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ADULTERIO

¿De quién es la culpa?


Es verdad que en algunos casos las imperfecciones del cónyuge
inocente tal vez hayan contribuido a que la relación sea muy tirante;
no obstante, la Biblia dice que “cada uno es probado al ser provocado
y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha
hecho fecundo, da a luz el pecado” (Santiago 1:14, 15). Aunque puede
haber varios factores, la causa principal del adulterio es el “propio
deseo” de la persona. Los problemas maritales originados por las
faltas del otro cónyuge, de ninguna manera se resuelven con el
adulterio (Hebreos 13:4).
Más bien, los problemas matrimoniales se pueden solucionar cuando
ambos esposos perseveran en la aplicación de los principios bíblicos,
lo que incluye ‘soportarse el uno al otro y perdonarse liberalmente’.
Asimismo deben seguir manifestando cualidades como “los tiernos
cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la
apacibilidad y la gran paciencia”. Y, lo que es más importante, deben
“[vestirse] de amor, porque es un vínculo perfecto de unión”
(Colosenses 3:12-15).
¿ES EL ADULTERIO UN PECADO IMPERDONABLE?
LO QUE DICE LA BIBLIA No. En la Biblia leemos que Dios perdonó a
hombres y mujeres, entre ellos adúlteros, que se arrepintieron de sus
pecados y abandonaron su vida inmoral (Hechos 3:19; Gálatas 5:19-
21). Estas personas llegaron a ser amigas de Dios (1 Corintios 6:9-11).
Un ejemplo fue el rey David. Él era un hombre casado y se acostó con
la esposa de un oficial de su ejército (2 Samuel 11:2-4). La Biblia dice
que esta acción de David “pareció mala a los ojos de Jehová”
(2 Samuel 11:27). Después de ser reprendido, David se arrepintió y
Dios lo perdonó. Aun así, no pudo evitar las amargas consecuencias
de sus errores (2 Samuel 12:13, 14). El rey Salomón dijo más
adelante: “El hombre que comete adulterio es un necio total, porque se
destruye a sí mismo” (Proverbios 6:32, NTV).
LO QUE PUEDE HACER Si usted ha cometido adulterio, tiene que
pedirle perdón a Dios y a su cónyuge (Salmo 51:1-5). Odie el adulterio,
tal como lo odia Dios (Salmo 97:10). Huya de la pornografía, de las
fantasías sexuales, del coqueteo y de cualquier cosa que pudiera
llevarlo a sentirse atraído a otra persona (Mateo 5:27, 28; Santiago
1:14, 15).
Y si es su cónyuge el que le ha sido infiel, puede estar seguro de que
Dios entiende su situación (Malaquías 2:13, 14). Pídale consuelo y
guía, pues la Biblia promete: “[Dios] mismo te sustentará” (Salmo
55:22). Si decide perdonarlo y no divorciarse, ambos han de hacer un
gran esfuerzo por reconstruir su matrimonio (Efesios 4:32).
“Jehová [...] deja pasar tu pecado”, dijo Natán al rey David, quien se
arrepintió de haber cometido adulterio. (2 Samuel 12:13)
ENCADENADA AL RESENTIMIENTO
El matrimonio es como un ánfora inestimable. Cuando se rompe
por causa del adulterio, el daño es incalculable. (Proverbios 6:32.) Es
cierto que los fragmentos rotos pueden unirse con la reconciliación si
el cónyuge inocente decide perdonar. No obstante, las fisuras
permanecen, y en un altercado pudiera surgir la tentación de ver esas
fisuras y usar el pasado como un arma.
El resentimiento es una respuesta normal a la infidelidad conyugal.
Pero si ha perdonado a su pareja, no permita que rencores latentes
destruyan lo que consiguió el perdón. El resentimiento daña a ambos
cónyuges, sea que les consuma las entrañas en silencio o se desate
despiadadamente. ¿Por qué? Una doctora opina: “Si se siente herida
por lo que ha hecho su esposo, es porque aún le importa. Por lo tanto,
el retraerse o procurar castigarlo, no solo lo hiere a él, sino a usted
misma. Precipita la ruptura de lo que deseaba mantener unido”.
Es cierto, sencillamente no logrará resolver las diferencias de su
matrimonio si no reprime la cólera. Por lo tanto, hágale saber a su
pareja cuáles son sus sentimientos cuando las emociones no se
encuentren agitadas. Explíquele por qué siente una herida, qué
necesita para sentir seguridad y lo que hará para conservar la relación.
Nunca use el pasado como un arma para ganar discusiones.
Las trágicas consecuencias de la infidelidad

“Me he marchado”, decía el mensaje grabado en el


contestador. Probablemente fueron las palabras más
devastadoras que el esposo de Pat jamás le dijo.
“No podía creer que me hubiera traicionado —comenta
ella—. Lo que más había temido siempre, que mi marido
me abandonara por otra, se convirtió en una espantosa
realidad.”

