglesia fue la institución que más sufrió con el cambio de régimen, al aprobar el
Gobierno la supresión de las órdenes monacales y la desamortización de tierras de
los monasterios. Con la venta de propiedades eclesiásticas, los liberales pretendían
rebajar la deuda pública y ganarse la confianza de los gobiernos extranjeros y de los
acreedores españoles. Sin embargo, el agujero llegaba a superar la cuarta parte del
presupuesto nacional y la suspensión de pagos no se podía evitar.
Al abrigo de la libertad de opinión, nacieron numerosas tertulias y centros de
debate que, bajo la forma de sociedades patrióticas, promovían los primeros
periódicos en defensa del orden constitucional y que esbozaban los futuros partidos
políticos. La prensa, así, pasó a convertirse en un poderoso instrumento de acción
política al servicio de los partidos, llegando a oscurecer incluso las mismas sesiones
de las Cortes. La aplicación de reformas provocó enseguida la ruptura del bloque
liberal en dos grupos de gran trascendencia posterior, que representan diferentes
generaciones y filosofías políticas. De un lado, los hombres participaron en las Cortes
de Cádiz, ahora moderados, y de otro, los jóvenes seguidores de Riego, que se
atribuían en exclusiva el triunfo de la revolución de 1820, los denominados
exaltados. Estos exaltados defendían el sufragio universal y unas Cortes de una sola
cámara, expresión de la soberanía nacional. De estos postulados arrancaría la
fractura del liberalismo español y su división entre moderados y progresistas. Los
enfrentamientos civiles casi estaban degenerando en guerra civil has que, en abril
de 1823, un ejército francés, respaldado por las potencias absolutistas de Europa,
entró en España con el fin de restablecer a Fernando VII en la plenitud de su
soberanía. Nada pudieron hacer los liberales ante unas tropas que doblaban las
suyas, y ni siquiera consiguieron movilizar al pueblo en la defensa de un régimen
que no había prendido en la sociedad española. Con las manos libres, el Rey invalidó,
el 1 de octubre de 1823, toda legislación del trienio, y puso fin a este segundo
intento de revolución liberal. Para respaldar el nuevo viraje absolutista, buena parte
del ejército francés permanecería en España durante 5 años.

LA DÉCADA ABSOLUTISTA (1823-1833)

Desde 1823 hasta su muerte, Fernando VII gobernó como monarca absoluto.
Desató una durísima represión contra todos los liberales. A pesar de que la
Inquisición no fue revivida, su funcionalidad fue ejecutada por los jefes militares
españoles. Los liberales, obligados a refugiarse en el exilio, conspiraban
abiertamente contra Fernando VII. Mientras tanto, la vida intelectual española
estaba obligada a refugiarse en la clandestinidad. La nueva restauración absolutista
de Fernando VII significó el restablecimiento parcial del Antiguo Régimen, aunque
la experiencia del trienio aconsejaba abordar los problemas del país con elementos
diferentes e introducir algunas reformas para lograr la colaboración de los ilustrados
conservadores, los partidarios de un liberalismo templado. En 1823 se creó el
Consejo de Ministros, órgano de consulta del monarca, en quien descansaba el poder
ejecutivo. Así, se reorganizó la Hacienda, se estableció el presupuesto anual del
estado y se abordó el eterno problema de la deuda pública, agravado desde 1824
por la pérdida del imperio americano. Se redujo, por lo mismo, el comercio exterior
en beneficio de la industria nacional. La bolsa de Madrid era inaugurada, pero todo
esto no impidió que España pudiese pagar su deuda externa, revitalizara su
agricultura estancada, el bandolerismo, el desbarajuste de las diversas
administraciones, la pésima red de caminos y carreteras, etc. Pero no solo los
liberales eran una amenaza contra Fernando VII, los llamados realistas puros o
ultras, el sector más reaccionario y clerical del absolutismo, desconfiaban de
Fernando VII, al que acusaban de transigir demasiado con los liberales, por lo que
promovieron una cierta cantidad de levantamientos como en Navarra, el norte de
Castilla y La Mancha.

