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TEMA I

LOS INICIOS DE LA COMUNICACIÓN

INTRODUCCIÓN

La psicología popular expresa una idea que es corroborada y mantenida por los expertos y los
investigadores en los ámbitos de la adquisición del lenguaje y del desarrollo infantil: “los bebés no
hablan, pero se comunican”.

COMUNICACIÓN, SIGNIFICACIÓN Y DEFINICIÓN DE ACTO COMUNICATIVO

Desde la semiótica, tanto los fenómenos de comunicación como los de significación se definen como
fenómenos de transmisión de información. Sin embargo, ambos términos difieren, para la mayoría de
los autores, en tanto que sólo la comunicación supone una transmisión intencional.
Pongamos un ejemplo: si un bebé llora como reacción fisiológica a un dolor de estómago, está
transmitiendo que siente malestar; en cambio, si lloora para que su madre le oiga y le atienda, está
comunicando que se encuentra mal.
Al mismo tiempo, se suele considerar que el conjunto de fenómenos significativos es más amplio que el
de fenómenos comunicativos, ya que la dignificación es un proceso más general de transmisión de
información y la comunicación es un proceso más específico que requiere intencionalidad por parte del
emisor.
La mayor parte de los autores sitúan el requisito de intencionalidad en el polo de la emisión. Otros
establecen que la intención debe existir desde el punto de vista del emisor, pero además debe ser
reconocida por el receptor del mensaje.
Algunos autores, como Riba, va más allá, y sugiere que el abanico de los fenómenos comunicativos
integra distintos tipos de procesos:
en algunos casos existiría intencionalidad por parte del emisor y atribución de intención por parte del
receptor
en otros, atribución de intención aún cuando realmente no exista, por parte del emisor
en otros, intención de comunicar por parte del emisor, pero sin que el receptor llegue a captarla.
La significación pura queda entonces limitada a los supuestos de transmisión de información en que la
intencionalidad de comunicar no existe por parte del emisor, ni es tampoco atribuida a éste por parte
del receptor.
Este planteamiento parece el más adecuado para abordar el desarrollo comunicativo en el primer año
de vida por distintas razones: permite abordar los fenómenos comunicativos como procesos
emergentes en la interacción social, y no como procesos prefigurados, y además permite estudiar el
desarrollo comunicativo desde las acciones observables. Las representaciones mentales del bebé que
comunica se ubicarían por tanto en el ámbito de los procesos interpersonales en las que se generan.
Desde este posicionamiento podemos hablar de comunicación bebé-adulto desde el comienzo de la vida
del bebé, aunque su intencionalidad comunicativa se vaya manifestando gradualmente, hasta llegar a
ser clara alrededor de os 9 meses, que es cuando el bebé realiza conductas dirigidas a alcanzar una meta
e interpretan las acciones de los demás en términos intencionales.
Desde el punto de vista del adulto, la comunicación existe desde el nacimiento, pues el adulto tiene
intención de comunicarse con el bebé, interpretando su llanto, su sonrisa, su movimiento, sus
expresiones faciales,…, de esta forma la madre establece con el bebé una relación natural de
comunicación.
Respecto al significado, la concepción tradicional del signo, la de Saussure, establece que el signo es una
entidad que comprende significante y significado. El significante corresponde a la expresión mientras
que el significado designa un concepto, una representación mental, una entidad o un objeto. Saussure

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atribuye a los signos un carácter intencional y artificial o convencional, limitando los procesos de
auténtica significación a la lengua.
Por su parte, Peirce ofrece una visión más abierta del signo, concibiéndolo como una relación triádica
entre el propio signo, el objeto o entidad al que representa (el referente) y el que lo interpreta. A
diferencia de Saussure, no impone como condición necesaria del signo ni su uso intencional ni su
carácter arbitrario o convencional. Este autor introduce el efecto del signo sobre el receptor,
posibilitando así que el signo forme parte del proceso de comunicación emisor-receptor en el contexto
de la interacción social.
Todo esto nos permite concretar la definición operacional del acto comunicativo basándonos en la
concepción de la intencionalidad comunicativa y del significado como procesos graduales y no
dicotómicos.
Definimos pues el acto comunicativo como configurado por un grupo de conductas no verbales y/o
verbales producidas por un emisor con la intención (previa o en acción) de influir en el comportamiento
y/o en el estado mental del destinatario.
- Un acto comunicativo está configurado por un grupo de conductas verbales o no verbales con un
cierto nivel de organización ( coherencia conductual).
- Un acto comunicativo tiene un destinatario en quien se intenta producir un cambio
comportamental o de estado mental.
- Un acto comunicativo está asociado a una intención en acción, cuya meta es un acto social.
- Un acto comunicativo está asociado a un referente observable e identificable en el entorno
(significado referencial del acto)
- Un acto comunicativo produce un efecto sobre el receptor (significado funcional del acto).

La coherencia conductual, la orientación de la conducta hacia el destinatario, la direccionalidad hacia la


meta, el referente y el efecto sobre el destinatario constituyen los referentes observacionales de la
intencionalidad comunicativa y del significado, presentes con distintos niveles de complejidad en los
diferentes actos comunicativos de los bebés.
Ejemplos:
El bebé realiza conductas motoras simples relacionadas con la alimentación, que actúan como un signo
en el contexto de alimentación, la madre las interpreta y continúa dándole el biberón, lo que indica un
efecto sobre el destinatario.
Si el bebé ya es mayor y realiza movimientos al tiempo que mira el biberón, está mostrando una mayor
coherencia conductual hacia el referente, que es el biberón.
Si el bebé coordina simultáneamente distintas conductas orientadas al objeto (tiende los brazos hacia el
objeto al tiempo que lo mira y emite sonidos de protesta), está mostrando un alto nivel de coherencia
conductual. El bebé está coordinando acciones dirigidas al objeto y acciones dirigidas a la madre.

