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Esto nos remite a otra diferenciación que es conveniente realizar entre los
aspectos imaginarios (que alguien nos suscite la imagen de abuelo, cuestión
netamente subjetiva), y los aspectos simbólicos de la abuelidad (cumplir la función
de abuelo, en el orden familiar o social, más allá de serlo o no biológicamente).
Nos acercamos así a una definición psicoanalítica de la abuelidad: lo que la
define no es una imagen ni una edad cronológica, ni siquiera un rol familiar. Se hace
necesario, así como hablamos de función paterna o materna, hablar de la función
abuelidad que, como veremos, está íntimamente vinculada a aquellas y toma
también su parte en la estructuración del psiquismo.
Como plantea Redler (1) “... lo simbólico precede y constituye al sujeto en la
genealogía. La abuelidad está ahí siempre, acceda o no, rehuse o no el individuo a
ella... Se trata de dilucidar cómo habita el individuo, desde su nacimiento, su orden
trigeneracional...” Pasa luego a considerar a la abuelidad como “ la estructuración
psíquica del ser humano ubicado en el orden de las filiaciones en situación
trigeneracional personal, familiar y social”, es decir que, en lo que al psiquismo se
refiere, indicaría un orden al que todo sujeto adviene y que tendrá un efecto
estructurante, de acuerdo con la modalidad que adopte.
De modo que, para ser precisos, se verá que no se trata de una temática sólo
del envejecer. Un abuelo podrá habernos marcado en nuestros ideales, podrá
habernos legado representaciones acerca de la vejez y de la muerte, podrá
habernos transmitido su conflictiva en relación a su jubilación o a su sexualidad y
haber suscitado en nosotros cuestiones identificatorias. Pero ninguno de estos
aspectos tendrá para nosotros la marca estructurante, la eficacia simbólica, que
suscita en nuestro psiquismo por el modo en que ocupa la función de abuelo.
Incluso podríamos decir que todos los temas del envejecer, como ser la
posición frente al paso del tiempo y la metamorfosis corporal, genital y de roles que
implica, obtienen su eficacia de cómo se entraman con la abuelidad que nos
constituye.
Se puede sostener entonces que la abuelidad trasciende la cuestión del
envejecer, desde el momento en que, si bien no todos llegaremos a ejercerla, todos
estamos atravesados por ella en la estructuración de nuestro psiquismo: el lugar que
ocupan nuestros abuelos en nuestra historia, y específicamente en nuestra historia
edípica, está dado justamente por su función de abuelos -y, por lo tanto,
padre/madre de nuestro padre/madre-, y es a través del modo en que la cumplen
que dejan en nosotros su impronta. Este es el eje que subyace a las diversas
manifestaciones cotidianas que adopta la relación abuelo-nieto.
Ella detectó que podía ofrecer sus servicios, que hacía falta una abuela que
alivie de las ansiedades cotidianas con sus relatos.
La abuela aparece como depositaria de la vida hecha cuento, fantasía e
imaginación. Un ritmo acelerado puede recuperar, en la voz de la abuela, en sus
mimos, en su bagaje de rituales y recetas ancestrales, la calma necesaria para
entregarse al sueño. Parece ser una función posible para el abuelo en un medio
cargado de tensiones y violencia, en el que se sufren agresiones, prepotencia y
desconsideración.
Este chiste simboliza cierto aspecto de la ubicación del abuelo para todo
nieto. Dentro de las dificultades que implica hoy en día el subsistir para alguien
envejecido, parecería que el abuelo goza de una situación de privilegio para
transmitir algo a un nieto, por la óptica distinta en que lo ubica la vida.
Esto es lo que sostiene emprendimientos tan valiosos como los “Abuelos
narradores” quienes recorren escuelas realizando el oficio viejo y hermoso de
cuenta-cuentos.
Desde su experiencia de haber vivido otras historias, atravesados por las
luchas del diario vivir, pero desde otro lugar, proponen una lectura que tranquiliza.
