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ierra Firme
43
Primera edición, 1948
(Publicada en Méiico)
Segunda edición, 1958
Corregida
Muerte y Transfiguración
de Martín Fierro
Ensayo de interpretación de la
vida argentina
S E G U N D A E D IC IO N CO RREG IDA
T omo I
EL POEMA
LAS PERSONAS
a] L a p r im e r a p e r s o n a : El C a n to r
Isabel. Acaso paró, también, en manos del señor Suárez Orozco que, según
el yerno del poeta, detentaba los papeles originales.
EL RETRA TO DE FRENTE
Hernández nació el 10 de noviembre de 1834, en el caserío
de Perdriel, San Isidro, en la porción que, al dividirse, corres
pondió al partido de San Martín, de la provincia de Buenos
Aires. En ese lugar, veinticinco años antes, don Juan Martín
de Pueyrredón, más tarde brigadier general en las guerras de
Independencia y Director Supremo de las Provincias Unidas
del Sur, disciplinó a los gauchos con los que había de contri
buir a la resistencia de la capital del Virreinato contra las
invasiones inglesas.
La madre de Hernández, Isabel Pueyrredón, era prima her
mana del héroe-patricio. Un hermano de ella, Manuel Ale
jandro Pueyrredón, fue oficial de Granaderos a Caballo y
coronel de la Independencia. Otro hermano, el coronel Juan
Manuel Pueyrredón, vivió en Rosario de Santa Fe. Isabel te
nía diecinueve años al casarse con Rafael Hernández, hijo de
un acaudalado comerciante español domiciliado en Buenos
Aires, José Hernández Plata. Era Rafael un año menor que
su esposa, y el matrimonio se celebra con venia legal de la
Justicia, porque los padres de los menores se oponían a esa
boda. “El padre de Rafael no consiente; se casan con venia
legal. No se visitan más”. “El hijo prefiere renunciar al padre,
que lo deshereda” (Carlos A. Leumann, en El Diario, 10 de
noviembre de 1934). Se supone que Rafael Hernández traba
jaba en la chacra de Pueyrredón. Tanto él como sus dos her
manos, Eugenio y Juan José, eran federales. Este último fue
uno de los héroes de la batalla de Ituzaingó; formó parte del
Estado Mayor de Rosas en la Campaña del Desierto contra los
indios (1833-34) y murió como jefe de tropa, con el grado de
coronel, en el ejército del tirano, en la batalla de Caseros
(3 de febrero de 1852). La familia Pueyrredón fue siempre uni
taria, y varios de sus miembros fueron desterrados por Rosas,
entre ellos el brigadier general, que regresó en 1849, poco
14 EL POEMA
tiempo antes de morir. Isabel simpatizaba con la causa de los
federales, circunstancia que ahondó la divergencia con sus
parientes.
Los padres de Hernández vivieron los primeros años de
casados en el caserío de Perdriel, que pertenecía a Victoria
(hermana de Isabel), casada con un primo, Mariano Pueyrre-
dón. Se desconocen las fechas del matrimonio y del nacimiento
de la hija primogénita, Magdalena, la esposa de Gregorio
Castro.
En 1872, Magdalena poseía la estancia “Cañada Honda”,
en Baradero.
Es posible que por desavenencias entre las familias de sus
progenitores, se demorara el bautizo del niño hasta el 27 de
julio de 1835. El padre de Rafael había jurado no volver a ver
a su hijo, como pena por haberse casado contra su voluntad.
Ese día, Rafael subió con la criatura a una volanta y se dirigió
hasta la quinta donde el padre habitaba, en Barracas, requi-
riéndole que fuera padrino del nieto. El acta del bautismo
declara que “En veintisiete de julio de mil ochocientos treinta
y cinco, el Presbítero don Francisco Cortaberría bautizó so
lemnemente, puso óleo y crisma a un párvulo nacido el diez
de noviembre del año anterior, que se llamó José Rafael, hijo
legítimo de D. Rafael Hernández y Dña. Isabel Pueyrredón,
ambos naturales de esta capital [Buenos Aires]. Fué su padrino
su abuelo materno don José Hernández” (Partida asentada en
el Libro Veintiocho de Bautismos de la Parroquia de la Cate
dral al Norte —Hoy Basílica de la Merced—, citada en Vida
de Hernández, de José del Río). Leumann (en un artículo en
La Prensa, del 1? de enero de 1938) dice que “lo bautiza el
P. Antonio Argerich”. Como sólo el padre y el abuelo asisten
a la ceremonia, se nombra a la Virgen de la Merced madrina
del niño. En la casa lo llaman hasta entonces por su segundo
nombre, Rafael, y el de José acaso le haya sido impuesto en
el bautismo para condescender a la intransigencia del abuelo
y padrino. El otro hijo varón llevará los mismos nombres en
orden inverso: Rafael José.
Magdalena y José quedan al cuidado de su tía Victoria, a
quien llaman “mamá Totó”, pues los padres parten al sur de
la provincia de Buenos Aires siendo ellos todavía muy peque
LAS PERSONAS 15
ños. En el año 1838 la saña de los federales contra los unita
rios llega al extremo. Una tarde se presenta en el caserío de
Perdriel un negro que finge estar borracho, y anuncia que irá
la Mazorca y que nadie se salvará del degüello. “Ni ésta”, dice
por Magdalena. El negro había sido enviado por el tío Juan
José. Esa misma noche huyen en una carreta Mariano y Vic
toria, llevándose a la niña. Pasan por Baradero y Rosario, in
ternándose en el Brasil. Se radican en Río de Janeiro. “Mamá
Totó” vuelve en 1849, viuda, se supone que al amparo de la
amnistía que se concede al general Pueyrredón. José queda
con el abuelo, en Barracas. A los cuatro años sabía leer y a
los seis asiste al colegio de Pedro Sánchez. Enfermo del pecho,
es llevado a los nueve años de edad, por sus padres, al campo.
Su hermano Rafael nace a principios de 1841 y la madre falle
ce el 11 de julio de 1843. Es muy posible que José haya sido
llevado después de la muerte de la madre. De manera que si
poeta, que quedó separado de la madre en su primera infan
cia, no volvió a verla ni pudo recordarla. Tampoco volvió a
ver a su tía “mamá Totó”.
El clima político en que transcurre la infancia de Hernán
dez es de los más violentos de nuestra historia. Los anteceden
tes de esta época de sangrientas luchas están en el alzamiento
de los caudillos de las provincias contra el poder que centra
liza Buenos Aires. Capitaneados por Ramírez, en 1820 pene
tran las tropas de gauchos en la ciudad y llegan a la Casa de
Gobierno para imponer su voluntad, finiquitando una fase
vergonzosa de nuestra política que procuraba negociar una
monarquía de factura diplomática para el país. Diez años des
pués de derrocado el poder de la Corona, el status colonial no
había cambiado en ias clases más poderosas de nuestra socie
dad, ni había penetrado en la conciencia de la masa popular.
Precisamente los caudillos defendían la Independencia, aun
que tras sus banderas republicanas se embozaban los intereses
más reaccionarios de la Colonia. Rosas había surgido, como los
demás caudillos, del caos de esos sentimientos informes del
pueblo rural, hacendado omnipotente y héroe en su propia
tierra de la más encarnizada lucha por la independencia, la
que él inició y que se concluiría cuarenta y cinco años des
pués, contra el indio. En la reorganización de las estancias,
16 EL POEMA
bajo el gobierno de Rosas, el padre de Hernández trabaja
como mayordomo de establecimientos que íormaban parte del
vasto trust ganadero, y en esas tareas lo secunda el poeta, hasta
que se independiza en 1853 para seguir la carrera de las armas.
El padre muere en 1857, fulminado por un rayo, en el campo.
“Allá, en Camarones y en Laguna de los Padres —informa
Rafael, en Pehuajó—, se hizo gaucho, aprendió a jinetear, to
mó parte en varios entreveros y presenció aquellos grandes
trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy [1896] no se
tiene idea. Esta es la base de los profundos conocimientos de la
vida gaucha y amor al paisano que des¡:>legó en todos sus
actos. . . l ’omó al gaucho en la frontera, se internó con él en
el desierto, ludió en el pajonal con el pampa. . .” Otros datos
se los debemos a D. Patricio Lynch Pueyrredón, “pariente y
morador de la chacra Pueyrredón” (en el número 4 de la
publicación Martín Fierro, 1934, de José Gabriel):
“Donde vivió temporadas José, o Pepe, como era llamado, fué en “La
Primavera”, casa de su hermana Magdalena, casada con D. Gregorio Castro,
una de cuyas hijas, Rosa, casó hacia los veinticinco años con Manuel
—Macuca—, hijo de Martin Fierro. De allí, establecimiento que dista
pocas cuadras de la chacra, visitaba a ésta con frecuencia, pues aparte
de tener especial placer en ver a sus moradores, éstos eran los únicos que
se hallaban en posesión de datos valiosos para él, que se dedicó siempre
al periodismo y a la política. Son muchos sus parientes que afirman que
él nada sabía de campo, y no se explican perfectamente que haya podido
llegar a escribir una obra en que evidencia un profundo conocimiento
de las cosas y costumbres rurales. Pero ello es explicable si se tiene en
cuenta que tuvo un contacto estrecho con gentes de la campaña, y sobre
todo con personas como su cuñado Gregorio Castro, quien le administró
“La Isabel”, “La Merced”, y “Martín Fierro” —esta última en Capilla
del Señor—, estancias adquiridas, las primeras por el padre, con quien
también había pasado una larga temporada en el campo, en su juventud,
y la última con el producto de sus trabajos literarios y periodísticos”.
Tiscornia (en su Discurso) admite que el padre desempe
ñaba faenas ganaderiles, tales como las de los gauchos. Dice
(literalmente): “De abolengo español e hijo de gaucho. . . Allí,
junto al padre, fiero domeñador de ganados cimarrones, halló
el secreto de la virilidad gauchesca”. La noticia de Rafael es:
“ ...e n alta escala trabajaba su señor padre, gozando de re
nombre en el paisanaje surero, por sus grandes empresas en
LAS PERSONAS 17
volteadas de haciendas en los campos de D. Felipe Piñeyro,
Calixto Mouján, Pedro Vela, Escribano, Casares, Alzaga, Lla-
vallol, etc., de donde enviaba decenas de miles para los sala
deros de Cambaceres, de Panthou y otros”. Ocurre entonces
la caída de Rosas, vencido por uno de sus antiguos lugarte
nientes.
Desde la batalla de Caseros, en que el Ejército Grande,
mandado por Urquiza, derrotó al tirano, se planteó la rivali
dad irremediable entre la provincia de Buenos Aires y el resto
del país. Primeramente fue Entre Ríos, de donde Urquiza era
oriundo, y más tarde Corrientes, Santa Fe y el resto del interior,
que intentaron restar su hegemonía a Buenos Aires, llave cen
tral de la riqueza pecuaria y comercial desde la Colonia, por
tener el único puerto habilitado al tráfico ultramarino, y los
campos más feraces. La caída de Rosas no fue obra de los uni
tarios, entre quienes se hallaban, desterrados, los hombres más
eminentes del país. Desde Chile y el Uruguay llevaban una
incansable guerra de ideas contra el tirano, impotentes para
otra acción más decisiva. Montevideo y Santiago eran lugares
desde donde se disparaban panfletos, libros, periódicos y poe
mas incendiarios. Echeverría compuso en su Dogma socialista
el alegato más consistente contra la desviación por Rosas de
la orientación de la Revolución emancipadora, liberal y de
mocrática en sus orígenes. Sarmiento compuso, en Santiago de
Chile, a pliego por día, su Facundo o Civilización y barbarie,
el otro libro capital de nuestra sociología. Rosas había sido
derrocado, pero no por los teóricos del progreso y del orden
—polemistas y poetas--, sino por fuerzas coaligadas y auxilia
das desde fuera, de su mismo origen. Urquiza, saladerista y
terrateniente, jefe de los gauchos entrerrianos, a Jos que se
agregaron, como relatores y consejeros o técnicos militares, los
exilados en las repúblicas limítrofes, era un caudillo tan fuerte
en su provincia como Bustos, López, Aldao, Ibarra y Peñaloza
en las suyas. Provenía de la línea de Ramírez y Hereñú, que
ya habían batido a los unitarios en los tiempos de Pueyrredón
y Rivadavia. Días después de la victoria la divisa celeste se
cambió por la punzó, de los federales. Muy pronto, pues, de
bieron encontrarse y herirse entre sí los unitarios que forma
ban parte del cortejo de los triunfadores y los vencedores de
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verdad: regimientos y batallones reclutados en los campos,
al mando de los mismos caudillos que se había querido elimi
nar. Sarmiento fue el primero en percibir la continuidad del
nuevo con el antiguo régimen, y lo denunció en su Carta de
Yungay (Chile) dirigida a Urquiza. Ello dió lugar a su polé
mica epistolar con Alberdi, quien también pasó a Chile (en
Quillota). Las ciento y una, de Sarmiento, y las Cartas qui-
llotanas, de Alberdi, son la primera contienda entre dos rivales
que hasta Caseros vivieron en la misma doctrina y en la misma
espera de libertad. Hernández utilizará las ideas de Alberdi
en su oposición intransigente contra Sarmiento.
Constituido bajo preceptos legales el gobierno provincial
de Buenos Aires, Valentín Alsina fue designado gobernador
por mayoría de un voto. Este triunfo inseguro anunciaba in
mediatas perturbaciones. Sus ministros, entre ellos Mitre y
Flores, esperaban realizar el plan que sostuvieron en el des
tierro. La única fuerza con que podían contar, ya en desacuer
do con las demás provincias, era la riqueza y el adelanto de
la provincia de Buenos Aires, mucho más importante que el
resto de la República junto. Desaparecido Rosas seguían com
batiendo su régimen, y el régimen era, precisamente, lo que les
había permitido volver libres al país.
Urquiza mantuvo a los antiguos gobernadores de provin
cia, y el Acuerdo de San Nicolás fue en verdad, como lo defi
nió Sarmiento, “un consejo de caciques”. No se podía hacer
otra cosa en realidad, como hubieron de entenderlo al fin los
mismos adversarios. Representantes genuinos del régimen abo
lido, eran ellos los gobernadores-propietarios de sus provincias:
caciques-generales-gobernadores. Ese mismo año, a los siete me
ses, tiene lugar la primera revolución entre las dos facciones
porteñas: la unitaria pura y la federal transigente. Es sofocada,
pero sus gérmenes perduran diez años y contaminan a todos
los habitantes, inclusive a los indios, que desde ahí comienzan
a intervenir en política, ya como aliados, ya como enemigos.
Ese es el caos que se ha llamado la organización y que no re
solvió ningún problema fundamental, fuera del de sancionar
la Constitución nacional (en 1853). Sólo resolvió los problemas
de las jefaturas y de los cargos públicos, como si no fuera eso
lo que caracterizaba a los caudillos execrados en el Facundo.
LAS PERSONAS 19
Consecuencia de ese levantamiento, que se consuma con exqui
sitas perfidias, es la asonada del coronel Lagos contra el go
bernador Alsina, de quien recibió el mando de comandante
en jefe del ejército. Lagos buscó la ayuda de Urquiza, como
que en realidad quería extirpar a los intrusos que denegaban
los fines de la revolución de Caseros. Pero no la obtuvo. Para
reforzar las tropas leales, mandadas por Mitre, quien ocupa
desde entonces un lugar prominente en todas las actividades
públicas, avanza desde los campos del sur de Buenos Aires,
en donde se suponía que Hernández estuviera a la sazón tra
bajando, el coronel Pedro Rosas y Belgrano. Hernández in
gresó en las filas como oficial del ejército, bajo las órdenes de
este militar, hijo adoptivo del tirano, en 1853. Toma partido
en favor del gobierno, contra las tropas rebeldes de Lagos, en
las fuerzas que acaudillaba el general Pinto, formadas en su
mayoría por gauchos. El 22 de enero de ese año, al norte del
Río Salado y a unos cincuenta kilómetros de Chascomús (don
de a la sazón vivía Guillermo Enrique Hudson), en el Rincón
de San Gregorio, son derrotados por el general Gregorio Paz.
En Allá lejos y hace mucho tiempo , contó Hudson la persecu
ción de los fugitivos. ¿No iría entre ellos Hernández, en la
escena feroz que narra, cuando el padre se niega a suministrar
ios caballos que le piden? El coronel Velazco es degollado al
dársele alcance, y otro militar, Acosta, intenta vadear el río y
perece ahogado. En esa oportunidad es hecho prisionero Rosas
y Belgrano. Queda Hernández en los campos bonaerenses hasta
el 8 de noviembre de 1854, en que toma parte en la batalla
de El Tala, otra vez contra el coronel Lagos, cuyas tropas son
derrotadas ahora. La provincia también había sido invadida
por el general Jerónimo Costa, por órdenes o con el consenti
miento de Urquiza. Hernández combate como soldado, al man
do del coronel Hornos. En 1857 abandona las filas del ejército
por haberse batido en duelo con otro oficial: Hernández había
alcanzado el grado de capitán ayudante (teniente). Contrario
a Mitre, es seguro que aquel incidente se originó en cuestiones
políticas. La oposición se había organizado poco antes en un
partido dirigido por D. Nicolás Calvo. Mariano A. Pelliza (en
La organización nacional , XI) escribe:
20 EL POEMA
Desde principios de 1856 se vió aparecer en Buenos Aires, con propósitos
definidos, un partido de oposición al gobierno y otro de sostenedores de
la misma autoridad. Denominábase el primero “chupandino”, nombre
puesto por sus adversarios, y equivocadamente alusivo a la supuesta intem
perancia de la mayoría de sus miembros; y este último obtuvo el de
“pandillero”, porque siempre andaban en fuertes grupos, metiendo escán
dalo y asaltando a sus contrarios, quienes, como gente más reposada y
que no contaba con el apoyo de la autoridad, se sometía a tales atrevi
mientos, si bien algunas veces, perdida la paciencia y enconados los ánimos,
devolvían golpe por golpe. [En un párrafo se dice: “no se trataba de
nombres de partidos sino de motes de bandería; el nombre-mote, al fin
aceptado por cada contendor, era injurioso en sí”.] De esta rencilla entre
la gente menuda de los partidos, se llegó a los lances serios entre los
periodistas de una y otra fracción. Don Nicolás Calvo [a quien seguía
Hernández], que se había puesto al frente del partido reformista [chupan
dino], aludiendo a su prédica encaminada a la incorporación de Buenos
Aires, previa la reforma de la Constitución federal, desde las columnas de
La R eform a Pacifica [ahí colaboraba Hernández] atacaba rudamente a
los hombres de gobierno y sus sostenedores del partido liberal [pandillero],
al frente de los cuales se destacaba como periodista el doctor Juan Carlos
Gómez, que escribía brillantemente en L a T rib u n a , papel de combate,
fundado por los hijos del doctor Florencio Varela.
Las ardientes polémicas de aquellos dos atletas del periodismo en que
terciaban escritores de igual pujanza, como Mitre, Sarmiento y el poeta
Mármol, los arrastró a los extremos de un lance en el terreno del honor.
Don Nicolás Calvo, tenido por un duelista de fuerza, obtuvo la pistola sin
bala y con ella hizo fuego sobre su contrario. El doctor Gómez, teniendo
la vida de Calvo en la boca de su arma, con la hidalguía de un paladín
antiguo, disparó al aire, diciendo: “He venido a morir y no a matar”.
Pero eran tales los tiempos, que aquel rasgo caballeresco sólo sirvió para
enardecer al campeón de la reforma, que no le perdonó nunca a Gómez
su auténtica caballerosidad, diciéndole que era más fácil morir que matar;
que para lo primero sólo se necesitaba un momento de abnegación, mien
tras que para lo segundo se requería el valor que no dan las circunstancias
sino la sangre.
Poco después, el redactor de E l Nacional, don Domingo Faustino
Sarmiento, se encontraba en la calle con don Juan José Soto, editor de
La R eform a Pacífica, y se trenzaban a bastonazos y mojicones por aquellas
etiquetas políticas [sic], y ambos, maltrechos y enardecidos por el brioso
pugilato, eran llevados a la policía por los agentes de seguridad, donde
uno y otro combatiente exhibía como argumento los moretones y carde
nales cosechados en la lucha.
EL SINO DE LA PAMPA
Creo ver cumplirse, también en Hernández, esa ley terrible
de nuestra historia que exige el sacrificio humano en pago de
la gloria. Cualquier excelencia despierta la hostilidad, que des
de el centro de los seres más queridos se propaga hacia la
periferia. Todo grande hombre está solo, y el movimiento de
sístole que protege al incapaz expulsa en vigorosa diástole al
bien dotado por Dios o por la naturaleza, particularmente al
benefactor. Nuestros más grandes hombres han muerto en el
destierro, dentro o fuera del país.
Si podemos hablar de un destino, éste existe en Hernández
para borrar sus huellas, para esfumar su imagen de persona vi
viente. La fama de su obra se vuelve contra él en su condición
de hombre. Deja en su lugar una personalidad literaria, una
efigie que concluye tomando los rasgos de su engendro más
que los suyos propios. Sólo a costa de la pérdida de sus rasgos
LAS PERSONAS 45
firmes y de la nebulosidad de su existencia biográfica se afianza
y robustece esa personalidad del cantor del gaucho. El mismo
reconoció que Martín Fierro se había nutrido a expensas de
su vida; que lo había absorbido, dando vida a un ser irreal
que lo devoraba. Así adquirió él a su vez una personalidad de
reflejo; perdió la suya para tomar la de Martín Fierro, llamán
dosele en el hogar y hasta en el Parlamento con el nombre
de su criatura. “Desde 1873 —escribe Leumann, en El Diario,
10 de noviembre de 1934—, todos sus parientes y amigos em
pezaron a llamarlo Martín Fierro”. Cuando muere, los discursos
necrológicos despiden en realidad a su doble.
Esa popularidad mata su memoria, y tras él se cierra toda
noticia y todo recuerdo, en una muerte definitiva, total. Nada
se dice, nada se sabe de él. Cuando de los campos se lo trae
a la ciudad para una apoteosis, las murallas de silencio se
petrifican. Todo se borra y desaparece: documentos, objetos y
testimonios biográficos generosamente entregados antes de que
Hernández se levantara a la gloria, cuando todavía era, para
los suyos y para los extraños, un payador de pulpería.
Cuando la Sociedad Argentina de Escritores realizó en 1943
un homenaje al Poeta en su casa natal, la peregrinación de los
admiradores rondó la casa, cuyas puertas, ventanas y celosías
quedaron herméticamente cerradas. Nadie asistió a la ceremonia
de la colocación de una placa de bronce en esa tumba solariega.
Su fama le había dado la muerte, y en el caserío de Perdriel,
donde don Juan Martín de Pueyrredón congregó a los gauchos
para la defensa de Buenos Aires contra la primera invasión de
los ingleses, yo sentí aquella tarde de noviembre, presidiendo
la comitiva de los fieles, que éramos intrusos en un panteón
de otras glorias. También nosotros éramos el populacho qué
llevábamos la fama que le había dado muerte en esa tumba
donde nació. Su recuerdo ha sido “repartido generosamente”;
el payador no vivía allí sino en los campos, conforme a su
profecía: Pues son mis dichas desdichas Las de todos mis her
manos— Ellos guardarán ufanos En su corazón mi historia—
Me tendrán en su memoria Para siempre mis paisanos (II,
4877-82).
Ocupó millares de ranchos en el campo, hizo que no se
lloviera el rancho donde estaba su libro, pero se quedó sin su
46 EL POEMA
hogar. Es fácil colegir qué tributo de lágrimas pagó por su
popularidad, y cómo a medida que ella iba creciendo se dis
minuía su persona. Su cuerpo de gigante bondadoso proyectaba
una sombra maléfica, pero se iba a buscar aventuras, lejos de
su mujer y de sus hijos, como Martín Fierro. Eso le ocurrió
en la vida, no en la literatura, por deleitarse en cantar en las
pulperías, cuando había más gente.
Comprendemos hoy cuán a fondo se jugaba al dedicarse
a una misión fuera de la némesis familiar, en la némesis de
nuestra historia. La apostasía de la Ida lo compele a la misión
de la Vuelta. Se trata, entonces de una obra realizada con el más
cruel de los sacrificios, de una obra que habría de valorizarse en
razón de la inmensidad del tributo. Empresa que a cambio de la
fama y la simpatía universales le enajena el afecto y el respeto;
lo mismo que le aconteció al rico traficante Giovanni Ber-
nardone cuando se arranca sus vestidos y su nombre y echa
a andar, desnudo, el “francesco”, jaculatoris Dei. Hay que ele
gir y hay que pagar. Su soledad llega hasta nosotros, con el
rencor y el desdén. Rencor y desdén que nacen de una fama
de juglar-, nacidos y alimentados con pasión, “con amor”. Con
figuran también un culto, aunque negativo; y un “amor”, que
no es el nuestro. ¿Hizo algo él para que se le amara? Su vida
de combatiente, de periodista y de poeta revelan un secreto
propósito de descender, de dar la espalda a sus deberes de
clan, enmascarándose con la defensa de algo superior. ¿Qué?
Nosotros no vemos sino una parte de la verdad. Hernández
nos pertenece como juglar de Dios, no como persona. ¿Por qué
se despoja de sus vestidos y de su nombre y sale a recorrer los
campos? ¿Hubo alguna afrenta en su niñez, algunas palabras
de ésas que en la infancia y en la adolescencia cruzan el rostro
y dejan una cicatriz para toda la vida? ¿Supo alguien sus se
cretos? Al abandonar la casa paterna, después de un castigo, el
hombre que se marchó a Jos campos a formarse de nuevo entre
los gauchos, dejó un papel que decía: “Dejo todo lo que es
mío”, y la firma: Juan Manuel de Rosas. Dejó también la
zeta de su apellido que desde entonces reemplazó con una
ese. Suprimió también parte del patronímico, que era Ortiz de
Rozas. Hernández dejó también todo lo que le pertenecía, al
apartarse de su padre y alistarse en las tropas de las guerras
LAS PERSONAS 47
civiles y al tomar partido por la causa federal, que era la
de los gauchos (aunque no para los gauchos). ¿Estaba entre
ios suyos junto a ellos? ¿No estaba “expatriado”? Cunninghame-
Graham nos cuenta que aquellos gauchos, veinte años después
de haberse ido el tirano, gritaban, cuando estaban ebrios: “¡Viva
Rosas!”. Habían callado su soledad.
El problema del solitario Martín Fierro es un complejo
del mismo tipo. ¿Es que su obra ocasiona el desapego de los
suyos; es que por adquirir popularidad de payador arriesga
la paz doméstica, errante y solo entre gauchos errantes? ¿O
acaso porque se siente desapegado, extraño, forastero, es por
lo que emprende incesantes giras y canta al gaucho harapiento
en un lenguaje de plebe? Cuando uno se va es porque ya se
ha ido. Hernández repartió sus papeles y ocultó durante cua
renta años sus manuscritos y borró sus huellas. Los demás han
cumplido su mandato, con fidelidad y con amor. Sin saberlo,
cumplieron el plan de un destino que él sintió en todo su
conminatorio rigor. Cuando penetra en la Legislatura, ya ha
dicho qué es la ley. La ley que él conoce no está escrita, la ley
que a él lo rige es la de su destino. No pudo rehabilitar la
imagen de un caballero vestido siempre de etiqueta, actuando
en las altas esferas de la política, buen patriota y misericordioso
para los desheredados de la fortuna. Eso quedó en las únicas
fotografías que se han salvado de las vicisitudes de su auto-
destrucción. Esa es su imagen atesorada y para que perdurase
tuvo que perder la otra, la de todos los días y la de sus andanzas.
Esta imagen se ha confundido con la del pueblo. Sin biografía
cierta, sin relieves en su persona y sin reliquias de las cosas
que había poseído, adquirió la imprecisa realidad del hijo de
su alma, y nos empuja a que busquemos su historia y su persona
viviente en los versos del Poema. La falta casi total de mate
rial biográfico ha impedido que se reconstruyera una imagen
falsa de él. Esa circunstancia ha preservado a Hernández de la
profanación, que pudo resultar tanto de la falta de sentido
para comprender su Obra como de una admiración insensata.
Ahora quienes lo admiran por sus restos mortuorios dejan ileso
lo que vivió y lo que escribió. Cuantas obras se han escrito
para restaurar de él una imagen semejante a la de su retrato
han elogiado su doble. Su vida y su obra no están en lo que
48 EL POEMA
encierra su féretro, sino en lo que vive y canta en sus versos.
Su obra tampoco está en el texto escrito que amortaja el libro,
sino en la imagen del país que nos dejó y que no se ha desva
necido, aunque haya cambiado por completo.
CRUZ
Este es el personaje enigmático del Poema. En múltiples
sentidos es el “doble” de Martín Fierro. Se desglosa de él, por
decirlo así, durante la pelea con la policía, y se pone inespera
damente de su parte hacia el final, cuando ya está decidida.
En vano Martín Fierro nos induce al error cuando reconoce
LAS PERSONAS 85
en Cruz su semejante, como astilla del mismo palo. Es otro
gaucho, pero de otra índole. En parte su biografía parece ser
un fragmento de la biografía de otro, acaso del mismo Martín
Fierro; en parte es tan suya, que la idea de que los personajes
de la obra representan tipos comunes, en categoría de símbolos,
tiende a desvanecerse. Cruz se perfila como quien es, y lo que
cuenta de su vida son casi pasajes íntimos que el pudor hu
biera vedado a Martín Fierro confesar en público. Su suerte,
en definitiva, es la misma de los gauchos, con la variante de
que ingresa al servicio de la policía por arreglos de un político
amigo que le cancela su deuda de sangre. Es el “doble” de
M artín Fierro, su reverso, su sombra. El nombre mismo es ya
el primer enigma, porque es el símbolo anónimo del nombre.
Con ese signo firman los analfabetos. Además es, dentro de la
simbología religiosa, la afrenta y el cadalso. Es también el re
vés de la Cara, en la moneda, y una de las suertes cuando se
la tira al azar. La figura de Cruz no está presentada en el
Poema de frente, sino de espaldas, como un traidor. La fun
ción de este personaje dentro de la economía del Poema será
estudiada en otro lugar; su persona equívoca no ha merecido
de nadie, que yo sepa, reproche alguno. Se le ha considerado
par de Martín Fierro porque también es un cantor, y porque
algunos de los aspectos de su vida coinciden con la de aquél.
Pero como cantor es una repetición casi literal de Martín Fierro
y no agrega ningún rasgo individual al retrato que de sí hizo
al comienzo el protagonista. Se diría que es un ardid para
ganarse la buena voluntad de su compañero, para inspirarle
confianza. Sus opiniones sobre la suerte del gaucho, más atre
vidas que las de Fierro, habían sido enunciadas ya por éste,
concretándolas más en lo político. Para Martín Fierro forma
ban parte del destino, para Cruz de la codicia y de la perver
sión de los que mandan. Empequeñece también este aspecto
social, declamando contra los puebleros, sin que en sus quejas
tenga un solo motivo de acritud. Ha vivido en pandilla, con
otros gauchos alzados, por dos crímenes injustificables, y se le
ha permitido ingresar al servicio del Estado. Sus palabras nun
ca son sinceras. Se dirige a Martín Fierro como si estuviera
ante un auditorio, y declama su biografía acentuando las notas
cómicas sin otro objeto que suscitar la risa. Procedimiento
86 EL POEMA
peculiar del taimado. Por uno de esos recursos desvía la aten
ción del lector en una de las escenas más dramáticas: cuando
está a punto de castigar al comandante que lo traiciona. De
modo grosero, sucio, liquida una cuestión de honor. Es el único
personaje que ejerce venganza para lavarlo —¿con la lejía del
noque?— y que habla de infidelidad.
El primer problema es: ¿qué significa el auxilio de Cruz?
Esto ocurre inesperadamente, de pronto: Tal vez en el corazón
Lo tocó un Santo Bendito A un gaucho, que pegó el grito, Y
dijo: «¡Cruz no consiente Que se cometa el delito De matar
ansí un valiente /» Y ay no más se me apañó Dentrándole a la
partida; Yo les hice otra envestida, Pues entre dos era robo /
Y el Cruz era como lobo Que defiende su guarida (1621-32).
Luego le confiesa a Martín Fierro cómo ocurrió ese cambio
repentino en su actitud: Ansí estuve en la partida, Pero ¡qué
había de mandar! Anoche al irlo a tomar Vide güeña coyon-
tura— Y a m í no me gusta andar Con la lata a la cintura
(2059-64). Explicación humorística, que otra vez despista al
interlocutor de una cuestión bien grave. ¿Cómo, si tenía deci
dido dejar ese oficio que consideraba humillante —como todo
buen gaucho decente—, espera a que la suerte de la batalla
esté casi decidida, para ponerse de parte del gaucho matrero?
¿Y cómo abandona a sus subalternos pasándose al enemigo?
Es innegable que Cruz ha procedido como un traidor, pues
ese puesto debió abandonarlo antes de salir en comisión para
la captura; o, de tener pensada la traición, debió ponerse al
lado del rebelde inmediatamente de llegar y no después de
haber probado qué clase de cuchillero era el que tenían que
prender. Y qué clase de hombre, por la respuesta que da al
que intenta reducirlo. Todo el preámbulo de la presentación
consiste en reflexiones generales, para detenerse en la alaban
za de la mujer. ¡Precisamente Cruz había de ser quien en el
Poema tuviera a su cargo el panegírico! Todo él es falso. Su
opinión sobre las mujeres es categórica, al final. Y, natural
mente, ya era un concepto formado en él, desde que el relato
comienza mucho tiempo después de consumada la que él llama
perfidia. Su desgracia dimana de esa infidelidad —que no es
tal—, y la primera parte de su siniestra historia concluye con
esta sentencia: Las mugeres, dende entonces, Conocí a todas
LAS PERSONAS 87
en una— Ya no he de probar fortuna Co j i carta tan conocida:
M ujer y perra parida, No se me acerca ninguna (1879-84). Este
mismo escéptico había hecho la alabanza de las mujeres todas,
concluyéndola con estos versos tomados de una copla popu
lar, con lo que a la falsedad agrega el hurto: Era el águila
que a un árbol Dende las nubes bajó, Era más linda que el
alba Cuando va rayando el sol— Era la flor deliciosa Que
entre el trevolar creció (1771-6).
La historia, que de ser cierta ningún paisano habría reve
lado, merece transcribirse: Pero, amigo, el Comendante Que
mandaba la milicia, Como que no desperdicia Se fué refalando
a casa— Yo le conocí en la traza Que el hombre traiba malicia.
El me daba voz de amigo , Pero no le tenia fé— Era el Gefe, y ya
se ve, No podía competir yo— En mi rancho se pegó Lo mes-
mo que saguaipé. A poco andar conocí Que ya me había des-
vancao, Y él siempre muy entonao, Aunque sin darme ni un
cobre, Me tenía de lao a lao Como encomienda de pobre.
A cada rato, de chasque M e hacía dir a gran distancia— Ya
me mandaba a una estancia, Ya al pueblo, ya a la frontera—
Pero él en la Comendaticia No ponía los piés siquiera (1777-800).
Hasta aquí es flagrante la indignidad de este hombre. Ante
todo, ¿por qué no dice que era soldado? Pues, ¿cómo se explica
que Era el Gefe, y ya se ve, No podía competir yo, sino por
ser su subalterno? Pero es el colmo de lo inicuo e impúdico con
fesar que después de advertir la mala intención del comandante
y que lo había desbancado, aceptara esas diligencias de chasque
con que el pillo lo alejaba de su propia casa. Y la queja vino,
por cierto, no del engaño ni de su honor herido, sino de que
no recibía ningún emolumento por esa tarea. Jamás, fuera de
la novela picaresca, hemos leído semejante confesión con tal
impavidez. ¿Y este hombre se venga, asesinando al guardaespal
das del comandante, y dejando a éste con vida porque echa un
hedor insoportable, dentro del barril de lejía?
Una vez cometido el crimen, alza sus pilchas y abandona
mujer y hogar para hacer vida de matrero, asociándose con otros
gauchos en la misma condición. Tampoco se parece esta vida
a la de Fierro, solitario y corriendo por sí su suerte. Al asociarse
con otros, formaba Cruz parte de una cuadrilla de rateros y
cuatreros; pues sólo para estos fines se agrupaban los gaucho?
88 EL POEMA
alzados. Además, ¿por qué se calla el hecho de que abandona
también a un hijito y espera para hacer esa confidencia el mo
mento de morir en el Desierto? Si el lector no ha sentido repug
nancia por este personaje al leer su confesión, es porque no lo
ha juzgado en su calidad moral, porque se ha confundido a dos
tipos distintos de hombre en un tipo semejante de gaucho, y
porque la lectura del Poema se ha hecho con ánimo de perdonar
—al Autor y a los personajes—, o con tal desdén que no han im
portado estos relieves groseros de las psicologías. A esa historia
vitanda sigue la escena del baile en que Cruz comete su segundo
crimen. Es popular su desgracia, es decir, que ha sido burlado.
Posiblemente la verdadera que se lo despreciaba, pues las coplas
del Guitarrista y la befa de las mujeres indican desprecio, que
es lo que merecía. Pero otra vez hace cuestión de honor y mata.
No falta ahí la nota humorística de las botas nuevas que lleva
al baile, ni la ocurrencia de que deja al cantor con las tripas
como para que hiciera cuerdas. Palabras impropias en otro
cantor. Pero el cinismo es tan grande en este personaje tene
broso, que consigue poner sus actos en el mismo plano del de
los de Fierro. El lector los ha tolerado, y, en virtud de la amis
tad que por él sintió su amigo, ha olvidado qué clase de hom
bre era éste, de qué palo era astilla.
Sólo sé de una tentativa de comentar la acción más repulsiva
de Cruz, en su decisión súbita de defender a Fierro contra sus
compañeros que están cumpliendo el deber según sus órdenes.
Lo más indiscutible es que Martín Fierro y Cruz son la mis
ma persona; que éste es un ejemplar príncipe del que se des
glosa Martín Fierro. Pero esto es en la gestación del Poema,
según he de tratar de explicarlo; pues en el texto, en la escri
tura, Cruz es el “doble” de Fierro. Su doble simiesco, su antiél.
Su caricatura. Lo cierto es que desde el instante de aparecer a
su lado, Martín Fierro es destruido como psicología y como
agonista del Poema; desalojado, echado a otro mundo, este
rilizado.
Remata la retahila de falsedades indignas al decirle a Fierro,
para sellar la amistad: Ya conoce, pues, quién soy, Tenga con
fianza conmigo, Cruz le dió mano de amigo Y no lo ha de
abandonar— Juntos podemos buscar Pa los dos un mesmo abri
go (2065-70). Palabras propias del traidor, del taimado. Fierro
LAS PERSONAS 89
comprende —o intuye— que está perdido; que está muerto; que
en la pelea ha ocurrido algo mágico, algo de su destino, pero
que fue el final. Nó puede librarse de él; el pacto de la amistad
ha sido sellado con sangre. Está en manos de su destructor.
Toma sus propias palabras, su invitación, y desde ese instante,
poseído, habla y vive en función de su “doble”. Acepta compar
tir con él la vida de matrero, el mismo abrigo; pero lejos, donde
no pueda ser entregado, vendido: en el Desierto. En ese instante
termina la vida espiritual de Fierro, y lo que ambula y vuelve
es su sombra envejecida.
Independientemente de su persona, la personalidad de Cruz
tiene un sentido autónomo en el Poema. Cruz encarna la injus
ticia, el enemigo fatídico de Fierro. Cruz es el hombre fatídi
camente injusto, que carece de conciencia para discriminar el
.bien del mal. En vez de castigar al comandante, que lo burla
porque él lo consiente, castiga a su asistente y, por reflejo, a
su mujer y a su hijo. Cuando está en boca de todos (no sólo de
los “peones borrachos”) su infamia, mata al cantor que es un
eco de la difamación. Sólo lo puede contener el asco: por eso
no mata al comandante. Y su orgullo se confunde con el senti
miento del honor: por eso mata al guitarrista. Su comporta
miento en la policía es patente prueba de que carece de con
ciencia moral. Y es la policía, en su persona, que la representa
como jefe en la emergencia, la que a un tiempo asegura la sal
vación de Fierro y lo condena. Pero Fierro no puede ahora
resistir, porque su enemigo es quien le ofrece compañía para
siempre. Cruz es el cadalso de Martín Fierro, el instrumento de
su crucifixión. Es su misma vocación de cantor que ahora está
frente a él, en carne y hueso, y por cuyo influjo fatídico lo
arrastra a matar en él lo que era su vida y más que su vida:
el canto. Tiene que optar, y para seguir a Cruz rompe la gui
tarra contra el suelo. Cruz le trae —¡cuán sutil, cuán insidiosa
mente!— la duda de que, en sus años de soldado en el Fortín,
haya podido ser engañado por su mujer, porque solía ser ése
el destino de los soldados que abandonaban el hogar. Su elogio
de la mujer, para concluir renegando de todas como igualmente
pérfidas, tiene que herir el alma de Martín Fierro, que sabe
que la suya vive con otro hombre. Y hasta es muy posibleque,
más tarde, en la soledad del Desierto, Cruz haya insistido en
90 EL POEMA
que hubo en su caso la misma traición, porque le oímos a
Martín Fierro exclamar, identificado ya con su “doble”: Dejan
do aquí en el olvido, Como dejamos nosotros, Su mujer en bra
zos de otro Y sus hijitos perdidos (II, 177-80). ¿Y no reencuen
tra, ya muerto Cruz, como un nuevo “doble” suyo a Picardía,
qfre le repite su propia historia de la Frontera? Y aunque el
Hijo Mayor conserva, como “su gajo”, el sello de su paternidad
en su alma y en su suerte, el Hijo Segundo ¿no es más bien el
hermano gemelo de Picardía?