LA CUESTIÓN SUCESORIA

Toda esta gran inestabilidad política se veía incrementada en 1830 por otros
acontecimientos que oscurecían el futuro del absolutismo y las esperanzas de los
seguidores de Carlos María Isidro (hermano de Fernando VII), los carlistas. Los
revolución liberal había triunfado en Francia, por lo que los absolutistas españoles
no podían esperar ya más ayuda de sus vecinos, y en Madrid, la cuarta mujer de
Fernando VII, María Cristina, le había dado una heredera, la princesa Isabel. Antes
de su nacimiento, su padre había hecho publicar una Pragmática Sanción, redactada
por las Cortes en 1789, que restablecía la sucesión tradicional de la monarquía
hispana permitieron reinar a las mujeres. El pleito legal tenía un evidente alcance
político. La exclusión del trono del ultrarrealista Carlos María Isidro significaba el
triunfo de los moderados y liberales encubiertos en la Corte, que se reunían en torno
a la reina María Cristina con el fin de promover una cierta apertura del régimen. Los
partidarios de Carlos no se resignaban y, aprovechando la grave enfermedad del
Rey, obtuvieron, en 1832, un nuevo documento en el que se derogaba la Pragmática
Sanción. El complot, sin embargo, se volvió en contra de sus protagonistas.
Recuperado Fernando VII, confirmó los derechos sucesorios de su hija Isabel, se
deshizo de sus colaboradores más reaccionarios y formó un nuevo gabinete,
presidido por Cea Bermúdez, que buscaría ayuda del liberalismo templado y
autorizaría el retorno de los exiliados, al tiempo que tomaba medidas contra los
voluntarios realistas. En septiembre de 1833, moría Fernando VII, y su viuda, María
Cristina, heredaba en nombre de su hija Isabel la corona de España, que también
reclamaba para sí Carlos María Isidro, apoyado por los últimos defensores del
Antiguo Régimen, los carlistas, que llevaban unos meses preparando su
levantamiento.

LA EMANCIPACIÓN DE LA AMÉRICA HISPANA. LOS FACTORES DEL


INDEPENDENTISMO.

Diversos factores explican el surgimiento del espíritu independentista en la


América española. Por un lado, la oposición al control mercantil de la metrópoli, que
impedía a los criollos comerciar libremente con competidores anglosajones con
mejores precios y calidades. La reivindicación de un comercio libre es, pues, una
razón económica de gran calado. Cuando en 1796 la ruptura de las comunicaciones
entre los dos continente, como consecuencia de la guerra naval contra Inglaterra,
obligó al gobierno español a dar plena libertad a las colonias para comerciar con los
países neutrales, era demasiado tarde.
Por otra parte, el reformismo de Carlos III había supuesto un mayor control
sobre la administración colonial y el envío de funcionarios que desplazaban a los
criollos de puestos influyentes. La iglesia americana, sobre todo en los sectores del
bajo clero, fue otro sector con identidad propia. Éstos habían elegido el camino de
la insurrección, además de ser un fuerte estímulo el ejemplo de la emancipación der
las colonias británicas del norte, quienes empezaron a prestar ayuda material,
económica y política a los movimientos independentistas.
Ciertamente, la doctrina ilustrada inspiraba los ideales de la burguesía. La
independencia americana tuvo su preámbulo en 1806, cuando Francisco de Miranda,
financiado por los ingleses, fracasó en su intento de invadir el territorio venezolano.
En el mismo año, Inglaterra, que, como EE.UU, deseaba entrar en el mercado
colonial de España, atacó Buenos Aires, defendida por tropas criollas, cuya
victoria consiguió fortalecer su orgullo de americanos y los convenció de su
capacidad para regir sus destinos. Influyente también fue la abdicación de
Fernando VII ante los Bonaparte. Aprovechando el vacío de poder, algunas
cortes regionales proclamaron la Independencia. Con la derrota española en la
batalla de Ayacucho, en 1824, España perdía las últimas tierras leales a la
Corona. Tras la independencia americana, España quedó relegada a ejercer un
papel de potencia de segundo orden, por lo que perdió el inmenso mercado
americano y abriendo paso al neocolonialismo de EE.UU y la Gran Bretaña.

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