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Además, a la hora de definir el diagnóstico de TOC, los especialistas deben tener en cuenta si
hay o no observación y en caso afirmativo qué cualidad tiene y si en la vida de la persona ha
habido una historia cercana al momento en que se efectúa el diagnóstico.
En referencia a la definición antes descrita, vamos a centrar nuestro interés en primera instancia
en definir los dos conceptos fundamentales que sustentan la descripción clínica del trastorno. L
as que aparecen en primer instancia y son apreciadas en diferentes investigaciones
(Abramowitz, Franklin, Kozak, Levine & Foa, 2000; Cabedo, 2007; García Soriano, 2008;
Ladouceur, Gosselin & Dugas 2000; Morillo, 2004; Rachman, 1997)
Al menos como el concepto central del trastorno, son las obsesiones, que son, siguiendo la
definición publicada por la APA en el DSM – 5 pensamientos, impulsos o imágenes repetitivas
que se experimentan, en alguna etapa durante el trastorno, como no deseadas y que en la
mayoría de las personas causan ansiedad o molestias de consideración. En dichas obsesiones,
el paciente intenta ignorar o mitigar toda clase de pensamientos, impulsos o imágenes o
neutralizarlos con algún otro pensamiento o acto (es decir, realizando una compulsión (APA,
2014).
los dos conceptos, aparecen juntos en el 90% de los casos (Vallejo, 2001) y tal como señala este
autor y se confronta en la práctica clínica, cuando se toman en cuenta como compulsiones los
rituales cognitivos que no tienen representación comportamental, este porcentaje aumenta a
prácticamente el 98% (Foa, Kozak, Goodman, Hollander, Jenike, & Rasmussen, 1995; Franklin &
Foa, 1998) y ambos tienen una relación funcional, tal como describe Foa junto a Steketee y
Ozarow en 1985, de una manera simplificada, podríamos decir que hablamos de una serie de
pensamientos que generan ansiedad, denominados obsesiones y para aliviar esta ansiedad, se
llevan a cabo una serie de conductas, denominadas compulsiones.