Si hay un personaje trágico en el Poema, es Cruz; no por
lo que él significa en su persona, sino por lo que viene a signi
ficar en el destino de Martín Fierro, que para siempre se pierde
a sí mismo. Cruz viene a cumplir una sentencia, y esa sentencia
es trascendental, pues comprende al Protagonista y al Autor
por igual. Si en el primer plan de la Obra, Cruz, desglosado de
Picardía, es el esbozo primario de M artín Fierro, lo que viene
a reclamar, como el diablo, es nada más que lo que le perte
nece. Él debió ser Martín Fierro, y si ha vuelto es porque el
Autor no se ha resignado a destruirlo en su calidad de boceto.
Su presencia es la de un juez infernal: quiere que Martín
Fierro asuma la responsabilidad de su vida, en lo que le había
dejado liberándose de ella como inicua, y quiere además que
el Autor no pueda proseguir su obra sino mediante la solución
de un conflicto que le impide recuperar definitivamente al hijo
bastardo que ha desalojado al primogénito. Porque para que
sea posible la Segunda Parte es necesario que muera Cruz,pero
también que Martín Fierro se pierda para siempre en un des
tierro de sombras. Esa es la sentencia: pues .Martín Fierro sólo
existe porque le sustrajo antes lo mejor de su vida a Cruz, y
sólo impera porque le ha usurpado su primogenitura.
VIZCACHA
En la Segunda Parte del Poema aparece un personaje com
pleto, con cuerpo y con alma. Hernández describe minuciosa
mente a Vizcacha, porque comprende el grande interés que ha
de despertar en el lector. Ese interés no proviene de ningún
aderezo ni significación especial, sino de que posee una biografía
LAS PERSONAS 95
completa por dentro y por fuera. Es el único tipo integral, cuyo
carácter se perfila y colorea mediante las anécdotas. Indepen
dientemente de la técnica con que Hernández sabe presentarlo,
distribuyendo los materiales de mayor importancia en partes
que se articulan según el orden de los propios méritos. Vizcacha
trae al Poema la representación de un vasto sector humano que
no figuraba aún. Ningún anciano habíamos visto hasta enton
ces; y un anciano del campo es una enciclopedia de casos y
experiencias. Vizcacha da altura y fuerza a la Vuelta, que no
se sostendría con las exangües fuerzas de Martín Fierro. Pero
el nuevo personaje se convierte en eje resistente de toda la
armazón. Queda fijado en la memoria del lector, con rasgos más
verídicos y hondos que el mismo Martín Fierro. Es el segundo
encuentro en que Fierro queda derrotado.
La obra-que Hernández realiza con este personaje es admi
rable en todo sentido. Por primera vez se arriesga a dar fisono
mía, aspecto, ubicación a un personaje; por primera vez lo
circunda de los enseres y efectos que vienen a resultar comple
mentarios de su persona; los perros, los utensilios, el rancho
forman un todo armónico con su carácter, su aspecto y su índole.
Lo que dice armoniza perfectamente bien con lo que piensa,
lo que piensa con lo que siente y lo que siente con lo que hace.
Muchos detalles los desplaza al comentario una vez concluida
su existencia. Así sigue viviendo después de muerto.
En este cuadro todo es sombrío y subterráneo. Es una vida
de cueva, como corresponde al mote: Vizcacha. Aquí de nuevo,
como en Cruz y Picardía, el nombre es un factor integrante de
la psicología.
Lo cierto es que Hernández abandona su técnica de presen
tar una figura y un carácter con pocas palabras, y se demora con
personal satisfacción en la tarea, detallando, modelando, mati
zando su figura. Tan poderosa resulta y tan firme sobre su pro
pia tierra, que eclipsa al protagonista. Es una figura completa.
Conocemos de él su aspecto, sus mañas, su carácter y las cosas
que lo rodean formando su caparazón. M artín Fierro se desdi
buja y se decolora frente a él. Tan representativo como el héroe
central, forma un ambiente en torno de sí y hasta una posición
filosófica frente a la vida. Muchísimo más limitado en su radio
de acción, menos diverso en sus aventuras, supera a todos por
96 EL POEMA
la cantidad de vida y originalidad de sus actos. Todo lo que
hace le pertenece porque tiene su propio estilo. Con su muerte
espantosa cierra su propio ciclo, su propia vida. Hasta es inevi
table asociar las ideas de sus rapiñas con el castigo que sus
amigos, los perros, le infligen comiéndole la mano insepulta.
Todo tiene unidad, está montado con precisión de mecanismo
de relojería. Hernández ha sabido contar en dos partes su bio
grafía pintoresca y macabra, dejando lo más expresivo al co
mentario de los que tuvieron en vida que lidiar con él. T an
potente es su personalidad, que no solamente se fija en la ima
ginación con rasgos indelebles, en un recuerdo de persona cono
cida, sino que cuantos ingresan en la órbita de su acción quedan
grabados con el mismo vigor: el negro Barullo, que lo persigue
por escupir el asado, la mujer, a quien mata porque le cebó
un mate frío, el Hijo Segundo, que cuenta su historia, y que
desaparece con sus propias aventuras para convertirse en el
chicuelo que tenía que dormir a la intemperie en el invierno.
Hasta las cosas, el tintero que robó en el Juzgado, las guascas,
las botas desparejas, los cencerros, los anillos, todo vive y se
incrusta en el cuadro donde él, como un déspota, dibuja mar
cas de hacienda en la tierra y habla. Malvado, rapaz, blasfemo,
astuto, sin ningún escrúpulo moral y cavilando siempre en un
mundo de pensamientos que el hombre decente procura des
echar como tentaciones, es perfecto en su personalidad atrave
sada. Todo consiste en que está organizado de manera distinta
a los seres comunes, en que se conduce según principios natu
rales, los mismos que imperan en los animales inferiores, sobre
llevando su condición humana con la menor mortificación que
puede. Es un genio en bruto, más cerca de Diógenes y de Crates
que del hombre correcto, mutilado y ordinario. Sus actos obe
decen a una filosofía pragmática, tan congruente con el mundo
en que vive como la de Descartes con el suyo. Razona como si
en su cabe/a tuviera sesos de zorro, inspirado por los númenes
de su mundo solitario y silvestre. Pero esas sentencias, que se
repelen por obediencia a deberes sociales y éticos que perte
necen a la humanidad, pero no al hombre individual, contienen
la flor de su experiencia desdichada. Y al aconsejar la descon
fianza, el egoísmo, la prudencia y la doblez, es muchísimo más
honrado que Martín Fierro, cuyas palabras no condicen con su
LAS PERSONAS 97
experiencia y suenan a sermón preparado de antemano. ¿Acaso
nos sorprendería que sus consejos los hubiera emitido Martín
Fierro, ese padre tan poco acostumbrado a serlo, que asume
ese papel como un deber de magistrado? Nadie recuerda una
sola estrofa de los consejos de Martín Fierro, pero casi todos
los que han leído el Poema recuerdan íntegros los de Vizcacha.
Corresponde su sabiduría de Sileno a un ente absolutamente
pegado a la tierra, para quien la civilización y la cultura ente
ras no existen sino como uno de los ornamentos de la vida de
la ciudad, que él no conoce. Grandmontagne ha comparado a
Vizcacha con Rousseau y con Schopenhauer, y comprendemos
que en esa exageración sacrilega hay ese fondo de verdad que
existe en las metáforas. Trazar un paralelo entre Vizcacha y
cualquiera de los filósofos cuya sabiduría dependió menos del
saber técnico, del pensar lícito, que del sentimiento de las
vivencias o de la intuición, es absurdo. El mundo que refleja
la mente de Vizcacha es un infierno elaborado por el hombre,
pero no es un mundo simplificado como el de Leibniz o el
de Comte. Es un infierno, una masa de reptiles y lagartos hu
manos tendidos al sol y devorándose suavemente unos a otros.
Esa filosofía, que se puede fundar lógicamente o no, es parte
de la persona, del cuerpo, de la vida de Vizcacha, y robustece
como ningún rasgo físico, como ninguna anécdota, su persona
lidad sombría. Indiscutiblemente es la creación máxima de todo
el Poema, dentro del rigor de la veracidad que el Autor se
había impuesto como norma. Seres así han existido y existen
aún. No han sido engendrados solamente por el padre y la
madre, sino que han participado en la concepción la gea, la
fauna y la flora del lugar donde nacieron. Vizcacha contiene
las más altas virtudes del hombre social, del santo, del héroe
y del sabio, pero todas echadas a perder, todas en signo negativo,
en un vector que se dirige a la izquierda, en el menos cero.
Tampoco es un monstruo, sino un ser sociable que entiende
la sociedad de cierto modo muy original. La entiende como la
sociedad le ha enseñado, sin que él haya puesto nada de su parte
para enmendarle la plana. Ha cedido, maleable en todo sentido,
a las presiones de fuera, y en vez de rebelarse ha dejado que
la madre naturaleza lo orientara como hace con sus otros hijos.
M artín Fierro refleja ese mundo por reacción, Vizcacha por
98 EL POEMA
adecuación; el mundo es el mismo y, ellos, dos seres que luchan
y se defienden para subsistir. Vizcacha da un sentido de reali
dad telúrica al drama de la pampa que Martín Fierro repre
senta en sus gestos ya urbanizados aunque disconformes; el
papel de Vizcacha en ese drama es el de las raíces por las que
el árbol se nutre y florece. El radio de acción de Vizcacha es
muy limitado; más aún: se dilata hacia lo hondo de la tierra,
cava enterrándose, como el peludo o como el animal que le
dio el único nombre que tuvo. Para él la cueva es el ombligo
del planeta, y en ella come, duerme y piensa. Las salidas que
hace son para incautarse de lo ajeno con ardides ya ingeniosos,
ya ofensivos, ya taimados, pero siempre con cierta idea de que
existe un mundo de sanciones, el mundo de la ley. Él tiene su
ley, que no está escrita, pero que tiene vigencia sobre la letra,
y como los filósofos cínicos ama a los perros y desprecia a los
hombres. Ama a sus propios perros y desprecia al género hu
mano, que al fin es mejor que lo contrario.
La impresión que nos queda, después de estudiar como un
libro su biografía, es la de un alma sin contacto con otras almas.
Sus relaciones con los semejantes son simplemente corporales;
su alma permanece siempre encerrada en sí misma, en una
cueva. Es la soledad más que el hombre solitario; la soledad
que lo recorta cuando está en compañía de amigos o descono
cidos. Va consigo; él es la soledad. Para seres así la sociedad
no existe sino como una fracción cualquiera del mundo de
cosas. Por esta sustancia de soledad que posee, y que lo confina
en un circuito cerrado como su sangre, no tiene parentesco con
ninguno de los restantes personajes del Poema, excepto con el
Hijo Mayor de Martín Fierro. El Hijo Mayor de M artín Fierro
explica la soledad, porque ha tenido que vivirla como castigo.
Pero su mensaje en la Obra es todavía más solitario que el de
Vizcacha. Esa soledad de su prisión es todo lo que configura
su vida. Nace y muere en la prisión. El mundo para él está
amurallado, es un presidio. Vizcacha al menos merodeaba sus
aledaños y el mundo seguía más allá de su mirada.
LAS PERSONAS 99
EL HIJO MAYOR
Para el Hijo Mayor el mundo termina al alcance de su ma
no, y su alma está dentro de esa cárcel, encarcelada. Todos sus
pensamientos se han petrificado en una idea fija; sus razona
mientos dan vuelta sobre sí mismos, como si hubiera muerto
y para toda la eternidad no tuviera sino el pensamiento angus
tioso de que está preso. Solamente después de conocer la obra
de Kafka, el Hijo Mayor adquiere su real estatura en las letras.
No interesa la hazaña del Autor, de mantener la atención viva
del lector durante trescientos setenta y ocho versos —de los
cuales sólo veintiséis se destinan a informar sobre el hecho que
ocasionó su injusta condena—, sino la concepción, atrevida aún
hoy, de construir una biografía sin ningún elemento biográfico.
Es un trozo lírico, un treno y, sin embargo, no corresponde cir
cunscritamente a una efusión doliente de su alma, sino a una
situación vital, a muchos años de vida. Es la existencia pura,
la duración fuera del tiempo, el vivir como la flor se marchita.
Sin que esa vida sea distinta del castigo; vida y castigo se fun
den en una sola cosa. El Hijo Mayor no vive sino su castigo,
el castigo le ha devorado el alma y se ha puesto en su lugar.
Las historias de presos, desde la de Silvio Pellico hasta la de
los mártires de la barbarie nazi, están llenas de acontecimien
tos, muchas veces minúsculos, pero que en la soledad de la
cárcel toman magnitudes gigantescas. Los presos viven espe
rando o recordando. El recuerdo trae a su espíritu la vida en
su imagen rediviva. El encierro del Hijo Mayor es total, porque
no ocurre absolutamente nada entre esas cuatro paredes; ni el
recuerdo. Lo que ocurre —muy poco— acontece en el presidio,
en otras secciones, porque hay muchas. Él no tiene ni el con
suelo de las visitas, ni siquiera el consuelo de recordar. No
recuerda nada. Está absorto en su cautiverio injusto. Nada más
parecido a su tormento que el éxtasis. Su única idea se le clava
a semejanza de la víbora que se muerde la cola, en un círculo
irrompible. Su persona viene a quedar apretada en ese círculo;
el alma se le ha salido y lo asfixia oprimiéndolo. Solamente
Dante imaginó círculos tan herméticamente cerrados, soldados
tan para siempre, en sus condenados. Todos ellos son cíclicos:
100 EL POEMA
ideas y tormentos empiezan como la rueda, en el mismo sitio
en que su giro termina. Y vuelven a empezar el mismo proceso
mecánico. Así el Hijo Mayor gira en torno de su idea fija, o
su idea fija gira en torno de él.
¿Tiene alma este muchacho que ha encanecido de vivir a
expensas de su propia vida? Ya no es más que un musgo oscuro
adherido a la pared. Pero sí tiene un alma, como tiene una vida.
Son las de todos los que padecen el castigo sin el delito, las
víctimas expiatorias de la injusticia que necesita en primer tér
mino el castigo y en segundo término el delito. De la justicia
que nunca se equivoca, aun cuando deje impune al criminal
y condene al inocente, pues a un delito un castigo es la perfecta
equidad. Kelsen llega a sostener que así se cumple teóricamente
el principio de la justicia. El Hijo Mayor no solamente es una
víctima de los errores judiciales: es una víctima expiatoria sa
crificada a las divinidades plutónicas de la justicia infernal,
la justicia de detrás de la conciencia, la justicia que necesita la
satisfacción espiritual de que se cumplan los preceptos, de que
el crimen no quede sin castigo (sin engranar con la ley).
El Hijo Mayor es, en el Poema, un acusador: acusa a la
Justicia, a los jueces, al sistema penitenciario, al rigor con que
se confunde su eficiencia; y nos trae también un lejano lamento
de los campos, donde esos mismos inocentes están condenados
ya, mientras apacientan los rebaños o juegan con sus amigos.
La Justicia es una divinidad, en efecto, que hace sus presas a
veces escogiéndolas y a veces al azar, como el indio con la lanza.
Acaso este personaje no corresponda al elenco de las personas
que actúan en el Poema, sino a las potestades que por ellos
toman cuerpo y voz. Es el Hijo Mayor un personaje numeroso
(como muchos otros) y, sin nombre ni rostro ni aspecto con
que fijarlo en nuestra memoria, se desvanece al concluir la lec
tura y queda de él, como de casi todos, una imagen imprecisa:
la imagen de uno de los factores que concurren a que nos con
venzamos de que el asunto y los protagonistas del Poema están
detrás de aquellos que nos presenta el texto literal. El Hijo
Mayor es transparente, y a través de él distinguimos, más con
fusos y remotos, los innumerables hijos de M artín Fierro, sin
nombre, sin edad, sin fisonomía y sin historia, que no están
LAS PERSONAS 101
PERSONAJES INADVERTIDOS
Existe en el Poema una clase de personajes muy singular,
que no ha sido percibida como formando parte del argumento,
de la obra misma. Son los oyentes. El Poema está cantado
ante personas que se supone que escuchan con atención y
en silencio. El Cantor —y todos los que ocupan ese sitial—
se dirige a un público tal como el poeta lírico se dirigía a
un lector. La obra está hecha en realidad para ese público
que en momentos asume, aun para el mismo Autor, la per
sonería de lectores. Pero Martín Fierro y sus oyentes —y de
manera muy singular Cruz— forman el verdadero cuadro, el
cuadro único en la Ida; Martín Fierro, los Hijos, Picardía, el
Moreno y el Interruptor más los oyentes, el cuadro de la
Vuelta. Los hechos y las personas mencionados en verdad
no existen: son evocados. Y más existencia cierta tienen los
oyentes que todos los otros, porque son indispensables para
que el relato adquiera posibilidad de ser real.
Los oyentes son muchos, por lo menos así lo enuncia el
plural; y si en algunos pasajes el Cantor se dirige a una sola
persona, o alude a otro como siendo dos (“efecto” Amaro
Villanueva, que se estudia en otro sitio), la verdad es que
en la Vuelta se refiere Martín Fierro al gauchaje inmenso
que lo está escuchando.
Este es caso único en toda la poesía gauchesca, en que la
escena contiene solamente a los interlocutores; pero aquí hay
un público. Y, sin embargo, ningún poema gauchesco es
menos teatral que éste, en el sentido de que para reproducirlo
fielmente sería preciso que en la escena estuvieran sólo aque
llas personas que participan en los relatos como cantores.
Lo que ocurre en el Poema no forma parte de esta escena:
lo mismo que en el cinematógrafo, se proyecta en imágenes
verbales, y una pantalla de sonidos, por decirlo así, recoge
las imágenes de las historias. La metamorfosis de los oyentes
en los lectores está en la intención del Autor, y muchas veces
110 EL POEMA
el mismo Martín Fierro se dirige a los unos confundiéndo
los con los otros, por la originalísima circunstancia de que
Autor o Narrador y Cantor a veces se identifican, como se
identifican la historia contada con la fama del libro, cual
si al mismo tiempo que se cantara se escribiera. Pero lo im
portante es que, por elipsis, los oyentes forman parte del
elenco, y que por ello el relato deja de ser un soliloquio para
transformarse en una fase continuada y total —no un monó
logo— de un diálogo sin respuestas.
Tal existencia real tienen los oyentes, que uno de ellos
interrumpe al Hijo Segundo para rectificarle, con superio
ridad de “literato”, dos barbarismos que, entre los muchos
que ya había oído, le parecieron imperdonables. De ahí que
el Interruptor sea un personaje simbólico; representa a los
críticos —cazadores de pulgas— con que el Autor tuvo que
lidiar.
NOMBRES
A nadie ha extrañado —que yo sepa— que el Martín Fierro
sea la obra de los motes y los anonimatos. Excepto las no
velas de Kafka, ninguna obra de la literatura universal se
le parece a este respecto. Intencionalmente Hernández ha
quitado a los hombres —y absolutamente a las m ujeres-
ios nombres con que se los podría identificar. Estos seres
están menos individualizados que el ganado que lleva en el
anca o en las orejas la marca o la señal de un establecimiento.
Pertenecen al ganado orejano, a los hijos de nadie que no son
nada. El único que lleva el nombre y apellido es Martín
Fierro, y no se puede asegurar que no obedezca a un simbo
lismo (Martín, nombre del santo patrono del Partido donde
nació Hernández; Fierro, el cuchillo: Y le hice sentir el
fierro: 1552). Los demás son motes: Vizcacha, Picardía, Cruz,
Moreno, Inocencia, Hijo Mayor, Hijo Segundo, Barullo, la
Bruja, el Ñato, que tienen, como todo apodo, un valor se
mántico concreto. Pero no hay nombres en el Poema, ni
nombrar a los personajes les agregaría individualidad. Ese
sistema corresponde a la sociedad o a la familia, que carac
LAS PERSONAS 111
teriza a sus miembros de modo inconfundible; pero no a la
raza de los parias.
No tener nombre es colocar a la persona fuera de la vida
ordinaria, homogeneizándola en un destino común, aunque
los accidentes o variantes difieran en matices; después de
muertos la fosa común los identifica definitivamente. Cuando
Martín Fierro pone una cruz en la sepultura de su amigo,
sentimos que la piadosa señal trasciende, sobre la tumba, a
la persona que fue en vida. Jamás mencionan los personajes
a sus familiares ni amigos (tías, hijos, mujer, compañeros)
con nombres. Se les quita así hasta esa misteriosa y absurda
asociación de fisonomía y aun de ser autónomo que estable
cemos según los nombres, por ejemplo, en la novela y en
la historia. Adquieren su verdadera personalidad, que con
siste en formar parte de un lugar y un tiempo dentro de un
país; una biografía, una vez más lo mismo, dentro de una
historia. El Poema se transfigura, y todo adquiere, como en
los sueños potestades trascendentales y misteriosas. Por este
recurso el argumento total es el personaje; los seres y las
cosas los elementos indispensables para que lo entendamos.
Podemos hablar de la forma de un hecho, de la estructura
de una acción, de la fisonomía deun acontecimiento, del
carácter de un episodio, de la vitalidad de una escena. Como
dice de sí Martín Fierro, cada uno de ellos se lleva del
mundo lo que trajo; entra en la vida y sale de ella como un
pretexto para que ocurra algo, ¡:>ero no tiene ninguna im
portancia. Hay un proceso, una sentencia capital y es pre
ciso que liaya un procesado, que necesariamente ha de ser
muerto en razón de su condena. Basta que le llamemos K.
Todo otro agregado: quién es, dónde vive, qué edad, qué
rostro tiene, son cosas accesorias y sin ningún sentido para
el proceso, el fallo y la ejecución. También en el Martín
Fierro encontramos ese tipo de historia procesal de Kafka.
Acaso darle a Martin Fierro nombre y apellido fue el recurso
más sagaz para quitarle definitivamente toda personalidad
verdadera. Por ejemplo: podrá llegar el día en que, en los
archivos de alguna comisaría del Partido del Tuyú, aparezca
un preso que fue llevado a la Frontera y que se llamaba como
él. Porque dice Tiscornia (en el Discurso):
112 EL POEMA
En 1866 el juez de paz del Tuyú, don Enrique Sundbladt, remitió al
comandante de la frontera un preso de nombre Martín Fierro. El coronel
[Alvaro] Barros acusó recibo de la comunicación y destinó al preso al
susodicho cuerpo de línea [el 11]. Tal es el documento policial que, hasta
hace poco, se conservaba entre los papeles del juzgado de paz del Azul.
Y con ese hallazgo el verdadero Martín Fierro queda para
siempre escamoteado.
M ORFOLOGIA DEL POEMA
LA ESTROFA
E l a r q u e t i p o es construir la sextilla en tres partes, una de
las cuales, regularmente la última, puede estar constituida por
un dicho o refrán. En esta forma pueden desarticularse la
mayoría de las estrofas. Suele señalarse la separación de sen
tido con punto, punto y coma o guión.
Contra lo común, los primeros versos de la estrofa suelen
ser afirmativos. Lo es, en grado ejemplar, el primer verso del
poema: Aquí me pongo a cantar. Pero, entrado ya en el re
lato, los versos iniciales tienen la misma consistencia de los
restantes de la estrofa. La impresión inmediata es que se han
suprimido (omitido) los cuatro que pudieron integrar la dé
cima: tal es la seguridad del comienzo. Por lo común, el
primer par de versos plantea el tema en forma concreta; el
siguiente consiste en alguna divagación o referencia que sirve
para subrayarlo; el último lo cierra con el hecho concluso,
o, como es frecuente, con un dicho. Los dos primeros
versos pueden ser abstractos o de enunciado general, a manera
de preparación al tema de la estrofa. Casi sempre la estrofa
cierra rio solamente un sentido gramatical (es norma abso
luta), sino un tema; de manera que muchas de estas estrofas
constituyen poemas minúsculos separados del contexto. Mu
cho mayor cuidado pone Hernández en los versos iniciales
que en los intermedios; están siempre trabajados con preci
sión y ajuste de versos finales. De modo que la parte más
endeble, el eslabón débil de la estrofa, son los dos versos
centrales. Pero quedan engarzados, ceñidos, por los anterio
res y los últimos. Los ripios que pueden encontrarse están
en ese lugar. Excepto en aquellas estrofas de final evasivo,
intencionalmente frustráneo, como se encuentran en mayor
abundancia en el canto II de la Ida: ¡La pucha, que trae
liciones El tiempo con sus mudanzas! (131-2); Era una delicia
el ver Cómo pasaba sus días (137-8); A la cocina rumbiaba El
gaucho. .. que era un encanto (143-4); Era cosa de largarse
114 EL POEMA
Cada cual a trabajar (155-6) ¡Ah tiempos!... pero si en él
Se ha visto tanto primor (221-2), etc. Esa circunstancia cu
riosa, y que denota una forma imprecisa —tanto por no que
rer concretar el tema, rehuyendo la narración, cuanto por
menor experiencia—, da a esa parte de la Ida una vaguedad
que la coloca en las evocaciones emocionales más que de
recuerdos. En algunas estrofas de Cruz se repite el caso; que
no es nunca regular.
Si los dos versos iniciales de la estrofa plantean el tema
(o tópico): Daban entonces las armas Pa defender los cantones
(457-8); Y cuando se ivan los indios Con lo que habían
manotiao (469-70); No salvan de su juror Ni los pobres anje-
litos (481-2); Tiemblan las carnes al verlo Volando al viento
la cerda (487-8), etc. (en ejemplos tomados consecutivamente,
al azar), los dos siguientes lo desarrollan. Esos versos centra
les ya continúan lo antedicho, ya preparan los versos finales.
Cuando de por sí tienen sentido de oración subordinada, ad
quieren el vigor de los restantes. En general, la estrofa de
Hernández no se vulnera por puntos débiles; pero, de serlo,
están ahí en el centro de la estrofa. Lo asombroso es que
esas debilitaciones, forzosas por la tensión de la composición,
sean tan escasas en obra de tal longitud. Para Hernández,
el trabajo de la estrofa equivale al del soneto en otros poetas.
Muchísimas veces esos seis versos de su estrofa tienen el valor
preciso y sintético de los dos tercetos de un soneto. A tal
punto, que el verso libre inicial más bien es una libertad para
precisar un sentido, y no se le percibe como “una debilidad
en el régimen de la rima”.
Los dos versos finales son de tal densidad y estrictez, que
no pocas veces se convierten en un refrán o un dicho. Cuando
no, en una sentencia epigramática. Siempre cierran la frase
y la idea herméticamente. De manera que se puede suspen
der la lectura en una final de estrofa como en un final de
canto. Nada queda indeciso o pendiente para desarrollarse
en la estrofa siguiente. Y por eso cada estrofa puede comen
zar con íntegro vigor, sin compromisos que cancelar. Se pue
den señalar los versos finales de estrofa que no tienen esta
cualidad dantesca (como los transcritos); pero siempre son
excepciones. La regla es lo contrario: estos dos versos sopor
MORFOLOGÍA DEL POEMA 115
tan, con firmeza de cimiento enclavado en la tierra, el peso
de la fábrica poética de la estrofa, que suele ser muy recia.
En una de las estrofas más admirables: Había un gringuito
cautivo Que siempre hablaba del barco— Y lo augaron en un
charco Por causante de la peste— Tenía los ojos celestes
como potrillito zarco (II, 853-8), cada uno de los tres miem
bros posee la misma intensidad de emoción. Acaso los más
fuertes sean los primeros. Los dos finales contienen una ima
gen de frescura y melancolía (el potrillo de ojos azules es una
imagen absolutamente vivencial, inexplicable), y por su be
lleza tiende a ocupar el primer término; pero lo cierto es
que aun los dos versos centrales contienen más valor con su
descarga de toda dramaticidad. La superior calidad poética
y dramática de esa estrofa, que puede desarticularse en tres
porciones, conservando cada una de ellas la misma vitali
dad o poder de sugestión, es expresiva de la calidad de todo
el Poema. No creo incurrir en exageración si digo que, desde
el “Infierno” de Dante a los sonetos de Keats, en ningún idio
ma y en ninguna obra poética el verso fue tan sustancioso.
Es fácil equiparar las dieciséis sílabas de cada par al endeca
sílabo de Dante y reconstruir así un terceto. Algunas estrofas
(centinela en el Fortín, relato de la curandera con el intruso)
deben exceptuarse de esta terminante valoración, donde es
innegable la voluntad del Autor, su conciencia de realizar
esos divertissements que no carecen de gracia, cualquiera sea
su enjundia. Están, con su nota humorística y grotesca, en
la economía del Poema, y han de juzgárselas, equitativamente,
en los valores de composición y no de trabajo del artista en
el modelado de la estrofa.
El esfuerzo de Hernández en la factura de los versos fina
les sueie ser sin excepción extraordinario. Y a veces apela al
recurso de cerrar la estrofa con un refrán o un dicho, de
buena ley. El mérito mayor del Poema está en esa síntesis
de lo filosófico y lo ingenioso, lo poético y lo vernáculo.
Hasta puede señalarse el canto III de la Vuelta como un
alarde, y en general esa facultad es tan radicalmente castiza
como el verdadero don natural del Autor.
El final de las estrofas en que ese resultado se frustra
(siempre intencionalmente) corresponde al estudio sobre la
l
116 EL POEMA
técnica de narrar, los suspensos y las evasivas. Tienen, por
lo común, un significado en la economía estilística del Poe
ma. Psicológicamente, el corte inesperado de los contados
finales frustráneos es de gran efecto psicológico, y hasta en
algunos casos de gran elocuencia. Bastará el ejemplo del elo
gio de la mujer por Cruz: ¡Amigo, qué tiempo aquél! ¡La
pucha— que la quería! (1769-70).
Aun cuando el sentido o el proceso de la enumeración
haya de pasar de una estrofa a otra, Hernández prefiere se
pararlas netamente en dos. Es el caso ejemplar de los movi
mientos de precaución de Martín Fierro al saber que llega
a prenderlo la partida: Son seis movimientos, tres detallados
en cada estrofa y, sin embargo, con una pausa y cambio de
movimiento de la enumeración de una a otra: Me refalé las
espuelas, Para no peliar con grillos, Me arremangué el cal
zoncillo Y me ajusté bien la faja, Y en una mata de paja
prové el filo del cuchillo. Para tenerlo a la mano El flete
en el pasto até, La cincha le acomodé, Y en un trance como
aquél, Haciendo espaldas en él Qiiietito los aguardé (1499
510). Son dechado, además, estas estrofas, de economía y bue
na organización del material.
Se puede tomar la estrofa como pieza autónoma. Su se
paración del Poema ni afecta a la economía del texto ni nos
deja una pieza desconectada, de valor impreciso, que sea me
nester reintegrar a su sitio para que recobre su cabal sentido.
La estrofa es un poema. Puede hacerse la prueba tomando
al azar cualquiera de ellas. La primera del Canto IX de la
Ida: Matreriando lo pasaba Y a las casas no venia— Solía
arrimarme de día— Mas, lo mesmo que el carancho, Siempre
estaba sobre el rancho Espiando a la polecía que contiene
todos los elementos de ambiente, psicología, situación de
ansiedad y soledad. Hernández trabaja separadamente cada
estrofa; en cada estrofa, cada verso. Cuando en el Manus
crito encontremos que muchas de esas estrofas no guardan
el orden que en el texto impreso, nos advierte esa circuns
tancia que el montaje podía hacerse con relativa facilidad,
precisamente por la autonomía de cada una de sus piezas.
El examen de la pelea con el Indio, donde muchas estrofas,
y en diferentes lugares, son digresiones y suspensos, vale para
MORFOLOGÍA DEL FOEMA 117
LA ORGANIZACION DE LA SEXTETA
\
Fue Unamuno quien, refiriéndose a la forma del Poema,
^
INTERPOLACION DE ESTROFAS
En el primer Canto de la Vuelta, nos advierte Leumann
que en el Manuscrito no figuran las estrofas 8, 15, 18, 19,
20, 21, 22, 26. El texto publicado habría sido modificado,
después, agregándole el autor dichas estrofas, ocho en total.
De ellas, la primera (43-8), la segunda (85-90) y la última
(151-6) son intercalaciones sueltas, en tanto que las demás
estrofas (103-32) forman unidad, un cuerpo de treinta versos.
La primera de esas estrofas interpoladas interrumpe el dis
curso, con una digresión, aunque sobre el tema. En efecto,
la estrofa anterior terminaba: No perdí mi amor al canto Ni
mi voz como cantor (41-2), continuaba: Canta el pueblero...
y es pueta; Canta el gaucho. . . y ¡ay Jesús! (49-50).. . La es
trofa intercalada plantea una incongruencia que ha sido ad
vertida por Tiscornia y por Santiago M. Lugones, y a la que
Amaro Villanueva dedicó un artículo con el intento de expli
carla. Dice: Que cante todo viviente Otorgó el Eterno Padre;
Cante todo el que le cuadre C o m o l o h a c e m o s lo s d o s, Pues
sólo no tiene voz El ser que no tiene sangre.
El problema de incongruencia está en que Martín Fierro
es el único que canta ante un auditorio.
La segunda estrofa intercalada (suelta), dice: Pero voy en
mi camino Y nada me ladiará; He de decir la verdá, De naides
soy adulón; Aquí no hay imitación Esta es pura realidá. Esos
versos se interpolan entre: Que es pecado cometido El decir
ciertas verdades (83-4), y Y el que me quiera enmendar Mucho
tiene que saber. . . (91-2).
La última estrofa suelta agregada, dice: Hay trapitos que
golpiar, Y de aquí no me levanto. Escúchenme cuando cantó
Si quieren que desembuche: Tengo que decirles tanto Que
les mando que me escuchen. Se interpolan los versos entre:
Jamás se para a cantar [el pájaro cantor], En árbol que no
da flor (149-50), y Déjenme tomar un trago, Estas son otras
cuarenta... (157-8).
130 EL POEMA
Las cinco estrofas agrupadas que se intercalan, dicen: [Bro
tan quejas de mi pecho, Brota un lamento sentido; Y es tantó
lo que he sufrido Y males de tal tamaño, Que reto a todos los
años A que traigan el olvido .] Ya verán si me dispierto Cómo
se compone el baile; Y no se sorprenda naides Si mayor fuego
me anima; Porque quiero alzar la prima Como pa tocar al
aire. Y con la cuerda tirante. Dende que ese tono elija. Yo no
he de aflojar manija Mientras que la voz no pierda, Si no se
corta la cuerda O no cede la clavija. Aunque rompí el estru-
mento Por no volverme a tentar, Tengo tanto que contar Y
cosas de tal calibre, Que Dios quiera que se libre El que me
enseñó a templar. De naides sigo el ejemplo, Naide a dirigirme
viene, Yo digo cuanto conviene Y el que en tal gueya se planta
Debe cantar, cuando canta, Con toda la voz que tiene.
Es evidentísimo que todos esos versos, de todas las estrofas,
por su tono altanero y desafiador, como de quien ha de
decir duras verdades, se aplica mejor a la actitud de Martín
Fierro, en la Ida que en la Vuelta. Lo que cuenta aquí son
episodios en los toldos, pero nada de carácter acusativo del
desquicio y maldad de los hombres que gobiernan. Esas es
trofas es muy posible que las hubiera compuesto para agregar
en alguna reedición de la Ida (excepto donde se refiere a
haber roto la guitarra), pues no tienen en verdad coherencia
con la postura del gaucho envejecido que regresa, dispuesto
a trabajar. Su única acusación en esta Parte es que las cosas
estaban lo mismo que como las dejó. Por lo demás, el texto
se lee bien como había sido compuesto en el manuscrito, sin
los agregados. Estos, lejos de insistir en el tono del que retoma
el canto, aunque su altivez aquí es la de un cantor célebre
más que de un gaucho altivo, lo modifican, y retrotraen su
apostura a la del comienzo del Poema.
Esto se ve sobre todo en la estrofa primera, donde se
refiere a dos cantores, y que evidentemente habría engarzado
mejor en los últimos cantos de la Ida, que es donde Martín
Fierro y Cruz dialogan. Allí, por otra parte, están los versos
que recuerda Villanueva para afirmar la teoría de que han de
entenderse “por el cual el cantor se hermana con el pueblo”:
Ya veo que somos los dos Astillas del mesmo palo (2143-4);
y No hemos de perder el rumbo; Los dos somos güeña yunta
MORFOLOGIA DEL POEMA 131
LA RIMA
La rima no fue para Hernández (ni en su concepción del
verso) un valor artístico. Ni un valor esencial. Era preciso
escribir el verso con rima, y de las dos formas posibles eligió
la rima consonante. El asonante —que emplea en el romance
y en algunas cuartetas— es un accidente más bien que una
norma. El consonante a veces se desliza hacia su forma más
indulgente y de menor compromiso; pero debemos hablar casi
132 EL POEMA
siempre de consonantes incorrectos o frustrados, más bien que
de asonantes. Aun en las cuartetas del Canto VII de la Ida
el asonante aparece como falla más que como canon. Los
dos cantos de Picardía, estructural, estilística y conceptual
mente lo más afín a ese canto, están en redondillas —algunas
convertidas en serventesios—, y el consonante, en muchas oca
siones difícil por la escasez de rimas, rige las composiciones.
Los exponentes de corrección en la estructura de la sexteta
se encuentran en las nueve primeras estrofas delcanto I de
la Ida y, en todo sentido, excepto en el riguroso sentido sin
táctico, en la primera estrofa. Es, pues, la rima en consonante,
y dispuesta en sus cinco versos que consuenan, de modo que
rimen el segundo, el tercero y el sexto, y el cuarto y el quinto
entre sí. Las anomalías en esa estructura y en ese canon del
consonante no deben inducir a valoraciones erróneas. Muchas
de éstas son posibles. En primer término, el suponer que la
incorrección del consonante responda a torpeza del Autor,
o a despreocupación, o a falta de nociones de preceptiva en
él. Acaso haya un poco de todo esto, pero la razón de por qué
Hernández incurre conscientemente en tales incorrecciones es
otra, de tal magnitud, que invalida a las demás.
No era Hernández un artista escrupuloso acerca de los
deberes técnicos del versificador; de serlo, no habría siquiera
intentado la empresa. Lo demuestran además las dos más osa
das libertades que se permite —no las hubo, ni parecidas, en
toda la historia de la poética española ni americana—: dejar
un verso libre al principio de la estrofa y usar un consonante
como norma, que en sus eventuales incorrecciones puede llegar
al asonante, sin serlo (se pueden enumerar los pocos versos,
casi todos ellos en el Canto VIII, en que se trata de un
asonante y débil, o del quinto verso libre).
Así, pues, la norma es el consonante, sin medir las difi
cultades, en razón de las pocas rimas que en castellano tienen
algunas palabras, y algunas de las más expresivas. No rehuye
Hernández acometer la hazaña, pues cuenta de antemano con
un salvoconducto de indemnidad en su actitud de colocarse
exprofeso fuera de la literatura culta: apelará al consonante
aproximado. Una de las reglas de sus infracciones innumera
bles es la desinencia del plural.
MORFOLOGÍA DEL POEMA 133
La rima de Hernández es rica; por ejemplo, en la Vuelta
se encuentran (361-6) las palabras “pobre” (libre), “safarran-
cho”, ‘'carancho”, “sacia”, “desgracia” y “rancho”, y en la
Ida (1057-62) las palabras “falte” (libre), “sobre”, “cobre”,
“enjambre”, “pobre” y “hambre”, que no dificultan la natu
ralidad y firmeza de la elocución. Son casos que pueden
multiplicarse. Para él la rima nunca es un estorbo, ni tampoco
un aliciente para construir el verso en función de ella. La
emplea como elemento indispensable en la economía artística
de su obra. Dentro de su preceptiva revolucionaria, el conso
nante incorrecto, el cuasi consonante, entra en la norma. Es
la norma lo incorrecto, mas una vez admitida no puede ha
cérsele juicio de infracciones. Las infracciones son la regla.
Esta osadía no se comprende pronto. Hasta muy avanzado el
proceso de identificación con la Obra (dura algún tiempo en
las personas hechas al respeto de los dogmas, sobre todo, esté
ticos) no se entiende que el primer verso blanco de la estrofa
y el sistema canónico de usar indistintamente la rima perfecta
o la incorrecta, forman una concepción del verso y de la
versificación absolutamente justificables y de gran valor ar
tístico. Es el idioma mismo el que plantea tales dificultades,
como las advertimos con carácter grotesco muchas veces aun
en grandes poetas; agrupa en algunas formas de consonante o
de asonante la mayoría de las voces útiles y nobles. De
manera que gran cantidad de éstas son prácticamente inuti-
lizables o llevan inevitablemente a su palabra anexa, la única
del vocabulario fonético. Independientemente de la riqueza
discutible del idioma (se considera siempre la cantidad de
voces y no su calidad, sin pensar además que aun los idiomas
pre-alfabetos son riquísimos en cantidad), está la riqueza so
nora, que facilita al escritor su tarea. El castellano (puede
revisarse hojeándolo, cualquier diccionario de rimas) de ante
mano cohíbe al poeta, si se somete al rigor del consonante
estricto; o lo lanza sin freno en el asonante, que también
forma grupos arbitrarios y desproporcionados.
Al resolverse Hernández por la libertad de un verso en
su favor, para armar la estrofa, y del consonante incorrecto,
no adopta una postura “anticulta” simplemente (pues tam
bién hay eso), sino una postura racional, lógica, que ojalá
134 EL POEMA
hubiera sido seguida antes por otros, para que ahora pudiera
usársela sin escrúpulos. La fuga al verso libre de muchos poetas
(de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo) que dieron muestras
de gran maestría en el manejo de las rimas, prueba esa libe
ración por el extremo opuesto. El Martín Fierro dio a este
respecto también un canon dentro de la índole del idioma;
un tipo de verso que puede juzgarse correcto, en que las
imperfecciones son compensaciones del artista en relación con
las exigencias de un idioma que ofrece oportunidades para
expresar todas las ideas y los matices del sentimiento en el
verso rimado, pero que ocultamente le reserva los más penosos
desengaños.
