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LA RATITA PRESUMIDA

Había una vez una ratita muy haragana que lo único que hacia durante el día era estirarse
los bigotes y permanecer sentada en el sol para solearse y tener un color bronceado. Su
madre era una rata muy honesta y siempre estaba trabajando para poder complacer a su
pequeña hija. En una ocasión cuando la rata regresaba del trabajo vio que en el piso había
algo que brillaba mucho, y rápidamente se acercó para ver que era.

Fue tanta la emoción de la rata cuando vio que su hallazgo era una moneda de oro que no
podía dejar de pensar en el sin fin de cosas que podía hacer con ella. Para la mamá rata lo
más importante de su vida era su pequeña hijita, por lo que decidió que ella tuviese la
moneda.

Al llegar a la casa le dijo:

– Toma mi ratita chiquita, esta moneda de oro es un regalo para ti úsala bien y hazlo de
forma tal que puedas asegurar tu futuro.

Al ver la ratita presumida el regalo que su madre le había hecho, no escucho ninguno de los
consejos que ella le dio y partió hacia el mercado con su moneda. Al llegar allí en vez de
invertir en un buen negocio y sacarle provecho a largo plazo, decidió comprarse un
hermoso y gran lazo rojo que coloco en su colita. Mientras caminaba por el pueblo se decía
a si misma:

– Soy una ratita muy elegante, con este gran lazo estoy segura de que muchos querrán hacer
conmigo varios negocios.

Y en parte tenía razón pues es lacito rojo llamaba la atención de todos y la veían como una
ratita de alta sociedad. Durante su camino se encontró a un gallo quien quedo
deslumbrando ante la ratita, y le dijo:

– Tienes la elegancia que necesito en mi granja, eres justo lo que buscaba. ¿Te interesaría
trabajar conmigo?

Que alegría le causó a la ratita saber que su plan estaba teniendo éxito pero como ella era
muy perezosa al instante le preguntó:

– En tu trabajo, ¿tengo que despertar muy temprano?

El gallo muy orgulloso de su trabajo, le cuenta a la ratita en que consiste su trabajo en la


granja y como son las normas y las reglas que tiene que seguir para poder trabajar allí
donde una de ellas era levantarse temprano. AL escuchar esto, se quedó totalmente
horrorizada y con cara de espanto le dijo:

– Si hay que madrugar, no cuentes conmigo. A mí me gusta dormir y descansar en las


mañanas.

Un rato más tarde, se encontró en el camino a un perro cazador quien al verla tan linda y
elegante quiso que fuese su compañera en los momentos de cacería ya que le haría
compañía. Cuando el perro le hizo la oferta, volvió a ponerse muy contenta, pero una
pregunta necesitó hacerle al perro cazador antes de aceptar:

– Si te acepto ¿tengo que correr a tu lado cada vez que vayas a perseguir a un conejo?

Al escuchar la respuesta positiva del perro, le dijo:

– Pues conmigo no cuentes, eso es muy agotador.- Y siguió su camino la ratita presumida.

Poco después se encontró a un gato blanco, que era tan presumido como la ratita. Este tenía
unos bigotes muy largos y bien acomodados, y su estilo cautivó rápidamente a la ratita. Al
acercarse le contó sobre toda su situación y del tiempo que llevaba buscando trabajo, y le
preguntó que si él era capaz de ayudarla. El gato rápidamente le respondió:

– Por supuesto que yo te ayudo, querida ratita, cuenta conmigo.

Ella entusiasmada y contenta porque ya había logrado su primer objetivo necesito hacerle
las mismas preguntas que al gallo y al perro, pues si las condiciones eran las mismas no
aceptaba el trabajo.

– ¿Tiene usted un trabajo tan agotador como el del perro cazador?

– No que va, si yo soy de lo más sedentario, a mí lo que me gusta es que me acaricien,


respondió el gato.

Como segunda pregunta le dijo:

– Para trabajar con usted ¿necesita que me levante muy temprano?, es que ya hable con el
gallo y por eso fue que a esa opción la eliminé.

– No te preocupes, que si me despierto temprano me volteo y continúo mi siesta.

Muy contenta la ratita porque creyó de que al fin había encontrado su trabajo ideal no se
percataba cuáles eran las verdaderas intenciones del gato blanco, y además era tanta la
emoción que no era capaz de ver como el gato se acercaba cada vez más saboreándose los
bigotes. A punto de dar el sí, a la ratita le surgió una nueva duda:
– Las condiciones que impones son las mejores, no hay que madrugar y no es un trabajo
agotador, pero ¿qué es a lo que realmente te dedicas? El gata que ya estaba casi encima de
ella para responderle se lanzó sobre la ratita y exclamó bien alto:

– ¡Yo cazo ratones y ratas como tú!

En este preciso instante se dio cuenta que lo que en realidad quería el gato era comérsela,
pero ya era muy tarde para escapar porque el felino la había capturado con sus uñas. La
suerte de ratita era que el perro cazador había escuchado toda la conversación y se lanzó
sobre el gato causándole un inmenso susto.

Mientras la ratita regresaba a su casa todo el mundo comentaba su historia y conversaban a


sus espaldas. Su madre la esperaba en la puerta, y a pesar de que estaba contenta porque su
hija no había sido devorada por el gato estaba molesta con la ratita y le dijo:

– Ves ratita, si no hubieras sido tan cómoda y presumida nada hubiese ocurrido. ¿Cuándo
vas a lograr encaminar tu vida y hacerte una ratita de bien?

La ratita presumida permaneció en silencio y no dijo nada, pues ya ella había aprendido la
lección

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