Todos estos ejemplos son actos comunicativos del bebé en el contexto de la interacción con su madre. A
medida que ell bebé se desarrolla, sus actos comunicativos son cada vez más complejos desde el punto
de vista conductual, avanzando desde movimientos simples, como las protusiones linguales, hasta la
coordinación de distintas conductas, como extender la mano hacia el objeto, mirarlo, mirar a la madre y
vocalizar.
Las conductas infantiles evidencian de forma cada vez más precisa cuál es el referente del acto
comunicativo, fundamentalmente a través de la orientación de la mirada, la dirección del cuerpo, la
extensión de los brazos… El bebé es cada vez más persistente en sus comportamientos, que se dirigen a
una meta y se mantienen hasta lograrla. El destinatario, la madre en los ejemplos, interpreta que los
actos del bebé quieren comunicarle algo y actúa en consecuencia, de manera que los actos del bebé
tienen un efecto social. Y a su vez el bebé orienta de forma cada vez más clara sus conductas hacia el
destinatario.

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Sea cual sea su complejidad, los actos comunicativos prelingüísticos son actos sociales. La comunicación
persigue objetivos sociales, ya sea compartir la propia experiencia con alguien, influir en el
comportamiento del otro, dar algo a conocer a alguien,…
Los actos comunicativos cobran significación en el contexto de la interacción.
Para entender los avances comunicativos que el bebé realiza a lo largo de su primer año de vida,
debemos hacer referencia tanto al desarrollo de sus habilidades emocionales, afectivas, socio-cognitivas
y motrices, como a sus interacciones con los cuidadores principales.

LAS BASES DEL BEBÉ PARA EL DESARROLLO COMUNICATIVO Y LINGÜÍSTICO: HABILIDADES


PERCEPTIVAS Y OTROS MECANISMOS PREADAPTADOS PARA LA INTERACCIÓN SOCIAL

Los bebés humanos nacen considerablemente inmaduros en comparación con otras especies animales.
Nacen incapaces de sobrevivir por sí mismos sin el apoyo de otros. Nuestro cerebro tiene un alto grado
de plasticidad lo que se traduce en un lento desarrollo, por lo que somos dependientes del cuidado del
adulto durante un largo periodo de tiempo.
El cerebro del bebé es inmaduro pero no vacío, lo que supone que desde el momento del nacimiento
dispone de ciertas habilidades perceptivas o capacidades de procesamiento de la información que le
orientan de forma privilegiada hacia otros seres humanos. Esas habilidades se manifiestan desde los
primeros días de vida, cuando prácticamente no existe experiencia. Éstaserá relevante posteriormente
para mantener, modificar y ampliar esas capacidades.
Evidencias que muestran estas habilidades del bebé hay muchas, como por ejemplo disponer de un
repertorio conductual y capacidades cognitivas básicas que facilitan su adaptación al medio, un medio
que es eminentemente social:
Los bebés se sienten especialmente atraídos por los rostros humanos; desde sus primeros días de vida
son capaces de mantener el contacto visual cara a cara durante algunos segundos; pueden reconocer el
rostro de su madre por rasgos como el contorno del rostro o el cabello, así como su voz.
Cuando tienen 2 meses muestran extrañeza cuando su madre les habla cara a cara pero su voz sale de
un lugar distinto, como un gramófono por ejemplo.
No sólo muestras interés por la voz de su madre, también por cualquier otra voz humana y hacia los
sonidos que se encuentran en el intervalo de frecuencias que contiene a la voz humana, discriminando
los sonidos del habla de otros sonidos.
A los pocos días prefieren oír la voz de su madre antes que la cualquier otra persona, pero eso ocurre en
circunstancias especiales, es decir sólo cuando la madre habla con las características propias del habla
de estilo materno (tono más alto, cambios de entonación muy marcados, enunciados cortos,…). Cuando
la madre lee un texto al revés o altera sus parámetros naturales de entonación y ritmo, los bebés no
muestran preferencias por su voz. Esa preferencia no se muestra hacia la voz del padre o hacia voces de
extraños, lo cual sugiere que la exposición intensiva a la voz de la madre en el útero materno podría
jugar un papel importante en la determinación de la preferencia.
Otros autores han puesto de manifiesto las habilidades de los bebés para diferenciar las lenguas y suj
predilección por la lengua de su entorno. Al principio diferencian entre lenguas muy distantes y hacia los
4 o 5 meses entre lenguas próximas.
Cuando tienen sólo 1 mes detectan las diferencias entre los contrastes fonémicos de las lenguas y
perciben los sonidos del habla de forma categorial, esto significa que perciben como el mismo fonema
otras variantes pronunciadas en distintas sílabas o por distintos hablantes, incluso de distinto sexo o que
diferencian entre distintos fonemas de las lenguas incluso aunque tengan rasgos articulatorios muy
parecidos y de lenguas distintas a las de su entorno.
Estas habilidades se van modificando con el desarrollo. La capacidad de diferenciar entre contrastes
fonémicos de la lengua del entorno aumenta al mismo tiempo que disminuye la capacidad para
distinguir contrastes fonémicos de lenguas extrañas. Esto ocurre a los 6 meses para las vocales y a los 10
para las consonantes.