Debe hacerse notar que muchas veces descuida Hernández
el ajuste de las rimas. Parecería que prefiere el matiz que
conserva mayor exactitud, al que obtendría mediante una leve
modificación. Por ejemplo: el verso 70. Pero ¿cómo se han
deslizado, sin ninguna necesidad ni justificativo, los versos
libres colocados en el quinto renglón de la estrofa? ¿Quiso
dejar una nueva prueba de su absoluta despreocupación por
los prejuicios del lector culto? El los observó casi siempre,
sin embargo. Lo cierto es que no podemos explicarnos tal
negligencia, y que ése es uno de los muchísimos enigmas
menores del Poema. Deben considerarse, en lo que podríamos
designar “las osadías desafiadoras” de Hernández, la ordena
ción irregular de las rimas en los versos quinto y sexto de las
estrofas. Podemos aceptar que un ajuste con arreglo a la rima
perfecta habría desmejorado la obra —acaso haciéndola no via
ble sin reducirla a un espécimen retórico—, pero no compren
demos estos abandonos tan impropios de un hombre que se
controla sin piedad. Como nos cuesta comprender que en el
manejo del romance se considerara libre de esas mismas exi
gencias, y descendiera a un nivel tan por debajo de las otras
partes del Poema, que sólo pueden autenticarse con el testi
monio de sus demás composiciones y de toda la prosa que
escribió.
Rarísimos son los versos con rima interna, como: Qiie padre
y marido ha sido (111); Otro mejor tejedor (II, 2480), y Pues
son mis dichas desdichas (II, 4877).
En Hidalgo (dentro de la liberalidad del romance aso-
MORFOLOGÍA DEL POEMA 135
EL VERSO
El verso del Poema es siempre el octosílabo (excepcional
mente, en las coplas de Cruz, el pentasílabo, o los dos casos
de falsos eneasílabos). Este metro permite gran naturalidad en
la elocución, y Hernández lo maneja con suma destreza. En
cualquier lugar de la estrofa, tiene la misma densidad y efi
cacia, y puede reconocerse la voluntad manifiesta del Autor
cuando su vaguedad coincide con el propósito de indefinir
la frase. No existe en ellos el hiato, ni se cuenta por sílabas
gramaticales: se le mide auditivamente. El verso es pleno,
apretado, con sinéresis y sinalefas que no sólo acumulan so
nidos, sino contenido. La densidad y cohesión de las palabras
y las sílabas rechazan toda flojedad, todo ripio. Si los hay,
son de frases, no de palabras. La economía del lenguaje está
en que basta una palabra cuando otra forma de construcción,
más lujosa, pudiera permitir más. Hay, pues, una impresión
de pobreza que resulta del empleo de un adjetivo para cada
sustantivo, de la elipsis, de las contracciones y de la deliberada
economía de vocablos, a la manera homérica.
Lo que algunos autores han entendido bajo la denomina
ción de adiptongos, son casos de sinéresis o de sinalefas. Las
vocales se contraen hasta formar diptongos aun si dos, tres o
más de ellas son fuertes. Así las sílabas í-a (día, había, etc)
se leen en un sonido, sin que como cree Tiscornia haya de
ser absorbido el acento por la letra siguiente (diá, habiá), pues
la prosodia del habla campesina tiene tal particularidad: el
oído cuenta naturalmente una sílaba en “vía” y en “cae”, y
además es posible la amalgama de otras letras en un sonido
único. Este procedimiento, lícito en la fonética, da al verso
una energía que dimana de no dejar resquicio ni cesura. Como
el endecasílabo de Dante o el de Keats, el verso de Hernández
es macizo, compacto, sólido.
Esta modalidad prosódica del verso de Hernández es típica
del habla rústica, su rasgo fisonómico más fuerte. Es la ten
dencia al apócope, universal. Tampoco las consonantes suenan
nítidas, de modo que, hablando con precisión, también hay
cierta suerte de diptongación de esas letras, con lo que el octo
MORFOLOGIA DEL POEMA 137
sílabo resulta, para el oído, de menor longitud fonética, más
comprimido aún de como se lee. Al sentido musical de las
consonantes sonoras (n, l final, mb) en el habla popular se
antepone cierta lisura y aplanamiento del sonido que gana en
fuerza cuanto pierde en brillo. La n final, lo mismo que la s,
son casi apocopadas; si ésa es una pérdida para el valor artís
tico de un idioma que se habla, es otro problema y cuestión
de cultivo del oído. Lo que parece cierto es que nunca se
pierden en los idiomas los valores artísticos sin compensarse
en alguna forma con otros. El octosílabo de Hernández es
opaco, sin muchas aliteraciones o resonancias internas, pobre de
reflejos y de reverberaciones, con lo cual es el verso exacto que
conviene a la naturaleza de los personajes, al sombrío tono del
Poema y a la dramática inspiración del Autor.
Otra característica de esta cualidad es que no se confiere es
pecial valor a las voces esdrújulas ni agudas. Las primeras son
raras, las últimas se emplean con suma' parsimonia. Nada hay
en Hernández parecido al gusto de Ascasubi por el romance
asonantado en ó; pues sus romances —como sus cuartetas y
redondillas— son todos en palabras graves. El agudo en final
de verso es, ya en la sexteta, ya en la cuarteta, un accidente
inevitable. Jamás un recurso intencionalmente puesto para
aumentar el valor acústico del verso.
Hernández no manejó en ninguna de las otras composicio
nes que de él se conocen otro metro que el octosílabo. Res
petaba en la lengua su máxima virtud: la que a lo largo de
los siglos cristalizó su saber en el romance y el proverbio de
dieciséis sílabas.
Y son precisamente el proverbio, el refrán —que él reduce
a saber de experiencia cotidiana, familiar— y el dicho —que
es su variedad amorfa, aplicada sin mayor validez universal a
los casos particulares— los que inspiran dinámicamente el ver
so de Hernández. Pues el Poema parece haber sido escrito, no
para contar, describir y explicar hechos, sino más bien para
dejar testimonio de la psicología de los personajes, cuya más
expresiva imagen se da en sus observaciones, en' su manera de
juzgar y de entender la vida.
138 EL POEMA
EL ROMANCE
Hernández no adoptó el romance sino en cuatro cantos de
la Segunda Parte, en los pasajes de menor importancia. Los
poetas gauchescos, excepto Hidalgo, no sintieron simpatía por
esa forma, y la manejan desmañadamente. Abundante en Asca
subi, señala siempre los puntos de mayor lasitud de su Santos
Vega; lo mismo en Lussich. El romance de Hernández, que
elude el fácil asonante en palabra aguda, es de la misma fac
tura desaliñada. No emplea en él su característica vigilancia
en la expresión henchida y medular.
Tampoco en la poesía popular se ha cultivado esa forma, casi
exclusiva de la poesía culta entre nosotros. Como observa Juan
Alfonso Carrizo:
El romance no es para la tradición americana lo substancial, puesto que
si se exceptúan los romances líricos, los demás romances fueron casi igno
rados por la familia española de América; entre nosotros más importancia
tienen la glosa y la copla, y ellas no han merecido la atención de los
estudiosos españoles.
Para Ascasubi y Lussich, el romance es una forma inter
media entre el verso y la prosa, y se dejaban llevar por la
aparente facilidad que ofrece para la narración, como si las
responsabilidades de la poesía concluyeran en el trabajo pri
moroso de la rima. Para Hernández, el romance es una libera
ción de colocar la parte de su relato de menor cuantía en el
mismo plano de lo demás. En efecto, tienen dentro del Poema
una misión inequívoca de acotación marginal, tal como hu
biera podido hacerla en prosa.
La forma romanceada que toman una sexteta de la Ida y las
tres que se hallan en la Payada (respuesta del Moreno) pueden
ser anomalías explicables de diversas maneras. Lo más verosímil
es que tuviera preparada aparte la Payada, y que fueran apun
tes para ajustar en la forma de la sexteta. Pues es inadmisible
que intentara desarrollarla en la forma de romance, por la que
evidentemente no tuvo simpatía. (Sólo lo usó, fuera del Poema,
£n El viejo y la niña.)
MORFOLOGÍA DEL POEMA 139
LA FONOLOGIA Y LA ORTOGRAFIA
La escritura fonológica, de acuerdo con la p r o s o d ia del ha
bla campesina, fue hecha con suma timidez por los poetas
gauchescos, comenzando por Hidalgo y concluyendo por Asca-
subi. Lejos de exagerar, como algunos han supuesto, cuidaron
todos de no llevar la fidelidad hasta el uso de apóstrofos o
letras convencionales (j por s: nojotroh). Javier de Viana, Fray
Mocho, Benito Lynch (en Romance de un gaucho), Eduardo
Hillman (en las traducciones de algunas obras de Hudson)
han empleado una grafía más audaz, con lo que intentaban
reproducir en la escritura con mayor fidelidad la forma de
pronunciar de los paisanos del litoral. Azuela, Guzmán, Icaza,
Orozco, han acudido al mismo recurso, y está perfectamente
justificado, al menos cuando se trata de la conversación (que
es el caso de los poemas gauchescos). Lynch ha llegado a escribir
con grafías fonológicas también las partes narrativas o descrip
tivas, entendiéndose siempre que corresponden a un personaje
y no al autor (el caso del viejo Nicandro, en la traducción de
Hillman de El Ombú).
Como tentativa de dar carácter local a una literatura, es
imposible anticipar el éxito ni la justificación que pueda tener.
Sin embargo, pensando que Dante, Berceo, Chaucer y Lutero
hicieron eso mismo al adoptar para sus obras literarias la
lengua del pueblo (no la académica, por cierto, sino la oral),
renunciando voluntariamente a la lengua culta (el latín), de
bemos plantearnos este problema no solamente desde el punto
de vista lingüístico, sino también político. Pues es evidente
que si algo en nosotros repugna a la innovación, como atrevida
y hasta como plebeya (es el mismo cargo que se hizo a los
creadores de las grandes literaturas europeas), es porque tene
mos en cuenta más que los valores estéticos, los principios co
dificados por la Real Academia Española de la Lengua; prin
cipios que observamos todos con supersticiosa devoción, pero
que no tienen otro fundamento que el de todos los ritos.
Sarmiento rompió osadamente con la ortografía, como los gau
chescos con la fonética; y si pensamos que el habla campesina
no contiene sustancia capaz de servir a las altas formas de estilo
140 EL POEMA
en las letras, es porque rara vez alguien capaz de una forma
de alta cultura ha empleado ese lenguaje, y porque quienes
gustan de ese lenguaje pertenecen a un estrato inferior de cul
tura. Ni siquiera nos ha valido, como ejemplo digno de ser
estudiado, una obra de la grandeza y poder del Martin Fierro.
Más bien nos hemos inclinado a someter sus altísimos valores
humanos, artísticos y filosóficos al canon de la lengua rústica
empleada y no a sentir que la lengua rústica había sido ele
vada por él a la categoría de un instrumento rico de voces,
preciso de sentido y acaso más dúctil y de resonancias armó
nicas mayores que el castellano que pensamos y escribimos.
Confiesa Hernández su interés en reproducir con
L é x ic o .
la mayor fidelidad posible el habla campesina, no solamente
eri sus giros y peculiaridades semánticas, sino también en los
modismos, barbarismos y otras formas genuinas. En su preocu
pación por reflejar fonética y ortográficamente esas modalida
des, incurre en el exceso opuesto, de alterar las grafías más
que la fonética; pues si no emplea el apóstrofo para las sina
lefas comunes en el hablar del paisano, usa de la hache y de
la zeta, letras que innecesariamente hallamos en el Manuscrito.
Entre la ortografía de los cuadernos y la del texto de la
Vuelta impreso, hay diferencias en la ortografía. La edición
significa una mejora notable sobre la escritura. Y como es in
admisible que Hernández incurriera por torpeza en grafías
tales como “cilencio”, “hayuda”, “verce” (por verse), “precidio”,
“desasociego”, etc., tan contrarias al habla inculta y a las leyes
de modificación de la prosodia del castellano en América, de
bemos admitir una de estas dos suposiciones: o el texto fue
corregido en la imprenta, dándosele una mayor regularidad en
las grafías, o el mismo Autor lo hizo antes de enviar a com
poner sus originales. Esto último es menos verosímil, pues en
el manuscrito hay correcciones de tendencia contraria: a modi
ficar las grafías que en los textos impresos se dan como reglas:
“así”, en lugar de “ansí”; “desde”, en lugar de “dende”; “olio”,
en lugar de “hoyo”, enmiendas hechas sobre la primera escri
tura: “oyo”. Será preciso considerar aparte la corrección del
Manuscrito y las posibles reparaciones en las pruebas o en la-
composición por el tipógrafo.
MORFOLOGÍA DEL POEMA 141
Se han señalado como equivocadas las palabras “cantrami-
11a” (por “contramilla”, más usual en el norte —y en Uruguay—,
donde el uso de la carreta de bueyes fue más generalizado),
“grullo”, en lugar de “grulla” (ave), “paco”, de acepción des
conocida. Además de las palabras que en su escritura respon
den a barbarismos o americanismos, se encuentran voces em
pleadas en el texto con diversas grafías: “güelta”-“vuelta”,
“furia-juria”, “siguro-seguro”, “disierto-desierto”, “derramé”-
“redaman”, “oyo”-“hoyo”, “salvaje”-“salvage”, “brujería”-“bru-
gería”, “yerra”-“erra”, “cree”-“cren”, “lijero”-“ligero”, “escuri-
dá”-“oscuridá”, “para”-“pa”, “sigüeñas”-“cigüeñas”, “bueno”-
“güeno”, “fuerza”-“juerza”, “fuego”-“juego”, “donde”-“ande”,
“mismo”-“mesmo”, “tuito”-“todito”, “odo”-“oo”, “oiba”-“oía”,
“escondo”-“escuende”, “empezaba”-“empesaba”, “aura”-“aora”-
“ahora”, “corcovió”-“corcobo”, “fí”-“fuí”, “pleito”-“plaito”,
“reir”-“rairse”, “jerga”-“gerga”, “cae”-“cai”, “bicho”-“vicho”,
“estubo”-“estuvo”, “desnudés”-“desnudez”,“averiguo”-“avirigüé”,
“sigún”-“según”, “sepoltura”-“sepultura”, “disolví”-“resuelto”,
“ocación”-“ocasión”, y otras más.
Entre los barbarismos, pueden señalarse: “exposición” (opo
sición), “revelar” (relevar), “resertor” (desertor), “antesucesor”
(predecesor), “desaceré” (desharé), “ardiles” (ardides), “alver-
tencia” (advertencia), “culandrera” (curandera), “tabernáculo”
(tubérculo), “garabina” (carabina), “naides” (nadie), “dende”
fdesde), “flaire” (fraile), “lial” (leal), “redota” (derrota), “re
damar” (derramar), “comiqué” (comité), “haiga” (haya), “tre-
vejos” (trebejos).
Senet atribuye a errata de imprenta la palabra “retobao”,
por “redotao” (derrotado).
En las páginas del Manuscrito que se han publicado, se lee:
“cilencio” (enmendado), “ha” (por “a”), “hayuda” (repetidas
veces), “doi” (“doy”), “Ha ver si puedo vivir”, “Hayá no hay
misericordia”, “Canta el gaucho. . . Y hai Jesús”, “E conocido
aunque tarde”, “Porque el cardo a de pinchar”, “Se tira uno
entre los llullos”, “En la orilla de un arrollo”, “Caliendo por
fin del viaje”, “Y no piensen los olientes”, “Lo dejé mostran
do el cebo”, “Y él quizo de camorrero”, “Que yo bebiera a
la fuersa”, “Que ya me buscaba el oyo”, “Y talves me hubiera
muerto”, “Y en su razón estoi fijo”, “Verce el hombre en un
142 EL POEMA
precidio”, ‘'Sino cuenta con recursos”, “No ha de faltarme una
hayuda”, “Pero la lengua no hayuda”, “Que pronto mostró la
ilacha”, “Que era medio simarrón”, “Mataba bacas agenas”,
“Después de hechar un buen taco”, “Llebate de mis consejos”,
“La gran lay— la del envudo”, “No ban a un saco basio”, “Mas
si te querés cazar”, “Prendas que otros codisean”, “Se librarán
del simbrón”, “Que le proibiesen carnear”, “El bacuno y los
rebaños”, “Como vola sin m anija”, “Y a resar solían venir”,
“Siempre lo é de recordar”, “Si vieran cuando hechan tropa”,
“De biberes y de vicios”, “Sus trapos echos pedasos”, “Devalde
quería moverme”, “Le diste en esa ocación”, “La fuersa que
en un varón”, “Talvés no pudiera haber”, “Que tubiéramos
parece”. Casi todos estos errores ortográficos del Manuscrito
aparecen subsanados en el texto impreso. Es de advertir que
algunos los comete Hernández reproduciendo pasajes de la
Ida, donde los yerros no figuran.
El estudio lexicológico del vocabulario del Martín Fierro,
en sus voces oriundas del país, es el ejemplo más curioso de
incomprensión. Parecería que palabras y frases hubieran de
resultar comprensibles para el lingüista, y no es así. Ninguna
dificultad ofreció el Poema al lector campesino; pero para el
hombre de cultura urbana constituyen enigmas. El vocabulario
de Tiscoinia, hecho con el manejo de textos lexicográficos de
americanismos y por analogías con voces en desuso, da un mo
saico de veras pintoresco. Vicente Rossi, con su desenfado habi
tual, y más prudentemente otros autores, han señalado la
incongruencia y hasta el desatino de las interpretaciones filo
lógicas de Tiscornia. Lizondo Borda, Santiago Lugones, han
puntualizado algunos de esos yerros.
Lo interesante de ese problema, de los yerros de interpre
tación, no está justamente en la capacidad de los autores, sino
en que señala para el texto la falta de contextos y de obras
afines a que poder acudir. Quiere decir que el habla de los
poemas gauchescos no ha alcanzado siquiera el umbral de una
literatura, pues falla en lo elemental. Como dijo Lizondo Borda
(“Expresiones del Martín Fierro):
El tiempo transcurrido desde la fecha de su composición, la carencia de
estudios especiales —históricos y filológicos— sobre el mundo gauchesco
pueden acarrear, hoy, dudas y errores de interpretación. Por otra parte;
MORFOLOGÍA DEL POEMA 143
de esa época, y cierto desconocimiento de las cosas campesinas más criollas,
Hernández intercaló en su obra muchas expresiones y formas de expresión
que eran suyas, pero no de los gauchos, dando así lugar a confusiones.
Algunas palabras de por sí contienen un valor pintoresco,
y en ese caso se encuentran casi todos los barbarismos. Obser
vando bien el texto, casi todas las voces incorrectas sirven como
notas que acentúan el sabor popular del habla. En otro orden
de cosas, la palabra “irresolutos” aplicada a los indios, la ex
presión de Cruz: la suerte “reculativa”, “sentí” y “visto” en la
oración: Y una cosa tan jedionda Sentí yo, que ni en la fonda
He visto tal jedentina, surten, por su empleo, un efecto humo
rístico de buena ley.
Siempre es la palabra, en Hernández, un elemento cuyo
manejo contribuye a perfilar un rasgo psicológico, una inten
ción: de manera que su análisis semántico supera infinitamente
a la acepción gramatical. El habla del Martín Fierro es colo
rida, medular, intencionada, y no solamente se valoriza en
profundidad cuando sirve a pensamientos profundos, sino en
perspectivas de emoción artística cuando en calidad de com
paraciones o metáforas aparecen puestas con absoluta natura
lidad en el texto y, particularmente, en los diálogos.
En cuanto a este aspecto del léxico —la acepción ideológica o
emotiva del vocablo— debe tenerse en cuenta siempre que se tra
ta de un lenguaje hablado (o cantado), como en los demás poe
mas gauchescos; que ese lenguaje no tiene una literatura fuera
de la que esos mismos poemas han creado, de modo que además
de la semántica ha de considerarse como uno de sus valores
inmanentes la agógica, en el sentido que dio Riemann a esta
palabra, refiriéndose al movimiento impulsivo, o vivaz, de la
música (el “tempo”). Se trata, en efecto, de una literatura
basada en el lenguaje que se habla, exclusivamente, como pu
dieran serlo las obras de teatro, a cuyo género más que a la
novela y al poema épico-lírico pertenecen en verdad.
P a l a b r a s p i n t o r e s c a s y e x ó t i c a s . Hernández ha escrito en
su grafía fiel a la fonética, palabras de extranjeros (italianos
y un inglés): “pa-po-litano”, “hagarto”, “víbore”, “ma gañao”,
“Inca-la-perra”, y frases de los indios: “Acabau, cristiano”, “Me-
144 EL POEMA
tau el lanza hasta el pluma”, “Cristiano echando gualicho”,
“Confechando no querés”.
Hay algunos juegos de palabras: “va-ca-yendo gente al bai
le”, 'Tor-rudo que un hombre sea”, “Ña-to-rihia”, “Co-mo-quian-
do”, y palabras obscenas: “¡barajo!”, “pér. . .tigo”, “pedo”
(borrachera; en el manuscrito “empedo” —forma castiza— y
también “Es al pedo que lo fajen”, que en el texto se lee “Es
al ñudo ..
P alabras En la Vuelta leemos las si
n o u su ales o c u lta s.
guientes: “irresolutos” (219), “ponzoña” (348), “hospitalario”
(780), “aborrecía” (1076), “quehacer” (1275), “desasosiego”
(1482), “melancolía” (1966), “infiero” (2020), “consigo” (2157),
“ermitaño” (2796), “bobo” (3208), “Longinos” (3671).
E r r a t a s , e r r o r e s o r t o g r á f ic o s , e n m i e n d a s . Las ediciones
príncipes de la Ida y la Vuelta contienen muy pocas erratas de
imprenta. Dada la dificultad de componer obra tan extensa en
un lenguaje tan inseguro, se ha de pensar en que las prueba^
fueron prolijamente corregidas. Aunque corregido el texto de
la Ida por Hernández, es evidente que subsistieron en todas las
ediciones, hasta las actuales, algunos errores, como por ejemplo:
Al cimarrón le prendía (147), por “ s e prendía”, pues cimarrón
es el mate amargo y prenderse es asirlo para beber; Y eso es
servir al gobierno (431), que debe ser “si eso e s ...”, como lo
exige el sentido de la oración; Y otro peligro se aguarda (II,
4666), que debe leerse “otro peligro q u e aguarda”, conforme a
la concordancia con el sentido del verso anterior.
A juzgar por las pocas páginas publicadas en fotograbado
del Manuscrito de la Vuelta, la escritura de Hernández era
sumamente incorrecta en cuanto a ortografía. Si se tratara de
alteraciones intencionales, no siempre siguen la tendencia de
reproducir la prosodia campesina, sino al contrario. Casi todas
ellas aparecen corregidas en el texto. En repetidos casos, al re
producir de memoria Hernández versos de la Ida incurre en
errores de esa clase (cebo por sebo). Debe aceptarse que el
tipógrafo o el corrector de pruebas han reparado muchas de
esas faltas. Al menos es indiscutible en cuanto a la Ida, pues
según nota de los editores al insertar al final un artículo sobre
MORFOLOGÍA DEL POEMA 145
“El camino tras-andino”, el Autor no estaba en Buenos Aires
al imprimirse el libro.
No existe una norma para la ortografía, y el Manuscrito
acusa, además de la incertidumbre, el capricho. Resulta extraño
que Tiscornia suponga que sean erratas de imprenta, las dos
veces que en el texto aparece la palabra “golpea” (bisílaba:
golpea), como si debiera ser “gólpia”, pues esto estaría de acuer
do con la tendencia de modificar la desinencia de los verbos
análogos a golpear, pero no se deduce de una regla general, que
Hernández nunca observa estrictamente.
Además es otro problema muy delicado el de las correcciones
que figuran en el Manuscrito. Hay inducciones serias para sen
tar categóricamente que esas correcciones que tienden —no
siempre— a ajustar las palabras a la ortografía académica, han
sido hechas por manos extrañas. El trazo con que se testan algu
nas letras se corrigen o se añaden, no es de la misma caligrafía,
aunque pueda ser de un tipo de letra. La insistencia con que
aparece testada la h de la palabra “hayuda”, que en fin queda
sin corregir en otra estrofa; la corrección de la palabra “oyo”
superponiendo a la y una 11 con rasgos muy gruesos, para tachar
luego la palabra —casi con un borrón— y poner al margen otra
vez “oyo”, demuestra que ni esa indecisión ni ese insistente
y torpe cuidado fueron de Hernández. Además hay casos en
que se corrige “dende” por “desde”, “ansí” por “así”, contra
la forma que se conserva en la Ida y en la Vuelta, que debió
de ser la del Manuscrito entregado a la imprenta; todo ello es
prueba evidente de esa sospecha. Vicente Rossi, que señaló la
intervención de correctores oficiosos del Manuscrito, descubrió
que el encabezamiento del primer canto, titulado Martín Fierro
(tal como en el texto impreso) es de otra caligrafía. Si en verdad
letras como la m y la f mayúsculas no son del trazo cursivo de
Hernández, no cabe duda de que la palabra “cilencio” (que
otras veces escribió así el Autor) está corregida no para enmen
dar la letra equivocada, sino para cubrirla por completo, disi
mulándola. Leumann, que tuvo los cuadernos en su poder y
que ha escrito El poeta creador basado en ese documento, jamás
ha aludido siquiera a esas enmiendas, limitándose a las correc
ciones, tachas y aprovechamiento ulterior de algunos versos,
desde el punto de vista de la inspiración y del trabajo artístico
146 EL POEMA
del Autor. Si alguna vez el Manuscrito fuera publicado en
impresión fotográfica, no hay duda de que se encontrarían otras
pruebas más persuasivas; aunque bastara revisar íntegramente
el Manuscrito, tanto en las partes que han sido corregidas como
en aquellas otras que no lo han sido, si en éstas la supuesta
preocupación de mejorar la ortografía no se aplicara con igual
prolijidad.
El Manuscrito en los seis cuadernos escolares no contiene
ni todo el texto ni la forma en que el Poema aparece impreso.
Debe admitirse que esos cuadernos fueron borradores —sin duda
existieron otros anteriores, de apuntes preliminares o de una
primera escritura— de que se sirvió Hernández para transcribir
y elaborar el texto tal como fue a la imprenta. El trazo vertical
que cruza las páginas indicaría que esas planas habían sido
pasadas en limpio; pero de las indicaciones que da Leumann
sobre los importantes pasajes del Poema que no figuran en el
Manuscrito, la suposición de que existió otra copia -ulterior es
indubitable. Es muy probable también que en ese último ma
nuscrito —perdido— persistieran algunos de los errores orto
gráficos que fueron cribados con plausible solicitud en la im
prenta y, en tal caso, no en las pruebas por Hernández, pues
esas correcciones de las impropiedades gramaticales las hubiera
hecho antes. La interpretación psicológica de algunos de esos
errores en el Manuscrito —“cilencio”, “verce”, “desasociego”,
“precidio”, “hojos”, “hayuda”, vizarra”, “olio”, “llullo”, “arro
llo” y algunos cambios de la s por la z (quizo)— no pueden
atribuirse a ineptitud del Poeta, sino a su voluntad de “inferio-
rización”, que es también perceptible en otras fases de su Obra.
Si tenía la intención de pasar en limpio ese manuscrito
—como lo hizo—, ¿por qué corregir los errores, en una tarea
que emprende después de concluido de escribir? Pues las
correcciones no están hechas a medida que va escribiendo
los versos, sino después; no tras la tarea del día, sino en un
día consagrado especialmente a tan curioso arrepentimiento.
MORFOLOGÍA DEL I’OEM A 147
LA SINTAXIS
La construcción sintáctica en el Poema se ajusta a los pre
ceptos gramaticales. El paisano hablaba y sigue hablando bien,
considerada el habla rústica en su clase. Hernández construye
en forma directa, como corresponde a las formas ingenuas del
hablar y excepcionalmente influyen para el hipérbaton las exi
gencias del metro ni la rima. El verso contiene la frase limpia,
y las oraciones se subordinan con ejemplar naturalidad. Observa
Tiscornia (en La lengua de Martín Fierro)'.
En lo que menos se aparta de las normas comunes el habla popular es
en la sintaxis; ...la sintaxis del poema tiende a construir la frase con
economía de elementos, y [a] hacer la concordancia más por vía ideológica
que por la formal. Las construcciones elípticas y ambiguas y los anaco
lutos, que ocurren a menudo, dan a la expresión un aspecto de desaliño
y desorden que condice con el carácter espontáneo del habla gauchesca.
A este respecto, todos los poemas del género se atienen a
la misma norma, y aun el más alambicado de ellos, el Fausto ,
conserva la llaneza del hablar castizo. Cualquier licencia en la
construcción, como la movilidad del verbo, considerada la más
sencilla, representaría un esfuerzo sensible, porque el paisano
arma su oración colocando en su orden las palabras, de modo
que al nombre sucede el adjetivo y al verbo el adverbio casi
con regularidad indefectible. Empero, es grande la diversidad
de formas que adopta Hernández, de modo que en él hay menos
monotonía que en ningún otro autor. Influye en esta riqueza
de formas el hecho de que suele comenzar la frase con algún
dicho. Cualquier canto es buen ejemplo, pero puede tomarse
la escena del primer malón (Canto III): Una vez entre otras
muchas.. . Habían estao escondidos... Al punto nos dispusimos
Aunque ellos eran bastante... Se vinieron en tropel Haciendo
temblar la tierra. . . ¡Qué vocerío, qué barullo , Qué apurar esa
carrera!... ¡Qué fletes traiban los bárbaros... Al que le dan
un chuzaso Dificultoso es que sane. . . Es de admirar la destre
z a. . . Y pa mejor de la fiesta En esta aflicción tan suma....
Algunos solecismos convienen a la forma oral del habla
campesina más que a la redacción del Autor. Entre ellos los
148 EL POEMA
hay discutibles, por el giro elíptico que es característico del
gaucho, de por sí cauteloso y reticente. Su interés está en ex
presar su idea con claridad, y es sabido que es grande su habi
lidad para manejar las palabras y las frases en forma ambigua,
muchas veces con intención ofensiva. En el Santos Vega hay un
contrapunto en que los interlocutores emplean ese juego, cuya
intención jamás escapa al adversario. En el hablar generoso y sin
ánimo ofensivo el paisano cuida escrupulosamente no dar pie
a ningún equívoco. La preposición a, en dativo, suele eludirse,
y también la conjunción y dentro de los preceptos más estrictos,
cuando refuerza la elocución. Tiscornia señala. .. lo levantase
Lo mesmo que una sardina, Y dejábamos las vacas Que las lle
vara el infiel (419-20). Se ha señalado también: Que el hombre
que lo desvela... (3). Pero quizá los casos más palmarios, Y
reculando pa trás (767), y la confusión del tú y el vos , en:
Y por los años que tienes No podés manejar bienes (II, 2130-1),
se han dejado sin comentario. Otros casos encontramos en: Les
dio [Dios] toda perfección Y cuanto él era capaz (2157-8); En
los campos se hallan bichos De lo que uno necesita (2217-8);
Ansí me hallaba una noche Contemplando las estrellas, Que le
parecen más bellas Cuanto uno es más desgraciao Y que Dios
las haiga criao... (1445-9); Yo no sé qué tantos meses esta vida
me duró (2023-4); Luego después lo escupía. . . (II, 2563).
NEOLOGISMOS Y BARBARISMOS
Los neologismos obedecen, cuando no a la adaptación o
adopción de voces autóctonas o creadas por espontánea razón
de desconocer la voz cabal, a las formaciones corrientes en todos
los idiomas. Tampoco los barbarismos acusan una arbitrariedad
extraña a la índole del idioma, de modo que muchísimos son
corrientes en la Península. Hasta en las herejías somos ortodoxos.
En aquellos casos en que no se trata de voces desfiguradas
intencionalmente, tal como las empleaba el “italiano”, el “in
glés” o el “pampa”, las leyes fonológicas de validez universal
se cumplen dentro de la índole del idioma. Sea por los me
canismos más comunes, la metátesis o la desinencia, la infrac
ción más grave se relaciona con la acentuación de algunos
MORFOLOGÍA DEL POEMA 149
verbos cuyo infinitivo se convierte en grave: cáir, por “caer”.
Asimismo en algunas flexiones, según la misma tendencia
(iráiban, óiban), se viola ese precepto que es de los más inde
fectibles en todos los idiomas. La terminación iar en vez de “ear”,
en verbos como “pelear”, “volear”, “culebrear”, “titubear” (se
usa tutubiar), etc., es regular. Formas anticuadas, como mesmo,
trujo, ansí = Ansina, se prefieren a las actuales: “mismo”,
“trajo”, “así”; pero dende por “desde” y ande por “donde”
son barbarismos con carácter de regla, Hay otra palabra que
se juzgó neologismo, y que Leopoldo Lugones descubrió que
pertenecía a la más oriunda estirpe castellana: es la frase
ponerse en pedo, igual a “ponerse ebrio”. En efecto, dice:
se trata sencillamente de la voz anticuada em bebdo, bebdo: borracho,
mera contracción de em bebido y bebido . que fué también b é b e d o ... La
acentuación antigua de nuestra palabra beodo era béod o __No sólo con
signa el diccionario académico la mayor parte de las antedichas voces,
sino que las directamente originarias de nuestra grosera locución hállanse
en los textos más corrientes de la antigua poesía castellana. Así en Berceo
(Milagros, XX):__ "embebdóse el loco”__ Así en Arcipreste ("de don
Furón”, etc.): “Era mintroso, bebdo, ladrón e mesturero”.
Lo interesante es que en el Manuscrito (que no conoció
Lugones) el autor había escrito: Y cuando se ponía empedo . ..
El uso del vos, en lugar del “tú”, tiene carácter regional
en vastas zonas de América, como lo ha estudiado Pedro Hen-
ríquez Ureña. En la Payada, Martín Fierro lo emplea con
intención agraviante. Por lo demás, como se sabe, es castella-
nísimo. De tratamiento respetuoso que era vino a hacerse
menospreciativo, como consignó Covarrubias. Cuervo estudió
la deformación morfológica del “vuestra merced” al “vos”. De
ahí el empleo en segunda persona del singular, modificada de
su forma plural (tenés por tenéis, decí por decid). Es propia
de España, como observa Menéndez Pidal en su Gramática
histórica de la lengua española:
También se pierde en la pronunciación, y esa pérdida estuvo de moda
entre nuestros clásicos: andá, hazé, subí, como hoy, por ejemplo, es
corriente en la Argentina: contá, poné, y en la lengua literaria ante el
enclítico: andaos, salíps.
150 EL POEMA
. También es corriente el cambio de la / por la j, de la z y la c
por la s, de la 11 por la y; y la tendencia general es al apócope
más que a la epéntesis, a la contracción ( ler por “leer”, crer
por “creer”) que caracteriza al verso en sus sinalefas y sinéresis,
con absoluto rechazo del hiato (frecuente en España, según
Menéndez Pidal). Estos rasgos, propios del habla campesina y
de la poesía popular la caracterizan más que ninguna otra
peculiaridad del habla y la poesía cultas.
Indiscutiblemente, un poema rústico, intencionadamente
rústico, ha de abundar en formas impropias; de manera que
lo justo es considerar cuán correcta es la lengua que emplea
Hernández y cuán en la índole del castellano verdadero las
licencias e impropiedades, que siempre pueden señalarse como
excepciones. Ante todo, es de preguntarse qué valor puede
tener' un estudio que tome como canon el habla fallecida en
las gramáticas y los diccionarios y no el habla viviente, cargada
de intenciones, de aquí o de cualquier parte del territorio en
que se habla castellano. Si Hernández ha conservado (con
cautela) en la escritura los signos correspondientes a los sonidos
de las palabras y si su ortografía tiende más bien a la escritura
del cuasi analfabeto que a la prosodia del hombre rústico, es
asunto de menor cuantía. En su Poema está el idioma castizo
del siglo xvi que trajo el conquistador, como se le puede en
contrar en textos literarios de la época (compárese con Santa
Teresa). De donde aquel desatino de muchos de nuestros pu
ristas, como Oyuela y Obligado (para no mencionar sólo al
inefable 7 oro y Gisbert) o, con palabras de Lugones (en “La
gloria de Martín Fierro”), del “doctor de Heidelberg” (Page)
y del “traductor de Oxford” (Owen), que creen que el caste
llano del Martín Fierro es, en gran parte, “dialecto gaucho”...
Del conjunto de cualidades castizas que posee el Poema
resulta una lectura fácil e inequívoca siempre. Acaso la única
anfibología, que podemos muy acertadamente suponer que
estuvo en la intención (si no en la subconciencia) del Autor,
es esta referencia a los méritos de la mujer buena:. . . Lo alivia
en s i l padecer: Si no sale calavera Es l a mejor compañera Qne[
el hombre puede tener (1755-8). Si el sentido ambiguo hubiera
escapado a la vigilancia de Hernández, bien merecería anali
zarse el desliz en otro aspecto.
MORFOLOGÍA DEL POEMA 151
En general, los pronombres enclíticos se usan correctamen
te, como observó contra lo que le parecía más natural, Rodolfo
J. Senet. Hallamos: oiganmé, escuchenmé (con el acento orto
gráfico con que realmente se pronuncian en el hablar esos
vocablos), y no oiganmén, escuchemén , que es lo usual en el
habla rústica. Pero (en 2256 y en otros versos) vámosnos , que
es barbarismo muy común.
LAS E STR U C T U R A S
UNIDAD Y VARIEDAD DEL POEMA
La p o s i t i v a unidad del Poema está en su estilo. Hernández
ha conservado desde la primera hasta la última estrofa la
misma altura en todos los componentes artísticos: lenguaje,
giros, comparaciones, reflexiones, intensidad emotiva, ingenio,
maneras de ver y de decir.
La forma como el Autor construye su Obra se caracteriza
por seguir el movimiento de la emoción más que el de la
idea. El sentimiento guía inclusive el curso de los aconteci
mientos, y la coherencia del pensamiento resulta más del
sentido contextual que de la redacción. La sensibilidad tiene
también su lógica.
Esta primacía de lo sentimental no difiere de lo racional,
pues en todo momento la composición se desarrolla ceñida al
más estricto sentido de las proporciones y con una finalidad de
carácter filosófico que termina por configurar al Poema entero
como obra rigurosamente pensada. El cuidadoso esmero en
expresar con claridad lo que el Autor se propone alcanza a
veces la categoría del discurso deductivo, y el orden en que
unos y otros elementos de la acción están colocados nos pre
viene contra toda impremeditada suposición de que el elemento
intuitivo prevalezca siempre sobre el lógico.
Buen ejemplo de esta modalidad son las dos estrofas que
preceden al encuentro de Martín Fierro con la partida, la
composición de los tres episodios más notables de la Obra (la
pelea con el Indio, la historia de Vizcacha y la Payada) y la
explicación de sus estratagemas por Picardía, que constituye
un tratado del arte de embaucar con el naipe. La misma técnica
impecable, bajo el aparente descuido, distingue todas las esce
nas de las tolderías (parlamento, malón, pestes, costumbres de
los indígenas) y la obra maestra de hipocresía del relato de
Cruz. Numerosas escenas de la Ida son todavía hoy ejemplos
insuperados del arte de contar manteniendo al lector en la
tensión máxima del interés y del gozo estético,
154 EL POEMA
Dentro de ese mismo nivel de altura en que las dos Partes
se desarrollan, podrían señalarse diferencias de estilo y de téc
nica, porque tanto lo patético como lo pintoresco tienen en
la Vuelta un grado más firme y profundo, quedando elimi
nados casi por completo los recursos convencionales de enter
necer y deleitar. Puede ser ilustrativo comparar aquellas partes
que entre sí tienen analogías formales e intencionales, como el
gringo con el órgano y el mercachifle, o los chistes netamente
plebeyos de la escena con el centinela y de la interrupción del
oyente al Hijo Segundo. El juego de palabras, tanto en la
jerga del italiano como del indio, reaparece en la Vuelta con
más moderado empleo, y por primera vez los barbarismos son
enrosttados por alguien que está fuera del lenguaje rústico que
usan todos los personajes de la Obra.
Desde el punto de vista del arte de contar, Hernández man
tiene sin decaimientos sü absoluto dominio del tema y de todos
los recursos accesorios con que ha de incrementar el interés,
ya por la intensísima luz con que enfoca en primer plano
detalles significativos, ya por el “suspenso” y la digresión con
que, a la manera homérica, relaja la tensión de la sensibilidad
del lector. La Pelea, a este respecto, puede figurar entre las
más grandes realizaciones de cualquier literatura. Gracias a esta
madurez perfecta del arte de contar salva Hernández holgada
mente las dificultades que dimanan de la falta de un plan a
que ajustar el desarrollo de la Obra. Su ilación es sostenida,
más que por la naturaleza y disposición de las partes del Poema,
por la destreza con que Hernández sabe armar diferentes piezas
en un todo armónico. Indiscutiblemente la Pelea y la Payada
corresponden a esta clase de piezas elaboradas ex-corpus y lle
vadas al argumento por un procedimiento de montaje. Así lo
dice Leumann, que ha revisado el Manuscrito, en el cual,
según dice, no aparecen esas partes. Sin embargo, lo que él
entiende que es un problema, el de encontrar la excusa para
el regreso de Martín Fierro, por ejemplo, se reduce al de
encontrar el lugar en que colocar esa pieza que, sin duda, fue
elaborada por separado y muy posiblemente desde que aco
metió la empresa de proseguir la Obra. Este secreto de coordinar
a posteriori escenas sueltas, que Eisenstein explica en su libro
El sentido del cinematógrafo, era solamente tal secreto para
LAS ESTRUCTURAS 155
los no iniciados en el gran arte de contar. Hernández lo poseía;
pero además poseía el genio que le permitía hacer de cada pieza
suelta una obra maestra y encontrar la amalgama imperceptible
para unirla en un todo sólidamente concatenado. Dentro del
esquema de la Vuelta (vida en el Desierto, regreso, encuentro
de los Hijos y despedida) tenía Hernández a su disposición la
infinita posibilidad de incorporar temas y episodios cualesquie
ra. Sólo necesitaba contar de antemano con la capacidad de
realizarlos dentro de una categoría superior del arte, y de eso
estaba él más seguro que de la unidad que pudiera conservar
el argumento. Más todavía: su despreocupación de que el ar
gumento mantenga de por sí una coherencia natural es, hasta
más allá de lo que a primera vista parece, el resultado de su-
conciencia de las propias fuerzas.
