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Los lazos de unión

El desarrollo de la polis y las constantes guerras que había entre


las ciudades-Estado griegas no hicieron que los griegos olvidasen
su origen común. Hubo siempre algunos factores que los mantuvo
unidos aun en medio de las más enconadas guerras.
Por una parte, todos hablaban griego, de modo que siempre se
sentían helenos, en contraposición con los bárbaros que no
hablaban griego. Por otra, conservaron el recuerdo de la guerra
de Troya, cuando los griegos formaron un solo ejército; y allí
estaban los magníficos poemas de Homero para recordárselo.
Además, tenían un conjunto común de dioses. Los detalles de las
festividades religiosas variaban de una polis a otra, pero todas
reconocían a Zeus como dios principal, y también rendían
homenaje a los otros dioses.
Había santuarios que eran considerados propiedad común de
todo el mundo griego. El más importante de ellos estaba en la
región llamada Fócida, que está al oeste de Beocia. En tiempos
micénicos hubo allí una ciudad llamada Pito, al pie del Monte
Parnaso y a unos diez kilómetros al norte del golfo de Corinto. Allí
había un famoso altar dedicado a la diosa de la tierra, atendido
por una sacerdotisa llamada la «Pitia». Se creía que tenía el don
de actuar como médium por la cual podían conocerse los deseos
y la sabiduría de los dioses.
Era un «oráculo». El oráculo de Pito es mencionado en La Odisea.
Las bandas guerreras dorias devastaron la Fócida, v cuando
pasaron al Peloponeso, Pito cambió de nombre por el de Delfos y
se convirtió en una ciudad-Estado independiente. Entonces fue
dedicada a Apolo, dios de la juventud, la belleza, la poesía y la
música, y a las Musas, un grupo de nueve diosas que, según el
mito, inspiraba a los hombres el conocimiento de las artes y las
ciencias. (La palabra «música» proviene de «Musa».)
A medida que transcurrieron los siglos, el oráculo de Delfos
aumentó su reputación. Todas las ciudades-Estado griegas, y
hasta algunos gobiernos no griegos, de tanto en tanto enviaban
delegaciones para obtener el consejo de Apolo. Y como cada
delegación llevaba donativos (pues Apolo no era inmune al
soborno), el templo se enriqueció. Puesto que era territorio
sagrado, que los hombres no osaban atacar o robar, las ciudades
y los individuos depositaban allí tesoros para su custodia.
Las ciudades focenses se resentían de la pérdida de Delfos, sobre
todo porque resultó ser una magnífica fuente de ingresos, y
durante siglos trataron de recuperar el dominio sobre el oráculo.
Los intentos de los focenses provocaron una serie de «Guerras
Sagradas» (sagradas porque involucraban al santuario) en siglos
posteriores, pero siempre fracasaban, finalmente.
La razón de este fracaso es que Delfos podía llamar a otras
ciudades-Estado para que la defendieran. De hecho, se convirtió
en una especie de territorio internacional y estuvo bajo la
protección de una docena de regiones vecinas (incluso la Fócida).
Otras actividades en las que intervenían todos los griegos eran las
fiestas que acompañaban a ciertos ritos religiosos. A veces
animaban estas fiestas carreras y otros sucesos atléticos.
También se realizaban a veces torneos musicales y literarios,
pues los griegos valoraban los productos del espíritu,
La principal de esas competiciones era los juegos Olímpicos, que
se realizaban cada cuatro años. La tradición hacía remontar los
juegos a una carrera a pie en la que intervino Pélops (el abuelo de
Agamenón) para conquistar la mano de una princesa. Según esto,
habría sido originalmente una fiesta micénica, y tal vez lo fue. Sin
embargo, la lista oficial de los ganadores de torneos comienza en
el 776 a. C., y por lo común se considera ésta la fecha de
iniciación de los juegos Olímpicos.
Tan importantes llegaron a ser estos juegos para los griegos que
contaban el tiempo por intervalos de cuatro años llamados
Olimpíadas. Según este sistema, el 465 a. C. sería el tercer año
de la Olimpíada LXXVIII, por ejemplo.
Los juegos Olímpicos se realizaban en la ciudad de Olimpia,
situada en la región central occidental del Peloponeso. Pero los
juegos no recibían su nombre de la ciudad, sino que tanto los
primeros como la segunda eran así llamados en honor de Zeus
Olímpico, el dios principal de los griegos, a quien se asignaba
como morada el monte Olimpo.
La montaña tiene casi 3.200 metros de altura, y es la más elevada
de Grecia. Está situada en el límite norte de Tesalia, a unos 16
kilómetros del mar Egeo. A causa de su altura (y porque las
primitivas tribus griegas quizá tenían santuarios en su vecindad,
antes de desplazarse hacia el Sur), esa montaña fue considerada
la morada particular de los dioses. Por esta razón, la religión
basada en los cuentos de Homero y Hesíodo es llamada la
«religión olímpica».
Olimpia era sagrada por los juegos y los ritos religiosos vinculados
con ellos, de modo que los tesoros podían ser depositados tanto
allí como en Delfos. Los representantes de diferentes ciudades-
Estado podían reunirse allí aunque sus ciudades estuviesen en
guerra, por lo que servía como territorio internacional neutral.
Durante los juegos Olímpicos y durante algún tiempo antes y
después, las guerras se suspendían temporariamente para que
los griegos pudiesen viajar a Olimpia y volver de ella en paz.
Los juegos estaban abiertos a todos los griegos, y éstos acudían
de todas partes para presenciarlos e intervenir en ellos. De hecho,
dar permiso a una ciudad para tomar parte en los juegos equivalía
a ser considerada oficialmente como griega.
Cuando los juegos Olímpicos se hicieron importantes y populares
y Olimpia se llenó de tesoros, surgió naturalmente una gran
competencia entre las ciudades vecinas por el derecho a
organizar y dirigir los Juegos. En el 700 a. C., este honor
correspondió a Élide, ciudad situada a unos 40 kilómetros al
noroeste de Olimpia. Dio su nombre a toda la región, pero a lo
largo de toda la historia griega su única importancia consistió en el
hecho de que tenía a su cargo la organización de los juegos
Olímpicos. Con breves interrupciones, desempeñó esta tarea
mientras duraron los juegos.
Había también otros juegos importantes en los que participaban
todos los griegos, pero todos fueron creados dos siglos después
de la primera Olimpíada. Entre ellos estaban los juegos Píticos,
que se realizaban en Delfos cada cuatro años, en medio de cada
Olimpíada; los juegos Istmicos, que se efectuaban en el golfo de
Corinto; y los Juegos Nemeos, que tenían lugar en Nemea, a 16
kilómetros al sudoeste del istmo. Tanto los juegos Istmicos como
los Nemeos se realizaban con intervalos de dos años.
Los ganadores de esos juegos no recibían dinero ni ningún premio
valioso en sí mismo, pero, por supuesto, obtenían mucho honor y
fama. Símbolo de este honor era la guirnalda de hojas que se
otorgaba al vencedor.
El vencedor de los juegos Olímpicos recibía una guírnalda de
hojas de olivo y el de los juegos Píticos una de laureles. El laurel
estaba consagrado a Apolo, y esas guirnaldas parecían una
recompensa particularmente adecuada para el que sobresalía en
cualquier campo de las actividades humanas, Aún hoy decimos de
quien ha realizado algo importante que «se ha ganado sus
laureles». Si posteriormente cae en la indolencia y no hace nada
más de importancia, decimos que «se ha dormido en los
laureles».
La edad de la colonización