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A los 10-12 meses ya son poco hábiles para diferenciar contrastes de lenguas extrañas y muy precisos
para la lengua del entorno. En este proceso juega un importante papel la interacción social.
El Habla Dirigida al Niño es el habla que utiliza el adulto para dirigirse al niño, es un habla de estilo
materno, de ritmo más lento, tono más alto, exageración de los contornos prosódicos y una mayor
variedad de frecuencias. La madres exageran las diferencias fonéticas tanto para las vocales como para
las consonantes. Los experimentos de laboratorio demuestran que los bebés más capaces de discriminar
contrastes fonémicos tienen madres que exageran más los rasgos acústicos de los fonemas cuando les
hablan.
En lo que respecta a niños bilingües y trilingües, algunos estudios sugieren que La especialización para
distinguir mejor los fonemas de las lenguas del entorno seguiría un curso evolutivo similar al de bebés
monolingües, mientras que otros autores sugieren un patrón de desarrollo perceptivo distinto. Lo que sí
se sabe es que los bilingües mantienen la capacidad de diferenciar todos los contrastes fonémicos de sus
lenguas nativas.
Algunos experimentos muestran que los bebés prefieren escuchar unidades de la cadena hablada que se
aproxima a una sílaba y el habla segmentada en secuencias que se aproximan a ñas oraciones en cuanto
a longitud.
Todos estos fenómenos sugieren que el sistema de percepción auditiva del bebé es sensible, desde las
primeras semanas de vida, a ciertas propiedades del habla.
Además de todas estas propiedades perceptivas, desde el inicio de la vida el bebé está preparado para
comenzar a establecer relaciones con sus cuidadores mostrando niveles de coordinación, sincronía y
ajuste mutuo tales que pueden ser considerados procesos de interacción. El bebé y el adulto muestran
comportamientos de forma alterna, o encabalgándose en algunos momentos. El neonato realiza ligeros
movimientos sincronizados con la voz de su madre cuando ésta le habla, al tiempo que dirige la mirada
hacia el rostro materno. Las madres tienen tendencia a encabalgar sus vocalizaciones con las de sus
hijos para prolongar éstas últimas. A esta sincronía se le denominó acoplamiento conversacional.
Bateson denominó a estos intercambios sincrónicos, protoconversación. Constituyen las formas más
primitivas de interacción comunicativa.
Trevarthen lo llamó prelenguaje, refiriéndose concretamente a los movimientos de los labios y de la
lengua que el bebé realiza mirando al adulto. Estos movimientos se combinan generalmente con
movimientos corporales y con frecuencia son interpretados por el adulto como intentos de habla por
parte del niño.
Los bebés también reaccionan a las expresiones emocionales de la madre. En un experimento, los
investigadores pedían a la madre que mirara inexpresivamente a su bebé durante unos segundos y que
se pusiera de perfil. Los bebés de 10 semanas mostraban malestar, interrumpían su actividad,
eliminaban la sonrisa y las vocalizaciones y mostraban una expresión seria.
En otro experimento separaron a las madres de los bebés de 6 a 12 semanas y se veían y oían a través
de un circuito de televisión. Los estudios mostraron un ¡buen ajuste madre-bebé cuando estaban justos,
mientras que cuando era la imagen en la pantalla, el bebé se mostraba perplejo y confuso.
En otro estudio se observó que en condiciones reales, el habla de las madres tendía a imitar al bebé o a
ampliar sus vocalizaciones, en cambio, en condiciones de diferido por medio de la televisión, el habla de
las madres tendía a estar poco centrada en el niño, predominando las preguntas y los enunciados
orientados a tratar de restablecer la sincronía y el ajuste mutuo.
Otros experimentos han mostrado que los neonatos pueden imitar movimientos faciales simples como
sacar la lengua o abrir la boca, pocas horas después de nacer. Los temas más estudiados han sido la
imitación de los movimientos vocales por parte de los bebés.
La mayoría de las investigaciones se han realizado con madres.
Algunos investigadores interpretan las imitaciones neonatales como el resultado de la capacidad del
recién nacido para relacionar su experiencia visual con sus propios estados internos y con sus
sensaciones. Ressy opina que muestran la capacidad general del bebé para reconocer similitudes entre
él mismo y los demás. Otros autores los consideran comportamientos reflejos.

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De cualquier forma, lo que sí es cierto es que ponen en evidencia que el bebé cuenta, desde el principio
de la vida, con mecanismos que le permiten un cierto nivelo de interacción con los demás.

Los bebés presentan patrones rítmicos de actividad, como la respiración, los ciclos sueño-vigilia o la
succión. Esta última ha sido muy estudiada por su significación evolutiva.
De entre todos los mamíferos, los bebés humanos son los único que realizan la succión alimentaria
siguiendo un patrón cíclico que alterna succiones y pausas. Las madres tienden a intervenir durante las
pausas realizando comportamientos como hablar al bebé, ajustar el biberón o mecerlo. No intervienen
únicamente en las pausas, ni lo hacen sistemáticamente, pero sí se observa una mayor frecuencia de
intervenciones al inicio de las pausas que en cualquier otro momento.
Estas intervenciones breves aumentan la posibilidad de que el bebé reanude la succión, las madres van
reduciendo con el paso de los días, la duración de las intervenciones. La pausa del bebé tiende a
provocar la intervención materna y la interrupción de esta intervención lleva al bebé a reanudar la
succión. De forma que la alimentación adquiere una estructura dialógica, bidireccional, con alternancia
y ajuste recíproco entre ambos participantes.
Dado que las pausas del bebé no obedecen a ninguna causa fisiológica, se puede interpretar que son un
mecanismo preadaptado, innato, que hace posible la adaptación de la madre al patrón de actividad del
bebé. El pausado rítmico de la succión constituye la primera actividad conjunta entre la madre y el bebé
con alternancia de turnos.
Trevarthen propuso la expresión intersubjetividad primaria para referirse a la estrecha sincronía y el
ajuste mutuo que se establece entre el bebé y sus cuidadores principales, fundamentalmente su madre,
en la interacción.
De forma general, la intersubjetividad es el hecho de compartir significado entre personas y es una
condición sine qua non para la comunicación.
Que sea intersubjetividad primaria indica un primer nivel de significado, en el que el bebé interacciona
desde sus primeras semanas de vida con el adulto, en una sincronía de ajuste mutuo en la que
intervienen experiencias sensoriales, emocionales y motoras.

