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Las guerras mesenias también costaron un alto precio a Esparta.

Medio siglo de guerra tan duramente librada enraizó


profundamente la vida militar en la conciencia espartana.
Pensaban que jamás debían descuidarse, sobre todo habiendo
tan pocos espartanos y tantos ilotas, Sin duda, si los espartanos
se descuidaban, aun ligeramente, los ilotas se rebelarían de
inmediato.
Además, las guerras mesenias hicieron surgir la figura del hoplita.
El entrenamiento militar debía ser particularmente duro para
habituar al soldado a usar una armadura pesada y blandir armas
pesadas. El combate no era tarea para debiluchos, tal como lo
practicaban los espartanos.
Por esta razón, los espartanos dedicaban su vida a las cosas de
la guerra. Los niños espartanos eran examinados al nacer, para
ver si eran físicamente sanos. Si no lo eran, se los abandonaba y
dejaba morir. A los siete años, se los apartaba de sus madres y se
los criaba en cuarteles.
Se les enseñaba a soportar el frío y el hambre, no se les permitía
usar ropas finas ni comer alimentos delicados. se los entrenaba
en todas las artes marciales y aprendían a sobrellevar el
cansancio y el dolor sin quejarse.
Las reglas espartanas eran luchar duramente, cumplir las órdenes
sin discutir y morir antes que retirarse o rendirse. Para huir, un
soldado tenía que arrojar su pesado escudo, pues de lo contrario
sólo podía avanzar lentamente; si moría, era llevado a su hogar
con honra sobre su escudo. Por ello, las madres espartanas
debían enseñar a sus hijos a volver de la guerra «con sus
escudos o sobre ellos».
Los espartanos adultos comían en una mesa común, a la que
cada uno llevaba su parte, y todos contribuían con lo que
producían sus tierras mediante el trabajo de sus ilotas. (Si un
espartano perdía sus tierras por cualquier razón, ya no podía
ocupar un lugar en la mesa, lo cual era una gran desgracia. En
siglos posteriores, fue cada vez menor el número de espartanos
que podían ocupar tal lugar, pues la tierra quedó concentrada
cada vez en menos manos. Esto fue una fuente de debilidad para
Esparta, pero sólo al fin de su historia trató de remediar esta
situación.)
El alimento tomado en la mesa común estaba destinado a
satisfacer a una persona y mantener la vida, pero nada más. Se
decía que algunos griegos no espartanos, después de probar el
potaje que los espartanos comían en sus cuarteles, ya no se
asombraban de que éstos lucharan tan bravamente y sin el menor
miedo a la muerte. Ese potaje hacía desear la muerte.
En siglos posteriores, los espartanos atribuían este modo de vida
a un hombre llamado Licurgo, que vivió, según la tradición,
alrededor del 850 a. C., mucho antes de las guerras mesenias.
Pero casi seguro que no fue así y hasta es dudoso que Licurgo
haya existido siquiera. La prueba de esto es que hasta
aproximadamente 650 a. C. Esparta no parece haber sido muy
diferente de los otros Estados griegos. Tenía su arte, su música y
su poesía. En el siglo VII, un músico de Lesbos llamado Terpandro
llegó a Esparta y la pasó bien allí. Se dice que introdujo mejoras
en la lira y se le llama el «padre de la música griega».
El más famoso de todos los músicos espartanos fue Tirteo. De
acuerdo con la tradición, era ateniense, pero bien puede haber
sido espartano nativo. Sea como fuere, vivió durante la Segunda
Guerra Mesenia, y se dice que su música inspiró a los espartanos
proezas de bravura, cuando su ardor flaqueaba.
Sólo después de la Segunda Guerra Mesenía la mano letal del
militarismo absoluto sofocó completamente todos los elementos
creadores y humanos en Esparta. El arte, la música y la literatura
desaparecieron. Hasta la oratoria fue suprimida (y a todos los
griegos les ha gustado hablar, desde la antigüedad hasta el
presente) pues los espartanos solían hablar muy breve y
sucintamente. La misma palabra «locónico» (de Laconia) ha
llegado a significar la cualidad de hablar de manera concisa.
El Peloponeso
Cuando la época de la colonización griega se aproximaba a su fin,
Esparta, que prácticamente no había tomado parte en ella, era la
dueña absoluta del tercio septentrional del Peloponeso. Era con
mucho la mayor de las ciudades-Estado griegas y, por su modo
de vida, la más entregada al militarismo.
