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Inclusión social, pues, significa acceso al sistema educativo y de salud, oportunidades de trabajo, la
posibilidad de tener una vivienda digna, seguridad ciudadana, etc.
En suma, lo que persigue la inclusión social es que todos los ciudadanos, independientemente de
su origen o condición, puedan gozar plenamente de sus derechos, desarrollar sus potencialidades
como individuos, y aprovechar al máximo las oportunidades para vivir en bienestar.
Por esta razón, es importante que los gobiernos, en coordinación con los organismos
internacionales, como la Unesco, la ONU o la Unión Europea, creen e implementen políticas y
programas que fomenten la inclusión social.
Son ejemplos de planes de inclusión practicados actualmente en el mundo ayudas como becas
para estudiantes de bajos recursos, acceso a los servicios básicos en las barriadas, apoyo a la
participación de la mujer en la vida social, inserción laboral de jóvenes, así como formación en las
nuevas tecnologías de la información y la comunicación, entre muchas otras cosas.
La idea de exclusión ha ido cambiando a lo largo de la historia. De hecho, en otras épocas han sido
excluidas las mujeres acusadas de brujería, los herejes, algunas tribus indígenas o las personas con
discapacidad.
La raza gitana proviene originariamente de la India y se extendió por Europa a partir del siglo XlV y
es un claro ejemplo histórico de estigmatización de una minoría étnica.
Las personas con algún tipo de discapacidad no siempre pueden integrarse en una vida
normalizada, ya que tienen dificultades para encontrar trabajo, para desplazarse y para intervenir
en actividades lúdicas o culturales.
Las mujeres víctimas de la violencia de género viven unas circunstancias personales que provocan
una evidente exclusión social (la violencia que padecen tiene consecuencias en su vida privada, en
el trabajo y en todos los ámbitos de su vida).
Los inmigrantes tienen igualmente un perfil que les coloca en una posición de desigualdad con
respecto al resto de la población (en la mayoría de casos no tienen los mismos derechos ni las
mismas oportunidades).
Ciertos colectivos viven en una situación ambigua, ya que pueden estar integrados parcialmente
(por ejemplo, las mujeres que se dedican a la prostitución o algunas minorías étnicas).
Hay que diferenciar el concepto de riesgo de exclusión y el de exclusión crónica. En el primer caso,
se trata de una situación que puede ser temporal o circunstancial (por ejemplo, una mujer víctima
de violencia de género que supere su situación personal y que finalmente solucione su problema).
En ocasiones la exclusión social se cronifica y se convierte en un problema de difícil solución
(los niños de la calle, las personas sin hogar o las víctimas de la esclavitud sexual).