EL MARCO SOCIAL DEL DESARROLLO COMUNICATIVO: LAS AYUDAS PARENTALES EN EL CONTEXTO DEL
JUEGO Y DE OTRAS ACTIVIDADES DE LA VIDA COTIDIANA

Las primeras interacciones del bebé con el mundo adulto son las interacciones cara a cara. Desde el
nacimiento muestra una capacidad para establecer relaciones sincrónicas y ajustadas con el adulto, y
éste va incorporando al bebé de forma progresiva en interacciones cada vez más complejas, con
significado, intenciones y formas de expresión culturalmente apropiadas, para integrarlo poco a poco en
el sistema social y cultural.
En las interacciones cara a cara, la sonrisa y en general las expresiones emocionales juegan un papel
muy importante. Los bebés observan e imitan las expresiones faciales adultas y los cuidadores imitan,
regulan y refuerzan las expresiones emocionales del bebé. Las sonrisas del bebé promueven respuestas
positivas y sentimientos de afiliación por parte de los cuidadores.
Hacia los 3 o 4 meses se inicia en el bebé un cambio en su relación con los objetos, a medida que
aumenta su interés por la exploración de los mismos y del entorno, propiciados por la mejora de sus
capacidades visuales y sus avances psicomotores. Se abren aquí nuevas formas de interacción. Para
mantener o recuperar la atención del bebé, el adulto recurre con frecuencia a vocalizaciones rítmicas y a
acciones que introducen alguna novedad o cambio repentino en la rutina, como canciones, juegos con
alguna sorpresa,…
A partir de los 4 meses, el bebé se implica en juegos sencillos. Junto con la exploración del adulto (su
rostro, cabello, manos, sus gestos, el habla, las expresiones faciales,…) van apareciendo juegos que
incluyen algún objeto. Ell juego de cucú-tras es uno de los primeros en el que el bebé participa, o la

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imitación de movimientos con las manos asociados a canciones infantiles, como los cinco lobitos. Los
juegos van siendo cada vez más complejos: derriban una torre construida por el adulto, arrojan objetos
al suelo y observan su caída,…
En la segunda mitad del primer año participan de forma muy activa en estos juegos de interacción.
Cuando ya tienen 8 o 9 meses, sus capacidades imitativas y de atención le permiten hacer cosas que no
forman parte de su repertorio conductual espontáneo como intentar poner un cubo encima de otro.
Muestran interés en que los adultos les enseñen nuevas formas de emplear los objetos y nuevas
acciones sobre los mismos. A través de la mirada, las sonrisas o los gestos invitan al adulto a tomar la
iniciativa en la acción conjunta sobre un foco de atención común.

Bruner estudió este tipo de juegos de interacción y a su relación con el desarrollo de la comunicación y
el lenguaje. A los juegos los llamó formatos, por su estructura predecible y su carácter rutinario,
repetitivo y rítmico. Posteriormente amplió el término formato a toda interacción repetida y rutinaria en
que el adulto y el bebé comparten atención y acciones sobre algo. De tal forma que formatos son los
juegos de interacción y situaciones como la alimentación o el cambio de pañal. Los formatos son
fundamentales para la progresiva incorporación de intenciones comunicativas. Lo verdaderamente
relevante de estos formatos para el desarrollo de la comunicación es que tienen una estructura
dialógica, es decir, que promueven la participación alterna de ambos participantes, que resultan
atractivos y motivadores para el bebé, que los pasos que los integran pueden ser predecibles por el
bebé porque son frecuentes, estables y claros y que incorporan gestos, vocalizaciones y palabras con
valor comunicativo.
Construir torres y derribarlas, esconderse y reaparecer, sumergir un objeto en el agua,… son situaciones
interactivas que favorecen el desarrollo de la comunicación. Son situaciones en las que el bebé y el
adulto toman turnos de forma alterna y desempeñan roles que pueden llegar a ser intercambiables
cuando el bebé ya ha desarrollado las habilidades para ello. Son situaciones que favorecen que el bebé
aprenda las normas básicas de la conversación. El hecho de que determinados gestos, vocalizaciones o
palabras aparezcan en el marco de las actividades favorece la adquisición de estas normas.

El formato de la lectura conjunta de cuentos merece una mención especial, es una de las actividades
más estudiadas en relación con el desarrollo lingüístico. Se trata de una situación interactiva en la que
ambos participantes miran conjuntamente las imágenes y nombran los objetos en el marco de una
dinámica conversacional. Puede iniciarse en el primer año de vida. Hay estudios que indican que la edad
de inicio, predice las habilidades lingüísticas de los niños, cuanto más temprana es la edad mejor será el
desarrollo posterior de las habilidades lingüísticas y de alfabetización de los niños.
Hay un trabajo que concluye que la lectura de cuentos a los 8 meses predice el nivel de desarrollo del
lenguaje expresivo a los 12 y a los 16 meses, mientras que no ocurre lo mismo si la edad de inicio es a
los 4 meses, lo que significa que la lectura de cuentos será predictora del desarrollo posterior del
lenguaje solamente a partir de un cierto momento evolutivo.
En estas primeras interacciones alrededor de los cuentos, los álbumes de fotos o los libros de imágenes,
los adultos están atentos a la mirada del bebé, o a aquello sobre lo que pone su mano, para detectar lo
que la bebé le interesa y nombrarlo. Asimismo, el adulto llama la atención del bebé sobre un objeto y lo
nombra. El adulto trata de dar a esas interacciones una apariencia de diálogo, instando al niño a que
mire, preguntando, nombrando el objeto y dando retroalimentación positiva a las vocalizaciones del
niño.
Hemos de considerar unas variables relativas a la calidad de las interacciones. Una de las más estudiadas
es la responsividad. Se consideran conductas maternas responsivas aquellas en que la madre responde a
las señales del niño inmediata y contingentemente, es decir, de forma rápida y vinculada a la acción del
niño, ajustándose a su iniciativa y a sus intereses.
Para un mismo comportamiento infantil puede haber diferentes respuestas responsivas.