PLANOS DE LA ACCION
La acción es tan vivida en el Poema, que los lugares y
aun los ambientes resultan configurados por ella. Como en las
descripciones y en el paisaje se distinguen diversos planos de
proximidades y lejanías, en el Poema los planos están sugeridos
por el hecho, sin otra indicación de qué los circunda. El espacio
no nos sirve para estructurar la historia, como acontece en el'
Santos Vega, sino que ésta existe por sí y con importancia se
cundaria se la puede ubicar en lugares adecuados. Nunca hay
nada ni nadie a lo lejos, ni a los lados ni a la espalda del actor.
Toda escena está enfocada de frente y, apenas preparada, en
el auge de su dinamismo. Las repetidas veces que Martín Fierro
dice que se quedó quieto, aguardando, sentimos que la imagen
móvil es perturbada, tal como ocurriría si una película se
detuviera dos segundos en un fotograma.
En el primer plano, pues, está la acción, regularmente en
una “toma” que recorta a los personajes de su ámbito, pero
que no acontece, sino que se recuerda. Borges (en su Discusión)
ha sido el primero en señalar que en el Martín Fierro todo ha.
ocurrido ya, que todo se cuenta en un recuerdo:
156 EL POEMA
¿Qué intención es la de Hernández? Esta limitadísima: la relación del
destino de Martín Fierro en su propia boca. En esa relación, su carácter.
Sirven de prueba todos los episodios del libro.
Naturalmente, se refiere Borges a la Ida, menos el final,
y de la Vuelta hasta la presentación de los Hijos: momentos
de ambas Partes en que lo que se cuenta como ocurrido deja
lugar a lo que está ocurriendo. El tiempo pasado remoto, equi
valente a un pluscuamperfecto de distancia más que de tiempo
de conjugación, que en todos los casos de la evocación se emplea,
tiene a su vez dos planos: ése muy lejano, de la reminiscencia,
y otro próximo, del recuerdo. Aquello que ya no existe o que
se ha perdido inexorablemente, que es traído por la memoria,
pasa a primer término en cuanto la acción adquiere su movi
miento natural y se desarrolla con cierta autonomía del perso
naje. Surge por sí, y el motivo del canto es recordar. En el aná
lisis del Poema encontramos estas situaciones de la acción, que
se relacionan estrechamente con el tiempo: el Poema ha sido
concebido inicialmente —con falta de previsión acerca de sus
posibles perspectivas— como una evocación, y como evocación de
un estado de cosas que se va a ilustrar mediante pruebas o
ejemplos, que son los hechos del relato.
Deben distinguirse dos grados en la evocación, como se verá
en otro lugar: cuando mantiene el tono de la añoranza pura
y el pasado reverdece melancólicamente, y cuando ese pasado
se actualiza con su material anecdótico para reproducirse en
el presente, silabeado en sus pormenores. La narración tiene ese
poder de suprimir el tiempo y de traer a presencia del que
escucha, por transparencia del narrador, los acontecimientos, y
aun de hacernos olvidar que todo es evocado en una pública
remembranza. Fue la magia de Homero.
Toda la historia del Fortín, las dos peleas y las dos batallas
campales —con indios y con policías, en la Ida— están en este
último caso. No obstante, la pelea con la partida se actualiza
de manera tan inaudita, que el mismo Autor cae fascinado
por su arte ilusorio y pasa a un presente real, que desplaza
como en un sueño todo lo anterior. La acción es presenciada
y, desde ese instante, el plano de la evocación queda destruido.
Después del combate de Martín Fierro con la policía, la pre-
LAS ESTRUCTURAS 157
senda de Cruz da al Poema una actualidad distintas; más cla
ramente dicho, una estructura distinta, por la introducción
en él de un nuevo narrador, que se enfrenta y desaloja a Martín
Fierro. Este es un conflicto sumamente interesante^ porque la
estructura del Poema era para que Martín Fierro lo cantara
todo, como narrador único y absoluto.
También lo lírico se destruye por lo dramático. Con este
desdichado episodio, la situación del narrador se desplaza de
Martín Fierro a otra persona, que tampoco puede ser Cruz. El
Autor es compelido a concluir la Obra, reasumiendo la tarea
que delegó —ahora vemos cuán inadvertidamente— en Martín
Fierro. Necesariamente, el relato termina en tercera persona.
Esto nos plantea el problema del Narrador, que no deja de
ser Martín Fierro, pero que ya es también Hernández. Problema
que se puede reducir asimismo al de la identidad del actor y
del autor. Situación que agrava Martín Fierro confundiendo su
vida con la obra escrita, en el Preámbulo de la Vuelta.
Una simple acotación —en un verso— habría bastado, al
aparecer Cruz, para que Martín Fierro incorporara a sus re
cuerdos el episodio de su amistad con Cruz. Pero Hernández
ha caído víctima de la fascinación de las “pruebas”, y el epi
sodio le ha interesado más que la añoranza. Al titular los últimos
cantos con el nombre de cada interlocutor, su Obra cae en los
cánones del diálogo, en que están compuestos todos los poemas
gauchescos. La acción, no como evocación, sino como hecho his
tórico, ha tomado tal importancia, que el lector difícilmente
percibe que el relato de Cruz cobra natural actualidad de tiempo
sincrónico consigo y no con Martín Fierro. Por eso la partida de
ambos al Desierto es un recurso trágico, en la imposibilidad de
reconstruir el plan primitivo. Desde ahora la “prueba” queda
organizada como drama, y la añoranza pasará a último término.
LAS INCONGRUENCIAS
Los problemas, en algunos casos con caracteres irresolubles
de dilema, que se originan a raíz de la elaboración del Poema
sin un plan claramente fijado de antemano, pueden concretarse
así:
158 EL POEMA
Del tiempo: Cuándo cuenta Martín Fierro su historia, pues
ambas Partes terminan a cargo del Narrador; ante quiénes, en
cuántas sesiones —La Vuelta se inicia por un Preámbulo, como
la Ida—;
De los interlocutores: Si Martín Fierro cuenta todas las his
torias o cada cual la suya; si la Payada ha de entenderse que
es contada por el Narrador o debe leerse como un diálogo,
actualizado, entre los dos cantores; del espectador que interrum
pe al Hijo Segundo;
De la identificación o confusión del Cantor y del Narrador:
En diversos pasajes, la Obra, que está impostada como un mo
nólogo lírico, da lugar a que el relato se haga en tercera persona;
el Narrador de los finales de ambas partes no puede ser con
fundido con el de los romances de la Vuelta;
De las figuras y los episodios duplicados: a) Martín Fierro
Cruz y Picardía; b) vida en el Fortín, malones, peleas con in
dios, descripción del caballo; c) protección de las tías; d) si la
mujer de Cruz es la madre de Picardía;
De los hijos de Martín Fierro: son muchos, según el texto
del Poema; encuentra sólo a dos: el Mayor y “el Otro” (manus
crito), que figura como el Hijo Segundo;
Del singular y del plural: en los diversos pasajes en que
Martín Fierro se dirige ya a un auditorio, ya a una sola
persona;
De los encuentros casuales: de los “tres” hijos y del Moreno;
De detalles: forma como M artín Fierro y Cruz dan muerte
a sus adversarios; episodios biográficos; repeticiones casi li
terales de versos y hasta de estrofas, de imágenes, de situaciones
y de actitudes, que pueden superponerse.
LOS DETALLES
Es evidente que, antes de comenzar su obra, Hernández tiene
ya una conciencia muy clara de lo que debe hacer. En primer
término, no repetir lo que otros han hecho; alejarse de las
convenciones de la poesía gauchesca, crear un poema de fuerza
y precisión. Prescindirá de cuanto es flojo, indeciso, redundan
te. Escogerá en tal forma, dentro del tema y del episodio, sólo
LAS ESTRUCTURAS 159
lo esencial. De ser posible, con lo accesorio se eliminará todo
lo que rodea al personaje o a su acción. .Realmente, lo que
recorta de la masa de hechos y del ambiente es la acción, que
se realiza tan de por sí, que parece en muchas ocasiones que
los individuos existen únicamente para que ella pueda cum
plirse.
Si Hernández no describe ni enumera, es sencillamente
porque eso está fuera de su plan. Sabe hacerlo, siempre con
mesura y eficacia; pero rara vez se entretiene en describir,
máxime cuando entiende que el lector ha comprendido ya. Es
la técnica de dialogar y de narrar que tiene el paisano: nunca
sigue hablando después que el interlocutor ha captado su
intención. Se maneja con intenciones, las enuncia y, una vez
fijadas, deja que el oyente complete su pensamiento. En eso
hay casi siempre un ardid: el de no comprometer su propio
juicio; consiente que se deduzca y se infiera, sin arriesgar su
palabra. Este es el procedimiento de Hernández, y acción y
personaje quedan descarnados, reducidos a vivencias que son
intuidas por los demás, muchas veces mejor que si él hubiera
suministrado todos los datos.
En el Poema hallamos tres momentos en que esa técnica
se pospone -a otros intereses artísticos: el cuidado del caballo
por el indio, las trapacerías de fullero de Picardía y la forma
de orientarse el gaucho de noche. Mucho más, pero ya for
mando parte de la narración, como estilo distinto a todo el
resto de la Obra, la vida de Vizcacha, su choza y su inventario
de enseres.
De otra índole, aunque siempre en la técnica detallista, en
contramos la cura del embrujo de la viudita en el Hijo Se
gundo, el día de pago en el Fortín, donde el movimiento de
las figuras —Martín Fierro recostándose en el horcón— com
pleta al diálogo que se ajusta perfectamente a la situación des
crita. Es sobremanera interesante, porque la acción es descrita
en pormenores casi inoportunos, por el apremio en que Martín
Fierro se encuentra de defenderse, la escena de los preparativos
para resistir a la partida, desde que el chajá le anuncia que
se aproxima gente y él escucha pegando la oreja al suelo,
hasta que se quita las espuelas, ata su caballo, después de
ajustarle la cincha por si debe huir de prisa, se arremanga el
160 EL POEMA
calzoncillo, se sostiene el chiripá apretando la faja y, en fin,
prueba en los pastos el filo de su cuchillo. Esta escena, detallada
en un silabeo tan nítido, está fuera del estilo de contar de
Hernández. Pero, precisamente por eso, debemos anotar que
hay aquí una tendencia a ceder al gusto del lector. Esta escena
es un suspenso activo, una digresión con que, lo mismo que
Homero, satisface una expectativa del oyente, accede a refe
rirle no algo que interesa en el asunto, sino que le interesa
a él. Este tipo de silabeo de la acción es un obsequio al lector.
El Poema es, en términos generales, un resumen de episodios
y anécdotas, en contraste con el desarrollo de los tópicos líricos,
mas no siempre. Debe distinguirse entre el detallismo de la
pelea con el Indio por la Cautiva, el del parlamento, la danza
y la epidemia, con el detalle preciso, gráfico, por ejemplo, de
la escena con el centinela y la del viejo Comandante sorpren
dido por Cruz, cuando corteja a su mujer. Este personaje se
entretiene más en los detalles, así la casa del baile, el ambiente,
y sus botas nuevas, que corresponden a una manera de ser,
del carácter, más que a la técnica literaria. En cambio, obsér
vese el extenso relato del Hijo Mayor, todo construido con
abstracciones y alusiones imprecisas, en que hay un lujo exce
sivo de referencias, pero jamás nada concreto, nada nítido.
Son masas de sombra que el narrador pone en movimiento,
fantasmas, recuerdos y, sobre todo, esa angustiosa presencia de
seres-emociones que caracteriza los sueños de la pesadilla.
Otro aspecto del detallismo es la Payada; pero aquí se trata
de las ideas y de las intenciones. Uno de los planos de esta
contienda introduce en el diálogo acordes de otra melodía:
la de la muerte del Negro y su necesidad de ser vengada. De
modo que los payadores reconstruyen fragmentariamente una
historia, entremezclada con el tema de las preguntas y respues
tas. Aquí la habilidad de Hernández raya en lo más alto: va
exponiendo una situación, con elementos reales que exhuma
del pasado, sin mencionar ni precisar, por la más sutil y ex
quisita evocación que pueda imaginarse.
Es de advertir que cuando Hernández recurre al detalle,
por lo regular de una imagen, de un gesto que subraya y da
sentido a todo el cuadro, lo hace para destacar y potenciar;
nunca para entretenerse en ello, como se advierte en Ascasubi
LAS ESTRUCTURAS 161
y en Del Campo, y también en Echeverría. No se complace a
sí mismo demostrando su capacidad de reproducir, de recordar
bien, como los otros, o para configurar entera y completa la
escena; lo hace tan sólo para fijar un rasgo que, regularmente,
queda en la memoria del lector cuando todo lo demás ha sido
olvidado. En los dichos suele encontrarse ese detalle preciso,
esa comparación gráfica inolvidable.
En una palabra, Hernández huye de lo novelesco, en que
cayó intencionalmente Ascasubi, y de lo pintoresco, que se
propuso casi con exclusivo propósito Del Campo, o de lo ver
náculo que compone el interés mayor de Lussich; cuando se
abandona a esa manera —la historia de Picardía— sabe con
tenerse, medirse, administrarse, y el relato queda en las formas
clásicas de los mejores ejemplares del género, por ejemplo,
de la novela picaresca.
El designio de Ascasubi y de Del Campo es contar enume
rando. El Fausto es un inventario de voces típicas, de objetos,
fórmulas de elocución escogidas dentro de la literatura gau
chesca; el Santos Vega es el acopio de la totalidad de la pampa.
Ascasubi realiza la novela en los materiales y en el desarrollo
de su obra, pero reúne todo lo que existe en la llanura, enu
merándolo, denominándolo, mostrándolo en sus formas y fun
ciones. Es ejemplar la evasión de Luis Salvador, que prepara
así (XLI) :
El jueves, la más inquieta con ponerle una estaquilla
noche atariada pasó abajo, en la ojaladura,
Luis, hasta que se limó pues toda barra en la punta
del grillete la chaveta por donde pasa el grillete,
y después la asiguró, tiene un ojal, y ahí se mete
maniobra que es muy sencilla la chaveta, y se le junta
cuando hecha la limadura la estaquilla que la apriete,
la chaveta se asigura
Así desarrolla Ascasubi su obra y nada ni parecido hay
en todo el Poema. Rara vez Ascasubi señala lo que pudiera
ser una pauta para la composición, como la adopta Hernández.
La manera sucinta y elíptica, no es habitual ni normal en
Ascasubi. Puede señalarse, con carácter de excepción, una
quintilla:
162 EL POEMA
¡Ah, china! Si es un encanto
para un decir: ¡Oiganlé!
¡Y tan humilde! Ya ve;
por eso la quiero tanto
—dijo Tolosa y se fué.
Es un fugaz atisbo, en Ascasubi; pero es un dato que puede
tomarse como antecedente, para privarle a Hernández del título
de creador absoluto de una manera de narrar. Además, en el
Santos Vega se trata de lo que dice Tolosa de su mujer; y eso
está en el estilo de hablar el paisano, aunque no en el de
narrar el autor. Esta observación nos lleva a señalar que m u
chísimas de las cualidades de síntesis y de precisión en el
Poema se deben justamente a que es un poema hablado (can
tado, por convención), y a que el estilo de Hernández es el
estilo de contar del campesino. El Santos Vega es una novela
descriptiva, con diálogos incidentales, aunque esté también
contada casi toda ella por Santos Vega. El estilo de este paya
dor difiere del de todos los poemas gauchescos de Hidalgo;
al convertirse en monólogo, insensiblemente pasa a la forma
narrativa del que escribe, no del que habla. En este error no
cayó Hernández, y lo evitó suprimiendo de su obra todo lo
accesorio, lo propio del que repite lo que observó, fielmente.
COMPOSICION
El objeto personal del Poema, tal como se plantea en la
Ida, no abarca la extensión que por desarrollos ulteriores llegó
a tener. Se limita a las desdichas de Martín Fierro, conforme
a la intención del Autor de denunciar los atropellos e injus
ticias que . los agentes del gobierno cometían en los campos.
En el Canto II de la Ida queda agotado ese objeto, y lo que
sigue es una ilustración por medio de ejemplos. Iniciada la
enumeración de las desdichas por el relato de los hechos, era
fácil que Cantor y Autor fuesen arrastrados por la pendiente
del interés de los ejemplos, convirtiéndose éstos en materia
esencial de la acción dramática, en acción presente y no en
recuerdo. En la evocación de su pasado, Martín Fierro halla
muy pocos elementos para cumplir su programa lírico, de
cantor que como el ave se ha de consolar con su canto, a la
vez que mediante un argumento ha de explicar la persecución
injusta de que ha sido víctima. Tales objetivos ya eran estre
chos al componer Hernández el primer canto, pues es indis
cutible que tenía hechos ya algunos de los episodios ilustrativos
de las desdichas de su héroe —sin duda los Cantos VII, VIII
y gran parte del relato de Picardía o de Cruz—, con los que
168 EL POEMA
le sería difícil empalmar lo específicamente lírico o elegiaco.
Pues es patente que en la Ida existen dos planos sobre los que
se proyectan aquellas desdichas del protagonista: el de lo evo-
cativo en el tono lírico y el de lo narrativo en el tono dramá
tico. La presencia de Cruz, finalmente, desvía todo el argu
mento, que se arranca de su tono originario para continuar el
desarrollo en las formas del drama, como se logra netamente
en la Vuelta, donde la pluralidad de interlocutores crea in
clusive el ambiente escénico.
Esta transformación de un plan en otro acaece por falta
de un designio claro en la mente del Autor, que compone su
Obra dejándose llevar por el azar de las peripecias; lo que
equivale a decir que es forzado por su Obra a realizarla con
forme a su impremeditado desarrollo. De la exposición de un
caso común de atropellos, que pudo ser el que más tarde re
fiere Picardía, se origina la historia más amplia de las desdi
chas del paisano. Los dos primeros cantos de la Ida son un
introito que adquiere en parte la forma del Preludio y en
parte se dilata hasta el intento de configurar al Poema como
una evocación puramente lírica. La muerte del Negro en la
milonga y del Compadre en el boliche son piezas sueltas que
incorpora Hernández en un hábil montaje, pero que conservan
un cariz psicológico del Protagonista que corresponde al gau
cho matrero; de donde el Preludio tiene la función —aunque
esté desplazado al principio— de justificar la interpolación de
esas dos piezas.
El episodio de la muerte del Negro era difícil de soldar con
el argumento y con la psicología del Héroe; y acaso a esa
circunstancia se deba la aparición del Moreno, en la Vuelta,
donde tardíamente encuentra su verdadera razón de existir
en el texto de la Ida. La observación de los Editores, en 1876:
“Su autor, el señor Hernández, no ha querido hacer las me
joras que en su concepto reclama el plan orgánico de su pro
ducción”, responde, sin ninguna duda, a este episodio y al
ajuste poco satisfactorio de las diversas partes, elaboradas ais
ladamente, que integraron la Ida. El episodio de la Payada
es, a su vez, una pieza autónoma inserta con suma habilidad
en la Segunda Parte, pero que en la organización total del
Poema tiene el mérito de un perno que no solamente ajusta
LAS ESTRUCTURAS 169
al episodio de la muerte del Negro en el lugar en que esta,
smo que tiende un puente entre la Vuelta y la Ida, entre las
cuales existe más bien un paralelismo que un orden de su
cesión.
También el episodio del boliche estaba ya en lo ilustrativo,
en el caso de los “ejemplos”; y aunque conviene a la persona
lidad del Protagonista, lo mismo que cuanto le acontece en
el Fortín y en su vida de prófugo, no condice con el plan de
las injusticias que el gaucho padece. Más palmaria es la in
terpolación de la historia de frontera de Picax~día, cuyo lugar
cabal estaba en la Ida, pero que indirectamente también anuda
la excesivamente autónoma concepción de la Vuelta con la
Ida. Viene a cumplir en cierto modo la misión de transportar
a la Segunda Parte un trozo vital de biografía y de ambiente
como arrancado de la Ida. Las piezas introducidas en esta
Parte por hábil —y difícil— montaje, como las muertes del
Negro y del Compadre, y aquella parte de la histoxia de Cruz
que se superpone a la historia de Martín Fierro, en la Segunda
Parte tienen su equivalente en la Payada, en el relato del
Hijo Mayor y en la historia de Vizcacha, que no forman parte
orgánica de la Vuelta. El montaje ha sido realizado también
aquí con exti'aordinaria habilidad.
En la Primera Parte el encuentro con la policía liquida los
conflictos de congruencia entre el plan elegiaco y el dramático,
pero plantea el casi insuperable problema de la innecesaria y
diabólica aparición de Cruz. La pelea con los gendarmes y
la amistad de Cruz concluyen en unidad las dos series paralelas
del gaucho bueno y del gaucho malo, si bien escinde en dos
a los personajes que estuvieron separados en diversos momentos
del proceso de concepción del protagonista: Picardía, Cruz y
Fierro. La insólita traición de Cruz rompe la unidad de la
Primera Parte, y es la culminación, dentro de la concepción
de la Ida, del “ejemplo” que deriva netamente en drama. Ese
episodio suelda la serie del gaucho perseguido en lo lírico y la
serie del gaucho matx'ero en lo narrativo;, pero además estruc
tura toda posible continuación del Poema, que xio podrá re
tornar, de ninguxia manera, a la tesitura elegiaca de la evo
cación. En verdad, la Segunda Parte comienza en el momento
preciso en que Cruz abandona su puesto en la partida.
170 EL POEMA
Es importante, para comprender el proceso de gestación
del Poema, que la Ida está constituida por la yuxtaposición
de materiales diversos y que la idea inicial fue la de proseguir
en verso la campaña política de El Río de la Plata. Para servir
a ese plan primitivo, Hernández aprovechó composiciones au
tónomas, debiendo prescindir de la historia de Picardía que,
mejorada y amplificada, había sido utilizada por él en desa
rrollos sucesivos de su Personaje. En fin, pese a los paralelis
mos con las historias de fortín de Martín Fierro —y también
hemos de tener en cuenta la historia omitida de Cruz como
soldado—, Hernández no se resigna, siete años después, a dejarla
inédita. El plan estaba frustrado, y en toda la Segunda Parte
el Autor se debatirá por restituir al Poema la unidad que ha
perdido irremisiblemente. Ya la aparición de Cruz —el reve-
nant— había hecho imposible toda prosecución con arreglo al
primer plan. Es preciso sacrificar a Martín Fierro, reduciéndolo
a relator de lo que ha visto en el Desierto y, lo que es más
triste, a un auditor de historias ajenas. Más todavía: es preciso
que la Segunda Parte se reduzca a ser un intermezzo, el de la
vuelta de Martín Fierro, y que la Obra termine en el mismo
punto en que terminó la Primera Parte, con la marcha del
protagonista hacia lo desconocido.
EL PROBLEMA DE LA “VUELTA”
También Hernández vino a encontrarse, como Cervantes,
forzado por su Héroe a continuar la narración. Hernández se
había limitado a decir, sin mayor compromiso: No sé si los
habrán muerto En alguna correría, Pero espero que algún día
Sabré de ellos algo cierto (2301-4). El compromiso quedaba
sellado, y la exigencia de una segunda parte vino, más que
de los lectores, del mismo Martín Fierro.
La situación del Autor, desde que concluye la Ida, es la
de componer por lo menos un intermezzo, relatando la estada
de Fierro en el Desierto, para retrotraerlo por lo menos a su
ambiente natural. Que hubiera de desentenderse del intem
pestivo acompañante, era cosa descontada; sería suficiente,
pues, el regreso. El regreso es, efectivamente, el objeto de la
Segunda Parte, como lo indica su título, “La vuelta de Martín
Fierro”, pero no el asunto para la continuación de la obra.
El regreso había de ser, simplemente, la enmienda al funesto
error de haber arrancado al héroe a su destino bajo el influjo
de la amistad diabólica de Cruz. De no haber mediado esa
circunstancia de tener Hernández que reparar ese yerro, la
continuación lógica del Poema habría sido lo que hoy cons
178 EL POEMA
tituiría la Tercera Parte, que no tenemos. El regreso no pasa
de ser, todo, un paréntesis en la historia del Protagonista.
He ahí el problema. Leumann nos dice, observando el Ma
nuscrito, que hasta terminado el último cuaderno Hernández
no había encontrado la forma de hacer que Fierro abando
nase la toldería. Sin embargo, no era otro el objeto de em
prender la prosecución de la Obra. Si se trataba de continuar
la historia interrumpida desdichadamente por Cruz, debía re
trotraérsela a un momento antes de saltar de la partida y del
Poema este personaje.
El problema de la salida está en la entrada. La dificultad
radica, más bien que en el pretexto para el regreso, en lo
absurdo de toda continuación posible dentro de las líneas orto
doxas del pensamiento del Autor. Comprendemos que, desde
que Fierro decide refugiarse entre los indios huyendo del go
bierno, la Obra debió tener otro desenlace. Se comprende,
también, que llevarlo al Desierto era una doble solución de
emergencia: librar a Martín Fierro de la compañía de Cruz
y concluir el Poema. La intención de no volver, que se expresa
al romper Fierro su guitarra, era un final definitivo. La salida
es, entonces, una consecuencia de la entrada, no la continua
ción lógica de un plan. La entrada en el Desierto daba un
remate fiel a la doctrina política de que entre los indios se
estaba mejor que entre los funcionarios del gobierno, pero la
salida era una transigencia con las convicciones personales de
Hernández, de que los indios eran seres salvajes sin ninguna
piedad. En la Ida era Martín Fierro quien decidía de su
destino; en la Vuelta es Hernández; pero tal es la violencia que
necesita ejercer sobre su personaje, que sólo consigue recupe
rarlo a costa de la pérdida de su personalidad. No nay para
él, entre los blancos, un programa de vida sin negar las tesis
todas de la Primera Parte e inclusive la realidad. Repetidas
veces se indica en la Vuelta (y hay versos inéditos, desechados
por el Autor en que la afirmación se reitera) que las cosas no
han cambiado. La verdad es que Hernández no encuentra cómo
continuar el argumento, aunque encuentre cómo continuar el
Poema. Lo más que consigue, mediante un genial escamoteo
del problema, es componer el intermezzo del regreso. La salida
al Desierto era el dictamen condenatorio contra toda una so
LAS ESTRUCTURAS 179
LIRISMO FUNDAMENTAL
La extensión de los Preludios da a cada una de ambas Partes
una tesitura fundamentalmente lírica. Lógicamente el Poema
214 EL POEMA
habría de desarrollarse en el tono de la elegía, aunque se inter
calaran en ella referencias a hechos concretos que habrían de
ilustrar, como simples apoyos en la realidad, el tenor de la con
fesión. No ocurre así, porque insistentemente la importancia
del hecho tiende a centrar la composición, hasta que, final
mente, la precipita en una circunstanciada narración que alcan^
za inclusive la forma típica del drama.
Por esta circunstancia el Preludio es, principalmente en la
Ida, una introducción lírica que se articula con los relatos de
manera precaria. Lo lírico forma, dentro del corpus del Poema,
una postura bien diferenciada del cantor que se dirige a un
auditorio numeroso. El paso del Preludio al desarrollo narra
tivo se opera en la Ida por un pasaje de transición, que comj
prende en un tono de evocación el Canto II, para entrar, en
el III, a la historia circunstanciada del Protagonista. En la
Vuelta, ese pasaje tiene un carácter crítico, refiriéndose el Can
tor a la fase anterior de su biografía como a un texto literario
cuyos valores afirma por contraposición a otro tipo de poesía:
Indiscutiblemente, esos pasajes llenan la función de exordios
que preparan la entrada al tema. El Exordio de la Ida es una
pieza de montaje de una técnica muy meritoria, por cuanto
suelda dos secciones antípodas y difícilmente reconciliables: la
elegía de lirismo puro y la narración absolutamente objetiva.
Estas partes líricas, los Preludios y los Exordios, están con
cébidos para dirigirse el Cantor a un público que lo escucha;
en tanto que los episodios (que también llamamos “ilustrado-
nes” o “ejemplos”) acentúan un tono confidencial, como si se
tratara de un relato hecho a un grupo de amigos, cuando no
a una sola persona, l ’anto Martín Fierro como Cruz usan in
distintamente el tono enfático o el íntimo, y la historia de
Cruz es narrada, casi íntegramente, como ante un numeroso
auditorio, aunque en repetidos momentos del relato se dirige;
en tono confidencial, a su único oyente: Martín Fierro. Tiene
este relato la particularidad de que el verdadero preludio está
puesto a mitad de su discurso, si bien lo precede un breve
preámbulo de presentación. Estos preámbulos constituyen una
fórmula, pues todos los cantores se presentan con frases con
vencionales en las composiciones payadorescas. Ninguno de los
demás personajes (los Hijos de Martín Fierro, Picardía, el Mo
LAS ESTRUCTURAS 215
LA TECNICA NOVELISTICA
El primer problema para determinar la estructura e índole
del Poema está en que Martín Fierro cuenta cantando. Expre-
sámente dice: Me siento en el plan de un bajo A cantar un ar
gumento (45-4). Por añadidura, el Poema está insuflado de un
espíritu polémico y de crítica social y política que, además de
resultar visible en el texto, taxativamente se declara en los dos
últimos versos de la Ida, pues lo que ha referido, “a su modo”,
son Males que conocen todos Pero qtie naides contó.
Es de todos puntos de vista inútil intentar clasificar una
obra tan desordenada y compleja dentro de un género tradicio
nal, elegía, relato, sátira, novela, epopeya bárbara, pues sus
elementos humanos y anecdóticos han sido recogidos y acumu
lados con arreglo a un plan impreciso de denunciar atropellos
e injusticias, y de fijar al mismo tiempo la psicología del habi
tante de las fronteras intranacionales. El mundo que se exhibe
más que se describe, es el que habitan esos seres fronterizos, con
LAS ESTRUCTURAS 217
EL FINAL
La obra finaliza sin ninguna solución de los problemas
vitales planteados por los personajes. Martín Fierro, sus Hijos
y Picardía resuelven cambiar de nombre y emprender cada
cual su camino según distintos rumbos. Como son cuatro, a los
cuatro puntos cardinales. Si inician nueva vida o si ahí con
cluye también para ellos la historia, no se dice ni se da ningún
indicio para poder conjeturarlo. Tiscornia admite que ingre
san en la existencia organizada del país, en su nueva era de
orden y justicia; Senet entiende que
226 EL POEMA
Después de la acción tan movida desarrollada en el curso del poema, de
tanta exuberancia de energía, este epílogo resulta, más que pálido, inco
loro. Como poema, sin duda termina; pero sus personajes se esfuman,
inclusive el protagonista; aquélla no concluye y queda a la imaginación
de cada uno fijar su término futuro.
Este Final es lo más grande e imponente de la Obra. Otra
vez se pone de manifiesto cuán fecundo es el insuficiente, pues
la verdad es que, concebida defectuosamente, prorrogada arti
ficialmente en toda su Segunda Parte, no tenía posibilidad
de conclusión lógica que no dejara insatisfecha alguna exigen
cia de orden orgánico y artístico. Pero he aquí que la noche
y la soledad eran personas dramáticas del Poema. En su seno
se desenvolvían las figuras y los hechos como en un sueño, y
retorna todo a la noche y a la soledad; en su seno se disuel
ven. Cambiar de nombre para tres de ellos puede ser read-
quirir los propios, que no conocimos. La atención del lector
necesita proyectarse retrospectivamente hacia los episodios co
nocidos. Hacia adelante todo está cerrado herméticamente. Pero
el verdadero final del Poema, de la vida de Martín Fierro,
está en la Ida. Lo que el Autor denominó la Vuelta satisfizo
una necesidad psicológica del lector, no una exigencia del
destino de Martín Fierro. Él mismo confesó que la soledad era
su destino, y se ve que nada tuvo que hacer ni con sus propios
hijos.
Este Final, abierto como la pampa, desemboca en lo im
preciso, que es el elemento de que todo el Poema se nutrió.
Nada concreto había en él: ni rostros, ni edades, ni sitios, ni
hombres. Lo informe, lo enigmático, roía los perfiles, devoraba
cuerpos y almas, y ahora termina ingurgitándolo todo. Es sim
plemente el predominio de lo inmenso y latente sobre lo con
creto y efímero; la inmersión del evento en el reino de lo
perdurable, sin formas, pero susceptible de adoptar unas u
otras formas. El Final configura el “mundo” en que las histo
rias se proyectaron por un azar cuya razón de ser no pertenecía!
a los personajes. Ese “mundo” no estaba condicionado por las
personas y sus hechos, sino por lo que los rodeaba. Eran som
bras, eran sueños, y al desvanecerse ellos algo recobra su papel
de verdadero Protagonista. Algo que vagamente alcanzaban a
intuir y que, por darle un nombre, a veces nombraban “destino”.
EL H A B LA DEL PAISANO
DEL HABLA SENTIDA COMO AJENA
Se establece una tensión permanente, una presión defor
madora, en quien usa de una lengua para expresar sentimientos
e ideas que responden a una información o a una cultura,
cuyo órgano de expresión es otra lengua. A esto lo podría
mos llamar la "extranjería de lo psíquico” dentro del habla
ordinaria que sirve al común de las gentes, y en el uso coti
diano, para otras series, ordenaciones, combinaciones y pathos
de las ideas. La palabra sufre así una violencia interior, no
en su morfología sino en su sentido, y es el fenómeno universal
y extrañísimo de la metamorfosis semántica, en el caso lin
güístico denominado catacresis. Dauzat y Darmesteter dedi
caron especialísima atención a este fenómeno. Acaso es más
notorio y de una filosofía más importante en las lenguas colo
niales o de invasión que se imponen tanto por la fuerza que
acompaña a los hechos como por la acción mecánica del vivir
social sometido a esas nuevas pautas, donde hay un elemento
materialmente activo (el invasor) y otro pasivo (el súbdito),
pero donde a la vez se da el caso inverso simétrico: un ele
mento materialmente pasivo (el conquistador que descansa
sobre la conquista asegurada) y otro activo (el súbdito que
no se somete del todo, que está alerta, que no descansa en su
servidumbre). Cassirer advirtió el cambio de semántica en el
idioma alemán, por presión psicológica del nacionalsocialismo.
A. Darmesteter (en La vie des mots ) dijo:
Bajo la cobertura de un mismo hecho fisiológico —la palabra— el espíritu
pasa así de una idea a otra. Bien: este pasaje inconsciente, que trans
porta al hecho dominante del detalle principal al detalle accesorio, es
la ley misma de las transformaciones en el mundo moral... Por esto,
a pesar de los lazos de parentesco que el desarrollo de la lengua puede
establecer entre las palabras, es lo más frecuente que vivan cada cual
su vida propia, y sigan aisladamente su destino, porque los hombres al
hablar no hacen etimología.
Y también (lo cita Dauzat en Philosophie du langage):
228 EL POEMA
La condición del cambio [de sentido] de las palabras es el olvido que
el espíritu hace del primer término, no considerando sino el segundo...
No es un abuso de lenguaje, es la ley misma que dirige todos los cambios
de sentido... La catacresis es el acto emancipador de la palabra: es una
de las fuerzas vivas del lenguaje.
De modo que un idioma aparentemente inmune de gro
seras deformaciones puede ser más gravemente afectado desde
dentro cuando el acto de hablar no corresponde puntualmente
al acto de pensar, y cuando el espíritu de quien lo usa se re
siste a enriquecer su vocabulario porque no quiere dar vida
a palabras que en su subconsciente ha declarado muertas.
Mejor se diría que el valor fundamental del Poema no
está en el habla primaria —de objetos—, sino que está dado
por el habla misma. El habla no configura los valores, pero sí
los materiales psicológicos, ambientales, que de por sí contie
nen ya su propia sustancia axiológica.
Posiblemente, traducidos los poemas gauchescos —sobre todo
el Martin Fierro— pierdan cierto sabor agreste y regional, sin
duda muy intenso; pero si el lugar, la época, las circunstancias
sociales y humanas, los personajes, conservan en la versión su
valor simbólico tal como en cualquier biografía, el lector bien
puede captar lo tectónico de ese mundo.
Evidentemente, el habla es un valor esencial en el Poema,
joero no en la connotación de la realidad contenida en él como
su organización corporal. El Poema habría desaparecido, al
traducírselo, pero los componentes sociopsicológicos, humanos,
permanecerían puros. Eso significa lo mismo que afirmar que
ese mundo del cual el Martín Fierro recoge algunos elementos
—muy pocos en cantidad— tiene de por sí un valor para cual
quier clase de obras, y la literaria en primer término, capaz
de servir de base a una literatura de gran calidad. Es lo que
nos demuestran, dentro del mismo orden de razonamientos,
los relatos de los Viajeros Ingleses, las novelas y cuentos de
Hudson y de Cunninghame-Graham, escritos en inglés.
Ahí el idioma es otro; el lenguaje propio de los habitantes
de la región ha desaparecido. Más aún: ha sido suplantado,
pero nada de lo que ese mundo contenía se ha perdido. Qui
zás, j}or el arte del escritor, haya adquirido valores particulares.
Ni ese mundo se ha deformado al vertérselo a otro idioma, ni
EL HABLA DEL PAISANO 229
ha perdido su esencia, sus notas típicas y vernáculas. Las
conserva puras, y de ahí se puede deducir que el idioma y
aun el habla no agregaban valores estéticos ni de verismo: ser
vía para conservar más en el plano de la realidad esos mate
riales, sin que el factor realista agregara mucho al mérito
intrínseco de esos materiales.
Al contrario: en el uso del habla campesina iba implícito
cierto rebajamiento general de los recursos expresivos que
contiene todo idioma culto. El nuevo idioma —en este caso el
inglés— contribuía, con el aporte de su propia aptitud de ex
presar, al relieve y coloración de esa realidad en su factura
de obra literaria. Es lícito afirmar, entonces, que también en
la lengua culta castellana se habría podido realizar esa misma
empresa; pero lo cierto es que la lengua culta castellana tiene
ya una tesitura, una tectónica que en teoría no obsta, pero
en la práctica sí, al reflejo fiel de ese mundo. Lo advertimos
en el hecho de que la obra traducida del inglés al castellano
conserva mucho más pura esa sustancia nacional, netamente
argentina, que la escrita por autores nuestros. Y es porque
los autores nuestros, que pueden despojarse del influjo omni
potente del idioma, cuando traducen, no pueden hacerlo cuan
do toman directamente de la realidad. Quiero decir que en
la “toma” hecha sobre los mismos materiales vivos se interpone
el contenido inherente al idioma culto castellano, y esa reali
dad, sentida a través del idioma con que ha de expresarse,
sufre su más trascendental y grave deformación. Esto no les
ocurría a los poetas gauchescos, que estaban libres de las fuerzas
estructurales de pensamiento que acciona mecánicamente todo
idioma. Con cualquier idioma se puede pensar y expresar cual
quier cosa, pero sólo en cuanto ese idioma cambia su función
nativa, sólo en cuanto quien lo emplea puede desprenderse
del fatum psíquico de su propio idioma. En consecuencia, se
ría posible una gran literatura argentina con asuntos argen
tinos, pero para ello sería preciso que nuestro castellano se
sometiese a servir humildemente de instrumento fiel de ex
presión —como el habla gauchesca o el inglés—, sin prevalecer
en la mente ni en el sensorium del autor en calidad de forma
hecha de antemano para pensar, sentir y decir. En pocas pala
bras: que el idioma culto del escritor argentino cambiara su
230 EL POEMA
función íntima, despojándose de sus adherencias fatídicas, para
realizar lo mismo que el habla gauchesca en otra tesitura. Es
lo que se propusieron los escritores del Salón de Marcos Sastre.
En el habla del gaucho hay una sensible tendencia a dife
renciar, a crear y difundir lo anticulto como un emblema de
soberanía en el idioma. Casi todas nuestras modificaciones
morfológicas del castellano en el campo tienen por origen
una protesta de emancipación, de rebeldía. Pero nunca acudió
el gaucho al auxilio de las lenguas aborígenes. El trabajo con
siguiente de la alteración morfológica —desinencias, metáte
sis, variaciones fonéticas de las consonantes fuertes, etc.— son
la consecuencia, y por lo mismo su síntoma material. Pero
¿cómo explicarlo, si mediante esa resistencia al hablar del
“godo”, el gaucho estuviera liberándose precisamente de lo
no español, de lo americano, de lo emancipado, para recaer en
el habla pura de su antepasado, el conquistador? Entonces
habría que plantearse este otro problema: si era posible una
emancipación esencial, a fondo, o sólo en las formas externas,
de la política; si la Revolución, con sus ideas y programas
nuevos no provocó una reacción en el hijo de la Colonia, y
si esa reacción no se manifestó, paradójicamente, por una su
perficial abominación de lo hispánico exterior y una adhesión
de sangre, de espíritu verdadero —de idioma— al pasado. Por
lo pronto, hay en favor de esta complicada hipótesis el hecho
de que se afirmase lo gauchesco durante la tiranía de Rosas,
que fue una rehabilitación casi en bloque de lo colonial so
metido por la Revolución: el gobierno republicano, liberal y
las guerras de emancipación.
