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Ha habido diferentes autores que han ordenado las etapas o fases que atravesamos ante la
pérdida de alguien o algo emocionalmente significativo. Aquí revisaremos algunos de
ellos.
Bowlby en un trabajo publicado en 1961 señaló que el duelo puede dividirse en tres fases
principales, que posteriormente se ampliaron a cuatro:
1. Fase de embotamiento.
Durante esta fase la persona apenada está sumida en una tendencia a buscar y recuperar
la figura perdida. Los componentes de esta secuencia son los siguientes: movimiento
incesante por el entorno y búsqueda con la mirada; pensar incesantemente en la persona
perdida; establecer un conjunto perceptivo correspondiente a dicha persona, es decir, una
disposición a percibir y prestar atención a cualquier estímulo que sugiera su presencia e
ignrar aquellos otros que no pueden referirse a esta finalidad; dirigir la atención a aquellas
partes del entorno en las que es probable pueda estar la persona perdida; llamarla.
Bowlby describió que la frecuencia con que aparece la ira como parte de un duelo es muy
alta así como era corriente sentir cierto grado de autoreproche, centrado habitualmente en
algún pequeño acto de omisión, o cometido en relación con la última enferme dad o con
la muerte.
El modelo que exponen José Zurita y Macarena Chías en su libro El duelo terapéutico
(2009) divide el proceso del duelo en nueve fases clasificadas en tres etapas:
ETAPA COGNITIVA
1. Fase de negación
La negación sería por tanto y según estos autores la defensa más poderosa que tenemos y
nos ralentiza el enfrentarnos con el hecho de la ausencia de la relación y se manifestaría
de diversas formas como hablar en presente de la persona fallecida, pensar que en
cualquier momento un puede hacer que su pareja que le dejó vuelva…
2. Fase de racionalización
Necesitamos saber el por qué la relación se acabó y comprender que no hay vuelta a tras.
ETAPA EMOCIONAL
1. Fase de protesta
Kübler Ross dice que la negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento;
surgen todos los porqués. Es una fase difícil de afrontar para los padres y todos los que
los rodean; esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún injustamente.
Suelen quejarse por todo; todo les viene mal y es criticable. Luego pueden responder con
dolor y lágrimas, culpa o vergüenza. La familia y quienes los rodean no deben tomar esa
ira como algo personal para no reaccionar en consecuencia con más ira, lo que fomentará
la conducta hostil del doliente.
Debido a que en casos de muerte resulta tan evidentemente fútil un airado esfuerzo por
recuperar a la persona perdida, ha existido una tendencia a considerarlo como patológico.
Yo creo que esto es erróneo. Lejos de tratarse de algo patológico, los hechos indican que
la franca expresión de este poderoso impulso, por irrealista y desesperanzado que sea, es
una condición necesaria para que el duelo no siga un curso patológico. (Bowlby, 1961)
José Zurita y Macarena Chías dicen que expresar la rabia es muy necesaria ya que de otra
forma quedará en nuestro interior y bloqueará el proceso del duelo. Es necesario
expresarla en su justa medida y expresarla de forma sana, sin hacer daño a nada, ni a
nadie, ni a sí mismo.
En todas las relaciones que establecemos se dan buenos y malos momentos, y en muchas
de ellas suele haber mucha frustración acumulada por aquellas situaciones en las que no
recibimos lo que queríamos. A la hora de revisar una relación que hemos perdido y
conectar con esos momentos malos o de frustración, lo normal es que sintamos rabia y
ganas de protestar contra todo lo negativo, malo, desagradable e incómodo de lo que nos
estamos despidiendo. Si por ejemplo, se trata del fallecimiento de un ser querido, la
protesta en un primer lugar es por su muerte, más tarde vendrá la rabia por todo lo que
nos hizo mientras duró que no estuvo bien, y por lo que no hizo y nos hubiera gustado
que sí hiciera. (J.Zurita y M.Chías, 2009)
Es muy importante que nuestros pacientes sientan que tienen permiso para expresar
enfado y que se encuentran en un lugar seguro y protegido para hacerlo.