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Lo contrario a una respuesta responsiva es una respuesta directiva, que consiste en una orden o
propuesta sin tener en cuenta el foco de interés del niño en ese momento.
El estilo responsivo promueve el desarrollo comunicativo inicial y el desarrollo lingüístico posterior.
Tamis-Le Monda argumentan que las respuestas maternas responsivas favorecen el desarrollo
comunicativo y lingüístico porque se trata de respuestas contiguas, contingentes, didácticas y
multimodales. La contigüidad o inmediatez de la respuesta favorece las relaciones del niño con los
objetos, acciones o acontecimientos y los gestos y las expresiones verbales. La contingencia se refiere a
la conexión entre lo que el niño atiende y la respuesta que recibe. El carácter didáctico remite al uso de
estrategias como la denominación, la descripción o la pregunta. La multimodalidad se refiere al hecho
de que los adultos suelen coordinar comportamientos verbales como dar nombre, y no verbales como
mirar el objeto. Estas autoras destacan también la progresiva evolución de las respuestas adultas para
ajustarse a las características del niño, como su nivel de desarrollo o su comportamiento interactivo,
recuperando el término “andamiaje” como “ajuste fino”.
Los beneficios de la responsividad materna son claros, sin embargo existen niveles óptimos de
responsividad. Si los niveles son demasiado altos pueden ser intrusivos o inapropiados, asociándose a
estrés comunicativo e hipervigilancia, y supondrían una sobreactivación en el niño. Las respuestas
rápidas a las vocalizaciones que expresan un malestar ligero podrían entorpecer el desarrollo de las
habilidades de autorregulación emocional, mientras que la responsividad a las expresiones severas de
malestar favorecerán el establecimiento de un vínculo seguro con la madre.

También el habla del adulto con el niño es un factor relevante para el desarrollo comunicativo y
lingüístico infantil. A este habla se le llamó en un principio “lenguaje bebé”, posteriormente se llamó
“motherese” que significa “habla materna”, para pasar a llamarse después “Habla Dirigida al Niño”. Este
habla particular se ha observado en las madres. También en los padres. Difieren entre culturas y se van
ajustando a las habilidades lingüísticas a medida que el niño se desarrolla.
Entre sus principales características están los rasgos referidos a parámetros suprasegmentales del habla,
como la elevación del tono de voz, la exageración de los contornos prosódicos, el enlentecimiento del
ritmo, la exageración de las unidades fonéticas del habla diferenciando de forma marcada los distintos
sonidos. El alargamiento de las vocales por parte de la madre facilita la diferenciación de los fonemas
por parte del bebé. Además tienden a separar los enunciados con pausas muy marcadas. Su simplicidad
morfosintáctica, con baja presencia de oraciones subordinadas, modificadores y auxiliares del verbo
parece jugar un papel importante en la posterior adquisición del lenguaje. Otra característica de este
habla es la redundancia. Se ha estudiado que los bebés de 6 meses prefieren escuchar enunciados
repetidos antes que enunciados nuevos. Esto facilita la adquisición del lenguaje.
En cuanto a la semántica y al léxico, predominan las referencias a objetos, personas, acciones y
acontecimientos del entorno inmediato. Está muy ligada al foco de atención compartido o a la actividad
conjunta que el niño y el adulto están realizando.
Además de ajustes suprasegmentales, morfosintácticos, semánticos y léxicos, los adultos también
realizan ajustes pragmáticos cuando hablan a los niños pequeños. El objetivo principal del adulto no es
tomar el turno, sino conseguir que el niño lo tome, promoviendo así su participación. El adulto tiende a
mantener el equilibrio entre los dos.
Entre los ajustes pragmáticos los adultos tienden a reiterar la expresión de un conjunto limitado de
intenciones comunicativas que se va modificando a lo largo del desarrollo y que recoge las intenciones
que los niños pueden comprender.
Este conjunto de características propias del habla dirigida al niño, junto con la responsividad materna y
los intercambios comunicativos en el marco de rutinas de juego y otras de la vida cotidiana, son
elementos facilitadores de la adquisición del desarrollo comunicativo y lingüístico.
La mayoría de los estudios se han realizado con madres, pero últimamente también se han hecho
estudios con padres indicando que ambos mantienen características distintas en las interacciones con
sus hijos pequeños.

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En los padres predominan las interacciones de carácter lúdico, juegos físicos, activadores y excitantes.
Las madres verbalizan más y son más directivas. Los bebés muestran mayor atención y
comportamientos más afectivos en la interacción con sus madres, mientras que muestran mayor
activación con los padres.