Todo aquello que no puede encontrarse en el castellano
de Hispanoamérica como relacionado con su voluntad de des
ligarse de la tutela del idioma mismo ha de buscarse en la
sintaxis y la estilística. Los americanismos no se manifiestan
tanto en la creación o alteración de las voces —en su morfo
logía— como en el tonus que la lengua adquiere según se la
emplea pensando, hablando y escribiendo: la semántica. Si
hubiéramos de decir por qué autores como Sarmiento, Lugones,
Gutiérrez, Almafuerte, López o Mitre, tan medularmente cas
tizos, son, al mismo tiempo, inconfundibles de nuestro país,
nos encontraríamos frente a un problema bien planteado en
EL HABLA DEL PAISANO 231
la estilística como alma del idioma. Lo que nosotros liemos
modificado en lo sustancial, y hasta los límites de lo posible
dentro de la rigidez de toda lengua, es la semántica y la inten
cionalidad del lenguaje. No lo hemos deformado por fuera,
sino por dentro. Todo estudio filológico que sólo se oriente
en las direcciones de la etimología, la fonología, la ortografía,
no tiene más que un relativo y falaz valor gramatical. Es
equiparar su estudio al de una lengua muerta, en una autop
sia que jamás dará el sentido verdadero de la lengua hablada,
vivida. La comunidad y el uso común del lenguaje es tanto
o más importante que el conocimiento mismo de los para
digmas del lenguaje. En la necesidad de emplear uno solo
los diversos idiomas, la idiosincrasia espiritual de cada cual
imprime al habla una modalidad psíquica mucho más valiosa
en su diferencia tonal, caracterológica, que la semejanza que
se conserva mecánicamente en la gramática.
El idioma que hablamos es sentimental más que lógico.
En este concepto la grafología da, por homología, para la es
critura, el sentido en que debe entenderse el análisis del estilo
de una lengua oral. Tal como el rasgo caligráfico deja im
preso en la letra el alma, la intención y hasta el sino de quien
lo traza, así el habla contiene en su dibujo acústico —inflexio
nes, acentos, pausas, subrayados, mímica concomitante— deja
el rasgo espiritual, el carácter, el sino de quien habla. Esto
se percibe en la conversación, pero el filólogo no lo percibe
ya en la escritura, y en vano una semiología siempre frus
tránea intentará fijar esos rasgos del habla. El lenguaje his
panoamericano es, aunque se escriba, esencialmente oral; y
aunque esta característica sea común a todos —pues ninguna
lengua se ha escrito jamás ni aproximadamente a como se la
ha pronunciado, y en este sentido toda escritura es siempre
una traición—, ha de diferenciarse el territorio donde la len
gua constituye el volumen casi total de la vida, de los otros
en que el uso de la escritura, por estar más difundido, trabaja
de contragolpe sobre el habla. La idea se aclara pensando en
los pueblos prealfabetos y otros, como el norteamericano, de
abundante prensa.
Si es común a todas las lenguas el diferenciar orgánica y fiso-
nómicamente la lengua que se escribe de la que se habla, de la
232 EL POEMA
nuestra podemos decir que sólo tiene valor para un análisis
de lo que es genuino, en la lengua hablada. Pues la misma
lengua que escribimos parecería tomar como pautas, más bien
que ese mismo lenguaje hablado en América, el que se escribe
en España y en todas las provincias peninsulares de su dominio
lingüístico. Es decir, que el escritor hispanoamericano tiene
in mente una pauta literaria —que puede ser no hispánica— más
que el habla misma. De ahí la característica de los autores
argentinos que he mencionado, a los que hay que agregar los
gauchescos. Ellos obedecían a su íntimo sentido del idioma
hablado más que a los cánones —que existen sin pensar en ellos—
del mismo idioma para escribir. Los cánones, en todo caso,
provenían de otras lenguas, de la francesa ante todo.
La gramática corresponde a la lógica y la estética; la semán
tica a la sensibilidad y a la belleza natural. De ahí que en su
mayor parte los estudios filológicos de nuestra lengua literaria
sobre la poesía o la prosa vernácula tiendan a juzgarla por los
cánones ortodoxos (académicos) de la gramática castellana, de
Nebrija a hoy. Particularmente si se toman como base los poe
mas gauchescos, y en especial el Martín Fierro , esos estudios
carecen de sentido y han de limitarse a fijar las alteraciones
morfológicas y mecánicas, sin penetrar en la intencionalidad
ni en la arquitectura de la frase. Es algo así como trazar el per
fil de alguien dibujando su contorno de sombra en el muro.
Un lenguaje no es lo que se oye —y lo que se escribe no puede
ser más que lo que se oye—, sino lo que se entiende y se siente.
Así como en la lectura no se capta más que lo que uno tiene
en sí mismo, lo que en uno mismo despierta la lectura, en la
lengua hablada se dan perspectivas y profundidades que el in
terlocutor no capta. Capta, en cambio, la tonalidad, la inten
cionalidad, pues el habla es un instrumento intuitivo de enten
derse más que un léxico. Lo que llamamos léxico es su sistema
arbitrario de fijación instrumental. Hoy se admite que el len
guaje es una acción.
El Martín Fierro refleja a la vez el habla castiza en su forma
prosódica y sintáctica, pero no en lo principal: en su contenido
psíquico. De ahí que sean posibles varias lecturas del texto,
todas lícitas. Nadie puede dudar del país de origen de ese
narrador montaraz; y cuando decimos que está encuadrado en
EL HABLA DEL PAISANO 233
el buen castellano del siglo xvi, a nadie se le ocurre emparen-
tarlo con ningún autor ni composición conocidos de entonces,
sino con la sustancia, el alma y la forma, el cuerpo, de esa lengua
que tampoco está contenida en aquellos autores ni obras. Obras
y autores son, con respecto a esa Obra sabrosa, lo que el dic
cionario con respecto al habla misma.
Las principales deformaciones de nuestro castellano se ori
ginan en su sentido, en su acento intencional, alusivo, elíptico.
Leyendo el Poema leemos también lo que no se dice, y con
justa razón afirma Borges que no necesitaba Hernández des
cribir nada de la pampa porque todo eso el lector ya lo conocía
bien. La lengua, como la música, es ininteligible sin los silencios.
No hablamos castizamente bien porque nos hemos resistido a
ello, no porque lo hayamos ignorado. López explica la repug
nancia del gaucho a usar el mismo indumento, el mismo len
guaje que el “godo”.
Su acento era diferentísimo; su idioma completamente recortado en otra
forma aunque con los mismos elementos; sus acepciones exóticas y bas
tante numerosas para hacerse incomprensible de un hombre de España
que no estuviese acostumbrado a interpretarlas.
Martiniano Leguizamón (en De cepa criolla) confirma;
Por lo contrario se hacía gala —para diferenciarse— de no hablar como
los "godos”, y eso es lo que hacía Hidalgo al adoptar la jerga campe
sina para interpretar los ideales nuevos y bien definidos del sentimiento
argentino.
En ese gesto de desprenderse, en esa voluntad o inconsciente
manumisión, en el acto mismo y las consecuencias lingüísticas
que apareja, está lo hispanoamericano, lo que es ya español;
lo que no puede ser identificado a pesar de todos los rasgos
comunes para un filólogo que no es nada más que eso. Hemos
sorteado definitivamente muchos escollos con repugnancia men
tal. Lo que en poesía hizo el Martín Fierro, “inferiorizar”, lo
hizo el gaucho con el idioma que hablaba. Lo inferiorizó; pero
hay aquí un propósito y un resultado que deben ser analizados
aparte. El vocabulario es netamente castellano en la casi tota
lidad de las voces —dentro de ellas los neologismos están engar
zados perfectamente, como en su cuerpo natural—, pero el uso
234 EL POEMA
es muy distinto. De lo contrario el Martín Fierro sería leído en
España como aquí, lo cual no es cierto. Dice bien Unamuno,
en el aspecto morfológico:
Es hecho verdaderamente curioso... el de que cuando un escritor ame
ricano quiere escribir como habla el pueblo de su tierra, se acerca al
castizo hablar castellano.
Pero no es eso sino una similitud externa; ¿o es que, acaso,
la índole misma, lo argentino inconfundible que yo llamo, es
también lo español auténtico, aquello que la literatura española
del siglo xix habrá borrado y que se vuelve a encontrar, como
alma, en el Poema? ¿Es acaso que el Martín Fierro es tan español
por su contenido como por su forma?
Debemos seguir aceptando la hipótesis de que no es así.
Porque se trata del mismo fenómeno que hace que el hombre
de la ciudad “no se entienda”, sino en el plano de lo utilitario,
con el campesino. La diferencia entre el castellano culto de la
literatura corriente y el gauchesco de los poemas y obras ver
náculas es precisamente aquello sobre lo que no se pueden en
tender entre sí. En una gran porción puede ser estudiado por
la lingüística; en otra sólo por la estética y la psicología social.
El parentesco más íntimo está en lo que sienten los pueblos
que hablan el mismo idioma, y en este sentido estamos muchos
más lejos de España que de sus costas, y sólo en un sentido
condicional es cierto que existe una vinculación más secreta e
interna entre ambos pueblos y ambas psicologías que lo que
delatan las obras. Para recordar otra vez a Unamuno:
Tenemos que acabar de perder los españoles todo lo que se encierra en
eso de madre patria, y comprender que para salvar la cultura hispánica
nos es preciso entrar a trabajarla de par con los pueblos americanos, y
recibiendo de ellos, no sólo dándoles. Y lo que digo de la lengua digo
de la literatura.
En nuestra literatura, como en la de todos aquellos países
que cultivan a la vez la lengua culta o nacional y las dialectales,
según diferentes zonas, se da también este mismo fenómeno. Así,
pues, podemos establecer como regla que paralelamente al des
arrollo de una literatura culta, que tiene sus cánones formales
y gramaticales, se conserva en el gauchesco otra en que el giro
EL HABLA DEL PAISANO 235
del pensamiento y, por lo tanto, la sintaxis y el vocabulario
dan más larga vida a la historia de la cultura, porque reflejan
el alma del pueblo y no el saber de los hombres doctos. Y tam
bién puede inferirse que el mismo proceso de diferenciación
dialectal puede operarse, sin alteración morfológica ni fono
lógica, dentro de un mismo idioma. Es decir, que un mismo
idioma puede no ser comprensible, sino en su corteza grosera,
para individuos del mismo territorio idiomático. Se produciría
así, por una catacresis insensible y progresiva, la confusión de
la lengua dentro de la lengua misma. Acaso fue esto lo que se
produjo entre los constructores de la torre de Babel, pues ¿no
era posible que llegaran a no entenderse hablando el mismo
idioma? ¿Y hasta dónde no es un fenómeno natural y percep
tible, palpable, por decirlo así? Entre personas de un mismo
lugar y hasta de una misma familia se dan casos de incompati
bilidad de caracteres que en el fondo responden únicamente a
una semántica distinta empleada por cada uno de sus miembros.
Diferencias no acusadas en el uso de la lengua ni en su resul
tado práctico, pero que crean un resquemor, una aversión que
concluye por hacer incomprensibles a las personas mantenién
dose comprensible la lengua. Idéntico fenómeno ha sido ya
estudiado en cuanto al tempo personal que hace a veces impo
sible la convivencia de dos seres organizados en distintos tempos;
y en esta incompatibilidad participa el lenguaje, por cuanto
distintos tempos en el pensar y el hablar pueden abrir un abis
mo entre dos personas que deban tratarse diariamente, íntima
mente. Lo mismo debiera estudiarse en cuanto al “habla per
sonal”, que es una parte del ser más profunda y que trabaja
con la psiquis más profunda y esencial que el tempo.
LENGUAJE Y VERDAD
En La cautiva hay esta discordancia de fondo: los temas,
enteramente pampeanos, están expuestos en el lenguaje literario
que Echeverría usó en las demás composiciones. El mismo año
de dar sus disertaciones en el Salón Literario de Sastre, sobre
la necesidad de independizarnos de la retórica española, publica
como contribución a esa nueva literatura ese poema que se
atiene a la forma del romanticismo español más gárrulo: el
que lleva el sello de Espronceda, Valdés, Cienfuegos. Por lo
tanto, la aparición de los poemas gauchescos significa una
negación y una rebeldía, que rechaza la forma poética de La
cautiva. Quiere decir que para la formación de una literatura
nacional era preciso mucho más que los asuntos y el ambiente;
era preciso el lenguaje real, la traslación fiel de las costum
bres, de la forma de pensar, del sensorium del paisano con
todos los ingredientes de la realidad infusos en su psicología.
Este es un ejemplo de cómo lo que rechaza ante todo el espíritu
del gaucho es el idioma, tanto en su fonética y su sintaxis
como en su enjundia: el vocabulario semántico, los giros y los
modismos de la ciudad quedan censurados. En este concepto,
lo gauchesco (sobre todo de Hernández por su aversión a lo
urbano) es de sabor rosista, porque ha resuelto considerar a lo
ciudadano como extranjero. El lenguaje de Ascasubi, amplio,
rico de voces, expresivo dentro de la índole hispánica, sabe
designar y matizar. Pero lo pintoresco en él rara vez acude
a lo vernáculo, sino que surge del léxico usual en toda el
área litoral y de llanura. Su lenguaje cubre el territorio entero
del país, es realmente un idioma. En cambio Lussich exageró
los modismos regionales y la construcción sintáctica local. Lo
mismo hizo Del Campo. Por muy lato que en general sea su
idioma, el argentino siente que tiene exageradamente acusados
esos modismos y que subyace la intención de dar relieve al
habla campestre uruguaya. Dentro del idioma de Ascasubi, la
lengua de Lussich es un dialecto, la de Del Campo una lengua
rústica cultivada y la de Hernández un habla apenas sofisti
cada. Entre aquellos precursores está situado Hernández; su
238 EL POEMA
lenguaje no ofrece ninguna dificultad al oído del campesino
actual. Para ese campesino, el lenguaje de Ascasubi trasciende
a la manera de hablar del “godo”. Menos impresionista que
Lussich y mucho más restringido que Ascasubi, Hernández sólo
utiliza las voces expresivas, netas, fuertes. Construye en la
sintaxis ceñida propia del que está acostumbrado a callar
y conversar. Si en los idiomas existen palabras que conservan
intacta su carga de sentido y otras desgastadas, imprecisas y
blandas, las que forman el vocabulario de Hernández perte
necen siempre y sin excepción al primer grupo. La robustez
de su lenguaje (ideas y palabras) no admite la convivencia
parasitaria de voces ambiguas, débiles, fofas, entecas. Tanto ese
vocabulario, esencialmente masculino además, como la cons
trucción elíptica, ceñida a la intención y a lo que se quiere
decir, corresponde a lo que en algunos pueblos diferencia
el habla de los hombres del habla de las mujeres. Dentro de
este orden de consideraciones, La cautiva, en que hay tantí
sima observación fresca del natural, es un poema exótico. El
pueblo no gustó de él. Y tampoco fueron muy populares, más
allá del círculo de los amantes de la lectura, el Santos Vega
y el Fausto. Este detalle, de haber quedado esas obras limitadas
en un círculo de cultura urbana, es significativo. Como am
biente, escenas, vivencias, La cautiva es poema tan campesino
como cualquier otro, pero por su lenguaje (desde lo estético
a lo lexicológico) abre un abismo de extranjería para el lector.
Este fenómeno nos enseña que un idioma no es lo que está
atesorado en el diccionario y en la gramática, sino lo que se
habla; o mejor: una forma de vivir más que de hablar. En
cuanto a materia nacional, rural, de época, La cautiva no es
inferior a ningún poema gauchesco, ni siquiera al Martin Fie
rro. Lo que demuestra que al adoptar el lenguaje de las llanuras
bonaerenses los poetas gauchescos, no sólo obedecieron a una
exigencia de verismo (nótese que todos estos poemas son con
servados o cantados, nunca escritos en forma narrativa), sino
que tenían sentido del lenguaje como expresión de vivencias
inseparables de los hechos, del paisaje, de las personas, de los
caracteres y de la clase de aventuras propias de la región, de
lo que servía para “despertar” más que para nombrar y des
cribir. Si la literatura argentinísima de los Viajeros Ingleses, de
EL HABLA DEL PAISANO 239
Hudson y de Cunninghame-Graham no llega al alma popular,
el problema queda planteado en sus términos justos. Aunque
para este raro fenómeno existen otras causas mucho más hon
das: nuestra aversión por la realidad pura. Una contradicción
paradójica y, naturalmente, otro problema.
LA LENGUA ORAL
La lengua del Martin Fierro corresponde a los campos de la
provincia de Buenos Aires: a la que se habla, y tiene no sola
mente el vocabulario, sino las inflexiones, el énfasis, la medula.
Nietzsche prefería la forma de escribir en que la palabra con
serva su pathos oral.
El habla del Martin Fierro es habla local, frente al habla
territorial de Ascasubi; pero en cambio tiene una vigencia
más extensa que la de éste. La latitud del hablar del Santos
Vega hace impersonal, gauchesca, al habla; la personalidad, con
cisión, robustez, laconismo de la del Martín Fierro la hace
paradigmática, esquemática, del gaucho, no gauchesca. El habla
del Santos Vega —y de todos los demás poemas gauchescos: Diá
logos, Fausto y Los tres gauchos orientales, en cuyo sentido co
loquial también está La cautiva— se esfuerza por usar muchos
▼ocablos, por exhibir un diccionario completo del habla cam
pesina; el Martín Fierro sólo usa los indispensables y los justos
en cada ocasión. Ascasubi, Del Campo, Lussich, tienden a la
elocuencia, a la oración amplia, a la riqueza y al derroche. Es
un habla sin control —mecanizada—, donde la palabra se escapa
de la boca y lo dice todo, como si el oyente no entendiera
las reticencias y las alusiones: analítica, que coloca al oyente en
calidad de eipectador y hasta de forastero, a quien hay que
explicárselo todo, por fuera y por dentro. Martín Fierro habla
bajo vigilancia, mesura, reserva; sabe que el que lo escucha está
en el juego y que nada se le escapa, sin necesidad de que lo
diga. Los otros poetas gauchescos expresan muy poco, porque
todo lo que quieren decir está en las mismas palabras. En el
Martin Fierro leemos además lo que no se dice; la palabra es la
punta del pie que se apoya en el suelo para la danza.
La observación de algunos críticos, de que Martín Fierro
240 EL POEMA
es un charlatán, evidentemente es apresurada, superficial, medida
la extensión por la cantidad de los versos. El paisano habla
muy poco, pero no porque le guste permanecer en silencio.
Puede hablar durante una noche para contar un arreo, sim
plemente. Todo son digresiones, perífrasis, circunloquios, re:
flexiones: todo lo realmente sabroso, sin cansar, sin usar más
que palabras indispensables. Es una magia más que un arte.
Después de un relato de una noche, el oyente queda con la
impresión de que se le han ocultado muchas cosas (en realidad
es que está muy mal informado), pero no puede pensar que
haya estado escuchando a un charlatán. El charlatanismo no
es una cantidad, es una mecanicidad, una superficialidad. Con
cuatro palabras el charlatán es un charlatán. Pero, Lord Jim
¿es un charlatán porque habla una novela de quinientas pá
ginas? ¿Y no cuenta lo que ya se había dicho al principio, en
una página? Pero nadie puede decir que Lord Jim sea otra
cosa que un hombre concentrado, económico, parco.
En el mismo Poema hay ejemplo de qué es hablar de más
—el Moreno— y qué hablar lo justo —Martín Fierro—. Pero
tampoco el Moreno es un charlatán, porque es sustancioso;
únicamente que se escucha a sí mismo. En cambio Juana
Petrona —Santos Vega— o Laguna —Fausto— son inconteni
blemente parlanchines.
Difícilmente se encontrarán en el Poema entero palabras
que suprimir, excepto los expletivos intencionales: Me da
terror ese asunto, De recordarlo me aterro, etc., cuyo valor
como digresión o “actuación” en el habla oral es indiscutible.
En definitiva, aun sin juzgar de la economía de palabras
—prueba en que ningún poema, y apenas relatos en prosa,
puede competir con el Martín Fierro—, ¿por qué el Poema nos
deja la impresión de que en él ocurren muchas cosas, cuando eso
no es lo cierto? ¿Por qué tras la lectura del Santos Vega sen
timos la impresión de que las muchas historias —completas,
del nacimiento a la muerte— contienen pocos hechos, poca
acción? Cada personaje de este poema vive diez veces más que
el mismo Martín Fierro y el relato del Hijo Mayor sería incon
cebible, fuera de foco, para Ascasubi; es posible, además que
casi todos los episodios de esas vidas tengan mayor interés
—inclusive policial— que las del Martín Fierro. La extensión
EL HABLA DEL PAISANO 241
del Santos Vega es tres veces mayor que el Poema de Hernández,
en superficie. ¿No nos queda la impresión, después de la lectura
de ambos poemas, que el Martín Fierro contiene más? Es que
en este Poema muchas cosas se dicen de manera indirecta, otras
tácitamente, otras las ponemos nosotros y no están en el texto.
Por ejemplo, la suerte de la mujer y de los hijos de Martín
Fierro, que no aparecen, dejan en el lector la sensación de
biografías ricas de contenido, y eso es lo que pesa como materia
viva en la lectura. Pero de muchos personajes del Santos Vega,
que actúan y que actúan dramáticamente, no encontramos ni las
huellas. Son fantasmas. Bastaría recordar la historia del gringuito
cautivo para entender sin más explicaciones qué es densidad
en el lenguaje. Digresiones como doma del caballo, exorcismos,
costumbres de las indias para criar los hijos, el dormir al raso,
los consejos, forman piezas perfectamente ensambladas. Porque
no son digresiones: están en el tono del Poema, y de verdad las
digresiones, las láminas ilustrativas, son los hechos. Ascasubi,
como nuestros malos lectores de historia y de novela, creía que
todo era interesante; Hernández sabe, por su ejemplo, que sólo
es interesante aquello que la palabra plasma como una mano
la arcilla.
Si algunos críticos, particularmente extranjeros: Page, Owen,
y entre nosotros Groussac y Mitre, han supuesto que esa habla
—“jerga”, la llamaban— ha sido confeccionada artificialmente
como “lengua gauchesca”, hasta constituir un lenguaje conven
cional análogo al empleado por Juan del Enzina en sus églogas,
Lope de Rueda en sus pasos y Gil Vicente y Torres Naharro
en sus comedias, es porque hay ahí un problema que merece ser
estudiado. Estos autores formaron, efectivamente, para el teatro,
una jerga rústica o pintoresca por lo exótica. Cribaban el habla
rústica y hacían de la criba una caricatura. La lengua vernácula
de ellos y de los sainetistas se caracteriza por ser una caricatura.
Lo que criba la poesía gauchesca no es el vocabulario, sino lo
social. Pero en el Martín Fierro la criba es, además, lo que se
da por supuesto y lo que, precisamente al extranjero, puede
despertarle interés. En aquellas églogas, pasos y comedias la
lengua es el espectáculo y la acción lo accesorio. En el Martin
Fierro la lengua es el drama y la anécdota el espectáculo. Toda
reducción intencional del léxico es un artificio; pero en el
242 EL POEMA
Martín Fierro, poema de parquedad extrema, la limitación
resulta de lo innecesario de un mayor caudal de voces. Mejor
dicho, la limitación del lenguaje es un resultado de la limitación
del eníoque, de la supresión intencional de innumerables notas
de ambiente, de paisaje, de cosas.
En otro aspecto, tampoco la lengua gauchesca sería más arti
ficial, por selección, que la lengua culta, pues le lleva la ventaja
de lo natural. Esta observación da lugar al criterio de Juan M t
Gutiérrez —tácito en cuanto a los poemas gauchescos, explícito
en cuanto a la poesía culta en general—, de Mitre, de Obligado,
de Groussac y de muchísimos más, que pretenden que la poesía
debe hacer una previa criba de lenguaje. Al reprochar el verismo
de los gauchescos se tiende a otra finalidad, es decir, se parte
de otros motivos. Pero el lenguaje culto es un instrumento de
la cultura que no crea categoría cultural en lo inferior. Los
que preconizan una dignidad del idioma siempre sobreentienden
que hay una dignidad correlativa en las cosas de la naturaleza,
del hombre; jerarquías siempre respetables desde sus orígenes.
Tan impropia es el habla culta para la lectura por el casi
analfabeto, como al revés. En el poeta culto hay también una
intención enfática en la elección del vocablo —por ejemplo:
Darío—, que muchas veces y no siempre lo exige el asunto. Eso
mismo hacen Ascasubi, Del Campo y Lussich, que no necesitan
de la tipografía para subrayar las voces oriundas y gráficas. Pero
no Hernández, que usa palabras no curiosas, sino llanas y co
munes. Porque lo gauchesco tiene en los otros autores también
su orgullo de casticismo, de novedad y de brillantez. No se
encontrarán en el Martín Fierro voces del castellano desusadas,
si designan cosas que no se usan, o si estas cosas han pasado
a designarse de otro modo. Sus arcaísmos no son pintorescos, sino
propios. También ha eliminado Hernández las exquisiteces en
lo burdo y ordinario. Su habla campesina no es de ninguna
manera torpe, ni siquiera en la intención. La lengua de la
Segunda Parte es aún más limpia, desbrozada ya de toda inter
jección equívoca. Los personajes de Hernández no tienen elo
cuencia —del Campo, Lussich— ni locuacidad —Hidalgo, Ascasu
bi—; sus personajes se deleitan con la narración misma, con el
giro de sus pensamientos, con la impresión, pero no están atentos
a la frase ni confían más en la palabra que en el cuchillo.
EL HABLA DEL PAISANO 243
LA LENGUA MASCULINA
El predominio del hombre sobre la mujer en la acción pú
blica y en la orientación de la vida familiar y aldeana ha
establecido un cariz diferencial entre el habla masculina y
la femenina. No es fenómeno curioso, sino sobrevivencia de for
mas paralelas que existieron en sociedades primitivas y que
subsisten aún en algunas islas del Pacífico. Es muy posible
que ese carácter se haya perpetuado, inadvertidamente, hasta
en las lenguas muy evolucionadas por la civilización. Sin duda
ninguna, los hombres entre sí y las mujeres entre sí usan voca
bularios y giros distintos. Sin llegar a ese extremo de los pueblos
de acusado tipo patriarcal o matriarcal, en que el tabú sexual
gravita poderosamente en todos los órdenes de las relaciones
sociales, inclusive el idioma, hay sobre todo entre nuestros cam
pesinos dos hablas sensiblemente diferenciadas; fenómeno acaso
común en muchas, si no en todas, las naciones del continente.
La lengua rústica popular es orgánica, psicológica y complexi-
vamente masculina. Esta es la lengua gaucha, la del Martín
Fierro en primer término. Entre los comentaristas del Poema
únicamente una mujer, Herminia Brumana, ha visto este cariz
en su libro: Martín Fierro, nuestro hombre. La masculinidad
que se percibe en la lectura no se suscita en el lector —y más en la
lectora— únicamente por las circunstancias de que sus personajes
principales sean hombres o de que la acción y los episodios
ocurran, casi siempre, entre hombres y lugares donde habitual
mente sólo concurren hombres (pulperías, fortines, campo
abierto, cárcel, juzgados), sino de algo mucho más hondo y cua-
lificador: del habla misma. Aun la descripción de las indias
y el episodio entero de la Cautiva tienen ese mismo inconfun
248 EL POEMA
dible sabor de relato hecho por un hombre a otros hombres.
Las referencias de la Cautiva, la única palabra —ioká — que
pronuncian las indias, sus quehaceres viriles —degollar vacas,
preparar los malones, saquear—, la actitud de las mujeres en el
baile de Cruz, la Negra que se enfrenta a Martín Fierro, el duro
destino solitario de la mujer de Fierro, la turba en el juzgado,
carecen de lo esencial femenino. No sólo esos episodios están
contados como los ve el hombre, sino que carecen en sí abso
lutamente de todas las condiciones que la mujer crea con su
presencia. La maternidad de la Cautiva es algo de rudeza ani
mal, al borde de los límites humanos, y lo que hay en ella es un
varón, bien probado en inclementes pruebas, en cuerpo de
mujer. Esta es la mayor semejanza del Martín Fierro con el
Cantar de Mío Cid, aunque es patente al extremo la mayor
masculinidad del nuestro.
DE LA BASTARDIA ORAL
Es un caso singular la pureza castiza de nuestro castellano en
el interior del país, tanto en los confines como en el litoral, qui
zá explicable por el desdén del conquistador hacia el salvaje.
EL HABLA DEL PAISANO 257
Muy pocas alteraciones sufrió el idioma por la resistencia de los
pueblos autóctonos que poseían su lengua, e incorporó muy po
cas de sus voces; más bien hubo de deformarse por sí mismo en
la latitud del territorio y en las innumerables vicisitudes de la
colonización. El idioma actuó como sobre una región lingüísti
camente despoblada.
Las lenguas indígenas desaparecieron sin dejar otros vesti
gios que algunas pocas palabras que designan cosas que pasaron
al uso de los sobrevivientes extranjeros. La lengua misma, sus
inflexiones (pero no así sus características psicológicas), su cuer
po lexicológico, se perdieron. Las lenguas autóctonas se extin
guieron bajo el mismo sino de las tribus que las hablaban. No
hubo simbiosis ni derivaciones dialectales siquiera. Quedó el cas
tellano entero, mucho más que como quedó el europeo entero,
íntegro en su vocabulario y en su gramática, como lengua nació-’
nal semejante a la de España. Pero no podía lógicamente seguir
siendo la misma sin sufrir los trastornos de un clima, de un pai
saje, de un mestizaje y de un mundo de costumbres distintas. Las
deformaciones que en sí mismo sufre el castellano, bastardeado
por influjos psíquicos más que por aportes lexicológicos, por
presión más que por ingestión, por deformaciones sociales más
que por adopciones, están en la índole misma del idioma. Obe
decieron a sus leyes estructurales y orgánicas, como en la Penín
sula. Todas las voces bastardas han sufrido las leyes generales de
la evolución de los idiomas, y ésta es una clave psicológica tanto
o más que lingüística. Acusa la profundidad de nuestra adhe
sión a lo hispánico colonial, a un cariz viviente de la historia
inseparable del idioma. El agente de hibridación o bastardía no
fue de vocabulario y gramática, sino psicológico; y su síntoma
más acusado, la censura y la escasez. Institucionalmente el idio
ma castellano nunca perdió de su vigencia liberal como no la
perdieron las demás instituciones hispánicas. De ahí la elipsis en
la sintaxis y la pobreza en el léxico, características del habla gau
chesca y de la culta por igual, en el campo y en la ciudad, en la
conversación y en la literatura. Cada uno de nuestros escritores
pulcros tiene su propio idioma, no en lo suyo como es lógico,
sino en lo nacional.
258 EL POEMA
INSURRECCION DE LO GAUCHESCO
La poesía gauchesca es un fenómeno nuevo, original en nues
tras'letras. El programa del “Salón Literario” de 1837 queda re
ducido a un intento tímido y en la misma línea de lo hispáni
co, comparado con esta inesperada y desagradable empresa de
crear una literatura totalmente argentina. Ante todo, no era
éso lo que se quería, lo que se esperaba, ni lo que podía satisfa
cer el afán de emancipación de los hombres cultos. La poesía
gauchesca era una emancipación a fondo hasta contra los mis
mos emancipadores. Es lo que el pueblo puede hacer mediante
una revolución, cuando ignora las teorías y los programas cul
turales de gobierno. Lo que hacen estos poetas del pueblo — por
llamarles así — es declarar como extranjera inclusive la volun
tad de crear una literatura nacional con elementos foráneos.
Sin embargo, no realizan una revolución; sino que lo español
de cepa popular reverdece en ellos, y por ellos la literatura
vuelve a entroncar con lo castizo. Es la misma tarea que reali
zan, salvadas las distancias, los creadores de las literaturas na
cionales europeas, cuando abandonan el latín — la lengua ex
traña —, y mediante el uso de las lenguas romances se aplican
a tratar de lo propio en una forma nueva, que era la realmen
te vieja.
Ningún antecedente podían invocar los innovadores, que se
apartaban deliberadamente de lo rutinario, sino la existencia
misma de un pueblo, la realidad de cosas, de hechos, de situa
ciones que no habían sido recogidas sino accidentalmente en las
LO GAUCHESCO 279
SIMBOLISMO
No es necesario inquirir en qué consiste el simbolismo
oculto en el Poema. Algunos versos nos previenen de que en
la concepción de la Obra se ligan los acontecimientos biográ
ficos a los de un orden potencial, que ellos no alcanzan a
perfilar y delimitar concretamente. Finalizar la Vuelta en el
canto trigésimo tercero, que es la misma edad de Cristo, o
insinuar que es preciso rumiar mucho para entender el Poema,
son simples advertencias de que en la conciencia de la obra
que Hernández estaba realizando algo trascendía al hecho es
cueto y a la anécdota. Buscar, sin embargo, el enigma oculto
en el relato sería desorientarse asimilándolo a una alegoría.
Parece mucho más sensato aceptar que el Poema trasciende
su sentido literal dentro de su misma realidad, en cuanto los
personajes y los episodios son significativos, además, de un
status de dimensión social y nacional en el mismo sentido en
que el Facundo de Sarmiento trasciende lo efímero y ocasio
nal hacia un tipo de historia que, con distintos actores, cir
cunstancias y lugares es susceptible de repetirse indefinidamen
te. Habría percibido el Autor lo intemporal y lo impersonal
de sus creaciones, porque arrancando de la fuente misma de
los hechos que dan fisonomía a un país, como se la da en
otro sentido su geografía, este o aquel suceso con uno u otro
actor esquematizaba una acción imperecedera. Esa conciencia
de que su Poema trascendía del individuo, del sitio y del
instante, es posible que la adquiriera en el logro de su empresa,
pero ya en su realización debió guiarlo el presentimiento de
que la anécdota era a la vez un evento biográfico y un docu
mento histórico. Nada de lo que acontece en su Poema tiene
más importancia que cualquiera de los actos ordinarios del
vivir en condiciones desfavorables y violentas; lo consuetudi
nario y lo común caracterizan la aventura, que con fatalidad
mecánica ha de haberse producido innumerables veces. Ha
rechazado, pues, lo excepcional e insólito, lo que se da con
carácter de anomalía y exclusividad, y que es lo que suele
revelar un temperamento o un azar feliz en el héroe y el con
quistador, para aceptar un orden de sucesos en que cualquiera
308 EL POEMA
puede ser víctima o victimario. Precisamente por esa univer
salidad e impersonalidad pasa a primer término lo informe
y lo indeterminado en función de Protagonista del drama.
Lo estrictamente biográfico no existe sino en algún pasaje del
relato de Cruz, en la historia de Vizcacha y en la de Picardía;
lo demás son escenas que compaginan una crónica del vivir
rural. Por muy destacadas que estén las peleas de M artín
Fierro y de Cruz, o las aventuras en el Fortín, no son sino
episodios de esa crónica a cuyo trasluz se ve un panorama y
una época, que son lo que realmente tiene personalidad y ca
rácter.
Por eso Hernández suprimió todos los elementos de iden
tificación, comenzando por los nombres, y disolvió en la pe
numbra sus figuras. No sabemos cuándo ni dónde ocurren
los hechos que narra el Poema, ni nos interesa mayormente,
pues el conjunto de todas las cosas que en él figuran pasa a
ser la persona dramática, el receptáculo que da forma a su
contenido.
De inmediato se intuye que de ese conjunto de datos que
configuran una realidad se han sustraído muchos otros, a me
nudo de los más corrientes en toda narración; pero precisa
mente las narraciones, que destacan en primer plano los factores
personales y ordinales, con más frecuencia hacen abstracción
de aquellos otros factores amorfos y casuales. Hernández no
sólo hizo abstracción de los nombres, los lugares, las fechas,
los rostros, las formas, los colores, los decorados y vestuarios,
por decirlo así, sino de cuanto pudo ser intransferible de un
ser a otro, genuino y propio de un individuo. El acontecer
se mecaniza, se lo puede prever en conceptos estadísticos y
adquiere una sinrazón absoluta y terrible, inlocalizable y fatal.
Justamente lo más característico de las actitudes de Martín
Fierro, la pelea, tiene ese signo de repetición, cuyo automatismo
extraño a su voluntad nos lo revela él mismo en la Payada.
Pero mucho más visible es la falta de iniciativa personal y el
imperio de las fuerzas ambientales en las escenas de la toldería.
Sean los movimientos de masas o de individuos, los parlamen
tos, danza, preparativos del malón o faenas y costumbres, lo
colectivo predomina sobre lo personal. Comprendemos que
cualquier intento de caracterización, para que alguien se par
LAS ESENCIAS 309
ticularizara de los demás, habría sido una concesión a la rutina
de juzgar más importante la parte que el todo. La vida de
las tribus, tan semejante a una colonia de insectos, a una
manada, sin más cohesión que el instinto gregario, es una
reiteración, en plano inferior, de la vida en la Frontera. Allí
se ven más al natural las líneas de fuerza de una agrupación
humana sin pautas sociales actuando sobre los individuos, im
primiéndoles su estilo bárbaro con mecánica regularidad. Tam
bién ese mundo del indio está esquematizado; se conservan en
él sus notas orgánicas, estructurales, que mediante una inmensa
variedad de individuos reproducirán infaliblemente los mismos
hechos.
Del mundo de la Frontera también se han abstraído muchos
elementos, casi siempre los que se cotizan como fundamentales
y que no pasan de ser accesorios y precarios. Los invariantes
históricos, las fuerzas humanas elementales que hacen del in
dividuo un autómata y de un grupo social un individuo de
inalterable conducta y de existencia inextinguible, prevalecen
sobre el ansia de libertad y de afirmación de la propia perso
nalidad. El argumento del Poema es la lucha del individuo
contra las fuerzas ambientales, y la apelación desesperada al
aislamiento como última instancia para salvar su persona. Las
fuerzas en juego son hostiles y destructoras, los enemigos del
individuo tan innumerables como los factores integrantes de
esa realidad. El único personaje que colabora con el status ,
en una acomodación, ventajosa, es Vizcacha. Determinar qué
clase de sociedad es ésa, cuáles son sus reservas y sus agentes
naturales, equivaldría a definir los móviles ocultos que deter
minan todo el proceso histórico de una raza o de un país.
En el Poema se adopta el procedimiento mejor, que es el de
destacar, por los individuos y por la clase de acontecimientos
a que están expuestos, es decir, de los acontecimientos comu
nes e inevitables que unas veces se padecen y otras se causan,
qué clase de detritus histórico se engendra. Toda historia es
la estructuración de esos detritus del vivir social con elimina
ción de cuantos datos no convengan a la congruencia del
sistema. En el Martín Fierro se elige para esa estructuración
los agentes vivos y permanentes de ese proceso, de modo que,
como en las parábolas y las fábulas, el sentido cabal del asun
310 EL POEMA
to se obtiene por una conversión de los signos de una con
cepción global. Cada lector puede extraer distintas consecuen
cias, según el orden de conexiones que se establezcan entre los
datos escogidos de una inabarcable red de hechos y significados
y su propia concepción del todo histórico. Lo que parece cierto
en el logro del Poema es que el Autor intuyó como primordial
precisamente aquello que los historiadores y los cronistas diluían
en un trasfondo tecnológico, para dar relieve a los agentes
individuales, a sus empresas y a la demostración que de ante
mano debían ellos de proporcionar. En la concepción de H er
nández se ha trastrocado ese orden: el individuo, su conducta
y su servicio a una manera de condicionar la realidad se
desplazan al trasfondo del argumento, y los entes abstractos
—la soledad, la injusticia, el destino, la crueldad, la pérdida
de los bienes, la autoridad arbitraria— avanzan al primer pla
no del enfoque. Cuál sea la fisonomía de ese protagonista
informe, potencial, omnipotente, sólo puede intuirse en el
grado en que el Poema y el mundo que refleja puedan ser
comprendidos íntimamente. No sería posible explicar de otro
modo la sistemática eliminación en el Poema de todo dato
personal, psicológico y objetivo, la suplantación de los nom
bres por motes, y la indeterminación de lo auténticamente
j^ropio de cada personaje. Adviértase que la vida de éstos
entra en la categoría de las acciones mecánicas y extensas de
las aventuras; que Martín Fierro desvanece en una penumbra
de vaguedades cuanto se refiere a lo íntimo de su existencia,
y que con las quejas por su suerte encubre lo que pudo haber
nos puesto en contacto directo con su alma y con su real
biografía; que Cruz emboza en la disertación ingeniosa detalles
esenciales de su vida de soldado, y de marido, como ocultó
hasta el fin la existencia de su hijo, y que cada personaje es
un enigma en su psicología y en su verdadera historia. Si los
hechos que Martín Fierro refiere se extienden en un lapso de
diez años, se percibe que ha aprovechado muy pocos materiales
biográficos, y los de mayor espectacularidad, para dejar en
un silencio por siempre impenetrable el resto de su vida. Esos
pocos hechos son episodios que se cumplen cada uno en con
tados minutos, y si para el lector ocupan el largo trecho de
una década es porque toda la concepción del Poema nos acos
LAS ESENCIAS 311
tumbra a palpar en la sombra y a completar con nuestro sentido
de la vida amplios perfiles de figuras de las que sólo percibimos
una parte minúscula. El Poema se totaliza por nuestra facultad
de entender no los datos concretos de las cosas, sino sus con
figuraciones generales y sus conexiones con otras cosas que
entran en otras configuraciones generales.
Es preciso, pues, incorporar los hechos y los elementos po
sitivos ausentes al texto de la acción. Lo que Hernández ha
eliminado son presupuestos lógicos en todo conocedor de la
vida del campo y de la modalidad psicológica del paisano. Si
ese trastrueque de la perspectiva, en que lo general y abstracto
se condensa en un corpus de realidad no definida, es una
imperfección inherente a la falta de recursos literarios del
Autor, a las peripecias de la concepción del Poema, o a un
propósito deliberado, es cuestión ociosa, pues, tal como la
Obra ha sido lograda, su verdadera expresión —su configura
ción total— resulta de lo que intermedia entre situaciones y
personas concretas y nítidamente dibujadas, tal como en los
rompecabezas y en las figuras que utiliza como ejemplos la
psicología de las estructuras.
Es claro, por lo demás, que de las imperfecciones suelen
resultar en arte grandes efectos, puesto que el material sobre
el cual actúan las facultades estéticas es más rico e infinita
mente más insometible a las clasificaciones lógicas que la
realidad que percibe el raciocinio. En la imperfección de la
obra de arte, que no obedece a torpeza o ineptitud del artista,
se infiltran a menudo elementos de la intuición pura por
sus grietas y dan al sentido total de la obra una grandeza
que la razón no logra discriminar. Mucho del arte pictórico
moderno ha utilizado la imperfección como instrumento de
penetrar más hondamente en el sentido intuitivo de la realidad
que oculta el trazado geométrico con que se ha agrimensurado
su orden natural asimétrico. Si se considera el Poema como
una subforma de la novela, se advierte de inmediato que
precisamente sus imperfecciones le agregan fuerza e interés.