El avance hacia el Este


Lentamente durante los tres siglos que siguieron a la embestida
doria, Grecia se recuperó y recobró su prosperidad. En el siglo
VIII: a. C. se hallaba en el mismo punto en que se encontraba
antes de las grandes invasiones y estaba lista para ascender a un
plano más alto de civilización que el que nunca habían tenido los
micénicos.
Los historiadores adoptan por conveniencia la fecha del primer
año de la primera Olimpíada, que marca el punto desde el cual se
inicia el nuevo ascenso. Se dice que esa fecha da comienzo al
«Período Helénico» de la historia griega, período que incluye a los
cuatro siglos y medio siguientes y abarca la época más gloriosa
de la civilización griega.
Al iniciarse los tiempos helénicos el retorno de la prosperidad
también planteó serios problemas a los griegos. Con los buenos
tiempos, la población se multiplicó y superó la capacidad de las
escasas tierras griegas de proporcionar alimento. En tales
condiciones, una solución natural había sido que una ciudad-
Estado hiciera la guerra a sus vecinas para procurarse nuevas
tierras. Pero con una excepción (que consideraremos en el
capítulo próximo), ninguna de las ciudades-Estados era bastante
fuerte para hacerlo con éxito. En conjunto, tenían un poder
demasiado similar para hacer provechosa una carrera de
conquistas. Sus innumerables guerras generalmente terminaban
en el mutuo agotamiento o en alguna pequeña victoria que no
podía ser aprovechada sin hacer surgir toda una serie de nuevos
enemigos temerosos de que el vencedor obtuviera demasiadas
ganancias y se hiciese demasiado poderoso.
Otra solución posible, la que adoptaron casi todas las ciudades-
Estados, era enviar parte de la población en exceso allende los
mares, para crear nuevas ciudades-Estado en costas extranjeras.
Esta era una solución práctica, porque las costas septentrionales
del mar Mediterráneo estaban habitadas, en aquellos tiempos
lejanos, por tribus escasamente organizadas y con un bajo nivel
de civilización. No podían expulsar a los griegos, que tenían una
vasta experiencia en la guerra.
Además, los griegos, por lo general, se interesaban solamente por
aquellas líneas costeras que, como comerciantes experimentados,
ya habían explorado y donde ya habían establecido relaciones
comerciales con los nativos. Los colonizadores griegos se
limitaban a las líneas costeras, donde se dedicaban a la
navegación, el comercio y las artesanías, y dejaban la agricultura
y la minería a las tribus del interior. Los griegos compraban
alimentos, maderas y minerales, y, a cambio, vendían productos
manufacturados. Era un acuerdo que beneficiaba a los griegos y a
los nativos, por lo que las ciudades griegas habitualmente estaban
en paz (al menos, en lo concerniente a los nativos del interior).

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