EL DESARROLLO DE LAS ACTIVIDADES DE ATENCIÓN CONJUNTA, LA INTERSUBJETIVIDAD Y LA


INTENCIONALIDAD

Las habilidades de atención conjunta son un tema crucial para entender el desarrollo comunicativo y
lingüístico ya que están en la base de todo aprendizaje cultural que implique referencia al mundo
exterior. Dichas habilidades se relacionan con la capacidad de coordinar la atención con otra persona en
relación con un objeto o acontecimiento del entorno.
La atención conjunta implica el establecimiento de una relación triádica entre el bebé, otra persona y un
elemento del contexto. Por ejemplo, el seguimiento de la mirada del adulto, la capacidad de dirigir la
mirada de éste hacia algo, el seguimiento y la emisión del gesto de indicación, el uso de la información
emocional que ofrece el adulto para regular la propia respuesta al entorno. Todas estas habilidades se
desarrollan de forma gradual a lo largo del primer año de vida.
Durante los primeros meses se orientan hacia los rostros humanos y hacia aquellos aspectos del entorno
que destacan por sus características (color, brillo, sonido,…)
La atención del bebé va evolucionando desde una “atención cautiva”, muy dependiente de las
características de los estímulos, hacia una atención más voluntaria. Los adultos son sensibles a estos
cambios lo que se traduce en una progresiva introducción de objetos y elementos en su relación con el
bebé.
Entre los 4 y los 6 meses mantienen el contacto visual, sonríen y se muestran interesados en lo que el
adulto les muestra, siempre que se adapte a sus intereses.
La interacción cara a cara alcanza su máximo hacia el 4º mes, y a partir de ese momento, las
interacciones diádicas (bebé-adulto) van dando paso a las triádicas (bebé-adulto-objeto). El contacto
cara a cara suele ir acompañado de vocalizaciones.
Hacia el 5º mes, el bebé puede seguir la línea de la mirada del adulto sin que haya existido contacto
ocular previo. Este seguimiento de la mirada del adulto es ya claro hacia el 6º mes. En situaciones de
interacción cotidiana, el grado de indeterminación suele ser bajo.
Hacia los 9 meses, ya los bebés pueden determinar qué objeto está mirando el adulto y es a esta edad
cuando inician ya episodios de atención conjunta, tratando de dirigir la atención del adulto hacia un
objeto o acontecimiento de interés.
El gesto de indicación, como extensión simultánea del brazo y del dedo índice hacia un objeto, persona
o acontecimiento, con el resto de dedos cerrados sobre la palma de la mano, es para los humanos un
recurso privilegiado para el establecimiento de la atención conjunta. El éxito del niño en el seguimiento
del gesto de indicación del adulto depende de factores situacionales como la existencia de un único
objeto o varios; la distancia a la que se encuentra el objeto o el ángulo existente en relación con la línea
de mirada del niño.
Algunos estudios apuntan que bajo condiciones muy estructuradas y repetitivas, la capacidad de seguir
un gesto de indicación podría ser muy precoz. En estas condiciones, el bebé de 4 meses orientan su
mirada al objeto señalado y cambian la dirección de la mirada siguiendo un gesto de indicación
dinámico. A los 9 meses siguen gestos de los adultos en interacciones sociales de la vida cotidiana
siempre que lo señalado esté cerca o sea claramente identificable en el contexto de la interacción. Entre
12 y 15 meses siguen con éxito el gesto de indicación en situaciones más complejas en cuanto al número
de objetos posibles, o en cuanto a la distancia a la que se encuentren, volviendo la mirada hacia el
adulto una vez que lo ha localizado.
Los adultos suelen expresar emociones positivas a través de la sonrisa cuando quieren conseguir la
atención del niño señalando un objeto. Esta carga emocional positiva introduce un componente

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motivacional importante que anima al bebé a seguir los gestos de indicación del adulto. Por tanto el
seguimiento del gesto de indicación no está únicamente orientado por el interés hacia el objeto, sino
también por la respuesta social tras lograr la atención conjunta, como la sonrisa, las expresiones faciales
de sorpresa, o los movimientos de la cabeza en señal de aprobación.
Los gestos van acompañados de habla, de la dirección de la mirada, de la entonación y de las
expresiones faciales.
La comprensión y la producción del gesto de indicación evolucionan bastante en paralelo aunque la
comprensión es algo anterior. Desde un punto de vista motor, el gesto puede observarse en bebés de 3
meses, pero hasta los 9 meses no aparece para establecer la atención conjunta. Es en ese momento
cuando el bebé integra en una misma secuencia comportamental conductas dirigidas al objeto y
conductas dirigidas al adulto. Esta integración del mundo de las personas con el mundo de los objetos es
lo que Trevarthen llama intersubjetividad secundaria.
Es a partir de 9 meses cuando el bebé comienza a realizar acciones intencionales, a interpretar las
acciones de los demás como intencionales, a expresar intenciones comunicativas y a interpretar las
comunicaciones de los demás.
Entre los 9 y los 12 meses los bebés captan la estructura intencional del comportamiento humano e
interpretan las acciones de las personas como dirigidas a meta. La coordinación entre medios y fines o
conducta dirigida a una meta es la definición operacional de la conducta intencional.
Dice Tomasello que estas habilidades de atención conjunta se desarrollan en el noveno mes porque es a
esta edad cuando el niño ha desarrollado una concepción de sí mismo y de los demás como seres
intencionales. La comprensión del carácter intencional de las acciones es una habilidad sociocognitiva
que está en la base de las interacciones sociales y de la comunicación. La intencionalidad comunicativa
por parte del bebé como emisor será posible sólo cuando se represente a sí mismo y al adulto como
agentes intencionales, es en ese momento cuando podrá influir en lo que el adulto mira o hace.
Para Tamis-Le Monda la intersubjetividad secundaria se entiende como el resultado de las acciones del
bebé sobre los objetos del entorno y las respuestas adultas a esas acciones. Es en estos contextos donde
el bebé desarrolla la comprensión de la intencionalidad de los participantes en las interacciones sociales.