El lector sabe siempre muchísimo más de lo que le cuenta el
novelista, aun de la misma novela que lee, y parece haber
pasado ya la época de ingenuidad en que el novelista creía
reproducir fielmente la realidad cuando la copiaba literalmente.
312 EL POEMA
Kafka ha descubierto que precisamente era la realidad lo que
se les escapaba a esos novelistas, inducidos por el absurdo
sistema de los historiadores y de los que describen la naturaleza
inorgánica. Whitehead (en Modos de pensamiento, III) ha
dicho que “No hay razón alguna para sostener que la confusión
es menos fundamental que el orden”. El mundo del Martín
Fierro está desordenado según el patrón de una sociedad bien
organizada, pero en esa confusión, en que todo es igualmente
posible e imposible, priva una regla de desorden que alcanza
el rigor de una ley natural. No se esforzó Hernández por
reducir a una explicación satisfactoria según la “ciencia del
pueblero” lo que ocurre en su mundo; acaso su observancia
más fiel de la realidad consista en que lo absurdo es un ingre
diente positivo de su argumento, eliminando en primer término
“la lógica del historiador”.
Lo que falta en el Poema tiene la misma función efectiva
que lo incluido en él. Nunca hubiera podido contenerlo todo.
Los elementos no expresos forman un borde dentado que
engrana lo que ha sido puesto en la Obra con lo que ha sido
omitido. Lo que no se cuenta ni especifica hace presión desde
fuera sobre las figuras diseñadas. En algunas circunstancias
les imprime una deformación de caricatura, que puede ser
trágica o grotesca. Aun a los personajes les faltan rasgos,
cualidades, porciones vitales de la persona real, para que ad
mitamos que nada de ellos ha sido transferido al plano com
plementario de lo que no se dice.
Con las vagas alusiones del lenguaje impreciso hacen
contraste las minuciosas “tomas” de la acción, bien detalladas
siempre, destacándose de un fondo en que no hay nada. Así
cada pelea, los bailes, las reuniones, las aventuras, los perso
najes secundarios, se acusan como súbitas iluminaciones en las
sombras, y lo que no recuperamos de esas escenas y seres se
funde con la masa amorfa de lo que suponemos existente pero
con una presencia fantasmal. Las mujeres de M artín Fierro y
de Cruz están vivencialmente puestas en el Poema, del que
están ausentes de modo total. De esas figuras y de muchas
otras sólo queda el hueco de la lámina de que han sido re
cortadas. Pero ese hueco, esa abertura que comunica con lo
inexistente, cumple una función en la economía del Poema,
LAS ESENCIAS 313
y también las muchas cosas que no se mencionan siquiera, pero
que sentimos que están en él, como el paisaje, los oyentes del
relato, los otros hijos que no encuentra Martín Fierrro, y las
muchas cosas de todos los días de sus diez años de sufrimientos.
Todo lo que es aludido y luego olvidado, presentado fugaz
mente y suprimido de un corte, pasa a integrar el plano de lo
potencial y diabólico de donde pueden surgir otra vez de pron
to, o quedar disueltos y sumados a las potestades hostiles que
allí se llaman destino.
Los hechos en que participa Martín Fierro son “pruebas” de
desdichas, y él a su vez una “prueba” de la desdicha instaurada
como una télesis del proceso social, que se reproduce a escala
reducida en cada uno de los agonistas. Por eso es que cada
uno de ellos sólo trae al Poema una palabra del texto de la
realidad y del sentido lógico de la lectura de la oración entera.
La intuición de Hernández, de que por medio de lo anó
nimo y de lo amorfo se configura en la nuca del lector una
imagen veraz de la realidad, susceptible de adoptar facticia
mente todos los nombres, los rostros y las formas, hasta poblar
un territorio y dar a cada ser un papel directivo, se ha antici
pado en medio siglo a la “toma” que han logrado, del mundo
en que vivimos y no del mundo astronómico, la filosofía exis-
tencialista y el arte y la literatura de un realismo trascenden
tal. Hernández limó las aristas, soldó la parte a un todo,
introdujo lo general en lo íntimo, articuló las cosas ciertas con
las matrices abstractas de donde nacen, borró lo que de cada
individuo hace un acontecimiento único en la historia del
cosmos, creó un tipo móvil de biografía intercambiable entre
innumerables agentes de un tipo de historia, puso el interés
del relato por partes iguales entre lo exhibido furtivamente y
el bloque de lo informe de donde vemos que surge y en donde
desaparece, y dio a lo anecdótico el simple valor de una prueba
—igualmente válida entre otras muchas— permutable y conver
tible según el sistema de conexiones que se adopte. Al hacerse
permeable y flúido ese mundo, entra en comunicación con
lo eterno y universal, y quizá su coyuntura sea el ínfimo nivel
de civilización en que se apoya.
Es, en efecto, si no un mundo primitivo, un mundo ele
314 EL POEMA
mental del que se han eliminado los puntales y el andamiaje
de la civilización. La clase de relaciones entre los seres huma
nos, el modus vivendi en vigencia, pertenecen a la barbarie,
pero los personajes son productos de un estado superior, en
quienes disposiciones naturales suplen los efectos de los prin
cipios normativos y el discernimiento del bien y del mal la per
niciosa enseñanza por los ejemplos. En lo que entienden por
destino los personajes está la desproporción del combate entre
sus voluntades y las fuerzas degradantes del medio, el desnivel
que separa al hombre y su conciencia de la sociedad y su per
versión mecanizada. Continuamente son instados, por coaccion
o . por persuasión, a un avenimiento con el regimen de vida
normal, a una capitulación incondicional. El drama se plantea
por la resistencia. El único que ha resuelto este conflicto de
ajustes es Vizcacha. Pero la superioridad del hombre sobre su
medio proviene de ciertas reservas incorruptibles de la condi
ción humana, no de que respondan a normas de conducta
vigentes en un estado social distinto y mejor. Los personajes
son primarios, y por eso mismo mantienen sus inclinaciones
específicamente buenas, sin que podamos juzgarlos con arreglo
a exigencias de otro orden. Las consideraciones de Lucien Levy-
Bruhl (en La mentalidad primitiva , XIV, iii) sobre el modo de
pensar, sentir y comportarse de los pueblos precivilizados,
tienen aplicación en el caso de los personajes del Poema:
Cuando los vemos de este modo, como nosotros y a veces mejores que
nosotros: fisonomistas, moralistas, psicólogos (en el sentido práctico de
estas palabras), tenemos dificultad en creer que puedan ser, desde otros
puntos de vista, enigmas casi indescifrables, y que profundas diferencias
separen nuestra mentalidad de la de ellos. Fijémonos, sin embargo, en
que los puntos de semejanza nos llevan siempre a aquellos modos de
actividad mental en que los primitivos, como nosotros mismos, proceden
por intuición directa, aprehensión inmediata, interpretación rápida y
casi instantánea de lo que es percibido; si se trata, por ejemplo, de leer
sobre el rostro de un hombre sentimientos que quizá no se confiese a sí
mismo, buscar palabras que hagan vibrar la cuerda secreta que se quiere
tocar, buscar el ridículo de un acto o una situación, etc. Están guiados
aquí por una espccie de perspicacia o de tacto. La experiencia lo desarrolla
y lo afina, y puede llegar a ser infalible, sin tener nada de común con las
operaciones intelectuales propiamente dichas.
Estas facultades naturales, que también constituyen la “cien
cia del gaucho”, entran en juego en un medio albergado en
LAS ESENCIAS 315
sus componentes éticos y legales por la intrusión de agentes
corruptores, movilizados por otros rodajes invisibles en el
Poema. No aportan al medio natural y primitivo en que la
mentalidad del paisano se ha formado instancias de mejora
y de equidad, sino al contrario; con lo cual se interpone entre
su mundo y él una capa desfigurada y fraudulenta de un orden
superior que quiebra el orden de su adecuación, de su acli
matación. Esta discordancia no existe en el mundo del primi
tivo. Se ve a sí mismo el paisano, el hombre, como exilado,
perseguido; enemigo, es decir, dislocada su persona de su ha
bitat. Las cosas subsisten intactas, lo único que se ha introdu
cido en ellas es el fraude, la mala fe, con lo que se han per
vertido por dentro, conservando todas sus apariencias y hasta
sus articulaciones. Así contempla Martín Fierro con estupor
que todo se rompe y se disipa como un sueno, y que la ley
que gobernaba antes su relación con el mundo, es la misma
que hace de su existencia un conflicto incomprensible. Es el
mundo en que vive el que se ha transfigurado, desplazándolo
a él como a un ente absurdo. Y lo mismo les acontece a todos,
en mayor o menor grado, menos al hombre que comprende y
se adapta: el viejo Vizcacha.
Al plantearse así, en lo elemental, la incompatibilidad entre
la conciencia y un orden falso, legalizado meramente por su
poderosa organización, racionalizado por la precisión de su
funcionamiento mecánico, el problema humano del Martín
Fierro trasciende al plano universal, y el pedazo de tierra que
ahí abarca la mirada se extiende al territorio total que habita
el hombre. Para que esa tierra y ese hombre no desaparecieran
con “el tiempo y. sus mudanzas”, Hernández suprimió de an
temano todo lo que podía perecer, a riesgo de que el crítico,
setenta años más tarde, dijera que el Poema es la imagen de
una época y de un tipo humano que ya han caducado. No ne
cesitaba haber masticado mucho Martín Fierro antes de echar
la bravata sobre el tiempo que durarían sus cantos, de ser así.
Mas la verdad es otra. Acaso en los sobrevivientes de los pue
blos europeos que han sufrido directamente los desastres ab
surdos de la última guerra, la lectura del Poema cobrara hoy
un sentido más profundo y nacional que entre nosotros. El
mundo en que ocurrían “esas cosas que ni los diablos las
316 EL POEMA
pensaron” no era una franja de tierra entre la civización y la
barbarie, entre la conciencia sana del hombre primario y las
cosas descompuestas por dentro de una sociedad sostenida en
pie por intereses inconfesables. Orfandad y viudez, destierro
y soledad, miseria y crímenes, despojo y crueldad, se llaman los
verdaderos personajes de este Poema. Las historias adventicias
que en él se narran calan a un fondo en que ni las personas, ni
los trajes, ni los enseres, ni la edad, ni el saber ni el tener inte
resan mayormente; calan al fondo de la aventura que vive el
hombre que no varía con las modas ni con los espectaculares
juegos con que se distrae. Es la historia auténtica de los seres
humanos, lo que de veras tiene sentido y es profundo —trágico,
jubiloso y bello— aquello que se vive, y el drama resulta de
que cada cual es un ejemplar único para toda la eternidad,
pero no una vida. Pues nunca se vive la propia biografía, sino
que todo resulta compleja y absurdamente ordenado, por tener
la vida y el pensamiento que acomodarse al hueco que les dejan
las cosas, al pedacito de espacio y de tiempo que ha de ocupar,
entre hechos y entre vidas de otros. Hernández no pudo ir más
lejos —llegó hasta los límites de lo que la razón puede com
prender— en la descripción del mundo en que vivimos, al pres
cindir de toda referencia cierta y categórica, al concebir las
vidas de sus personajes como frágiles plantas que crecen en las
grietas de un muro de piedra. Es un poema en “negativo”,
cuyo proceso natural es de desintegración, y cuya clave del
sentido profundo encontramos en la historia del Hijo Mayor.
El transcurrir del Poema es como si se tirara de un hilo que
deshace un tejido que ya contiene un cuadro. Los personajes
y las cosas que están en él sienten que se desarman, que se
desvanecen, que son absorbidos como por una inmensa y lenta
serpiente, sin comprender cuál sea la causa ni que todo ocurre
así porque están en un tejido que se deshace. Sienten que desde
fuera alguien tira del hilo que los constituye y llaman a esa
mano destino. Al fin existen porque se les evoca, y nunca
adquirieron sino una fragmentaria y misericordiosa existencia.
Más aún: si alguien les dijera que sólo han sido imágenes de
un sueño, y todo una angustiosa pesadilla, podrían convenir
en que sí, aunque sin conceder que las imágenes de la vigilia
sean más ciertas en la urdimbre de la realidad impenetrable.
P a r te Segunda
LOS VALORES
EL ORDEN DE LOS VALORES
En o b r a tan heterogénea, que recoge y aglutina materiales de
fuentes tan diversas de inspiración y de motivos, la unidad ver
dadera está fundada, más que por la presencia constante del
Protagonista, por el estilo en que está realizada. Es este ele
mento, el estilo, el que da un nivel de altura para todas las
partes de la Obra, hasta en sus episodios más fugaces, levan
tándolas al par de lo fundamental y argumental. El mosaico
que componen los múltiples temas y derivados se unifica en
un sentido estético, y los pasajes líricos engranan con el asunto
histórico, la endecha con la crónica, la biografía con lo abstracto.
El estilo del autor es la fuerza arquitectónica que ordena y
equilibra esos materiales diversos, generando un orden de valo
res que tienen por base y cúspide la jerarquía del artista más
que el mérito intrínseco de los materiales utilizados. Porque
todo es pobre y hasta miserable en el Poema, excepto la gloria
del Artista que lo concibe. Lo real se integra, ante todo, con
lo social, pues personajes y cosas son casi abstracciones. Lo ima
ginario no existe: es simplemente el punto hacia el que con
vergen, conforme a las leyes de la perspectiva, los elementos
del Poema. En éste no hay algo que sea menos cierto que lo
demás, pues la categoría de lo verídico resultó, como el Autor
se lo propuso, lo principal. Que hayan existido esas personas,
que hayan existido esos hechos es cuestión que muy poco tiene
que ver con su realidad .No es lo real lo que le da realidad;
de su realismo dimana lo real. Sin embargo, hay una instancia
superior. A pesar del interés que despiertan el argumento, los
temas centrales y los derivados, los episodios y las personas
dramáticas, por base de todo ello y por sostén está lo poético.
Ninguna relación tiene con lo poético la fantasía. Este es el
valor primordial, esencial, cualquiera sea el valor absoluto que
esa clase de poesía gauchesca pueda merecer, si se toma exclu
sivamente una tabla de valores del Poema como tal. Ni lo bio
gráfico, ni lo anecdótico, ni lo político, en fin, alcanzan la
misma categoría. La expresión, es decir, todo aquello que el
idioma puede facilitar a la necesidad de transmitir la vivencia
320 LOS VALORES
poética, tiene en el Poema la misma jerarquía que en las más
grandes obras de la literatura universal. Esto es discutible, pero
es cierto. En el propósito de Hernández está, en primer término,
construir una obra artística, lo que está ya declarado por el
hecho de emplear el verso, apartándose de las pautas conven
cionales de la poética culta; en pocas palabras: hacer poesía
sin poesía. Todos esos materiales sufren, pues, una conversión
al verso y una transvaluación formal a lo inferior y plebeyo,
que en Hernández es una sublimación inversa, un primer acon
dicionamiento estético conforme a esa clase de composiciones,
aunque sea otra cuestión fijar los valores puros. Lo poético,
cuyos elementos se analizan en otra parte, constituye la tesitura,
la clave, lo que ordena y dispone del resto del material. Lo
poético no emana de la poesía en su forma perfecta, sino de los
materiales mismos a cuya naturaleza se ajusta la aparente im
perfección de la forma.
La capa superpuesta a ese estrato fundamental es la obser
vación fiel de la realidad, que se descompone en dos partes:
a) la realidad histórica de los hechos narrados y sus caracterís
ticas (la realidad de ambiente que estructura el todo), y b) la
realidad fijada en los poemas gauchescos y en las crónicas.
La realidad de sucesos es casi estrictamente documental, ya en
la observación, ya en las fuentes escritas. Unicamente las exigen
cias de la poesía, en particular la necesidad de destacar lo
pintoresco, gráfico y expresivo, pudo dar al acontecimiento
extraído de la crónica o a la noticia verbal, un cariz de ficción.
Tal ficción no existe. Lo real penetra hondamente en la
urdimbre de lo histórico, en el carácter de los personajes, en
la clase de aventuras y de hechos que son lógicamente posibles
en el medio y en las condiciones humanas de ese “mundo”.
La observación de lo real y el respeto a ese valor son primor
diales: es la norma, el deber que Hernández se impuso. Su
trabajo más meritorio consistió en escoger los materiales y en
dejar fuera, en la selección, aquellos que sus predecesores y los
cronistas incluían. Pero por las restas de datos, por la elimi
nación de lo accesorio o de temas también centrales (como las
guerras civiles y la orientación social y política del país) no
queda desfigurada la realidad. La realidad sigue poseyendo su
ficiente material recogido con fidelidad para representársenos
EL ORDEN DE LOS VALORES 321
LAS LECTURAS
que primero se lee es la historia de
P r im e r a L e c t u r a . L o
M artín Fierro tal como Hernández la contó. Todas las peri
pecias giran en torno de su figura y sólo sirven como elementos
ilustrativos, accesorios. L a impresión personal que causa Martín
Fierro es vivísima, desde la primera estrofa:
Aqui me pongo a cantar Al compás de la vihuela. . .
Tan fuerte que obra con poder fascinante. Es difícil, des
pués del primer Canto, suspender la lectura. Interés y simpatía
se juntan: lo poético y lo artístico han sido desplazados. Desde
ese momento el lector atiende, en la lectura, a un texto de
profundas sugestiones. Efectivamente, pocas obras en la lite
ratura universal tienen un comienzo tan rotundo, tan expresivo,
tan serio, tan de intimidad para toda alma sensible. Es lo que
336 LOS VALORES
Pushkin descubrió: que la primera frase, el primer verso es
ya el poema.
Si el lector es hombre de campo, instigado desde el prin
cipio a asociar sus propias desventuras con las del personaje,
no puede en adelante librarse de esa prodigiosa fascinación,
de esa superposición del texto con su biografía, pues va le
yendo un destino y no un anecdotario. La historia es verdadera
aunque jamás haya ocurrido. Lee una biografía, y los detalles
del relato, las quejas que se entremezclan o alternan, crean
un estado de ánimo, como cuando se escucha lo que un
forastero cuenta que le ocurrió. No interesa tanto el relato
cuanto la emoción humana, lo vivo, “lo del que escucha”.
Hay, en vez de un poema y un lector, un hombre que cuenta
su vida y otro que lo escucha. Lo demas es secundario.
Entonces está en condiciones, al terminar, de repetir lo
que ha leído: “Es un gaucho a quien arrean a la Frontera,
donde lo retienen, para trabajar, sin pagarle, durante tres
años. Al fugarse, vuelve a su rancho y sólo encuentra la tapera;
la mujer y los hijos se han ido y la.hacienda se la han liqui
dado. Se hace gaucho malo y mata a un negro y a un malevo.
Después lo persigue la policía y un sargento lo defiende, porque
también ha sido gaucho y ha sufrido. Los dos se van a vivir
entre los indios, para huir de la justicia.”
La primera lectura de la Vuelta, ya no es ingenua, ni casi
primera. Se entra a una continuación al mismo tiempo que de
una amplificación. El resumen puede hacerse también en pocas
palabras.
S e g u n d a l e c t u r a . Sólo en lecturas sucesivas M artín Fierro
pierde ese carácter individual, absolutamente concreto, y se
amplía en calidad de símbolo, de personaje genérico, colectivo,
que encarna un destino de raza o de clase. Se percibe entonces
que su nombre es Martín y su apellido Fierro, sinónimo de
cuchillo. Lo que se lee entonces es una historia cuyo prota
gonista abstracto no tiene rostro ni cuerpo. M artín Fierro es
un nombre y un hombre supuesto, cualesquiera, la persona
dramática de un asunto de muchísimo mayor interés y emoción.
Pudo tener otro nombre, sufrir otras vicisitudes sin que perdiera
realidad, existencia, personería; sin que dejara de ser Martín
Fierro. El verdadero protagonista es U n país, un ambiente, y
LAS LECTURAS 337
podemos fijarlo en la pampa —en ningún otro lugar—; son las
condiciones de vida en que el hombre de campo se encuentra,
lo que efectivamente interesa. Y ahora sí el lector puede com
prender que el Autor no se propuso contar la vida de un gau
cho, sino la vida del gaucho, explicando las penurias a que se ve
sometido por los defectos de la organización política, judicial,
moral, económica. Es claro que el Poema tiene otro sentido
—ése—, y que el aspecto biográfico es un cebo, además de la
única forma literaria posible con que puede llegar a despertar
la simpatía, la comprensión del lector. Precisamente a esta altura
el lector ignaro, el de prejuicios, el fetichista, se queda con un
M artín Fierro, inexpresivo, con su ropaje, y es lo que celebran
los adoradores de la tradición: un trapo. El protagonista es el
país, un momento de la historia argentina; es la pampa: una
historia en un lugar y un tiempo. Lo demás es literatura (de
la buena). Desde este instante se advierte la diferencia sustan
cial del Poema con todos los otros del género gauchesco a que
con clara conciencia de ello se refiere Hernández. Más, todavía:
que es el único intento serio hecho hasta hoy para condensar,
en un tema que gira en torno de un personaje, un conjunto de
acontecimientos tan significativos como no los contiene ninguna
literatura ni, mucho menos, de nuestra historia. Lo único que
se le parece es el Facundo de Sarmiento; todos sentimos que
está fundido con esta obra. Hernández no advirtió, ni al morir,
la amplitud de su obra; pero supo desde el primer momento
que nada tenía que ver con la poesía.
Todo lo que Hernández sintió, sin expresarlo sino vaga
mente, está en la Carta a los Editores, arriba citada (p. 130), y
en la Carta-Prólogo a Miguens, en la que dice:
Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo
que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo
de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo
con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido,
con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con
todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación
no ha pulido y suavizado... Mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos,
aunque fielmente, sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su
índole, sus vicios y sus virtudes: ese conjunto que constituye el cuadro
de su fisonomía moral y los accidentes de su existencia llena de peligros,
de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones constantes.
338 LOS VALORES
El propósito de Hernández no superaba, en 1872, lo que el
lector advierte en una segunda lectura del Poema, pero sí lo
que resulta de la primera lectura. M artín Fierro ahora tiene
un papel pasivo, responde, actúa en calidad de vicario de una
realidad omnímoda. ¿Qué novela o qué poema se habían com
puesto en 1872 con esa conciencia de que la grandeza de un
personaje histórico está en la historia y no en él?
L e c t u r a c r ít ic a . Sólo con una lectura más atenta y m inu
ciosa se descubre en el Poema su trascendencia y su verdadera
significación. Esta lectura crítica exige las dos anteriores bien
hechas; pues quien desde el comienzo adopta una orientación
falsa hace una lectura falsa, y extraerá de su crítica una filosofía
absurda y tan mistificada como puede hacerla de la lectura
de cualquiera de nuestros libros de historia. Es tan inferior
precisamente, todo lo que se ha hecho en este sentido, que siento
repugnancia a mencionar nombres y obras. Hernández lo per
cibirá más tarde, aunque potencialmente estuviera en sus pro
yectos. Estaba en sus proyectos de poeta que está creando, mas
no en su juicio de crítico. Esto ocurre más tarde y no bien del
todo, al fin.
Es evidente que el Martin Fierro nace en la creación de
Hernández como una protesta contra las injusticias materiali
zadas, personificadas; contra los males y desmanes de los gober
nantes, contra. un estado social heredado de la Colonia, que
siempre hemos conservado latente y resignadamente como una
enfermedad hereditaria. Lo agravan en diversas tácticas la
Tiranía y la Reorganización, como hoy mismo la del Regreso.
Hernández no llegó hasta los límites de su concepción; no lo
podía, por impedimentos también hereditarios; pero su impulso,
su intuición en lo que subconscientemente pulsaba en él, si.
Es ahora cuando el Poema cobra su personalidad autónoma,
cuando exige al Autor, cuando se le pone enfrente, mucho más
temerario, decisivo y categórico que el pensamiento del Autor.
Asunto y personajes son, como en la tragedia griega, y en
cualquier obra grandiosamente concebida, un contacto doloroso,
vivo, con la realidad que se oculta bajo las apariencias, aspectos
circunstanciales de una fatalidad. También Sófocles manejó,
consciente a medias, el mito tremendo de Edipo, sin alcanzar
racionalmente sus verdaderas profundidades lóbregas. Se percibe
LAS LECTURAS 339
en el Poema que actúan las fuerzas activas, plásticas, de la geo
grafía y de la historia, que lo adjetivo es lo real y lo sustantivo
lo eventual. Lo que ha producido la aventura de M artín Fierro
es la misma mano que ha modelado nuestras instituciones,
nuestra cultura, nuestra idiosincrasia. Hernández es, como
Martín Fierro, un evento. Es lo que ha elevado grandes ciuda
des y destruido grandes almas. El Poema es un mito auténtico
(no el mito mistificado que hoy se venera). Cobra, más que un
significado de símbolo de un destino humano, general, el sen
tido de una clave histórica sudamericana. Esto es también lo
que Hernández advierte una vez que el Poema echa a vivir y
cobra su independencia. Entonces resultan pequeñas y paupérri
mas sus reflexiones, sus explicaciones, toda su filosofía. Porque
eso es personal y el Poema es nacional. El mismo autor puede
ser su enemigo, su crítico falso, como lo fue. Es cierto que, ter
minado, ve más claro que cuando iba componiéndolo, aunque
su objeto fuera un motivo circunstancial; subconscientemente
había puesto en él su experiencia, extraído de ella conclusiones
cuyo análisis y desarrollo podría constituir un ensayo o una
sociología. No hay más en el Facundo ni en Las bases, ni en el
Dogma socialista, ni en La Ciudad indiana; hay menos. Es un
territorio y una historia. A esta conciencia clara llega Hernán
dez a través de la lectura y la crítica de sus lectores, y es cuando
siente miedo. Su miedo personal, sus limitaciones están en el
mismo Poema y se evidencian en su filosofía política como
legislador.
La lectura anagógica, jeroglífica, estaba más allá de la com
prensión de Hernández en su madurez, aunque estaba en los
comienzos, cuando el Martín Fierro era concebido pensando en
otra cosa. Hernández fue un lector corriente de su Poema.
Nosotros tenemos que leerlo en todos sus textos o sentidos super
puestos —como criptografía—, porque precisamente así fue con
cebido y hecho: para contar otras cosas. Entonces el Martin
Fierro deja de pertenecer a Hernández, pasa a ser un producto
genuino de la pampa, y el Autor es relegado al papel de un
intérprete o, mejor dicho, de un profeta a medias consciente de
su misión, a medias consciente del mensaje que reproducía, y
también de la calidad poética y artística de su Obra, pues es
posible que tampoco alcanzara a valorarla con justicia.
340 LOS VALORES
El argumento se enriquece con resonancias innumerables; el
personaje cobra estatura colosal, sin que nos fijemos en su
índole ni en los rasgos de su carácter, pues pasa a ser un seg
mento de la naturaleza y de la condición humana. Y el interés
y el mérito que antes surgía desde dentro de M artín Fierro y
se derramaba por la llanura, ahora vemos que se proyecta sobre
él desde lo alto y desde lejos, más cierto, más digno de con
miseración, más humano que si hubiera efectivamente existido
con un nombre, una fisonomía, una voz, un cuerpo y un nombre
verdaderos.
LA POESIA NO POETICA
La obra poética de Hernández se reduce al Martín Fierro
(puede agregarse la carta en verso “gauchesco” a Blanes); sus
demás composiciones quedan como entretenimientos circunstan
ciales. La elaboración del Poema, cualesquiera que hayan sido
sus peripecias, significa el descubrimiento de su propia poesía
en sus personales vivencias poéticas. No necesitaba de otros
conocimientos que los elementales del arte de versificar, ni de
una preparación previa de su espíritu por las disciplinas com
plejas que hacen del poeta un artista culto, sino de la clave
para despertar en su mundo interior vivencias de observaciones
que se enriquecieron por el proceso de maduración de los fru
tos. Define Dilthey (en su Poética):
La base de toda poesía verdadera es, por consiguiente, la vivencia, la ex
periencia vivida, los elementos anímicos de toda especie que entran en
relación con ella. En tal relación pueden ser material directo para la
creación del poeta todas las imágenes del mundo exterior. Toda operación
de la razón que generaliza las experiencias, que ordena y acentúa su
utilidad, sirve de igual modo a la labor del poeta. Este círculo de ex
periencia en que actúa el poeta no se diferencia del que utilizan el
filósofo y el político... Por lo tanto, en todas partes las imágenes de la
vida son el suelo de donde la poesía extrae los elementos esenciales para
su subsistencia. Los elementos de la poesía: motivo, argumento, caracteres
y acción son transformaciones de representaciones de la vida. Los héroes
fabricados con material escénico: cartón, papel y oropel, por mucho que
brillan sus armaduras, se distinguen inmediatamente de los héroes que
son parte de la realidad.
Todas estas condiciones no solamente se dan en el Poema,
LA POESÍA NO POÉTICA 341
NATURALIDAD Y ARTIFICIO
Todo en el Poema parece natural, existente en el mundo
o salido espontáneamente de la inspiración del Autor. Sin em
bargo, muchas situaciones están incrustadas violentamente, con
propósito de ahondar el interés del relato. En este caso se
encuentran las escenas del encuentro del gato en la cueva, cuan
do vuelve Martín Fierro, del centinela que le intercepta la
entrada al cantón, casi totalmente la pelea con la partida, el
escondrijo que busca el viejo comandante, y muchas más. Hay
una manifiesta intención, en esas escenas, de acceder al gusto
del lector inculto, capricho de la más oriunda cepa popular,
scherzi.
En otro aspecto, los temas y su factura, tomados de las cró
nicas o de las obras gauchescas, competen a una elaboración
artificiosa, de readaptación. Su equivalente se halla en las es
parcidas composturas de refranes y proverbios bajo la humilde
apariencia del dicho ingenioso o de la reflexión casual. Todos
estos recursos están usados por Hernández con maestría con
sumada, y si en el caso de las escenas citadas primeramente
engranan en el espíritu más que en la sobria economía del
Poema, siempre aportan un elemento de regocijo, compensa
torio de la constante tensión del drama. Todos los personajes
emplean la forma sentenciosa de contar como estilo personal en
la pauta que para todos implanta Martín Fierro.
Anticipadamente Hernández defendió inculpaciones de esta
índole recordando el hablar sentencioso del gaucho, su natu
ral capacidad de formular sentencias en dos octosílabos, según
la forma típica del refrán. Pero lo cierto es que no sólo la
350 LOS VALORES
abundancia, sino la buena categoría de esas sentencias, lo que
puede ser denunciado como artificio. Mas entonces es preciso
tomar en cuenta el lenguaje de los actores y establecer si, fiel
mente reproducido en su prosodia y giros vernáculos, no ado
lece del defecto de exageradamente especioso y homiliario.
Este aspecto resalta, sobre todo, en el relato del Hijo Mayor,
y es uno de los rasgos psicológicos que mejor testimonian su
legítima filiación. Sería, en fin, la única concesión indispen
sable para establecer una separación neta de la prosa, a la
cual —cosa no menos cierta— se hacen también demasiadas
concesiones. Acaso sea esa forma sentenciosa de hablar lo que
no solamente establece esa necesaria diferencia con la prosa, sino
lo que imposibilita la prosificación del Poema. Y, también, lo
que no permite al drama, a la acción, ocupar el primer plano,
destruyendo de raíz la tesitura de la Obra, que es una evoca
ción cantada.
Pero este problema del lenguaje, no como idioma, sino co
mo instrumento de expresión connatural del alma, es, mucho
más que su calidad filosófica, uno de los que surgen de inme
diato en el análisis axiológico, si se considera la Obra desde
el punto de vista de la realidad y no del arte. Claro que esta
posición es impropia del crítico, pues con ella la obra poética
como género literario habría de ser declarada artificiosa; pero
el artificio del Poema está declarado como convención aprio-
rística, y lo que entendemos por artificio en la poesía es de
otro carácter y hasta de otra naturaleza de lo que entendemos
como tal en las obras en prosa. El lenguaje que emplean los
personajes, particularmente el Protagonista, no posee ninguno
de los artificios comunes de la poesía épica o narrativa, pues
el Autor ha eliminado los recursos usuales de los tropos y
asimismo del hipérbaton y el vocabulario exquisito. Precisa
mente el acento de mayor prosaísmo está puesto en el len
guaje; precisamente en lo que toca a la psicología del paisano,
a su peculiaridad eminente, es donde el Poema puede obje
tarse de no estar ajustado al verismo estricto. Los personajes
del Poema se deleitan en hablar, y son locuaces, mucho más
que elocuentes. La objeción, que es atinada también desde
el punto de vista del estricto verismo, fue hecha por Vicente
Rossi. La única excusa que puede formularse a tan exigente
NATURALIDAD Y ARTIFICIO 351
. RECUERDO Y REMEMBRANZA
Si distinguiésemos, para fijar los conceptos, entre recordar,
como evocación, y rememorar, como reconstrucción mnémica,
podríamos decir que Martín Fierro recuerda con intensa emo
ción y rememora con fiel nitidez. Hechos y circunstancias
vuelven a su mente cargados de vivencias, enriquecidos por
el tiempo, y la memoria reproduce los detalles con exactitud
de alucinación. No obstante, en su evocación se pierde lo
realmente personal, facial, corporal, individual: el personaje
surge como un despojo en la revivificación para dar sostén al
hecho con todos sus detalles. Así ocurre en el sueño. El re
cuerdo surge de una masa imprecisa pero vigorosa, que con
tiene los materiales emotivos, y de ellos la memoria escoge
como un foco luminoso o como una lupa que se aplicara a
destacar los relieves y contornos más interesantes. Lo demás
se funda en la tiniebla. Todas las características del sueño se
hallan en la concepción de la Obra de Hernández, y esto es,
en lo literario, uno de sus más extraordinarios valores. Hechos
y circunstancias reviven sin formas concretas: ni lugares, ni
nombres, ni fechas, ni aspectos, ni rostros; pero sí el estado
de ánimo en cada situación y los detalles de lo dinámico tan
lúcidos que proyectan su luz al resto del cuadro. Adviértase
el poder fascinante de la palabra, cuando esos personajes,
como el Negro y el Compadre, acusan su presencia por lo que
dicen. Es una técnica que podría significar una limitación si
no se observara siempre y si no alcanzara vigor tan enorme.
Ascasubi recuerda como quien está viendo de nuevo: enu
mera, especifica, denomina, describe, coloca el acontecer en
serie y lo desarrolla en lo temporal y en lo espacial. Sus re
cuerdos vienen a él ordenadamente y se sitúan, como una vi
sión, en el primer plano. En Hernández nunca traspasan el
umbral que separa el antes del ahora; nunca se dan'enteros
354 LOS VALORES
y totales en la memoria, sino que permanecen en su sombra
y en su caos, adonde va a encontrarlos un foco de luz que ex
plora y se detiene, o pasa sobre el cúmulo de ese depósito
nocturno.
Además, para esa evocación Hernández ha tenido cuidado
de despojar a sus remembranzas de todo elemento intelectual,
polarizándolo en lo reflexivo. La inteligencia no tiene parte
en la comprensión del texto. Esta se opera en regiones más
lejanas y hondas en que la mantienen la tosquedad y senci
llez del lenguaje. Algo similar a lo que con penosa lucidez
ha expresado Péguy en Nuestra juventud:
No se trata tan sólo de una ilusión intelectual general, por así decirlo,
que consiste en sustituir en los sucesos históricos la formación intelectual
por la formación orgánica, sino, muy particularmente, de aquella ilusión
de óptica histórica intelectual que consiste en referir el presente al pasa
do, lo ulterior a lo anterior; ilusión, por así decirlo, a la vez técnica y
orgánica, quiero decir: ilusión orgánica de lo intelectual. Se trata de una
ilusión en perspectiva, o más bien de una sustitución total de la pers
pectiva al espesor, a la profundidad; de un intento de sustitución total
de la mirada de perspectiva, de dos dimensiones, al conocimiento de la
verdadera realidad hecha en tres dimensiones. . .
También por esa forma de recordar, que siempre deja en
la tiniebla el corpus de su evocación, su obra toma un carác
ter nocturno, con la inquietante implenitud de los sueños. No
se esfuerza por recordar —como tampoco lo hace el que sueña—,
sino que el recuerdo brota con su fuerza, salta de lo que ya
no es a lo que quiere ser de nuevo. Salta con fragmentos suel
tos, con los que es posible reconstruir, no una visión repetida,
sino una situación íntima revivida. Todo lo que no surge, sino
que permanece en el olvido, es artificialmente recompuesto por
la imaginación del lector, por esa virtud de reestructuración
de las totalidades que se da en la biología. Pues lo que se
evoca como acaecido en los relatos queda siempre en un se
gundo plano, en razón de que el primero lo ocupa el cantor;
y aquello que permanece en el olvido ocuparía el fondo de
aquel segundo plano, tras lo recordado, pero no como fal
lante, inexistente. Presiona desde fuera para dar mayor re
lieve a lo evocado. Y todavía hay más: todas las reflexiones
han de ubicarse en ese fondo, pues ninguna alude a una per
RECUERDO Y REMEMBRANZA 355
sona o hecho concreto y, sin embargo, quejas y opiniones son
la tela de donde se recorta el argumento. Porque, efectiva
mente, entre las quejas y las reflexiones y los hechos biográ
ficos no hay congruencia, puesto que aquéllas no son un co
rolario de éstos, sino que los hechos son ilustraciones gráficas
y accesorias de aquel fondo impreciso en que está lo sustancial.
Así el lector colabora, se convierte en un reestructurador
biológico y concluye por identificar ese proceso imaginativo
con una personal evocación de su propia vida. Todo paisano
que escuchaba leer el Martín Fierro comprendía que, con el
complicado y absurdo simbolismo del sueño, recapitulaba su
propia existencia. Y así la obra "perduraba en el corazón de
sus paisanos”, desgastándose en sus propios perfiles para ser
absorbida como una obra de nadie, anónima, que a todos per
tenecía como un bien carismático.
Los elementos concretos en la evocación de Martín Fierro
están siempre adheridos a su persona, a su vida; pero de ellos
selecciona para entregar al oyente sólo algunos datos concretos.
Los elementos abstractos están latentes siempre y el paso de
unos a otros se opera sin brusquedad. Esto es perceptible en
el cambio frecuente de tesitura, con que el cantor salta de lo
general y filosófico o doliente a lo biográfico. Si el Autor
se hubiese propuesto contar lo que está ocurriendo, no se le
podría perdonar la omisión de detalles y circunstancias im
portantes. El carácter fragmentario de la Obra sería un de
fecto capital. Pues lo que omite (datos concretos de la vida
del campo, detalles de los personajes que conviven con él, de
su misma existencia familiar) es precisamente lo que configu
raría una historia. En cambio, en seguida se percibe —aunque
no se realice— que Martín Fierro, más que a extraer datos per
sonales de un recuerdo informe, tiende a desvanecer en lo
genérico, en la abstracto, lo que se acusa en su memoria con
perfiles muy nítidos. Transfiere así al lector lo que le es
propio. Y si de un preludio o una elegía arranca neto un
episodio con detalles precisos, el episodio se oscurece de pronto,
o gradualmente, hasta fundirse con sus consideraciones sobre
las cosas del mundo, o en sus sentimientos no menos impre
cisos.
De esos recuerdos que extrae son abstractos también cuan
356 LOS VALORES
tos se relacionan con su pasada felicidad: alude a ellos sim
plemente. La felicidad es no solo un bien perdido, sino de
ningún valor a su juicio y a juicio de los circunstantes. Esto
da una nota pesimista, pero al fin y al cabo es la tónica de
toda historia que se recuerda, pues la literatura es la historia
de las desdichas humanas más que de su felicidad. Sea, pues,
realismo; mas también es pesimismo, cuando la intención,
como en el Martín Fierro, es destacar los sufrimientos y re
cortar de sí una figura sufriente, objeto de la crueldad de un
destino.
LO PROPIO Y LO COMUN
Es notable que entre los detalles de la pasada vida ■feliz,
Martín Fierro evoque únicamente pormenorizada la vida del
trabajador en la estancia, donde él aparece como uno de tan
tos otros, disfrutando en un ejercicio que se entiende que es
taba en la índole del paisano, quien satisfacía, más que la ne
cesidad de ganarse el sustento, una necesidad de acción y de
juego. Es curioso este aspecto elusivo en los recuerdos del pro
tagonista. Cuando esperábamos que dijera algo de su hogar,
su mujer y sus hijos, se pone a contar lo que ocurría en las es
tancias donde él también había trabajado como peón. La mu
jer que de ahí habla, “dormida bajo el poncho”, no era la su:
ya. Nos habla de lo que a otros pudo acontecerles, ayuntados
y sin hijos. De modo que si se refiere a sí mismo, en particu
lar, escogió del pasado la época anterior a su matrimonio, la
época en que no tenía bienes propios, sino sólo su jornal. No
coincide lo. que nos cuenta con lo que había enunciado antes,
ni con lo que le dice a Cruz en pocas palabras, y que coloca
otra vez la figura de Martín Fierro en el marco en que nos lo
representamos: Antes de cáir al servicio Tenía familia y ha
cienda. .. (1681-2).
Lo que sentimos que le falta a su relato, ¿no es lo que cuen
ta Cruz? ¿No ha facilitado Martín Fierro a Cruz de su propia
vida lo que debía él contarnos? Lo cierto es que si Hernández
desglosó ese pasaje, para librar a M artín Fierro de una con
ducta reprochable, no pensó que su héroe quedaba hueco, sin
esa historia familiar, y que era indispensable elaborar para él
LO PROITO Y LO COMÚN 357
otros acontecimientos sustitutivos. Prefirió, acaso por incuria,
dejar ese vacío en el Poema, y hoy recobra (como cuanto olvi
dó) inesperado interés. Si se examina bien el texto, los hechos
de su vida deben ser puestos entre paréntesis: arreo, vida en el
fortín, pérdida del hogar, vida de matrero, crímenes, encuen
tro con Cruz, pues son objetivos y no agregan nada a esa bio
grafía sucinta que le confiesa a Cruz en doce versos.