2. Fase de tristeza
Kübler Ross describe esta fase como “ depresión: cuando no se puede seguir negando, la
persona se debilita, adelgaza, aparecen otros síntomas y se verá invadida por una profunda
tristeza. Es un estado, en general, momentáneo y preparatorio para la aceptación de la
realidad en el que es contraproducente intentar animar al doliente y sugerir mirar las cosas
por el lado positivo: esto es, a menudo, una expresión de las propias necesidades que son
ajenas al doliente. Esto significaría que no debería pensar en su duelo y sería absurdo
decirle que no esté triste. Es una etapa en la que se necesita mucha comunicación verbal,
se tiene mucho para compartir. Tal vez se transmite más acariciando la mano o
simplemente permaneciendo en silencio a su lado. Son momentos en los que la excesiva
intervención de tos que lo rodean para animarlo, le dificultarán su proceso de duelo. Una
de las cosas que causan mayor turbación en los padres es la discrepancia entre sus deseos
u disposición y lo que esperan de ellos quienes los rodean”
La tristeza probablemente sea la emoción con la que la mayoría de las personas asocian
la pérdida y la menos vetada a la hora de expresarla socialmente. Sin embargo, puede
haber diferencias culturales en el permiso de expresión de las emociones y también,
aunque cada vez menos, existen diferencias de género y la expresión de la tristeza sigue
siendo vetada para algunos hombres.
Cuando estamos tristes lloramos por todo lo que fue y nunca más volverá a ser, revisamos
fotos y recuerdos que nos conectan con la relación perdida, estamos más sensibles a nivel
sensorial, puede que percibamos los colores más intensos, nos moleste más el ruido, nos
sintamos heridos más frecuentemente…etc.
Es muy importante que como terapeutas ofrezcamos también el permiso de estar triste,
llorar esa tristeza y ponerle palabras para que tanto nuestro cerebro como nuestro corazón
entiendan que la pérdida es muy dolorosa y que ha llegado la hora de decir adiós. La
pérdida de todo lo que esa relación suponía para nosotros va acompañada de una tristeza
profunda y necesaria para poder despedirnos del todo.
El miedo fundamental en el duelo es el miedo a vivir sin esa relación que se perdió. Nunca
antes la persona que está viviendo este duelo había estado en la situación que se va a
encontrar ahora, que es una situación nueva tras la pérdida que acaba de producirse. Esta
situación que se está dando ahora es única en la vida. La persona, antes de la pérdida era
una persona distinta en función de la relación que mantenía y ahora, tras la ruptura, siente
miedo al conectar con el futuro sin esa relación que perdió. Para que el paciente pueda
expresar su miedo, debe ser soportado por una relación afectiva y poderosa, que le proteja
mientras lo expresa, ayudándole a canalizarlo eficazmente para que después de expresarlo
pueda conectar con su poder, es decir, la emoción de sentirse capaz de lograr lo que
quiere. (J.Zurita y M.Chías)
Kübler Ross denomina a esta fase aceptación: quien ha pasado por las etapas anteriores
en las que pudo expresar sus sentimientos- su envidia por los que no sufren este dolor, la
ira, la bronca por la pérdida del hijo y la depresión- contemplará el próximo devenir con
más tranquilidad. No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz: en
un principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta paz, se
puede estar bien solo o acompañado, no se tiene tanta necesidad de hablar del propio
dolor…la vida se va imponiendo.
El paciente podrá de esta forma despedirse de la relación perdida sin la carga emocional
anterior.
6. Fase de gratitud
En la fase de gratitud se nos invita a, una vez resueltas todas las etapas anteriores y
habiendo saldado las cuentas pendientes, fijar nuestra atención en todas las cosas
positivas que tuvo la relación y dar gracias por todo lo bueno que se llevó de ella.
Esto permite cerrar con una capa constructiva y agradable para que, el recuerdo de la
relación quede en positivo en la memoria. (J.Zurita y M.Chías, 2009)