O una lectura que concientiza, recuperando la memoria, como nos enseñan las
Abuelas de Plaza de Mayo.
Un abuelo puede tener mucho para dar. Pero no sólo su dulzura, su apoyo y
su protección hacen querible a un abuelo...
Lo que a cada uno le queda de un buen momento compartido con la abuela,
más allá de cuál sea la cuota de sinceridad o hipocresía.
Veíamos que un abuelo tiene mucho para transmitir, pero también está la
herencia en juego, su legado.
Cuando del abuelo sólo se valoran sus bienes materiales, es porque algo falló
en la transmisión de otros valores. Entonces, cuando lo ven, están viendo otras
cosas en él. Cabe que el abuelo se pregunte: ¿qué significo para ellos? ¿Qué
valoran en mí? ¿Qué represento?
Si aquí se trata de lo que cada uno se apropia anticipadamente en su fantasía,
el problema mayor - y bastante habitual - es cuando se pasa a la real apropiación
en vida.
En familias con relaciones muy conflictivas, la ubicación del viejo en un
geriátrico marca - a veces con la complicidad de los propietarios - un camino de
despojo: ya no se le informa ni se le consulta sobre sus bienes. Es uno de los modos
de destinar al viejo a la condición de “muerto en vida”. Gozar de sus bienes,
arrancárselos, es un modo violento de expresarle lo que no dio.
Incluso en lo referente a bienes materiales, se juega la generosidad del dar,
de legar.
El tema del reparto puede ser también una ocasión de angustias o culpas
para el viejo: ¿cómo lograr un reparto equitativo? ¿Cómo hacer para darle a cada
uno lo que le corresponde?
Por eso, lo único que puede suavizar mezquindades es, en el encuentro
familiar, una base sólida de afecto y de reconocimiento mutuo que enlace a la familia
en un camino de ida y vuelta.
En una familia, suele ser fundamental -porque hace a sus fundamentos- la
función del abuelo como convocante de la reunión familiar. En la cabecera de la
mesa, todos disfrutan y comparten con ella la alegría del encuentro.
Pero, a veces, hay abusos. Hay distintos modos en que se “usa” a la abuela.
Con la excusa de que ella ya no tendría una responsabilidad o un proyecto,
pareciera que su único proyecto tuviera que ser: taparles los agujeros a los otros.
Que no tuviera más aspiración, que no sirviera para otra cosa que para servirles a
los otros, para hacerse cargo de lo peor de ellos. Que su vida estuviera al servicio
de sostener la vida de los demás, cuidar los nietos, atender la casa, en un ritmo de
vida cada vez más complicado para sus hijos.
Podria ser que aparentemente todos la sostengan y agasajen, pero en
realidad le queda la peor parte: los platos sucios.
Para llegar a esta situación en la cual no se la considera, no se la tiene en
cuenta, algo debió fallar en ella que, quizás en una entrega desmedida, no pudo
poner límite a esta relación de abuso.
Pero también algo falla en los demás que no pudieron darle otro lugar. Y llegar
a descubrir el lugar que se ocupa en una familia puede constituir una amarga
desilusión en la vejez...
Es el nono con la computadora de Marito!
Pareciera que las fantasías de los viejos invadieran siempre los espacios más
inesperados. Aparecen donde y cuando menos se las espera.
Es que no se espera de un abuelo que desarrolle fantasías y busque un modo
de darle forma a su sexualidad. Este abuelo aprendió a usar la nueva tecnología al
servicio de sus deseos.
Se sirve de ella para jugar con su imaginación, cuyo despliegue es
discordante con la moral de su familia y de su entorno social. Por eso encuentra más
afinidad con su nieto que con los “adultos” de su familia, que de a poco van dejando
de considerarlo un semejante.
Por otro lado podemos pensar, por lo exorbitante del despliegue, que a
tamaña represión corresponde tamaña obsesión. Al manifestarse, es lógico que
adopte modalidades insólitas.