Las otras ciudades-Estado griegas del Peloponeso -al menos las
que aún eran libres- contemplaban la situacíón con gran ansiedad.
Argos, por supuesto, había tratado de ayudar a Mesenia durante
la Segunda Guerra Mesenia (todo para perjudicar a Esparta), pero
Corinto estuvo del lado espartano (todo para perjudicar a Argos).
Las ciudades que estaban inmediatamente al norte de Esparta, en
la región central del Peloponeso llamada Arcadia, se hallaban
particularmente preocupadas. De ellas, las principales eran
Tegea, a unos 40 kilómetros al norte de la ciudad de Esparta, y
Mantinea, a unos 20 kilómetros más al norte.
Como de costumbre, Tegea y Mantinea peleaban entre sí y con
otras ciudades de Arcadia, de modo que ésta en su conjunto era
débil. Sin embargo, bajo el liderazgo de Tegea se enfrentaron con
Esparta más o menos unidas.
Después de la dura prueba que fueron las Guerras Mesenias,
Esparta no deseaba lanzarse a la ligera a ninguna guerra seria y
durante muchas décadas dejó enfriar su rivalidad con Arcadia.
Pero en 560 a. C. Quilón fue elegido entre los éforos espartanos.
Era una personalidad dominante que ganó reputación por su
reflexiva prudencia y fue contado más tarde entre los «Siete
Sabios» de Grecia. Según algunas tradiciones, fundó el eforado,
de modo que fue quizá bajo su mandato cuando por primera vez
se pusieron drásticos límites al poder de los reyes.
Quilón exigió una política fuerte; Esparta derrotó rápidamente a
los arcadios, quienes se apresuraron a someterse. Se permitió a
Tegea conservar su independencia, y sus ciudadanos, quienes
deben de haber temido ser reducidos a ilotas, se mostraron
agradecidos. Los arcadios fueron leales aliados de Esparta
durante casi dos siglos, y ninguna ciudad fue más leal que Tegea.
De este modo, sólo quedaba Argos, que aún soñaba con su
antigua supremacía. En 669 a. C., mientras Esparta se hallaba
ocupada en la Segunda Guerra Mesenia, Argos ganó una batalla
contra Esparta. Pero en el siglo siguiente permaneció inactiva,
llena de resentimiento y odio, mas sin osar moverse.
En 520 a. C., Cleómenes I llegó a ocupar uno de los tronos
espartanos. Poco después de acceder a éste, marchó sobre la
Argólida y, cerca de Tirinto, infligió a Argos una nueva derrota.
La derrota de Argos puso de manifiesto algo que ya era un hecho
después de la victoria sobre Tegea: Esparta ejercía la supremacía
sobre todo el Peloponeso. Poseía un tercio de él, y, de los otros
dos tercios, uno era su aliado y el otro permanecía atemorizado
ante ella. En ninguna parte del Peloponeso se podía mover un
soldado sin permiso de Esparta. En verdad, Esparta era la
potencia territorial dominante en toda Grecia y durante casi dos
siglos fue aceptada como líder del mundo griego.
Pero Esparta no estaba realmente preparada para ser la
conductora de Grecia. Los griegos estaban en su elemento en el
mar, y Esparta no. Los griegos tenían intereses de un extremo al
otro del Mediterráneo, mientras que Esparta sólo se interesaba
(en su corazón) por el Peloponeso. Los griegos eran de espíritu
rápido, artístico y libre; los espartanos eran lentos, obtusos y
esclavizados unos a otros o al modo militar de vida.
En años posteriores, los griegos de otras ciudades-Estado a
veces admiraban el modo espartano de vida porque les parecía
virtuoso y pensaban que había llevado a Esparta a la gloria militar.
Pero se equivocaban. En arte, música, literatura y el amor a la
vida -en todo lo que hace que merezca la pena vivir- Esparta no
hizo ninguna contribución.
Sólo podía ofrecer un modo de vida cruel e inhumano de la brutal
esclavitud de la mayoría de su población y sólo una especie de
ciego coraje animal como virtud. Y su modo de vida pronto fue
más aparente que real; fue su reputación la que la salvó durante
un tiempo, mientras su sustancia estaba podrida.
Parecía fuerte en tanto obtuviese victorias, pero mientras que
otros Estados podían soportar las derrotas y recuperarse, Esparta
perdió la dominación de Grecia, corno veremos, después de una
sola derrota. La pérdida de una batalla importante iba a ponerla al
descubierto y a echarla por tierra. (Y, extrañamente, fue más
admirable en los días de debilidad que siguieron, que durante su
período de vigor.)

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