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La muerte y mi labor

Sandra Patricia Blanquicet Doria


Institución Educativa Santa Rita
sandibla@hotmail.com

Él era el chico más juicioso de grado once, porque sus calificaciones y comportamiento así
lo evidenciaban y porque también lo veía de tal manera, seguramente no lo era para otros
profes, si para mí, pero, hasta ahí llegaba mi contacto con él. Nunca le pregunté nada sobre
su vida, y es ahí donde me surgen un sinfín de preguntas: ¿No le interesa al docente saber
sobre la vida de sus estudiantes? ¿Hay miedo por parte del educador por mostrar sus
emociones frente a sus educandos? ¿Se corren riesgos al tener tanta cercanía con ellos por
las múltiples leyes y formas de acoso existentes? ¿Es importante para el educando que su
profe le conozca sus miedos, talentos, preocupaciones…? Bueno, en ese entonces
consideraba que no era necesario, él era del campo y tenía unos padres jóvenes, los veía en
las reuniones. Ser del campo era para mí una gran fortuna, había tierra y para mi tener tierra
era ser rico porque ella lo daba todo, me enseñaron que la madre tierra regalaba por montón
sus frutos, era cuestión de amarla y ella enaltecida y orgullosa paría para ti, a través del agua,
de los árboles, y desde lo más profundo de sus entrañas y entonces ¿Qué más podía un chico
del campo pedir? Pero no es así, porque la vida me ha enseñado que no es suficiente con ello,
pero para esa época ingenuamente, creía que los chicos no pasaban necesidades, no padecían
ninguna enfermedad y eran enormemente felices, pero ese 22 de febrero la vida me dijo
despierta y ten en cuenta las emociones porque de ello depende en gran medida el aprendizaje
de tus estudiantes, sí, la muerte me enseñó que hay que amar a los estudiantes que hay que ir
más allá de un simple físico, que es el docente el más grande instrumento para el crecimiento
de una sociedad compacta, justa, equitativa porque es él quien tiene el poder de ayudar a
transformar los ambientes escolares, es la escuela la herramienta facilitadora de la formación
de jóvenes críticos, auténticos capaces de hacer de su contexto un espacio para la felicidad,
la hermandad y la justicia. Esto me permite reflexionar si es posible dar de lo que nunca la
escuela me dio mientras me educaba y seguramente la mayoría de ustedes coinciden en mi
respuesta que es sí, claro que si es posible, desaprender aquello que en nuestra época fue
enseñado; ese “yo soy el docente y se hace lo que yo diga”, maldita jerarquía que hoy cuesta
dejar atrás y que ha orientado bajo el estándar de “porque soy el profesor y punto” y que solo
ha permitido educar bajo el miedo.

Soy Sandra y ésta es mi historia, nadie piensa en la muerte, ella es terriblemente dolorosa y
llega sin avisar y sin importar edad o sueños; y un día apareció de repente en la clase de
educación física de mi compañero Leo y se llevó con ella el sueño y promesa de un pequeño
pueblo ubicado en lo alto de la montaña.

Se llamaba Pedro y después del desayuno inició clases de educación física, saltando la cuerda
y cuentan que llevaba unos ciento veinte saltos cuando cayó al piso; se le dieron los primeros
auxilios pero de nada sirvió; según el parte médico se bronco aspiró, no volvió a casa y con
él se llevó una parte de mí; si, se llevó a la Sandra preocupada porque sus estudiantes
adquirieran el conocimiento sin importar sus emociones, sin fijarme en cuáles eran sus
sueños, sus talentos y sobre todo sus miedos. Lloré durante mucho tiempo y me costó superar
esa muerte como su profe que fui, debí visitar a sus padres y conocer aspectos de su vida para
dejarlo ir porque la muerte a veces nos duele más por nosotros que por la persona que ya no
está. Aprendí en esta situación que los libros salvan vida, y fue en este momento en que
aproveché mi enojo y busqué ayuda en los libros, por eso lo digo con fuerza todo el tiempo
“lee porque los libros salvan vida” seguramente me ha faltado decir que estoy segura, porque
salvaron la mía.

Por otro lado estaban sus compañeros, ¿Pensé en ellos en ese momento? ¿Me preocupé por
buscar la forma de ayudarlos? ¿Pude ayudar a hacer el duelo junto con ellos? No lo sé pero
si sé que hice lo que en ese entonces creí era lo correcto: llorar con ellos, hacer carta a Pedro,
prender velas, cantar la canción cristiana enciende una luz en algunos momentos; hoy me
atrevo a decir que hice poco y quizá solo pensé en mí. Hoy pido perdón a estos chicos y
desearía un día pudieran leer esta historia para que sean ellos quienes ayuden y comprendan
que la educación es responsabilidad de todos. Y a quienes me leen les pido permitirse
responder esta pregunta ¿Y qué hace un maestro para lidiar con la muerte? Y ¿Cómo se
prepara la escuela para cuidar de la vida, así sea la de sus mejores atletas? Señor lector
respóndame y respóndase éstas preguntas porque me pasó y también le puede ocurrir a usted,
es una realidad en un país en el que en el campo no hay trasporte, carreteras, hospitales pero
sí unos profes soñadores queriendo trasformar sus mundos.

Después de su muerte comprendí que al igual que yo mis estudiantes también tienen miedo
y yo puedo orientarlos a fortalecer sus talentos y vencer sus miedos, a partir de la muerte de
aprendí a mirarlos de manera diferente aunque parezca una frase de cajón aprendí “a mirarlos
con los ojos del alma”, esos que ven la tristeza, el miedo, el olvido, la angustia, la rabia, el
dolor, si, esos que ven lo que no es visible, ellos que miran con transparencia para visibilizar
lo invisible.

Hoy puedo decir que la muerte me enseñó a no enojarme con ellos por sus faltas, me enseñó
a escucharlos y perdonar sus rabias porque detrás de algunos comportamientos hay un grito
o silencio de desespero que pide auxilio y procuro estar ahí y poder orientar con amor para
así transformar sus vidas y hacer realidad sus sueños.

Y mientras escribía este texto debí pararlo durante mucho tiempo porque aún mis ojos lloran,
no tanto por él, ni por el profe Leo que ya no está, porque ella, la muerte, también se lo
llevó sin previo aviso unos pocos años después en un accidente, sí por mí y mi labor porque
quisiera un mundo más comprensible para la juventud pero sobre todo más lleno de amor.

Sandra Patricia Blanquicet Doria

Institución Educativa Santa Rita, Andes.

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