PAT tenía 33 años y realmente deseaba que su matrimonio


marchara bien. Su esposo le había asegurado que nunca la dejaría.
“Prometimos apoyarnos el uno al otro pasara lo que pasara —
recuerda—. Estaba convencida de su sinceridad. Entonces... hizo
aquello. Ahora no tengo nada, ni siquiera un gato o un pececillo.”
Hiroshi nunca olvidará el día en que se descubrió que su madre
mantenía una relación extramarital. “Tenía apenas 11 años —relata—.
Mi madre entró en la casa como un huracán, seguida por mi padre,
que le decía: ‘¡Espera! ¡Hablemos del asunto!’. Intuí que algo horrible
había sucedido. Mi padre estaba destrozado, y todavía no se ha
repuesto del todo. Además, como no tenía a nadie en quien confiar,
recurrió a mí. ¡Imagínese! ¡Un hombre de más de 40 años buscando
consuelo y empatía en su hijo de 11 años!”
Bien sea que se trate de los escandalosos líos que han
conmocionado a miembros de la realeza, políticos, estrellas de cine y
líderes religiosos, o de la traición y las lágrimas vertidas en el seno de
nuestras propias familias, la infidelidad conyugal sigue haciendo sentir
sus trágicos efectos. “El adulterio parece ser tan universal y, en
algunos casos, tan común como el matrimonio”, afirma The New
Encyclopædia Britannica. Algunos investigadores calculan que entre
el 50 y el 75% de las personas casadas han sido infieles alguna vez.
La experta en asuntos matrimoniales Zelda West-Meads asegura que
aunque hay muchos casos de infidelidad que no se descubren, “el
peso de las pruebas indica que las relaciones extraconyugales siguen
aumentando”.
UN ALUD DE SENTIMIENTOS
Por espeluznantes que sean, las estadísticas sobre la infidelidad y
el divorcio no revelan todo el impacto que estos episodios producen en
la vida cotidiana de las personas. Además de las enormes
repercusiones económicas, piense en las montañas de sentimientos
encerrados en dichas estadísticas: los ríos de lágrimas derramadas; la
confusión, el pesar, la ansiedad y el dolor inmensurables que se
sufren, así como las incontables noches de desvelo a causa de la
angustia. Aunque las víctimas superen la penosa prueba, lo más
probable es que queden marcadas por mucho tiempo. Las heridas y el
daño infligidos no se reparan fácilmente.
“Una ruptura matrimonial normalmente provoca un gran estallido de
emociones —explica el libro How to Survive Divorce (Cómo sobrevivir
al divorcio)—, emociones que a veces amenazan con nublarle a uno la
visión. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo reaccionar? ¿Cómo voy a
sobreponerme? Puede que se pase de la certeza a la duda, de la ira a
la culpabilidad o de la confianza a la sospecha.”
Tal fue el caso de Pedro cuando se enteró de la infidelidad de su
mujer. “La infidelidad origina un torrente de emociones confusas”,
manifestó. Si las víctimas no entienden bien la sensación de
desolación que experimentan, mucho menos las personas de fuera,
que no conocen a fondo la situación. “Nadie entiende realmente lo que
siento —asegura Pat—. Cuando pienso en que mi esposo está con
ella, siento un dolor físico real, algo imposible de explicar.” Y añade:
“Algunas veces creo que me estoy volviendo loca. Un día siento que
tengo el control de la situación, y al día siguiente que no; un día lo
extraño, y al día siguiente recuerdo toda la intriga y las mentiras y la
humillación”.
IRA Y ANSIEDAD
“A veces, la emoción que te embarga es pura ira”, admite una
víctima de la infidelidad. No es solo indignación por el mal cometido y
la herida infligida, sino más bien, como explicó una periodista,
“resentimiento por lo que pudo haber sido y se echó a perder”.
Son asimismo comunes la pérdida del amor propio y los
sentimientos de ineptitud. Pedro dice: “Surgen dudas como: ‘¿No soy
lo suficientemente atractivo? ¿Adolezco de algún otro defecto?’. Uno
empieza a analizarse exhaustivamente para encontrar la falla”. Zelda
West-Meads, del Instituto Nacional de Consejería Matrimonial de Gran
Bretaña, confirma lo anterior en su libro To Love, Honour and Betray
(Para amarte, honrarte y traicionarte), al decir que “una de las cosas