Dentro de las habilidades de atención conjunta podemos incluir la referencia social, que se observa
desde los 6 meses. Se trata del recurso por parte del bebé, a los cuidadores como referentes
emocionales para autorregular su conducta en situaciones ambiguas o desconocidas, esto es, en
contextos que suponen novedad o peligro para el bebé, éste busca, dirigiendo la mirada hacia el
cuidador, un mensaje emocional que le informe acerca del estímulo, como una sonrisa, una señal de
aprobación o una expresión de miedo o indicación de riesgo. Posteriormente el bebé actuará en base al
mensaje del adulto, que éste habrá emitido a través de diferentes canales como la expresión facial, las
vocalizaciones o los gestos. Un ejemplo claro de referencia social es el abismo visual de Gibson y Walk.
Este experimento requiere habilidades de desplazamiento del bebé para poder comprobar si rehúyen el
peligro o si se acercan a él en base al mensaje emocional del adulto de su confianza. Estos estudios
concluyen que alrededor de 9 meses, recurren a la referencia social para decidir cómo actuar en este
tipo de situaciones.
En un estudio con el abismo de Gibson y Walk en el que participaron dos grupo de bebés y su madre y
su padre, se vio que las expresiones faciales de las madres eran más claras que las de los padres, se
encontraron relaciones significativas entre la ansiedad mostrada por el adulto y la mostrada por el bebé
únicamente en el caso de los padres. Cuanto más nivel de ansiedad mostraban los padres más
respuestas de evitación mostraban los niños.
En bebés de 5 o 6 meses también se observa la referencia social aunque no tengan habilidades de
desplazamiento. En un contexto de juego con objetos desconocidos, tenderán a jugar con los que el
adulto haya mostrado emociones positivas.
A los 12 meses no siempre recurren a los cuidadores como fuentes más fiables para autorregular su
conducta. En otro experimento se vio que recurrían al experimentador en lugar de a la madre, esto

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puede significar que el bebé es capaz de atribuir distintos niveles de conocimiento acerca de la situación
al experimentador y a la madre, recurriendo como referente social a aquella persona que conciben
como más competente en la situación particular.
Las habilidades de atención conjunta que se van desarrollando a lo largo del primer año y se consolidan
entre los 9 y los 12 meses son cruciales para el desarrollo comunicativo y lingüístico. Los bebés más
precoces y los que dedican más tiempo en actividades de atención conjunta, presentan posteriormente
un mejor desarrollo del lenguaje.

LOS RECURSOS DEL BEBÉ PARA LA COMUNICACIÓN: EVOLUCIÓN VOCÁLICA Y GESTUAL

El bebé dispone desde el nacimiento de capacidades básicas para comenzar a participar en intercambios
comunicativos con adultos. Esos intercambios muestran las propiedades de sincronía, reciprocidad y
ajuste mutuo entre participantes, lo cual lo dota de una estructura conversacional. El recién nacido
emite sonidos de forma involuntaria acompañados de expresiones faciales y movimientos corporales
que juntos transmiten al adulto información acerca de sus estados internos.
Los bebés sonríen desde el nacimiento, incluso mientras duermen, aunque esas sonrisas son
automáticas, resultado de movimientos musculares, en ausencia de estimulación social.
Hacia los 2 meses aparecen las sonrisas sociales, elicitadas por el rostro humano.
Hacia los 3 o 4 meses aparece la risa.
Las expresiones faciales junto con los movimientos corporales son interpretados por el adulto, que los
identifica con emociones específicas. Y progresivamente van añadiendo algunas vocalizaciones.
De forma gradual van apareciendo formas de interacción con la madre, y así van coordinando sus
expresiones faciales con vocalizaciones, con miradas al adulto, espresando así sus estados emocionales
positivos o negativos.
Diversos estudios evidencian que el bebé muestra más expresiones positivas con la madre que con el
padre. Aunque los dos, padre y madre, sean igualmente responsivos, el bebé emite más sonrisas con la
madre que con el padre. Esto puede deberse al trato de cada uno con el bebé, la madre suele expresar
más afecto positivo mientras que el padre recurre más al juego físico.
El llanto tiene un especial valor comunicativo, presenta una alta variabilidad acústica, reflejando la
intensidad de su malestar. Los adultos interpretan estas variaciones para dar respuesta a las
necesidades del bebé. El llanto agudo es percibido como requerimiento de una atención urgente y
elicita respuestas de consuelo. Cuando se han estudiado los rasgos acústicos del llanto se ha visto que la
disfonación se refiere a los movimientos irregulares de las cuerdas vocales, que producen un sonido
semejante al de un grito adulto. A mayor disfonación, mayor malestar. También se han estudiado
medidas temporales de forma que las pausas cortas en el llanto se asocian a mayor malestar. En los
primeros meses el llanto se interpreta como necesidades físicas y afectivas. Progresivamente, hacia el
tercer mes, pasan a ser interpretados teniendo en cuenta el contexto, por ejemplo como conseguir un
objeto o hacer algo que el bebé demanda en ese momento.
El llanto muestra particularidades prosódicas diferenciales en función de la lengua del entorno, por
influencia de la exposición neonatal por ejemplo, el llanto de los bebés franceses tiende a una melodía
ascendente mientras que el de los alemanes es descendente.
Durante los dos primeros meses, el bebé emite sonidos vocálicos, a partir de esta edad comienza a
emitir sonidos consonánticos. Cuando están tranquilos y alerta, emiten arrullos consistentes en la
repetición y el alargamiento de sonidos vocálicos, tipo “ooo”. Los primeros Sonidos consonánticos
tienen un punto de articulación posterior /k/, /g/. hacia los 4 meses aparece ya la articulación anterior,
en sonidos /p/ /b/.
Progresivamente va apareciendo el balbuceo, es decir, la emisión de cadenas silábicas. Esto surge entre
los 6 y 8 meses. Al principio emiten la misma sílaba, es el balbuceo canónico o reduplicado (“tatata”),
con un patrón de entonación plano. Hacia los 8 o 9 meses el balbuceo se diversifica, incorporando
sílabas diferentes, se llama balbuceo no reduplicado, y muestra una mayor riqueza entonativa. El