En ese espacio de imágenes castas y puras, no hay lugar para la sexualidad
del abuelo. Contrasta, desentona, produce horror, espanto o preocupación.
Así comienzan las preocupaciones por la salud mental del abuelo. Son los
casos en que comienza a hacerse sospechoso de senilidad, que es como suponer
que el viejo ya pasó los límites de “la normalidad”.
Hemos visto diversos modos que adopta la abuelidad, entre muchos otros,
que podrán variar de acuerdo con los cambios socioculturales que la modelen.
Véase, si no, a modo de ejemplo, la compleja situación que se plantea hoy en día
cuando la abuela es convocada como portadora o “vientre sustituto” de su nieto. Ya
acarrea cuestionamientos sociales y sin duda requerirá profundas revisiones
edípicas subjetivas y familiares que permitan discriminar claramente función
materna de función abuelidad, orden biológico de orden cultural.
Pero hay un eje organizador de la función que, a través de épocas y
costumbres, es el que le dará el carácter de lograda o fallida, dos modalidades de
las cuales dependerían las distintas variantes o modos que adopte.
Si hasta aquí recurrimos, para introducirnos en el tema, a la producción de un
humorista genial, nos apoyaremos en lo que sigue en excelentes películas en las
cuales, sin ser éste el tema central, es abordado magistralmente.
En “Hook. La vuelta del Capitán Garfio” - conmovedor tratado acerca del
envejecer (4) - vemos desplegadas las dos modalidades de ejercer la abuelidad:
normal y patológica.
La abuela Wendy es la que abre las puertas a sus nietos hacia el país de
Nunca Jamás: es donde se puede conservar la niñez toda la vida; es la forma de
vida que permite conservar la niñez, con sólo abrir las alas de la imaginación...
Ella es la que se ocupa de reubicar al padre en su lugar, de rescatarlo como
admirable para sus hijos, incitándolo a luchar por recuperar el sentido de la
paternidad, para lo cual él deberá recobrar su identidad perdida, reubicándose como
un eslabón más en la cadena de transmisión generacional.
En cambio, el viejo Garfio representa la abuelidad patológica. Es aquél que
no reconoce al padre, aquel que usurpa su lugar, incentivando los odios, erigiéndose
en Padre Unico y Omnímodo.
A través de estas expresiones artísticas, que manifiestan ciertos aspectos del
imaginario cultural acerca de las cuestiones que se suscitan alrededor del tema,
veremos cuál es el aporte del enfoque psicoanalítico.
Poder pensar cuándo una abuelidad es normal y cuándo es patológica, desde
el punto de vista de la estructura psíquica del abuelo, de los padres, del nieto, de la
familia en su conjunto, es el parámetro que permitirá diferenciar una de otra, más
allá de las diversas formas aparentes que pueda llegar a adoptar.
Novecento, de Bernardo Bertolucci, es una película privilegiada para el análisis de
estas dos modalidades de abuelidad. En el contexto de los acontecimientos
políticos, sociales y económicos que se sucedieron desde principios de este siglo
en Italia, el film va desplegando el devenir de las generaciones desde los abuelos
hasta la vejez de sus nietos, y muestra -en el cotejo de dos familias, la del patrón y
la del campesino- cómo se va formando la identidad de un chico a partir de la
influencia decisiva de la posición que adopta el abuelo.
Iremos cotejando estas dos posiciones en los diversos parámetros de análisis
que la película nos posibilita y que considero son los que permiten diferenciar una
de otra.
BAJAR VIDEO CON LA RESEÑA DE LA PELÍCULA NOVECENTO
BIBLIOGRAFÍA
1. Redler P. Abuelidad. Más allá de la Paternidad. Ed. Legasa. Bs. As. 1986.
2. Zarebski G. La vejez ¿es una caída?, Ed. Tekné, Bs. As. 1994.