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En primer lugar, hay una concordancia en entender las dinámicas culturales de

los seres humanos, puesto que, somos seres de y para satisfacer necesidades
y deseo, construimos sociedad gracias a ellas. Sin embargo, lo que el supuesto
progreso moderno nos demostró, es que, el trabajo siempre ha exigido a las
personas cubrir sus necesidades vitales: alimentación y vivienda. Pero la
producción no termina ahí, pues la misma sociedad crea necesidades
secundarias: salud, educación, entretenimiento y espectáculo, bienes y
servicios que se facilitan de acuerdo con tu trabajo y por supuesto, el salario
obtenido. En este sentido, aparecen las necesidades falsas, las cuales, son
invenciones que terminan acelerando el consumo, a la vez que se explota
brutalmente la naturaleza. Por ende, no es conveniente pensar en que las
necesidades falsas
puedan mejorar la vida de alguien, por el contrario, su permanente expansión
genera desigualdad y divisiones sociales, convirtiendo las relaciones en
jerarquías de poder, donde ya no existe una horizontalidad entre ciudadanos,
sino, una estratificación que obliga a comprar para “ser mejor” que los demás.
El articulo parece invitarnos a repensar la posición de las políticas sociales,
atravesadas por el mundo laboral que, si en el pasado absorbía al trabajador
promedio, hoy le crea un aparente estado de “libertad” cuando, en realidad, lo
obliga a rendir el doble. Esta sinrazón, se expresa bajo la lógica del mercado
laboral, el mismo que integra a pocos cuando despide a muchos, colocando a
los Estados en crisis, y a la sociedad en desesperación.

Por es, no se puede acreditar una política social, ya sea desde el Estado o del
sistema económico, pues, si pasa lo primero, todo intento de proyección se
anula a causa de la división ideológica y desde todos los frentes, pues los
gobiernos, antes que garantizar los derechos del pueblo, terminan protegiendo
a los dueños del capital por intereses particulares. En el caso de la segunda,
dar a apertura a proyectos sociales por partes de las élites del poder
económico, sería imposible que involucren a todos, porque impediría que
fortalezcan sus intereses dominantes. En otras palabras, no existe Estado
garante que no termine protegiendo al poder y tampoco existe economía que
no afirme la inclusión mientras reafirma la exclusión social para explotar al
menor costo posible.

Entonces, el problema dialéctico de fondo, es que caminamos por una


sociedad históricamente contradictoria que anula toda alternativa: provoca que
la utopía no genere esperanza, sino miedo, aquel temor al cambio lo generan
los mismos medios de producción, o sea, las corporaciones económicas y
políticas más antiguas, apaciguando las fuerzas de producción, es decir, todos
nosotros, inmersos en proyectos donde nuestra “autonomía” individualidad se
bate entre el caos de la insociable sociabilidad humana.
¿cómo tomar distancia del desprecio en el que los gobiernos nos tiene, y así
comenzar a enunciar y practicar la política entregada a la sociedad para
subsanar el bien y el orden común?
Autonomía individual: autogestión comunitaria, pedagógica, económica, donde
los sistemas de producción no intervengan del todo, salvo para instituir
prácticas que reafirmen la conciencia, en lugar, como lo hacen los dispositivos
de poder, produciendo individuos sin colectividad, volcados al fetichismo más
absurdo.

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