De su niñez abandonada, de huérfano, basta consignar esa
circunstancia, pues el lector comprende que se trata de una si
tuación común, bien conocida, acaso por propia similitud, de
los oyentes del cantor. La falta de detalles justamente condi
ciona un modo de existir, una personalidad numerosa. Sabe
mos, además, por el carácter y la manera de comprender las co
sas, que su niñez ha dejado una huella profunda en él. Pero
lo curioso es que Martín Fierro no extrae de su propia vidá
elementos personales, como para que podamos decir al final
del Poema que nos ha hecho una confesión: se ha limitado a
narrar algunos episodios interesantes como hechos, de ningu
na manera significativos de una personalidad que se moldeá
conforme a las adversidades. Toda su aventura en la frontera
la diluye en la masa de los soldados, pues a todos rige el mis
mo destino. Su biografía es allí una biografía colectiva, aun
que le hayan ocurrido percances que lo destacan de los de
más. El sino que preside su suerte es el mismo que el de to
dos. Esa es la vida del soldado en la frontera, es el relato de lo
que acontece en un fortín, tal como lo da cualquier crónica,
con la única diferencia de que está presentado por uno de los
actores. Pero su biografía personal, su ser propio, comienza en
el Canto VI, después de comprobar la pérdida de su familia,
hogar y bienes, y al decidir entregarse a la vida de matrero. Con
el episodio del baile no solamente toma la iniciativa en su bio
grafía, asume el papel de actor que provoca los acontecimien
tos, sino que empieza a vivir su vida. Hasta entonces lo perso
nal se disolvía en lo común, en lo general, en la existencia del
paisano, de uno cualquiera en el campo. Era un exponente de
las fuerzas ambientes. Ahora, al provocar al Negro, procede co
mo un ser responsable de sus actos. Y el recuerdo es una ac
ción presente.
Pero esos actos de los cuales es responsable — ese crimen,
358 LOS VALORES
como su decisión de no buscar y recuperar a su mujer y a sus
hijos, la partida al Desierto, que compromete el destino de su
camarada — no tienen el mismo tono moral de los otros. Cuan
do Martín Fierro se ve arrastrado por su destino, tiene mayor
estatura, firmeza, grandeza; cuando es él quien decide, cae en la
injusticia, en la renuncia, en una conducta verdaderamente
culpable a los ojos de la gente de pro. Martín Fierro es gran
de cuando actúa bajo la influencia de lo que él mismo deno
mina su destino, y que, en último análisis, es su situación des
valida en el seno de una sociedad desorganizada, cuyo proceso
de desorganización lo arrastra como a una hoja seca el río.
En la Segunda Parte es la pelea con el Indio, en defensa de
la Cautiva, único episodio en que, dependiendo el acontecimien
to de su actitud, de su voluntad, de sí mismo, alcanza la talla
humana que le daban los hechos inevitables.
Si se compara lo que Martín Fierro cuenta de lo privado de
su vida con lo que cuenta Cruz, éste nos da elementos autobio
gráficos muy superiores a los de él. Martín Fierro no dice ja
más nada que le pertenezca, como Cruz. La vida que expone
de sí es la que podría encontrarse en cualquier prontuario de
policía. No es absurdo, pues, que Tiscornia y Senet hayan que
rido ver en ambos personajes personas reales, y que un prontua
rio policial equivaliese, hecho por tercera persona, a lo que ha
contado Martín Fierro. Es por lo menos significativo que am
bos críticos — y Leumann — hayan creído que la biografía de
Martín Fierro podría estar documentada, es decir, carecer de
interés vivo, propio, íntimo. Sería posible que se hallara su
prontuario o el de alguien que coincidiese con el Poema, pero
sería mucho más difícil que se hallara un prontuario en que
estuviera la historia de Cruz. Esta es más privada, más suya, más
llena de esos elementos que el escribiente de policía no debe
tomar en cuenta. ¿Qué otra cosa, si no la pelea con el Indio, en
cuanto responde a un ímpetu generoso, humanitario, hay en la
vida de Fierro que no pueda haber servido de elemento infor
mativo del comisario al superior? De lo suyo, de lo personal,
sólo ha dejado quejas y reflexiones, pero nada concreto. En es
te sentido de la impersonalidad de la vida contada, el Hijo Se
gundo está en la misma postura del padre: no entrega ningún
dato biográfico, sino psicológico.
LO PROPIO Y LO COMÚN 359
En el momento de encontrar a sus hijos, Martín Fierro vuel
ve a perder su personalidad, pero ahora porque su contenido
biográfico y humano está agotado. El episodio de la Payada
debe considerarse una exhibición de sus cualidades de cantor,
que no había demostrado, quedando hasta ese momento reco
nocidas bajo la fe de su palabra y por el ejemplo de su relato.
Agrega un dato más a su carácter, a su persona, otra vez a su
psicología, pero nada a su biografía. '
Otro factor que contribuye a que completemos una vida pro
pia en los relatos de Martín Fierro es la forma detallada en que
muchos de ellos se exponen. La importancia que los hechos ad
quieren está en el estilo de contar, en las inflexiones del habla,
no en los hechos mismos. Como material biográfico, los de Cruz
siguen siendo de mayor enjundia. Aunque Cruz es detallista
también (adviértase que su confesión llega a lo cínico), y ex
pone detalladamente no sólo el hecho, sino su significado mo
ral. En los relatos de Cruz hay la historia y la parte íntima; en
cambio, en los de Fierro sólo su estado de ánimo. No lo com
prometen para un juicio ético, porque no narra hechos signi
ficativos de su actitud ante la vida, de su conducta básica, sino
acontecimientos exteriores aun a su propia alma, cosas que ocu
rren en el plano del acontecer humano y no en el plano de las
actitudes vitales. Lo que Cruz cuenta es una confidencia, lo
que cuenta M artín Fierro es un hecho; Cruz evoca con los he
chos su vida, su naturaleza humana, su condición, y por eso
sentimos hacia él una inevitable repulsión. En cambio, Martín
Fierro no evoca, sino que recuerda, detalla y enumera objeti
vamente, otra vez en el arte del narrador, pero nunca en la en
trega sin reservas de Cruz.
Todo esto es más claro si se recuerda que Martín Fierro dice
a Cruz su vida en dos estrofas, con suma reserva, mientras que
Cruz se lanza impúdicamente a la confesión, en el tono de quien
cuenta su vida ante muchas personas, pero sin el pathos cordial
de una confidencia entre amigos alejados de otras gentes.
360 LOS VALORES
SENSIBILIDAD
Uno de los rasgos psicológicos mejor observados y manteni
dos a lo largo de todo el Poema es la complicada sensibilidad
del gaucho, o su complicada insensibilidad. Los personajes ale
gan sentimientos piadosos, compasivos, tiernos, de solidaridad;
pero sus actos, y la apreciación que de ellos hacen una vez con
sumados, nos dan un cuadro emotivo de notas sumamente' pri
marias. Inclusive la palabra pasión, de acepción tan elástica
cuando se aplica a sentimientos vehementes y poderosos, pare
ce inadecuada para caracterizar un modo de ser reflexivo y frío,
una conducta mesurada y egoísta, aunque en raptos de cólera
o de exaltación pueda conducir al crimen. No hay, entre la ex
tremada reserva y el ímpetu agresivo, gradaciones ni matices;
en un movimiento pendular, los personajes van de un límite a
otro y jamás pierden el dominio de sí ni la conciencia clarivi
dente de la situación. Martín Fierro razona y analiza objetiva
mente, como si contemplara con curiosidad un espectáculo del
que no quiere perder detalle, sus peleas. Es en estos abundan
tes lances donde emplea una jactancia insolente y un humoris
mo sarcástico. Toda la escena de su combate con la partida es
relatada con el énfasis del compadre que hace gala de su supe
rioridad, y hasta el epílogo, al juntar los cadáveres y arrodillar^
se para rezar, tiene ese mismo sabor amargo del escarnio.
Si se enumeran los sentimientos más naturales en el hom
bre civilizado, comenzando por el sentido irracional de la soli
daridad social y concluyendo por cualquier gesto de altruismo
o de compasión, tendríamos que convenir en que no se los en
cuentra en ningún personaje. Más bien se destacan los senti
mientos negativos, especialmente la crueldad, que en el Indio
asume magnitudes bestiales, y que ocasiona el plañir de todos
por los malos tratos que reciben, sin que sepamos que jamás se
les deba una acción generosa y magnánima. Se ha de exceptuar,
como siempre que se trate de afirmaciones categóricas que nie
gan cualidades filantrópicas y de simpatía, la pelea con el In
dio. Pero aún ahí volvemos a encontrar la insensibilidad de
Martín Fierro, como de todos los demás, para la m uerte. La
congoja desesperante que nos refiere el Protagonista al perder
SENSIBILIDAD 3GI
a su compañero Cruz, es acaso la única nota de emoción verda
dera en toda la Obra; aunque la insistencia en lo patético roce,
con su hipérbole, lo declamatorio. En el examen de la psicolo
gía de M artín Fierro se señala el episodio de la muerte de Cruz,
desde el contagio hasta la sepultura, como de un pathos nuevo
en la economía del Poema, y es enorme la diferencia de este pa
saje con el informe, igualmente aderezado de frases protocola
res, de la muerte de su mujer en el hospital.
Sin entrar al estudio de esta fase enigmática de la psicología
del paisano de nuestras llanuras, que sorprendió como maraña
impenetrable a los Viajeros Ingleses, que en sus novelas y cuen
tos procuró Hudson insinuar, y que Sarmiento, López, Juan
Agustín García, Ramos Mejía y Bunge creyeron poder esbozar,
ha de señalarse que la insensibilidad del antiguo gaucho y del
actual campesino es una coraza de defensa que ha terminado
adhiriéndosele al cuerpo. Mas no deja de ser lo que podríamos
llamar una segunda naturaleza de adaptación al medio, pues le
permite conservar, muy recónditamente, una receptividad emo
cional muy viva. No ha muerto en él esa discutida pero inne
gable condición humana de abnegación y hasta de sacrificio en
pro del bien ajeno; está blindada, separada del contacto vivo
y cálido con los otros seres por un complicado aparejo de hábi
tos y de experiencias que lo mantienen vigilante y prevenido.
Con respecto a la insensibilidad para la muerte, que todos ellos
proclaman en la descripción de los crímenes y las muertes vio
lentas, entre las que se han de comprender las de Vizcacha y
de los variolosos, Sarmiento, García y Ramos Mejía han perci
bido que se relaciona estrechamente con las tareas habituales
de los peones de las estancias y de los saladeros. La práctica co
tidiana de desjarretar y degollar centenares de reses por día dio
al gaucho que se incorporó a la mazorca de Rosas y a las mon
toneras una indiferencia idéntica a la profesional en la degolla
ción y castración de los enemigos. Lo observó también el gene
ral Paz en sus Memorias, y El Matadero, de Echeverría, y la
Amalia, de Mármol, recogen esa'tétrica sugestión. El paisano
era más sensible ante cualquier desdicha que ante la muerte,
que para él era un final lógico y definitivo de toda existencia,
creyera vagamente o no en la sobrevivencia del alma. Esta su
perstición, que según Kroeber estaba difundida en todas las ra
362 LOS VALORES
zas autóctonas de América, funcionaba independientemente de
las pautas de conducta, como lo refleja Hernández con estricta
veracidad. Y un detalle, no solo efectista, sino que revela cierta
voluptuosidad en sentir la agonía y la muerte a lo largo del bra
zo que empuña el cuchillo, se repite en la proeza de levantar el
cuerpo de la víctima y mantenerlo en alto hasta que ha que
dado exánime. Todos los crímenes que comete M artín Fierra
se epilogan con un alarde de fuerza y una mueca de desprecio;
orgullo de matarife que encuentra su tarea demasiado fácil y,
sobre todo, divertida, como observaron con asombro los ingle
ses que asistían a los mataderos. La concomitancia que se esta
blezca secreta e inevitablemente entre el oficio de sacrificar re-
ses y un pliegue profundo de la psicología colectiva es tema que
hemos desdeñado tratar como habitantes de un país pecuario;
¿y a quién, si no es un ironista paradójico, se le pueden ocurrir
esas relaciones? Por ejemplo, a Bernard Shaw, quien dijo que
“mientras los hombres torturen y maten a los animales para
comerse la carne, tendremos guerras”. Y comenta esa paradoja,
que ningún carnívoro de cepa puede entender, Isidora Duncan,
con estas palabras:
Creo que todas las personas sanas y razonantes serán de su opinión. . .
Algunas veces, durante la guerra, cuando oía los gritos de los heridos,-
pensaba en los gritos de los animales en el matadero, y pensaba que así
como nosotros torturábamos a aquellas pobres criaturas indefensas, asi
los dioses nos torturaban a nosotros. ¿Quién ama esa cosa terrible que
es la guerra? Probablemente los que se alimentan con carne, los cuales,
habiendo matado, sienten la necesidad de matar, de matar pájaros y
animales, de matar a los tiernos venados heridos y de cazar zorras. El
carnicero, con su mandil ensangrentado, incita a la efusión de sangre, al
asesinato. ¿Por qué no? De la estrangulación de un cordero a la de nuestros
hermanos y hermanas no hay más que un paso. Mientras sirvamos noso
tros mismos de sepulcros vivientes de animales asesinados, ¿cómo podremos
esperar condiciones ideales en la tierra? (en M i vida, cap. xxvm).
De esta digresión sobre la indiferencia del paisano matador
de reses ante la muerte del ser humano, podríamos deslizamos
al tema de la educación de la sensibilidad por los ejemplos y
por el tipo de actividades consuetudinarias, si lo que ejecuta la
mano influye sobre lo que se piensa y a su vez el pensamiento
general sobre lo que se hace. Un agravante acaso pueda ser que
esas formas se organicen al servicio de la riqueza y de los ade.^
SENTIMIENTO RELIGIOSO Y PATRIOTISMO 363
laníos materiales de un país. Para nosotros ya ha pasado la épo
ca de la matanza bárbara a pleno campo, o dentro de corrales
en que se desjarretaba y degollaba como en la llanura sin alam
brados. Lo dice Hernández, en la Introducción a la Instrucción
del, estanciero : “Hoy la industria pastoril representa también
civilización, empleo de medios científicos, inteligencia esmera
da, y en nuestra época el estado de cultura industrial de una so
ciedad se prueba lo mismo por una obra de arte, por una má
quina, por un tejido o por un vellón”.
Chicago.. . .
SENTIMIENTOS ABSTRACTOS
Lo a n t i c u l t o . En lo que entendemos por poesía culta está
implícito lo ambiental poético. Los poemas gauchescos van no
sólo contra las formas cultas, sino contra el contenido culto. Ese
SENTIMIENTOS ABSTRACTOS 367
contenido culto — desde La cautiva a toda la poesía corriente en
cenáculos — era lo romántico. Es una oposición contra lo román
tico, en su fraseología, en su léxico, en su postura para expresar
y sentir. Lo romántico era ya un pathos forastero. Los innova
dores no pensaron que era preciso adoptar un mundo nuevo,
completo, un orbe concluso, y que de él había de ser excluido
no solamente lo culto en sus formas, sino en su sensibilidad. En
una palabra, el realismo de cosas: las cosas informando, condi
cionando ideas, sentires y palabras.
Dudar de la posibilidad de obtener grandes efectos poéticos
por ese camino era dudar de la fuerza vivencial de toda reali
dad y afirmar tácitamente que la poesía — como lo expresó Mi
tre — no existe sino en la elaboración artística del poeta. Que
daba desechada precisamente esa otra fuerza poética que radica
en las cosas mismas, y que da lugar, si no a la poesía lírica, sí
al drama, a la novela y aun al cuento que se dice, si el asunto
es trasplantado con esmero, sin desmembrarlo. Así lo ha de
mostrado, para nuestras cosas, Hudson. La grandeza de Hudson
está, naturalmente, en su arte exquisito de contar; pero ésa se
ría una habilidad trivial si no recibiera su fuerza de la integri
dad y cualidad viva que ha conservado en el trasplante del he
cho real al hecho literario.
En general, existe este equívoco: que una forma elevada, un
gran estilo literario sólo puede nacer de un tema, de un mate
rial vivo de alta categoría. Es decir, que el estilo es el tratamien
to adecuado de un asunto. De ahí que temas baladíes se enga
lanen, como si de ellos mismos surgiera su dignidad, por el es
tilo. Al tema ordinario, de la realidad cotidiana, parecería que
ha de corresponderle un estilo ordinario — no solamente de de
cir, sino de elaborar —. Pero cuando un gran artista, un poeta
verdadero, se pone a trabajar sobre esos humildes temas, puede
elevarlo hasta que no haya diferencias de sangre entre el hecho
de altura y el hecho de bajeza. Ya no nos es comprensible la
aversión que despertó Hugo al componer un poema titulado
“El sapo”, como tampoco comprendemos el disgusto y hasta la
repugnancia que suscitaron algunos poemas de Baudelaire y de
Rimbaud. Pero aunque por nuestra mayor cultura en esta ma
teria no comprendamos tal repugnancia, en nosotros subsiste,
como vestigio de una mala educación literaria y artística — aca
368 LOS VALORES
so religiosa —, el desdén por lo inferior. Todo artista es, hasta
que se purga de impurezas, un aristócrata que cree que la Na
turaleza está ordenada conforme a estamentos y jerarquías in
manentes en las cosas. Lo gauchesco era la defensa del mundo
de la realidad como un orbe poético, capaz de suscitar poesía.
Entre los elementos de la voluntaria inferiorización del te
ma y la técnica por Hernández (sexteta con un verso libre y oca
sionalmente dos; declinación hacia la asonante) está la inten
ción anticulta del poeta. No era él, en persona, así. Gustaba de
las amistades de gentes capaces e instruidas; vivía entre perio
distas, y aunque la vida del cuartel le hubiese instilado gustos
groseros e ideas superficiales, sentimientos torpes y palabras im
propias, cuando escribía versos pecaba de exceso de purismo.
Hemos visto que usaba indistintamente la segunda persona del
singular o la segunda del plural, en tratamiento de respeto. La
tendencia en Hernández era, más bien, a levantar la mira, a su
perarse, esmerándose. Lo anticulto está, en principio, en la elec
ción del asunto y en el género; lo gauchesco tenía sobre sí el es
tigma de lo tosco y zafio. Ese fue un acierto, evidente después
de La cautiva.
Pero hay más, en la Obra: hay lo anticulto voluntario, el
desdén por toda forma académica, canónica: hace la estrofa con
soltura inaudita, y no vacila en colocar un verso — dos veces —
con nueve sílabas, desliz que es el más incalificable de todos,
por afectar no sólo la mecánica del verso sino una norma, aca
so la única, que respetó a lo largo de todo el Poema.
La voluntad de distanciar su Poema de los otros es más no
toria que la diferencia entre su poesía y la de sus predecesores.
Ascasubi y Del Campo se limitan a usar una ortografía confor
me a la prosodia del paisano; Hernández la modifica contra el
diccionario, con obstinación incomprensible. Lussich y los otros
eran más cuidadosos, y si empleaban una grafía caprichosa, la
mantenían luego, con lo que pasaba a categoría de autoridad.
Es visible también esta actitud en su desdén por lo urbano,
y hasta en la profética seguridad de su gloria, cuando dice que
no se lia de llover el rancho donde ese libro esté, o, más toda
vía, cuando asegura que sus cantos han de durar más que las
cosas de que tratan, más que el Autor y que cuantos lo oigan.
Advierte al lector ingenuo que sus folletos en papel ordinario
SENTIMIENTOS ABSTRACTOS 369
habrían de vencer a toda esa literatura a la que hubiera aspi
rado en vano, a todas las bibliotecas, en la lucha por la excelen
cia. Tiene también asegurada la inmortalidad en el corazón de
los paisanos, lo que le interesa muchísimo más que la leyenda
al pie del busto de bronce. Su desdén por lo culto va, no con
tra la cultura, sino precisamente contra nuestra legendaria in
cultura disfrazada, contra nuestra aparente calidad de gentes
instruidas. Más que a los poetas gauchescos, sus rivales, más que
al verdadero saber, ataca esa falsedad que en las letras signifi
caba lo mismo que el abuso de poder en los comandantes, jue
ces, comisarios y demás ralea de corregidores, alcaldes y sargen
tos. Lo anticulto, entonces, se convierte en él en culto, lo incul
to en cultura, el ataque contra los individuos de facultad, bi
blioteca y club, en crítica que demuestra con los hechos, con la
prueba del éxito y de la fama, la verdad de sus apotegmas. No
analizaba y demolía, sino que en bloque acusaba de perecedera
a esa literatura y esa cultura de las ciudades sin alma y de las
almas sin arquitectura.
En todo esto, que sigue una línea de conducta y doctrina con
su incredulidad en el progreso que traían por importación los
gobernantes que cerraban los ojos al país, tiene razón. Como la
tiene cuando defiende el caudillaje — no el caudillismo —; te
ma equívoco. El caudillaje sólo es defendible en la relatividad
de los ideales, en lá comparación con la barbarie de uniforme
y de frac, de tonsura y de toga. Contra estas mistificaciones no
queda otro recurso que preferir lo menos malo, lo menos per
nicioso y, en fin, lo más fácil de reformar. Esa incultura prote
gida por sus garantías y sus diplomas, la incultura como progra
ma oficial de educación y progreso espiritual, eso no tiene re
medio ni hay Dios que lo muestre en lo que realmente signifi
ca. Podremos estar predicando y escribiendo mil años; pertene
ce a los males de los ojos que el enfermo no ve, a la imbecilidad
que afecta precisamente al órgano destinado a percibirla.
Hernández había sentido y observado la diferencia en los
valores humanos que existía entre el gaucho y el canalla de las
urbes; entre el paisano y el ciudadano; entre el hombre sin cul
tivar y el hombre sin corromper. Al decidirse por los caudillos,
por los gauchos matreros contra los gobernantes constituciona
les — con sus ingénitos fraudes — y los funcionarios de la jus
370 LOS VALORES
ticia y el gobierno, elegía como hombre sano, aunque no tuvie
ra suficientes luces para plantear a fondo la disyuntiva. Y por
eso dejó, al fin de su vida, que prevaleciese la ilusión de la cul
tura contra su antiguo convencimiento de que habíamos cons
truido sobre una vizcachera.
£11 lo literario, apenas es posible tomar en cuenta lo que
Oyuela y Toro y Gisbert han dicho del Martín Fierro. Ambos
— y hay otros — pusieron sus ojos en lo que nadie puede de
fender, como tampoco el Autor lo pretendía. En sus cargos, gra
mática y diccionario en mano, preceptiva y poética enarbola-
das, sus reproches son irrefutables. Pero la posición en que es
tán, la estética que preconizan, los modelos y autoridades que
invocan, no tienen ningún valor. Pues ni siquiera tenían con
ciencia de qué era poesía, qué idioma, qué valores literarios:
estaban en el siglo xvm y con la cabeza vuelta hacia atrás. Hoy
nos inspiran compasión, particularmente sus desprecios, porque
comprendemos que se referían a sí mismos y que murieron sin
entender “la jota por redonda” ni en el Poema, ni en cuanto
habían devorado en sus largas vidas de lectores impenitentes e
impermeables.
Lo c ó m i c o . Los poemas gauchescos se pueden clasificar en la
clase de composiciones denominadas “sátiras contra los villa
nos” . De la comedia y la novela pastoriles, que es una idealiza
ción de la vida campestre más que del campesino, poco ha re
cogido. Pastoras y pastores resultaban afectados por una con
cepción ecológica piusvalorativa, en el modelo de Virgilio, que
Boccaccio y Sannazaro revalidan para cenáculos cerrados. Los
poemas gauchescos, con su realismo plebeyo, mantienen en la
sátira el humorismo que se abastece tanto del carácter cuanto
del habla rústica de los personajes. La novela de ambiente ru
ral que desde comienzos del siglo — excluido el romanticismo
de un Saint-Pierre o de un Chateaubriand — se desarrolla en
Inglaterra, en Rusia, en Francia, no procura deleitar al lector
con rasgos caricaturescos sino, al contrario, descubre el drama
donde antes sólo había visto lo pintoresco y lo jovial. Los
poemas gauchescos saltan hasta el siglo xv, cuando en España
surge el teatro popular de Lope de Rueda y de Torres Naharro.
Si la denominación de “égloga americana” que da Juan
Gutiérrez a los Diálogos de Hidalgo es acertada, mucho más lo
SENTIMIENTOS ABSTRACTOS 371
TENDENCIA PEYORATIVA
La oposición a lo culto —el “no” a sus afirmaciones— es
una fuerza orgánica del hombre civilizado, un nuevo instinto
cuya raíz está en alguno de los más arcaicos. Se puede mani
festar en la actitud declarada, en aversiones vitales o en formas
TENDENCIA PEYORATIVA 393
sucedáneas y amortiguadas. Los poemas gauchescos responden
a este concepto y, como correlato de una actitud humana, tienen
por eso mismo vigencia universal. Pero cuando nosotros tam
bién sentimos que tal conducta es compatible con una óptima
cualidad humana; cuando comprendemos que lo culto es un
andamiaje en el lugar que ha de ocupar algún día lo culto
verdadero —como son andamiajes provisionales la ciencia y la
moral—, no lo sentimos ni comprendemos como una necesidad
beligerante, de ataque a los detritus de la cultura que van ins
titucionalizándose. Por eso somos hombres cultos más que civi
lizados. El hombre elemental vive tan centrado en su mundo,
tan inmóvil en su situación definitiva, que no aborrece los pro
ductos de la cultura. Lo que está más al alcance de su com
prensión es la civilización, que es la corteza mecánica de la
cultura, no siempre concordante con ella. Se rebela contra lo
falso e inhumano de una y otra, que es lo que también hace
el hombre limpio de corazón que ve noblemente la carcoma
de un fruto aparentemente apetecible.
El poeta gauchesco es mucho más primitivo por su sentido
fresco de la realidad que por su actitud hostil a las formas
urbanizadas de la sensibilidad campesina. Percibe, con su sagaz
instinto de las cosas ciertas, que lo culto está maleado por el
contexto de errores, prejuicios, injusticias y ambiciones de la
misma organización social. Comprendemos que, independiente
mente de la dosis de doctrina o de prédica que en este sentido
contengan los poemas gauchescos, la actitud humana que reve
lan corresponde a una saludable disconformidad. El Martín
Fierro expresa taxativamente su desdén por lo culto y urbano,
y en este sentido el libro es un anti-Facundo tanto como su
Autor un enemigo irreconciliable de Sarmiento. La cuestión
política es enteramente insignificante ante esta actitud vital
del Martín Fierro frente a la actitud vital del Facundo , y de
Hernández frente a Sarmiento. Es muy posible que ambas obras
puedan ser vistas como exageraciones y hasta como caricaturas
—es el parecer de Unamuno sobre el Facundo , mucho más justo
aplicado al Martín Fierro—, pero sentimos que ambas contienen
una verdad histórica esencialmente trágica, es decir, histórica,
no tanto en los materiales con que se documentan cuanto en
394 LOS VALORES
la significación de esos materiales para una concepción de la
realidad nacional de más amplios alcances.
Si la rusticidad del Poema, con sus personas y sus costum
bres, corresponde a una época superada o desaparecida, es algo
que no se resuelve juzgándolo por la exterioridad de las figu
ras sino por su sentido estructural de una realidad. Con el
mismo criterio, también el Facundo puede ser juzgado una obra
sin vigencia actual. Una y otra obra recogieron a propósito,
según se ha dicho, materiales maliciosamente seleccionados; pero
esto nunca es verdad de las obras representativas de la natura
naturante” de la historia, como son ésas. Aun es discutible que
hayan escogido materiales negativos, pero parece que no puede
discutirse que en la actitud de recoger los materiales significa
tivos hay en Sarmiento y en Hernández una intención de re
velar a la superficie el mal profundo; que ambos trataron de
mostrar una tesis y que sus obras responden a los propósitos
de la sátira.
Hernández hizo, efectivamente, una sátira; pero al tomar
partido por aquello que en nombre de la civilización se fusti
gaba, lo aceptó íntegramente, sin defensas ni sofismas, acen
tuando tanto los rasgos negativos de la acusación; que toma
contacto con la profunda verdad humana y llega a los soportes
y a los tejidos vivos de la realidad. De manera que el problema
de averiguar qué elementos intencionalmente peyorativos con*
tiene la Obra se confunde con el de una concepción pesimista
de la sociedad. La actitud de Hesíodo ante la civilización ho
mérica es eso mismo, en un grado de menor virulencia; y el
mismo caso es el de los Idilios de Teócrito: ambos poetas opo
nen una temática de lo censurado a las formas canónicas del
lenguaje culto y de su fina sensibilidad. En los poemas gau
chescos, y sobre todo en el Martin Fierro, la temática no signi
fica tanto la adopción de las formas del pensar como el sentir
y el decir de un mundo inferior que posee, sin embargo, exce
lentes cualidades sustanciales, no evaluables según la tabla de
la civilización urbana. Los poemas gauchescos, en fin, son ex
presiones de cultura dentro del orbe campesino, diferenciados
los órdenes rural y urbano como dos “mundos”, en el sentido
de las teorías sociológicas de Tonnies. Son dos concepciones de
la vida, dos formas de ser con arreglo a factores distintos e in
TENDENCIA PEYORATIVA 395
conciliables; de allí que lo peyorativo, cuando corresponde hon
radamente al cuadro de uno de esos orbes de cultura, se poten
cia automáticamente en signo de valor positivo.
La inferioridad de ese mundo de los poemas gauchescos, de
las personas, sus vestimentas, casas, enseres, pautas de conduc
ta social y moral, carácter de los sucesos posibles según el me
dio, da un clima con figura de status. Pues ¿no resultaría, de
otro modo, que Hernández ha llevado a cabo una befa, más
cruel todavía que las de sus predecesores, quienes rebajaron con
ánimo festivo a sus personajes y sus tribulaciones? Unicamente
ahondando en ese suelo, en esa verdad, acentuándola y no desfi
gurándola, podríamos llegar a la comprensión humana de los
problemas propios de un género de vida incomprensible para
el hombre de la ciudad — del otro hemisferio —, inclusive el po
lítico, que es por excelencia el individuo incomprensivo de los
“todos” históricos. Contrapóngase, si se quiere, como compara
ción auxiliar, la etnología a la historia, la novela al ensayo, el
caso único de la vida de cualquier ser a la estadística, y se com
prenderá que el sentido de lo peyorativo aplicado a una rea
lidad francamente representada es un prejuicio absurdo y has
ta irracional.
Lo peyorativo en el Martin Fierro es una instancia subraya
da de lo cierto; por lo tanto, queda por encima de todo juicio
axiológico según las normas del vivir urbano y, sobre todo, de
los usufructuarios de la urbanidad (pues ésta, como la cultura
misma, tiene sus parásitos intestinales que medran a sus expen
sas). El tono despectivo del Poema no es un ingrediente como
lo emplea la sátira y lo emplearon los predecesores de Hernán
dez; es un elemento orgánico: es la fealdad de la miseria, la
crueldad, la ignorancia, casi todos los males de la gente sin con
suelo ni esperanza, fuera de sus vicios y perversidades.
El verdadero desprecio, que sale del alma, va contra las au
toridades políticas, pero lo satura todo como una atmósfera
cargada, densa. Los personajes se contemplan a sí mismos con
harta lucidez, y se desprecian. Martín Fierro siente más asco que
indignación por lo que le ocurre inmerecidamente. Están arro
jados a un pantano y el fango les repugna. La única manera
de no caer en condición abyecta es tener conciencia de la in
famia y sobreponerse inteligentemente a la brutalidad, El len
396 LOS VALORES
guaje humorístico que todos emplean — menos el Hijo Mayor
— responde a esa conciencia de que viven en un medio envile
cido, sean los envilecedores justamente los encargados de velar
por la decencia y la equidad, sean los agentes impalpables de
la disolución y el retroceso. Ese mundo bajo en que todos vi
ven es presentado con implacable veracidad, que es el único
procedimiento de redimir a los inocentes y de no absolver de
culpa a los responsables. En este sentido, todos los personajes
— menos Vizcacha — están desajustados y piensan y hablan con
amargura sarcástica. En ningún instante el Autor transige con
el disimulo; acumula inexorablemente las pruebas; hace que
los personajes muestren sus úlceras, que discurran sobre sus la
cerias como Job. Es la miseria del estercolero, que no afecta al
alma del hombre ni a la gloria de Dios en la tierra; es la mise
ria creada, administrada, organizada. El Poema entero baja has
ta ella, fija ahí su nivel. Un índice para esta clase de valoracio
nes del Poema nos lo dan las relaciones que se establecen entre
las cosas y las personas. La clase de vida que los personajes lle
van ha impreso en su imaginación un orden de relaciones con
los seres inferiores y las cosas, que no es simplemente un reco
nocimiento de la propia inferioridad. Reconocen en seres y co
sas de los campos cualidades y singularidades que tienen cierta
analogía con los sucesos humanos y las personas. Pero tampoco
es simplemente esto. La imaginación establece esos vínculos
misteriosos y hasta cierto punto irreducibles a una explicación,
que en parte señalan relaciones vivientes y caracterológicas efec
tivas, en parte la conciencia de la propia desdicha y rebajamien
to. ¿Por qué, si no, tantísimas veces los personajes se comparan
y comparan a los demás en su aspecto y en sus actitudes y con
ducta con los animales? Cuando esto ocurre en personajes que
se refieren a sí mismos en arranques de secreta angustia, de im
potencia, o cuando el símil es despectivo, se comprende bien
que obedecen a un impulso de autonegación, de disgusto que
rebota contra sí. Por encima de lo ingenioso se acentúa enton
ces la intencionalidad agresiva contra sí mismo, que es el caso
de las comparaciones que usa Martín Fierro. Enumerar algunos
de esos abundantes motivos, puede ser aclaratorio por sobre
cualquier intento de una aclaración expresa. Ese tipo de comJ
paraciones está en boca de todos pero las circunstancias, la
TENDENCIA PEYORATIVA 397
entonación, el propósito, cambian su significado en una gama
que va de la ternura al encono.
Al escapar del Fortín, M artín Fierro dice que va como el pe
ludo que endereza o se encamina a su cueva, que es el rancho;
también compara su sentido de orientación con el instinto del
rumbo en el chancho. La inspiración de Cruz brota abundan
te y las palabras salen como ovejas del corral; el Moreno compa
ra el amor maternal de las madres de color con el del macá; el
coraje es como el del toro; a los hipócritas se los parangona con
los teros y a los puebleros, que se asombran de que el gaucho
sepa cantar, con el avestruz. La vida que llevan los matreros,
durmiendo en las cuevas de vizcachera, se compara repetidas ve
ces con la vida de los animales, sin otra compañía que la sole
dad y las fieras. Se insulta a la Negra llamándola vaca, y al
gringuito de ojos celestes se lo compara con un potrillito zarco.
También Vizcacha llama potrillo al Hijo Segundo. Los indios
tienen nombres de animales y fieras, y es sumamente vivida la
correspondencia entre el indio y el caballo que es toda su pre
ocupación. Abundan en comparaciones de esa clase los conse
jos del viejo Vizcacha: el chancho, el ratón, la hacienda alzada,
los bueyes, el perro, el burro, el cerdo, el zorro, la vaca, la hor
miga, los lechones. Completa ese cuadro la misma índole del
viejo, su mancomunidad con los perros, sus hábitos nocturnos
de robar y carnear animales ajenos. Independientemente del po
der de sugestión que esas referencias y similitudes establecen,
en la eficaz asociación de ideas de la metáfora, el Poema se en
tona en un registro que del hombre tiende a un reino inferior,
de habitantes del campo, de costumbres zoológicas, que le da,
al mismo tiempo que un marcado sabor agreste, una perspecti
va de indecible tristeza y de hundimiento moral de quien poco
provecho ha obtenido del trato con sus semejantes. Que por
compensación la fauna de nuestra campaña cobra una proyec
ción de simpatía, es una verdad que no necesita comentarios.
Uno y otro efecto, sobre todo en quien siente el campo como un
ambiente plenamente configurado con sus cosas, pone al hom
bre en una relación más estrecha con los seres irracionales y a
éstos en un plano desde donde es posible comprenderlos, amar
los y compadecerlos; porque, como lo establece claramente Mar
tín Fierro, sus destinos tienen también una analogía profunda
398 LOS VALORES
con el del hom bre. ¿Y no es la pobreza y el desamparo en que
ellos viven uno de los más evidentes paralelismos que pueden
establecerse, no sólo en la concepción del Poema que responde
a ese sentido de la verdad, sino en el hombre culto cuando en
raptos de clarividencia se siente “puesto en el mundo” bajo la
misma ley pavorosa de existir como ente impenetrable? La enor
me fuerza y la grandeza del Poema dimanan en grado superla
tivo de que el Autor ha comprendido ese mundo que habitan
sus personajes, y que no ha introducido en él ningún elemento
de sublimación, manteniendo en todo su desarrollo la tónica
antropológica más que histórica.
FILOSOFIA
Es opinión corriente entre los personajes, que existen dos
formas de saber: el urbano, que acopia conocimientos teóricos,
y el rural, que se basa en la comprensión clara de la realidad.
Tal es, más allá de las ideas de los actores, la convicción de
Hernández, y el Poema se enfrenta al saber inoperante del pue
blero en defensa del buen sentido y la fresca sindéresis del pai
sano. Para unos será sonidos y para otros intención, sobreen
tendiéndose que el hombre culto no ha de penetrar la cáscara
que lo envuelve, mientras que percutirá directamente en las vi
vencias del hombre del campo. Los consejos de Martín Fierro
(Canto XXXII) comienzan sentando una antítesis: Yo nunca
tuve otra escuela Que una vida desgraciada — No estrañen si en
la jugada Alguna vez me equivoco — Pues debe saber muy poco
Aquel que no aprendió nada. Hay hombres que de su cencía
Tienen la cabeza llena; Hay sabios de todas menas, Mas digo
sin ser muy ducho — Es mejor que aprender mucho El apren
der cosas buenas (II, 4601-12). Todos los cantores hacen confe
sión de su ignorancia y Martín Fierro y el Moreno llegan al
alarde, con lo cual afirman los méritos de su saber, que es una
especie de carisma, una ciencia (“el gaucho tiene otra cencia”)
que se aprende en la naturaleza y en la vida. La Payada es una
enciclopedia de ese saber ínsito que se aventura a interpretar,
dentro de una concepción inspirada del mundo, fenómenos que
trascienden la percepción ingenua. Es una metafísica en el gus
FILOSOFIA 399
to del retórico Moreno. Otra es, sin embargo, la acepción que
ha de darse a la ciencia del gaucho, como se desprende del tex
to del Poema.
Groussac ha intentado ordenar ese saber según las caracte
rísticas del mundo en que vive el gaucho. Dice en El viaje in
telectual:
En un rumor de tempestad, discierne si los rebaños huyen despavoridos
al solo amago de la tormenta o delante de un ataque de los indios. En
un tropel invisible, alcanza a contar los caballos, distingue si vienen
montados y si los jinetes son soldados, salvajes o compañeros de correrías.
Un grito de pájaro, la fuga de un avestruz, la oreja parada de su caballo,
son otros tantos indicios precisos. En la arena blanda o la yerba pisada,
su mirada fija de zahori sigue el rastro reciente hasta dar con el caballo
perdido; la huella familiar no se le escapa en el confuso pisoteo de una
tropa numerosa. Reconoce a media legua, disparándose con las crines al
viento, al potro que señaló el año anterior, entre centenares de compa
ñeros. Individualiza cada bestia de la manada, al igual que nosotros
cada persona; y sabe lo fuerte y lo débil, las cualidades y defectos “humo
rales” del caballo que ha elegido, como sabemos la psicología de un
amigo.
En el Facundo, Sarmiento había trazado un cuadro de hábi
tos y de psicología del gaucho que es también un aspecto de la
adecuación a su medio:
Aquí principia, diré, la vida pública del gaucho, pues que su educación
ya está terminada. Es preciso ver a estos españoles por el idioma únicamente
y por las confusas nociones religiosas que conservan, para saber apreciar
los caracteres indómitos y altivos que le nacen de esta lucha del hombre
aislado con la naturaleza salvaje, del racional con el bruto; es preciso ver
estas caras cerradas de barbas, estos semblantes graves y serios, como los
de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo desdén que les inspira
la vista del hombre sedentario de las ciudades, que puede haber leído
muchos libros, pero que no sabe aterrar un toro bravio y darle muerte,
que no sabrá proveerse de caballo a campo abierto, a pie y sin el auxilio
de nadie, que nunca ha parado un tigre, y recibídolo con el puñal en
una mano y el poncho envuelto en la otra para meterle en la boca mien
tras le traspasa el corazón y lo deja tendido a sus pies. Este hábito de
triunfar de las resistencias, de mostrarse siempre superior a la naturaleza,
desafiarla y vencerla, desenvuelve prodigiosamente el sentimiento de la
importancia individual y de la superioridad. Los argentinos, de cualquier
clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su
valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en
cara esa vanidad y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia.
400 LOS VALORES
En el Poema se dice repetidas veces que la ciudad es del
hombre instruido y el campo del ignorante; pero esta antítesis,
que también el Facundo sentaba con demasía y buen tino a un
tiempo, tiene en el Martín Fierro un sentido de valor distinto.
Entre nosotros no se ha sentado todavía la coexistencia de dos
series de cosas y de fenómenos sociales que poseen, cada una, la
misma legitimidad de ser con todos sus propios atributos. Esa
dicotomía está hecha claramente en el Poema, y una de las cau
sas de que no haya sido entendido a fondo es que poseemos sólo
un criterio de juzgar la civilización y la cultura, el de Sarmien
to, que trazaba una perspectiva desde el foco urbano hacia el
interior del país. En muchísimos conceptos la visión opuesta es
igualmente válida. ¿No advirtieron ya Darwin, los hermanos
Robertson y Head, entre otros viajeros de comienzos del siglo
pasado, la superioridad moral y de carácter del hombre del cam
po sobre el hombre de la ciudad? T ratar nuestros fenómenos
sociales con una norma forjada para las agrupaciones urbanas,
y leer el texto de nuestra realidad campesina con el mismo cri
terio que la realidad de las ciudades, que se han formado según
otras leyes y fines, es empezar por hacer incomprensible lo au
ténticamente rural y dar razón a los otros poetas gauchescos.