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balbuceo reduplicado convive con el no reduplicado hasta el final del año y de igual forma, el no
reduplicado se prolonga durante el segundo año coexistiendo con las primeras palabras y disminuyendo
a medida que el niño va adquiriendo vocabulario. Paralelamente al dominio vocal, el bebé progresará en
entonación, ritmo y acento. Los adultos se servirán de esas claves prosódicas para atribuir significado a
las vocalizaciones del bebé, y las interpretarán como expresión de bienestar, de irritación, llamadas de
atención,…
El balbuceo tiene una significación importante en el desarrollo comunicativo y lingüístico del niño. Es el
resultado del desarrollo madurativo y de la experiencia con la lengua. Hay similitudes entre el balbuceo
y las primeras palabras, los sonidos consonánticos, el patrón fonológico y la prosodia están en relación
con la lengua del entorno, la imitación juega un papel importante en el desarrollo vocálico.
Hacia los 10-12 meses aparecen los primeros gestos, siendo uno de ellos el de indicación. El niño recurre
a él para pedir un objeto o para compartir la atención con el adulto sobre algo. Estos primeros son
gestos deícticos, que remiten al contexto y precisan de él para ser interpretados. Otros gestos son el de
extender el brazo con un objeto en la mano y mostrarlo.
El gesto de indicación se ha relacionado con la adquisición del lenguaje. Es indicador de las habilidades
de atención conjunta que son la base de la comunicación y del lenguaje.
Hay estudios que muestran que la edad de aparición del gesto de indicación no predice la edad de
emisión de las primeras palabras. Pero la edad de aparición del gesto junto con el nivel educativo de la
madre sí predice el nivel de comprensión de vocabulario a los 18 meses. Una explicación puede estar en
las palabras que la madre produce en respuesta a los gestos del niño. El mismo estudio muestra que la
edad de aparición del balbuceo es mejor predictor de la aparición de las primeras palabras que la edad
de aparición del gesto de indicación. El balbuceo temprano elicita respuestas verbales lo cual refuerza la
práctica vocálica que serviría para ayudar al bebé a identificar las primeras palabras.
Por otra parte la edad de aparición del gesto no parece estar relacionada con la edad de aparición del
balbuceo lo que sugiere que el desarrollo gestual y el vocálico son diferentes que no evolucionan al
unísono.
La relación entre la comprensión y la producción del gesto de indicación y el lenguaje deviene con la
edad, siendo relevante al final del segundo año y más clara para el gesto declarativo.
Por tanto el gesto de indicación no es un buen predictor de la aparición de las primeras palabras, pero sí
está relacionado con el desarrollo lingüístico en el segundo año de vida.
La producción de combinaciones gesto-palabra para llamar la atención del adulto hacia un objeto a la
edad de 12 meses, predice el nivel de vocabulario y de desarrollo gramatical a los 18 meses.
Hacia los 10 o 12 meses algunos niños emiten vocalizaciones consistentes o protopalabras. Se trata de
vocalizaciones que el niño utiliza con un propósito comunicativo identificable y estable. Se consideran
transición hacia las primeras palabras. Otro estudio demuestra que la transición de las vocalizaciones a
las palabras es un proceso gradual.
Por lo que respecta a la comprensión, los bebés responden a las señales comunicativas desde muy
temprano en el contexto de la interacción con los adultos. Hacia los 4 meses y medio reconocen su
propio nombre. A los 6 meses comprenden algunas palabras. Hacia los 12 meses comprenden unas 5º
palabras. El habla materna contribuye en gran medida a este logro.
Hacia los 8 o 9 meses muestran intención comunicativa recurriendo a la sonrisa, el llanto, las
expresiones faciales, las vocalizaciones, los gestos.
Las intenciones comunicativas de los bebés han sido estudiadas de acuerdo con distintos sistemas de
categorías. Según Halliday, estas categorías serían la instrumental (quiero), la reguladora (haz), la
interactiva (hagamos) y la personal (estoy aquí).
Otros autores proponen otros sistemas de categorías como requerir o pedir (objeto, acción), saludar,
transferir objetos, mostrar, mostrar acuerdo, protestar, hacer comentarios sobre una acción y hacer
comentarios sobre un objeto.
Otro sistema de categorías propuesto es: atención (dirigir la atención del adulto hacia un objeto,
persona, acción o acontecimiento), requerimiento (pedir un objeto o que el adulto realice una acción),

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vocativo (requerir la presencia del adulto), rechazo (no aceptar una propuesta por parte del adulto),
protesta (expresar de forma intensa un malestar o disgusto) y aceptación (de una propuesta del adulto).
Ninio y Wheler elaboraron un amplio sistema de categorías:
pedir un objeto
expresar el deseo de iniciar una actividad
expresar el deseo de continuar la actividad en curso
protestar por la interrupción de la actividad en curso
rechazar la propuesta de continuar la actividad en curso
rechazar la finalización de la actividad
rechazar la propuesta del otro de realizar una acción o de realizarla de una determinada
forma
pedir ayuda
ejecutar un movimiento o un paso en un juego
expresar malestar

Algunos estudios se han interesado por las intenciones comunicativas de los bebés en interacción con
sus iguales, y las conclusiones son que los bebés expresan hacia otros bebés simpatía, ofrecimiento de
objeto, propuesta de compartir una actividad, acuerdo y desacuerdo.
También algunos autores plantean la existencia de una continuidad funcional entre la comunicación
prelingüística y el lenguaje, es decir, las intenciones comunicativas que los bebés expresan mediante los
recursos comunicativos propios del primer año de vida, serán expresadas posteriormente a través de
palabras, acompañadas o no de gestos. Estas experiencias constituyen la base para el desarrollo
comunicativo y lingüístico posterior.

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