más difíciles con las que hay que contender [...] es la pérdida de la
autoestima”.
CULPABILIDAD Y DEPRESIÓN
Las emociones mencionadas suelen ir seguidas de cerca por
oleadas de culpabilidad. Una esposa abatida señaló: “Creo que el
sentimiento de culpa atormenta muchísimo a las mujeres. Una se
culpa a sí misma y se pregunta: ‘¿En qué fallé?’”.
Un esposo traicionado revela otro aspecto de lo que él llama
“emociones tipo montaña rusa”. Dice: “La depresión es un nuevo factor
que llega como el mal tiempo”. Cierta esposa recuerda que cuando su
marido la abandonó, lloraba todos los días. “Recuerdo muy bien el
primer día que pasé sin llorar varias semanas después que él me dejó
—dice—. Transcurrieron varios meses antes de mi primera semana
sin llanto. Aquellos días y semanas sin lágrimas marcaron hitos en mi
camino hacia la recuperación.”
DOBLE TRAICIÓN
Muchos no comprenden que el adúltero con frecuencia le asesta
un golpe doble a su cónyuge. ¿Cómo? Pat nos da una clave: “Fue
algo muy duro para mí, pues no solo era mi esposo, sino también mi
amigo —mi mejor amigo— por muchos años”. Efectivamente, en la
mayoría de los casos la esposa busca el apoyo de su esposo cuando
surgen dificultades; pero entonces, él no solo se convierte en el
causante de graves traumas emocionales, sino que deja de ser la
fuente de ayuda que ella tanto necesita. De un solo golpe le causa a
su esposa un gran dolor y la priva de su leal confidente.
Por tal razón, una de las cosas que más abruman al cónyuge
inocente es el sentirse traicionado y ver destruida la confianza
depositada en su pareja. Una consejera matrimonial explica por qué la
traición conyugal es tan demoledora en sentido emocional: “Invertimos
tanto de nosotros mismos en el matrimonio —ilusiones, sueños y
expectativas— [...], buscando a alguien en quien podamos confiar de
verdad, alguien con quien podamos contar siempre. Si de repente nos
arrebatan esa confianza, es como si un castillo de naipes se
desplomara con el viento”.
Como señala el libro How to Survive Divorce, es obvio que las
víctimas “necesitan ayuda para superar el trauma emocional [...], para
saber con qué opciones cuentan y cuál elegir”. Ahora bien, ¿cuáles
son esas opciones?
“¿Será la reconciliación el remedio en nuestro caso? —quizás se
pregunte usted—, ¿o debo obtener el divorcio?” Sobre todo si la
relación matrimonial ha sido tirante, podría resultar muy tentador
apresurarse a concluir que el divorcio es la solución a los problemas.
“Después de todo —tal vez razone—, la Biblia autoriza el divorcio en
caso de infidelidad conyugal.” (Mateo 19:9.) Por otro lado, puede que
concluya que la Biblia no hace hincapié en el divorcio y, por lo tanto,
considere que es mejor reconciliarse y reconstruir y consolidar el
matrimonio.
Divorciarse o no del cónyuge infiel es una decisión personal. Sin
embargo, ¿cómo saber qué camino tomar? En primer lugar, sírvase
examinar algunos de los factores que le ayudarán a determinar si es
posible la reconciliación.
VÉASE CON LOS OJOS DE JEHOVÁ
Al principio, tal vez le cueste creer que alguien a quien usted ha
amado tanto le haya hecho tanto daño. Hasta es posible que comience
a echarse la culpa por el mal comportamiento de su cónyuge.
Pero no olvide que el propio Jesús, aun siendo perfecto, sufrió la
traición de un amigo en quien confiaba. En efecto, había seleccionado
con mucho cuidado e intensa oración a sus compañeros más íntimos,
los doce apóstoles, todos los cuales eran fieles siervos de Jehová. Por
eso, tuvo que sentirse muy triste cuando uno de ellos, Judas, “se
volvió traidor” (Luc. 6:12-16). Y Jehová de ningún modo consideró a su
Hijo culpable de las acciones de Judas.
Es cierto que no existe un cónyuge perfecto. Ambos esposos
cometen equivocaciones. Escribiendo bajo inspiración, el salmista hizo
este comentario muy realista: “Si errores fuera lo que tú vigilas, oh
Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie?” (Sal. 130:3). Por eso,
tanto el marido como la mujer han de estar dispuestos a imitar a
Jehová pasando por alto las imperfecciones del otro (1 Ped. 4:8).

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