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Cristo elige a los suyos, y este llamamiento es su único título. Jesús llama
con imperio y ternura. Nunca los llamados merecieron en modo alguno la
vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus
condiciones personales. Es más, Dios suele llamar a su servicio y para sus
obras, a personas con virtudes y cualidades no tan sobresalientes, para lo
que realizarán con la ayuda divina.
• Vivir la vida como vocación es dejar actuar a Dios. Dios toma la iniciativa
de llamar a todos los hombres y en todas las épocas. Los hombres, atentos
al plan de Dios, que contempla a toda la humanidad, responden desde su
libertad. Decir Sí a la propuesta divina es dar una respuesta salvadora a las
necesidades de los hombres, a las necesidades del mundo.
• Vivir la vida como vocación es optar por la felicidad, mía y de todos. Por la
felicidad que se conquista al contagiarse de los mismos sentimientos de
Cristo Jesús, al entrar en el juego divino del “gana-pierde” (quien pierde la
vida, la gana) o del trueque (si eliges el último, serás el primero). Es saber
que la felicidad juega al escondite (como sombra que te sigue) y para
alcanzarla no es aconsejable buscar la propia, sino que es mejor vivir
empeñados en que muchos encuentren la suya.