Hernández, a este respecto, no solamente defendía como políti
co la campaña bonaerense y su habitante estable, sino un con
cepto sociológico que es una' de las recientes conquistas de la
ciencia social.
El Poema equivale a la realidad campesina, y es imposible
que uno y otra, que por igual contienen una connotación verí
dica e invariante de la psicología y el ambiente rurales, sean
comprendidos sino en su significado cabal. Vemos que los crí
ticos del Poema, lo mismo que los que podríamos llamar con
igual liberalidad “sociólogos argentinos”, se han cohibido an
te la necesidad de aceptar un orden de valores que no coincide
con su nomenclatura metropolitana. Han creído indispensable
sublimar el Poema y la vida, aliñándolos a su sabor, para que
les fuera inteligible en su idioma de sofistas. Y hay aquí una
dificultad insuperable: quien podía entender las cosas estaba
incapacitado intelectualmente para hacerlo, y el que captó sus
vivencias en una comprensión ingenua de lo elemental y tectó
nico, no ha ido, ni podrá ir, más adelante, en su informe intui
FILOSOFÍA 401
ción, de que muchísimas cosas tasadas con valor negativo son
positivas y sustanciales.
Todo lo que de intención contenía la obra ha sido captado'
por él intuitivamente, y jamás podrá expresarlo, porque para
expresarlo necesita una mentalidad de hombre urbano y el hom
bre urbano ya no tiene aquel poder de intuición que entra al
contacto de las vivencias. El Poema es una escritura jeroglífi
ca; mejor dicho, una criptografía. No porque como la Divina
Comedia contenga la flor y esencia del saber más culto, inacce
sible a los hombres comunes de la época, sino porque la sabi
duría puesta bajo aspectos groseros es grande y por momentos
de buena calidad. Se trata, evidentemente, más que de una fi
losofía, de un saber empírico, de una sabiduría, ya que su base
es la inteligencia, no la mecánica de pensar. Revisando los Es
tudios de historia argentina, de Groussac, encuentro estas pa
labras:
La lectura verdaderamente nociva y esterilizadora es la que perpetúa la
actitud discipular que estos pueblos sudamericanos han heredado de la
España colonial, y no ha tenido aún su “independencia”. . . Aquel grupo
de dirigentes es el que está amagado de atrofia mental, por inactividad
prolongada del órgano pensante, y si ésta llegara a hacerse crónica, se
pasaría sin transición de la infancia a la vejez, como ciertas civilizaciones
indígenas de este continente... Pero repito que el daño esencial de la
lectura como única operación de la mente, reside en su pasividad: leer
es absorber lo pensado por un extraño; es decir, delegar en otro el
esfuerzo activo que precisamente robustece y desarrolla la inteligencia.
Sería preciso transformar nuestra cultura: instilar en el hom
bre del campo, todavía sano, el saber de cultura para que de ese
injerto surgiera una conciencia veraz de nuestros problemas.
Con el hombre de la ciudad — el culto — no tenemos nada que
hacer; nada podemos esperar de él. Es un producto híbrido y
estéril de la lectura inasimilada sobre temas de la vida social
de grandes pueblos históricos, y la ignorancia más ridicula, no
de las cosas del país, sino de las del sentido común. No se re
chaza en vano una realidad en masa sin embrutecerse. El tex
to dice literalmente: intención; lo que equivale a establecer que
contiene un sentido que no es el literal. Pues lo curioso es que
ese sentido fue captado por el paisano, y que el sentido que cre
yó encontrar el crítico sagaz, el hombre culto, es el sentido lite
402 LOS VALORES
ral embrollado en su propia cabeza. Caído el Poema en su ce
rebro mistificado, la mistificación fue un resultado natural del
análisis del poema. Aunque esa intención es mucho más hon
da que como se la juzga, no puede ya ser expuesta ni al hombre
del campo ni a nuestro hombre culto de la ciudad. Sólo puede
serle revelada al “extranjero”, al que está fuera del sistema, al
que mira al país como un panorama y no como una anteojera.
Implica una exposición abreviada de la vida nacional, del hom
bre-habitante de su territorio, en la época y la zona más carac
terística de su riqueza: “en su frontera”. Epítome de nuestros
profundos males originarios — y ahí va el de la lectura colo
nial — de estructura y de psicología: aquellos males que, según
Cruz, no son graves, sino que “no tienen cura”. Lo que “siente
el paisano está más allá de lo literal, con otros instrumentos pe
netra en las reconditeces de la meditación y extrae su diagnós
tico. Pero lo identifica con una fatalidad, con una suerte inevi
table de su condición de hombre pobre y desvalido, sin poder
proyectar ese diagnóstico al plano de lo nacional, de lo histó
rico, de lo étnico. De esa intuición el paisano extrajo una sus
tancia ineficaz, estéril, porque la reservó para sí como lección,
quedándose con los consejos del viejo Vizcacha, en lo cual hay
una cordura mucho más grande que la de los críticos que supo
nen que esa filosofía cínica es nada más que una sarta de di
chos ingeniosos de Hernández. ¿Donde han leído una filosofía
de la historia sudamericana semejante? Seguramente no es eso
bastante para aceptar un contenido filosófico en la criptogra
fía: acaso no lo hubo. Pero los materiales de la experiencia que
Hernández puso en el texto eran tan de primera calidad, tan
vivos y significativos, que con el tiempo han procreado por sí
mismos una filosofía. Así como los caballos y las vacas en las
llanuras.
Es preciso, antes de proseguir, fijar algunos conceptos fun
damentales sobre ese tipo de sabiduría empírica, tal como se le
encuentra en el Poema. Para ello son eficaces estas observacio
nes de Max Scheler (El saber y la cultura):
La cultura soberbia, el saber orgulloso es a priori incultura, y más aún
lo es la presunción. "Culto —me dijo cierta vez un hombre ingenioso—
es aquel a quien no se le nota que ha estudiado, si ha estudiado; o que
no ha estudiado, si no ha estudiado...” Resumiendo: “culto” no es quien
FILOSOFÍA 403
LOS REFRANES
El saber de experiencia de todos los personajes del Poema no
se refiere a conocimientos prácticos pues, sino a conceptos con
que juzgan y analizan los hechos, y a sí mismos. Tan grande y
constante uso hacen de reflexiones con cualquier motivo, que,
de no ser inteligentes y atinadas la lectura se tornaría penosa y
árida. Por el contrario, tan adecuada es la filosofía que profe
san a las circunstancias de sus vidas; tan de buena calidad las
observaciones y comentarios, y tan profunda en fin, la posición
del hombre que contempla con escepticismo el espectáculo del
mundo circundante, que constituye uno de los valores más po
sitivos de la Obra. Esas reflexiones, que podrán reunirse en
un florilegio de sentencias agrestes, son equivalentes a los pro
verbios y refranes, y se expresan en forma de dichos ingeniosos,
espontáneos, que llevan siempre el sello de la personalidad del
creador. Son una modalidad psicológica que refleja el tempe
ramento, y deben interpretarse para inferir de su envoltura me
tafórica el sentido traslaticio de lo que se quiere significar. La
clave es sencilla, y, puesto que responden a un modo de ser, sig
nifican lo mismo que un lenguaje intencional al que cada per
sona imprime su propio carácter. Hernández definió como pro
verbios y refranes esos dichos, y en verdad pueden derivar de
ellos, pues de las dos formas de perpetuarse el concepto que
40(5 LOS VALORES
cualquier refrán contiene — repetirlo o asimilarlo —, en el Poe
ma los personajes poseen el secreto de crearlo más que la me
moria de reproducirlo.
Hernández reconocía en el paisano de nuestras llanuras un
don natural para esta clase de hablar sentencioso. En el Prólo
go a la Vuelta explica ese fenómeno que es común, en mayor o
menor grado, a muchísimos pueblos, pero no a todos. Dice el
Autor:
Todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son ex
presados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con
inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda
intención. Eso mismo hace muy difícil, sino de todo punto imposible,
distinguir y reparar cuáles son los pensamientos originales del autor, y
cuáles los que son recogidos de las fuentes populares. No tengo noticia
que exista ni que haya existido una raza de hombres aproximados a la
naturaleza, cuya sabiduría proverbial llene todas las condiciones rítmicas
de nuestros proverbios gauchos. Qué singular es, y qué digno de obser
vación el oír a nuestros paisanos más incultos, expresar en dos versos
claros y sencillos máximas y pensamientos morales que las naciones más
antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de
su sabiduría proverbial... Indudablemente que hay cierta semejanza, cier
ta identidad misteriosa entre todas las razas del globo que sólo estudian
en el gran libro de la naturaleza; pues que de él deducen, y vienen dedu
ciendo desde hace más de tres mil años, la misma enseñanza, las mismas
virtudes naturales, expresada en prosa por todos los hombres del globo,
y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que
se extienden a las dos márgenes del Plata. El corazón humano y la moral
son los mismos en todos los siglos.
Estas apostillas encierran por lo menos una valiosísima con
jetura que puede aplicársele al Autor, en cuanto al procedimien
to que ha seguido para reelaborar muchos proverbios y refranes
de aquella sabiduría antigua, bajo la rústica apariencia de di
chos y frases ocurrentes. Pues es indudable que muchísimos de
ellos no son sino viejos refranes reconstruidos en un tono colo
quial y de hilván en el discurso; trabajo tan hábilmente reali
zado que “sería muy difícil, si no de todo punto imposible, dis
tinguir y reparar cuáles son los pensamientos originales del au
tor y cuáles los que (en su Poema) ha recogido de las fuentes
populares”.
De esa absorción y rcelaboración de los refranes, conservan
do su intención y su densa decantación de experiencia, lo que
LOS REFRANES 407
piensan y razonan los personajes adquiere una categoría que so
brepasa el simple buen sentido del hombre inteligente y sin cul
tura. Cualquier crítica impremeditada contra el valor de esa
materia filosófica llevaría a desengaños no menos bruscos que
si se negara la alta calidad poética persistente bajo las groseras
formas de expresión. El procedimiento de reelaboración y de
adecuación al fluir del discurso puede observarse con neta visi
bilidad de la factura en los consejos, tanto del viejo Vizcacha
como de Martín Fierro. En ambos pasajes la estrofa contiene
dos y hasta tres sentencias, cuyo origen en muchos casos es im
posible rastrear. Aforismos y proverbios, refranes y sentencias
han sido macerados y recubiertos de tosco ropaje, sin que su
esencia se haya desvanecido. De las restantes afirmaciones de
Hernández sobre el tema nos queda la impresión, ratificada por
su hermano Rafael, de su predilección por la lectura de esa cla
se de pensamientos epigramáticos. Adecuados a la conversación
y despojados de su recortada concisión, disimulados como ocu
rrencias del momento, resaltan sin desentonar con el resto de
la composición. No obstante, es posible percibir que los nume
rosos dichos sentenciosos no surgen como consecuencia natural
de los hechos, ni se avienen netamente a las situaciones, sino
que unas veces lo preceden a manera de breves digresiones filo
sóficas, y otras, colocados después, a modo de corolario, tienden
un puente entre el suceso individual y eventual y un orden de
la historia de los sufrimientos humanos. La más lejana utiliza
ción de esos pensamientos anónimos y casi tan viejos como el
hombre está incorporada a la acción en cuanto no se la descri
be objetivamente sino a través del Narrador, que tiene a su al
cance la posibilidad de subrayarlo con personales observaciones.
La Obra entera se proyecta de un sentir y un pensar cuya raíz
no es la contemplación, sino la meditación. Lo que en otros
autores — especialmente en Lussich — es simplemente ingenio,
gusto de formar una frase que sume a su valor descriptivo algu
na resonancia más honda, en Hernández es una impostación
consciente, un valor invariante, y en esto se diferencia radical
mente su Obra de la de todos los demás poetas gauchescos. Por
lo demás, esa apelación al saber popular y tradicional como me
dio de expresión de ideas y sentimientos de sus personajes in
cultos no es una afectación, sino un hallazgo genial, ya que pre
408 LOS VALORES
cisamente los pueblos de menor evolución en el plano de la cul
tura son los que cultivan con íntima vocación la fábula, el cuen
to mítico y el refrán, las tres formas de la intuición más pene
trantes en la dura corteza del mundo.
A este respecto formula interesantes observaciones A. L.
Kroeber (en su Antropología general), refiriéndose al arte de
crear refranes, que parecería obedecer a una técnica susceptible
de aprendizaje:
Parece sorprendente que las tribus bárbaras del oeste Africa posean un
tronco de proverbios tan abundantes y expresivos como los que son co
rrientes en Europa. La tendencia a usar proverbios es lo bastante general
para sugerir su origen independiente en Africa y Europa. Una primera
reacción al paralelo probablemente sea algo como esto: “El negro y
nosotros hemos acuñado proverbios porque ambos somos seres humanos;
la acuñación de proverbios es instintiva en la humanidad.” Sin embargo
tan pronto como se revisan la distribución de proverbios en todo el
mundo, se hace evidente que su acuñación no puede ser espontánea,
puesto que la raza nativa americana no parece haber inventado un solo
proverbio verdadero... Los indios americanos permanecían sin proverbios
porque la invención nunca les fué transmitida.
La forma sentenciosa de hablar de todos los personajes del
Poema cumple plurales fines: denota la índole del locutor, da
a su mentalidad un tono arcaico y popular sin rebajar su in
trínseco valor de inteligencia pura, permite la perífrasis y el
lenguaje figurado con que llegamos más a lo hondo de las in
tenciones y acaso del sentido de la vida, levanta el argumento
total por movimientos de balancín, al rebajar una sabiduría pu
ra a las formas del pensar y el sentir elementales y, en fin, pro
clama su parentesco, en la familia literaria, con antecesores de
la alcurnia del Libro de Buen Amor, la Celestina y las Coplas
de Manrique.
Angel Battistessa, en su disertación sobre “La génesis poéti
ca del Fausto”, observa, con carácter general que comprende
también al Martin Fierro, que
algo bastante parecido ocurre con los refranes. Nadie ignora que el re
franero pertenece al fondo común universal de la sabiduría del pueblo,
pero es bastante frecuente, por falta de mayores referencias o por mera
limitación localista, nacionalizarlo resueltamente y adscribirlo a una región
determinada. Descontados los que proceden de traducción o de calco, por
poco que se tenga alguna familiaridad con la literatura de otros países,
LOS REFRANES 409
pronto se advierte que los más de nuestros refranes son de neta proce
dencia española; en su caudaloso desprendimiento, el torrente idiomático
no pudo menos que arrastrarlos hasta nosotros. Pero a través de España
ese acarreo procede, no pocas veces, desde mucho más lejos.
En su carta del 8 de noviembre de 1881 a Florencio Madero,
Nicolás Avellaneda le decía:
¿Qué ha estudiado "Martín Fierro”? Antes de conocer sus aptitudes lite
rarias y de revisar su biblioteca [evidentemente se refiere a Hernández],
ya lo sospechaba, y lo he confirmado después por su propia confesión y
por la inspección de sus libros. Ha estudiado, como Cervantes, los pro
verbios de todos los pueblos y de todos los idiomas, de todas las civiliza
ciones, es decir, la voz misma de la sabiduría, como los llamaba Salomón. . .
¿Cómo dejarían de ser populares, cómo dejarían de circular como la luz
y el aire las sentencias o los dichos que no son sino gauchescos en sus
formas, pero que pertenecen al habla de todos los hombres, después de
miles de años? He ahí explicado el secreto de la popularidad de M artin
F ie rro ; he ahí por qué sus dos libros han recorrido por la América que
habla nuestro idioma, de tal manera, que lo habrían enriquecido [otra
vez identifica a Hernández y Martín Fierro] si hubiera podido preverse
este caso único, estipulando la reciprocidad de la propiedad literaria que
hoy no existe... He de pedirle [al doctor Larsen] que estudie los diálogos
de Martín Fierro y que, despojando los dichos de sus expresiones locales,
los restituya a sus verdaderos autores, es decir, al Corán, al Antiguo Tes
tamento, a Confucio o a Epicteto. Estos dos últimos son, sobre todos, los
autores predilectos de Martín Fierro, y sus dicharachos gauchos no vienen
a ser en el fondo sino proverbios chinos o griegos... Tiene usted, como
nuestro amigo Hernández, este don supremo de recoger lo que es popular,
depurándolo y transmitiéndolo bajo nuevas formas, para que lo sea aún más.
No menos certero fue el dictamen de José Manuel Estrada
(reproducido fragmentariamente en la edición de 1897), quien,
sin entrar al análisis, dio un juicio cabal del Poema en sus as
pectos más palmarios de obra de reflexión y de crítica social
con estas pocas palabras:
Ni Hidalgo, ni Ascasubi, ni mucho menos Del Campo, han llegado, entre
nuestros poetas populares y gauchescos, a la altura filosófica en que toca
el versificador más incorrecto de todos, D. José Hernández. Martín Fierro
es el tipo culminante del gaucho, es decir: el producto más completo de
una sociabilidad injusta, operando sobre una naturaleza ingénitamente
poderosa y activa. Pero precisamente por ser extraordinario como la poe
sía lo requiere, no puede guiarnos en los estudios sociales sino subjetiva
y elementalmente.
410 LOS VALORES
Con lo que Estrada quería significar que el verdadero asun
to del Poema estaba tomado de la realidad reflejada en el alma
del Cantor, puesta ésta en contacto vivo y directo con las for
mas naturales y puras del mundo en que vivía. En efecto; pero
el resultado fue trascender lo perecedero de esa realidad que
podemos llamar histórica y dotar a los personajes, intencional
mente reducidos a la última pobreza y a la desnudez verbal, de
una clarividencia de que sólo tenemos absoluta certeza al ter
minar la lectura y dejar que las figuras se fundan en la tierra
informe de que también nos nutrimos.
Mitre le observa:
No estoy del todo conforme con su filosofía social, que deja en el fondo
del alma una precipitada amargura sin el correctivo de la solidaridad
social. Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y por la nece
sidad de vivir juntos y unidos, que hacer fermentar los odios, que tienen
su causa, más que en las intenciones de los hombres, en las imperfecciones
de nuestro modo de ser social y político (Carta del 14 de abril de 1879).
José Tomás Guido (en carta del 16 de noviembre de 1878) re
conocía que:
Las promesas de la Revolución no se han cumplido todavía para los hijos
del Pampero. El rancho de paja no alcanza a proteger a quien lo habita.
Desde la 8? edición, de 1874, las notas editoriales y las que
publica el mismo Autor con su firma —o que evidentemente
inspira él— toman como norte de la intención del Poema el
combatir un estado social que consideran bochornoso. Se lee
en la nota de la 8?- edición:
. . . no solamente viene a poner de relieve las desgracias que sufren nues
tros paisanos, sino que transmitirá a las generaciones venideras una foto
grafía fiel de la índole, costumbres, hábitos y lenguaje de ese ser tan
calumniado como digno de encomio, que se llama el “Gaucho Porteño”.
LAS “MEJORES” EDICIONES Y LAS PRIMERAS CRÍTICAS 419
La Carta-Prólogo de Hernández para esa edición omite ya
los aspectos literarios, y se concreta al problema político y social.
En 1897, la 14? edición —inspirada patentemente por el her
mano Rafael, que suministra las cartas y recortes de periódicos
para la compilación de juicios críticos— insiste en ese tema:
Cualquier observador dotado siquiera de sentido común advierte que el
Sr. Hernández, sirviéndose de una forma literaria al parecer trivial, hace,
en M artín Fierro, la historia de los infortunios de nuestro gaucho, penetrando
con pensamiento de filósofo hasta en lo más íntimo de la azarosa vida de
una clase que, bajo la denominación colonial como bajo la dominación
republicana, sólo ha viviclo víctima obligada de todo género de abomi
naciones.
LA CRITICA
Casi todos los críticos posteriores a las disertaciones y lec
turas de Lugones (El payador) han seguido sus pautas. Podemos
fijar, sin ninguna duda, la cristalización del Martín Fierro co
mo mito, en aquellas épicas jornadas oratorias del teatro Odeón.
Las pautas estaban en realidad trazadas de antemano, para Lu
gones, no en la crítica sino en la literatura nacional. Lugones
concreta, aplicándola al Martín Fierro, la eterna tendencia nues
tra a deificar alguna figura, no por espíritu de veneración, sino
por necesidad de poseer un héroe, un santo o un sabio en quie
nes creer. Eso mismo hace Lugones con Sarmiento, Ameghino
424 LOS VALORES
y Roca, a quienes utiliza para racionalizar su pasión patriótica,
iniciada en La guerra gaucha y en El imperio jesuítico, según
su propia confesión. Naturalmente, la beatificación de Esquiú
responde al mismo estado de ánimo, y no es casual que sea quien
liipostasió política y religión el que antes que otra merezca la
veneración de la santidad. No puede olvidarse tampoco que
Ricardo Rojas escribió una biografía de San Martín con el tí
tulo El santo de la espada.
Pero las pautas que da El payador de Lugones están ya tra
zadas de antemano para toda nuestra literatura, que es en sus
dos terceras partes un ditirambo, que se exalta por su propio
entusiasmo, a las glorias nacionales. El tomo de La lira argén-
tina es su texto más significativo. No analiza Lugones el Poema,
sino que levanta su canto a las virtudes del hombre de la pam
pa que representa las virtudes viriles de la raza y de la historia.
Desde que esa contrafigura se extiende ante la vista del lector,
el lector, que tiene los ojos educados para esa clase de visión
en transparencia, no verá sino aquellos rasgos que coinciden con
su voluntad de ver. Ni vale la pena ni sería útil revisar esas
críticas, que comprenden los extremos que podemos fijar en
Groussac y en Lugones, como límites polares dentro de una
misma concepción ornamental de las letras. Baste elegir al más
prudente y aplicado de esos críticos, Eleuterio F. Tiscornia, cuya
consagración al análisis y comentario del Poema ha sellado su
nombre con un signo sacro de autoridad. Para la crítica y la
hermenéutica argentina equivale al de Menéndez Pidal en
cuanto concierne al Cantar de Mío Cid. La crítica de Tiscornia
no es crítica, sino prurito de justificar y enaltecer; su análisis
no es sino la búsqueda de valores académicos y cidianos en el
Poema; su hermenéutica es de tal superficialidad que asombra
—y arredra— pensar que tal sea la autoridad mayor en esas ma
terias, pues se trata de simples exámenes gramaticales del tipo
corriente en la enseñanza media. Su Discurso académico, que
en veintisiete páginas y media del Boletín repasa la vida del,
Autor, su anecdotario, las condiciones históricas y psicológicas
de los personajes principales, la documentación y la bibliogra
fía, los datos de filiación sumarial de Fierro, Cruz y Vizcacha y,
finalmente, un juicio crítico de la Obra, es el resumen de sus
investigaciones. Queda el aspecto filológico en que emplea como
LA CRÍTICA 425
criterio personal los preceptos de la Gramática de la Real Aca
demia Española de la Lengua, y procura con santo celo patrió
tico ajustar las desmesuras del “cantor ignorante” con las reglas
de urbanidad de ese código borbónico.
Unicamente así se concibe que en una obra que, por ex
presa declaración del autor, contiene todas las imperfecciones
del habla popular gauchesca, con sus giros, modismos e impro
piedades léxicas y sintácticas, pueda buscarse la infracción a la
norma académica como una anomalía. Estudiar el Poema con
arreglo a los cánones de la gramática y no de la lingüística, es
atribuirle al Autor las faltas de sus personajes; y el cuidado de
trasladar con fidelidad esa habla pintoresca, como la causa
misma —y su responsabilidad— de las incorrecciones. Pero no
solamente en este aspecto se convierte automáticamente la crí
tica en inane y en presuntuosa, porque tiende a demostrar en
el crítico un conocimiento de adquisición muy módica, sino en
un enfoque falso de toda la Obra. La conclusión no debiera
ser el elogio, sino, como en Quesada, Groussac, Obligado, Ar-
gerich, Oyuela, Korn y tantos más, la condenación más irremi
sible. Pues ¿cómo olvidar que el Autor lo puso fuera de en
juiciamiento al colocarlo en otra jurisdicción y en otro fuero,
declarando en el mismo texto y en los Prólogos que aspiraba
a otros méritos que los académicos y a otra gloria que la del
panteón de los engendros perfectos? La lengua del Poema es
la lengua llamada gauchesca, el dialecto del castellano en las
llanuras bonaerenses y del litoral rioplatense; su estudio, en
consecuencia, corresponde a la filología y la lingüística, no a la
crítica gramatical, y sus defectos o cualidades han de ser los
de esa habla, pues el Poema refleja con mayor o menor puridad
sus peculiaridades. Artísticamente será tanto más perfecto cuan
to sus imperfecciones correspondan a las del habla, quiero decir,
cuanto más incorrecto sea el Poema- desde el punto de vista gra
matical, pero más adscrito a una realidad hablante cuyo valor
relativo debe establecerse con los dialectos hablados en otras
zonas del territorio del castellano, y no como valor absoluto
deducido de la aplicación de un código que en ninguna parte
se observa sino como patrón ideal y normativo.
Pero la crítica al Poema mismo, como obra estética y como
documento histórico y de psicología social, está todavía en
426 LOS VALORES
peldaños más bajos de esa tabla de valoraciones. Hacer con
sistir el carácter prominente del Poema en su historicidad,
como dice Tiscornia después de dar a entender que Fierro,
Cruz y Vizcacha existieron realmente —contra la afirmación
taxativa del Autor en los Prologos—, es trastornar el sentido
total de la Obra. Pues su historicidad no depende de la auten
ticidad de los personajes como seres civiles, sino de lo que
representan dentro de la historia de su país. Este error se
ha cometido, con perspectivas mucho más funestas, al juzgarse
el Facundo con arreglo a la exactitud de los datos cronológicos
y topográficos, como si ahí estuviera el sentido de veracidad
histórica, de documento auténtico, sino que existen y existirán
mientras la nacionalidad no pierda los caracteres invariantes
que le dan unidad y fisonomía en el tiempo. Si el carácter
eminente del Poema depende de tan precaria circunstancia
como lo es que soldados llamados Fierro y Cruz Sean los pro
totipos genéticos de los personajes homónimos, y aun de la
existencia de las listas de 1866, que “acaso anden extraviadas,
pero no perdidas, y aparezcan el día menos pensado, como lo
anhela la investigación”, es confesar que no se tiene concien
cia siquiera de la Obra que se estudia y de la averiguación
que se realiza. Con esa prueba, absolutamente refutable, de
la existencia real de seres que llevaron los nombres o que tu
vieron parecido psicológico con los héroes del Poema, no serán
éstos más ciertos, verídicos e históricos. Ni siquiera ha tenido
Tiscornia preocupaciones después de lo que cincuenta años
antes estableció Croce con carácter axiomático: que las per
sonas y las acciones en poesía tienen su realidad en otras
fuentes que los seres de existencia parroquial. Llega a los
límites de esa ignorancia de carácter técnico y no erudito al
afirmar cosas como ésta: “El protagonista, Martín Fierro, no
es una invención, sino un gaucho auténtico, de carne y hueso”,
pues la prueba de que lo es estriba en las constancias de un
archivo de un sumario policial en el Tuyú, por un preso que
se envía al cuerpo de línea y que se llama como él. ¿No pudo
extraer Tiscornia la consecuencia de que su héroe fue, real
mente, un delincuente? Estas son enormidades que sólo en
tre nosotros sirven para consolidar una reputación de erudi
ción. La consecuencia, en cambio, es que tras la lectura del
LA CRÍTICA 427
Poema, “la imaginación se goza en contemplar la figura total
del protagonista”; y que “este gozo dimana de la presencia
de un tipo humano de belleza física y moral”. Así se desmiente,
gratuitamente, al Autor y a su creación: echándosela a perder
por el elogio que responde al lema de “¡Santiago y cierra
España!”
Finalmente, esta crítica que con un ojo mira al lector y
con el otro al estrado de los jueces y a los lectores, puede des
naturalizar la Obra, invalidando una de sus bellezas más gran
des, acaso donde el Autor alcanza lo sublime, para ajustarla
a un prejuicio de aula de colegio de monjas. Basta transcribir
el final de esa crítica, que he tomado como ejemplo sin ani
madversión y „por considerarla la más sensata de cuantas se
han hecho al Poema, para comprender que la mistificación
y la irresponsabilidad no son juzgadas entre nosotros como
defectos punibles, sino como méritos a la pública considera
ción. El porqué de que ocurran estas cosas en el terreno de la
cultura es asunto que en otros capítulos se ventilará. El texto
del discurso concluye:
Por eso Martín Fierro es el gaucho perfecto, en categoría de héroe. Tiene
ya en la I Parte del poema las calidades y virtudes de valentía, energía
individual, generosidad y resignación, que pide la poesía heroica.
Y refiriéndose a la II Parte dice:
El tema central, pues, de la II Parte es la asimilación [subrayado por
Tiscornia] del gaucho a la vida regular y democrática. Para esta vuelta
al trabajo de mancomún y a la paz de los hermanos, Hernández ha llenado
de sustancia moral la mente y el corazón de Martín Fierro en los años
de ausencia...
El Poema puede servir eficazmente para un estudio integral
de la cultura argentina. Su contenido —lo histórico, lo filo
lógico, lo étnico, lo psíquico, lo político, lo artístico, lo ale
górico— es el material que ha de emplearse para la investiga
ción; a través de los valores positivos y negativos que se esta
blezcan, puede llegarse al extremo opuesto, que es la crítica
del Poema. Esos materiales significan tanto para la sociolo
gía como para la poética, pero el juicio que la Obra ha mere
cido debe formar parte de esos mismos materiales, toda vez
428 LOS VALORES
que configura un estado de cultura y un índice de la capaci
dad del hombre culto para entender el sentido histórico de
nuestra vida nacional, y para dar la pauta de cual es el criterio
con que valoramos las cosas de la realidad material y las cosas
de la realidad espiritual. Me sirven perfectamente dos párra
fos de Borges en su libro Discusión:
Sospecho que no hay otro libro argentino que haya sabido provocar de la
crítica un dispendio igual de inutilidad. Tres profusiones ha tenido el
error con nuestro M artin F ierro: una, las admiraciones que condescienden;
otra, los elogios groseros, ilimitados; otra, la digresión histórica o filológica.
El fútil dispendio de inutilidad no dimana únicamente de
la calidad de la Obra, sino en parte principal de que ninguna
otra ha concentrado el interés, favorable o adverso, de los
críticos literarios. Estoy seguro de que cualquier obra que
hubiese merecido análoga atracción habría provocado el mis
mo dispendio, pues el arte de derrochar con prodigalidad irres
ponsable no tiene relación con el objeto que se estudia, sino
con el sujeto que se aplica a estudiarlo. Dentro de esa inutili
dad hay diferentes clases de garrulería; en primer término, el
estado de ánimo ambivalente y pasional con que el crítico
se apresta a su tarea, pues lo repele el texto entero del Poema
—desde el asunto hasta el lenguaje— al mismo tiempo que le
acucia el deseo de utilizarlo como emblema de cualidades he
roicas y humanas. La perplejidad nace de que se quiere ex
traer consecuencias falaces de aquel material, cuya grandeza
está en sí mismo y que, por lo tanto, no puede servir a la de
mostración de las doctrinas que el Autor sostuvo y que proclamó
en los Prólogos, aunque mucho más categóricamente en el
texto del Poema (la Ida sobre todo). En segundo lugar, el
prurito de ajustar la obra a un ideal personal de lo que cons
tituye la grandeza de un poeta, y que es imposible compaginar
con la verdadera grandeza de la poesía del Poema. Se pro
cura, entonces, una traducción del Poema a los valores de las
grandes epopeyas, del Personaje al nivel de los grandes héroes.
Pero es necesario omitir el ambiente; olvidar el mundo en
que Martín Fierro vive y que no tiene realidad, sin él, como
él no la tiene fuera de ese mundo. El crítico cree que su deber
patriótico o profesional consiste en colocar en segundo término
LA CRÍTICA 429
CRITICA A LA AUTOCRITICA
En la Carta-Prólogo, en la Carta a los Editores de la 8?
edición y en el Prólogo a la Vuelta manifiesta Hernández el
propósito de que su Poema cumpla la función aneja de mejo
rar la situación del trabajador del campo. Progresivamente,
en esas tres declaraciones, la Obra es considerada por el Autor,
448 LOS VALORES
al mismo tiempo que en sus valores poéticos y técnicos, como
instrumento de propaganda para despertar en el campesinado
el deseo de superar su condición moral, y en los dirigentes
políticos el interés por el reconocimiento de los derechos de
esa “clase desheredada”. La doctrina que surge del Poema
mismo es otra, y, excepto alguno versos sueltos que restringen
el verdadero alcance de las ideas de los personajes principales,
se proyecta más bien a la pintura de un cuadro de costum
bres cuyo desorden y descomposición cala hasta el meollo del
estado del país. Los Prólogos, pues, son superfetaciones doc
trinarias que el Autor escribe a posteriori, bajo el influjo de
su propia vida de político y estanciero y del círculo de perso
nas con quienes convive, mientras que el Poema se genera en
un sentimiento mucho más franco y exacto de la realidad. La
finalidad que intenta darle al Poema, puesto al servicio de
una prédica, apenas tiene relación con el significado del mismo
como obra estética y representativa de una vivencia en que los
seres y las cosas existen en un horizonte y un destino cerrados.
Hay gran distancia entre lo que afirma el texto del Poema y
lo que explica con ánimo exculpatorio, la anodina tesis de
los Prólogos. En el fondo, Hernández necesitaba justificarse a
sí mismo de su descenso a una empresa de cuyos gloriosos va
lores sólo se percataba en el acto de la creación. El trabajo
mental de esa creación artística no tenía cotización en el ám
bito de sus relaciones sociales, y le faltó la voz persuasiva de
aquellos a quienes él respetaba, para comprender, interrum-'
pida la tarea, que valía mucho más —y era por añadidura in
conmensurable— que lo que podían todos juntos realizar en
las Cámaras. El texto es categórico en su inconmovible seguri
dad de que la Obra contiene en sí todo lo que necesita para
vivir sin depender de la tutela de su utilidad, pero los Pró
logos pretenden sostenerla como instrumento auxiliar de una
imprecisa campaña educacional o legislativa. Martín Fierro
había fijado esa inconmovible seguridad, al atribuir a sus can
tos más duradera existencia que a las personas y a los cosas
que cantaba. Esa era toda la misión del libro y del Autor,
sin necesidad de un fin derivado, que tampoco se percibiría
en el texto sin sus insistentes advertencias. Sin sus escrúpulos
de caballero de la buena sociedad, los Prólogos habrían con
CRÍTICA A LA AUTOCRÍTICA 449
tenido otras declaraciones, al menos no inferiores a las de su
héroe. Sentimos, leyéndolos, la misma tristeza que nos daría
enterarnos de que Aristófanes hubiera explicado sus comedias
como intento de inclinar a los políticos y los militares de su
tiempo a cordura y decencia mayores. Chesterton, en su Dickens,
ha dicho muy bien cuál es el valor de las obras literarias cuyo
asunto está extraído de la vida social:
El libro serio de Dickens sobre América [el M artin Chuzzlewit] no fué
más que un cohete, ¡y todavía un cohete húmedo! En todo caso, sabemos
que América sobrevivirá a golpes como ése. Pero la obra imaginaria de
Dickens bien pudiera sobrevivir a América. Bien podría sobreviviría,
como Los caballeros de Aristófanes han sobrevivido a Atenas.
t
CRITICA A LA AU TOCRÍTICA 451
En medio siglo ha cuajado una hermenéutica fabulosa sobre
el Poema, elaborada colectivamente “ad majoren Patriae glo-
riam”. El propio Autor ha de ser considerado como un pro
motor de esos yerros que de antemano tienen ganada la opinión
pública.
La justa valoración del Poema la hace Martín Fierro, un
poco en el Preludio y mucho más en el Preludio y el Final
de la Vuelta. Martín Fierro es la parte humana, terrestre,
del "id” de Hernández; su crítica literaria y social está cen
trada en él, tiene su ingenua y viril conciencia de la realidad.
La crítica de Hernández es una refutación de la filosofía pe
simista de su personaje, que se apoya en casuales declaracio
nes de éste, como su repudio de la barbarie como antítesis de
la civilización, y en sus modestas aspiraciones a tener casa,
escuela y derechos. Tal apostasía de Hernández lo transfiere
a la clase de los críticos que confunden los males orgánicos
con las perturbaciones de simple desajuste. El Poema ha de
servirle para sacar consecuencias ilógicas, convirtiéndolo en una
cartilla y en un catecismo de civismo y moralidad de escuela
primaria.
Pero lo grave de esa actitud no consiste únicamente en que
se nos presenta el Autor en su secreta personalidad de descen
diente de familias patricias, que compadece a los pobres como
a componentes de una extensa servidumbre doméstica, sino
en que se alia con los lectores que falsean el sentido de la lec
tura. Esos lectores que de las historias veraces, de las crónicas
y aun de las cosas ciertas extraen conclusiones arbitrarias, son
legión y se reclutan en logias sin domicilio, en conjuración
permanente contra la verdad. Responden tácitamente a la con
signa de enaltecer lo que ellos suponen que es bueno, porque
se acomoda a su criterio y a su satisfactorio ajuste con la rea
lidad, y rechazan como pecaminoso e insurgente lo que humil
demente expresa la tesis cierta de aquella realidad. Propugnar
que “el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora
y bienestar”, que se ha de “recordar a los padres los deberes
que la naturaleza les impone para con sus hijos” y “fomentar
en el esposo el amor a su esposa, recordando a ésta los santos
deberes de su estado, encareciendo la felicidad del hogar, en
señando a todos a tratarse con respeto recíproco, robusteciendo
452 LOS VALORES
por todos estos medios los vínculos de la familia y la socia
bilidad”, y utilizar para ello el Poema es una inconsecuencia
sarcástica. Es el arrepentimiento del Autor ante su propia
creación; el mismo arrepentimiento de los prohombres que no
quisieran que el país fuera como es, y que no pudiéndolo
modificar a su arbitrio, lo desfiguran en su sentido haciendo
de la realidad un texto que puede leerse ad libitum. De ahí
nace la alabanza de lo aparente, la construcción de una gran
fachada que encubre al país entero cuya grandeza y pujanza
convierten en una caricatura. Nuestros peores ciudadanos y
nuestros más nefastos críticos son los que alaban, porque como
no sienten en su alma ni que sea digno lo que defienden ni
que sea indigno lo que desdeñan, sus palabras son frías, ama
neradas y vacuas. En el fondo, despreciamos siempre, porque
hemos invertido la tabla de valores y aquellos puestos en la
cúspide han de ser sostenidos a pulso. De las cosas hemos
aprendido la lección de que hay muy poco que merezca res
peto, y que una reputación vale lo que una obra bien lo
grada. Formamos la reputación en vez de trabajar honrada
mente en la obra, la adoramos y por dentro nos burlamos. Con
tristeza, por supuesto, porque quisiéramos que la obra naciera
de su reputación y eso es imposible. El mismo Hernández nos
ha enseñado a no examinar las obras, a que fundemos una
minúscula grandeza mentida en lugar de la enorme grandeza
cierta de su Obra. Obedece así a lo que podríamos llamar la
energía secreta de la mentira que imposibilita la realización
de una obra del espíritu verdadera, y que cuando —como en su
caso— la realiza, trata de adaptarla al juego hipócrita uni
versal. De antemano, la obra excelente, que se nutre de lo
real de la realidad, está condenada a perecer en el silencio o
a petrificarse tomando la fisonomía de las cosas circundantes.
No sólo hacemos de la impostura una verdad, sino de la ver
dad una impostura. En ambos procesos yace secreta la incre
dulidad, la fatal tendencia del incrédulo a matar el sentimiento
vivo de la fe con el sentimiento muerto de la rutina. Ninguna
de nuestras obras valiosas es examinada a fondo (Facundo,
Amalia, Martín Fierro, El Ombú, La ciudad indiana), porque
se teme que también ellas sean ficticias, o que al comprenderse
lo que tienen de verdaderas se derrumbe todo el edificio sos
CRÍTICA A LA AUTOCRÍTICA 453
tenido por la magnífica fachada. Se teme, como en la segunda
prueba de la celada del Quijote, que lo cierto y lo falso se
rajen por igual, el cartón y el acero. No probamos nuestra
realidad, como no probamos nuestras obras espirituales, pues
creemos secretamente que ningún dios las protege y que es
natural que sean frangibles. Pero, como dice Péguy (sobre
el Polyeucte, de Corneille),
los campeones de la buena causa no reciben ninguna arma fraudulenta,
no se arman fraudulentamente. ]Es tan poco común no proveer de una
armadura maravillosa, es decir, fraudulenta, a los que se sienten defen
sores de la buena causa! Es decir, ¡es tan poco común que no tengan
miedo! Se necesitaría analizar aún más la belleza única y luminosa de
Polyeucte. No apila pruebas ni amontona muebles. No tapa los agujeros,
sabe que la nave de Pedro no puede hacer agua. No cierra brechas.
Sabe que no las tiene.
¿Por qué Hernández calafateó su sólido navio, si lo había
construido como Noé según las instrucciones que Dios había
puesto en su corazón? Porque los demonios que lo rodeaban
le dijeron que no había ningún diluvio, sino el que nosotros
nos inventamos por deporte, y que para navegar a la deriva
lo mejor era un barco de papel. Y —abandonada su creación,
en la que fue un instrumento de Martín Fierro—, como nues
tros críticos, negó la excelencia de su propia Obra, que con
sideró herética. Quiso poner sobre la cara de carne de su
hijo un antifaz de terciopelo.